60 - El Imperialismo Cultural  

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Fernando G. Brumana

© 1974

Centro Editor de América Latina — Cangallo 1228

Impreso en Argentina

Índice

Imperialismo y enajenación. 2

El caso de “Pato Donald” 6

Estados Unidos: uso y dominación de la ciencia. 10

El científico colonizado. 17

Las fundaciones 19

Ford: 20

Rockefeller 20

Notas y bibliografía. 21

Finanzas e instituciones oficiales 22

CIA. 22

Departamento de Estado. 22

Oficina de Inteligencia e Investigación. 22

Oficina de Asuntos Educacionales y Culturales 23

AID. 23

Dominación cultural, penetración cultural, imperialismo cultural, dependencia cultural. Estas expresiones son sinónimos que designan un mismo fenómeno. Fenómeno contradictorio y difícil de delimitar, su primera dificultad surge en el mismo intento de acotar el campo en que se desarrolla. La primera pregunta debería dirigirse a esclarecer qué es lo que entendemos por cultura, o más específicamente, qué apunta a controlar una dominación, parte correlativa y de mutuo sostén de una dominación más amplia, cultural. El primer problema con que nos encontramos es que una definición de cultura implica una actitud respecto de la división entre trabajo manual y trabajo intelectual, paralela a la de la sociedad toda entre explotadores y explotados. Generalmente el término “cultura” se entiende como sinónimo de “creación espiritual”, pero de esta manera se condena a la subordinación a todas las formas concretas de vida. En una fecha relativamente reciente se ha intentado superar esta escisión: la antropología define “cultura” como el conjunto de productos tanto “materiales” como de una sociedad dada; es tan cultural en este sentido una sinfonía como un método de cultivo de papas, tal vaciado de bronce como una camisa o una obra filosófica. Pero esta perspectiva de la ciencia social por más correcta que a primera vista pueda parecer no elude toda sospecha. ¿Cuál es la razón por la cual una ciencia nacida del brazo con el avance del colonialismo y el imperialismo, ciencia justificadora y auxiliar de este avance y de su consolidación (al menos en sus orígenes) como pocas, rompe teóricamente con una división y una jerarquización de lo “espiritual” de la que vive y a la que reproduce? No es aventurado pensar que es el exotismo del objeto considerado lo que le permite a la antropología, allá en la colonia o en la prehistoria, sobreponer un desgarramiento de la realidad humana que hoy y en la metrópolis no podría dejarle de ser natural. Es por eso que la concepción “científica” de cultura, tal como se forja para los países que se colonizan y la concepción trivial de la misma son correspondientes.

No se intentará aquí elucidar y rectificar esta ambigüedad, no sólo por falta de espacio o de oportunidad; por un lado esta ambigüedad es altamente significativa, ya que marca las contradicciones en las que navega toda tarea “cultural”, por el otro la eliminación de esta duplicidad no es una tarea teórica sino práctica y va de la mano con una transformación radical y total de la sociedad. Permaneceremos entonces en la confusión que el término cultura incluye dentro de sí.

Imperialismo y enajenación

No es el objetivo de este trabajo una descripción detallada del imperialismo en todos sus niveles y aspectos; basta solamente recordar que este no es un fenómeno unilateral o parcial.

El imperialismo existe allí donde de buen o mal grado una oligarquía nativa se ha convertido en aliada y socia menor del capital extranjero.

Esta alianza tiene varios matices; puede que esta oligarquía esté ya enquistada como poder nacional, así ocurrió en Brasil, o puede que, como en el Paraguay, ésta deba ser aniquilada porque ha intentado una vía de desarrollo independiente, o sea necesario colaborar con ella para que logre la hegemonía, tal como en la llamada consolidación nacional argentina, a partir de 1853. Sea como sea, tarde o temprano una clase poseedora debe, con el concurso de la metrópolis encaramarse y mantenerse en el poder, para co-gobernar en su beneficio y fundamentalmente en el del capital extranjero. Es decir, los países dependientes generalmente no llegan a contar con una burguesía nacional que lleve a cabo la labor que sus hermanas mayores cumplieron en Estados Unidos y en Europa. Como bien la caracteriza Frantz Fanon en su obra “Los condenados de la tierra”:

“El aspecto dinámico y de adelantado, el aspecto de inventor y de descubridor de mundos que se encuentra en toda burguesía nacional está aquí lamentablemente ausente. En el seno de la burguesía nacional de los países coloniales domina el espíritu de disfrute. Es que en el plano psicológico se identifica a la burguesía occidental cuyas enseñanzas ha absorbido. Sigue a la burguesía occidental en su lado negativo y decadente, sin haber franqueado las primeras etapas de exploración, e invención que son, en todo caso, un mérito de esa burguesía occidental. En sus inicios, la burguesía nacional de los países coloniales se identifica con la burguesía occidental en sus finales. No debe creerse que quema etapas. En realidad comienza por el final. Ya está en la senectud sin haber conocido la petulancia, ni la intrepidez, ni el voluntarismo de la juventud y la adolescencia”.[1]

Ahora bien, una situación de dominio no puede ser exclusivamente mantenida por la fuerza, la fuerza como único resorte visible de poder, termina justamente por desgastarlo. Como dice Georg Lukacs:

“(…) una violencia organizada no puede subsistir más que si puede, tantas veces como le haga falta, imponerse como violencia a la voluntad recalcitrante de los individuos o los grupos, de la misma manera que no podría subsistir si debiera en toda ocasión manifestarse como violencia. Cuando esta última necesidad se hace sentir, la revolución ya está dada como hecho”[2].

Es necesaria entonces una instancia mediatizadora que introduzca el control social en las propias mentes de los explotados. Esta instancia es ideológica en la medida en que no sólo justifica el orden establecido, encubriendo y deformando la realidad sino que también otorga a los dominadores una coherente visión del mundo, indispensable para su función. El poder de la alianza entre el imperialismo y la oligarquía nativa, yunta donde es claro quien es la cabeza y quién la cola del león, debe ampliar su base de sustentación en la nación dependiente. Dice Hernández Arregui:

“El levantamiento de los pueblos carece hoy de fronteras. La internacionalización de la economía internacionaliza las luchas nacionales. Y estas luchas, aunque formalmente sean nacionales en sus contenidos particulares, son mundiales por sus fines. Tal lucha se cumple en dos frentes, contra el imperialismo en general y contra las oligarquías nativas opresoras ligadas al imperialismo en particular. Clases nativas económicamente dependientes y culturalmente corrompidas por el colosal aparato de los monopolios mundiales. Esta política imperialista en los países coloniales se vale de las ganancias residuales del sistema para plegar a su órbita, no sólo a las obligaciones vernáculas, sino a determinados sectores de la clase media, especialmente a la pequeño-burguesía comercial e intelectual —periodistas, profesores, etc.-- e incluso a las capas altas de la dirección obrera. La conciencia antinacional de estos grupos es alimentada con las migajas repartidas por el sistema mundial de poder”.[3]

Son dos los hechos que una ideología que garantice el poder imperial debe distorsionar y hacer desaparecer: el sojuzgamiento interno de las clases populares y la inexistencia de la autonomía nacional. Ambos factores están absolutamente interrelacionados ya que ambas opresiones son indispensables una a la otra y si bien lo que aquí más nos importa es lo segundo es interesante mostrar lo paradójico del arsenal ideológico con que se maneja el encubrimiento de los antagonismos sociales intra-nacionales. Así se intenta hacer aparecer a los conflictos sociales como un exotismo incompatible con la mentalidad nacional; todo brote interno es producto de un invento o de la importación. De esa manera, ejemplo jocoso, uno de los jefes del golpe gorila de 1955, el almirante Isaac Rojas, llegó a afirmar que el general Juan Domingo Perón era el inventor de la lucha de clases en la Argentina. De la misma manera que es ya tradicional el permanente y generalizado descubrimiento de complots extremistas internacionales. De esta forma se opone a la nación real, al pueblo real, a las clases sojuzgadas, auténticas conformadoras de la patria, una nación irreal y fantasmagórica, una nación de élites y de patricios. Y es sintomático que los que realizan este escamoteo sean los que usufructan la inexistencia de la autonomía nacional: la burguesía gerencial y sus representantes del poder político y del aparato represivo militar o ideológico. Es curioso que en este sentido, las tendencias nacionalistas de derecha en todo el tercer mundo sean los más fieles vendedores de la soberanía nacional: Suharto en Indonesia, Franco en España, la Falange Socialista en Bolivia. Esta historia no es nueva, basta remitirse a las consignas con que se asaltaban locales obreros a principio de siglo o a las leyes de expulsión de extranjeros “indeseables” que se promulgaron en la misma época. Pero el fenómeno imperialista es un hecho total también en otro sentido. Se trata de cubrir, de ocupar a un país en forma tal de convertirlo en un apéndice de la metrópoli que sólo pueda vivir a través y por ella. Toda la ciencia, toda la técnica, los modelos educacionales y sanitarios, las pautas de consumo, todo provendrá del gran país que ya ocupa los resortes económicos y políticos. No habrá resquicios, ni posibilidades de recambios parciales, ya que el aparato entero amenazaría con derrumbarse. El control debe ser total y un sólo paradigma debe conformar todas las manifestaciones de la semi-colonia, debe consolidarse un sistema universal, uniforme, cultural y político, técnico y económico.

Ya no es posible la pluralidad de modelos que antaño existían, por ejemplo, en países como la Argentina, donde a una economía y una técnica dependiente de Gran Bretaña correspondía un ejército prusianizado y una élite intelectual afrancesada. Ahora las subvenciones a las instituciones educacionales y las becas e intercambios culturales pretenden garantizar que al sometimiento económico se sume el sometimiento intelectual; ahora, la oficialidad de América Latina aprende en West Point o en la academia del Canal de Panamá, o directamente con instructores norteamericanos en sus propios países, los mejores mecanismos de defensa de las “fronteras interiores”, es decir, los mejores mecanismos de lucha contra sus pueblos; ¡hasta los refinamientos de las torturas son enseñados por los técnicos en la materia de los Estados Unidos! Es que al imperialismo le cuesta admitir que un país dependiente se pueda aprovechar de la contradicciones inter-imperialistas; esta actitud no sólo apunta al afianzamiento de la colonización en el tercer mundo sino también a debilitar a los demás imperialismos quitándoles mercados y recursos, y en el caso específico de los Estados Unidos, aumentar su dominio sobre Europa y el Japón, dominio que se revela como indiscutible luego de la segunda guerra mundial. Por otro lado este sistema total garantiza la extrema dificultad de cualquier giro, de cualquier intento de independización. El caso cubano ilustra esto a las claras; allí se ve cómo, a partir del bloqueo norteamericano ese país sufrió enormes pérdidas ya que una simple falla en una maquinaria la convertía en chatarra, por falta de repuestos y de asesoramiento técnico. En un breve cuento, “Historia del guerrero y de la cautiva”, Borges rememora a un guerrero bárbaro, un guerrero lombardo, que, sucumbiendo frente al peso cultural de Roma, cambia de bando en plena batalla y muere defendiendo a los enemigos de su pueblo.

“Venía de las selvas inextrincables del jabalí y del uro; era blanco, animoso, inocente, cruel, leal a su capitán y a su tribu, no al universo. Las guerras lo traen a Ravena y ahí ve algo que no ha visto jamás, o que no ha visto con plenitud. (…) Ve un conjunto que es múltiple sin desorden; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, de templos, de jardines, de habitaciones, de gradas, de jarrones, de capiteles, de espacios regulares y abiertos. (…) Quizá le basta ver un solo arco, con una incomprensible inscripción en eternas letras romanas. Bruscamente lo ciega y lo renueva esa revelación, la Ciudad. Sabe que en ella será un perro, o un niño, y que no empezará siquiera a entenderla, pero sabe también que ella vale más que sus dioses y que la fe jurada y que todas las ciénagas de Alemania. Droctulft abandona a los suyos y pelea por Ravena”[4].

Tiene quizas algo de autobiográfico este relato, no tanto de la persona Borges como de todo un estamento, toda una élite, que hace ya tiempo que ha decidido cambiar de bando, que ha sentido que los valores representados por la metrópoli eran inconmensurables con la bárbara realidad de la colonia. Este sentimiento de exilio en país extraño, de ser avanzada redentora y catequista, es la base del proyecto político de la oligarquía argentina en el poder, a partir de 1853. Mitre, Sarmiento, Alberdi, Roca son los mojones de esa política. Política que se teje con el brutal aplastamiento de los caudillos del interior, con un proyecto inmigratorio que apuntaba a eliminar las características étnicas de nuestro pueblo, con la construcción de un aparato educacional totalmente copiado de las metrópolis, con el intento de la eliminación de la memoria popular, la adulteración y mistificación de nuestra historia nacional.

Esta enajenación de un país, hecha sobre y por el consenso y complicidad de “sus clases dominantes, requiere de estas una tesitura muy especial. Roger Caillois refiriéndose a Borges, lo llama admirativamente, “ese exiliado”. Es posiblemente esta expresión, la que más claramente identifique la conciencia nacional, o su ausencia, de estas clases. El exilio añorante, la mágica pertenencia a una civilización lejana y apabullante, el desfasaje respecto a la realidad y a la necesidad de sus patrias. ¿Sobre qué valores intenta el imperialismo basar su justificación histórica ante los ojos de los dominados?

“Cuando se reflexiona acerca de los esfuerzos que han desplegado para realizar la enajenación cultural (…) se comprende que nada se ha hecho al azar y que el resultado global buscado por el dominio colonial era convencer efectivamente a los indígenas de que el colonialismo venía a arrancarlos de la noche. El resultado conscientemente perseguido por el colonialismo, era meter en las cabezas de los indígenas que la partida del colono significaría para ellos la vuelta a la barbarie, al encanallamiento, a la animalización. En el plano del inconsciente, el colonialismo no quería ser percibido por el indígena como una madre dulce y bienhechora que protege al niño contra un medio hostil, sino como una madre que impide sin cesar a un niño fundamentalmente perverso caer en el suicidio, dar rienda suelta a sus instintos maléficos. La madre colonial defiende al niño contra sí mismo, contra su yo, contra su fisiología, su biología, su desgracia ontológica”[5].

Profundamente enraizados en este maniqueísmo civilización o barbarie, yacen todos los elementos concretos que eslabonan la ideología colonial.

Esta es la trabazón de todos los desechos ideológicos de la metrópoli. El humanismo abstracto de la Revolución Francesa, la racionalidad intangible y estanca de los filósofos del siglo XIX, el liberalismo de los artífices del capitalismo europeo, el enamoramiento del arte incontaminado. Todo lo ya inutilizable para consumo interno se exporta a las colonias; consumidores de productos de segunda mano, vale tanto para ellos un desecho industrial como uno cultural.

“La élite europea se dedicó a fabricar una élite indígena; se seleccionaron adolescentes, se les marcó en la frente, con hierro candente, los principios de la cultura occidental, se les introdujeron en la boca mordazas sonoras, grandes palabras pastosas que se adherían a los dientes; tras una breve estancia en la metrópoli se les regresaba a su país, falsificados. Esas mentiras vivientes no tenían ya nada que decir a sus hermanos; eran un eco; desde París, Londres, Amsterdam nosotros lanzabamos palabras: “iPartenón! ¡Fraternidad!” y en alguna parte, en Africa, en Asia, otros labios se abrían: “i … tenón! i … nidad!” Era la Edad de Oro”[6].

Pero no son sólo los productos de desecho los que intervienen en las colonias como inmovilizantes de la conciencia nacional. En determinadas situaciones, hechos que en la metrópoli rompen, parcial o totalmente, en forma teórica y práctica, con el sistema, actuan en nuestros países como su sostén. No vale la pena detenerse en fenómenos como la importación del hippismo, el teatro del absurdo o ciertas modas filosóficas. Valdría sí más la pena una breve referencia sobre el fenómeno del marxismo. La perpetua debilidad de las organizaciones tradicionales marxistas en Latinoamérica, para no hablar de los que es imposible llamar sus errores sino con mayor exactitud sus traiciones flagrantes a sus principios, a la clase obrera, a sus pueblos, surge de una dificultad que éstas, salvo en Chile, jamás supieron o quisieron superar, dificultad que sí quisieron y supieron y pudieron superar las fuerzas revolucionarias de Cuba, China, Vietnam, Corea… Esta dificultad es el camino de apropiación del marxismo desde la propia práctica liberadora, realizada por las masas coloniales. Sin partir de una insersión en el propio ritmo de conciencia y de acción del pueblo, el bagaje teórico “importado” se vuelve vacío y árido y no actúa sino como otra forma de enajenación de los sectores medios de su país. Es así como los seudo marxistas latinoamericanos miden las relaciones de fuerza y las posturas de los sectores sociales antagónicos en el campo nacional exclusivamente como si fuesen sombras de las fuerzas internacionales en juego. Esta inversión caricaturesca es la que permite y explica la denuncia de caudillos populares como Haya de la Torre, Vargas o Perón como fascistas. El grado represivo de esta incautación en el vacío del marxismo se multiplican al infinito cuando éste ya es naturalizado en su lugar de origen y convertido en ideología justificadora de estamentos burocráticos. El codovillismo argentino, o el browderismo yanqui no son ya caricaturas de la revolución proletaria soviética, sino a su vez, caricaturas de la caricatura de ésta: del stalinismo.

Todo el aparato ideológico del sistema está montado con vistas a la enajenación cultural: escuela, T.V., publicidad, prensa, cine, literatura, teatro, historieta; todo intenta aquietar, ahogar el nacimiento de una cultura del pueblo, de la cultura de masas, de la cultura nacional, cultura que está hecha de la propia experiencia liberadora, que está hecha del recuerdo de los combates librados, de la inteligencia con que se libran los actuales, de la organización con que se preparan los futuros. Es que cultura nacional y política de liberación nacional son inextrincables y es por eso que el sistema, al intentar ahogarla, aboga desesperadamente por una cultura neutra, no política, incontaminada. Se quiere anodinizar los elementos de la cultura popular, buscando convertirla en folklore muerto; así han actuado con las sagas de la lucha de la emancipación de España, o en el caso argentino, con el “Martín Fierro” de José Hernández”.

Otro factor a considerar es la doble represión que ejerce el aparato cultural oficial, fundamentalmente a nivel de comunicación de masas. Aquí, utilizando productos calcados, o directamente importados de la metrópolis, productos que allá cumplen el papel de idiotizantes, masificadores, despersonalizantes, se le intenta, además, borrar al espectador colonizado su identidad nacional. Al norteamericano reprimido por su aparato cultural, al menos se le permite conservar su nacionalidad (lo cual, por supuesto también se utiliza en forma represora). Pero al argentino, al boliviano, al mexicano bombardeado por programas televisivos, por publicidad comercial, por el cine, todo absolutamente americanizado, se lo convierte mágicamente en un ciudadano yanqui. Es decir, ni siquiera se lo reprime como argentino, boliviano o mexicano, se lo convierte en yanqui y se lo reprime como tal. De los mecanismos de socialización ideológica, uno de los más vigorosos y controlados son las historietas. Su aparente neutralidad y la baja edad del público consumidor son cortinas de humo que permiten su impune acción. No nos referiremos a las historietas de guerra, donde el factor político es claro y burdo; preferimos hacerlo a una historieta mucho más peligrosa, al estar sus intenciones más ocultas: el Pato Donaid.

El caso de “Pato Donald”

En Chile, a partir del triunfo de la Unión Popular, y como parte del programa de liberación nacional y tránsito hacia el socialismo, la editorial del Estado comenzó la publicación de una revista infantil que pretendía combatir la influencia ideológica de las historietas habituales, de procedencia norteamericana, en especial las de la línea de Walt Disney. Esta medida provocó una gran reacción crítica por parte de la derecha que veía a esta actitud desmistificadora como de gran peligrosidad y que remarcaba el carácter de absoluta neutralidad de las historietas a las que se quería desplazar. Paralelamente a este proceso, dos investigadores, el chileno Ariel Dorfman y el belga Armand Mattelart se dedicaban a desenmascarar la verdad ideológica oculta tras la aparente neutralidad del Pato Donald. En este libro se comienza desnudando la rosada versión del mundo infantil que Disney propone; detrás de la inmediatamente idílica existencia de los personajes se encuentra un asfixiante mundo cerrado donde no se encuentra ni el afecto ni la solidaridad ni la libertad de la imaginación, por el contrario es el absoluto autoritarismo y la más violenta y despiadada competencia lo que se entroniza como regla de juego de este mundo fantástico; toda puja, toda contradicción, es resuelta por el triunfo de los valores “adultos”, pero adulto aquí no quiere decir otra cosa que la más trivial y cruda moralidad del capitalismo.

“Disney aprovecha del ‘fondo natural’ del niño sólo aquellos elementos que le sirven para inocentar el mundo de los adultos y mitifica el mundo de la niñez.

En cambio, todo aquello que verdaderamente pertenece al niño, su confianza ilimitada y ciega (y por lo tanto manejable), su espontaneidad creativa (…), su invencible capacidad de amar sin reservas y sin condiciones, su imaginación que se desborda en torno y a través y adentro de los objetos que lo rodean, su alegría que no nace del interés, ha sido mutilada del fondo natural. Bajo la apariencia simpática, bajo los animalitos con gusto a rosa, se esconde la ley de la selva: la crueldad, el chantaje, la dureza, el aprovechamiento de las debilidades ajenas, la envidia, el terror. El niño aprende a odiar socialmente al no encontrar ejemplos en que encarnar su propio afecto natural”[7].

Pero no todo termina aquí; la estricta jerarquía del mundo de las historietas de Disney, no sólo abarca a los habitantes de Patolandia (Estados Unidos): el Pato Donald descubre al Tercer Mundo.

El 50% de las revistas analizadas al azar por los investigadores chilenos narran aventuras relacionadas con el encuentro de alguno de sus personajes (Pato Donald, Tío Rico, Mickey) con habitantes de otros continentes o representantes, en la propia metrópoli, de otras culturas (indios americanos, chicanos, negros). La caricatura del africano, del indio norteamericano, del boliviano, del árabe, que entonces aparece es la condensación de la visión yanqui, de todos sus prejuicios y mitos, de los habitantes de sus colonias. El resumen, el estereotipo que disfrazado de coya, de hindú o de tribeño africano, aparece monótonamente repetido es el buen salvaje, inocente y estúpido, siempre presto para cambiar cualquier chuchería de la “civilización” por sus riquezas naturales, siempre dispuesto a ser engañado por cualquier truco del hombre blanco; sin idioma propio, ya que un ruido bárbaro y gutural no puede considerarse idioma, se las ingenia, mal que bien, para hablar patolandés (inglés); o muy grande o muy chico, o negro o amarillo, su aspecto siempre lo diferencia del debido, del armónico, que solo puede ser atributo del ciudadano patolandés. Sus costumbres, sus diversiones, sus miedos, su religión, todas cosas exóticas y absurdas, sólo pueden ser consideradas utilitariamente como medio para que el hombre blanco obtenga algún beneficio; su astucia frente a la estupidez del nativo así lo garantiza.

Es decir, el habitante del Tercer Mundo es el verdadero niño (frente a los niños-adultos de la metrópoli, como los sobrinos de Disney o Mickey) que puede y debe ser manejado con una mezcla de alegre paternalismo y voraz rapacidad por el adulto civilizado.

“Para Disney (…) los pueblos subdesarrollados son como niños, deben ser tratados como tales, y si no aceptan esta definición de su Ser, hay que bajarles los pantalones y darles una buena zurra. ¡Para que aprendan! Cuando se dice algo acerca del buen-niño-salvaje en estas revistas, el objeto en que en realidad se está pensando es el pueblo marginal. La relación de hegemonía que hemos establecido entre los niños adultos que vienen con su civilización y técnicas y los niños buenos salvajes que aceptan esta autoridad extranjera y entregan sus riquezas, queda revelada como la copia matemática de la relación entre la metrópoli y el satélite, entre el imperio y sus colonias, entre los dueños y los esclavos. El hombre blanco, el hombre civilizado puede actuar como quiera con el salvaje porque él es civilizado y el otro es salvaje; pero inmediatamente surge una división paralela que justifica y termina de explicar esta conducta. La civilización no es sólo poder y ventaja; es también incomodidad, ruido, contaminación del espacio, falta de lugar; cualquier estropicio que el hombre blanco cometa ya está castigado de antemano en el infierno del que viene; por otro lado el saqueo del salvaje no es otra cosa que mantenerlo en su paraíso terrenal, no corrupto por los males de la tecnología: la rapacidad imperialista se convierte en un sacramento purificador. En última instancia, y pese a las apariencias, el que sale ganando es el salvaje que se queda sin sus riquezas y no el civilizado que se las lleva. Es por eso que en una historieta en que Tío Rico le cambia a un primitivo extraterrestre, una luna de oro puro por un puñado de tierra, el primero dice: “El consiguió lo que él quería y yo esta fabulosa luna. Ochocientos quilómetros de espesor de puro oro. Pero a pesar de eso creo que él sacó la mejor parte”. “Al pobre se le deja entregado a la celebración feliz de la vida simple. Es el viejo aforismo: ‘los pobres no tienen preocupaciones, la riqueza trae problemas’. Hay que saquear a los pobres, a los subdesarrollados, sin sentimientos de culpa”… Otra zona explorada por Walt Disney es la de la colaboración entre los indígenas y sus personajes. El blanco no viene ya solamente a aprovecharse de ellos, sino también a salvarlos, de otros extranjeros o de tiranos propios. La diferencia entre un extranjero y otro, entre el malo y el bueno, es que el malo roba directamente sin preocuparse de lo que le suceda al nativo; el bueno, por el contrario, no roba sino canjea, trafica, deja algún beneficio al salvaje (aun cuando la desproporción con su propio beneficio sea total). Lo que aquí aparece caricaturizado por Disney es la vieja colonización española (que extrae sin dar nada en cambio) y el nuevo imperialismo que ya no defrauda, sino que colaborará en la autoexplotación del indígena. El marco, el paisaje sobre el que se desarrollan las aventuras de los animalitos de Disney en el Tercer Mundo es otro factor de importancia. La caracterización de los rasgos nacionales de los pueblos visitados son brutalmente caricaturescos, son la superficialidad folklórica que despoja a pueblos de su verdadera naturaleza y convierte a los egipcios en algunas pirámides dispersas, a los mexicanos en grandes sombreros, mostachos, cananas superpobladas y pistoleras colgantes, a los africanos en caníbales y brujos tribales. Esta violación cultural, en la que un lector del Tercer Mundo se reconoce a sí y a sus hermanos de otras naciones, es una de las claves de la dominación. Es cegar los propios ojos de los dominados y hacerlos verse por los ojos de los dominadores. Es el intento de matar hasta el germen de la conciencia de sí de un pueblo y reemplazarla por una conciencia ajena, desvalorizadora, atada a todas las pautas, prejuicios y patrañas con los que el imperialismo justifica su papel hegemónico.

Este escamoteo es una de las herramientas básicas de la dominación cultural. La historia del teatro popular argentino muestra una manipulación similar. Este nace como caricatura del teatro serio, del teatro culto, importado de Europa. A comienzos del siglo pasado, en las propias representaciones cultas, luego de bajado el telón,

“Las damas y caballeros de palcos y cazuelas se retiraban, incapaces de soportar el sainete grosero y las tonadillas dedicadas a los sectores populares que presenciaban la función, de pie, en un gran espacio vacío que rodeaba la platea, llamado ‘degolladero’.”[8].

Estas representaciones populares son remedos festivos de lo visto en la obra presentada; una alegre burla a la cultura importada. Estas costumbres cobran mucha más importancia durante el gobierno de Rosas, convirtiéndose en fiestas de gran envergadura y de claro sentido político, ya que en ellas se centraliza toda la agresividad en los enemigos del pueblo. La sala de teatro no es el centro exclusivo de estos espectáculos, ya que la acción se traslada siempre a las calles. Caseros, por supuesto, también termina con esta participación popular en la cultura y los actores que representaban estos sainetes deben huir. A partir de esta derrota, y hasta comienzos del siglo XX no vuelve a existir un elenco argentino, y el teatro se convierte en un reducto inviolable de las clases altas. El pueblo, por su parte se traslada al circo, donde se representan pantomimas, cuyo más grande representante, ídolo popular, fue José Podestá. Este pone en escena un folletín que narra las aventuras de un gaucho perseguido, Juan Moreira, primero como pantomima y luego en forma hablada. El éxito de la obra, y su contenido, hace que su representación sea prohibida en muchas ciudades. Pero es la llegada a Buenos Aires, luego de los triunfos en la provincia, la que marcará la derrota de esta experiencia teatral, nacional y popular. Constreñido a un escenario lo que estaba destinado a la arena de circo, visto socarronamente por el “tout” Buenos Aires y no ya por los gauchos de la provincia, este arte popular se degrada a diversión exótica. El título del artículo que da cuenta en un diario de este estreno es harto significativo: “Originalidades sociales”.

Así comienza la decadencia de este teatro, los Podestá son inducidos a civilizarse, a aprender a caminar, a hablar, a actuar según los cánones. Tratan de ganarse el favor del público culto, terminando de romper con sus orígenes. La maniobra ya estaba cumplida, lo que había nacido, y había sido sostenido por el público de la provincia, cómo una expresión de la rebeldía popular, se trastocaba en una curiosidad grotesca. El final de esta experiencia de los Podestá también es aleccionadora. Cuando se cambia el cartel en el teatro en que ellos daban “Juan Moreira”, sube a escena una obra representada por dos figuras educadas en el teatro europeo, Angelina Pagano y Guillermo Battaglia; el propio Podestá en sus memorias dice que ponen en el hall “… un afiche con un señor de frac junto a una dama muy elegantemente vestida, señalando con el brazo extendido y con imperiosa actitud a un paisano con su compañera que se retiraban humildemente como culpables de un gran delito”.

Tiempo antes uno de los componentes de la intelectualidad patricia argentina, Estanislao del Campo, había emprendido la ridiculización de la visión que el gaucho podía tener de la cultura europea. En su obrita “El Fausto” se asiste a la narración que un gaucho hace a un amigo de su interpretación de lo ocurrido en escena durante la representación en el teatro Colón de Buenos Aires, del “Fausto” de Gounod. Lo que surge de esta relectura de del Campo es la ingenuidad y la ignorancia de nuestro pueblo y la imposibilidad que tiene de comprender y acceder a los valores culturales dominantes. Esta ridiculización no es sino una tardía venganza del oligarca contra aquellas fiestas populares que habían ofendido a sus antepasados.

Estados Unidos: uso y dominación de la ciencia

La penetración efectuada en el campo de las ciencias tiene varios objetivos esenciales que se alimentan mutuamente:

La ocupación de los resortes claves de la educación como vía de socialización ideológica desnacionalizante. En este sentido gran parte de las investigaciones realizadas en constituciones dependientes de organismos norteamericanos, tanto oficiales, como privados, está orientada a problemas y sistemas educacionales, llevando también por las mismas vías institucionales a enseñar a profesores estadounidenses y becando docentes del país para su perfeccionamiento en la metrópolis.

Otra de las tácticas empleadas es la elaboración de planes de estudio en universidades del tercer mundo con un doble fin: en carreras técnicas, el garantizar que la tecnología de ese país permanezca siendo norteamericana; en ciencias sociales, utilizar métodos y categorías presuntamente “científicos” para combatir la conciencia antiimperialista existente en los medios universitarios. Esto está expresado con toda claridad en un Informe Anual del Centro Latinoamericano de la Universidad de Berkeley:

“… el contenido ideológico de los estudios latinoamericanos ha sido gradualmente reemplazado por un enfoque más objetivo y práctico del estudio de los problemas económicos. Los debates de una época anterior acerca del imperialismo de los Estados Unidos y el peculado latinoamericano parecen extrañamente fuera de lugar en un examen de los costos y la eficiencia, los indices del rendimiento del capital marginal y la educación como forma de inversión social de capital”[9].

Esta política educacional, así expresada, no es más que uno de los aspectos de la política imperialista hacia los países del tercer mundo, cuando éstos comienzan a luchar por su independencia. Es la política que con toda claridad elabora a comienzos de la década del sesenta John Fitzgerald Kennedy y que se cristalizó en la fallida Alianza para el Progreso. En la Argentina hombres como el ex presidente Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio fueron sus mejores colaboradores y sus más explícitos teóricos.

Es que como dice Fanon:

“Ahora sabemos que en la primera etapa de la lucha colonial, el imperialismo trata de descartar la reivindicación nacional haciendo economismo. Desde las primeras reivindicaciones, el colonialismo finge la comprensión reconociendo que el territorio sufre un grave subdesarrollo, que exige un esfuerzo económico y social importante”[10].

Pero esta política no tarda en mostrarse contradictoria e imposible:

“Y, en realidad, algunas medidas espectaculares, obras para combatir el desempleo abiertas aquí y allá, retrasan en algunos años la cristalización de la conciencia nacional. Pero tarde o temprano, el colonialismo advierte que no le es posible realizar un proyecto de reformas económico-sociales que satisfaga las aspiraciones de las masas colonizadas. Aun en el plano del estómago, el colonialismo da muestras de su impotencia congénita. El Estado colonialista descubre muy pronto que querer desarmar a los partidos nacionales en el campo estrictamente económico equivaldría a hacer a las colonias lo que no ha querido hacer en su propio territorio.”[11]

Por otra parte, la información sobre las colonias se hace cada vez más necesaria en la medida en que las masas de estas naciones comienzan a concientizarse y a recorrer su camino hacia la independencia. El informe de la North American Congress on Latín America (NACLA) dice al respecto:

“… los intereses de los Estados Unidos han experimentado una creciente necesidad de construir un sistema de control más efectivo (es decir, más provechoso y estable). A medida que la expansión del capital se amplía y se hace más compleja, la necesidad absoluta de mayor número de expertos y programas especializados, tanto en el interior como en el exterior, además de la necesidad de un público ‘educado’ (esto es, que brinde apoyo), fuerza al sistema a crear nuevas organizaciones y a multiplicar los recursos de las viejas. Así surgió un gran complejo de organizaciones entrelazadas, privadas y públicas, que se dedican a ‘estudiar’ y ‘asesorar’ a las sociedades de América Latina.” “Si es posible proveer a los que elaboran la política norteamericana de suficiente comprensión de los pueblos latinoamericanos y sus necesidades económicas y sociedades básicas, entonces tal vez no sería necesaria la intervención militar norteamericana directa. (…) En resumen, los fines de los estudios latinoamericanos son brindar información (servicio de inteligencia), coordinar la investigación y los programas de América Latina, suministrar especialistas de campo para el gobierno y las empresas y perpetuar un conocimiento y una ideología prescriptos entre las élites futuras y el pueblo en general.”

Esta necesidad de control y por ende de información es movilizada en un triple nivel: o directamente por los grandes monopolios (Ford, Rockefeller), o indirectamente por su poder consolidado en el estado yanqui o por las diversas universidades norteamericanas. Para detectar cuál es el grado de importancia de las tareas científicas en los servicios de seguridad y espionaje, es útil leer las palabras de Ray Cline, actual jefe de la oficina de Inteligencia e Investigación ex director delegado de Inteligencia de la C.I.A.:

“La creación de una organización de inteligencia moderna debe partir de la conciencia de que es necesario el conocimiento, de que se necesita algo más que mera curiosidad. Yo no soy un jefe de espías de novela; quiero explorar las cosas en términos de las ciencias sociales.”[12]

En Estados Unidos los estudios latinoamericanos no son de data muy antigua, y son paralelos al aumento de inversiones en estas latitudes; fue recién en 1918 que se creó la primera publicación al respecto, la Hispanic America Review. Es fundamentalmente a partir de 1930, luego de la gran depresión y como uno de sus paliativos, que se ve a

“América Latina como una nueva frontera que debía ser abierta a un comercio y a unas inversiones cada vez mayores. De aquí que buscaran estabilidad y se opusieran a tendencias que pudieran limitar el libre acceso…”[13].

Tal decisión económica y política implicó un aumento de la demanda de expertos en asuntos latinoamericanos, demanda que se acrecentó aun más con la penetración nazi en el hemisferio; es por esto que en 1938 se fundó la División de Asuntos Culturales en el Departamento de Estado, al mismo tiempo que una comisión Interdepartamental para la Cooperación con las Repúblicas Latinoamericanas. En 1940, el petrolero Nelson Rockefeller creó la Oficina de Coordinación de Asuntos Interamericanos, que tenía entre sus objetivos boicotear el comercio entre Latinoamérica y los paises del Eje. Pero no eran solamente las inmediatas preocupaciones de la guerra lo que movía a esta oficina; la nacionalización de las empresas petroleras yanquis, que Lázaro Cárdenas efectuara en México en 1939, mostraba hasta donde era necesario contar con la opinión pública de los países latinoamericanos para que no se repitiesen tales hechos y se mantuviesen incólumes los privilegios económicos norteamericanos. Con la finalización de la guerra son otras las regiones que se convierten en el centro de interés del poder imperial yanqui: Europa del Este, el sudeste asiático, el lejano y medio Oriente; es a estas zonas que en las universidades norte-americanas se dedican los subsidios y los institutos, dejando momentáneamente de lado a América Latina. Estos estudios son dirigidos y programados directamente por los grandes empresarios norteamericanos que entre 1945 y 1948 invierten para ello 34 millones de dólares; al mismo tiempo que aquellos que se interesan en estudiar zonas no directamente relacionadas con los problemas de seguridad de los Estados Unidos no disponen de apoyo financiero o del beneplácito oficial. Las universidades se habían convertido ya en un arma más de la estrategia mundial norteamericana. Es a partir de la violenta recepción que los pueblos latinoamericanos brindan al entonces vicepresidente Nixon en 1958, que casi provoca la intervención armada en Venezuela, y la Revolución Cubana, que se reconstruyen y reactivan los centros de investigaciones de los problemas de América Latina. No era para menos, las inversiones norteamericanas en el continente habían crecido entre 1943 y 1960 de 2.300 millones de dólares a 9.000, y los revolucionarios cubanos habían llegado a confiscar bienes por cerca de 1.000 millones. Por otra parte, se había producido un desplazamiento de éstas de las industrias extractivas a las elaborativas, cambio que para ser efectivamente redituable exige una estabilidad mucho mayor de los mercados internos.

“La demanda de mayores análisis económicos, sociales y políticos detallados, para predecir y controlar el mercado total subió en consonancia, y esto, combinado con la necesidad de más mano de obra y administradores calificados, obligó a los sectores empresariales de los Estados Unidos a reclutar un nuevo ejército de científicos al servicio del Imperio. Además, el éxito en Cuba de la guerrilla rural impulsó a los militares a estudiar las operaciones antisubersivas, que exigen un conocimiento íntimo de la población y el terreno. Así, cuando el automóvil de Nixon fue destrozado en Caracas y Cuba nacionalizó inversiones de los Estados Unidos por valor de más dé 1.000 millones de dólares, la comunidad empresarial y militar comenzó rápidamente a movilizarse para hacer frente a la nueva situación”[14].

De esta manera, entre 1958 y 1965, en las Universidades norteamericanas se pasa de 60 a 310 programas de estudios latinoamericanos, y los estudiantes de tal procedencia, becados en los Estados Unidos de 8.000 en 1955 a 18.000 en 1967.

“Los contratos de ayuda técnica para les Universidades de Estados Unidos del U. S. Agency for International Development aumentaron de 20 en 1960 a 57 en 1968. En efecto, la universidad y sus profesores han sido convertidos en un centro estratégico y vital para administrar programas civiles y militares esenciales para el funcionamiento del Imperio”.

Vemos ya convertida la labor científica desplegada por el imperialismo en una herramienta de espionaje y lucha “antisubversiva”. Este papel lo juega tanto directamente en el campo de batalla, investigando las actitudes de los pueblos que juegan su supervivencia por la liberación, como preventivamente, para detectar los futuros centros conflictivos y los ejes sociales, políticos y económicos que lo generarán.

El primer caso se lleva a cabo actualmente en Vietnam, donde organismos como la Rand Corporation o el Centro de Investigaciones en Sistemas Sociales estudian todo tipo de factor que permita garantizar la prosecusión y la eficacia de la guerra contrarrevolucionaria que los Estados Unidos desarrollan en ese país. Vale la pena acotar que aun en tareas tan controladas como ésta, al imperialismo le surgen problemas como el acontecido en 1964 cuando la Rand debió suspender un programa sobre las motivaciones y la moral de los combatientes del Frente Nacional de Liberación, ya que los propios integrantes del plantel de científicos sociales que lo realizaba comenzaron a dar alarmantes señales de excesiva comprensión de los puntos de vista del enemigo y a desconfiar de las razones dadas por su país para la intervención en esa guerra; aún más, uno de los miembros del grupo, Frank Russo, fue quien con Daniel Ellsberg, dio a luz la documentación secreta del Pentágono sobre los orígenes del conflicto, que mostraba la mendacidad y falacia con que el gobierno norteamericano se había manejado, aun frente a su propio pueblo.

Según Carol Brightman y Michael Klare son cinco las tareas básicas que para el gobierno yanqui realizan los investigadores sociales, ya sean privados u oficiales, dependientes de Universidades, de Fundaciones o de organismos gubernamentales:

“En la cúspide de la lista se encuentra la investigación de los factores sociales que pueden precipitar o evitar la insurrección, particularmente en sociedades agrarias donde los ‘controles sociales’ edificados en los países industriales avanzados son débiles o en todo caso ausentes. Luego viene el desarrollo de modelos operativos (por lo común, mediante analogías históricas) que identifican aquellos aspectos de un estado real de subversión más susceptibles de control militar. La tercera tarea lleva la red de investigaciones al frente de las operaciones de guerra psicológica. Como la primera, se basa en una exhaustiva investigación de los puntales sociales de la cultura considerada, aunque en este caso se concentra la atención en aquellos valores, relaciones sociales e instituciones de comunicaciones que se prestan a la manipulación externa en interés de las actividades militares de los Estados Unidos. La cuarta tarea implica el aporte de información antropológica y sociológica que pueda ser usada por los Estados Unidos para intervenir en los procesos políticos y sociales del país huésped. En particular, supone la elaboración de ‘estudios sobre élites’ y estudios sobre minorías que permitan a los Estados Unidos incitar una contra otra a las clases y sectores de la población del país huésped en interés de la hegemonía de los Estados Unidos. Por último existe una quinta tarea, que en gran medida subyace y da forma a las otras cuatro: la elaboración de estrategias político-militares para el mantenimiento del poder de los Estados Unidos en la arena mundial. Utilizando elaborados juegos de guerra, las técnicas de simulación por computadoras y la construcción de modelos matemáticos, los equipos de especialistas en ciencias sociales confeccionan los guiones estratégicos que orientarán los mecanismos de intervención con que los Estados Unidos protege sus intereses imperiales en el Tercer Mundo”[15].

Vemos más concretamente como se efectividad cada una de estas tareas a través del gigantesco aparato montado por los yanquis para la implementación imperial de la ciencia. En la elaboración del programa de uno de los proyectos que debía investigar las condiciones sociales y la combatividad de las masas en América latina, el Plan Camelot, se decía que lo que había llevado al ejército norteamericano a financiarlo era: “el reconocimiento en los más altos niveles de la defensa del hecho de que se conoce relativamente poco, con un alto grado de seguridad, acerca de los procesos sociales que debed ser comprendidos con el fin de abordar de madera efectiva los problemas de la subversión”. Este plan fracasó debido al enorme escándalo que agitó a todos los centros universitarios latinoamericanos; su carácter policial y proimperialista era demasiado claro y evidente. Se tuvo entonces que reemplazarlo por una serie de investigaciones que en forma más o menos disfrazada y encubierta apuntaban a los mismos resultados. De esta madera el Centro de Investigaciones en Sistemas Sociales (CISS) realizó una serie de trabajos, tales como un “Examen y formalización de teorías y Proposiciones concernientes a los procesos sociales revolucionarios”, que según sus realizadores pretendía “elaborar un sistema codificado y fácilmente consultable de conocimientos, hechos y teorías atinentes a los procesos, las condiciones, los precipitantes, las formas y las consecuencias sociales de los procesos revolucionarios potenciales”.

Otro proyecto del mismo organismo era una investigación sobre “Pautas mundiales de violencia civil” y su finalidad

“Incrementar la comprensión de las condiciones en las cuales la violencia entra en el proceso político mediante tests exploratorios a través de estructuras políticas de variados modelos predictivos del grado de violencia política en la zona en desarrollo”[16].

Por otra parte se intentó alcanzar algunos de los objetivos del fallido Plan Camelot a través de una investigación realizada en Argentina y Chile conocida como “Proyecto marginalidad”. Este buscaba detectar la ideología política y grado de radicalización de sectores campesinos y obreros particularmente desposeídos, actitud frente al capital extranjero, etc.

Las investigaciones de esta especie que se han realizado en todo el mundo son inumerables, terminaremos dando sólo algunos títulos más: “Los grupos Clandestinos en la Guerra Insurreccional, Revolucionaria y de Resistencia”; “El movimiento comunista en Vietnam del Sur: estudio de un caso particular de organización y estrategia”; “Motivación política del Vietcong: los reagrupados del Vietminh”.

Un investigador de la Universidad de Cambridge explica así los beneficios de la utilización de “modelos anti-subversivos”:

“El estudio de la subversión supone la consideración de gran cantidad de variables complicadas que actúan unas sobre otras. Evidentemente, el proceso de subversión supone una intrincada trama de factores políticos, militares, y económicos que sólo se conocen, en el mejor de los casos de manera fragmentaria e imprecisa.

“Cuando es menester analizar un proceso tan poco conocido y tan complejo, a menudo es fructífero proceder por medio de la elaboración de modelos y la simulación. Puede definirse un modelo como una representación simplificada de un proceso (por lo común un proceso complicado) y una simulación como el ejercicio de operaciones de este modelo”.

Para este tipo de modelo se emplean generalmente ejemplos de experiencias históricas de las guerras de liberación de los argelinos, los malayos, los vietnamitas, etc. Así, trabajos sobre “La lucha antisubversiva en Manchuria: la experiencia japonesa, 1931-1940” o “Estudio de las operaciones y técnicas subversivas y antisubversivas en Venezuela, 1960-1964”, permiten extraer enseñanzas sobre los distintos métodos de lucha contrarrevolucionaria y explotar las distintas posibilidades de desarrollo de esas situaciones.

Las investigaciones sobre guerra psicológica buscan detectar tanto los mecanismos de cambios de actitudes como los argumentos más eficaces para lograr actitudes deseadas en determinadas poblaciones.

Al respecto se han realizado una infinidad de investigaciones en casi todos los países del orbe.

Parte de los resultados de éstas se han condensado en “Guías de comunicación Intercultural”, que ya se han editado para Afganistán, Brasil, Birmania, Camboya, Colombia, Congo, Egipto, Ghana, Indonesia, Irán, Irak, Jordania, Laos, Líbano, Arabia Saudita, Vietnam del Sur, Siria, Tailandia, Turquía y Venezuela. Uno de los responsables de estos trabajos explica con estas palabras la utilidad de dichas Guías:

“Cada Manual brinda atractivos símbolos de probable poder de persuación para comunicar mensajes a auditorios específicos en un país determinado. Cada estudio trata además de identificar diversos grupos de la población —étnicos, geográficos, económicos y sociales— y sus actitudes y conducta probables frente a los Estados Unidos. Los estudios evalúan la susceptibilidad de los diversos auditorios a la persuación y su efectividad e influencia en su propia sociedad… Se sugiere una serie de ideas atractivas que podrían ser usadas en situaciones específicas para influir sobre auditorios específicos en la dirección deseada. Además, cada estudio contiene los últimos datos disponibles sobre facilidades de comunicación dentro del país y sobre factores culturales atinentes a las comunicaciones”[17].

Otras investigaciones han sido dirigidas a detectar los “puntos débiles psicológicos” en países como la Unión Soviética, Cuba o Vietnam del Norte. De la misma manera, en los campos de batalla de las guerras de liberación se encuentran materiales importantísimos de análisis; en Congo (Leopoldville), se trabaja sobre las prácticas de magia y brujería que conferían a los combatientes antiimperialistas seguridad psicológica sobre su inmunidad ante las balas gubernamentales. Detectar las minorías pro-norteamericanas, movilizarlas y adiestrarlas, constituye también una de las preocupaciones más importante de los Estados Unidos, en su lucha “antisubversiva”. En Vietnam del Sur es donde esta tarea ha debido ser acometida en forma más urgente, allí se encontró como problema la necesidad de sustituir a la tradicional aristocracia mandarinesca y al servicio civil francés. Varias organizaciones yanquis se han abocado a estos estudios, entre otras la Rand Corporation y la OIOE-CISS. Uno de los trabajos presentados sobre “Grupos Minoritarios en la República de Vietnam” manifestaba estar

“destinado a ser de utilidad para el personal militar y de otros organismos que necesitan una conveniente recopilación de datos básicos acerca de las instituciones y las prácticas sociales económicas y políticas de los grupos minoritarios de la República de Vietnam”[18].

Gran parte de los esfuerzos en este área se ha dedicado a auscultar la situación y opiniones de los estamentos militares de todo el tercer mundo. Algunos títulos de trabajos en este campo: “Los roles cambiantes de los Militares en América Latina”, “El Orden público y el Militar en África: ejemplos de África Oriental”; “El desarrollo político y el rol de los militares en el Egipto moderno”; “Los militares en el desarrollo político de las naciones nuevas”; “El rol de los militares en Indonesia”; “Las Funciones políticas de los militares en el medio Oriente y en el norte de Africa”; “Las actividades Militares nativas en Africa”; “El liderazgo militar nativo en Africa”. Otro grupo minoritario ampliamente estudiado ha sido el de los estudiantes, al cual en parte estaba dedicado el Plan Camelot, para América Latina; en Africa la CISS ha realizado trabajos sobre “El liderazgo estudiantil en Africa”; “Los movimientos Estudiantiles en Africa”, etc. Todos los pasos anteriores desembocan en la concreta elaboración y aplicación de estrategias de lucha antisubversiva. Estas estrategias están discriminadas, según las regiones, en acuerdo con la etapa de las movilizaciones populares libertadoras.

“En la primera etapa de la intervención, antes de que haya estallado la lucha armada, pero durante un período de descontento e intranquilidad, la estrategia actual de los Estados Unidos apela a la creación de nuevas instituciones sociales, económicas y políticas de orientación occidental. Estas nuevas instituciones, que adoptan los modernos capitalistas de organización y administración, están destinados a canalizar, manejar y pacificar el antagonismo popular contra las instituciones feudales y coloniales subsistentes. Tales intentos, que habitualmente reciben los nombres de ‘construcción de la Nación’, ‘creación de instituciones’ o simplemente modernización, habitualmente se llevan a cabo mediante el programa de ayuda extranjera. Por consiguiente, la mayoría de las investigaciones en este campo se realizan bajo los auspicios de la Agency for International Development (AID)”[19].

Esta ha destinado en 1964 la suma de 158.380 dólares en un programa sobre “El proceso de creación de Instituciones”; otro programa similar recibió entre 1963 y 1966, 521.772 dólares. En la segunda etapa de las luchas de liberación, se trata de mantenerlas en el nivel más bajo de violencia e insurgencia. Esta estrategia es llamada por el Pentágono “guerra antisubversiva de baja intensidad”. Un estudio secreto del ejército norteamericano al respecto, “El empleo de unidades militares en operaciones demostrativas de fuerza”, decía estar destinados a

A) “establecer una definición precisa del tipo de operaciones consistentes en la demostración militar de fuerza y la determinación de parámetros operativos válidos para ella;

B) establecer un espectro de técnicas, por ejemplo, demostraciones, ejercicios estratégicos de movilidad, etc., para el empleo de demostraciones de fuerza en caso de tensión real o potencial”[20].

La tercera etapa, la “guerra del pueblo” en gran escala, también tiene sus investigadores imperialistas. Es la experiencia vietnamita la que mejor permite visualizar este tipo de conflicto, y es al respecto que se han dedicado la mayoría de los trabajos de esta índole. Algunas de las investigaciones encaradas han sido: “El desarrollo de las posibilidades de acción combinada del cuerpo de Infantería de Marina de los Estados Unidos para la Guerra de Vietnam y contingencias futuras”; este proyecto tenía como fin “brindar una información útil al Cuerpo de Infantería de Marina de los Estados Unidos para el desarrollo de las posibilidades de pacificación o de “otra guerra” que puedan ser utilizadas en situaciones de guerra limitadas o pequeñas”; “El poder marítimo en las guerras especiales”; “Las perspectivas de guerra limitada para 1970-80”; etc.

Hemos visto las distintas tendencias de investigación que se llevan a cabo con el objeto de detectar las diversas condiciones de vida, de explotación y de lucha de los pueblos del tercer mundo. La finalidad de este impresionante despliegue intelectual es bien clara: la permanencia de la dominación imperialista. Pero ¿hasta dónde alcanza la eficacia de estos planes que buscan la comprensión y el entendimiento de los dominados para obligarlos a permanecer en su papel de sumisión? Unas palabras de Cabot Lodge, ex embajador norteamericano en Vietnam del Sur, permite ver que esos esfuerzos son en gran parte inútiles, que el imperio jamás llegará a tener conciencia de lo que realmente está en juego para una nación que lucha por su liberación. Según Cabot Lodge la guerra de Vietnam estará ganada

“cuando una mañana el joven que está en el Vietcong despierte y se diga ‘hoy no voy a volver; y las razones por las que no voy a volver son

a) porque creo que me matarán y

b) si miro a mi alrededor, veo el arroz, el pescado, los patos, los cocos y los ananás que llegan por la ayuda americana, y la vida parece bastante buena aquí’.[21]

El científico colonizado

La otra finalidad es la enajenación de las élites intelectuales. Esto no solamente por la vertebración y colaboración con las minorías pro yanquis ya existentes, aun cuando esto no deje de ser una labor de primera importancia. Lo central es lograr neutralizar y subyugar a aquellos que por su preparación aparentemente deberían ser los más capacitados para percibir y denunciar las lacras de la dependencia. De lo que trata es de absorber a estos sectores al proyecto imperial, aprovechando el poderoso substrato de desnacionalización de su conciencia, logrado por las vías ya mencionadas anteriormente.

La actualización de los métodos desnacionalizantes a nivel de las capas intelectuales de un país dependiente, la ideología que ha permitido y que permite esta maniobra, es el cientificismo. Para aclarar un poco esto veamos el papel que se le hace cumplir a la ciencia. El prestigio que la ciencia tiene pareciera eximirla de ciertas cuestiones molestas. Cuestiones tales como: ¿Cuál es la razón por la que el progreso científico y técnico no se ha visto reflejado en una mayor racionalidad de la vida social e individual, en una mayor felicidad de los pueblos?; ¿quién es entonces, y verdaderamente, el real beneficiario de estos avances?; ¿cómo se dirige el proceso de investigación científica y qué o quién o quiénes lo dirigen?

Comencemos esbozando una respuesta al último de estos interrogantes:

El ritmo de producción y consumo se ha alterado radicalmente en las últimas décadas. Se ha ingresado en lo que se ha dado en llamar la “sociedad de consumo”; y si bien es cierto que esta realidad impera esencialmente en los centros imperiales no es menos cierto por ello que este ritmo ha sido trasladado a los países dependientes, por lo menos a sus capitales, a las capas dirigentes, a ciertas capas intermedias y aun a algunos sectores de la “aristocracia obrera”. En esta forma se aceita la irracional máquina económica del capitalismo con el despilfarro mientras que la mayoría de la humanidad aún sufre hambre.

“Para hacer esto posible es necesaria una altísima productividad industrial, con rápida obsolencia de equipos por la continua aparición de nuevos productos. Esto requiere una tecnología física muy sofisticada, que a su vez se basa en el desarrollo rápido de un cierto tipo de ciencia, que tiene como ejemplo y líder a la Física. Se perfeccionan entonces ciertos métodos: standarización, normas precisas, control de calidad, eficiencia y racionalización de las operaciones, estimación de riesgos y ganancias, que a su vez implican entronizar los métodos cuantitativos (…) la super especialización, métodos que no tienen por qué ser los mejores para otros problemas.

“La investigación y sus aplicaciones dejan de ser aventuras creativas para transformarse en una capital de las empresas con su etiqueta masificadora —R & D: Research and Development [o Investigación y Desarrollo]— y se hace con inversión rentable que figura en la cuenta de empleados, con subsidios y hasta universidades propias. No se ha mostrado que esto sea lo más eficiente para toda la ciencia.”[22]

La ciencia se vuelve entonces un asunto de mercado y la actividad científica se rige por las mismas pautas que cualquier otra actividad empresaria.

Y esto es cierto no sólo para la ciencia aplicada, lo es también para la ciencia “pura”. Esta depende del grado de interés que la sociedad le preste, interés materializado en esfuerzos humanos y financieros.

“Un nuevo sistema social formado en oposición a este tendrá concebiblemente menos interés por el psicoanálisis, la topología algebraica y la electrodinámica cuántica que por las teorías de la educación, del equilibrio ecológico general del planeta, de la imaginación creadora o de la ética. Esto produce una reasignación de fondos y por lo tanto un distinto tipo de ciencia.”[23]

Vemos entonces que la ciencia que tenemos es producto de nuestro sistema social; es, por lo tanto, imaginable y practicable, una estructuración totalmente diferente de sus vías de desarrollo en función de otro tipo de sociedad, de otro tipo de intereses.

El olvido o el desconocimiento de esto, la entronización del tipo de ciencia generada por nuestra estructura social, es lo que se llama cientificismo.

“(…) cientificista es el investigador que se ha adaptado a este mercado científico, que renuncia a preocuparse por el significado social de su actividad, desvinculándose de los problemas políticos, y se entrega de lleno a su “carrera”, aceptando para ella las normas de los grandes centros internacionales, concretados en un escalafón”[24].

Para colmo de males, el científico colonizado “es un frustrado perpetuo”. Nunca podrá desprenderse del peligro, de dar un paso en falso, una nota discordante; siempre será un recién llegado, un novel catequizado por la civilización al cual aún se le pueden notar huellas de su pasado bárbaro.

“Para ser aceptado en los altos círculos de la ciencia debe dedicarse a temas más o menos de moda, pero como las modas se implantan en el Norte, siempre comienza con desventaja de tiempo. Si a esto se le agrega el menor apoyo logístico (dinero, ayudantes, laboratorios, organización) es fácil ver que se ha metido en una carrera que no puede ganar. Su única esperanza es mantener lazos estrechos con su Alma Mater —el equipo científico con quién hizo su tésis o aprendizaje—, hacer viajes frecuentes, conformarse con trabajos complementarios o de relleno de los que allí se hacen, y en general llegar a una dependencia cultural total”.[25]

El cientificismo es un modo mágico de internalización del investigador colonizado. Este ya no pertenece en primera instancia a su país sino a una lógica, a una nueva Iglesia, cuya pertenencia es absolutoria del nacimiento en un país atrasado.

Este internacionalismo científico es lo que justifica ante los ojos de los cientificistas investigaciones absolutamente carentes de valor para nuestros países y que sin embargo se realizan aquí. Ejemplo de este tipo de investigación es la realizada por la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires sobre los problemas de la retina en pilotos de aviación a grandes altitudes y velocidades.

De esta manera el científico cientificista hace prevalecer los intereses de la “ciencia” sobre los concretos y acuciantes problemas de su patria. El esfuerzo desplegado por los Estados Unidos en esta monumental maniobra, es gigantesco. Este esfuerzo se canaliza por diversas vías, tanto privadas como oficiales. Trataremos ahora, en forma suscinta, este aparato de dominación cultural.

Las fundaciones

Las fundaciones son creadas por la decisión de utilizar parte de los beneficios de las grandes corporaciones no ya en las mismas lineas de inversión que llevan a ganancias inmediatas, sino en planes de largo alcance que apuntan a resolver aquellos problemas sociales que pudieran perturbar la marcha normal de sus actividades en los países dependientes, o aun en la propia metrópolis. A más de este proyecto a largo aliento, tienen un resultado inmediato nada despreciable: la exención de impuestos. Las principales instituciones interesadas en los estudios latinoamericanos son la “Ford Foundation” y la “Rockefeller Foundation”, y en un segundo plano, la “Fundación de Fraternidad Nacional Woodrow Wilson” (subsidiaria de la Ford), la fundación John Simon Guggenseim”, la “Fundación Wener-Gren” para la investigación antropológica y la “Fundación Doherty”. El tipo de investigación realizada y la zona de trabajo, están relacionados con el interés particular de la corporación directriz de cada fundación; pero también se apunta a políticas globales de tal importancia como las encaradas por la Ford y la Rockefeller en los trabajos que subvenciona en agricultura y control familiar. Ambos temas son enfocados desde la perspectiva del capital norteamericano, cuyo interés es por un lado, no un cambio de distribución de los productos alimenticios, o de la propiedad de la tierra en América Latina, sino un aumento de productividad en los renglones donde ellos se han establecido. De la misma manera que su interés en el control familiar apunta a una disminución de la población que disminuyese la peligrosidad de los estallidos revolucionarios al sur del Río Grande.

Es en el aspecto demográfico donde quizás queda más al descubierto la interesada falacia imperialista. La sobrepoblación no es un fenómeno “natural” solucionable mediante anticonceptivos mecánicos o químicos, o por la esterilización de vientres. (En Centroamérica los norteamericanos han llegado a regalar radios a transistores a las mujeres que se dejasen esterilizar.) Es, por el contrario un fenómeno económico y político, solucionable solamente a ese nivel, tal como lo demuestra un país como Cuba, donde tradicionalmente existía “exceso de población y a quien luego de su revolución no sólo no le sobran sino que le faltan brazos para su economía. Los países de América latina, de Asia, de Africa, castigados por la desocupación y el hambre, tienen en este ejemplo un camino mucho más racional y realista para superar su miseria actual que las técnicas de control de la natalidad que trata de imponerles Norteamérica. Veamos ahora brevemente qué son y cómo funcionan las dos Fundaciones más poderosas: la Ford y la Rockefeller.

Ford:

La fundación Ford es la más importante de todas las organizaciones de su tipo; creada en 1936 comienza a interesarse por América Latina en 1959; su capital es de 3.000.000.000 de dólares y tiene un presupuesto anual cinco veces mayor que su hermana Rockefeller. Es el apoyo financiero principal de alrededor de 100 centros de investigaciones entre los 191 que en Estados Unidos se dedican a los asuntos extranjeros, y de 11 de las 12 principales universidades.

El citado informe de la NACLA describe así la estrategia de la Ford:

“La Ford ha elegido las universidades como lugares importantes en los cuales concentrar sus esfuerzos, porque allí es donde se encuentra la élite, y la manera más directa de que la Ford puede provocar los cambios que desea es mediante las élites. La estrategia programática general es la siguiente: Primeramente, mediante programas de intercambio, un número suficiente de latinoamericanos “norteamericanizados” volverán a sus países de origen para ocupar posiciones en la enseñanza dirigida a la educación de un gran número de compatriotas. Se supone que las personas originalmente preparadas en los Estados Unidos se hallarán suficientemente orientadas en una disposición positiva hacia los intereses de los Estados Unidos como para transmitir los mismos valores a sus discípulos, con lo cual se daría un proceso de desnacionalización. Los individuos educados de tal modo tienden a perder su identidad nacional, lo cual disminuye la amenaza de una ideología nacionalista extremadamente “disfuncional”. Al emplear latinoamericanos preparados en los Estados Unidos en la producción de más fuerza de trabajo calificada, se reduce mucho el problema llamado del drenaje de cerebros, o la migración de profesionales a Estados Unidos. Además, dicha estrategia tiene también un aspecto que se vincula con las relaciones públicas, que aspira a demostrar el reconocimiento y el benévolo apoyo por los Estados Unidos de los “deseos nacionales”. En resumen, los latinoamericanos preparados en los Estados Unidos son portadores mucho más eficaces de una ideología pro-Estados Unidos que sus equivalentes norteamericanos”.

Siguiendo esta estrategia, en 1969, la Ford estaba financiando 199 programas de investigación en 146 instituciones diferentes, de las cuales solo 42 eran yanquis.

Rockefeller

La fundación Rockefeller acrecienta su interés América Latina en 1940, cuando Nelson Rockefeller es designado presidente de la CAIA (Oficina de Coordinación de Asuntos Inter-Americanos). Hasta 1955 la Rockefeller se limitó a programas becarios y de intercambio cultural. Pero

“… fue Dean Rusk (entonces presidente de la Fundación) quien primero enunció la necesidad de orientar los programas de la Fundación hacía los requerimientos de las nacientes naciones subdesarrolladas. “Debemos tomar plena conciencia de la significación histórica de lo que está sucediendo en aquellas zonas que están fuera de la democracia de habla inglesa, Europa Occidental y la Cortina de Hierro”, escribió Rusk, “Ideas y aspiraciones que se originaron en el curso de las revoluciones democráticas, nacionales y económicas de Occidente están ahora provocando exigencias explosivas de cambios de largo alcance en otras partes del mundo… Los países subdesarrollados de hoy toman ideas, aspiraciones y ejemplos de los países avanzados que tienen ante sus ojos; pero carecen de capital, de líderes adiestrados, de gente educada, de estabilidad política y de comprensión acerca de cómo sus culturas deben digerir y usar los cambios.

Esta doctrina que, principalmente bajo la guía de Rusk como secretario de Estado, ha atraído la respuesta imaginativa del gobierno norteamericano en los vastos programas de ayuda al exterior, es también la guía de la Fundación en muchas de sus actividades actuales en las naciones subdesarrolladas[26].

Tanto la Ford como la Rockefeller no bastarían para desarrollar el cúmulo de tareas que su función exige; por un lado cooperan con la C.I.A. de quien son “compañeras naturales” tanto por la envergadura de sus operaciones como por la multinacionalidad del aparato montado, amén de los fines comunes. Por otro lado existen lo que se puede llamar “organismos fachadas” a través de los cuales, y con mayor comodidad, pueden actuar estas Fundaciones cuando la situación lo requiere. Algunos de estos organismos son:

Asociación para la libertad de la Cultura: es heredera de los Cuadernos para la libertad de la Cultura, en cuyo comité estaban hombres como el italiano Inazio Silone, o el argentino Juan Antonio Solar¡, financiado por la CIA y que en 1966, al hacerse pública esta relación debió disolverse y ser remplazada por esta nueva organización para la cual la Ford aportó 225.000 dólares. Esta entidad publicó la revista “Mundo Nuevo”.

Consejo para la América Latina: su fundador, en 1965, fue David Rockefeller y está integrada por representantes de diversas empresas norteamericanas cuyas inversiones en América Latina representan el 80% del total de las inversiones yanquis en la zona.

Es interesante mostrar que los ocupantes de la cúpula de ambas fundaciones son generalmente ex-altos funcionarios del aparato gubernamental o de los servicios de inteligencia; vemos aparecer así, al lado de hombres como Robert McNamara o Douglas Dillon, a ex-directores de la CIA y del Consejo Nacional de Seguridad, teniendo como atracción más sofisticada a un ex-presidente latinoamericano, el colombiano Alberto Lleras Camargo.

Notas y bibliografía

  1. Fanon, Frantz: Los condenados de la, tierra; Ed. F.C.E. México, 1963.
  2. Georg Lukacs: Historia y conciencia de clase; Ed. Grijalbo, México, 1962.
  3. J. J. Hernández Arregui: La formación de la conciencia nacional; Ed. Hachea, Buenos Aires, 1971.
  4. J. L. Borges: en El aleph, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1965.
  5. J. P. Sartre: prólogo a Fanon: Los condenados de la tierra idem.
  6. Dorfman y Mattelard: Para leer el Pato Donald, Ed. Siglo XXI Argentina, Buenos Aires, 1972.
  7. Nerea Amor: Notas sobre el teatro popular latinoamericano, en Revista La Doksa, Quito, 1971.
  8. NACLA (North American Congress on Latín America): Ciencia y colonialismo, Editorial Periferia, Buenos Aires, 1972.
  9. Oscar Varsasky: Ciencia, política y cientificismo, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1972.

Finanzas e instituciones oficiales

Además del aparato privado de las grandes empresas, el propio Estado norteamericano mantiene diversas organizaciones similares. Para apreciar la importancia de las operaciones que por diversos conductos el gobierno yanqui emprende en el campo de la investigación social es suficiente constatar que en 1969 se ha gastado en dicho concepto la suma de 33.300.000 de dólares; descontando que parte de este presupuesto proviene de fondos secretos de la CIA. La distribución por regiones geográficas de proyectos de investigación subsidiados por el gobierno norteamericano, es la siguiente:[27]

Asia oriental:

24%

Europa Occidental:

19%

Cercano oriente y sudasia:

19%

América latina:

18%

Africa:

11%

Europa oriental:

8%

Los principales organismos dedicados a la obtención y elaboración de información socio-política y económica extranjera son:

CIA

Fuera del aparato de espionaje convencional y de elaboración de información pública, que llega a emplear alrededor de 30.000 empleados en todo el mundo, la CIA controla toda una serie de organizaciones, algunas creadas directamente por ella y otras a las que ha copado posteriormente a su nacimiento. Entre las más importantes se cuentan: Asociación Nacional de Estudiantes, Conferencia Internacional de Estudiantes, Reunión mundial de la juventud, Fundación de Desarrollo Internacional, Investigación Operativa y Política, Instituto Internacional de Asuntos Juveniles, Federación Internacional de Periodistas Libres, Asociación Educacional Nacional, etc.

Departamento de Estado

Coordina los distintos planes de investigación y de ayuda de todos los organismos, oficiales y privados, en el extranjero.

Oficina de Inteligencia e Investigación

Actúa como apoyatura logística del Secretario de Estado; es una especie de CIA en miniatura, ya que sólo cuenta con 400 miembros.

Oficina de Asuntos Educacionales y Culturales

Su principal finalidad es la detección de las élites pro-yanquis en los países dependientes y su posterior preparación y adiestramiento.

AID

Canaliza gran parte de la Ayuda Externa norteamericana y reemplaza como financiadora a la CIA cuando los lazos de ésta última con otras organizaciones ya no son posibles de ocultar.


[1] Fanon, Frantz: Los condenados de la, tierra; Ed. F.C.E. México, 1963.

[2] Georg Lukacs: Historia y conciencia de clase; Ed. Grijalbo, México, 1962.

[3] J. J. Hernández Arregui: La formación de la conciencia nacional; Ed. Hachea, Buenos Aires, 1971.

[4] J. L. Borges: en El aleph, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1965.

[5] Fanon, Frantz: Los condenados de la, tierra; Ed. F.C.E. México, 1963.

[6] J. P. Sartre: prólogo a Fanon: Los condenados de la tierra idem.

[7] 6. Dorfman y Mattelard: Para leer el Pato Donald, Ed. Siglo XXI Argentina, Buenos Aires, 1972.

[8] Nerea Amor: Notas sobre el teatro popular latinoamericano, en Revista La Doksa, Quito, 1971.

[9] NACLA (North American Congress on Latín America): Ciencia y colonialismo, Editorial Periferia, Buenos Aires, 1972.

[10] Fanon, Frantz: Los condenados de la, tierra; Ed. F.C.E. México, 1963.

[11] NACLA (North American Congress on Latín America): Ciencia y colonialismo, Editorial Periferia, Buenos Aires, 1972.

[12] NACLA (North American Congress on Latín America): Ciencia y colonialismo, Editorial Periferia, Buenos Aires, 1972.

[13] Figura como nota al pie con Nº 16, pero las notas llegan hasta el nº 9. Esto pasa con otras notas al pie posteriores

[14] Figura como nota al pie con Nº 17, pero las notas llegan hasta el nº 9.

[15] NACLA (North American Congress on Latín America): Ciencia y colonialismo, Editorial Periferia, Buenos Aires, 1972.

[16] NACLA (North American Congress on Latín America): Ciencia y colonialismo, Editorial Periferia, Buenos Aires, 1972.

[17] NACLA (North American Congress on Latín America): Ciencia y colonialismo, Editorial Periferia, Buenos Aires, 1972.

[18] NACLA (North American Congress on Latín America): Ciencia y colonialismo, Editorial Periferia, Buenos Aires, 1972.

[19] NACLA (North American Congress on Latín America): Ciencia y colonialismo, Editorial Periferia, Buenos Aires, 1972.

[20] Figura como nota al pie con Nº 25, pero las notas llegan hasta el nº 9.

[21] NACLA (North American Congress on Latín America): Ciencia y colonialismo, Editorial Periferia, Buenos Aires, 1972.

[22] Oscar Varsasky: Ciencia, política y cientificismo, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1972.

[23] Oscar Varsasky: Ciencia, política y cientificismo, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1972.

[24] Oscar Varsasky: Ciencia, política y cientificismo, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1972.

[25] Oscar Varsasky: Ciencia, política y cientificismo, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1972.

[26] NACLA (North American Congress on Latín America): Ciencia y colonialismo, Editorial Periferia, Buenos Aires, 1972.

[27] NACLA (North American Congress on Latín America): Ciencia y colonialismo, Editorial Periferia, Buenos Aires, 1972.

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