La inmigración de la Italia Meridional  

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Introducción, selección y notas de Bruno Passarelli

© 1973

Centro Editor de América Latina - Cangallo 1228

Impreso en Argentina

Índice

Principales documentos de este capítulo.

Notas

Los anarquistas, ese peligro…

Algunos lunfardismos de origen itálico.

Protesta de los estibadores

La Ley de Residencia.

1

En el Mezzogiorno la agricultura intensiva está poco desarrollada, el comercio es escaso, el desarrollo industrial aún menor, los grandes centros urbanos, deficientes y desproporcionados, como causa y efecto, al mismo tiempo de estas condiciones. En ellos pulula una plebe galardonada, alrededor de la cual crece y se multiplica otra plebe más numerosa de parásitos andrajosos e insignificantes. Es el parasitismo elevado a la categoría de sistema; señores feudales y propietarios absentistas que viven de la renta producida y reproducida automáticamente por los poderes lejanos del lujo y de la corrupción.

[Ettore Ciccotti, 1898] [Cf. pág. 293].

2

En las relaciones entre el campesino y el propietario “gentil hombre” predominan todavía las costumbres feudales; y nadie debe sorprenderse porque el feudalismo exista todavía en Sicilia desde el momento que florecía en toda su plenitud a principios de este siglo y su abolición legal en 1812 […] no fue provocada ni acompañada ni seguida por revolución alguna, por ningún movimiento general que cambiara radicalmente las condiciones de hecho de la sociedad siciliana.

[S. Sonnino, 1877] [Cf. pág. 294].

3

La usura imposibilita al campesino siciliano cualquier intento de ahorro, cualquier mejoramiento de su suerte; peor todavía, lo mantiene en un estado de servidumbre permanente y de depresión moral, le quita toda libertad, todo sentimiento de su propia dignidad.

[S. Sonnino, 1877] [Cf. pág. 297].

4

Mi pasaje de tercera me dio un sitio entre cuatrocientos cincuenta pobres diablos como yo, que llenan el entrepuente convirtiéndolo en una especie de plaza de aldea en día de mercado, pero sin aire ni luz, ni alegría. Está rebosando de hombres, mujeres, niños, en revuelta confusión, que hablan todos los idiomas, exhalan todos los olores, visten todos los harapos.

[Roberto J. Payró] [Cf. pág. 298].

5

Los italianos llegan al Brasil o a la Argentina y se detienen en las grandes ciudades. Esto es un gran mal. Buenos Aires tiene un millón doscientos mil habitantes […]. Son otros los lugares adonde deben dirigirse los italianos, y para ello deben crearse las condiciones favorables que hoy no existen.

[La Nación, 12-9-1900] [Cf. pág. 306].

Principales documentos de este capítulo

· La situación económica y social de las regiones del sur de Italia.

· La crisis agraria en Italia.

· La condición del campesino italiano.

· El éxodo campesino.

· El viaje de los inmigrantes: Roberto J. Payró.

· La acción de las empresas de colonización.

· La especulación con la tierra.

· El fracaso de la ley de centros agrícolas según A. Alvarez.

· La imposibilidad de acceder a la tierra según Bialet Massé.

· La inmigración golondrina.

· Denuncias periodísticas.

· El gobierno toma medidas contra el “peligro” de la inmigración.

· La organización proletaria y los primeros movimientos.

· Los anarquistas.

· La Ley de Residencia.

Uno de los factores condicionantes del proceso de crecimiento dependiente que experimentó la Argentina entre 1880 y 1918 fue la corriente de inmigración masiva proveniente de Europa que en ese período llegó a nuestro país.

Por su número mayoritario, las características de su incorporación a la estructura ocupacional y la índole de su asimilación social, el núcleo italiano fue el que más gravitó sobre ese crecimiento, al dotarlo de una masiva oferta de trabajo.

En esa corriente migratoria proveniente de Italia podemos identificar dos fases muy definidas. La primera, que fue la predominante entre 1876 y 1900, estaba compuesta en un 64,7% por italianos procedentes del Norte en vías de industrialización, que venían a la Argentina con la intención de mejorar su posición económica. Al llegar a nuestro país, encontraron expedito el acceso a la propiedad territorial, como lo testimonia la formación en el centro y norte de Santa Fe de un amplio sector de propietarios rurales extranjeros. O sea que la propiedad todavía no operaba selectivamente, como lo señala el Censo de 1895 al subrayar que “casi una tercera parte de los propietarios del suelo han nacido en países extranjeros”.

Muy distinta fue la situación de la inmigración italiana “tardía”, llegada entre 1900 y 1913 y que es la más importante porque fue ella la que, virtualmente, disolvió las viejas formas culturales e incluso los hábitos de la sociedad receptora. Ahora, casi el 54% provenía del Mezzogiorno agrícola y cuasi-feudal. Se trataba de una corriente migratoria compuesta por mano de obra no especializada, pobre, en su mayoría casi analfabeta, que huía de la miseria y de la explotación. El latifundio, la desocupación, el hambre y la falta de perspectivas los empujaba a dejar las tierras donde habían nacido y crecido. Esta onda migratoria se manifestó con características masivas recién hacia 1880-90. Desde entonces, la cantidad de italianos provenientes de las regiones meridionales aumentó con mucha mayor rapidez que la de la Italia nord-central, tanto que hasta 1913 el incremento registrado fue de 50 veces, mientras el del resto de Italia apenas se quintuplicó.

Jornaleros, pequeños arrendatarios, campesinos, integraban aquella larga caravana de indigentes que, hacinados en los barcos transoceánicos, venía a tentar fortuna en estas costas. Faltaban casi por completo los propietarios. Los que llegaban, lo hacían empujados por la miseria.

Una vez en la Argentina, estos inmigrantes de la Italia “pobre” encontraron cerrado el camino hacia la propiedad. En efecto, ya estaba agotada a comienzos de este siglo la distribución de la tierra productiva de la pampa húmeda en manos de los terratenientes y la estructura latifundista se había consolidado férreamente.

Ante esta circunstancia, algunos de los inmigrantes terminaron por convertirse en arrendatarios o en peones asalariados, mientras la mayoría huía de las zonas rurales hacia los centros urbanos, sedes comerciales por excelencia y con un incipiente nivel de industrialización, donde se encontraron con otros artesanos también en busca de trabajo.

Este proceso impidió la creación de una clase media rural y de un mercado de consumo importante. Y, por el contrario, favoreció un proceso de proletarización que incidió en una urbanización temprana, sin un desarrollo industrial que lo justificara. Paralelamente, en las ciudades —y fundamentalmente en Buenos Aires— fue constituyéndose una pequeña clase media urbana de comerciantes y, en menor medida, de industriales integrada en su mayoría por estos italianos.

Fueron en gran medida los italianos del sur los protagonistas de estas circunstancias.

La mayoría de ellos no pudo ocuparse en las actividades de la rama primaria, que desempeñaba en su patria de origen, por las insuperables dificultades que encontraban en el acceso a la propiedad territorial. Entonces se orientó primordialmente hacia el sector terciario y, en menor volumen, hacia la industria y los servicios. Era oferta de trabajo, a su vez, cumplió un papel importan en la acentuación de nuestra dependencia estructural de Gran Bretaña como simple abastecedora de productos primarios, lo que reclamaba mano de obra barata para conseguir una producción masiva y a bajos costos de productos agrícola–ganaderos.

Cabe consignar que esta inmigración experimentó el doble impacto de la adaptación a un país extranjero y al tipo de vida urbana, lo que provocó considerables desajustes y condicionó las características de su integración social en las estructuras nacionales.

Del impacto surgió una síntesis totalmente original e inédita, que imprimió su sello inconfundible a un período clave de nuestra historia: el de la disolución de la Argentina tradicional.

En el Mezzogiorno, la agricultura intensiva está poco desarrollada, el comercio es escaso, el desarrollo industrial aún menor, los grandes centros urbanos, deficientes y desproporcionados, como causa y efecto, al mismo tiempo, de estas condiciones. En ellos pulula una plebe galardonada, alrededor de la cual crece y se multiplica otra plebe más numerosa, de parásitos andrajosos e insignificantes. Es el parasitismo elevado a la categoría de sistema; señores feudales y propietarios absentistas que viven de la renta producida y reproducida automáticamente por los poderes lejanos, del lujo y de la corrupción. […] No estamos frente a una aristocracia que emula el poder regio sino ante una aristocracia cortesana y deseosa de dominar sirviendo. Y no se trata de una burguesía industrial sino de una burguesía de leguleyos, de cambalacheros, de rufianes de la peor calaña. No puede hablarse de pueblo sino de plebe. Ningún contraste de fuerzas vivas se resuelve en una elevación intelectual y moral; ninguna opresión merece una resistencia abierta: se prefiere la adaptación hipócrita. Y de todo este proceso degenerativo emerge naturalmente, como una flor envenenada, la camorra y la mafia, el delito y la represalia, como el peor de los parasitismos […][1]

Esta era la imagen de las regiones meridionales de Italia a fines del siglo pasado, en momentos en que Europa sufría una aguda crisis agrícola: los precios no habían cesado de bajar desde 1874, debido a la incorporación al mercado mundial de nuevos espacios económicos que producían distintos rubros agrícolas a costos inferiores a los europeos. Un contemporáneo inglés pinta nítidamente la situación:

El ritmo desmedidamente acelerado con que están inundando el país los artículos importados que los granjeros ingleses están en condiciones de producir, ya debe de haber inducido a los defensores más fanáticos del libre comercio que militan en el partido de la Pequeña Inglaterra a preguntarse si la preservación de la agricultura inglesa es o no digna en verdad de alguna inquietud. Es cierto que no elaboramos todo lo que se necesita para el consumo de nuestro pueblo, y que sin importaciones masivas de carnes y fertilizantes es imposible producir la cantidad imprescindible de cereales, carnes y leche, pero nos aventuramos a pensar que hay razones por las cuales no se debería sacrificar la agricultura inglesa solo por que en la carrera por la existencia los granjeros de otros países producen más que lo que sus pueblos pueden absorber, y por lo tanto están dispuestos a exportar el excedente de sus cosechas y a aceptar los precios que determina la competencia ruinosa.[2]

Las nuevas condiciones del mercado mundial determinaban una situación competitiva que los productores agrícolas de los países europeos no podían afrontar. En Francia, la producción cerealera bajó de 3.200 millones de francos a 2.600 entre 1874 y 1881.

En Inglaterra, el ingreso de las clases rurales disminuyó en casi 428 millones de libras en el lapso 1876-86:

Dentro del actual régimen agrario es imposible que Gran Bretaña produzca cereales en gran escala en vida de la actual generación, sobre todo si se piensa en los centenares de millones de acres fértiles que están prácticamente al alcance de la mano en Canadá y otros dominios británicos, algunas de cuyas tierras nos encaminamos a explorar mientras escribimos estas líneas. Los cereales se sembrarán sencillamente por rotación de cultivos tanto por la paja que producen y la cosecha de tubérculos y forrajes que siguen o preceden como por el propio grano.[3]

Las repercusiones de esta crisis se sintieron más tardíamente en Italia, cuya economía estaba menos ligada al mercado mundial, pero sus efectos no fueron menos desastrosos. El aumento de la importación cerealera se tradujo en el hundimiento de los precios internos (de 33,11 liras/promedio en 1878 a 22,80 en 1887) y la disminución en el cultivo de cereales. En la Cámara de Diputados tuvo lugar entre diciembre de 1884 y marzo de 1885 un largo debate, en el que Sidney Sonnino subrayó que había que tener en cuenta también los factores internos:

En esta discusión agraria se mezclan muchas cosas distintas. Y suele olvidarse una vieja cuestión: las desgraciadas condiciones de nuestras poblaciones rurales y, especialmente, de los campesinos. Hace algunos años, solo pocos estudiosos prestaban atención a este problema, pero ahora las circunstancias han cambiado, por la agitación que amenaza a varias provincias del Reino. Lamentablemente, esta Cámara sigue preocupada únicamente en la producción, en la crisis proveniente de la baja en los precios mundiales de algunos productos agrícolas, de los cereales, del arroz y, por consecuencia, en las menores ganancias que dan muchas tierras de Italia. Creo que esto es un gran error, pues el descontento, la agitación y los peligros que reinan en la campiña italiana no se deben únicamente a la baja en el precio de los cereales por efecto de la competencia americana y del Extremo Oriente […]. Es fácil gritar ¡a la ruina! y culpar a la competencia extranjera por todas estas calamidades. Pero, ¿y las especulaciones equivocadas, la falta de previsión, el ocio de los propietarios?[4]

La crisis afectó también la producción de legumbres, papas, olivo, vid, cítricos y de más. La falta de capitales, las sucesivas sequías, la filoxera y la estructura de los vínculos agrarios impidieron que se incrementara su cultivo con el objeto de neutralizar el hundimiento de la producción cerealera:

ÇLas condiciones actuales de nuestra industria vitivinícola exigen los cuidados más solícitos […]. Cuando una industria como ésta se encuentra amenazada, no estamos frente a una cuestión privada: se trata de un asunto de dimensión nacional. La industria del vino es para Italia lo que la del algodón es para Inglaterra. E incluso su importancia es mayor, si se tienen en cuenta nuestra riqueza y nuestro comercio. Para salvarla, debemos hacer lo que hicieron los ingleses para evitar que la pérdida del mercado norteamericano (con la Guerra de Secesión) se tradujera en la bancarrota de su industria algodonera. Es necesario que la energía de todo el país se despierte y se oriente en una dirección segura. No lo disimulamos: la situación es muy difícil[5]

Todos los indicadores ponían de relieve la magnitud de la crisis que afectaba al sector primario, cuya participación en el ingreso nacional bajó de 57,4 a 43,0% entre 1880 y 1895. Y mientras los tradicionales mecanismos de crecimiento eran incapaces de operar dinámicamente en la coyuntura adversa, el sistema fiscal revelaba su inelasticidad, como lo expresó en el Parlamento el diputado Ruggero Bonghi:

Estamos aquí para discutir las causas íntimas de la crisis agraria que asola el territorio de toda Italia. Es bueno recordar que probablemente el aspecto más importante resida en la exageración del impuesto territorial, exageración en la que seguimos incurriendo sin darnos cuenta de los difíciles momentos que vivimos […]. Hoy, la disminución de los precios no ha hecho otra cosa que poner al desnudo una realidad que los precios altos habían mantenido escondida hasta alrededor de 1874…[6]

Esta caída vertical de los precios de los productos alimenticios lesionó más a la agricultura que a la industria. En Italia, el Norte industrializado siguió su acelerada expansión. En cambio, el Mezzogiorno (la zona comprendida por Abruzzos-Molise, Lazio, Campania, Puglia, Basilicata, Calabria, Sicilia y Cerdeña), predominantemente agrícola, fue castigado crudamente. Escribía Ettore Ciccoti en 1898:

El Mezzogiorno, más que todo el resto de Italia, sufre tanto por el desarrollo de la economía capitalista a nivel mundial como por la insuficiencia de ese desarrollo en su propio seno. Si Italia es, entre las grandes naciones europeas, una retardataria en el camino del alto capitalismo, el Sud cumple el papel —si se me permite la comparación— de una fila de soldados rengueantes que impide aún más el andar de una retaguardia que por sí misma se mueve con creciente dificultad.[7]

La crisis mundial coincidía con la oleada proteccionista que había invadido Europa a comienzos de la década del ochenta. Italia empezó a recorrer este camino con la tarifa de 1887, dictada por presión de los industriales del Norte, alarmados por la competencia extranjera. Pero esta tarifa tuvo consecuencias nefastas para el Mezzogiorno, ahondando la “brecha” que lo separaba del Norte industrializado. Y se alzaron no pocas voces de protesta:

La depreciación de nuestra producción agrícola y la carestía de la vida son las manifestaciones más importantes de la crisis actual. Esta carestía es artificial y se debe directamente a la tarifa prohibitiva de 1887, por la cual la competencia extranjera no ha sido anulada, con el consiguiente encarecimiento de la producción nacional, o no lo ha sido, con el consiguiente encarecimiento de los productos extranjeros. Y si la política comercial del gobierno no ha logrado abrir nuevos mercados para nuestros productos, ello se debe fundamentalmente al empecinamiento de no modificar la tarifa de 1887. Hoy, debemos aunar todos nuestros esfuerzos en favor de su derogación y contra la prepotencia política de los industriales italianos, que con esa ley han consolidado sus privilegios […]. Esta es la acción que debe encarar la opinión pública del Sur, sin sentimientos de falso patriotismo, pues entre nosotros y los industriales del Norte no existe un antagonismo regional o político al cual se deban sacrificar nuestros intereses económicos, pero sí existe el natural contraste que surge de una relación de intercambio desigual.[8]

¿Por qué escribía esto el meridionalista De Viti De Marco? Es que en el Mezzogiorno, por la tarifa de 1887, los productos industriales —importados o provenientes del Norte— costaban más caros que en el mercado internacional, mientras sus exportaciones agrícolas especializadas (cítricos, olivo, vinos) empezaban a experimentar crecientes dificultades, debido a la reducción de las importaciones industriales italianas:

La tarifa de 1887 obliga de hecho al Mezzogiorno a comprar los artículos para su consumo en el Norte […]. Nosotros renunciamos voluntariamente a nuestro derecho cuando dimos nuestro apoyo a la tarifa de 1887. Pero entonces se nos dijo que esta tarifa iba a ser temporaria y que duraría apenas el tiempo necesario para que las industrias infantiles se volvieran grandes y vigorosas. Han transcurido 15 años y en ese período hemos vendido a precios envilecidos nuestros productos, colaborando con la elevación del nivel de vida del Norte, y hemos comprado a precios altos las manufacturas protegidas, colaborando con la carestía de la vida en el Sur.[9]

O sea que el Mezzogiorno terminó convirtiéndose en algo así como un “mercado colonial” para los productos industriales del Norte, mientras se clausuraban los mercados europeos para sus productos tradicionales. Tal el caso de Francia, que respondió a la tarifa de 1887 prohibiendo el ingreso del vino italiano. El ya citado De Viti De Marco, amargamente, escribía en el año 1891:

Italia exporta vinos y aceite y produce cereales y arroz casi para abastecer el consumo interno; importa manufacturas. De estas circunstancias se desprende que aranceles proteccionistas elevados —excluidos aquellos de carácter fiscal— únicamente pueden favorecer a las industrias nacionales. El arancel sobre el cereal y el arroz carecen de eficacia: el precio de ambos ha disminuido notablemente en los últimos años. Hoy, es regulado sobre la producción y el consumo nacional; el mercado es interno. Solo en los años de deficientes cosechas, el arancel puede actuar sobre los precios por la misma cantidad que se importa […]. Las dos causas fundamentales de la depresión económica de la Italia meridional son el proteccionismo francés y el italiano, que se suman y provocan un daño doble. Si a la tarifa francesa Italia no le hubiera agregado una protección contra los productos industriales importados, es evidente que con los cereales, el ganado y el vino, incluso depreciados, habríamos podido comprar una cantidad creciente de vestidos, máquinas, telares y barcos de guerra.[10]

Pero no pesaban únicamente los factores coyunturales externos. Había razones endógenas, que explican por qué la crisis mundial impactó con tanta violencia sobre el Mezzogiorno italiano. Una de ellas era la estructura latifundista y cuasi–feudal de la campiña meridional. Un texto de la época revela cuáles eran sus características en Sicilia:

En las relaciones entre el campesino y el propietario “gentil hombre” predominan todavía las costumbres feudales; y nadie debe sorprenderse porque el feudalismo exista todavía en Sicilia desde el momento que florecía en toda su plenitud a principios de este siglo y su abolición legal en 1812, completada con las leyes del 2 y 3 de agosto de 1818, no fue provocada ni acompañada ni seguida por revolución alguna, por ningún movimiento general que cambiara radicalmente las condiciones de hecho de la sociedad siciliana. La que había sida hasta entonces “potestad” legal, permaneció como “potestad” o prepotencia de hecho, y el campesino, pese a ser proclamado ciudadano por la ley, siguió siendo siervo y oprimido. El latifundista permaneció siempre barón, y no solamente de nombre: y en el sentimiento general la posición del propietario frente al campesino siguió siendo la del feudatario frente a la del vasallo. Está también la clase burguesa, no muy numerosa pero ávida de ganancias e imitadora de la clase aristocrática únicamente en su caprichosa vanidad y en su prepotencia.[11]

Y seguía Sidney Sonnino:

La usura es uno de los males mayores que corroe a la sociedad siciliana. El campesino siciliano es sobrio, laborioso e infatigable; el suelo es fértil como el que más; la producción media de cereal no es inferior a la de Toscana, pese a que el arado no horada la tierra con surcos de una profundidad mayor que un palmo; el clima es agradable y bastante constante; y, a pesar de todo esto, las condiciones de las clases agrícolas son miserables. Los contratos agrícolas son tales que la concurrencia entre los campesinos reduce siempre su ganancia anual al mínimo necesario para subsistir, como sucede en todos los lugares donde la ley, el acuerdo o mejor la costumbre no han puesto barreras a la libre competencia de los trabajadores; en Sicilia, lo peor es que la forma especial de los contratos y las condiciones de la agricultura en tres cuartas partes de la isla son tales que obligan al campesino a pedir préstamos incluso en los años de buena cosecha. ¡Imaginémonos los años malos y los que siguen a las malas cosechas! Es entonces cuando el capital impone sus condiciones más duras al trabajo.[12]

Estas circunstancias se traducían en la completa degradación material y moral del campesino:

La usura imposibilita al campesino siciliano cualquier intento de ahorro, cualquier mejoramiento de su suerte; peor todavía, lo mantiene en un estado de servidumbre legal permanente y de depresión moral, le quita toda libertad, todo sentimiento de su propia dignidad. Así, el campesino siciliano está permanentemente endeudado con el patrón o con los extraños: la compensación por sus fatigas le llega bajo la forma de préstamos que debe implorar humildemente, renunciando a toda ventaja.[13]

El cuadro del Mezzogiorno se completaba con la cuestión fiscal. La clase de los propietarios “gentil hombres” controlaba todo el aparato administrativo comunal y había convertido al impuesto en un gravamen de clase, que virtualmente solo pagaban los campesinos.

Para ver cómo opera este sistema tan injusto como caprichoso bastaría con examinar, comuna por comuna, el rol de los impuestos. Así, encontraremos incrementados hasta la exageración los gravámenes sobre los animales de tiro y de carga, o principalmente sobre mulas y caballos, que son la mayor propiedad de los campesinos; en cambio, muy raramente y en proporciones mínimas se introducen impuestos sobre el ganado, o sea sobre las vacas y los bueyes, desde el momento que éstos representan la principal riqueza de los propietarios. El campesino paga en muchísimos lugares hasta ocho liras por una mula, o cinco liras por un asno, mientras el propietario no paga nada, o relativamente poquísimo, por centenares de vacas y bueyes. En 1874, la tasa comunal sobre las bestias de tiro y de carga ascendía en Sicilia a 589.557 liras, mientras el impuesto sobre el ganado apenas alcanzaba a 146.493 liras.[14]

Pasquale Villari denunciaba en 1899 lo que sucedía en una pequeña localidad de Calabria, ubicada en las cercanías de Cosenza:

Para poderse pagar a 21 guardias rurales, acaba de imponerse un impuesto especial de ocho liras por “salma” [antigua unidad de medida equivalente a 1,75 hectáreas], que deben pagar —y aquí está la malicia— únicamente los propietarios de una extensión máxima de seis “salmas”. A este grupo no pertenecen ni los consejeros comunales ni los “gentilhombres” ni los verdaderos propietarios.[15]

La suma de todos estos factores derivó en un gigantesco éxodo de gente pobre, casi analfabeta, que abandonaba las tierras donde habían nacido y crecido, buscando las posibilidades que la estructura feudal del Mezzogiorno les negaba. Francesco Coletti daba a comienzos de siglo una síntesis admirable del problema:

Las causas de la emigración meridional son: la miseria de la agricultura y de los campesinos mucho más difundida y aguda que en las otras regiones; el crecimiento demográfico por lo general elevado; el espíritu fácilmente inflamable de la población, entre la cual el fenómeno migratorio asumió una forma de psicosis colectiva; el fiscalismo de clase ejercitado por los entes locales sobre la gente pobre y, en particular, sobre los campesinos y los pequeños propietarios cultivadores. […] Miserias y nuevas injusticias se suman a las viejas y crean un estado de ánimo popular semejante al vapor que bulle en un recipiente cerrado hasta que explota; así, los daños sufridos acumulativamente por el Mezzogiorno se combinan con los más localizados en su multifacética realidad y le elevan la agudeza, la extensión, la energía dinámica.[16]

Esta gente abandonaba el campo y solía incorporarse a las cuadrillas que trabajaban en los ferrocarriles, los caminos o los edificios de las ciudades en plena expansión, donde oían hablar de las posibilidades que proliferaban del otro lado de los mares. Y se dejaban tentar por la aventura:

Nápoles es el principal punto de distribución de las razas italianas. Veinte grandes flotas de vapores transoceánicos zarpan mensualmente desde Nápoles rumbo al este, en tanto que veintenas de vapores parten desde allí hacia otras regiones del mundo. […] En primer término, una visita a los lugares donde se hacinan los inmigrantes en ciernes. Evidentemente, en este grupo de varios centenares casi no hay nadie que haya residido alguna vez en centros urbanos. Se trata de familias, más que de aventureros aislados: de gentes rústicas, vestidas con telas caseras, de rostros morenos, manos callosas, cuerpos vigorosos, analfabetas pero no estúpidas, pobres pero no indigentes. Son principalmente campesinos calabreses. Encuentro en el grupo a media docena que ha vivido en Estados Unidos, pero que ha vuelto en busca de sus familias. Uno ha vendido su casita para juntar los fondos del viaje; otro ha recibido un pasaje de llamada. Varios no saben dónde se encuentra Estados Unidos, pero piensan que se halla cerca de Nueva York.[17]

Estos inmigrantes no tenían nada que ver con los que habían integrado las oleadas migratorias provenientes del Norte, cuyo apogeo se había producido a mediados del siglo y que hacia 1890 ya habían sido desplazados numéricamente por los que abandonaban el Mezzogiorno. Aquéllos buscaban mejorar su posición económica; éstos emigraban empujados por la miseria:

Aquí está el vapor “Britannia”, que zarpará mañana de Nápoles. Se halla fondeado cerca del embarcadero del puerto, rodeado por una flota de pequeños botes cargados de emigrantes que llevan sus efectos domésticos en bultos sostenidos entre los brazos. Se trata de un éxodo que no tiene su origen en una persecución política o religiosa; evidentemente el evangelio de este movimiento que se refleja en los rostros macilentos es el evangelio de la necesidad. […] Ahora hay 1.048 emigrantes de tercera a bordo del “Britannia”. En la entrada del entrepuente de la cubierta superior están sentados los funcionarios italianos: el jefe de policía, el médico, el capitán de la nave. Los emigrantes se presentan uno por uno con sus pasaportes, son examinados, interrogados, les revisan los documentos… Entre estos campesinos italianos son muy pocos los que saben leer o escribir; ni siquiera saben firmar… El camarero de a bordo despliega la siguiente lista de platos para los pasajeros de tercera: pan, bizcochos, arroz, “macarroni”, sopa de habas, pescado salado, papas, queso, café, azúcar, encurtidos, sal y vino. En algunas líneas el camarero se hace rico con abusos como el de cobrar 25 centavos de dólar por un taza de café. Las mujeres lucen pañuelos de colores llamativos sobre la cabeza, adornos de bronce en las orejas, y se sientan en la cubierta sobre sus efectos domésticos, que consisten por lo general en un bulto.[18]

Estas observaciones eran recogidas en la primavera de 1890 por un funcionario norteamericano. Es de imaginarse el hacinamiento y las condiciones de higiene que signaban estas travesías y que afectaron el espíritu de Roberto J. Payró, como lo reveló en una carta a José León Pagano:

A bordo del “Pelagus”, 14 de diciembre de 1903.

Mi querido amigo: Mañana, por fin, vamos a desembarcar, con dos días de atraso, y entonces echaré al correo esta primera carta que te escribo, todavía bajo la impresión de terribles emociones. Mi pasaje de tercera me dio un sitio entre cuatrocientos cincuenta pobres diablos como yo, que llenan el entrepuente convirtiéndolo en una especie de plaza de aldea en día de mercado, pero sin aire, ni luz, ni alegría. Está rebosando de hombres, mujeres, niños, en revuelta confusión, que hablan todos los idiomas, exhalan todos los olores, visten todos los harapos… No te puedes imaginar lo que una persona medianamente educada, por mucho que sea la amplitud de su espíritu, padece en lo físico y lo moral durante uno de estos viajes dolorosos y deprimentes. Mis compañeros mismos, aunque en su mayoría hechos a la miseria, se sienten rebajados de su dignidad de hombres, y se rebelan instintiva e inconscientemente contra ello, manifestando la protesta con su irritabilidad y mal humor. Considérame en este hacinamiento humano, entre multitud de mareados que en un principio aumentaban minuto por minuto, con las apreturas, la falta de aire, el hedor, el contagio inevitable por la excitación y luego depresión de los nervios… En los primeros días yo no podía estar sino en el puente, echado de bruces sobre la borda, mirando el mar, bebiendo la buena brisa del Océano, hasta que la fatiga me obligaba a ir a acostarme abajo, en aquellas mazmorras de madera, en que las camas parecen oscuros estantes para mercancías sin valor, desperdicios de humanidad. […] Mis pobres compañeros, anónimas reses de aquel rebaño encajonado, sufrían también, y en medio de la noche, entre ronquidos y respiraciones anhelosas, sonaba de vez en 4 cuando algún terno sofocado, alguna imprecación, algún juramento. […]

Roberto J. Payró[19]

Por esta época, más del 40% de quienes emigraban del sur de Italia se dirigía, en las condiciones narradas, a Argentina y Brasil. Frecuentemente, se trataba de una emigración grupal, de núcleos familiares; en cambio, la del Norte —cuyo ‘pico’ masivo es anterior en el tiempo— había sido casi exclusivamente individual, personal. Juan Alsina escribía el 1 de enero de 1896 en “La Prensa”:

El detalle que ayuda a juzgar la clase de gente y la importancia para la República es el de la venida de familias, que parten todas sin desmembrarse, a establecerse con parientes en las campañas o en las ciudades. Cada individuo que regresa a Europa viene acompañado de los deudos; vino solo, adquirió algunos bienes y partió para la patria europea para traer a su familia.[20]

En el caso argentino, las empresas de colonización estaban muy interesadas en esta mano de obra no especializada: el mercado mundial le reclamaba a su economía dependiente una cantidad creciente de productos agrícolas a bajos costos:

Los cónsules que representan a Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay y la República Argentina en Génova afirman que los emigrantes italianos que viajan a esos países son, en la mayoría de los casos, analfabetos y miembros de las clases trabajadoras no especializadas, con inclusión de unos pocos artesanos. El gobierno de Chile parece ansioso por conseguir gente con dichas características para promover el desarrollo de los recursos, y con este objeto Chile anuncia que pagará las siete octavas partes del pasaje del emigrante y le conseguirá trabajo o concederá cierta extensión de tierra de cultivo cuando llegue a destino. El emigrante debe reembolsar en dos años el dinero adelantado… sin pagar intereses. […] Algo muy parecido sucede con la Argentina, aunque allí las prácticas de colonización se remontan a varias décadas atrás.[21]

Pero por entonces las empresas de colonización (generalmente sociedades anónimas con directorios en el extranjero) se habían transformado en instrumentos que la organización jurídico–política habla puesto en manos de los grandes terratenientes, permitiéndoles ampliar sus posesiones a bajo precio. Juan Bialet denunció esta circunstancia en su famoso “Informe”:

Por lo que hace a las empresas colonizadoras, las cosas son aún más graves. Las hay que hacen caridad, humanitarias, a la módica ganancia de 3 y 400 por 100. Terrenos que cuestan 20 ó 25.000 pesos la legua, se dan al colono a 40 pesos la hectárea; o sea a 100.000 pesos la legua: ganancia neta, porque los caminos y servidumbres son de cuenta del colono. Esto se encubre con esto otro: por los adelantos que se hacen al colono para ranchos, arados, cercos, etc., sólo se cobra el 5, 6 y 7 por 100. El colono es un tenedor precario meramente, hasta que ha pagado totalmente el lote; sólo tiene obligaciones, hasta la de entregar su cosecha en el galpón de la empresa, donde se pudre o pierde para él; y en una he visto esta curiosidad: el colono tiene que trabajar por sí o por los miembros de su familia; no puede conchavar peones sin autorización de la empresa. La falta a cualquier cláusula del contrato autoriza al desalojo sin más trámite, saliendo con lo puesto, porque todo lo que tiene dentro del lote queda a beneficio de la caritativa empresa. Sucede así que un colono que ha pagado ya tres veces lo que el lote costó a la empresa, y ha puesto otras tres veces el valor en mejoras, se queda a pedir limosna[22]

O sea que llegar a ser propietario significaba un enorme sacrificio por las condiciones impuestas para la adquisición de la tierra y por su creciente valor. Denunciaba el semanario socialista “La Vanguardia”, a mediados de 1901:

A idénticas conclusiones llegaríamos en cuanto a lo que se refiere al arrendamiento de los campos, hoy día exagerado y que no cuadra con la situación económica de nuestro país. […] ¿Por qué sucede esto? A esta pregunta sólo pueden responder los señores propietarios. Nadie mejor que ellos están en la condición de poder apreciar y juzgar los múltiples sacrificios de los agricultores y las escasas ganancias que les producen la venta de sus cereales a tan bajos precios.[23]

En esta circunstancia, las empresas de colonización daban rienda suelta a la especulación, mientras los terratenientes fundaban colonias loteando parte de sus latifundios y haciendo así su negocio. Esta situación movió de Bialet Massé la siguiente reflexión:

Tenemos jueces de paz tan rudamente ignorantes u otra cosa peor que ejecutan estos contratos como si fueran ley, aunque ellos repugnan a la letra de los Códigos y al espíritu del país. Por otra parte, los colonos son ignorantes a no poder serlo más y se dejan expoliar como los carneros cortar la lana. Se ven escenas atroces, y no sólo en la colonización, sino en todo. Cada una de esas empresas se cree en su país para lo que le favorece, es argentina para lo que le conviene y explota a sus connacionales o correligionarios peor que si fueran bestias. Yo no digo que se expulsen del país a semejantes empresas, pero sí creo que sus directores deben de estar en presidio, y que sería mejor no dejarlas entrar en el país, porque todo lo que tocan corrompen.[24]

Este era el sistema generalizado a fines del siglo pasado, que al agotar la distribución de la tierra productiva a manos de los terratenientes impedía virtualmente al inmigrante tener acceso a la propiedad, pese a que la legislación de aquellos años tendía, teóricamente, a facilitarle la adquisición de la misma. Así, el Código Civil no fue el “código colonizador” supuesto por Estanislao Zeballos y leyes como la de Centros Agrícolas de 1887 fracasaron sin remedio. Opinaba al respecto Juan Alvarez:

He aquí ahora la situación que en 1914 mantiene todavía nuestro Código Civil respecto a los analfabetos que acuden al país animados del propósito de trabajar en los campos y hacerse propietarios:

a)El Estado interviene, salvo por el cobro del papel sellado, en los contratos que celebre el recién llegado, aún cuando sean perjudiciales al arrendatario, y sólo haya podido aceptarlos por ignorancia o necesidad apremiante. De este modo, muchos convenios contienen cláusulas cuyo sentido es hacer que la insuficiencia de la cosecha recaiga exclusivamente sobre el labrador.

b)Producida esa cosecha insuficiente, la alimentación del colono, hasta la próxima, no tiene prioridad sobre los arrendatarios debidos al dueño del campo; lejos de ellos, los alquileres priman sobre el crédito de quien suministró los elementos o vendió las máquinas para la cosecha fracasada.

c) El Estado impide se arriende a ese colono el predio por más de diez años, y si durante el plazo construye allí mejoras por su propia iniciativa, le niega, en general, el derecho de pedir indemnización por ellas.

d)Tampoco reconoce al labrador propiedad ni derecho alguno para comprar la tierra que cultivó, aún cuando hayan sido sus brazos los que por primera vez roturaron el desierto: sólo puede hacerse dueño al precio que exija el propietario, cuando voluntariamente consienta en vender.

e)Si por fin logra comprar ese predio o cualquier otro, queda expuesto a que se le embargue y venda por cualquier deuda; y, en caso de fallecer, todo acreedor o heredero puede pedir la división del inmueble, aún cuando sus fracciones sean impropias para toda explotación útil o representen valor tan exiguo que la familia se vea privada del seguro que ofrecía el primitivo predio contra las contingencias del porvenir. Esta fórmula hace prácticamente insoluble en las ciudades el problema de las casas para obreros.[25]

Como puede verse, la mayoría de los colonos debía conformarse con ser peones, medieros o a lo sumo arrendatarios. E incluso para esto debía afrontar la especulación y los precios prohibitivos. Una investigación efectuada por el gobierno de Santa Fe en 1902 llegaba a la siguiente conclusión:

De eso tiene la culpa el dueño de las grandes extensiones colonizadas, que se ha embriagado por la valorización rápida de la tierra; ha creído que si en menos de diez años la legua de un valor de 10.000 pesos moneda nacional había logrado alcanzar el precio un tanto exagerado de 100.000 pesos moneda nacional, no había razón para que los terrenos no aumentaran anualmente en la misma proporción. En esta creencia no ha querido arrendar con contratos largos, siempre con la idea de aumentar el arrendamiento a cada contrato nuevo; de modo que a medida que bajaba el rinde que se agotaba la tierra de las materias orgánicas que constituyen su fertilidad, aumentaba paulatinamente el arrendamiento, que pasaba en menos de 6 años, del 12 por ciento del producto, al 18, 20 y 22 y también al 25 por ciento.[26]

¿Cómo puede explicarse, entonces, que Pietro Sitta, un estadígrafo encargado de analizar el Censo de 1895, haya efectuado las siguientes observaciones?:

En la República Argentina se nota pues el fenómeno extraordinario y único en el mundo de que casi una tercera parte de los propietarios del suelo ha nacido en países extranjeros, y que en relación a su número son propietarios en mayor proporción que los hijos del país.[27]

En que, efectivamente, la “vieja” colonización anterior a 1890 había encontrado abierto el acceso a la propiedad. Lo testimonia la formación en el centro y norte de Santa Fe de un amplio sector de propietarios rurales extranjeros. Pero muy distinta fue la situación de los inmigrantes “tardíos” de la Europa agrícola meridional y oriental, entre los que se hallaban los del Mezzogiorno italiano: sobre ellos, los mecanismos de distribución de la propiedad operaron selectivamente, por haber sido acaparada la tierra fértil por la clase terrateniente. El 22 de junio de 1909, el diputado italiano Enrico Ferri sintetizó la cuestión en un famoso discurso parlamentario:

En la Argentina la vida es mucho más fácil que en Italia. Esta es la impresión que se recibe. La vida cuesta el doble de lo que vale en Italia, pero las ganancias son de más del doble, tanto para los obreros como para los profesionales. La Argentina se ha vuelto uno de los países mayores exportadores de cereales y la tierra es allí tan fértil que produce además del trigo, el maíz, la alfalfa y el lino. Y la tierra es tan fecunda que, por ejemplo, del lino no se utiliza la fibra textil, vendiéndose sólo la semilla. Y la argentina produce azúcar y produce vino. En Mendoza, cerca de la cordillera, he admirado a los italianos productores de centenares de miles de hectolitros al año. Pero ese vino no basta al consumo, porque, además de ser la viña escasa, una bordalesa (de cerca de 200 litros) para ir de Mendoza a Buenos Aires paga en, el ferrocarril de 18 a 20 liras, mientras que una bordelesa de vino italiano paga de 12 a 13, y aún menos, de Génova a Buenos Aires. El problema cada vez más grave es que en las provincias centrales de la Argentina (Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba) se han vuelto escasas las tierras públicas o baldías. En la provincia de Buenos Aires, más grande que Italia, y en la provincia de Santa Fe, la tierra tiene ahora un valor excesivo. Hace veinticinco años se compraba en la provincia de Buenos Aires una legua de terreno fertilísimo (esto es 25 kilómetros cuadrados) por 20.000 liras. ¡Ahora vale 400.000 y aún más! En la provincia de Santa Fe, en Rafaela, donde hay una colonia piamontesa, una concesión de 33 hectáreas de un piamontés (respecto de cuya familia hice una encuesta monográfica) fue pagada en 1882, 600 francos ¡33 hectáreas de tierra! Hoy, pues, vale de 12 a 13 mil liras. Así, pues, en esas provincias de la Argentina la emigración italiana está en condiciones económicas poco favorables.[28]

¿Cómo podía acceder a un pequeño lote de tierra el campesino o el colono calabrés o siciliano si a su llegada se encontraba con una estructura latifundista y celosamente custodiada por la organización jurídica? Puntualizaba Bialet Massé:

Hay en el país, reunidos en una sola mano, hasta 15.000 kilómetros cuadrados, bien que se trate de una compañía, y hay particulares, muchos, por centenares, que tienen más de 500; verdaderos feudos, pero feudos muertos, inertes, improductivos, en manos de verdaderos perros de hortelano, que no comen ni dejan comer, y que ni siquiera compensan al país una parte del daño que le hacen, en forma de un impuesto que represente algo del colosal aumento de valores que las tierras tienen. Leguas de tierra que no valían hace treinta años más de 50 pesos valen hoy 20.000 y hasta 50.000 en las provincias de Córdoba, Santa Fe y otras sin que sus dueños hayan puesto un ápice para semejante progreso; son los gobiernos los que han hecho estudiar y construir ferrocarriles y caminos, y ellos se guardan la ganancia limpia, esperando el aumento de valores que satisfaga su sed de ganancias, en la inercia más culpable.[29]

Ante esta situación, no faltaron quienes se convirtieron en braceros, o sea inmigrantes golondrinas que llegaban, daban su brazo para levantar la cosecha y se volvían a Italia para regresar (o no) al año siguiente. Pero otros, masivamente, buscaron huir de las zonas rurales hacia los centros urbanos, sedes comerciales por excelencia. Incluso no iban más allá de Buenos Aires. Se quejaba el citado Ferri:

Los italianos llegan al Brasil o a la Argentina y se detienen en las grandes ciudades. Esto es un gran mal. Buenos Aires tiene un millón doscientos mil habitantes; es la cabeza inmensa de un cuerpo pequeño por su población; es más del quinto de la población total del país. […] Son otros los lugares adónde deben dirigirse los italianos, y para ello deben crearse las condiciones favorables, que hoy no existen.[30]

Pero el parlamentario italiano no comprendía las razones estructurales que impedían a muchos de los inmigrantes ocuparse en las actividades primarias que desempeñaban en sus lugares de origen. Para él, bastaba con un acuerdo entre ambos países para desarrollar una política descentralizadora:

Yo creo que si, a propósito de convenciones marítimas (yo no conozco esa ley en detalles), nuestro gobierno, y nuestras iniciativas privadas se pusieran de acuerdo con el gobierno de la Argentina, a fin de que la línea entre Génova o Nápoles y la Argentina desembarcara también emigrantes en Bahía Blanca, evitando que vayan a desembarcar en Buenos Aires, se tendría un medio práctico para impedir que los nuevedécimos emigrantes se queden en Buenos Aires, donde la enorme cantidad de población da lugar a la desocupación y a las más graves desilusiones, mientras que la vida fácil está en aquellas regiones donde la tierra no está todavía detentada por los latifundios[31]

Pero esas tierras, retenidas por el Estado, se encontraban en territorio lejano y semidesiertos, separados de los grandes centros urbanos por largas distancias y con vías muy difíciles de comunicación. En mayo de 1908, el presidente Figueroa Alcorta informaba al Congreso:

Para conocer las causas del retorno de inmigrantes hay que tener presente que la inmigración espontánea es atraída principalmente hacia los países que ofrecen estas dos condiciones: jornales elevados y probabilidades de hacer fortuna rápida. Mientras que para radicarla, hay que ofrecerles tierra a bajo precio, vida barata, garantía de orden y buena justicia. Son estas últimas condiciones las que el país debe afanarse por presentar como incentivo a la afluencia de población que requiere nuestro dilatado territorio. En todas las colonias nacionales se ha agotado la tierra disponible y el fisco no posee hoy tierras de agricultura en condiciones de explotación inmediata, por la distancia que las separa de los mercados de consumo o de los puertos de exportación y la carencia de medios de comunicación.[32]

Todo lo expuesto conformaba un panorama que explica las razones por las cuales el sistema de colonización fracasó sin remedio. Se quejaba “La Prensa”, en febrero de 1901:

En la adjudicación de las tierras fiscales el gobierno ha empleado siempre el mismo sistema que en política, o sea el favoritismo. Merced a esto, se ha fomentado el latifundio, el cual ha dado origen a su vez a una especulación escandalosa de puro ávida, en la que todo el provecho es para unos cuantos privilegiados y nada para el país ni para el verdadero trabajador. El mismo sistema equivocado se ha seguido con la colonización. En las relativamente escasas colonias nacionales que se han fundado no se ha tenido en cuenta lo esencial, lo que indefectiblemente hubiera asegurado su buen éxito. De ahí el fracaso, compañero inseparable de toda empresa mal encaminada. No consiste todo en promulgar un decreto disponiendo la fundación de una colonia en tal o cual parte. Esto está al alcance de cualquier escribiente de oficina. Lo esencial, lo verdaderamente importante, es dar a los pobladores de la colonia las mayores facilidades para que puedan convertirse en dueños de la tierra que cultivan y asegurarles una administración paternal, diligente y honrada. La colonización de las extensas y feraces regiones de nuestro país no pasará de ser un anhelo mientras no se halle la manera de convertir al colono en propietario, dándole las garantías y facilidades necesarias para ello. […] El escaso rendimiento que muchas veces se obtiene de las cosechas proviene, en gran parte, de que el agricultor no es dueño de la tierra, sino arrendatario o poseedor a título precario y, por regla general, excesivamente oneroso. Sabe que la mayor parte del producto, sino todo, va a ir a parar a otras manos que las suyas, y de ahí su desgano y su desaliento. No trabaja con amor, ni se esfuerza por mejorar las condiciones de la tierra, porque nadie está muy dispuesto ni tiene mucho interés por mejorar una cosa de que no es dueño, y de la que puede ser despojado en cualquier momento.[33]

En consecuencia, no se formó una clase media rural ni un mercado de consumo importante. Por el contrario, se favoreció un proceso que incidió en una urbanización temprana sin un desarrollo industrial que lo justificara. A él ayudaron también los artesanos que integraban esta corriente migratoria, cuya mayoría se quedó en Buenos Aires, mientras muchos que tentaban fortuna en las ciudades del interior regresaban, desilusionados, a la capital:

Lo que digo, del bracero en general, es más notable en los artesanos. El exceso es tan grande en las provincias andinas, que hay talleres parados por falta de trabajo y muchos que llevan una vida lánguida y de entretenimiento. […] Además, el carpintero o herrero que en Europa gana de 5 a 7 francos, con un valor adquisitivo de franco por peso, no encuentra remuneración suficiente donde se paga un jornal medio de 2 a 4 pesos y se vuelve a la Capital Federal, donde tampoco encuentra fácil colocación. La acumulación de brazos hace que los patrones abusen, pagando mal y exigiendo un trabajo excesivo y de ahí los continuos movimientos obreros; porque no todos se avienen a dejar sus oficios, ni tienen los medios y las aptitudes de establecerse en la agricultura.[34]

Albañiles, carpinteros, talabarteros, zapateros, mozos de confitería, cocineros, personal auxiliar de trenes, eran casi exclusivamente italianos o españoles, al igual que una multitud de pequeños comerciantes e industriales. Monopolizaban junto con los jornaleros, prácticamente, la mayor parte de las tareas urbanas, como lo atestiguan los Censos de 1895 y 1914. Transcribimos, al respecto un interesante testimonio de la vida en Buenos Aires a fines del siglo pasado:

El pobre no tiene que pensar aquí, como en Europa, en aprovisionarse, en reunir combustible que le ayude a resistir un invierno inclemente. El jornalero más humilde, el doméstico, el pequeño industrial ganan lo suficiente no sólo para satisfacer sus necesidades premiosas y hasta las superfluas, sino para ahorrar para crearse un fondo de previsión, para constituirse un pequeño capital que le sirva de palanca con la cual puedan llegar a la posición holgada y cómoda que forma el blanco de sus deseos, el objetivo de sus aspiraciones. La lucha por la vida, es pues, aquí menos ardiente que en Europa y reviste caracteres más humanistas si así podemos expresarnos. El pauperismo, esa llaga terrible de las sociedades europeas, es completamente desconocido en la Argentina.[35]

Un vehemente afán de ahorro y de lucro completaban esta imagen optimista, casi bucólica, de los inmigrantes una vez que se instalaban en Buenos Aires. En “La bienvenida”, José Alvarez (Fray Mocho) muestra la idea que circulaba en Buenos Aires sobre los recién llegados:

—Ese friolento, medio recortao, que est’hi junto a las canastas ha e ser el marido d’esa grandota con trazas de capataza… ¿Qué quiere apostar a qu’ese tiene almacén p’al año que viene?… Véalo: tiene ojos de codicioso y de aporriao por la mujer… Mire, amigo… ¿Sabe por qué se hacen ricos estos bichos?… Pues es porque le obedecen a las mujeres, que no saben sino juntar pesos y criar muchachos… Cuando acuerdan son cincuenta los que tiran p’al montón…

—¡Qué me va’ decir, amigo! Vea, Vez pasada dentré a trabajar en el rejuardo y conocí en la fonda ande almorzaba un muchacho lavaplatos qu’era la roña andando… ¿Quiere creer que un buen día, ansí en silencio no más y casi hasta sin lavarse la cara, salió comprando la casa?… ¿Qué le parece?[36]

Según el Censo de 1895, la gestión de la industria y el comercio se hallaba en alrededor de un 80 por ciento en manos de extranjeros que la ejercían como propietarios. De éstos, la mayoría eran italianos:

Ya hemos visto que de las 44.100 casas de comercio registradas en el Censo, 11.449 eran propiedad de argentinos y 32.651 de extranjeros; en cuanto al personal empleado, 72.447 eran nativos y 97.386 extranjeros. La mayoría de las casas comerciales son propiedad de los extranjeros, casi todos europeos. Si bien no se incluye en la obra del Censo la nacionalidad de ninguno de dichos comerciantes puede suponerse que se encuentran entre ellos en la misma proporción del número absoluto de los habitantes. Así, entre los extranjeros, la mayor parte de los comerciantes son italianos, siguen los españoles, continúan los franceses y ocupan los otros puestos las restantes nacionalidades. En las casas de artículos alimenticios predominan los italianos, en las destinadas a albergue están empleados muchos franceses y suizos y en lo que concierne a las vestimentas se distinguen por su número los españoles[37]

Había surgido una clase media de los prejuicios y formalidades sustentadas por la oligarquía paternalista, únicamente preocupada por sus intereses y por las posibilidades de ascenso económico y social. Esto se puso de relieve, por ejemplo, cuando la carrera armamentista con Chile puso a la Argentina bajo la amenaza de una guerra. Entonces el Ministro de Italia en Buenos Aires, De Cariati, escribió a Roma en estos términos:

Buenos Aires, 7 de junio de 1898.

A su Excelencia, el señor Ministro de Asuntos Extranjeros, Marqués Visconti Venosta

Roma.

Señor Ministro:

La compra del acorazado “Garibaldi” por el gobierno argentino parece haber colocado nuevamente en una difícil situación a las relaciones con Chile. Y esto ha provocado cierta inquietud entre nuestros compatriotas, sobre todo entre aquellos pequeños y medianos industriales, que necesitan paz y tranquilidad para desarrollar sus negocios, enriquecerse y enriquecer a este país. […] Por todo esto, yo me atrevo a recomendar a V.E. que utilice toda su sabiduría y su influencia para que Italia pueda jugar un papel moderador en el problema, pero siempre teniendo en cuenta la importancia de la colonia italiana en Buenos Aires. Y no me refiero tanto a los jornaleros y artesanos que trabajan en esta ciudad, sino a los comerciantes e industriales italianos que forman la mayor parte de los 23.000 establecimientos dedicados a productos alimenticios, ropa, artículos de tocador, construcción, muebles, útiles de limpieza y otros. La mayoría son establecimientos artesanales y los menos, dedicados a las manufacturas, contándose sólo con algunas pocas fábricas. […]

Tengo el honor de enviarle, señor Ministro, las muestras de mi más distinguida consideración.

De Cariati[38]

La influencia en la Argentina, y especialmente en Buenos Aires, de esta inmigración está reflejada en el siguiente pasaje de “La Nación” del 25 de mayo de 1910:

Claro está que para esto no hemos de registrar los nombres de las sociedades existentes, ni de los establecimientos industriales, ni de las casas de negocio, porque llenaríamos columnas enteras y arrebataríamos su papel a las “guías” haciendo uno de estos trabajos de “réclame” que buscan el éxito a fuerza de nombres y de elogios, halagando la vanidad que posee a la mayor parte de la gente y en especial a los ignorantes enriquecidos[39]

Pero no todos los inmigrantes italianos, al llegar a la Argentina, eran tocados por la varita mágica del progreso. También son frecuentes los testimonios de penurias de todo tipo. Y esto no sólo acontecía en Buenos Aires sino también en otras ciudades de la costa atlántica donde llegaban los buques de ultramar:

Días atrás, el Inspector Municipal se enteró que en una pieza situada en la calle Fitz Roy de esta ciudad [Bahía Blanca] se alojaba un número considerable de individuos, violando las prescripciones de la higiene. Esperó la hora oportuna de la noche para constatar la verdad de la denuncia y, acompañado por el Comisario Loustau, se llegó a la pieza indicada, haciéndola abrir en nombre de la autoridad. Quince personas acostadas sobre colchones de heno fue lo que se presentó a su vista. Penetrar en la pieza era imposible: la atmósfera estaba completamente envenenada y era exponerse a la asfixia. La habitación medía en toda su extensión 4 por 4, lo que da una idea de la verdad. Inmediatamente, la hizo desalojar y los inquilinos durmieron esa noche en el cuartel, saliendo la mañana siguiente. Estos individuos son inmigrantes calabreses y abruzzeses recién llegados, para los cuales, según parece, el Departamento de Inmigración no ha encontrado ubicación, quedando en el más completo abandono. Es realmente lamentable que esto suceda. El Departamento de Inmigración no sabemos qué atribuciones tiene y hasta dónde está circunscripta su acción. Hasta ahora, su misión es un enigma: los inmigrantes vienen y después de tres días, si no han encontrado trabajo, se abandonan a su propia suerte, teniendo en perspectiva la miseria y, como natural consecuencia, fomentan en el ánimo de esta pobre gente una profunda animosidad contra nuestro país[40]

El censo de 1895 indica que el personal asalariado (empleados y obreros) en la industria y el comercio incluía alrededor de un 60% de extranjeros, de los cuales la mayoría también eran italianos venidos en la onda migratoria “tardía” que nos ocupa. Si se tiene en cuenta el carácter marcadamente rural de esta inmigración debe inferir se que el doble impacto de la adaptación a un país extranjero y al tipo de vida urbana hayan producido considerables desajustes. Decía “La Prensa” del 10 de mayo de 1901:

Los hombres de salario peregrinan de las campañas a las ciudades y de éstas a las primeras en demanda de trabajo. El éxodo de las provincias a esta capital es considerable. A ello debe sumársele el gran número de inmigrantes que vienen desalojados por la miseria y aquí se aglomeran en un número muy superior a la necesidad de brazos de la industria y comercio de la metrópoli. Hay en Buenos Aires una masa flotante de obreros sin ocupación, contada por decenas de miles. Opiniones muy autorizadas afirman que se siente la pobreza, rayana en la miseria, en los barrios metropolitanos en que se agrupa la clase trabajadora. Hay un hecho más que sugestivo que, de una manera indirecta, corrobora los datos que venimos consignando. Las asociaciones socialistas se multiplican y sus filas se robustecen con nuevos adherentes. Las últimas asambleas públicas celebradas con la enseña del socialismo fueron considerablemente más numerosas que las precedentes. Figuran en ellas falanges de honrados obreros, con trabajo o sin él, reclamando una mejora de su suerte actual, lo que quiere decir que no gozan de bienestar[41]

Largos horarios de trabajo industrial de mujeres y menores (de hasta seis o siete años de edad), muy bajos salarios, condiciones insalubres de las fábricas y peligrosidad de las instalaciones motivaron la reacción de los obreros. Y los inmigrantes tomaron un papel activo en los movimientos huelguísticos:

Los obreros empleados en la hojalatería mecánica de los señores Bunge y Born en la calle Herrera, entre Olavarría y Lamadrid, cuyo número no baja de 200 y son en su mayoría calabreses y sicilianos, abandonaron todos el trabajo.

Ayer por la mañana, el pito de la máquina llamó a los obreros al trabajo, pero ninguno de ellos se presentó al taller. Las reuniones de los huelguistas tienen lugar en el local de los obreros mecánicos, calle Suárez 468. Los huelguistas conservan una actitud pacífica y decididos a no ceder en sus pretensiones.[42]

En mayo de 1906 el presidente Manuel Quintana informaba al Parlamento sobre los alcances de su gestión. Y señalaba el “peligro” que significaban los inmigrantes, contra quienes aplicó la Ley de Residencia, sancionada en noviembre de 1902:

La intervención de la policía en las huelgas ha demostrado una vez más la existencia en el país, especialmente en la Capital Federal, de multitud de extranjeros cuya conducta es perturbadora del orden público y puede llegar a comprometer los beneficios del trabajo nacional. Advertido sobre los peligros que este hecho entrañaba, el Poder Ejecutivo ha usado de la autorización conferida por la ley de noviembre de 1902, ordenando la salida del territorio de la Nación a 50 individuos que principalmente se han hecho notar por su género de vida y por su acción y propaganda contraria a los intereses sociales[43]

La preocupación no sólo del régimen sino también de las clases medias se pone de manifiesto en otro pasaje de ese discurso:

Cuando me hice cargo del gobierno, se tramitaba la organización de una huelga general con el concurso de todas las organizaciones gremiales.

El movimiento era de proporciones considerables y asumía realmente caracteres alarmantes por la magnitud de los intereses comprometidos. […] Los precedentes de gobierno y también la gestión tenaz de comerciantes e industriales aconsejaban la adopción de medidas excepcionales que armaran al Poder Ejecutivo con las facultades de sitio, como el único medio de evitar las perturbaciones del orden. Y aunque reconozco que la demanda era explicable, opté por el uso de los resortes ordinarios que la Constitución y las leyes han puesto en manos de la autoridad, porque tengo fe en su eficacia cuando se esgrimen con firmeza y justicia[44]

Esas masas proletarias, a la inversa de las clases medias, no adhirieron al radicalismo, el partido opositor al régimen gobernante, sino a las ideas socialistas y anarquistas, traídas de Europa por los mismos inmigrantes. Pero no hubo coincidencia en los métodos de lucha: los socialistas aceptaron el camino electoral; los anarquistas eligieron la acción directa. En mayo de 1904 estas diferencias se manifestaron en un episodio protagonizado por Alfredo Palacios, electo diputado por la Boca, circunscripción de inmigrantes italianos, mazzinianos y masones, quien pidió en la cámara la interpelación del Ministro del Interior por los episodios callejeros del Día del Trabajador:

Era la gran fiesta del trabajo; en todos los talleres del mundo reinaba el silencio; la máquina, ese esclavo de acero que un régimen económico que se ha convertido en el implacable enemigo del proletariado, no rugía; el silbato estaba mudo y el horno estaba apagado. La clase laboriosa, la masa poseedora de la fuerza del trabajo, se exhibía, estaba de fiesta, cruzaba las calles. Disidencias más o menos fundamentales habían dividido a la clase laboriosa; de ahí esas dos manifestaciones distintas que se vieran en la ciudad, una dirigida por la Unión General de Trabajadores, socialista, y la otra por la Federación Obrera, anarquista. Estaba dividida desgraciadamente la clase trabajadora, pero, a pesar de eso, señores diputados, un misma sentimiento y una misma acción las impulsaba. Todos los obreros que parecía que debieran ser los vencidos, los caídos, iban como triunfadores, el paso firme, la frente alta, los ojos llenos de ideal, como si despidieran claridades infinitas! […] La manifestación dirigida y organizada por la Unión General de Trabajadores fue un verdadero acto imponente, en el cual ni el más insignificante choque se produjo. En la de la Federación Obrera, señor presidente, iban posiblemente algunos hombres exaltados, cuya presencia no es posible impedir en cualquier manifestación, máxime cuando ella está formada por veinte o treinta mil personas, pero lo que sí es necesario afirmar es que ese hecho no podía nunca justificar una represión excesiva por parte de la policía. No es fácil que la provocación haya partido de la clase trabajadora, por la sencilla razón de que esos obreros habían incorporado a sus columnas las mujeres y los niños, que es lo único que constituye alegría en esos hogares, donde muchas veces falta pan y donde muchas veces hace frío. Pero admitamos, quiero conceder que la provocación haya partido de la Federación Obrera, que haya partido de la manifestación de los trabajadores, aún en ese caso no es posible dejar de reconocer que la represión ha sido excesiva. Se ha hecho una verdadera carnicería con los obreros que iban en esa manifestación. ¡Se les ha fusilado por la espalda, señor presidente![45]

La réplica correspondió a Belisario Roldán (hijo), quien puso especial énfasis en marcar las diferencias entre socialistas y anarquistas:

El hecho de que haya obreros marcados en la espalda indicará cuando mucho que hubo algunos que volvieron la espalda en los desórdenes del 19 de mayo, y que los exaltados que derribaban vigilantes no esperaban de frente la represión legítima e inmedata, hecho innegable del cual me permitiría inferir sin jactancia que la manifestación anarquista del 19 de mayo no ha sido una manifestación de multitudes argentinas. Yo sé, señor presidente, que la agrupación que recorrió las clases de Buenos Aires bajo esa bandera roja era la misma que se proponía asaltar la columna tranquila y pacífica que capitaneaba el señor diputado. Yo sé que esa misma manifestación ha cubierto las paredes de la Circunscripción 4° de esta capital con carteles difamatorios para el representante del socialismo; yo sé que esa manifestación anarquista dispensa sus fulminaciones lo mismo a la burguesía que al socialismo. […] Yo sé que esa agrupación es el peor enemigo del partido a que pertenece el señor diputado, y en ese concepto no le puedo negar mis alabanzas a su abnegación.[46]

Obviamente, se buscaba romper el frente proletario, poniendo el acento en los métodos de los anarquistas, que por estos años signaban con la violencia toda protesta obrera. En las barriadas capitalistas donde pululaban los trabajadores italianos estas incitaciones encontraron particular eco. Tal lo que sucedió con los obreros portuarios de la Boca, según lo señalaba “La Prensa” el 19 de enero de 1902:

Empeora cada día la situación económica de la clase trabajadora entre nosotros. A los millares de obreros que se encuentran sin trabajo en esta capital se ha agregado el contingente numeroso de los mecánicos y calafates, además de los peones de las barracas del barrio más comercial de la capital, la Boca. A éstos vinieron a incorporarse los marineros y demás personal de las obras del puerto del Riachuelo, que habían reanudado hace pocos días su trabajo, con la promesa de que el Ministerio de Hacienda iba a pagarles los tres meses que se les adeuda, pero que hasta ahora no han recibido un solo peso, pues se alega que no hay plata para ellos. Puede fácilmente imaginarse la situación en que se encuentran, con tal resolución, millares de familias obreras de la Boca del Riachuelo.[47]

Varias semanas después, la situación no había cambiado. Los propietarios de las barracas se negaban, pese a haberlo aceptado a fines de diciembre, a pagar a los peones cuatro pesos diarios por nueve horas de trabajo. Entonces estalló la violencia:

La paralización en las operaciones de carga y descarga en las barracas y depósitos situados en la ribera ha sido en el día de ayer casi completa. Desde temprano, numerosos grupos de huelguistas constituidos en comisión, entre los que se apreciaba a muchos italianos, hacían propaganda activa para aumentar sus prosélitos. La barraca de Drysdale, que no entró en arreglos con los huelguistas en el movimiento que iniciaron en diciembre último, era la única que ayer trabajaba con todo su personal. Poco después de las 2 de la tarde, 300 huelguistas, después de lanzar gritos destemplados, trataron de penetrar en la barraca, pero fueron detenidos por varios agentes de policía. Este contratiempo no amedrentó a los huelguistas, quienes en mayor número pretendieron nuevamente avanzar. Acudió momentos después un refuerzo de agentes de policía, que obligó a los huelguistas a retirarse. Varios de los cabecillas fueron detenidos y enviados al Departamento de Policía. Como primera providencia, se prohibió la manifestación pública que se proponían llevar a cabo los huelguistas, y con los refuerzos que llegaron de las comisarías y del Departamento se establecieron retenes de vigilantes[48]

El ideario anarquista se propagó rápidamente por el interior a centros portuarios y agrícolas como Rosario, Bahía Blanca, Córdoba y toda Santa Fe. Adquirió notoriedad una “Liga de Resistencia” que nucleaba a los anarquistas de Bahía Blanca, protagonista de los graves episodios registrados en ese puerto en marzo de 1902. El cónsul italiano en La Plata, C. Nagar, informaba en estos términos al ministro de Italia en Buenos Aires, comendador Giulio Prinetti:

Existe en Bahía Blanca una asociación de anarquistas llamada “Liga de Resistencia”, fundada el pasado año por el conocido Pietro Gori. La integran numerosos obreros jornaleros, quienes tienen la obligación de comprar, en el momento de su inscripción, una medalla de identificación de seis pesos y de entregar a la asociación diez centavos diarios quitados del salario propio. El señor Ocampo me aseguraba ayer que después del amotinamiento de la semana pasada, el cajero de dicha “Liga” huyó, llevándose una suma de 2.800 pesos, que era todo lo que había en caja. También me contaba que a esta “Liga”, que desde hace alrededor de un año tiene con el alma en la boca a la población de Bahía Blanca, se ha asociado un conocido comerciante, quien le ha afirmado que tomó tal determinación para poder obtener que los jornaleros a ella afiliados le trabajasen sin demasiadas exigencias, dándole una garantía frente a las huelgas. Esta “Liga de Resistencia” se reúne en un local denominado “Casa del Pueblo” y quería imponer a la empresa ferroviaria encargada de la carga en el puerto comercial el empleo de sus propios afiliados, en base a condiciones inaceptables, pues la empresa contrataba a jornaleros correntinos e incluso italianos a los que hace venir de Montevideo pagándoles un salario diario de 4,50 pesos.[49]

Esta circunstancia provocó la reacción de los estibadores:

El lunes pasado se reunieron en el puerto varios centenares de afiliados a la “Liga”, armados con palos, cuchillos y demás, deteniéndose frente a la entrada, custodiada en aquel momento por cuatro agentes de policía. Con esa concentración, se trató de impedir la entrada al trabajo de los jornaleros contratados por la empresa. Cuatro o cinco calabreses muy conocidos en el ambiente portuario los dirigían. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, un piquete de quince hombres de la Subprefectura Marítima avanzó para colaborar con la policía y disolver la concentración. Fueron recibidos con gritos, silbidos, piedras, etc., y un agente de policía resultó herido en un brazo. Ante esta masa amenazadora, los militares dispararon al aire sus armas, desbandando a los amotinados y arrestando a 21 personas, que fueron encerradas en un vagón para ser transportadas a la comisaría de Bahía Blanca.[50]

El papel relevante que le correspondió a los italianos en estos episodios se pone de manifiesto en el siguiente informe del agente consular de Italia en Bahía Blanca al cónsul de La Plata:

Bahía Blanca, 25 de marzo de 1902.

Al Real Consulado de Italia. Señor C. Nagar - La Plata.

Ilustrísimo señor Cónsul:

Me es grato informarle, en relación con su nota Nº 856 del 19 del corriente, que las causas de las huelgas residen en los eternos pretextos: disminución de las horas de trabajo, aumentos en la paga y demás. Los motivos verdaderos los conocen los directores de la huelga, personas subversivas socialistas y anarquistas, muchas de ellas italianas, que se autotitulan “oradores” y que quieren vivir y prosperar a espaldas de los verdaderos e infelices trabajadores, ya que ellos no trabajan.

Con sus conferencias y discursos tratan de entusiasmarlos y hacerles creer a los verdaderos obreros cualquier cantidad de falsedades. Odian y tratan de hacer odiar a todas las autoridades y les hacen creer que mediante el uso de la huelga estallará pronto la revolución universal, con la consiguiente división de tierras y capitales.

Estos individuos “oradores” primero hacen cometer desórdenes y, una vez capturados por la policía los revoltosos, vienen en comisión a esta Oficina Consular, manifestando que la policía ha cometido abusos, capturado a varios de sus compañeros y los ha castigado sin culpa alguna e intercediendo para que los haga liberar de inmediato. Entonces trato con buenas maneras de hacerles comprender que esta agencia no puede proceder con violencia, que el comisario los dejará en libertad en cuanto se concluya el sumario y si nada han hecho, pero ellos protestan de nuevo y presionan de cualquier manera. Les respondo finalmente que deben presentar una petición ante esta oficina, exponiendo la pura verdad tanto en favor como en contra, y firmarla todos, como garantía de las afirmaciones vertidas para el caso de que sea necesario prestar declaración ante la autoridad competente. Pero este temperamento no les gusta y no quieren aceptarlo. Lo saludo con mi más distinguida estima.

El R. Agente Consular

Giovanni Pezzano[51]

Sería un error, empero, suponer que la mayoría de los italianos adhirió a estas posiciones radicalizadas. Buena parte de ellos se nucleó no en organizaciones sindicales sino en sociedades de socorros mutuos, separadas por la lealtad común hacia la nación de origen, aspecto más acentuado aún, por su espíritu particular, en los provenientes del Mezzogiorno:

Otro elemento importante ha venido a instalarse en el ambiente social y daña a las sociedades de socorros mutuos; elemento que se ha ido organizando cada más de diez años a esta parte. Es el elemento socialista de cualquier tipo, que rehuye las asociaciones de socorros mutuos y se aglomera en las asociaciones de trabajo y de resistencia, para proveer al mejoramiento de la existencia cotidiana en lugar de a los casos de enfermedad, para los cuales piensa el hospital. Y como reacción frente a esta corriente, que tantas modificaciones ha impuesto a la vida social argentina, el partido católico ha creado los Círculos Obreros, cuyos socios, reclutados entre el elemento extranjero, sustraen un nuevo contingente a las asociaciones de socorros mutuos.[52]

Esta estructura organizativa, a pesar de lo expuesto, alcanzó entre los italianos un alto grado de desarrollo, al que no afectó el bajo nivel cultural y económico de la mayoría de sus integrantes. Señala el censo nacional de 1914:

Priman, naturalmente, las sociedades italianas, porque ha prevalecido la inmigración de esa nacionalidad. […] Sobre un total de 7.993.662 habitantes que había en nuestro país, 5.545.710 eran argentinos y 2.357.952 extranjeros. De éstos, 929.863 eran italianos. […] El promedio de socios de nacionalidad argentina en las sociedades extranjeras de socorros mutuos se calcula en sólo el 22%.[53]

El gobierno italiano seguía considerando a los emigrados y a sus descendientes como sus ciudadanos, según el principio del jus sanguinis. Esta y otras actitudes de la colonia italiana llevaron a muchos argentinos, pertenecientes o no a la élite dirigente a mirarla como algo muy parecido a una amenaza a la integridad nacional del país. Y cuando se presentó en Diputados un proyecto para declarar ciudadanos naturalizados a los extranjeros residentes arraigados, escribió “La Prensa”:

La escasísima naturalización y la afluencia de extranjeros dan como resultado una población de extraños, hondamente radicada social y económica, que tiende a igualar a la nacional. El hecho plantea un problema gravísimo. […] Es indudable que la abundancia de extranjeros desproporcionada con la población ciudadana influye en eso que llamamos la indiferencia pública en lo que concierne a la política y a la impunidad moral y efectiva de los gobernantes, amparada por la tolerancia inacabable con que los protege el interés comercial y económico. […] En el campo de nuestra vida pública circula una corriente helada, que enerva las energías cívicas y destempla el tribunal de la opinión: es el espíritu de los extraños, en gran número, que no se ocupan sino en sus operaciones mercantiles e industriales, por cuanto su calidad de tales los aleja de la política[54]

Sin embargo, no sería correcto enfatizar en la presencia de tensiones y hostilidades entre los nativos y los inmigrantes italianos. Funcionaron elementos integrados que diluyeron las tendencias al aislamiento. Por ejemplo, el conventillo:

Desde la puerta de la calle veíase en angosta y confusa perspectiva el estrecho callejón llamado patio. Los cuarenta cuartos, veinte de cada lado que en conjunto formaban el conventillo, más que habitaciones de seres humanos y libres parecían inmundos establos o celdas expiatorias de endurecidos criminales. […] Y el patio carcomido, resbaladizo, pegajoso, teóricamente dividido en tantos cuadrados como cuartos de apariencia casi por completo bajo el amontonamiento de cajones ennegrecidos por el humo, tinas y cacharros con plantas raquíticas y tostadas, trebejos de cocina y cuanto trasto y cachivache de todo pelaje puede imaginarse. Y por sobre los montones de trastos, en sogas tendidas de cuarto a cuarto, flameaban a manera de banderas y gallardetes mil prendas de vestir de todas las formas y colores mezclando su tufo de lavadero al vaho de pocilga que brotaba de las habitaciones. Y resbalando sobre aquel manantial de mugre, moviéndose con embarazo entre la apilada trastería, respirando aquella atmósfera de ergástula, cuarenta familias de idioma, costumbres y modalidades diferentes, desarraigadas del centro, del norte y del mediodía de Europa, habíanse reunido allí por un solo sentimiento común: la esperanza de la lucha con provecho, la fortuna rápida y fácil que para la mayoría es la esencia misma de la palabra de América[55]

El papel cumplido en el crecimiento de la Argentina dependiente de fines del siglo pasado por los inmigrantes italianos, y especialmente por esa mano de obra no especializada proveniente del Mezzogiorno agrícola y cuasi-feudal. puede sintetizarse en un poema de Gustavo Riccio:

De pie sobre el andamio, en tanto hacen la casa,

cantan los albañiles como el pájaro canta

cuando construye el niño, de pie sobre una rama.

Cantan los albañiles italianos.

Cantando

realizan las proezas heroicas estos bravos

que han llenado la Historia de prodigiosos cantos.

Hacen subir las puntas de agudos rascacielos,

trepan por los andamios: y en lo alto sienten ellos

que una canción de Italia se les viene al encuentro.

Más líricos que el pájaro son éstos que yo elogio:

el nido que construyen no es para su reposo,

el techo que levantan no es para sus retoños…

¡Ellos cantan haciendo la casa de los otros![56]

Notas

1 Ettore Ciccotti. Mezzogiorno e Settentrione d’ltalla. Milano-Roma-Palermo, 1898. Pp. 79-80.

2 James Long. The British farmer and the deluge of foreign produce. “The Fortnightly Revied”, nueva serie, vol. LIV, Nº CCCXX, 1 de agosto de 1893. P. 184.

3 James Long. Op. cit., p. 187.

4 Sidney Sonnino. Discorsi parlamentari. Roma, 1925. Vol. 1, pp. 148-150.

5 Giuseppe De Vicenzi. Salviamo la grande industria del vino. En L’agricoltura meridionale, 1 de julio de 1888.

6 Citado por Robert Micheis. Sozialismus In ¡talien. lntellektuelle Stró mungen. Munich, 1925. P. 184.

7 Ettore Ciccotti. Op. cit., p. 85.

8 Antonio De Viti De Marco. La questione meridionale. En Un trentennio di lotte politiche. Roma, 1929. Pp. 35-37.

9 Antonio De Viti De Marco. Op. cit., p. 37.

10 Antonio De Viti De Marco. Finanza e política doganale. En Giornale degli economisti. Enero de 1891.

11 Sidney Sonnino. I contadini in Sicilia. Florencia, 1877. Pp. 175-179. El volumen fue reeditado en la Collezione di studi meridional¡. Florencia, 1925.

12 Sidney Sonnino. Op. cit., p. 179.

13 Sidney Sonnino. Op. cit., p. 181.

14 Sidney Sonnino. Op. cit., p. 181.

15 Citado por Friedrich Vöchting, La questione meridionale, Roma, Cassa per il Mezzogiorno, Istituto Editoriale del Mezzogiorno, Nápoles, 1955. P. 201.

16 Francesco Coletti. Dell’emigrazione Italiana. En Cinquant’anni di vita italiana. Roma, 1911. Vol. III, pp. 146147.

17 European Emigration: Studies in Europe of Emigration Moving out of Europe. Especially that flowing to the United States. De F. L. Dingley (Special Consular Reports). Wáshington, 1890. Pp. 212-213.

18 Ibid., pp. 215-217.

19 Roberto J. Payró. Inmigrantes a bordo. En Violines y toneles. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968. Pp. 58-59.

20 La Prensa, 1 de enero de 1896.

21 Ibid., pp. 227-228.

22 Juan Bialet Massé. El estado de las clases obreras en el interior de la República, presentado al Excmo. Sr. Ministro del Interior. Buenos Aires, Imprenta y Casa Editora de Adolfo Grau, 1904. Tomo 1, cap. III, p. 255.

23 La Vanguardia, 6 de junio de 1901.

24 Juan Bialet Massé. Op. cit., p. 261.

25 Juan Alvarez. Las guerras civiles argentinas. Buenos Aires, Biblioteca de la Sociedad de Historia Argentina, 1936. Pp. 128-129.

26 A. Dumas. La crisis agrícola. Santa Fe, publicación del Ministerio de Hacienda, Justicia y Obras Públicas de la provincia de Santa Fe, 1902. P. 9.

27 Pietro Sitta. La población de la República Argentina. En Revista Italiana de Sociología. Roma, año IV, mayo-junio de 1900.

28 La Nación, 12 de setiembre de 1909.

29 Juan Bialet Massé. Op. cit., p. 254.

30 La Nación, 12 de setiembre de 1900.

31 La Nación, 12 de setiembre de 1900.

32 H. Mabragaña. Los mensajes. Buenos Aires, torno VI, mayo de 1908. Pp. 309-310.

33 La Prensa, 6 de febrero de 1901.

34 Juan Bialet Massé. Op. cit., p. 163.

35 Antonio Dellepiane. Las causas del delito. Buenos Aires, 1898. Cit. por José Gobello y Jorge Bossio en El atorrante. Buenos Aires, Eds. del Candil, 1968. P. 43.

36 Fray Mocho [José Alvarez]. Cuadros de la ciudad. Buenos Aires, EUDEBA, 1961. Pp. 131-132.

37 Segundo Censo Nacional de la República Argentina. 1895. Tomo III, p. CXLIV.

38 Archivio di Stato del Ministero degli Affari Esteri. Roma. Serie Política P, Rapporti Politici 1891-98. Posición P58. Caja 322. Nota N° 973/231 del ministro italiano en Buenos Aires al Ministro de Asuntos Extranjeros (7 de junio de 1898).

39 La Nación, 25 de mayo de 1910.

40 El Porteño, 6 de marzo de 1885.

41 La Prensa, 10 de mayo de 1901.

42 La Prensa, 7 de febrero de 1901.

43 H. Mabragaña. Op. cit., p. 116.

44 H. Mabragaña. Op. cit., pp. 113-114.

45 Cámara de Diputados. Diario de Sesiones. Buenos ¡Aires, tomo 1, 1904. Pp. 57-58. Sesión del 9 de mayo de 1904.

46 Ibid., p. 60.

47 La Prensa 19 de enero de 1902.

48 La Prensa, 20 de enero de 1902.

49 Archivio di Stato del Ministero degli Affari Esteri. Roma. Serie Po ¡¡tic¡ 1899-1908. Posición P58. Caja 323. Nota N° 916/152 del Cónsul italiano en la Plata al ministro de Italia en Buenos Aires (24 de marzo de 1902).

50 Ibid.

51 Archivio di Stato del Ministero degli Affari Esteri. Roma. Serie Politici 1899-1908. Posición P58. Caja 323. Nota N° 53 del agente consular de Italia en Bahía Blanca al cónsul italiano en la Plata (25 de marzo de 1902).

52 Emilio Zuccarini. Il lavoro degli italiani nella Repubblica Argentina dal 1516 al 1910. Buenos Aires, 1909. P. 461.

53 Emilio Zuccarini. Op. cit., p. 94.

54 La Prensa, 20 de mayo de 1904.

55 Luis Pascarella. El conventillo. Buenos Aires, 1917. Citado en La Nación (25 de abril de 1958).

56 Gustavo Riccio. Elogio de los albañiles italianos. En Un poeta en la ciudad. Citado en Los escritores de Boedo. Buenos Aires, Centro Editorial de América Latina, 1968. P. 85.

57 Roberto J. Payró. Marco Severi. En Teatro completo. Buenos Aires, Hachette, 1956. Pp. 133-135.

58 José Gobello. Vieja y nueva lunfardía. Buenos Aires, Freeland, 1963, Pp. 141-188.

59 La Prensa, 1 de enero de 1896.

60 Cámara de Diputados. Diario de Sesiones. Sesión del 22 de noviembre de 1902.

Los anarquistas, ese peligro…

Tal vez la mejor expresión del anarquista porteño haya sido lograda por Roberto Payró en su Marco Severi, obra estrenada en 1905 en el Teatro Rivadavia. La escena del Acto Primero se desarrolla en un vasto y antiguo almacén, cuya parte del fondo es un taller tipográfico, con ventana y puerta que dan a la calle. Se ven en él máquinas, burros, mesas de componer y demás útiles de imprenta. La parte de adelante sirve de sala y comedor a la familia de Vernengo y de taller de dibujo a éste. Al levantarse el telón entran de la calle Juan y Antonio:

Juan: Suárez va a venir temprano a buscar pruebas de su tesis. (Poniéndose las blusas de trabajo.)

Antonio: Si querés, las sacamos ya.

Juan: Bueno. ¿Habrá salido don Luis tan temprano?

Antonio: ¿No te acordás que tenía que llevar un presupuesto?

Juan: Es cierto. Traé el papel, el cilindro y el cepillo.

Antonio: Voy… (Hacen lo que marca el diálogo.)

Juan (Leyendo el plomo): “La extradición”… ¡Larga la tesis del mozo! Lo menos va a dar veinte galeras, sin contar los títulos y las dedicatorias, y las listas de los maestros y de los padrinos…

Antonio: ¡Y siempre son puras pavadas!

Juan (Sacando pruebas): Parece que ésta no.

Antonio: ¡Pero tan larga!… No sé cómo se la fía don Luis…

Juan: Es que sino no podría presentarla. El infeliz apenas si gana para comer.

Antonio: ¡Y don Luis es tan bueno!

Juan: ¡Más bueno que el pan! Ese sí que no se vuelve pura boca como otros patrones, que pasan por liberales y después… ¡ni fósforos! ¡Ojalá que todos los que vienen de Europa fuesen como él!

Antonio: ¿Y qué dice el nuevo doctor en esa punta de galeras? ¿De qué trata?

Juan (Con importancia): ¿No ves? ¡De la ex-tra-di-ción!

Antonio: Sí, sí; pero eso, qué es?

Juan: Que… Que… Que… cuando un hombre que está aquí, ¿sabés?, ha hecho una cosa mala en su tierra… un robo, un asesinato, ¿sabés?… La policía de aquí lo agarra y ¡zas! me lo fleta en un vapor para que allá en su país, ¿sabés?… me lo metan en la cárcel o me lo fusilen, según el caso, ¿sabés?

Antonio: ¡Ah!… ¡Una especie de “lay” de residencia!

Juan: ¡Por ahí, por ahí!

Antonio: Y ahora que digo ley de residencia, ¿sabés una cosa?

Juan: ¿Qué?

Antonio: Que nos andan sospechando de anarquistas.

Juan: ¡No digas!

Antonio: Sí. Seguro que es porque con Gaspar y Giaccomo fuimos por curiosidad a una reunión. ¿Te acordás de la última, hace cosa de dos meses?

Juan: No.

Antonio: ¡Sí, hombre, te tenés que acordar! Por más señas, que a los dos o tres días entró un tipógrafo nuevo que había estado en la reunión.

Juan: ¡Ah, sí! Benito… ¡No digás!

Antonio: Yo ya andaba maliciando. Gaspar también. Siempre me decía: “¡Se me hace que ese Benito no es cosa buena!’ “Siempre anda donde hay barullo sin que nunca lo metan preso”.

Juan: Y Gaspar, lo que es meterse en bochinches…

Antonio: ¡Claro! A veces se me ocurre que Benito anduviera espiando a don Luis.

Juan: Pero don Luis no se mete en nada.

Antonio: En cambio hace. ¿No nos va a interesar a todos en la imprenta para hacerla una especie de cooperativa?

Juan: ¡Hum! ¡La cooperativa!… Pero ¿por qué creés eso de Benito?

Antonio: ¿No has visto el averiguadero que tiene? Ayer mismo me estuve preguntando una punta de cosas: que si era cierto que no hacía más de cuatro años que había venido de Italia; que si era cierto que se casó, hace año y medio, cuando don Germán le fió la imprenta; que si tenía muchos amigos italianos y quiénes eran…

Juan: ¿No te digo? Desde ahora lo pongo en cuarentena a ese Benito.

Antonio: Ya va a ser la hora. Los muchachos no han de tardar.

Juan: No, no. Ahí entra uno.

Antonio: ¡Es el tal Be-ni-to![57]

Algunos lunfardismos de origen itálico

El aporte de la lengua italiana y de sus dialectos al lunfardo, y a través de él a nuestro lenguaje popular, es considerable. Citaremos aquí solo algunos “italianismos”:

· Afilar: Galantear, amartelar. Engatusar. Del italiano “fare il filo”: modismo que expresa la costumbre de reunirse la familia por la noche. En esas veladas los novios tienen sus primeras entrevistas.

· Arranyar: Arreglar, componer. Dar un escarmiento. Del napolitano “arrangiarse”: arreglar, arreglarse.

· Bacán: Hombre que explota a una mujer. Patrón, dueño, individuo adinerado o que simula serlo. Del genovés “baccan”: patrón, principal, padre.

· Bachicha: Aplícase al individuo oriundo de Italia. Del genovés: “Baciccia”: Bautista, Juan Bautista.

· Bafi: Bigotes. Del italiano “baffi”: bigotes.

· Bagayo: Conjunto de mercaderías y objetos robados. Atado, fardo, bulto, paquete. Mujer fea. Jugador torpe. Del napolitano “bagaglio” y del siciliano “bagagghiu”: maleta, valija.

· Biaba: Salteamiento en el que el ladrón ataca a mano armada en los sitios abiertos. Paliza, castigo. Usase con extensa variedad de acepciones figuradas. Del napolitano “biáva”: avena, pienso. Paliza.

· Cazo: Miembro viril. Del napolitano “cazzo” y del siciliano “cazzu”: miembro viril.

· Coso: Hombre, individuo, nombrado despectivamente. Objeto cualquiera. Del italiano “coso”: persona, objeto, cuando se recuerda el nombre.

· Crepar: Morir. Reventar. Del siciliano “cripári” y del napolitano “crepá”: morir.

· Cufa: Cárcel. Del siciliano “cóffa”: canasta.

· Chicato: Cegatón. Corto de vista. Del siciliano “accicatu”: cegado.

· Chitrulo: Tonto. Del napolitano “cëtrúlo”: tonto.

· Esbrufata: Rociadura con un líquido expelido por la boca. Del siciliano “abruffáta”: ídem.

· Escabio: Bebida. Del genovés “scabbio”: vino.

· Escashato: Deforme, deteriorado, arruinado. Del napolitano “scasciá”: deformarse.

· Escorchar: Fastidiar, molestar. Del italiano “scocciare”: fastidiar.

· Esquifuso: Despreciable, repugnante. Del napolitano “schifúso”: asqueroso.

· Fato: Hecho, acontecimiento. Negocio, generalmente turbio. Del napolitano “farse’e fatte suje”: no preocuparse por asuntos ajenos.

· Fiaca: Hambre. Pereza. Del italiano “fiacca” y del siciliano “fiaccu”: cansancio, laxitud, debilidad.

· Funyi: Sombrero. Del genovés “funzo”: hongo.

· Grupo: El ayudante del ladrón, que enganchaba a la víctima, y en germania se denomina gancho. Mentira, engaño, “Grupo ciego”: el individuo que, inconscientemente y engañado por otros, interviene en la comisión de un delito contra la propiedad. Trabajar de “grupo”. Persuadir con embustes. Del genovés “gruppo” y del siciliano “gruppu”: nudo.

· ¡Guardia!: Voz de alerta. Del siciliano “guárda’ (Dios no permita!) y del milanés “guardar” (expresión de amenaza).

· Laburante: Trabajador. Del napolitano “lavurántë” y del siciliano “lavuratúri”: obrero, trabajador.

· Linyera: Lío de ropas y efectos personales. Inmigrante golondrina. Vago sin domicilio ni ocupación. Del piamontés “lingería”: ropa blanca.

· Manyar: Comer. Mirar filiando. Comprender, darse cuenta de algo. Advertir los puntos que alguien calza. Del italiano “mangiare”: comer, advertir, intuir.

· Mishio: Pobre, indigente. Del genovés “miscio”: falto de dinero.

· Paco: Paquete que aparenta contener gran cantidad de dinero (se forma con papeles plegados a modo de acordeón y recubiertos con papel moneda). Dinero. Del italiano “pacco” y del siciliano “páccu”: envoltorio.

· Pavura: Miedo, temor. Del italiano “paura” y del napolitano “pavúra”: miedo.

· Peringundín: Casa de bailes públicos. Aplícase despectivamente a todo sitio donde se divierte gente de dudosa moralidad. Del genovés “perigordin”: antiguo baile del Périgord.

· Pichibirlo: Niño. Del piamontés “picirlo” y del siciliano “piccirídu”: pequeño.

· Pulastro: Aplicase al invertido. Del italiano “pollastro”: pollo crecido; pisaverde.

· Shusheta: Aplicase al individuo vestido con elegancia y esmero. Del genovés “sciuscetto”: soplador.

· Urso. Persona corpulenta. Del napolitano “urzo” y del siciliano “ursu”, oso.

· Yetatore: Persona a la que se atribuye un flujo maléfico. Del napolitano “jëttatórë”: persona de mal augurio.

· Yirar: Caminar, andar sin rumbo fijo, particularmente cuando lo hacen las troteras. Del italiano “girare” y del napolitano “girá”: dar vueltas.

· Yiro: Recorrido que los delincuentes son obligados a hacer por las distintas comisarías. Paseo de las prostitutas. Del italiano “donna di giro”: ramera[58]

Protesta de los estibadores

Los estibadores estaban integrados en buen número por inmigrantes italianos y fueron, hacia fines del siglo pasado, los más activos en las protestas contra sus contratistas, quienes no respetaban el número de horas de trabajo y los contratos de remuneración. Decía una circular, publicada por “La Prensa” el 1 de enero de 1896:

Con este motivo han resuelto ofrecer sus servicios directamente a los dueños agentes, poniendo a su disposición las ventajas que las sociedades cooperativas traen a los que le falta el capital, con cuyo objeto ofrece la Sociedad Cosmopolita de los Estibadores sus servicios en el local social de Pedro Mendoza 861 (Boca) y a los precios que más abajo se detallan: trabajo diario $5 para toda clase de carga; en viaje $4 y comida; y el día que no trabaje medio jornal. Si trabaja de noche, jornal doble. Días feriados, jornal y medio. La Sociedad Cosmopolita de Estibadores está también dispuesta a tomar por su cuenta y con contrata, las operaciones de carga y descarga. Entretanto, y mientras no se aumenten los sueldos, es deber de compañerismo y sus propios intereses así lo aconsejan a los estibadores, retirarse del trabajo en que se consideren explotados para ofrecer sus servicios a las sociedades, persiguiendo cuyo objeto el día 1° de enero, sin violencia de ninguna clase, ejercitando solo un derecho y con la convicción de que mejorarán su situación, se declararán en huelga todos los estibadores. Si algún perjuicio se originara por la huelga al comercio en general y hasta a los propios estibadores, no habrán sido éstos los que lo han buscado, pues, como queda dicho, han sido tratados con desdén y sus justas reclamaciones no han sido atendidas.[59]

La Ley de Residencia

El 22 de noviembre de 1902, el presidente Julio Agentino Roca solicitó la consideración por la Cámara de Diputados, en sesión extraordinaria, del proyecto de Ley de Residencia. Se transcriben a continuación el mensaje que lo acompañó y el articulado del mismo:

Buenos Aires, noviembre 22 de 1902.

Al señor Presidente de la Honorable Cámara de Diputados: Pendiente la sanción del H. Congreso el proyecto de Ley de Residencia de Extranjeros, el Poder Ejecutivo cree necesario solicitar su consideración en la noche de hoy, en sesión extraordinaria.

Son de dominio público los sucesos que en este momento se desarrollan en esta Capital y parte de la provincia de Buenos Aires, con motivo de la huelga en que se han declarado numerosos obreros de distintos gremios, que amenazan el orden público, los intereses del comercio y la navegación, y por consiguiente la riqueza pública. Dadas estas circunstancias, a fin de que el poder ejecutivo esté habilitado para tomar las medidas más eficaces que ellas reclaman, os pide la aprobación del proyecto que en sesión de esta misma fecha ha tenido sanción del Honorable Senado. Dios guarde al señor Presidente.

Julio A. Roca

Joaquín V. González

Proyecto de ley

Artículo 1º- El Poder Ejecutivo podrá ordenar la salida del territorio de la nación a todo extranjero que haya sido condenado o sea perseguido por los tribunales extranjeros, por crímenes o delitos de derecho común.

Artículo 2º- El Poder Ejecutivo podrá ordenar la salida de todo extranjero cuya conducta comprometa la seguridad nacional o perturbe el orden público.

Artículo 3º- El Poder Ejecutivo podrá impedir la entrada al territorio de la República de todo extranjero cuyos antecedentes anteriores autoricen a incluirlo entre aquéllos a que se refieren los dos artículos precedentes.

Artículo 4º- El extranjero contra quien se haya decretado la expulsión, tendrá tres días para salir del país, pudiendo el Poder Ejecutivo, como medida de seguridad pública, ordenar su detención hasta el momento del embarco.

Dada en la sala de sesiones del Congreso argentino, en Buenos Aires, a 22 de noviembre de 1902.

José E. Uriburu

Benigno Ocampo,

secretario[60]


[1] Ettore Ciccotti. Mezzogiorno e Settentrione d’ltalla. Milano-Roma-Palermo, 1898. Pp. 79-80.

[2] James Long. The British farmer and the deluge of foreign produce. “The Fortnightly Revied”, nueva serie, vol. LIV, Nº CCCXX, 1 de agosto de 1893. P. 184.

[3] James Long. Op. cit., p. 187.

[4] Sidney Sonnino. Discorsi parlamentari. Roma, 1925. Vol. 1, pp. 148-150.

[5] Giuseppe De Vicenzi. Salviamo la grande industria del vino. En L’agricoltura meridionale, 1 de julio de 1888.

[6] Citado por Robert Micheis. Sozialismus In ¡talien. lntellektuelle Stró mungen. Munich, 1925. P. 184.

[7] Ettore Ciccotti. Op. cit., p. 85.

[8] Antonio De Viti De Marco. La questione meridionale. En Un trentennio di lotte politiche. Roma, 1929. Pp. 35-37.

[9] Antonio De Viti De Marco. Op. cit., p. 37.

[10] Antonio De Viti De Marco. Finanza e política doganale. En Giornale degli economisti. Enero de 1891.

[11] Sidney Sonnino. I contadini in Sicilia. Florencia, 1877. Pp. 175-179. El volumen fue reeditado en la Collezione di studi meridional¡. Florencia, 1925.

[12] Sidney Sonnino. Op. cit., p. 179.

[13] Sidney Sonnino. Op. cit., p. 181.

[14] Sidney Sonnino. Op. cit., p. 181.

[15] Citado por Friedrich Vöchting, La questione meridionale, Roma, Cassa per il Mezzogiorno, Istituto Editoriale del Mezzogiorno, Nápoles, 1955. P. 201.

[16] Francesco Coletti. Dell’emigrazione Italiana. En Cinquant’anni di vita italiana. Roma, 1911. Vol. III, pp. 146147.

[17] European Emigration: Studies in Europe of Emigration Moving out of Europe. Especially that flowing to the United States. De F. L. Dingley (Special Consular Reports). Wáshington, 1890. Pp. 212-213.

[18] Ibid., pp. 215-217.

[19] Roberto J. Payró. Inmigrantes a bordo. En Violines y toneles. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968. Pp. 58-59.

[20] La Prensa, 1 de enero de 1896.

[21] Ibid., pp. 227-228.

[22] Juan Bialet Massé. El estado de las clases obreras en el interior de la República, presentado al Excmo. Sr. Ministro del Interior. Buenos Aires, Imprenta y Casa Editora de Adolfo Grau, 1904. Tomo 1, cap. III, p. 255.

[23] La Vanguardia, 6 de junio de 1901.

[24] Juan Bialet Massé. Op. cit., p. 261.

[25] Juan Alvarez. Las guerras civiles argentinas. Buenos Aires, Biblioteca de la Sociedad de Historia Argentina, 1936. Pp. 128-129.

[26] A. Dumas. La crisis agrícola. Santa Fe, publicación del Ministerio de Hacienda, Justicia y Obras Públicas de la provincia de Santa Fe, 1902. P. 9.

[27] Pietro Sitta. La población de la República Argentina. En Revista Italiana de Sociología. Roma, año IV, mayo-junio de 1900.

[28] La Nación, 12 de setiembre de 1909.

[29] Juan Bialet Massé. Op. cit., p. 254.

[30] La Nación, 12 de setiembre de 1900.

[31] La Nación, 12 de setiembre de 1900.

[32] H. Mabragaña. Los mensajes. Buenos Aires, torno VI, mayo de 1908. Pp. 309-310.

[33] La Prensa, 6 de febrero de 1901.

[34] Juan Bialet Massé. Op. cit., p. 163.

[35] Antonio Dellepiane. Las causas del delito. Buenos Aires, 1898. Cit. por José Gobello y Jorge Bossio en El atorrante. Buenos Aires, Eds. del Candil, 1968. P. 43.

[36] Fray Mocho [José Alvarez]. Cuadros de la ciudad. Buenos Aires, EUDEBA, 1961. Pp. 131-132.

[37] Segundo Censo Nacional de la República Argentina. 1895. Tomo III, p. CXLIV.

[38] Archivio di Stato del Ministero degli Affari Esteri. Roma. Serie Política P, Rapporti Politici 1891-98. Posición P58. Caja 322. Nota N° 973/231 del ministro italiano en Buenos Aires al Ministro de Asuntos Extranjeros (7 de junio de 1898).

[39] La Nación, 25 de mayo de 1910.

[40] El Porteño, 6 de marzo de 1885.

[41] La Prensa, 10 de mayo de 1901.

[42] La Prensa, 7 de febrero de 1901.

[43] H. Mabragaña. Op. cit., p. 116.

[44] H. Mabragaña. Op. cit., pp. 113-114.

[45] Cámara de Diputados. Diario de Sesiones. Buenos ¡Aires, tomo 1, 1904. Pp. 57-58. Sesión del 9 de mayo de 1904.

[46] Ibid., p. 60.

[47] La Prensa 19 de enero de 1902.

[48] La Prensa, 20 de enero de 1902.

[49] Archivio di Stato del Ministero degli Affari Esteri. Roma. Serie Po ¡¡tic¡ 1899-1908. Posición P58. Caja 323. Nota N° 916/152 del Cónsul italiano en la Plata al ministro de Italia en Buenos Aires (24 de marzo de 1902).

[50] Ibid.

[51] Archivio di Stato del Ministero degli Affari Esteri. Roma. Serie Politici 1899-1908. Posición P58. Caja 323. Nota N° 53 del agente consular de Italia en Bahía Blanca al cónsul italiano en la Plata (25 de marzo de 1902).

[52] Emilio Zuccarini. Il lavoro degli italiani nella Repubblica Argentina dal 1516 al 1910. Buenos Aires, 1909. P. 461.

[53] Emilio Zuccarini. Op. cit., p. 94.

[54] La Prensa, 20 de mayo de 1904.

[55] Luis Pascarella. El conventillo. Buenos Aires, 1917. Citado en La Nación (25 de abril de 1958).

[56] Gustavo Riccio. Elogio de los albañiles italianos. En Un poeta en la ciudad. Citado en Los escritores de Boedo. Buenos Aires, Centro Editorial de América Latina, 1968. P. 85.

[57] Roberto J. Payró. Marco Severi. En Teatro completo. Buenos Aires, Hachette, 1956. Pp. 133-135.

[58] José Gobello. Vieja y nueva lunfardía. Buenos Aires, Freeland, 1963, Pp. 141-188.

[59] La Prensa, 1 de enero de 1896.

[60] Cámara de Diputados. Diario de Sesiones. Sesión del 22 de noviembre de 1902.

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