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Estos son los títulos de Transformaciones  

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1 El poder de los medios de comunicación de masas
2
América latina y los monopolios
3
4
5
La superpoblación del mundo y el control de la natalidad
6
China: la sociedad, la política, la revolución cultural
7
8
La publicidad en el mundo actual
9
Drogas y drogadictos
10
La organización sindical: orígenes y problemas
11
12
La CIA. Espionaje y política
13
14
15
La locura: sociedad y psiquiatría
16
17
México a sesenta años de la Revolución
18
La sociedad de consumo
19
20
21
La salud en América latina
22
Revolución y contrarrevolución en Bolivia
23
Psicoanálisis: teoría y práctica
24
Las computadoras: realidades, falacias, perspectivas
25
La revolución sexual
26
La revolución peruana
27
El marxismo
28
Guerra química y biológica
29
30
Camilo Torres
31
Los estudiantes
32
El peronismo
33
El periodismo y la opinión pública
34
Planificación económica
35
Integración económica latinoamericana
36
Las dictaduras europeas: Portugal - España – Grecia
37
El fascismo
38
El cine: industria e ideología
39
Los nacionalismos en el siglo XX
40
Los hippies
41
La historieta
42
El mayo francés
43
La violencia
44
La guerra fría
45
El poder militar
46
La moda: industria de la novedad
47
Racismo, colonialismo y violencia científica
48
La música beat: arte, ideología, consumo
49
El maccarthysmo. La caza de brujas en Estados Unidos
50
Problemas de la educación en América latina
51
La cultura de la pobreza
52
Propaganda política y opinión pública
53
El campesinado
54
La urbanización en América latina
55
Teleteatro, radioteatro y fotonovela. El género rosa
56
El desarrollo de los partidos políticos
57
Las intervenciones norteamericanas en América latina (I). México - Puerto Rico - Cuba – Haití
58
Las intervenciones norteamericanas en América latina (II). Nicaragua - Panamá - República Dominicana - Bolivia – Chile
59
La burocracia
60
El imperialismo cultural
61
Televisión y sociedad
62
Movimientos prepolíticos en el siglo XX. Mesianismos y milenarismos
63
Los intelectuales
64
La revolución cubana
65
El hambre
66
67
Villas miseria, cantegriles, rancheríos y barriadas populares en América latina
68
La lucha mundial por el petróleo
69
Los sindicatos en Estados Unidos
70
Movimientos campesinos
71
Africa, de la liberación al presente
72
El sindicalismo en América latina
73
La muerte del Arte
74
Las guerrillas
75
La Iglesia en el Tercer Mundo
76
Cultura y dependencia en América latina
77
Los conflictos del Medio Oriente
78
La carrera armamentista en América latina
79
Las ideologías
80
Los golpes militares
81
Las universidades
82
La crisis de la familia
83
La situación colonial
84
Los genocidios del siglo XX
85
La revolución argelina
86
La universidad latinoamericana
87
Las vanguardias estéticas en el siglo XX
88
Irlanda: comienzo y fin del Imperio Británico
89
Corporaciones multinacionales
90
Vanguardias artísticas y cultura popular
91
Las Naciones Unidas
92
Brasil, del Imperio a la Dictadura
93
La estética del cine
94
Poder y crisis del dólar
95
El populismo
96
América latina y Europa en el nuevo sistema internacional
97
La mujer y la revolución
98
La contaminación del ambiente
99
Las insurrecciones armadas
100
Sociedades secretas del siglo XX
101
Políticas de vivienda en América latina
102
La estrategia militar norteamericana
103
La empresa moderna
104
Prejuicios raciales

La organización socialdemócrata en Alemania  

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© 1972

Centro Editor de America Latina

Sección Ventas: Rincón 87, Bs. Aires

Hecho el depósito de ley

Impreso en la Argentina Printed in Argentina

Se terminó de imprimir en los Talleres Gráficos de Sebastián de Amorrortu e Hijos S. A., Luca 2223, Buenos Aires, en enero de 1973

El texto del presente fascículo ha sido preparado por Martha Cavilliotti El asesoramiento general estuvo a cargo de Alberto J. Pla.

La revisión literaria estuvo a cargo de Aníbal Ford

La resistencia del proletariado. 2

El proceso de los comunistas en Colonia. 3

La hegemonía austríaca. 4

La expansión económica de Prusia. 5

La hegemonía prusiana. 5

Bismarck, canciller de Prusia. 6

El proletariado alemán hacia 1860. 8

El movimiento obrero independiente. 10

La Asociación General de Obreros Alemanes 10

Lassalle y Bismarck 13

Conflictos y lucha de tendencias 14

La Confederación Alemana del Norte. 15

Los primeros socialistas en el Reichstag. 17

Acción de los sindicatos 17

El Congreso de Eisenach. 18

Los socialistas y la guerra franco-prusiano. 19

Unificación del movimiento socialista alemán. 21

El Partido Socialista Obrero de Alemania. 22

Leyes contra los socialistas 23

La legislación social 24

Bibliografía. 25

Crítica de Marx al programa de Gotha. 26

Los socialistas y la guerra franco-prusiana. 28

El ataque a los socialistas en la época de las leyes de excepción. 29

Liebknecht y Prusia. 29

Martha Cavilliotti

El proceso de unificación en Alemania aceleró el desarrollo económico, permitiendo así el avance de la clase obrera. Esta, al conquistar el derecho al sufragio, pudo llevar al parlamento en 1867 los primeros diputados socialistas.

Hacia 1850 el desarrollo de la gran industria provocó en Alemania la crisis definitiva del viejo regimen artesanal e impulsó el crecimiento de la clase obrera. Con ella se intensificaron los conflictos sociales. La burguesía intentó mantener bajo su control a los artesanos descontentos y a las nuevas masas de asalariados a través de las asociaciones obreras de cultura. Uno de sus promotores, Schulze‑Delizsch, procuró captar al movimiento obrero con un plan de cooperativas de crédito, que en realidad sólo era un paliativo para los problemas del artesanado en decadencia. De ahí que su propuesta pequeño burguesa no conformara al proletariado industrial de los principales distritos fabriles, que se aprestaba a emprender sus luchas de manera independiente.

En 1863, en un congreso de todo el proletariado alemán realizado en Leipzig, se fundó la Asociación General de Obreros Alemanes. Ferdinand Lassalle, elegido presidente, elaboró el programa de la Asociación. En él preconizaba la lucha de clases en el campo político a través de una propaganda activa por el sufragio universal, única arma que permitiría al proletariado alcanzar el poder político y obligar al estado a promover las cooperativas de producción, mediante las cuales se llegaría a la emancipación económica de los obreros. En función de estos objetivos Lassalle orientó su táctica hacia un entendimiento con el gobierno de Bismarck. Su inesperada muerte en 1864, las fallas organizativas y los conflictos internos no detuvieron la marcha de la Asociación, que mantuvo los lineamientos teóricos de su fundador bajo la dirección de Schweitzer, acusado por la burguesía de convertir al movimiento obrero en un instrumento de Bismarck y por los obreros socialistas de tendencia marxista de traicionar los principios del socialismo. Fueron los líderes de estos últimos, Liebknecht y Bebel, los que lograron unir a los antilassalleanos en 1869, en el Congreso de Eisenach y fundar el Partido Obrero Socialista Alemán, adherido a la Internacional.

El proceso de unificación alemana aceleró el desarrollo económico y favoreció así el avance de la clase obrera, que al conquistar el derecho al sufragio pudo llevar al Parlamento en 1867 los primeros diputados socialistas.

Con el fin de neutralizar el avance socialista, la Iglesia Católica llevó a cabo diversos intentos de organización del movimiento obrero inspirados en la teoría social‑cristiana del obispo von Ketteler. Esta tendencia se fortaleció a raíz de los ataques de Bismarck y restó al socialismo el apoyo de los obreros católicos, volcados decididamente hacia el partido que defendía sus derechos religiosos. Pero a pesar de esto y de las divisiones internas hacia 1875 existían en Alemania tres partidos obreros y dos ligas de sindicatos el socialismo siguió ganando adeptos entre las filas del proletariado. Por otra parte, las persecuciones de Bismarck, después de 1870, aceleraron su proceso de fusión, que se concretó en 1875 en el Congreso de Gotha, donde se adoptó un programa de compromiso entre las dos tendencias más poderosas: la Asociación General de Obreros Alemanes y el Partido Obrero Socialista Alemán.

A pesar de que la más importante, numéricamente, de estas dos líneas era la lassalleana, se fue imponiendo la capacidad política de los dirigentes marxistas, quienes colocaron al Partido Socialdemócrata a la vanguardia del movimiento obrero europeo. Mientras en el resto del continente las consecuencias de una prolongada depresión llevaban al proletariado a posiciones defensivas y se debilitaba la Primera Internacional, perseguida con rigor después de la insurrección de la Comuna de París, el poderoso desarrollo económico que se cumplía en Alemania alentaba a la clase obrera a radicalizar sus reivindicaciones.

Cuando, atemorizado por los éxitos electorales del socialismo, Bismarck promovió, en 1878, las leyes de excepción con el fin de reprimirlo y una legislación social paternalista, para contrarrestarlo, el Partido Socialdemócrata pudo no sólo resistir la persecución sino que incluso salió fortalecido de la prueba. Esto consolidó su prestigio en Alemania y lo convirtió en el modelo del socialismo europeo hasta el estallido de la revolución rusa, en 1917.

La resistencia del proletariado

La debilidad de la burguesía alemana y su temor al radicalismo revolucionario permitieron que la contrarrevolución, encabezada por los soberanos alentados por el ejemplo de Austria, aniquilara a las fuerzas democráticas. La clase obrera aún oscilaba entre las reivindicaciones de los trabajadores industriales, bastante escasos, y las quejas de la gran mayoría de artesanos. Los primeros, que comenzaban a organizarse en la Fraternidad Obrera, asociación mutual inspirada por Stephan Born, se reunieron en agosto de 1848 en un congreso constituyente en Berlín. Por su parte, los oficiales artesanos también celebraron en Francfort un congreso general. Ninguno de estos movimientos era revolucionario: se limitaban a proclamar reivindicaciones profesionales y, a lo sumo, democráticas. Pero Marx desde Colonia donde editaba la Nueva Gaceta Renana se empeñaba en atraer a las fuerzas populares, mientras los miembros de la Liga de los Comunistas realizaban una tarea de agitación entre los obreros. En mayo de 1849 comenzó, dirigida por la pequeña burguesía radical, apoyada por el proletariado, la resistencia popular y obrera en defensa de la Constitución liberal.

Pero las tropas prusianas, al frente de la reacción, terminaron imponiendo el orden en Renania y en Sajonia. Marx fue expulsado de Prusia y su revista clausurada, mientras en Baden‑Palatinado donde Engels había intervenido activamente se jugaba la suerte de la revolución. Con la derrota se cerró en Alemania el ciclo revolucionario abierto en 1848. Una vez más la propaganda democrática y socialista quedó reducida al ámbito de las organizaciones secretas. Los alemanes desterrados, que se refugiaron por millares en Suiza e Inglaterra, trabajaron con ahínco para reavivar el fervor revolucionario en su país, procurando desde el exilio que se reconstituyeran las asociaciones obreras tal como habían funcionado durante el período de agitación previo a 1848. Marx desde Londres intentó reorganizar la Liga de los Comunistas sobre la base de las asociaciones obreras alemanas que aún no habían sido disueltas por la represión. En marzo de 1850 el Comité Central de la Liga envía a éstas un mensaje todavía optimista. Pensaban que se aproximaba una nueva oleada revolucionaria en ese proceso de revolución permanente que se había iniciado en 1789 y que, para Marx y Engels, aún no había concluido.

El proceso de los comunistas en Colonia

Pero en 1850 la revolución había sido definitivamente derrotada en toda Europa. La crisis concluye con el triunfo de la burguesía, que ahora participa del poder o, por lo menos, logra imponer algunas de sus reivindicaciones fundamentales. Junto con esto se Inicia una era de gran prosperidad del capitalismo, a nivel mundial, que incidirá en el movimiento obrero. En la Liga se produce una escisión entre los elementos más impacientes, encabezados por Willich y Schapper, que aún se aferran a la esperanza de una insurrección ya imposible, y la vieja guardia que rodea a Marx y rechaza sus utopías. Antes de dividirse, la mayoría del grupo de Londres decide trasladar el Comité Central a Colonia. La situación es confusa y el círculo de esta ciudad envía emisarios a Londres para recabar información. Uno de ellos Haupt es arrestado en Hamburgo. La policía le secuestra varios documentos, ninguno de los cuales sirve para probar decisivamente actividades revolucionarias, ni siquiera conspirativas. Pero por su confesión la policía descubre al círculo de Colonia y arresta a once miembros, que son acusados de alta traición. Al gobierno prusiano le interesa obtener réditos políticos de este episodio policial.

Necesita que la burguesía se atemorice pensando en las consecuencias de una conjura secreta montada por los comunistas para poder vencer sus últimos reparos y poner punto final a su resistencia contra el absolutismo. Como el material secuestrado en los allanamientos no basta para probar la existencia de ningún complot, los espías de la policía prusiana se lanzan a investigar, sin éxito, durante un año y medio. Se vinculan con los comunistas en Londres, roban su correspondencia en busca de pruebas que no obtienen y que terminan fraguando. El proceso se lleva a cabo a fines de 1852. La acusación se apoya en las supuestas conexiones entre los procesados y un complot francés contra Bonaparte, descubierto mientras aquéllos estaban en prisión. La prueba ofrecida un documento de Marx a todas luces apócrifo no convence a nadie. Sin embargo, los jurados burgueses una de las conquistas de la revolución de 1848 demuestran a la reacción que su acceso a la justicia no entraña ningún peligro serio para el sistema.

Prefieren condenar a los acusados antes que dejar al descubierto la infamia de los procedimientos usados por el gobierno prusiano. Después del fallo, la Liga de Londres se disuelve.

Ya no había posibilidad alguna de comunicarse con el continente, y en esas condiciones las asociaciones creadas con fines de propaganda carecían de futuro. Poco después también desaparece la sección de Willich. Así se cerró el primer período del movimiento obrero alemán. A mediados de 1850, en Baviera, Sajonia y Prusia, nuevas leyes reaccionarias prohibieron que las asociaciones se coaligasen entre sí. La Fraternidad Obrera debió disolverse. En 1854 el Bundestag (Dieta de la Confederación germánica) terminó de enterrarla al abolir definitivamente todas las asociaciones o fraternidades obreras que persiguieran fines políticos socialistas o comunistas, prohibiendo su reconstitución en el futuro. El principal promotor de esta ley de excepción fue el representante prusiano en la Dieta federal: Otto von Bismarck.

La hegemonía austríaca

Mediante el Pacto de Olmütz (1850) Austria, que entonces contaba con el apoyo del zar, obligó a Prusia a disolver la Unión restringida que había tormado en 1849 con varios estados alemanes. En las Conferencias de Dresde reunidas en 1850‑1851 con el propósito de reformar la Dieta federal quedó decidida la suerte inmediata de Alemania.

Prusia vengó la humillación de Olmütz oponiéndose al ingreso del Imperio Austríaco en la Confederación. La apoyaron los estados del sur, que se oponían también a la incorporación de húngaros y eslavos. Por lo tanto, se archivaron las reformas y se restableció la antigua Confederación presidida por Austria. El Bundestag restaurado señalaba a los reaccionarios de los estados alemanes el camino para liquidar las conquistas de marzo de 1848. En todas partes las viejas clases dominantes intentaron recuperar el terreno perdido. La abolición de los derechos fundamentales, votada por la Dieta Federal en agosto de 1851, convalidó el triunfo de la reacción.

En Prusia las fuerzas conservadoras los terratenientes feudales, la iglesia protestante y la burocracia apoyaron al gobierno reaccionario de Manteuffel.

Durante la década de 1850 a 1860 los nobles procuran restablecer la situación prerrevolucionaria, pero sólo consiguen acallar las protestas de la burguesía, frustrada políticamente por el bloque burocrático‑feudal que se había adueñado del poder. Gracias al sistema representativo de las tres clases nobleza feudal, nobleza burocrática y burguesía vigente en el Parlamento prusiano, las elecciones de mediados de 1849 tienen el resultado previsto por el ministerio Manteuffel: los conservadores pueden disponer de una mayoría segura, integrada por feudales y ministeriales, contra los burgueses de la Segunda Cámara. Además, en la nueva Cámara la izquierda se forma con los grupos que pertenecían a la extrema derecha en la Asamblea Nacional de 1848. Esto se irá acentuando cada vez más, hasta asumir un carácter decididamente reaccionario después de las elecciones de 1852 y 1855.

La expansión económica de Prusia

Austria logró restablecer la situación anterior a 1848 en el plano político, pero le fue imposible hacer lo mismo en el económico. Después de Olmütz Prusia quedó excluida de las grandes potencias y en Alemania ya nadie creyó en su misión nacional. Sin embargo, es en este período cuando comenzó a consolidar las poderosas bases de su prosperidad futura. Las tentativas de Austria y los estados centrales de impedir la renovación del Zollverein (Unión aduanera), que caducaba en 1854, se estrellaron contra los intereses generados por el pujante desarrollo económico de Prusia y de los estados unidos por el Zollverein. Impotente para dislocarlo, Austria intentó ingresar a la Unión Aduanera, pero también fracasó. Simultáneamente, el Zollverein se ampliaba con la entrada de Hannover, Oldemburg y otros estados menores de Alemania noroccidental, abarcando un territorio de 9.046 millas cuadradas con 35 millones de habitantes. El Zollverein y la extensión de las vías de comunicación habían favorecido la formación de un mercado común alemán. Las conquistas de la revolución industrial aunque algo tardías en Alemania permitieron la mecanización del trabajo. La acumulación y concentración de los capitales, el progreso de la agricultura, el desarrollo del sistema bancario, de las sociedades anónimas y de los trusts respaldaron la expansión industrial. El auge económico aceleró la aparición de nuevos grupos burgueses y el enriquecimiento de la alta burguesía, sectores que, por el momento, se consolaban fácilmente de su impotencia política con los beneficios producidos por el desarrollo industrial.

La hegemonía prusiana

La guerra de Crimea debilitó la posición de Austria, que, aliada de Francia e Inglaterra, no pudo, bloqueada por la reticencia de Prusia y los demás estados alemanes, movilizarse contra Rusia. Al mismo tiempo, la derrota de Rusia frenó la prepotencia feudal de los junkers (terratenientes nobles), que habían pretendido apoyar decididamente al zar a pesar de la oposición de la burocracia. La burguesía prusiana fue la más favorecida por la guerra de Crimea, pues la neutralidad de Prusia no impidió que sus grupos financieros ayudaran al Imperio Ruso.

Entretanto, la expansión económica prosiguió su acelerado avance. La industria algodonera recibió un gran impulso en Alemania meridional. En Sajonia se desarrollaron en proporciones sin precedentes casi todas las ramas de la industria metalúrgica y textil. Prusia se lanzó a la explotación minera y a la siderurgia. En diez años se duplicó la producción de carbón de Sajonia y aumentó tres veces en Renania y Westphalia. Consecuentemente con el incremento de la producción industrial, el tráfico se hizo más complejo y poderoso. Prosperó la navegación y se prolongaron las vías férreas. Alemania entró en una etapa de gran prosperidad. Sin embargo, la herencia feudal hacía sentir su peso. El fraccionamiento político trababa el desarrollo capitalista. Los diversos sistemas de medida, de moneda, de peso; las limitaciones sobre matrimonio y domicilio que regían en muchos estados y que impedían al capital disponer libremente del proletariado a raíz de su escasa movilidad; la falta de protección diplomática en el exterior, que dañaba sensiblemente la concurrencia alemana en el mercado mundial, y otras consecuencias del particularismo se convirtieron en barreras cada vez más insoportables para la bur guesía alemana, que había renunciado abiertamente a sus veleidades liberales a cambio del aumento constante de sus ganancias. La creciente tendencia a la acumulación le imponía la necesidad de lograr la unidad nacional.

Después de la gran crisis europea de 1857 se reunió en Gotha el congreso de los economistas alemanes portavoces del liberalismo económico según el modelo inglés. Como representantes y servidores de los intereses de la burguesía, su propósito era promover la unidad alemana, presentándola como una prioridad económica, reclamar la libertad de movimiento y de oficios y la rápida abolición de todas las trabas feudales y corporativas; en suma, combatir con energía el modo de producción feudal, que debía ser urgentemente superado, convencer a la pequeña burguesía y al proletariado acerca de los saludables efectos del modo de producción capitalista. El artesanado alemán apenas había alcanzado a recoger algunas sobras de la prosperidad económica cuando el vertiginoso desarrollo de la gran industria comenzó a resquebrajar sus bases. Para apuntalarla, Schulze ofrecía como ayuda bastante eficaz las asociaciones de crédito, anticipo y provisión de materias primas. Las pequeñas empresas carecían de un sistema crediticio adecuado, como el que le ofrecían las cooperativas de Schulze. Por ello éstas obtuvieron amplia difusión y prosperaron rápidamente. Si bien el sistema cooperativo descansaba sobre una utopía, logró dar un impulso efectivo a la causa de las asociaciones entre los estratos pequeño‑burgueses de manera inmediata e, indirectamente, también entre el proletariado. La burguesía, que en un principio vio con malos ojos los proyectos de Schulze, pronto comprendió que no eran peligrosos y en 1858 durante el congreso de los economistas lo consagró como el redentor de las clases trabajadoras.

Bismarck, canciller de Prusia

Desde 1858 el Principe Guillermo asumió la Regencia de Prusia por enfermedad de su hermano, Federico Guillermo IV.

El Regente distaba de ser un liberal, aunque tampoco era un reaccionarlo extremo. En pocas semanas despidió al gabinete Manteuffel y formó gobierno con los aristócratas aburguesados que habían tomado parte en el ministerio liberal de Camphausen, en 1848. Simultáneamente, las elecciones marcaron un retroceso conservador e Inauguraron una nueva era de promesas entre los grupos liberales y los elementos democráticos. En 1859 la guerra austro‑sarda (en la que Prusia permaneció neutral) tuvo el doble efecto de sobreexcitar el sentimiento nacional de las masas populares, sacudidas por la empresa italiana, y hacer evidente la impotencia de la Confederación Germánica bajo la égida imperial de los Habsburgo. En ella todavía confiaban los grandes alemanes para dirigir la unificación de Alemania, aunque de hecho con su actitud favorecían el particularismo. Pero para los pequeños alemanes sólo la dinastía Hohenzollern sería capaz de culminar con éxito la tarea de la unidad nacional.

Un grupo de liberales reunidos en Eisenach decidió la creación del Nationalverein (Asociación Nacional), destinada a promover la unión alemana. Su programa preconizaba la creación de un Estado Federal alemán sobre la base de la Constitución prusiana de 1849 y contaba con el apoyo de los pequeños alemanes. En las filas de la Asociación Nacional que no era un movimiento de masas predominaban los burgueses comerciantes e industriales librecambistas y algunos intelectuales que se dedicaron a preparar la opinión pública con el objeto de promover la organización federal de una Alemania unida bajo la dirección de Prusia. El movimiento era resistido por las antiguas clases reaccionarias prusianas, que se oponían a la unidad para no someterse al constitucionalismo liberal. No obstante, entre ellas comenzaba a operar un sector político representado por Bismarck, que coincidía con los liberales en cuanto a la necesidad de la unificación. Ese grupo aún no había logrado obtener que la monarquía, y mucho menos los Junkers, apoyaran sus planes. Pero la oportunidad no tardaría en presentarse.

El regente y su ministro de guerra, von Roon, proponen al parlamento su proyecto de reforma militar: Incorporación de la totalidad del contingente anual, aumento del número de los regimientos y extensión del servicio militar a tres años. La mayoría liberal del parlamento se niega a votar una reforma que resulta costosa, aunque termina renovando los créditos acordados provisoriamente en 1859.

En 1861 muere el rey, que estaba loco, y asciende al trono el regente, Guillermo I, quien inaugura su reinado con una amnistía poco generosa y muy limitada. Sin embargo, hace posible el regreso de varios viejos luchadores de la revolución de 1848. A ellos se unen algunos diputados liberales, que consideraban ridícula y sin destino la política poco definida de la mayoría, con el fin de fundar el Partido Progresista. En junio publican el programa, ceñido a los principios del liberalismo burgués y carente de reivindicaciones democráticas tales como el sufragio universal y la libertad de asociación y de prensa. Se limitaban a reclamar la sólida unificación de Alemania bajo un poder centralizado, la reforma de la Cámara Alta y la responsabilidad ministerial, limitando la omnipotencia burocrática. Convertidos en la Izquierda del partido liberal, contaron con el apoyo de la pequeña y mediana burguesía y su influencia creció con las elecciones de diciembre de 1861 y marzo de 1862. En el Landtag (Cámara Unida) se opusieron a la reforma militar y se negaron a renovar los créditos.

El ministerio terminó dividiéndose ante la situación planteada por la tenaz resistencia de la Cámara y el rey pensó en abdicar ante la imposibilidad de encontrar una salida a la crisis institucional. Finalmente llamó al embajador prusiano en París, von Bismarck, quien se hizo cargo del ministerio resuelto a gobernar aunque el Landtag no aprobara el presupuesto y a imponer la reforma del ejército, que él estimaba imprescindible para concretar la unificación alemana a costa de Austria. Contrarrestar la influencia de Viena en los estados del sur y eliminarla, como elemento activo, de la política alemana si se resistía fue su primer objetivo.

El proletariado alemán hacia 1860

A raíz del acelerado avance de la industria alemana, desde mediados del siglo XIX se produjeron notables cambios en la clase obrera, aunque en líneas generales siguió predominando, numéricamente, el proletariado rural sobre el industrial. En Prusia, mientras 3.500.000 habitantes en edad activa se dedicaban a la agricultura, sólo 750.000 trabajaban en las fábricas. También seguía siendo importante el número de artesanos en los estados alemanes de Prusia (donde había más de un millón), Sajonia, Electorado de Hesse, Baviera, Württemberg y Baden. Los artesanos sumaban en total más de 2.000.000, mientras los obreros de las fábricas no alcanzaban a 1.500.000. En realidad, una considerable masa de los llamados artesanos estaba constituida por trabajadores domiciliados explotados por capitalistas. Casi en todas partes los artesanos superaban a los obreros industriales y, a su vez, ambos grupos eran superados por los campesinos, excepto en Sajonia y en el distrito prusiano de Düsseldorf, donde el sector industrial crecía a la manera de un importante núcleo urbano centralizado que se expandía sobre la zona rural. El artesanado, acosado por la gran industria que revolucionaba todas las relaciones de producción y de cambio, tenía conciencia de que su hora había llegado y sentía que la tierra se movía bajo sus pies. Entre las filas de la pequeña burguesía mercantil y artesana la bancarrota se convirtió en un fenómeno casi permanente. Incapaz de desprenderse del dominio de la burguesía, cuyas convulsas oscilaciones no le daban un momento de quietud, esta clase siguió una política contradictoria respecto de su propia situación social. Mientras algunos artesanos se aferraban al perimido corporativismo protegidos por los reaccionarios del arte del Elba (los junkers y el clero que se encargaba de bendecirlos), otros seguían esperanzados el programa cooperativo de Schulze. Su propaganda había prendido rápidamente al principio de la década y de modo particular entre los artesanos y pequeños comerciantes que habían prosperado a la sombra de la gran industria, cuando ésta se encontraba en la primera fase de su desarrollo. En algunos casos, aislados y excepcionales, las asociaciones para el crédito y el suministro de materia prima fundadas por Schulze permitieron a las pequeñas empresas expandirse hasta la escala de fábrica. Pero, para el conjunto de la clase, sólo significaban una prolongación de su agonía. Estas cooperativas carecían de todo principio social reformador. Eran simples paliativos capitalistas que apenas se ampliaban caían bajo los dictados de la especulación, a pesar de todas las advertencias de Schulze. Sin embargo, gran parte de la pequeña burguesía creía en esta solución y seguía al Partido Progresista, que la enarbolaba como su bandera.

Por su parte, los oficiales artesanos se iban acercando cada vez más al proletariado en tanto se reducían sus perspectivas de independencia económica futura. Muchos se nuclearon en las asociaciones católicas para jóvenes artesanos, muy difundidas en la Alemania Meridional y Occidental. Pero estas piadosas alternativas no podían conformar al proletariado industrial, cuyos sufrimientos se hacían verdaderamente insoportables.

En Renania, la cámara de comercio de Aquisgrán organismo oficial que agrupaba a los industriales definía la situación de los obreros de su distrito sencillamente como desesperada. El testimonio de un alto funcionario estatal destacaba que en las hilanderías de Elberfeld, en un ambiente angustioso, privado de aire puro y con un ruido infernal, los obreros, pálidos y delgados, que no disponían de la más pequeña pausa para alimentarse, llevaban un jarro de lata atado al cuello del que sacaban algún bocado de vez en cuando, sin abandonar su labor. La explotación de las mujeres y los niños asumía proporciones gigantescas. Con cínica sinceridad, los informes de la cámara de comercio renana elevaban su protesta documentada contra la obligación escolar que impedía disfrutar a la joven generación. De hecho, la instrucción escolar obligatoria de tres horas para los muchachos ocupados en las fábricas, sancionada por la Ley de Fábricas de 1853, quedó en los papeles.

Pero el ministerio Bismarck se afanó por sacar del camino todos los obstáculos que se oponían al desarrollo capitalista. Inició su acción de reforma social y de salvación del estado liquidando las débiles huellas de control estatal que pesaban sobre las fábricas desde el gobierno precedente. A diferencia del proletariado inglés de veinte años, la clase obrera alemana de la década de 1860 no sólo estaba sofocada por las leyes políticas antidemocráticas sino también por los restos de la sociedad feudal. Las pocas localidades industriales, distribuidas en un vasto territorio, contribuían a su dispersión.

Cuando el proletariado industrial comenzó a estrechar sus filas lo hizo con diversos grados de conciencia de clase. En cierto modo era la vanguardia de todo el proletariado alemán y, si sus primeras líneas podían avanzar hasta el lugar preciso en que se libraba la lucha, las masas que lo seguían recién habían emergido de las rigideces feudales y corporativas.

En la Renania la conciencia de clase había llegado a su punto más alto en el proletariado del distrito industrial de la Marca, donde aún sobrevivía, vigorosamente, la tradición de la revolución de 1848. Entre los obreros todavía activaban algunos jefes de la insurrección popular de mayo de 1849. En Alemania oriental la reacción había sofocado toda tradición revolucionaria. Bajo la máscara de un inocuo sistema de cooperativas y círculos culturales se perpetuaban en Hamburgo las débiles huellas de las antiguas organizaciones obreras. Tanto ahí como en Leipzig (Sajonia) los obreros y jóvenes artesanos aún se nutrían con los escritos de Weitling. Pero, en el marco de una situación completamente diferente, ni los recuerdos de la revolución de marzo y menos los del comunismo igualitario de Weitling podían servir de consigna para un movimiento obrero de masas. Se necesitaba otra levadura para movilizar políticamente a los obreros: la burguesía sería la encargada de suministrarla.

A través de sus asociaciones obreras de cultura el Partido Progresista comenzó a ejercer un patronato benévolo sobre los obreros, a quienes pretendía usar políticamente para sus propios fines. Pero independientemente de las intenciones de la burguesía progresista, las asociaciones de cultura ofrecieron al proletariado la oportunidad de organizarse en momentos en que la legislación reaccionaria de la Confederación Germánica hacía extraordinariamente difícil su nucleamiento en asociaciones de tipo político y sindical. Los obreros tomaron de ellas sólo lo que les convenía hasta que abandonaron definitivamente la tutela del Partido Progresista, que falló en sus pretensiones de organizar al proletariado como fuerza auxiliar política activa, al no luchar al mismo tiempo por sus reivindicaciones mínimas.

El movimiento obrero independiente

Las asociaciones de cultura enviaron algunos delegados a la Exposición de Londres de 1862.

Estos, a su regreso, comunicaron sus observaciones y experiencias a sus compañeros de Berlín. Estimulados por el ejemplo del movimiento obrero de Francia e Inglaterra, plantearon la necesidad de convocar con urgencia un Congreso en Leipzig que reuniese al conjunto del proletariado alemán. Precisamente en Leipzig ya estaba dando sus primeros pasos el movimiento obrero independizado de los partidos burgueses. En 1861 se había fundado una asociación obrera que renunció a la actividad educativa para dedicarse exclusivamente a la agitación y a la propaganda en torno a los problemas que aquejaban a los obreros. De una asamblea convocada para discutir las cuestiones sociales y políticas que los afectaban surgió un comité encargado de reunir un Congreso general de obreros de toda Alemania. A este comité se ligaron los delegados de Berlín empeñados en el mismo propósito.

En Leipzig se centralizó la propaganda del futuro congreso. Se invitó a los obreros a formar comités locales y a elegir sus representantes ante el mismo. También publicaron escritos programáticos, entre otros el Programa Obrero de Ferdinand Lasalle.

La Asociación General de Obreros Alemanes

Lassalle era un abogado de Ilustración poco común, el arquetipo de político romántico dotado de extraordinarias capacidades de propagandista y agitador. Orador elocuente, arrebataba a las masas con sus discursos. Poseía una asombrosa capacidad de trabajo y gran tenacidad. Durante diez años se había dedicado a apoyar las demandas de la condesa de Hatzfeldt ante treinta y seis tribunales alemanes en el proceso que ésta le siguiera a su esposo, el conde de Hatzfeldt, por haberla abandonado y desheredado. Esta empresa, que lo forzó a estudiar Derecho, no le impidió conspirar ni participar en el movimiento revolucionario de 1848. En esa época conoció a Marx. Lassalle se interesaba por las teorías socialistas desde su estada en París, donde había residido por algún tiempo, Alrededor de 1860 proyectó fundar en Prusia un gran periódico democrático con la colaboración de Marx y Engels, a quienes invitó a unirse con él en Berlín. Aprovechando la amnistía que Guillermo I había concedido con motivo de su ascenso al trono, Marx marchó a Berlín en abril de 1861 y se hospedó durante doce días en casa de Lassalle. Pero éste no pudo convencerlo de que asumiera la dirección del periódico que proyectaba. Varias circunstancias lo impidieron; es probable que Marx no estuviera conforme con la orientación que Lassalle pensaba darle. A pesar de la simpatía que en un principio sintió por su joven compatriota, nunca logró éste inspirarle mucha confianza como político socialista; lo consideraba versátil y excesivamente emocional. Más tarde las diferencias teóricas ampliarían la brecha que existía entre ambos.

Los miembros del comité de Leipzig, que acogieron entusiasmados su Programa Obrero, comenzaron a interesarse en la persona de Lassalle, a quien veían como un dirigente capaz de aglutinar las diversas tendencias políticas de la clase obrera alemana de manera dinámica y eficaz. Consideraban que el proletariado necesitaba una figura tutelar, con autoridad suficiente para conducirlo en sus primeras batallas de la lucha de clases. Los líderes obreros del comité de Leipzig el zapatero Vahlteich, el cigarrero Fritzsche y Dammer le ofrecieron la dirección del movimiento con estas palabras:

Nosotros tres nos ocupamos de este asunto como miembros del comité y no encontramos en Alemania hombre más cabal que usted para dirigir movimiento tan importante y emprender tarea tan dificultosa y que al propio tiempo nos merezca absoluta confianza.

En otra parte, en que insistían ante Lassalle para que éste aceptara encabezar el movimiento, Dammer escribía:

La fundación de una federación obrera es idea que está en la mente de todos; cuente usted con más de 30.000 afiliados.

Lassalle aceptó y respondió con la Carta Abierta que el Comité de Leipzig adoptaría en marzo de 1863 como manifiesto del movimiento obrero alemán.

En ella señalaba la incapacidad del Partido Progresista para satisfacer las demandas obreras, y, por lo tanto, la necesidad de que el proletariado constituyera un partido político independiente que luchara por el sufragio universal. Para Lassalle los obreros se hallaban condenados a percibir salarios mínimos cuyo nivel tendía siempre a no superar lo necesario para subsistir, pues estaban determinados por la férrea ley económica de la oferta y la demanda. Esta sólo podía abolirse si cada obrero se transformaba en propietario de los medios de producción. Sólo entonces el salario sería la justa compensación de su trabajo. Para lograr este objetivo los obreros debían organizarse en asociaciones de empresarios libres y así terminar con las ganancias de la burguesía. La ayuda del estado era imprescindible para el funcionamiento de estas asociaciones. Los obreros podrían obligar al estado a cumplir este deber si conseguían el sufragio universal y directo. De ahí que esto último se convirtiera en el objetivo primordial, no sólo político sino también social; de la acción proletaria, la cual sería efectiva nucleándose en una asociación general que reuniera a todo el proletariado alemán y fuese capaz de llevar a cabo una agitación constante, por medios legales y pacíficos, en todos los estados alemanes.

Lassalle estimaba que el sufragio universal era el único medio que habría de permitir al proletariado alcanzar el poder político y así satisfacer sus intereses de clase. Sus tácticas equivocadas fueron en gran medida la consecuencia del error de apreciación que cometió al sobrevalorar el sufragio universal y creer que el éxito llegaría en muy poco tiempo. Sus desviaciones teóricas, que tanto influyeron en el movimiento obrero alemán, aun después de su muerte, fueron objeto de duras críticas por parte de Marx.

En su obra teórica Lassalle se apoyaba en el idealismo de Hegel, mechado con algunas ideas reformistas del economista malthusiano Rodbertus y del Marx anterior a El Capital. Murió antes que éste viera la luz y estaba lejos de arribar por sí mismo a la teoría de la plusvalía, clave fundamental de toda la teoría de Marx.

Lassalle partía de la concepción hegeliana del estado, al suponerlo divorciado de la sociedad civil, en lugar de entenderlo como el aparato represivo de la ciase dominante encargado de reproducir las relaciones de producción existentes. En cuanto a la trascendencia que le asignaba al sufragio universal como arma básica del proletariado para acceder al poder, sus estimaciones se apoyaban en un cálculo erróneo sobre la importancia numérica del proletariado alemán. Por entonces este se reducía a una limitada proporción del conjunto de las clases desposeídas, mientras que los sectores mayoritarios de estas campesinos y pequeña burguesía se mostraban hostiles o, en el mejor de los casos, ajenos a las luchas obreras. A pesar de sus múltiples errores teóricos y prácticos, las ideas de Lassalle sacudieron a las masas, que se sentían interpretadas por su programa. El aspecto positivo de su labor agitativa radica en el haber conducido la organización obrera como una falange compacta, adiestrada para llevar la lucha de clases al campo político.

Al aceptar su Carta, el comité de Leipzig se pronunció por la constitución de una gran asociación obrera y comenzó a trabajar en tal sentido. Paulatinamente fue obteniendo el apoyo de los obreros de diversas localidades industriales. A fines de abril de 1863, Vahlteich y Dammer pudieron anunciar que

en asambleas obreras tenidas en Leipzig, Hamburgo, Düsseldorf, Solingen y Colonia se ha acordado fundar una Asociación general de trabajadores alemanes, inspirada en los principios expuestos por Lassalle en su Carta Abierta.

Se realizaron innumerables mitines y actos de propaganda en algunos Lassalle llegaría a hablar durante cuatro horas, donde menudearon los incidentes provocados por los sectores burgueses del Partido Progresista, que no renunciaban a ejercer su acostumbrada hegemonía sobre la clase obrera, y por los agentes del gobierno prusiano, que intentaba atraerla en su lucha contra la burguesía. Esta acusaba a Lassalle y a sus partidarios de ser un simple instrumento vendido a la reacción. El 23 de mayo de 1863, doce delegados representantes de los obreros de once ciudades, reunidos en el Pantheum de Leipzig, fundaron la Asociación General de Obreros Alemanes. Los estatutos de la nueva organización, redactados por el mismo Lassalle que fue elegido presidente, disponían que al principio el presidente tuviera un mandato de cinco años, ejercido con poderes dictatoriales. La disposición vigente en la mayoría de los estados alemanes, que prohibía las relaciones entre las asociaciones políticas y las obreros, tendía a favorecer una rígida centralización. Entretanto el Partido Progresista, que no se resignaba a perder su cohorte obrera, trató de estrechar sus contactos con las sociedades de cultura que aún le pertenecían fieles. Fruto de esta tentativa fue la reunión de un congreso en Francfort, en junio de 1863, donde se fundó la Liga de las Asociaciones Obreras de Cultura. El tornero Augusto Bebel fue uno de sus miembros más activos.

Lassalle y Bismarck

Cuando Bismarck se hizo cargo del gobierno carecía de mayoría parlamentaria. La fama de reaccionario empedernido del junker descendiente de la antigua casa de Brandeburgo alimentaba el recelo de los liberales y los progresistas y la franca hostilidad de la clase obrera. Bismarck, poco a poco, fue consolidando, con su astucia de hábil diplomático, su posición. Maniobró con los grupos y partidos incluso con sus opositores más obstinados, de acuerdo con sus conveniencias del momento y en beneficio de la política hegemónica y expansionista de Prusia. Hacia este objetivo orientó su táctica y supo sacar provecho de los conflictos exteriores que se presentaron o que ayudó a provocar hasta concretar la unidad alemana, consagrada en 1871 bajo la dirección prusiana.

Impidió con éxito que Austria reformara la Confederación y la obligó a intervenir como aliada de Prusia en el conflicto con Dinamarca, a propósito de los ducados y formó al norte del río Meno, la Confederación Alemana del Norte, en la que entraron de hecho Baviera, Württenberg y Baden. Austria fue separada de la Confederación Alemana y Bismarck procedió a la anexión de los ducados de Hannover, Hesse‑Cassel, Nassau y de la ciudad libre de Francfort. A los estados del sur se les garantizó una posición internacional independiente, pero poco después firmaron con Prusia alianzas defensivas con el fin de desalentar las pretensiones territoriales de Napoleón III.

Interesado en formar un partido socialista de masas, Lassalle aspiraba a que la fuerza obrera mantuviera una política independiente, por encima de la oposición entre los Junkers y la burguesía. En sus discursos atacaba la Constitución de 1849, defendida por la burguesía, afirmando que era una utopía reaccionaria. Así favorecía indirectamente la política de Bismarck, quien de inmediato advirtió la posibilidad de concertar una alianza con Lassalle para combatir a los progresistas. El 11 de mayo de 1863 el canciller escribió al líder socialista pidiéndole que fuera a verle para examinar la situación de la clase obrera.

Lassalle, que se oponía tenazmente a los liberales de izquierda, no tuvo escrúpulos en entrevistarlo y mantener correspondencia con Bismarck hasta febrero de 1864, insistiendo ante el canciller para que transformara la monarquía de las castas privilegiadas en una monarquía social y revolucionaria del pueblo.

Durante el conflicto con Dinamarca, Lassalle una vez más contra los progresistas se mostró partidario de la política anexionista de Prusia respecto a los ducados de Schleswig‑Holstein. Un telegrama que le enviara a Bismarck atacando a sus enemigos políticos fue dado a publicidad por la prensa progresistas enajenándole el apoyo de algunos socialistas, como Liebknecht, que sospechaban de la peligrosa táctica de Lassalle. La burguesía liberal y progresista no desperdició la oportunidad para arreciar sus ataques contra Lassalle a quien acusaban de haber concertado una alianza con el gobierno reaccionario de Prusia. Desataron entonces una campaña violentísima contra el líder de la Asociación de Trabajadores. Acudían a las asambleas y reuniones de los obreros, donde provocaban disturbios encendidos. En Berlín, los obreros que se mantenían fieles al Partido Progresista le demostraron abiertamente su hostilidad.

Conflictos y lucha de tendencias

A un año de su fundación, la Asociación General de Obreros Alemanes (A.G.O.A.) contaba con 4600 miembros. Por el momento, los 30.000 afiliados prometidos a Lassalle por el comité de Leipzig habían quedado en el reino de las utopías. Pero lentamente, en sus comienzos, la Asociación se iba extendiendo a pie firme por los distritos industriales.

Más de la mitad de los inscriptos eran de Renania, especialmente de Elbelfeld‑Barmen, y pertenecían a los talleres rurales de la industria textil tradicional de Wuppertal. Splingen era el núcleo más activo del movimiento renano. La representación de Sajonia no estaba acorde con su importancia industrial. Es que el radicalismo burgués aún gozaba de predicamento entre las capas más evolucionadas del proletariado sajón. En Alemania meridional la agitación socialista no obtuvo mucho éxito a raíz de su origen prusiano y del fuerte predominio que aún ejercía la pequeña burguesía radical entre los sectores revolucionarios de Maguncia, Francfort y Baden‑Palatinado.

La desmoralización cundía entre los líderes obreros. Algunos se quejaban de la dictadura de Lassalle, quien mantuvo un conflicto con Vahlteich, entonces secretario de la A.G.O.A. Gravemente enfermo, Lassalle dejó la presidencia en manos del vicepresidente Dammer el 27 de agosto de 1864, y marchó a Suiza, donde pocos días después encontró la muerte en un duelo. Después de su muerte se agravaron los conflictos y salieron a luz las dificultades organizativas que aquejaban a la Asociación. Para cumplir su testamento eligieron presidente a Bernhard Becker, hombre de escasa capacidad y ninguna energía para función de tanta responsabilidad, y expulsaron a Vahlteich. Al mismo tiempo la condesa Hatzfeldt se presentó como la única intérprete fiel de las ideas de su ex amigo y pretendió convertir al movimiento obrero en una secta religiosa apegada a la letra de los documentos programáticos de Lassalle. Si bien proporcionó ayuda financiera, su influencia y sus pretensiones directivas en el movimiento fueron realmente nefastas.

El abogado Schweitzer, que Lassalle incorporara a la Asociación poco antes de su muerte, chocó repetidas veces con Becker y la Condesa, cuyas maniobras intentó neutralizar, y fue bosquejando una política independiente de las decisiones oficiales del movimiento a través de las páginas del periódico que había fundado, el Social‑Demokrat, como órgano de la Asociación a fines de 1864. Abandonó la táctica de Lassalle, que propiciaba la alianza con el gobierno contra la burguesía liberal, pero sin dejar de subrayar enérgicamente que el partido obrero debía sostener una línea independiente respecto a la burguesía y a los junkers y debía mantenerse vigilante, a la espera de cualquier escisión entre las clases dominantes que pudiera redundar a su favor. En un principio incorporó a Liebkcnecht a la redacción del periódico, que contaba con las colaboraciones de Moisés Hess, Herwegh y otras figuras destacadas que habían pertenecido a la Liga de los Comunistas, y buscó aproximarse a Marx y Engels, quienes aceptaron colaborar en el Socialdemócrata después que Liebknecht les hubo asegurado que podían confiar en la lealtad de Schweitzer a los principios socialistas. Sin embargo, muy pronto discreparon con la orientación que este imprimía al periódico y le pidieron repetidamente que tratase al partido feudal absolutista por lo menos con la misma dureza con que trataba a los progresistas. Los antagonismos se agudizaron a raíz de una serie de cinco artículos que Schweitzer publicó con su firma acerca del gabinete Bismarck, en los cuales describía con tal elocuencia la peligrosa pujanza de la política prusiana que parecía más bien ensalzarla que condenarla. La ruptura se produjo cuando Marx, en su carta del 13 de febrero de 1865, criticó la conducción táctica de Schweitzer, advirtiéndole:

Está fuera de toda duda que la infortunada ilusión de Lassalle concerniente a la intervención socialista en un gobierno prusiano terminará en un chasco. La lógica de las cosas dirá su palabra. Pero el honor del partido obrero exige que rechace cuadros fantasistas de esta clase aun antes de que la experiencia demuestre su vaciedad. La clase obrera es revolucionaria o no es nada.

En su respuesta Schweitzer reconoció que atendería de buen grado cuantos consejos teóricos Marx creyese oportuno darle, pero que, para juzgar acertadamente acerca de los problemas prácticos que planteaba la actuación del momento, era necesario estar en el foco del movimiento y conocer de cerca la realidad. Y es innegable que Schweitzer la conocía e interpretaba los sentimientos y aspiraciones de las masas obreras alemanas, cuyo bajo nivel de conciencia los llevaba a respaldar las frecuentes actitudes oportunistas de sus dirigentes.

Pero las disensiones intestinas no impidieron que la Asociación siguiera su marcha ascendente. A fines de 1865 ya tenía cerca de 10.000 inscriptos.

La Confederación Alemana del Norte

Cuando a principios de 1866 se agriaron las relaciones entre Austria y Prusia a raíz del problema de los ducados de Schleswig‑Holstein, que gobernaban conjuntamente desde 1864, Bismarck planteó en el Bundestag la cuestión de la reforma de la Confederación proponiendo convocar una Asamblea, elegida mediante el sufragio universal de todos los estados, para tratar los proyectos reformadores. Por supuesto, su moción indignó a Austria, que se negó a discutirla.

La guerra se hizo entonces inevitable. Bismarck, que no estaba seguro de atraer a la burguesía en apoyo del conflicto, podía arriesgarse a darle voto al proletariado porque contaba con la unanimidad de los campesinos del este del Elba, los cuales carecían de toda conciencia política. Por esa época arreciaron las intrigas de la condesa de Hatzfeldt, quien veía en la reforma propuesta por Bismarck la coronación del programa de unidad nacional que alentara Lassalle. Sus intentos demagógicos buscaban convertir a la A.G.O.A. en un instrumento del canciller.

Entre la burguesía también reinaba la confusión. Los liberales de la Sociedad Nacional condenaron con firmeza la reforma de Bismarck. Junto con la Sociedad Nacional y el Partido Progresista, aunque diferenciándose netamente de ambos, actuaba entonces un tercer grupo: el Partido Popular Alemán, que contaba con el apoyo de los sectores burgueses radicales de los estados del sur. Militaban en él elementos sumamente heterogéneos: demócratas pequeñoburgueses, republicanos provinciales de Francfort, la mayor parte particularistas. De ahí que no llegaran a ningún acuerdo frente a la cuestión nacional. También se hallaban divididos respecto a la cuestión social: algunos sectores representaban a la burguesía financiera, otros propiciaban un acercamiento al movimiento obrero.

Desde el Socialdemócrata Schweitzer afirmaba que la única posibilidad de alcanzar la libertad provenía de la revolución y que ésta sólo podía surgir de la guerra entre Austria y Prusia, por tal razón, decía, se negaba a unir su voz al coro pacifista de la burguesía. Aceptaba el sufragio universal prometido por Bismarck porque los obreros se servirán del arma que les dan como ellos quieren y recomendaba la mayor agitación posible en torno al sufragio. La situación creada después de la guerra austro-prusiana auguraba un equilibrio precario. La línea del Meno resultaba artificial frente a la comunidad de intereses económicos consagrados por el Zollverein. La serie de pactos defensivos secretos entre Prusia y los estados del sur eran tan solo el preludio del conflicto que se estaba gestando con el ávido y burlado Bonaparte, quien nada había conseguido de la guerra entre ambas potencias alemanas.

La burguesía industrial prusiana comenzó a impacientarse: deseaba y necesitaba que se acelerase el proceso de unificación nacional. El Partido Progresista se dividió y una de sus fracciones, liderada por Rudolph von Bennigsen, se convirtió en el partido Nacional liberal. Representaba los intereses de la industria pesada y pasó a ser el apoyo más firme de Bismarck, a quien la alta burguesía había confiado el poder político que todavía era incapaz de ejercer. Su programa imperialista aspiraba a la expansión de Prusia. También del viejo tronco feudal se desprendió una rama, el Partido Liberal Conservador, que comprendía que sin concesiones liberales a la burguesía industrial la hegemonía prusiana tan ansiada por los junkers era un sueño inalcanzable.

La A.G.O.A., que por boca de Schweitzer, aceptaba la nueva realidad creada por la guerra y se disponía a actuar dentro de los reducidos márgenes de legalidad que le permitía la Confederación Alemana del Norte, realizó congresos en Hamburgo, Barmen y Leipzig en apoyo del sufragio universal.

Entretanto, los socialistas de Sajonia, encabezados por Liebknecht y Bebel, acercándose una vez más a la burguesía movidos por el recelo que les inspiraba Prusia, habían fundado el Partido Popular Sajón como una rama del partido Popular Alemán. Aceptaban el voto, pero se disponían a combatir a la Confederacíón del Norte, a la cual consideraban reaccionaria. En este punto se apartaban totalmente del análisis que Engels hiciera de la situación en su carta a Marx del 25 de julio de 1866:

los asuntos de Alemania me parecen bastante simples ahora. Desde el momento en que Bismarck llevó a cabo el proyecto de la burguesía [&] las cosas han tomado en Alemania este rumbo en forma tan decisiva que nosotros, como cualquier otro, debemos reconocer el hecho consumado, nos guste o no [&] El lado bueno del asunto es que simplifica la situación: hace más fácil una revolución al terminar con las pendencias entre las pequeñas capitales y acelerará, en todo caso, el desarrollo. Después de todo, un Parlamento Alemán es algo muy diferente de una Cámara Prusiana [&] Por consiguiente, en mi opinión, todo lo que podemos hacer es aceptar simplemente el hecho, sin justificarlo, y utilizar todo lo que podamos las mayores facilidades de organización y unificación nacionales del proletariado alemán, que de todos modos se ofrecerán ahora.

Los primeros socialistas en el Reichstag

En el congreso de la A.G.O.A., reunido en Erfurt a fines de 1866 para discutir y elaborar el programa electoral, la condesa de Hatzfeldt presentó un proyecto netamente inspirado en el ideario nacional liberal, aunque recubierto con las palabras de Lassalle. De acuerdo con su táctica oportunista, Schweitzer prefirió aceptarlo para evitar la división en vísperas de las elecciones. Sin embargo, no pudo impedirla porque la condesa muy contrariada por no haber conseguido imponer en la presidencia de la Asociación a uno de sus partidarios logró a los pocos meses que éstos fundaran la Asociación Lassalleana de Obreros Alemanes, con Frösterling como presidente. En abril de 1867 el parlamento constituyente aprobó la nueva Constitución de la Confederación Alemana del Norte: esta constitución creaba un Bundesrat (Consejo Federal) y un Reichstag los tres partidos socialistas se presentaron separados. Acometieron la lucha electoral sin medios financieros y desgarrados por los conflictos ideológicos y los entredichos personales. Pero la clase obrera superó a sus jefes en conciencia y disciplina y gracias a su entusiasmo el socialismo alemán obtuvo su primera victoria electoral: llevó siete diputados al parlamento. La A.G.O.A. sacó dos bancas (una de ellas para Schweitzer, que había batido al mismo Bismarck en el distrito de Elberfeld), el Partido Popular Sajón cuatro (entre ellas una para Liebknecht y otra para Babel) y la fracción de la condesa una, que ocupó Frösterling.

Entretanto, el Partido Popular Sajón realizó un congreso en Gera, donde los representantes obreros de las sociedades de cultura privaron sobre los burgueses. Ellos eligieron a Babel presidente del partido. En Berlín la asamblea de la A.G.O.A. eligió presidente a Schweitzer.

Acción de los sindicatos

Alemania atravesaba un período de gran prosperidad económica y en muchas partes el proletariado, ya organizado políticamente, comenzaba a mostrarse exigente. En 1865 habían estallado innumerables huelgas, sobre todo en Hamburgo y en Leipzig. Hacia 1868 los obreros de Berlín, agrupados en sindicatos por oficios, llevaron a cabo una enérgica agitación. Los tipógrafos y los obreros del tabaco obtuvieron grandes éxitos. En Sajonia, Bebel había organizado una importante huelga de tipógrafos, quienes por su combatividad se pusieron a la cabeza del movimiento obrero de toda Alemania. Schweitzer señalaba, en el Socialdemócrata que la acción del proletariado no podía reducirse a la lucha económica de los sindicatos, aunque reconocía que ella era positiva en la medida que desarrollaba la conciencia de clase. En todo caso debía existir una conexión sumamente estrecha entre la agitación económica y la lucha política. En la asamblea de Hamburgo (1868) la A.G.O.A. asumió una posición favorable a los sindicatos, pero estableciendo que las tareas de su organización no incumbían a la Asociación.

Poco después se reunió en Nuremberg un congreso del Partido Popular Sajón. Asistieron delegados de la A.G.O.A., de Austria y Suiza. Bebel y Liebknecht, que tenían la intención de convertirlo eh una sección de la Internacional, presentaron un programa netamente proletario, cuyos puntos principales repetían los estatutos de la A.I.T. y que fue calurosamente apoyado por la mayoría de los delegados. Los sectores burgueses se retiraron indignados y proyectando fundar una nueva asociación obrera. En esos momentos ambos grupos socialistas coincidían en dos puntos fundamentales: su adhesión a la Internacional y a la práctica sindical. Sin embargo, Schweitzer, abusando de sus poderes dictatoriales, se negó a la fusión de las dos organizaciones. Sólo estaba dispuesto a aceptarla si los miembros del Partido Popular Sajón ingresaban a la A.G.O.A., que no estaba dispuesta a cambiar la rígida organización que le diera Lassalle por un vago confusionismo.

El Demokratisches Wochenblatt (Semanario Democrático), que Liebknecht publicaba en Leipzig como órgano del P.S.P. desde los primeros meses de 1868, acusó a Schweitzer de traición al socialismo y a la democracia, afirmando que su política se oponía a los principios de Marx.

Aunque la brecha abierta entre ambas fracciones parecía insuperable, el movimiento sindical aún se ofrecía como el único campo donde podrían llevar a cabo una acción conjunta. Pero los socialistas del P.P.S. se negaron a enviar delegados al congreso sindical que Schweitzer y Fritzsche convocaron en Berlín para setiembre de 1868. Asistieron 206 delegados representando a 142.000 obreros de 110 localidades y se fundaron diez sindicatos, agrupados en una Liga cuya presidencia recayó en Schweitzer, Fritsche y Klein. Se adoptó al Socialdemócrata como órgano de la Liga.

Mientras la condesa rechazaba la acción sindical en aras de la ortodoxia lasssalleana los progresistas se dieron a la tarea de fundar asociaciones sindicales bajo el lema de la conciliación de clases y la armonía de Intereses entre el capital y el trabajo.

Bebel y Liebknecht pidieron una asamblea general de todos los obreros de Alemania, encaminada a aglutinar las tres fracciones sindicales, y Schweitzer reiteró su argumento: la unión debía plantearse sobre la base del ingreso de la Liga del P.P.S. a la Liga que él presidía. De tal modo, el movimiento sindical prolongó el fraccionamiento que afectaba al movimiento político de los trabajadores alemanes.

El Congreso de Eisenach

En el movimiento obrero de Alemania meridional crecía la influencia de Bebel y Liebknecht en la misma proporción en que disminuía el entusiasmo por Schweitzer. El Semanario Democrático lo acusaba de sabotear sistemáticamente desde 1864 la organización de un verdadero partido obrero, haciendo fracasar todos los esfuerzos orientados a lograr la unidad partidaria por seguir el juego al cesarismo de Bismarck.

En la asamblea general de la A.G.O.A., reunida en Elberfeld en marzo de 1869, Liebknecht y Bebel repitieron su acusación contra Schweitzer, pero no tuvieron éxito porque éste conservaba la confianza de la mayoría de los delegados presentes, aunque ya había perdido la unanimidad. Durante la asamblea de la liga de Sindicatos, en Kessel, Bebel se pronunció nuevamente por el acuerdo de las distintas tendencias, que Schweitzer volvió a rechazar, para lanzar al mes siguiente un manifiesto conjunto con ex partidarios de la fracción de la condesa en el que proponía la formación de un partido unido. Con este verdadero golpe de estado el presidente de la A.G.O.A. buscaba restablecer el estatuto de 1863 con el fin de reforzar su debilitada dictadura. Muchos viejos militantes como York, Bracke y Bonhorst se opusieron a esta maniobra y reclamaron una reunión general de todos los obreros socialistas para crear una organización auténticamente democrática. Bebel y Llebknecht aceptaron y el Semanario Democrático convocó al proletariado alemán a un congreso, que se reuniría en Eisenach.

Asistieron 262 delegados como representantes de 14.000 obreros y sesionaron del 7 al 9 de agosto de 1869. De acuerdo con los planes de Bebel se constituyó el Partido Socialista Obrero sobre la base del programa de Nuremberg. Se aprobó una organización mucho más democrática que la de la A.G.O.A. La dirección del nuevo partido quedaba a cargo de un comité de cinco personas, que residirían en Brünswick, controlado por una comisión de once miembros con sede en Viena. El Semanario Democrático, convertido en el órgano partidario, tomó el nombre de Volkstaat (El Estado del Pueblo). La Liga de Sociedades Obreras se disolvió de inmediato y los sindicatos ya formados pasaron a la Internacional. Schweitzer pretendió combatir al P.S.O. en su mismo terreno y se lanzó contra él porque tardaba en pronunciarse oficialmente en favor de las resoluciones de la Internacional, que en su congreso de Basilea había proclamado la propiedad colectiva de la tierra como reivindicación del proletariado. Alegaba que Liebknecht se negaba a hacerlo para no provocar las iras del Partido Popular Alemán. Sin embargo, serían los burgueses del P.P.A. los primeros en romper lanzas contra el P.S.O., cuando intentaron sustraer de su Influencia a las Sociedades Obreras de Alemania del Sur, llegando a la ruptura definitiva con el proletariado alemán en enero de 1870. El movimiento obrero y socialista avanzaba lenta y gradualmente pero con paso firme. Hasta 1870 la clase obrera alemana se había ido desprendiendo de los partidos de la pequeña burguesía para situarse autónomamente como clase en la lucha política.

Los socialistas y la guerra franco-prusiano

En Francia, y sobre todo en Alemania, las burguesías vacilaron desconcertadas ante la guerra entre ambas potencias. Pero el proletariado interpretó correctamente la situación caracterizándola en principio como guerra dinástica. Schweitzer señaló que Francia había sido la agresora y adjudicó a Alemania un papel estrictamente defensivo. La resolución del Consejo General de la Internacional coincidió en líneas generales con su análisis.

En el parlamento de la Confederación del Norte se otorgó por unanimidad un voto de confianza al gobierno de Bismarck. Los diputados socialistas del Reichstag votaron en favor de los créditos de guerra, excepto Bebel y Liebknecht, que se abstuvieron por considerar acertadamente que el gobierno de Prusia era tan responsable como Napoleón III, ya que desde 1866 estaba preparando el conflicto.

Su actitud fue censurada por sus propios partidarios y el mismo Comité de Brünswick declaró, en un manifiesto, que el proletariado no debía oponerse a una guerra defensiva. También Marx y Engels criticaron la posición de Liebknecht, quien sostenía la completa neutralidad del partido en contra del Comité, que, ante el conflicto, pidió consejo a Marx. El 15 de agosto de 1870 Engels escribía a Marx:

Me parece que la situación es esta: Alemania ha sido llevada por Badinguet [Napoleón III] a una guerra por su existencia nacional [&] toda la masa del pueblo alemán de toda clase se ha dado cuenta de que esta es ante todo y por sobre todo una cuestión de existencia nacional, y por ello se ha volcado de inmediato en ella. Me parece imposible que en esta circunstancia un partido político alemán debiera predicar un obstruccionismo total a la manera de Wilhelmf [Liebknecht] y anteponer a la consideración principal toda clase de consideraciones secundarias [&] La afirmación de Wilhelm de que la posición correcta es permanecer neutral, porque Bismarck es un ex cómplice de Badinguet, causa gracia [&] Wilhelm ha hecho evidentemente sus cálculos sobre la base de una victoria de Bonaparte simplemente para conseguir la derrota de su Bismarck. Recordarás cómo siempre le amenazaba con los franceses. ¡Tú también estás, desde luego, de parte de Wilhelm!.

Ante de responder al comité de Brünswick Marx consultó a Engels:

Es un asunto tan Importante no se trata de Wilhelm [Liebknecht] sino de instrucciones en cuanto a la línea de los obreros alemanes no quise dar un paso sin consultarte.

Wilhelm deduce su acuerdo conmigo:

1) del Mensaje de la Internacional, que desde luego ha traducido previamente a su lenguaje personal;

2) de la circunstancia de que yo aprobé la declaración hecha por Bebel y por él en el Reichstag. Era ese un momento en que la posición principista era un acto de arrojo, pero de esto no se sigue de modo alguno que dicho momento perdura y, mucho menos, que la actitud del proletariado alemán en una guerra que se ha convertido en nacional se exprese en la antipatía de Wilhelm por Prusia.

Una vez más los conflictos desatados por la cuestión nacional hacían sentir su influencia decisiva sobre la clase obrera alemana.

Pero la marcha de los sucesos pondría de acuerdo a todos los socialistas. Después de la derrota francesa de Sedán se proclamó en París la República burguesa mientras en Alemania, durante los banquetes que celebraban la victoria ya se brindaba por Alsacia y Lorena. La burguesía alemana presionaba para convertir la guerra defensiva en una de conquista favorable a sus Intereses y cara a los soberanos de los estados del sur y al militarismo de los Junkers prusianos. Los socialistas no participaban de tanto entusiasmo. Los seguidores de Schweitzer, los del grupo de la condesa y los de Eisenach, todos coincidieron con la Internacional en su oposición a la burguesía industrial renana, ansiosa por anexarse Alsacia y Lorena y cuya impaciencia consideraban peligrosa y presagio cierto de futuros dramas. El Comité de Brünswick encabezó la campaña y lanzó un manifiesto convocando al proletariado alemán a una asamblea de masas para pronunciarse contra la anexión y en favor de una paz honorable con el gobierno burgués de Francia. Por su parte, el Estado del pueblo atacó severamente la política expansionista de Prusia.

Los nacional liberales denunciaron el manifiesto del P.O.S. al gobernador de Hannover, quien prohibió la circulación del periódico e impidió la reunión de la asamblea de protesta, haciendo arrestar a los miembros del Comité de Brünswick. Cuando el gobierno solicitó al parlamento un nuevo empréstito, destinado a continuar la guerra por la anexión de Alsacia y Lorena, todos los socialistas votaron en contra.

Unificación del movimiento socialista alemán

Una de las consecuencias más importantes de la guerra franco‑prusiana fue la consumación de la unidad alemana. La gran victoria conjunta del norte y el sur fue el primer paso para consagrar jurídica y políticamente una fecunda unión militar. Los estados del sur firmaron convenios por los cuales ingresaban en la Confederación Alemana del Norte, aceptando su Constitución. El rey de Prusia se convirtió en emperador de Alemania y Bismarck constructor del imperio continuó como canciller del Nuevo Reich. A fines de 1871 Bismarck, que no había olvidado la oposición con que se había encontrado su política, hizo encarcelar a Bebel y a Liebknecht, los cuales a los cuatro meses recuperaron su libertad, pero dentro de los límites de Leipzig.

Las elecciones de marzo de 1871 se realizaron en un momento sumamente desfavorable para los socialistas. Ante las masas populares aparecían oponiéndose a la unidad nacional, tal como se había realizado, y, además, la mayoría de sus electores aún estaban en Francia bajo bandera. Sin embargo, obtuvieron 101.927 votos, cerca del 3% del total. En Alemania del Sur, donde nunca se había votado, a pesar del obstáculo que esto significaba, quedó demostrado el considerable progreso conseguido por la agitación socialista. Schweitzer fue vencido en su distrito y el fracaso lo llevó a retirarse de la dirección de la A.G.O.A. La asamblea de Berlín aceptó su renuncia y eligió a Hasenclever como presidente. Este, publicaría poco después el Neuer Sozlal‑Demokrat (Nuevo socialdemócrata).

La Comuna de París provocó el entusiasmo de los obreros alemanes. Asambleas masivas, celebradas en varias ciudades de Alemania, rindieron homenaje e hicieron llegar su saludo fraterno al proletariado de París. Intranquilo, el gobierno echó mano a la represión y los miembros del Comité de Brünswick debieron sufrir otro proceso. Este aumentó su condena, pero la Corte Suprema terminó absolviéndolos. Por el contrario, en 1872, el tribunal de Leipzig condenó a Liebknecht y a Bebel, acusados de alta traición, a dos años de prisión. Pero los Interrogatorios, la defensa y todas las instancias procesales contribuyeron más que cualquier agitación a propagar el socialismo.

Entre 1871 y 1873 se aceleró el proceso de acumulación y concentración de capitales. Surgieron como hongos las sociedades anónimas destinadas a explotar las industrias, acerías y minas de carbón, líneas férreas e instituciones bancarias y comerciales. El capital invertido en acciones superaba los 1.200 millones de táleros. Bismarck, hasta entonces representante de los intereses de la gran propiedad sobre bases capitalistas, dio rienda suelta a la alta burguesía industrial y financiera, que se sumergió desenfrenadamente en la vorágine de la especulación. Así ganó el apoyo incondicional de los nacional‑liberales y los liberal‑conservadores, malquistándose con los junkers. Pero la oposición al Imperio se concentraba en un poderoso partido parlamentario, fuertemente particularista: el Centro, que tenía en el Parlamento 57 diputados.

Este partido estaba integrado por una masa heterogénea desde el punto de vista político y social que sólo tenía en común la religión católica que profesaba. Representaba los intereses particularistas de las provincias católicas de Baviera, Renania, Silesia, tradicionalmente enfrentadas con el prusianismo. Su carácter particularista predominaba sobre lo religioso: su reivindicación principal era lograr la autonomía de los pequeños estados. Sólo en segundo término intentaba proteger los intereses de las asociaciones religiosas ante la intromisión del estado en la legislación secular. El error de Bismarck consistió en arremeter contra el ultramontanismo, concentrando sus ataques en la Iglesia católica. Mediante leyes excepcionales intervino violentamente en su vida interna, restringiendo la libre predicación de los sacerdotes para neutralizar su posible influencia política y controlando la enseñanza. Expulsó a los jesuitas, reglamentó la formación de los sacerdotes en los seminarios y prohibió que percibieran salarios. Pero todas sus medidas tropezaron con la resistencia pasiva del clero y los fieles y con la oposición sistemática del Centro. La política de Bismarck los hizo invencibles frente a la Kulturkampf (lucha por la cultura contra el oscurantismo del clero), pretensioso título con que había bautizado aquél su campaña antirreligiosa.

El Partido Socialista Obrero de Alemania

La prosperidad inusitada a partir de 1871 fortaleció al proletariado, que luchaba por obtener salarios más altos que le permitieran mejorar sus condiciones de vida y contrarrestar el constante aumento de los precios. Huelgas masivas se realizaron en casi todos los distritos industriales, paralizando a los textiles, a los mineros, metalúrgicos y mecánicos. Acorde con la hostilidad del gobierno frente a los huelguistas, la burguesía acusaba a los socialistas de organizar las huelgas a pesar de que sus fracciones sólo se limitaron a apoyarlas, pues privaba tina fuerte tendencia a mantener la independencia del movimiento político respecto de la lucha económica.

Pese a sostener sus diferencias, existía, desde la constitución del Imperio, un pacto tácito entre las dos fracciones del socialismo basado en la oposición al gobierno prusiano. Mientras el sector lassalleano dominaba en Prusia, los del grupo de Eisenach contaban con importantes sectores de trabajadores domiciliados de los estados centrales y con los obreros industriales de las provincias del sur. La tarea común de ambas tendencias en el terreno sindical, el apoyo recíproco en las huelgas, unió a sus adherentes en la práctica concreta contra el enemigo común. En las elecciones de 1874 fueron elegidos nueve diputados socialistas con un total de 351.670 votos, correspondiéndole a cada fracción algo más de 150.000. Semejante equilibrio de fuerzas facilitaba la fusión. Bebel y Liebknecht seguían presos; por consiguiente, la representación socialista en el Reichstag constó solamente de siete diputados, cada vez más unidos en la lucha parlamentaria. El resultado de las elecciones Inquietó a Bismarck, que desató una persecución contra los dirigentes y los centros obreros del movimiento socialista. Esta persecución actuó como un factor decisivo en el camino hacia la unión. A fines de 1874 concluyeron las negociaciones con vistas al acuerdo entre Liebknecht, ya en libertad, y Toelke, representante de los lassalleanos. Los funerales de York reunieron, en una multitud impresionante, a todos los socialistas del distrito. En mayo de 1875 se celebró en Gotha el famoso congreso unificador del movimiento socialista alemán. Acudieron 73 delegados por los lassalleanos y 56 en representación del partido de Eisenach. Liebknecht presentó un proyecto de programa y Hasenclever el de los estatutos. La asamblea aprobó ambos constituyendo el Partido Socialista Obrero de Alemania, nacido del compromiso entre las dos tendencias. Esta circunstancia conspiró contra el programa, el cual fue duramente criticado por Marx, que lamentaba la notoria influencia de las ideas de Lassalle. Bebel y Liebknecht intentaron disculpar los errores programáticos, pues ambos estaban convencidos de que más que el programa, lo que importa es la acción del partido.

Según Mehring, el ataque de Marx se basaba en un error de apreciación al reputar correcta la línea teórica del grupo de Eisenach cuando, de hecho, ambas tendencias adolecían de similares falencias ideológicas.

El nuevo partido se había dado una compleja aunque flexible organización, encaminada a democratizar las decisiones, que fue pronto anulada por las fuerzas de la represión. Durante años el P.O.S.A. dependió de la solidaridad de los obreros alemanes, abriendo sus trincheras donde se daba la lucha. Hamburgo era la sede del comité directivo integrado por cinco miembros: Hansenclever y Hartmann por los lassalleanos v Auer, Derossi y Geir por los de Eisenach. El estado del pueblo y el Nuevo socialdemócrata se mantuvieron como órganos partidarios. El movimiento sindical siguió los pasos de las organizaciones políticas, unificándose al poco tiempo.

Leyes contra los socialistas

La caída de la Bolsa de Viena en 1873 inauguró la primera gran crisis del sistema capitalista mundial. Sus consecuencias provocaron en Alemania la ruptura del bloque reaccionario. Las críticas a la economía de librecambio surgían por doquier. La competencia de la industria británica en el mercado mundial presionaba a los grandes industriales alemanes, que abrazaron el proteccionismo para reducir los costos de producción hasta el nivel más bajo posible con el fin de concurrir con éxito al mercado mundial. A ellos se sumaron los grandes terratenientes, perjudicados por la baja de los precios de los productos alimenticios a raíz de la competencia de la carne y el trigo importados de Rusia, Estados Unidos y otros países productores. Consiguieron el apoyo de Bismarck, que, al invertir gran parte del presupuesto en el mantenimiento del ejército más poderoso de Europa, buscaba nuevos ingresos permanentes para el estado. Estos los halló en el aumento de los aranceles, los impuestos indirectos y la estatización de las grandes industrias y los ferrocarriles, medidas reglamentadas en las leyes proteccionistas de 1878. Su cambio de frente lo congració con los Junkers que se aglutinaban en el Partido Conservador (fundado en 1786), orientándolo hacia una reconciliación con el Centro, que propugnaba el aumento de las tasas y aranceles. Habían quedado fuera de la alianza los librecambistas del partido Nacional Liberal. Para atraerlos desplegó Bismarck sus recursos de hábil político enfrentándolo con el peligro del terror rojo. En las elecciones de 1877, los socialistas obtuvieron cerca de 500.000 votos, más del 9% del total, convirtiéndose en el cuarto partido del Reich, por encima de los progresistas y los liberales conservadores. Con ello se convirtieron, para Bismarck, en el enemigo más temible (aunque no se debe olvidar que, al exagerar su peligro, el canciller buscaba obtener el respaldo de todas las fuerzas burguesas). Repetidas veces Bismarck presentó al Reichstag leyes que restringían la actividad del P.O.S.A. Ampliamente debatidas, sin la presencia de los doce diputados socialistas, no llegaron a aprobarse por la oposición de los nacional liberales. Por su parte, los progresistas, celosos de la clientela electoral del socialismo, habían acuñado un concepto que hizo fortuna: partidos del orden.

En 1878 dos desequilibrados proveyeron a Bismarck del ansiado pretexto para colocar a la socialdemocracia fuera de la ley. En mayo, Hödel, un obrero hojalatero, disparó repetidamente y sin éxito contra el emperador. Cuando Bismarck conoció el atentatado se apresuró a presentar en el parlamento el proyecto de ley de excepción contra los socialistas, proyecto que éstos se negaron a discutir. Un mes después el doctor Karl Nóbiling disparó contra el emperador hiriéndolo gravemente. Ninguno de los dos regicidas tenía contacto con la socialdemocracia, pero todos sus enemigos aprovecharon el episodio para combatirlo, especialmente los progresistas.

A fin de asegurarse, Bismarck disolvió el Reichstag, en el cual temía la oposición de los nacional liberales, y convocó nuevamente al cuerpo electoral. El proyecto de ley de excepción fundaba la persecución afirmando que a las ideas patológicas del socialismo, enemigo del estado y de la sociedad, no se les puede cortar el paso con la ley común. De ahí que urja dictar la ley de excepción. Fue aprobado luego de movidos debates en el nuevo Reichstag, por 211 votos contra 149, en octubre de 1878.

Se prohibió el funcionamiento legal del partido y de su prensa; se clausuró el Vorwärts (Adelante), que aparecía en Leipzig, se disolvieron todas las asociaciones, sindicales y se encarceló a muchos de sus dirigentes. Hasta 1890 fueron detenidas alrededor de 1500 personas encausadas por la ley de excepción, que se fue prorrogando a lo largo de varios períodos parlamentarios.

La legislación social

Privada de organizaciones sindicales que la protegieran la clase obrera se radicalizaba progresivamente y circulaban con profusión las publicaciones socialistas clandestinas, editadas en Londres y Suiza. El Socialdemócrata, dirigido por el empleado bancario Eduardo Bernstein, tomó una orientación decididamente subersiva. A pesar de la represión, el P.S.D. podía intervenir en las elecciones y mantenía sus bancas en el parlamento. Allí algunos de sus miembros, menos firmes en sus convicciones e ideológicamente bastante débiles, tentaron convencer a Bismarck de las buenas intenciones de sus correligionarios, prometiendo en el futuro actuar con moderación si se derogaban las leyes contra el P.S.D.. El gobierno se negó a pactar con los miembros de un partido enemigo del estado, cuya prensa circulaba clandestinamente, atacando furiosamente al gabinete. Hasanclever y Blos negaron que el Socialdemócrata fuera el órgano oficial del partido a raíz de que estaba desorganizado, sin medios, e impedido de actuar legalmente. Pero el partido desautorizó sus declaraciones, mientras el periódico los atacaba por su oportunismo. También Liebknecht, en los primeros momentos, había pretendido acatar la disolución impuesta por el gobierno mereciendo las severas críticas de sus camaradas, incluso de Marx y Engels. Para evitar una escisión que en esos momentos resultaría irreparable se impuso la necesidad de convocar una conferencia. Esta se celebró en Zurich en 1882, e intervinieron en ella los diputados del parlamento, los redactores del Socialdemócrata y otros miembros destacados, todos los cuales decidieron realizar un Congreso del P.S.D. Así concurrieron en 1833 a Copenhague 60 delegados de toda Alemania, que afirmaron la lealtad a sus principios sin renunciar a ninguna de sus reivindicaciones. Pese a las leyes antisociales que causaran la deserción de algunos miembros, la mayoría de los militantes se había fortalecido en la dura prueba. Por supuesto, rechazaron como insatisfactorias las leyes sociales que Bismarck dictó con el propósito de desarmar a la socialdemocracia. Para contrarrestar sus avances el gobierno había promulgado para los obreros el seguro de enfermedad (1833), el de accidentes (1884) y un sistema de pensiones a la vejez e invalidez.

Bismarck aspiraba a que su bonapartismo sustituyera las iniciativas socialistas y así restar popularidad a la socialdemocracia, pero no lo consiguió. A pesar de todos los inconvenientes ocasionados por la represión, en 1884 el P.S.D. obtuvo 24 bancas en el Parlamento. Las leyes de excepción fueron prorrogadas ese mismo año, en 1886 y en 1888. En 1888 murió Guillermo I y, después del breve reinado de su hijo Federico III, ocupó el trono su nieto, Guillermo III, un joven de 28 años que se mostró dispuesto a someterse a los dictados del viejo canciller. Pese a su ojeriza contra la socialdemocracia se presentó para suplantarla, como protector de los trabajadores y aceptó la propuesta del gobierno suizo de realizar un congreso de gobernantes europeos con el fin de tratar las reivindicaciones del proletariado.

Su nueva política respecto a la clase obrera neutralizó en el Reischag la influencia de Bismarck: en 1890 se dejaron sin efecto las leyes de excepción. Estas medidas no eran ajenas a las próximas elecciones. Sin embargo, el proletariado respondió a su partido, recién devuelto a la legalidad. La extraordinaria prosperidad alemana, que azuzaba a la clase obrera a avanzar en sus reivindicaciones, hizo el resto. Los socialistas obtuvieron una victoria aplastante (35 bancas en el parlamento) mientras caían derrotados los conservadores y liberales nacionales al perder 85 mandatos. Con esta derrota Bismarck perdía la base principal de apoyo a su política para la cual había recuperado a los nacional‑liberales al suavizar el rigor proteccionista. Mientras que, fortalecido en la lucha, resurgía con todo su vigor el partido socialista alemán, que se había convertido en la vanguardia del movimiento obrero desde la quiebra de la Primera Internacional.

Bibliografía

Mehring, Franz. Storia delta soclaldemocrazia tedesca. Roma, Editori Riunlti. 1961.

Marx, Carlos y Engels, Federico. Correspondencia. Buenos Aires, Cartago, 1972.

Ramos-0liveira, Antonio. Historia social y política de Alemania. México, F.C.E., 1964.

Mehring, Franz. Carlos Marx y los primeros tiempos de la Internacional. México, Grijalbo. 1968.

Crítica de Marx al programa de Gotha

La emancipación del trabajo debe ser obra de la clase obrera, frente a la cual todas las demás clases no forman sino una masa reaccionaria.

La primera copla viene del preámbulo de los estatutos de la Internacional, pero mejorada. Dice el preámbulo: La emancipación de la clase trabajadora será obra de los trabajadores mismos; mientras que aquí es la clase trabajadora quien debe emancipar, ¿qué cosa?. el trabajo. ¡Que los comprenda quien pueda! En compensación, la antistrofa es, por el contrario, una cita lassalleana del más puro corte: [la clase obrera] frente a la cual todas las demás clases no forman sino una masa reaccionaria. En el Manifiesto Comunista se dice:

De todas las clases que en la actualidad se encuentran frente a frente con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las otras clases declinan y perecen con la gran industria; el proletariado, por el contrario, es su más auténtico producto.

La burguesía se considera ahí como una clase revolucionaria en su calidad de agente de la gran industria frente a los feudales y a las clases medias, decididas a mantener todas las posiciones sociales derivadas de modos de producción fenecidos. Feudales y clases medias no forman, pues, con la burguesía una misma masa reaccionaria. Por otro lado, el proletariado es revolucionario frente a la burguesía, porque surgido él mismo de la gran industria, tiende a despojar a la producción del carácter capitalista que la burguesía quiere perpetuar. Pero el Manifiesto añade que las clases medias [&] son revolucionarias [&] teniendo en cuenta su inminente paso al proletariado. Desde esté punto de vista es, por consiguiente, el mayor absurdo hacer de las clases medías, conjuntamente con la burguesía y no digamos con los feudales una misma masa reaccionaria frente a la clase obrera. [&] Lassalle sabía de memoria el Manifiesto Comunista, lo mismo que sus fieles conocen los santos escritos de que es autor. Si lo falsificó tan groseramente no era más que para disfrazar su alianza con los adversarios absolutistas y feudales contra la burguesía. Partiendo de estos principios, el Partido Obrero Alemán se esfuerza, mediante todos los medios legales, por fundar el estado libre y la sociedad socialista; por abolir el sistema asalariado con la ley de bronce de los salarios [&] así corno la explotación bajo todas sus formas; por eliminar toda desigualdad social y política. [&] Así, en el futuro, ¡el Partido Obrero Alemán deberá creer en la ley de bronce de Lassalle! Para que esta ley no sea ignorada, se comete la insensatez de hablar de abolir el sistema asalariado [cabría decir: sistema del salario] con la ley de bronce de los salarios. Si yo suprimo el salario, suprimo, naturalmente, al mismo tiempo, sus leyes, ya sean éstas de bronce o de esponja. Pero la lucha de Lassalle contra el salario gravita casi exclusivamente alrededor de esta pretendida ley. Para demostrar, por consecuencia, que la secta de Lassalle ha vencido, es preciso que el sistema asalariado sea abolido con la ley de bronce de los salarios y no sin ella.

De la ley de bronce de los salarios, como se sabe, nada pertenece a Lassalle, como no sea la palabra bronce, tomada de prestado de las leyes eternas, de las grandes leyes de bronce, de Goethe. Pero si yo admito la ley con la firma de Lassalle y, por consecuencia, con la acepción que él le da, debo admitir, igualmente, el fundamento. ¡Y qué fundamento! Como Lange decía poco antes de la muerte de Lassalle, es la teoría malthusiana de la población. Pero si esta teoría es exacta, yo no puedo abolir la ley, aunque aboliese cien veces el salario, sino todo sistema social. [&] Pero todo esto no es principal. Hecha en absoluto abstracción de la falsa versión que Lassalle da de esta ley, el retroceso verdaderamente irritante consiste en esto:

Después de la muerte de Lassalle, nuestro Partido ha aceptado el punto de vista científico según el cual el salario del trabajo no es lo que parece ser, sino solamente una forma disfrazada del valor (o del precio) de la fuerza de trabajo. Así, de una vez para siempre se ha desechado la vieja concepción burguesa del salario, así como toda la crítica dirigida hasta ahora contra ella. Ha quedado completamente claro que el obrero asalariado no puede trabajar para asegurar su propia existencia, dicho de otra forma, a existir, si él no trabaja gratuitamente un cierto tiempo para los capitalistas (y, por consiguiente, para los que, con éstos, viven de la plusvalía); que todo el sistema de la producción capitalista tiende a prolongar este trabajo gratuito, bien prolongando la jornada de trabajo, bien aumentando la productividad; es decir, mediante una mayor tensión de la fuerza de trabajo, etc.; que el sistema de trabajo asalariado es, por consiguiente, un sistema de esclavitud, y, en verdad, una esclavitud tanto más dura cuanto más se desarrollan las fuerzas sociales productivas del trabajo; y esto cualquiera que sea el salario, bueno o malo, que reciba el obrero. Y ahora que este punto de vista científico penetra cada día más en nuestro Partido, se nos viene con los dogmas de Lassalle, cuando se debería saber que Lassalle ignoraba lo que es el salario y que él tomaba, siguiendo a los economistas burgueses, la apariencia por la cosa misma [&] El solo hecho de que los representantes de nuestro Partido hayan podido cometer un tan monstruoso atentado contra las concepciones difundidas en la masa del Partido muestra con qué ligereza criminal, con qué mala fe han trabajado aquellos en la redacción del programa de compromiso. El Partido Obrero Alemán demanda, para preparar las vías de la solución del problema social, la fundación de las sociedades de producción con ayuda del estado, bajo el control democrático del pueblo trabajador. Las sociedades de producción deben ser promovidas en la industria y en la agricultura con una tal amplitud que de ella se desprenda la organización socialista del conjunto del trabajo. Después de la ley de bronce del salario, de Lassalle [&] se reemplaza la lucha de clases existente por una profunda fórmula de periodista: la cuestión social, para cuya solución se preparan las vías. En lugar de emanar del proceso de transformación revolucionaria de la sociedad, la organización socialista del conjunto del trabajo se desprende de la ayuda del estado, ayuda que el estado da a las cooperativas de producción y que él mismo (y no los trabajadores) ha promovido. Creer que se puede construir una sociedad nueva por medio de subvenciones del estado tan fácilmente como se construye un nuevo ferrocarril, ¡he ahí lo que es digno de la presunción de Lassalle! [&] En primer lugar, el pueblo trabajador está compuesto en Alemania por una mayoría de campesinos, y no de proletarios.

(De Carlos Marx, Critica al Programa de Gotha, en Mehring, F., Carlos Marx y los primeros tiempos

Los socialistas y la guerra franco-prusiana

La guerra actual es una guerra dinástica emprendida en interés de la dinastía de Bonaparte, del mismo modo que la guerra de 1866 lo fue en el de la dinastía Hohenzollern. No podemos proveer los recursos financieros que reclama el Reichstag para la conducción de la guerra porque esto sería un voto de confianza al gobierno prusiano, que preparó la guerra actual por sus acciones de 1866. No es igualmente imposible rehusar el dinero reclamado porque esto podría tomarse como justificación de la viciosa y criminal política de Bonaparte. Como opositores de principio a toda guerra, como socialrepublicanos y miembros de la Asociación Internacional de Trabajadores, que combate a todos los opresores sin distinción de nacionalidad y lucha por unir a todos los oprimidos en un gran vínculo de hermandad, no podemos manifestarnos directa ni indirectamente a favor de la presente guerra y por ello nos abstenemos de votar, expresando nuestra confiada esperanza en que las naciones de Europa, iluminadas por los desastrosos sucesos actuales, harán todos los sacrificios para ganar sus propios derechos de autodeterminación y para abolir el actual dominio de la espada y de la clase, como causa de todos los males del Estado y de la sociedad.

(Declaración de Bebel y Liebknecht realizada cuando se votaron los créditos de guerra en el Reichstag.)

El miserable comportamiento de París durante la guerra todavía se deja gobernar por los mamelucos de Luis Bonaparte y de la aventurera española Eugénie después de esas espantosas derrotas muestra cuánto necesitan los franceses una lección trágica a fin de recobrar su virilidad.

Lo que no ven los estúpidos prusianos es que la guerra actual está llevando a un conflicto contra Alemania y Rusia, de manera tan inevitable como la guerra de 1866 condujo a la guerra entre Prusia y Francia. Ese es el mejor resultado que de ello espero para Alemania. El prusianismo típico nunca tuvo y nunca podrá tener existencia sin alianza con Rusia y sujeción a la misma. Y una guerra N° 2 de esta clase hará de partera de la inevitable revolución social en Rusia.

(Carta de Marx a Sorge escrita en Londres el 19 de setiembre de 1870. Marx, Engels: Correspondencia. Buenos Aires, Cartago, 1972.)

El ataque a los socialistas en la época de las leyes de excepción

A nuestros empleados y obreros:

Los acontecimientos de los últimos meses nos obligan a tomar una decisión que nuestra confianza en el patriotismo de cada ciudadano alemán nos había hasta el presente hecho demorar: la decisión de combatir en común y de una manera implacable a la socialdemocracia, con todos los medios de que disponemos.

No pensamos que los crímenes cometidos contra el venerado emperador del Reich alemán fuesen instigados y decididos por el Partido Socialdemócrata; pero sí pensamos que los jefes de este partido estimaron a fin de cuentas que se trataba de acciones prematuras y que comprometían su plan de aniquilamiento de todo orden político y moral. Esos crímenes que reclaman venganza, han acarreado por otra parte una represión que va más allá de nuestros deseos. Queremos esperar y creer que aquellos de vosotros, descontentos de su suerte, pero engañados por las promesas ilusorias de algunos agitadores que se han afiliado al movimiento socialdemócrata, se apartaran del mismo vistos los crímenes cometidos, y una vez puestas a la luz las intenciones de los que persiguen la desaparición de todo orden político, la desmoralización y la degradación de la familia, el envilecimiento de la autoridad, la negación incluso de la patria potestad del padre de familia [&] Pensamos que tales experiencias han devuelto al recto camino a los más ciegos. Si no obstante nos engañáramos, si algunos de vosotros, a pesar de las lecciones de la historia, continuaron en la ruta que han escogido para su desgracia, nos veríamos obligados a prescindir de ellos, y os ponemos en guardia contra todo contacto con esos enemigos de la patria.

Estamos decididos a utilizar cuantos medios tenemos a nuestro alcance, y declaramos solemnemente que nadie tendrá el derecho de decir que no ha sido advertido a su debido tiempo, si resulta afectado por nuestras decisiones y actos.

Brünswick, 29 de junio de 1878.

Los patronos asociados de Brünswick.

(Citado por Jacques Droz en: Historio del Socialismo. Barcelona, Edima, 1968.)

Liebknecht y Prusia

Schweitzer les llevaba de ventaja a Marx y Engels [&] su conocimiento exacto de la realidad prusiana. Ellos la veían siempre a través del color de su cristal, y Liebknecht les falló en la función informadora y mediadora que las circunstancias e habían asignado. Retornó a Alemania en 1862, llamado por Brass, un republicano rojo, repatriado también del destierro, para fundar la Gaceta General Alemana del Norte. Pero apenas se había incorporado Liebknecht a la redacción cuando se descubrió que Brass tenía vendido el periódico al gobierno de Bismarck. Liebknecht se separó inmediatamente; pero esta aventura, la primera que experimentó al volver a su país, dejó en él una desventurada huella. No por las consecuencias materiales, porque volviera a verse en medio del arroyo, como en los largos años de su destierro, pues esto era lo que menos preocupaba a quien como él ponía el interés de la causa por encima de su persona, sino porque aquella lamentable experiencia ya no le permitió orientarse certeramente ante la nueva situación con que se encontraba en Alemania. Al pisar de nuevo tierra alemana, Liebknecht seguía siendo, en el fondo, el hombre del 48. Aquel hombre de la Nueva Gaceta del Rin, para quien la teoría socialista y hasta la lucha proletaria de clases quedaban todavía rezagadas ante la cruzada revolucionaria de la nación contra el régimen de las clases retrógradas. La teoría socialista, aunque penetrase bien en sus ideas fundamentales, no fue nunca, en lo que a la armazón reflexiva se refiere, el fuerte de Liebknecht; lo que de Marx había adquirido en los años del destierro era la tendencia a escrutar los horizontes de la política internacional, acechando todo germen revolucionario. Ante estas perspectivas, para Marx y Engels, que, como renanos natos que eran, despreciaban en demasía todo lo que viniese del Elba, el estado prusiano no tenía gran importancia, y aún la tenía menos para Liebknecht, que procedía del mediodía de Alemania y que sólo había tomado parte, como militante, en los movimientos de Baden y de Suiza, cunas de la política cantonal. Prusia seguía siendo para él, como antes de marzo [del 48] un estado vasallo del zarismo, un estado que se alzaba frente al progreso histórico con los recursos abominables de la corrupción y que había que derribar antes de nada, pues sin eso no podía ni pensarse en las modernas luchas de clases dentro de Alemania. Liebknecht no se daba cuenta de lo mucho que el proceso económico de los años 50 y siguientes había transformado el estado prusiano, creando también dentro de él realidades nuevas que imponían como necesidad histórica el que la clase obrera se desglosase de la democracia burguesa.

(De Franz Mehring, Carlos Marx y los primeros tiempos de la Internacional. México, Grijalbo, 1968.)