La revolución Argelina  

Posted by Fernando in

Eduardo Jozami

© 1972

Centro Editor de América Latina - Cangallo 1228

Impreso en Argentina

Índice

La dominación francesa. 2

La política de la colonización. 3

La evolución del movimiento nacionalista. 5

El surgimiento del Frente de Liberación Nacional 7

La guerra de la liberación. 8

La organización del Frente. 10

La reacción de Francia. 11

Las negociaciones de paz y reconocimiento de la independencia. 13

Las tareas del nuevo poder y el programa del FLN. 15

El gobierno de Ben Bella. 16

NOTAS. 22

La izquierda francesa. 22

Al término de la segunda guerra mundial comienza la desintegración de los dominios coloniales europeos. En los últimos veinte años la gran mayoría de los países africanos accederá a la independencia aunque en la generalidad de los casos ésta no implicará el logro de una verdadera autodeterminación sino la implantación de nuevas formas de dominio neocolonial. Los 90.000 muertos de Madagascar en 1947, las 200.000 víctimas de la represión en Kenia en 1952 son sólo algunas pruebas de la resistencia que opusieron las naciones europeas al proceso de liberación de las colonias. Pero en pocos casos como el de Argelia fue tan obstinada la negativa a reconocer la caducidad del hecho colonial. Fueron necesarios para ello más de siete años de lucha contra las mejores divisiones del ejército francés equipado por sus aliados de la NATO, dejando en el camino cientos de miles de muertos y un país entero devastado. Pero fue también esta intransigencia francesa la que permitió que la lucha de liberación movilizara a todo el pueblo y que sus objetivos no se agotaran en la conquista de la independencia sino que se orientaran hacia una transformación revolucionaria de la sociedad.

La dominación francesa

Por su proximidad al territorio metropolitano y su estratégica posición en el Mediterráneo, la conquista de Argelia era un primer paso necesario para la extensión del dominio de Francia sobre el continente africano.

Ya Napoleón I había mostrado su interés en la región y aunque no pudo realizar su proyecto, los planes entonces esbozados se aplicarán en julio de 1830, cuando, bajo el reinado de Carlos X, el cuerpo expedicionario francés desembarca en la península de Sidi Ferruch. Desde el siglo XVI cuando se establece el dominio turco, la monarquía francesa había considerado a Argelia como parte de su zona de influencia y casi permanentemente desde entonces dispuso de importantes privilegios comerciales y militares. Pero el desarrollo de la piratería no tardó en crear conflictos con Francia como con las otras potencias europeas. En los siglos XVI y XVII los corsarios argelinos asolaban el mediterráneo, haciendo además de Argel el centro de una importante actividad comercial y marítima. Los conflictos suscitados motivaron más de una acción de represalia; en 1628, 48 argelinos, entre ellos un embajador, son masacrados en Marsella; en 1664, los franceses desembarcan en territorio argelino y en 1682 y 1683 el puerto de Argel será violentamente bombardeado. Sin embargo, en la mayoría de los casos imperaron relaciones diplomáticas normales. Francia dispuso de enclaves militares y del derecho exclusivo a la pesca del coral en las costas argelinas, pagó como la mayoría de los países europeos un tributo al bey de Argel para protegerse de la actividad corsaria, y las relaciones llegaron a ser tan cordiales que en 1793 el bey Hussein acudió con envíos de dinero y víveres para aliviar las penurias que entonces soportaba el Estado Francés. Las guerras napoleónicas implicaron un debilitamiento de la presencia europea y después del restablecimiento de la paz en 1815, las naciones coaligadas en la Santa Alianza deberán enfrentar la actitud del bey que reforzó sus instalaciones militares y trató de impedir el restablecimiento de los antiguos privilegios de que aquéllas gozaban.

Presurosos por adelantarse a Inglaterra que también planeaba la ocupación de la región nordafricana, los franceses crearon un incidente diplomático que permitió “justificar” la invasión. El cónsul general francés recibió instrucciones para provocar de cualquier modo una ruptura y la ocasión se presentó cuando ante los reclamos del bey por la falta de pago de los créditos argelinos, aquél respondió que Carlos X tenía ocupaciones más importantes que responder a un bey de Argel. El golpe de abanico que habría recibido el representante francés ha sido relatado puntualmente por todos los historiadores colonialistas que niegan que existiera en principio ninguna intención de conquista, sino sólo el propósito de reparar la ofensa inferida al honor francés y el deseo de protagonizar una aventura que permitiera acrecentar el prestigio de la corona. Es cierto que la monarquía de la Restauración —poco después reemplazada por la revolución de 1830— necesitaba recurrir a cualquier medio para levantar su alicaído prestigio, pero si resulta difícil aceptar que hayan sido cuestiones de honor las determinantes de la invasión francesa; más dudoso es aún que esas mismas razones sean las que movieron a la Banca Rotschild a correr con todos los gastos de la expedición. Los ocupantes debieron librar cientos de enfrentamientos contra fuerzas dispersas que resistían en las distintas regiones, especialmente en las zonas montañosas de Kabilia. Sólo en 1832, cuando entra en acción el sultán Abdel Kader en la región occidental del Oranesado, los franceses se enfrentarán con un poder relativamente centralizado con el que podrán discutir el control de toda Argelia. Tratando de suprimir las diferencias tribales y de modificar las condiciones de explotación de las masas campesinas, Abdel Kader intentó echar las bases de una nación moderna, constituyendo un gobierno central que sacudiera los cimientos del poder de los feudales. Pero, la disposición de éstos a colaborar con el invasor y los prejuicios localistas de quienes, como Ahmed rey de Constantina, enfrentaban resueltamente al ocupante extranjero pero se negaban a toda acción común contra él, facilitarán la victoria francesa que pese a ello demandará 17 años. El mariscal Bugeaud, primero de los gobernadores franceses, responde a quienes no comprenden las dificultades que su ejército afronta:

“Se equivocan quienes piensan que sólo combatimos con un jefe de irregulares que lleva con él setecientos u ochocientos hombres de caballería… es con la nación árabe entera con la que hoy nos enfrentamos”.[1]

La derrota de Abdel Kader no terminó con la lucha antifrancesa. Luego fue necesario emprender la conquista de Kabilia, en donde los levantamientos se prolongaron por veinte años. El último de los movimientos importantes, el que lidera en 1871 Mohamed El Mokrani, muestra el carácter esencial que desde entonces tendrá la resistencia antifrancesa; sus protagonistas serán las masas campesinas que se habían visto privadas de sus mejores tierras y atacadas en los fundamentos de su existencia comunitaria.

Los ejércitos coloniales han protagonizado en todas partes hazañas similares. No nos detendremos en el detalle de los actos de genocidio practicados por los invasores de Argelia. Carlos Aguirre[2] reproduce algunos relatos en los que los mariscales de Francia cuentan con fruición el degollamiento de hombres y mujeres argelinas, el incendio y la devastación de las poblaciones. Como si se tratase de un torneo deportivo, los generales franceses competían entre sí. “El mariscal Randon a quien los laureles de Saint Arnaud impiden dormir, sube al asalto de la Kabilia para entrenar a sus 25.000 hombres y reanudar los incendios de sus predecesores”. Y los laureles de Saint Arnaud parecen bien ganados a juzgar por lo que el mismo cuenta en sus cartas:

“La zona de Beni Monasser es soberbia, una de las mejores que he visto en Africa. Las aldeas y casas están muy cerca. Hemos quemado todo, destruido todo. Oh, la guerra, la guerra, cuantas mujeres y niños del Atlas murieron de hambre y de frío”.

Escapando a esta euforia, uno de los miembros de una comisión investigadora francesa decía en su informe de 1853: “Nosotros desbordamos en barbarie a los bárbaros que veníamos a civilizar”.

La política de la colonización

La constitución de un núcleo importante de población europea fue uno de los primeros objetivos fijados por el Gobierno Francés.

El poblamiento era entonces el método habitual de colonización y muchos miles de europeos habían emigrado a América y Australia. Los franceses no habían participado demasiado en este movimiento migratorio, pero ya en momentos de la invasión de Argelia comenzaban a sentirse en la metrópoli problemas de desocupación y conflictos con los campesinos pobres. Además, la hostilidad manifiesta de la población argelina hacía necesario fortalecer el dominio francés, apoyándolo no sólo en la fuerza militar sino también en un amplio sector de colonos europeos.

Pero, Argelia no era una “tierra vacante” como afirmaban los invasores, y el poblamiento francés sólo podía cumplirse desalojando a los nativos de las tierras aprovechables que se encontraban entonces totalmente ocupadas y cultivadas. Distintas variantes se propusieron para ello. Montagnac, un coronel que olvidó que los franceses no sólo necesitarían tierra sino también mano de obra para explotar, propuso la deportación masiva a Oceanía de la que sólo se exceptuarían los menores de quince años, que serían exterminados.

El informante del presupuesto para Argelia de 1838, señalaba con mayor moderación: “Hay que resignarse, sino a exterminarlos, a empujar muy lejos a los indígenas”. Será el ya citado Bugeaud quien fijará la orientación que habrá de seguirse. Rechazando la exterminación masiva y la idea de empujar a todos los árabes hasta el desierto, sostenía que debía de entrelazarse lo más posible a los árabes con los colonos, para de este modo “destruir en ellos la fuerza de conjunto y la nacionalidad”.[3] La religión musulmana constituía uno de los principales elementos de cohesión de la comunidad argelina y por ello, allí atacaron las primeras medidas del colonizador. Se confiscaron los bienes de las hermandades y se controló toda la actividad religiosa, y por una disposición del Senado Francés de 1865 se ofreció a los argelinos la posibilidad de abandonar el “estatuto coránico” y acceder a la ciudadanía francesa por demanda individual. No fue importante el éxito en este sentido ya que sólo 2.500 personas reclamaron tal honor hasta 1934.

Pero, el aspecto central en el que la colonización afectó las raíces mismas de la organización social preexistente fue en la política sobre el régimen de la tierra. A partir de la ocupación turca se había desarrollado la apropiación privada y un régimen feudal de explotación, pero para la mayoría de la población la forma dominante era la propiedad colectiva del suelo y los rebaños, la llamada “propiedad arch”, cuyos orígenes se remontan a los primeros núcleos de la comunidad bereber. Un doble propósito guiaba a los franceses: adueñarse de las mejores parcelas y destruir las formas tradicionales que aseguraban la cohesión de la población sojuzgada. Luego de confiscarse los dominios del bey y de las comunidades musulmanas se dispuso el traspaso al patrimonio francés de todas las tierras cuyos propietarios no presentaran papeles que acreditaran la titularidad. Tales papeles no existían y si algún argelino pudo presentar un comprobante es difícil que reuniera los requisitos exigidos por el Código Civil Francés. En otros casos, se recurrió a la ocupación lisa y llana de las tierras alegando razones militares y sólo se detuvo en parte la práctica de las expropiaciones ante las resistencias masivas de la población que amenazaba con desatar una verdadera insurrección rural, según reconocen los principales cronistas de la colonización. Las disposiciones tendientes a fraccionar la propiedad tribal crearon un mercado que permitió la proliferación de especuladores y usureros y, por otra parte, el Estado Francés dispuso generosamente entre los grandes colonos y los consorcios capitalistas metropolitanos de las tierras confiscadas. Como resultado, en momentos del levantamiento de 1954 las tres cuartas partes de las tierras irrigadas están en poder de colonos europeos.

La población europea, compuesta no sólo por franceses sino también por gran número de italianos, malteses, israelitas y españoles creció aceleradamente hasta llegar a las 600.000 personas a principios de siglo. Posteriormente el incremento fue más lento, pues las oportunidades ya no eran brillantes para quienes emigraban; la colonización adquiría un marcado carácter capitalista en provecho de los grandes propietarios que tendían a limitar cada vez más la incorporación de los pequeños colonos. De cualquier modo, la minoría europea ascendía aproximadamente a un millón de personas en 1954. Más curiosa fue la evolución de la población argelina que ascendía a cuatro millones de personas según los cálculos franceses contemporáneos a la conquista. En 1872, año siguiente de la derrota de la Insurrección Kabilia, se contabilizan sólo 2.100.000. Puede dudarse de la exactitud de ambas cifras, pero teniendo en cuenta el elevado indice de nacimientos podemos imaginar el número de víctimas que fue necesario para reducir la población aproximadamente a la mitad. A principios de siglo se recuperarán las cifras anteriores; 4.446.000 en 1906, llegarán a 8.784.000 en 1955 y a 9.380.000 en 1960.

El objetivo de asimilar a los argelinos, convirtiéndolos en “franceses por la religión, la lengua y la cultura”, implicaba atender principalmente al desarrollo de la educación. Sin embargo, en 1954 el 43% de los niños en edad escolar provenientes de familias europeas recibían instrucción primaria mientras lo mismo sólo ocurría con un 18% de los argelinos. Las proporciones eran aún más desiguales en los niveles más altos de enseñanza y así mientras uno de cada 175 europeos recibía educación superior, por cada 16.000 argelinos sólo uno concurría a las universidades. Tal vez donde más claramente se aprecie la deformación a que la colonización sometió a la sociedad argelina es en las transformaciones operadas en la economía rural. El éxodo campesino redujo en un 50% las existencias de ganado y los colonos dieron prioridad al desarrollo de una agricultura orientada hacia el mercado francés. Cuando la filoxera arrasó con los viñedos franceces, se desarrollaron los cultivos en toda Africa del Norte. Los argelinos no consumen vino por razones religiosas, pero aún hoy la vid sigue siendo el principal de los productos del campo. Los olivares y frutales, así como otros cultivos de exportación, también se producían en las mejores tierras de propiedad de los colonos, mientras la población nativa se dedicaba a los cereales y otros productos para su propio consumo. Casi las tres cuartas partes de la población habitaba en zonas rurales, un tercio de ellos eran desocupados o sólo trabajaban 50 días en el año y muchas familias sólo subsistían por los envíos de los obreros argelinos que trabajan en Francia. Privadas de sus mejores tierras, reducidas a la desocupación y la miseria, atacado su patrimonio religioso y cultural, despojados además de todo derecho político, no es extraño comprender porqué las masas de Argelia participarán activamente en la guerra de liberación.

La evolución del movimiento nacionalista

La ocupación de Kabilia y la derrota de la insurrección de 1871 cierran el período de la resistencia armada a la invasión. El enfrentamiento contra el ocupante continuará expresándose en las protestas contra la expropiación de tierras y contra todas las manifestaciones de discriminación política y social. Las masas rurales eran siempre las más decididas en su rechazo a la colonización, pero el centro de la acción política se desplazará desde entonces a los sectores de la burguesía urbana. El movimiento de los “jóvenes argelinos” no reclamará la independencia sino las reformas que permitan a los sectores más acomodados de la población árabe ocupar un lugar en la sociedad colonial. Entre otros puntos, reivindican la igualdad de derechos con los colonos, la supresión del estatuto discriminatorio del indigenado, la difusión de la instrucción y una mayor representación en las funciones públicas. El movimiento, que se nutría especialmente del proceso de modernización que contemporáneamente se desarrolla en todo el mundo islámico, es acogido en Francia con cierto paternalismo. Pero, fueron los colonos europeos —beneficiarios directos de la política de discriminación— quienes adoptaron una actitud intransigente de rechazo a las mínimas reformas reclamadas. La organización de “la Estrella Nordafricana” (ENA), creada en París en 1924, entronca más claramente con el moderno nacionalismo argelino puesto que la reivindicación independentista aparece planteada con mayor consecuencia. Surgido entre la colonia argelina residente en Francia, sus objetivos incluirán especialmente la lucha contra la discriminación que los trabajadores marroquíes, argelinos y tunecinos sufrían en territorio metropolitano. Su primer dirigente fue un comunista, Hadj Abdel Kader, y el ENA mantuvo estrechas relaciones con el P.C. francés hasta que el gobierno del Frente Popular de 1936 mostró su tubio reformismo frente al problema colonial, defraudando las esperanzas que los obreros argelinos de Francia habían depositado en él.

El grupo de “los jóvenes argelinos” y “la Estrella Nordafricana” señalan las dos vertientes por las que se desarrollaría el movimiento nacionalista. Los sectores obreros y la pequeña burguesía urbana, así como las masas rurales, serán rápidamente atraídos por la agitación anticolonialista que despliega el ENA, sobre todo desde que asume su dirección Messali Hadj, el líder más importante del nacionalismo hasta el surgimiento del FLN. Por su parte, entre los estratos privilegiados continuará desarrollándose una orientación reformista que no cuestionará las bases de la dominación colonial.

“Hacer evolucionar las condiciones políticas de Argelia en el ámbito de las leyes francesas”, es el objetivo proclamado por la “Federación de los Elegidos”, creada entre 1927, entre cuyos integrantes ya figura Ferhat Abbas, futuro presidente del gobierno de la revolución argelina en 1960 y principal de los dirigentes del nacionalismo moderado. Los “elegidos” reclamaban una reforma del estatuto colonial basada en reivindicaciones similares a las que en su momento plantearon los “jóvenes argelinos”. Expresión de la burguesía culta de la región oriental de Constantina, la “Asociación de los Ulemas”’ (1931) tenía en principio sólo objetivos religiosos y culturales, pero la exaltación de la religión musulmana y de las tradiciones argelinas adquirieron un sentido cada vez más marcado de enfrentamiento al poder francés. “El Islam es mi fe, el Arabe mi lengua y Argelia mi patria”[4] era la divisa que expresaba sus objetivos y que implicaba el cuestionamiento abierto de la concepción asimilacionista que negaba la personalidad nacional del pueblo colonizado. Los ulemas se inclinarán progresivamente hacia la acción política y dentro de la corriente que aspiraba a una reforma del estatuto colonial. Pero, estas tendencias reformistas no encontrarán posibilidades de desarrollo frente a la cerrada intransigencia de los colonizadores. En 1937, el gobierno del Frente Popular sostiene que es imposible conceder los derechos políticos a toda la población árabe y el llamado Estatuto Blum-Violette sólo otorga estos derechos a unos cuantos miles de argelinos, “titulares de un certificado de estudios o de una condecoración”. Los “elegidos” valoran la reforma como un avance, Messali la denuncia como una trampa tendiente a garantizar la dominación colonial. La reacción de los colonos impedirá que se concreten esas mínimas reformas y ello contribuirá a desalentar a los grupos que cifraban esperanzas en la evolución de las relaciones con el gobierno francés.

La segunda guerra mundial también contribuyó a reavivar las reivindicaciones nacionalistas. Los principios liberales contenidos en la Carta del Atlántico y en las proclamas de De Gaulle encontrarán eco en Argelia y muchos de los futuros dirigentes revolucionarios revistarán en los ejércitos aliados. Las expectativas que entonces se generaron motivan la aparición del Manifiesto Argelino, redactado por 28 intelectuales inspirados por Abbas, que recogía reivindicaciones importantes tales como la supresión del régimen feudal de apropiación de la tierra, la igualdad de todos los habitantes sin distinción de raza o religión, la enseñanza del árabe como lengua obligatoria y el reconocimiento del derecho a la autodeterminación. Aún no se reclamaba la independencia, sino que se encaraba la perspectiva de una asociación libre con el Estado Francés. El primer aniversario de la derrota del nazismo, en mayo de 1945, fue la ocasión escogida por todos los sectores políticos argelinos para movilizarse tras las consignas nacionalistas. Entre los miles de manifestantes que salieron a la calle en las principales ciudades, la bandera nacional de Argelia se mezclaba con carteles que saludaban la victoria aliada. En Setif, Constantina, cuando un oficial de policía mató a un argelino, la reacción masiva desató una ola de violencia antifrancesa que causó la muerte de varios colonos y la destrucción de muchas propiedades. La represión que ordenaron las autoridades francesas no estaba tanto dirigida a mantener el orden, puesto que la rebelión espontánea iba apagándose con la misma rapidez con que había nacido, sino a afirmar el cuestionado principio de autoridad. Más de cuarenta aldeas fueron bombardeadas por fuerzas militares, los barrios árabes de las grandes ciudades incendiados y saqueados, centenares de argelinos fusilados sin proceso o ultimados sumariamente en donde se los encontrara. 1.500 muertos reconoció el ejército francés inmediatamente después de la masacre; 15.000 señala el informe posterior de la comisión militar investigadora que nunca será publicado; 45.000 víctimas calcularon los patriotas argelinos.

La matanza de Constantina fue la más rotunda de las pruebas que mostraron la imposibilidad de toda evolución pacífica hacia la autonomía en el marco del status colonial. Desde el régimen absolutista de la Restauración hasta el gobierno de la Francia Liberada, todos habían recurrido a la represión y manifestado un similar desprecio por los reclamos de la población argelina. Entre la intransigencia racista de los colonos europeos y el paternalismo hipócrita de los reformistas franceses, las diferencias se borraban rápidamente cuando se cuestionaba la misma legitimidad de la dominación colonial. En todo el mundo se celebraba entonces la derrota del nazismo y fueron pocos los que conocieron el genocidio de Constantina. Tampoco hicieron mucho por difundirlo los comunistas franceses, cuyo secretario general Maaurice Thorez ocupaba en mayo de 1945 el cargo de vicepresidente del Consejo de Ministros de la IV República Francesa.

En 1947 se sanciona un nuevo Estatuto que recoge y profundiza las disposiciones de la Reforma Blum-Violette, ampliando la representación de los argelinos en los órganos legislativos y consultivos, pero manteniendo las facultades esenciales del poder en manos del gobernador francés. La medida es la última de las tentativas del gobierno francés por evitar la lucha frontal con el movimiento nacionalista y aún es considerada como positiva por los ulemas, el grupo de Abbas y el Partido Comunista Argelino —creado en 1936 y estrechamente ligado al P.C. de Francia—. Pero el fraude y la represión escandalosos que acompañarán a las elecciones que entonces se realizan, terminarán de mostrar que la política de las reformas graduales no podía lograr ningún cambio significativo de la sociedad colonial.

La corriente radical del nacionalismo expresada por el ENA y por los sucesivos movimientos orientados por Messali, aumentaba su influencia entre las masas y quedaba demostrado que el logro de la independencia era el único camino por el que podrían alcanzarse las reivindicaciones reclamadas por la población argelina. Sin embargo, pasarán aún varios años hasta que el movimiento nacionalista defina más claramente su programa, depure sus filas y encuentre las formas de organización que en noviembre de 1954 permitirán el inicio de la lucha armada.

El surgimiento del Frente de Liberación Nacional

El rechazo del proyecto Blum-Violette y la persistente agitación anticolonialista provocarán la disolución del ENA por el gobierno del Frente Popular. Messali Hadj creará entonces un nuevo movimiento, el Partido Popular Argelino, que adoptará una postura más radical que el ENA y obtendrá un apoyo importante en las clases populares del campo y la ciudad. Su gran aporte histórico consiste en haberse diferenciado claramente de todas las tendencias reformistas, desde los ulemas hasta el P.C. argelino, señalando la necesidad de la ruptura de la relación colonial. Constituido, al igual que su antecesor, por una mayoría de militantes obreros, el P. P. A. desplegará una incesante agitación anticolonialista e impulsará la movilización de masas. Sin embargo, la falta de una clara perspectiva ideológica, el personalismo y la concepción paternalista de Messali comenzarán ya a manifestarse como una traba para la profundización de la estrategia política y la organización del movimiento nacionalista. En las grandes manifestaciones urbanas posteriores a la segunda guerra mundial, surgirá el Movimiento por el Triunfo de las Libertades Democráticas (MTLD), continuador del PPA reducido a la clandestinidad. En sus filas, integradas ya mayoritariamente por la pequeña burguesía urbana, militarán muchos de los jóvenes que luego formarán el FLN. La victoria en las elecciones municipales de 1946 mostró que el MTLD representaba ya a la mayoría de la población argelina, claramente orientada hacia posiciones independentistas. Pero si el MTLD rechazaba las posiciones reformistas no hacía nada por avanzar en el camino de la preparación de la acción armada. En 1945 había surgido en su seno la Organización Secreta (OS), encargada de preparar los núcleos clandestinos de acción directa que debían extenderse por toda Argelia. Por otra parte, el exilio había debilitado la influencia de Messali y éste sólo atinaba a recurrir a la demagogia nacionalista, mientras trataba de mantener a cualquier precio su liderazgo personal. La disolución de la OS en 1949 pondrá en evidencia la contradicción entre los nuevos cuadros partidarios de iniciar la lucha armada y la dirección del Movimiento. En 1953, un Congreso del MTLD excluye a los principales dirigentes messalistas de la dirección del Comité Central. El líder, detenido en Francia, no acepta las decisiones y ello llevará a la ruptura en dos fracciones: centralistas y messalistas. Los viejos militantes del PPA clandestino, los cuadros de la OS y la mayoría de los militantes de base partidarios de la iniciación inmediata de la acción directa, no se alinean con ninguno de los dos sectores en pugna. Luego de una infructuosa gestión para evitar la dispersión del partido, surgirá el Comité Revolucionario de Unidad de Acción (CRUA), que plantea que sólo a través del desarrollo de la lucha será posible superar la crisis en el seno del movimiento nacionalista. Cuando este grupo desató la insurrección en noviembre de 1954, constituyendo el FLN, no contaba aún con un aparato político que le permitiera nuclear a las grandes masas argelinas, pero quedó demostrado que expresaba sus aspiraciones por el aporte masivo que desde el principio éstas prestaron a la guerra de liberación.

Messali denuncia la insurrección y en 1955 crea un nuevo grupo, el Movimiento Nacionalista Argelino (MNA), que adoptará una posición cada vez más colaboracionista con las autoridades francesas. El viejo líder mostraba su incapacidad para superar la mera agitación anticolonialista y terminaba defeccionando de la lucha por la liberación nacional. La debilidad ideológica, la demagogia, el paternalismo y la corrupción que había ganado a las esferas dirigentes del messalismo eran un lastre demasiado pesado que el movimiento nacionalista tuvo que echar por la borda para afirmar su orientación revolucionaria y emprender el camino de la guerra anticolonial.

La guerra de la liberación

El inicio de la lucha sorprendió a las autoridades francesas que consideraban debilitado al movimiento nacionalista a partir de la crisis del MTLD. El 1 de noviembre de 1954 se producen unos cuarenta ataques y atentados contra destacamentos policiales, oficinas públicas, convoyes militares y depósitos de armas, con un saldo de siete muertos e importantes pérdidas materiales; posteriormente los combatientes se internaron en las regiones montañosas de los Aurés, para seguir actuando como guerrilla rural. La repercusión política de las acciones será muy grande tanto en Francia como en Argelia. El ejército francés, que con escasa originalidad atribuyó la rebelión a la presencia de elementos extranjeros, dirigió de inmediato la represión contra los campesinos. Numerosas aldeas fueron arrasadas y reagrupados los pobladores para evitar su contacto con los militantes nacionalistas.

Junto con la iniciación de las acciones se hace conocer una proclama suscrita por el Frente de Liberación Nacional, nombre adoptado por los rebeldes para reflejar claramente su intención de nuclear a “todos los patriotas argelinos de todas las categorías sociales y de todos los partidos…”

Las diferencias y contradicciones existentes entre todos los sectores “sinceramente argelinos” debían subordinarse al logro del fin supremo, la conquista de la independencia. Esta permitiría la reimplantación del “Estado Argelino, soberano, democrático y social, en el marco de los principios islámicos”, que asegurase “el respeto a todas las libertades fundamentales, sin distinción de raza o religión”. “El aniquilamiento de todos los residuos de corrupción y reformismo”, debía llevar a superar la crisis del movimiento nacionalista y permitiría “unir a todas las energías sanas del pueblo argelino en la lucha para la destrucción del sistema colonial”[5]. Estas predicciones no resultaron infundadas. Los grupos que hasta el 1 de noviembre se oponían a adoptar el camino violento, terminarán incorporándose a la rebelión en los dos primeros años. Messali perderá su influencia en sus dos bastiones fundamentales, la colonia argelina de Francia y los núcleos obreros de la ciudad de Argel y el liderazgo del FIN se extenderá por todo el país. La incorporación de la mayoría de los dirigentes provenientes de los ulemas o del grupo de Ferhat Abbas al movimiento, impedirá la concreción de la maniobra francesa tendiente a crear una fracción moderada como interlocutor para la negociación , aunque contribuirá a incrementar la heterogeneidad política y las contradicciones en el seno del Frente de Liberación. El apoyo masivo de la población, especialmente en las zonas rurales más atrasadas del Aurés, Kabilia y Constantina, garantizó el rápido desarrollo de la acción armada. En un principio ésta consistía en pequeñas acciones de guerrilla destinadas a mantener la presencia de la rebelión, mientras se desarrollaba una estructura político-militar. Los combatientes efectivos del Ejército de Liberación Nacional (organismo militar del Frente) no eran más de 500 en 1954, a los que se sumaban algunos miles de auxiliares encargados de tareas de información, abastecimiento y apoyo político y algunos voluntarios que cumplían acciones de terrorismo y represalia en centros urbanos. En pocos meses las acciones se extenderán a todo el país y dos años después de iniciada la lucha los efectivos nacionalistas se calculaban en más de 100.000 hombres. La acción entre el campesinado tendía fundamentalmente a la movilización política de la población y fue allí donde el FLN tuvo su apoyo esencial, en la medida en que la reivindicación independentista se ligaba con el problema de la tierra que desde hacía un siglo enfrentaba a las masas rurales con la opresión colonial.

La lucha en las ciudades tenía por objeto mostrar la inseguridad del poder francés, golpear a la minoría europea y provocar la repercusión internacional. La internacionalización del conflicto era uno de los objetivos básicos planteados en la proclama inicial y aunque ésta alertaba acerca del carácter prolongado de la guerra, es evidente que los dirigentes argelinos tenían expectativas de obligar a Francia a una rápida solución. A este fin responde la acción diplomática que será considerada como una de las tareas centrales desde un primer momento. Chaliand[6] señala que en un principio el FLN subestimó la importancia que Francia otorgaba a su presencia en Argelia y que esta confianza en una rápida victoria explica la constitución en 1955-57 de grandes batallones que sufrieron serias pérdidas en los enfrentamientos con el ejército francés, hasta que se comprendió la necesidad de volver a la táctica guerrillera. Esa misma confianza en una solución rápida, llevó a promover grandes movilizaciones de masas en las ciudades y acciones de represalia y terrorismo urbano de la envergadura de la Batalla de Argel, que permitieron extender la influencia del FLN y otorgar una mayor repercusión internacional a la lucha, pero que provocaron el desmantelamiento de la organización urbana, por la feroz represión desatada por las tropas francesas. Desde entonces éstas institucionalizaron la práctica de la tortura como medio de interrogatorio.

La organización del Frente

La lucha contra el personalismo había sido uno de los elementos aglutinantes entre los cuadros nacionalistas que contribuyeron a organizar la insurrección y ello explica el énfasis que desde un comienzo pusieron en afirmar el carácter colectivo de la dirección. El Comité Revolucionario de Unidad de Acción (antecedente del FLN) estaba constituido por nueve miembros que a través de los años serán conocidos como los “jefes históricos” de la revolución. Tres de ellos (Ben Bella, Ait Ahmed y Mohamed Khider) se establecieron en El Cairo para asegurar el apoyo de los países árabes y los pertrechos en dineros y armas. Los otros seis (Larbi Ben Midi, Mohamed Boudiaf, Ben Boulaid, Didouche, Rabat Bitat y Belkacem Krim) desarrollaron la organización del interior. El territorio argelino se dividió en seis regiones llamadas “willayas”, cada una de las cuales tenía un comando político-militar, que fue ganando en autonomía a lo largo de la guerra, ante las crecientes dificultades de comunicación.

El FLN impulsó también la creación de “organismos auténticamente argelinos” que nuclearon a los distintos sectores sociales. Los obreros hasta entonces integrados en una filial de la CGT francesa, crearán la Unión General de Trabajadores Argelinos. Igualmente se organizarán la UGEMA, Unión General de Estudiantes Argelinos y la UGCA, Unión General de los Comerciantes Argelinos. Especial importancia en el transcurso de la guerra tendrá la organización de la Federación del FLN de Francia, que desarrollará tareas de recolección de fondos, propaganda y represalias contra policías torturadores y que llegó a nuclear a casi la totalidad de la colonia argelina. En 1956, el primer congreso del Frente sesiona en el Valle de la Soumman, profundiza las definiciones políticas del movimiento y establece criterios de organización política y militar. El manifiesto entonces aprobado contiene una severa crítica al Partido Comunista Argelino que en noviembre de 1954 había condenado el terrorismo y ordenado que no tomaran las armas a sus militantes de la región de los Aurés. Se acusa al P.C.A. de aceptar ciegamente los dictados del P.C. francés, de haber guardado silencio cuando éste votó en la Asamblea Francesa los poderes especiales para la guerra de Argelia y se sostiene que su política está basada en la errónea creencia de que es imposible la liberación nacional de Argelia antes del triunfo de la revolución proletaria en Francia. Polemizando siempre con los comunistas, el manifiesto afirma el carácter revolucionario del campesinado, señalando que “su predominio en las filas del Ejército de Liberación Nacional ha marcado profundamente el carácter popular de la resistencia argelina”. La verdadera reforma agraria —agrega más adelante—, solución patriótica de la miseria en el campo, es inseparable de la total destrucción del régimen colonial”. “El FLN debe emplearse a fondo en esta política justa, legítima y social”. En cuanto a la clase obrera, el manifiesto saluda la constitución de la UGTA señalando que a diferencia de lo que ocurría con las filiales de las organizaciones sindícales francesas, la nueva entidad está integrada, “no por una aristocracia obrera (funcionarios y ferroviarios), sino por los estratos más numerosos y explotados: obreros portuarios, mineros y trabajadores agrícolas”[7]. La plataforma de la Soumman está aún lejos de las definiciones socialistas que el FLN proclamará hacia el final de la guerra, pero expresa la profundización de los objetivos revolucionarios y el carácter cada vez más popular que la lucha va adquiriendo con la participación creciente de los sectores más afectados por la explotación colonial.

El Congreso estableció dos criterios básicos en materia de organización, la primacía de lo político sobre lo militar y de los combatientes del interior sobre los dirigentes que se desempeñaban en el exterior. Pero fueron muchas las razones que afectarían la aplicación de estos principios. En 1956, las autoridades francesas obligaron a desembarcar en Argel a un avión que conducía a cuatro de los “jefes históricos” (Boudiaf, Ben Bella, Bitat y Ait Ahmed) y al intelectual revolucionario Mostefa Lacheraf, desde El Cairo hasta Marruecos. Permanecerán detenidos en Francia hasta el fin de la guerra y ello no sólo privará al FLN de algunos de sus más capaces dirigentes, sino que será también fuente de rivalidades en la dirección revolucionaria que estallarán al triunfo de la Revolución. Por otra parte, la represión desatada en la Batalla de Argel, en la que había muerto en la tortura Larbi Ben Midi, obligará a trasladar al exterior a la mayor parte de la dirección. Las barreras erigidas por el ejército francés para impedir la comunicación con Túnez y Marruecos, llevará a crear un importante ejército regular al mando del coronel Boumedienne que realizará tareas de infiltración, pero permanecerá ajeno a los frentes principales de lucha y perderá contacto con las direcciones de willaya que sobrellevan el peso principal de la guerra. Por último, cuando luego del ascenso de De Gaulle comienza a haber mayores posibilidades de negociación, se creará un gobierno residente en el extranjero que hará de las negociaciones diplomáticas su tarea fundamental.

Todos estos elementos llevarán a producir una mayor disociación entre los cuadros dirigentes y el conjunto de los militantes. Distinta era la situación en los primeros años de la guerra, cuando —como señala Chaliand[8]— la mayoría de los cuadros de condición humilde, pese a su bajo nivel político, expresaban claramente las aspiraciones de las masas con las que mantenían estrecha relación. A las dificultades de comunicación entre los distintos frentes, se sumarán luego las contradicciones entre políticos y militares, miembros del ejército regular y combatientes de las willayas y militantes del interior y del exterior. Estas no pueden explicarse fácilmente por razones políticas, en la medida en que no se marcan líneas precisas dentro del frente durante los años de guerra. Pero, la heterogeneidad política se muestra en toda su dimensión cuando en 1958, aparece como presidente del Gobierno Provisional de la República Argelina, integrado por los principales líderes revolucionarios, el viejo moderado Ferhat Abbas.

Sin embargo, estas contradicciones en el seno de la dirección y el debilitamiento progresivo del FLN como estructura política nacional, no debilitarán la confianza de las masas en la dirección ni su activa participación en la lucha. El objetivo de la independencia estaba claro para todos y la represión brutal del ejército francés no hacía sino refirmar cotidianamente su necesidad.

La reacción de Francia

En noviembre de 1954, Pierre Mendes France presidía en París un gabinete integrado por radicales y socialistas. Era el mismo gobierno que había firmado los acuerdos de Ginebra, aceptando la derrota de Indochina y ello hizo pensar a muchos que adoptaría una actitud conciliadora frente a la rebelión. Pero rápidamente, los liberales franceses mostraron que no habían aprendido la lección. Once días después del levantamiento, el primer ministro declaraba ante la Asamblea Nacional:

“Los departamentos de Argelia forman parte de la república, son franceses desde hace mucho tiempo. Su población dotada de ciudadanía francesa y representada en el Parlamento ha dado demasiadas prueba de su compenetración con Francia, para que ésta pueda permitir que su unidad se vea comprometida”.[9] Para el ejército francés, la de Argelia fue desde un principio la guerra que no podía perderse. Había que reparar la humillación sufrida en Vietnam y defender a cualquier precio el último bastión Importante del imperio colonial. El contingente inicial de 54.000 hombres se elevó hasta llegar a los 500.000, fue empleado el más moderno material bélico con que estaban equipadas las fuerzas de la NATO, las aldeas y barrios árabes fueron devastados y se ejercitó la tortura contra todo sospechoso, en un vano esfuerzo por derrotar la rebelión. Por su parte, los colonos europeos fueron desde el comienzo quienes adoptaron la posición más irreductible, concientes de que el triunfo revolucionario implicaba el fin del status privilegiado de que gozaban, basado en la marginación política y social de los argelinos. Cuando Guy Mollet, jefe del gobierno francés, se atrevió a sugerir la posibilidad de negociar con los rebeldes, los colonos lo recibieron a tomatazos en Argel, en febrero de 1956 y bastó esta acogida para que el dirigente socialista refirmara en términos solemnes la prioridad de la derrota de la insurrección. Hostilizados por los ultras de Argel que rechazaban toda solución negociada, los políticos de la IV República habían dejado pasar el momento de las concesiones al movimiento nacionalista. Ante el progreso de la lucha, hasta los sectores más moderados no aceptaban otra solución más que la independencia.

La intervención de los colonos en la represión fue muy activa, sobre todo a partir de la creación en 1956 de los cuerpos de voluntarios, lo que sirvió para legalizar los ataques y vejaciones contra la población argelina. La “caza al árabe”, los asesinatos y linchamientos fueron prácticas habituales en los años de guerra y alcanzarán su punto más alto cuando los colonos y los generales franceses den rienda suelta a su racismo con la organización de la OAS. La imposibilidad de controlar la rebelión y la repercusión internacional que ésta alcanzaba, provocaron la caída sucesiva de los gabinetes franceses. El racismo, la utilización de la tortura y las prácticas autoritarias y facistas, que había desarrollado la guerra colonial, se habían introducido en la vida política francesa. Se acrecentaba la militarización del poder y los militares aceptaban cada vez menos las directivas del gobierno civil. Los políticos reformistas, pese a la buena voluntad demostrada para reprimir, eran sospechosos de conciliar con los insurrectos y no eran por lo tanto los mejores dirigentes para conducir la guerra. Con el apoyo de los colonos europeos y del gobernador residente Soustelle, las fuerzas francesas de Argelia se rebelan y se constituye el Comité de Salud Pública, orientado por los grandes colonos europeos, que desconoce al gobierno de París. Preside el Comité el general Massu, el jefe de los paracaidistas que recogía así el “prestigio” adquirido durante la batalla de Argel, cuando ordenara la aplicación masiva de la tortura y los asesinatos indiscriminados contra miles de habitantes del barrio árabe de la ciudad. El putsch facista del 13 de mayo, provocó la caída de la IV República y trajo nuevamente al poder al general de Gaulle, que desde hacía varios años estaba alejado de la escena política francesa. Suficientemente lúcido como para comprender que no podía reimplantarse la situación previa al levantamiento, De Gaulle no tardó en dar la espalda a los ultras que lo llevaron al gobierno. De inmediato, formuló la promesa de mejorar la situación económica y social de la población argelina y de la concesión de derechos políticos, como medio de promover una negociación con sectores moderados que permitiera mantener la soberanía francesa. Pero, para asegurar estas negociaciones, lo mejor era intensificar la represión contra el movimiento revolucionario para obligarlo a capitular. A este objetivo respondía el Plan Challe (nombre del comandante en jefe de las tropas francesas). Este fue el período más duro para los patriotas argelinos. Se crearon grandes campos de concentración para alejar a la población de la influencia del FLN, los sospechosos —entre una cuarta y quinta parte de todos los argelinos— fueron reagrupados, se instalaron barreras electrificadas a todo lo largo de las fronteras para impedir los contactos con Marruecos y Túnez y se realizó un rastrillaje sistemático de todo el territorio. Estas medidas permitieron asestar fuertes golpes al Ejército de Liberación Nacional, pero lejos estuvieron los franceses de controlar la rebelión que renacía en una y otra parte sobre la base de la creciente adhesión de las masas argelinas. En 1957, la liquidación de la estructura urbana de Argel había obligado a concentrar en el campo las acciones principales; más tarde en 1960, cuando las fuerzas rurales se encuentran debilitadas, la población de las ciudades tomará el relevo desplazándose nuevamente el centro de la lucha. A fines de 1960, cuando de Gaulle visita Argelia, durante varios días en las calles de las principales ciudades se realizarán manifestaciones multitudinarias de apoyo al FLN. Desde entonces, el mundo supo que la revolución argelina conservaba toda su fuerza y el presidente francés comprendió que ya no había solución negociada que no pasara por la independencia. En favor de ésta se pronunció en febrero de 1961 por abrumadora mayoría el electorado francés y si las negociaciones aún duraron un año fue por los esfuerzos gaullistas por conservar “la presencia francesa”, es decir por someter al nuevo Estado argelino a una relación neocolonial.

Las negociaciones de paz y reconocimiento de la independencia

En 1956, los franceses descubrieron importantes yacimientos de petróleo en el Sahara argelino y desde entonces se agregó una nueva razón de la mayor importancia para tratar de mantener el dominio de Argelia. Cuando resultó evidente que no había solución posible sin el reconocimiento de la independencia, los negociadores gaullistas reclamaron que del futuro Estado argelino se excluyera la región del Sahara y que ésta siguiera bajo el control de Francia. Rápidamente los intereses petroleros acuñaron el mito del “sahara francés”, aunque no había ninguna razón para sostener que esa inmensa región, la menos poblada por europeos, era más francesa que el resto de Argelia. Pero la integridad territorial era una de las reivindicaciones básicas del FLN y las negociaciones se interrumpieron hasta que los franceses debieron ceder. Para concertar la paz, De Gaulle debió enfrentar el alzamiento de gran parte del ejército francés, activamente apoyado por los colonos europeos. Luego del fracaso del golpe militar de abril de 1961, destinado a impedir la “capitulación ante el enemigo”, estos grupos formaron la OAS y desarrollaron una sistemática acción de destrucción y terrorismo para provocar la reacción del FLN e impedir la firma definitiva de la paz. La contradicción de intereses entre los colonialistas de ambos lados del mediterráneo se hizo entonces evidente. Para los colonos, la concesión de la independencia implicaba el fin de su situación privilegiada, de un siglo de explotación de las mayorías argelinas. Por el contrario, para el gobierno francés y los grandes monopolios metropolitanos la guerra resultaba ya demasiado gravosa y sus consecuencias se hacían sentir no sólo en la vida política francesa sino también en la relación con las ex colonias de ultramar. La política neocolonialista que De Gaulle impulsaba en toda Africa se resentía por la reacción internacional contra la guerra argelina. Por otra parte, Francia no entendía renunciar a sus intereses en Argelia y los acuerdos de paz debían imponer una estrecha “cooperación” en el campo económico y el cultural.

En marzo de 1962, fueron suscritos finalmente los acuerdos de Evian por los que se establecía el alto el fuego y se reconocía la independencia e integridad territorial de Argelia. A partir de entonces recrudecerá la acción de la OAS. Más de 20.090 muertos entre los habitantes árabes de Oran y Argel, fue el saldo de los 100 días —entre el alto el fuego y la definitiva votación de la independencia— en los que los colonos europeos se despidieron de Argelia. Las condiciones más importantes impuestas por los franceses en los acuerdos de paz eran las que tendían a proteger a la minoría europea, reconociéndoles un status político especial y el respeto de sus propiedades. Pero la fuga masiva de los colonos inmediatamente después de la independencia, tornó inaplicable estas cláusulas. Por otra parte, se otorgaba a Francia el derecho de disponer de bases militares en territorio argelino y se creaba un órgano paritario integrado por representantes de ambos países para la explotación del petróleo del Sahara.

En vísperas de la independencia, en su Congreso de Trípoli en junio de 1962, el FLN señalaba que los acuerdos implicaban el mantenimiento de vínculos de dependencia en los sectores económico y cultural. Destacaba el conflicto que a partir de la guerra de Argelia se producía en el seno del imperialismo francés, entre

“los sostenedores de la colonización agraria según los viejos esquemas del conservadorismo colonial y sus aliados militares y facistas y los paladines del gran capital industrial que tratan de llegar a un compromiso con el nacionalismo argelino”.

De allí se deducía que, si bien la primer tarea era terminar con los ultras de la OAS, “el peligro más grave lo constituían los planes neocolonialistas que se presentaban bajo las seductoras apariencias del liberalismo y de la cooperación económica financiera”. Pese a estos señalamientos, la gran mayoría de la dirección nacionalista aceptará los acuerdos, considerándolos “una victoria política irreversible que pone término al régimen colonial”. Casi diez años demandaría luego al nuevo Estado argelino lograr el control de sus fuentes energéticas y terminar con los condicionamientos de los acuerdos de paz. Casi ocho años de lucha armada habían dejado su marca profunda en la conciencia del pueblo argelino.

“Esta masa de famélicos y analfabetos —escribe Fanon—, estos hombres y mujeres sumergidos durante años en la oscuridad más espantosa, hicieron frente a los aviones y a los tanques, al napalm y a las servicios psicológicos. Este pueblo se mantuvo pese a los débiles, los vacilantes y los aprendices de dictador, porque su lucha le ha abierto dominios cuya existencia ni siquiera sospechaba”[10].

En el transcurso de la guerra, las masas argelinas redescubrieron su unidad nacional, terminaron con mucho de los mitos e instituciones retrógradas de origen feudal y fueron dando a la rebelión un nuevo contenido que trascendía de la independencia, para reclamar una transformación radical de la estructura económico-social en la que se asentaba el dominio colonial.

En aquellos países en que la independencia pudo lograrse gracias a una menor intransigencia de la metrópoli, la implantación del neocolonialismo será más sencilla. Se apoyará en la negociación con las nuevas élites nativas que se hacen cargo del aparato estatal, mientras que la mayoría de la población permanece marginada de la vida política. Cuando, como ocurrió en Argelia, la guerra ha obligado a movilizar todas las energías de la población y a apoyarse en los sectores más humildes y explotados, el cuadro resultante será distinto. Pese al atraso secular y al bajo nivel político y cultural, la necesidad de los cambios revolucionarios es rápidamente comprendida por el pueblo que, mientras participa en el combate, construye las instituciones y las formas de organización que servirán de base al nuevo Estado nacional.

Las tareas del nuevo poder y el programa del FLN

Muy complejas eran las tareas que se imponían a la dirección nacionalista luego de la independencia. “Se ha reconquistado la soberanía, pero queda todo por hacer para dar un significado a la Liberación Nacional”, decía el ya mencionado Programa de Trípoli que constituye un lúcido análisis de las carencias con las que el FLN enfrentaba la nueva situación. El lanzamiento de la rebelión había representado el surgimiento de una vanguardia que rompía con las concepciones y métodos de los viejos partidos nacionalistas, que debía acompañarse de “un vigoroso esfuerzo de diferenciación ideológica”. Este no se ha realizado, “puesto que el FLN nunca se ha preocupado por ir, en forma positiva, más allá del único objetivo inscrito en el programa tradicional del nacionalismo, la independencia”. La subsistencia de prácticas autoritarias y paternalistas, agregaba, “muestra que el frente enemigo encarnizado del feudalismo no ha hecho nada por quedar inmune a él en ciertos niveles de su misma organización. Además, el espíritu pequeño burgués predominante y la indigencia ideológica de muchos de los cuadros, se profundizaron por la separación que se creo entre dirección y masas populares; fundamentalmente a partir del traslado al exterior de los principales organismos dirigentes. Por otra parte, luego de señalar que la confusión de roles entre el Gobierno Provisional y el FLN había reducido a éste a “un aparato de gestión administrativa”, concluía: “la experiencia de siete años y medio de guerra demuestran que sin una ideología elaborada en contacto con la realidad nacional y con las masas populares, no puede haber partido revolucionario. La sola razón de ser de un partido es su ideología, cuando ésta desaparece, deja de existir también el partido”[11]. El júbilo con el que todos los pueblos recibieron el triunfo de la Revolución Argelina y la justificada exaltación de su epopeya, hicieron olvidar en los análisis de los primeros años de independencia, los señalamientos del Programa de Trípoli. Recordarlos hoy en toda su importancia no implica desmerecer la lucha de liberación, ni ignorar la consecuencia, el patriotismo y la abnegación evidenciados por sus principales dirigentes. Simplemente adoptar un punto de partida que nos permita explicar más claramente las dificultades que la dirección revolucionara encontrará al hacerse cargo del poder. El documento de Trípoli señala el objetivo de la revolución democrática-popular cuyas principales medidas debían ser la reforma agraria, la nacionalización del crédito y el comercio exterior, la planificación de la actividad económica por el Estado con la participación democrática de los trabajadores y la adopción de urgentes medidas para enfrentar el analfabetismo, la desocupación, los problemas sanitarios y la falta de viviendas. Podemos tener una idea de la magnitud de la tarea, considerando que en momentos de la independencia dos millones de personas abandonaban los campos de concentración, decenas de aldeas habían sido arrasadas, sumaban decenas de miles los niños huérfanos y la mayor parte de la población no tenía trabajo.

El gobierno de Ben Bella

Luego de los acuerdos de Evian, los cinco dirigentes presos en Francia habían sido liberados y se habían reincorporado a los organismos de dirección del FLN. Estos enfrentaban una seria crisis en momentos de la reunión de Trípoli y el mismo Congreso que votó el Programa quedó sin número cuando se quiso integrar el nuevo Buró Político.

Dos sectores aparecen enfrentados; por una parte el Gobierno Provisional —encabezado por Ben Khedda que había sustituido a Ferhat Alabas— junto con los dirigentes de las principales willayas y Boudiaf y Ait Ahmed, dos de los liberados por Francia; el otro grupo será liderado por Ben Bella, con el respaldo de algunas willayas y fundamentalmente del ejército de fronteras del coronel Boumedienne. Este sector será quien controlará el poder —luego de atravesarse una seria crisis en los dos primeros meses de vida independiente— apoyándose en la habilidad política de Ben Bella, a quien la prensa internacional había convertido en el dirigente más notorio de la revolución, y en la fuerza del ejército de Boumedienne. Es difícil encontrar explicaciones políticas claras para este enfrentamiento en la medida en que la composición de ambos grupos es altamente heterogénea, a los dos alcanzan las críticas de no haber respetado las disposiciones orgánicas del FLN. Lo importante es recordar que el triunfo del equipo Ben Bella-Boumedienne se logró sobre la base de la liquidación de muchas de las estructuras que el Frente había creado en el curso de la guerra y que ello convirtió al ejército de fronteras en el único organismo estructurado para hacerse cargo del poder. El mismo Ben Bella sería víctima tres años más tarde de este incremento de la influencia del ejército, transformado en el verdadero sustento del nuevo gobierno. Las masas argelinas se manifestaron activamente en contra de la lucha entre los dirigentes del FLN y cuando las fuerzas de Boumedienne se abrieron paso hasta Argel, librando combate contra las direcciones de willaya que se les oponían, sólo la enérgica decisión de la población civil impidió que continuaran los combates que dejaron un saldo de mil víctimas. Cuando las tropas ocupan la capital y se impone el control del Buró Político orientado por Ben Bella, se realizan las elecciones que reflejarán la escisión producida en el movimiento revolucionario. De las listas electorales presentadas por el FLN, serán excluidos los dirigentes de la Unión de Trabajadores —de clara orientación socialista— que se habían pronunciado contra la lucha fratricida; los responsables de la Federación del Frente de Liberación en Francia, Boudiaf y muchos de los principales dirigentes de willaya que habían participado activamente en la guerra de liberación. El 29 de setiembre de 1962, Ben Bella será elegido primer ministro y más tarde presidente de Argelia. El éxodo de los colonos había dejado abandonadas las mejores tierras de cultivo y muchas empresas comerciales e industriales, cuya producción era esencial para la economía argelina. La entrega de estos bienes “vacantes” a los trabajadores bajo el régimen de la autogestión, fue la más importante de las reformas adoptadas por el nuevo gobierno. Los decretos de marzo de 1963 pusieron en manos de los trabajadores agrícolas más 1.500.000 hectáreas, creando el llamado sector socialista de la economía. Las tierras serían administradas por

“consejos de gestión elegidos por los trabajadores y por un director designado por el Estado. Los beneficios de la explotación se distribuirían entre los trabajadores, luego de cubrirse los gastos e inversiones y los distintos impuestos.”

El sistema de la autogestión alcanzó también a las empresas industriales y comerciales, pero aunque algunas eran individualmente importantes, el sector industrial de autogestión es delimitado. Sólo 450 establecimientos con un total de 10.000 obreros estaban sometidos al régimen de los decretos de marzo, mientras que la autogestión agrícola beneficiaba a más de 200.000 trabajadores. El sistema de la autogestión se apoyaba en la experiencia yugoeslava y ello dio origen en Argelia y fuera de ella a grandes controversias. Sus sostenedores alegaban que permitía la participación directa de los trabajadores en la gestión económica. Los críticos alegaban que esta participación no debía llevar a la distribución de los beneficios entre los productores de cada predio o empresa, pues de ese modo se debilitaba la propiedad social de la economía y se creaban sectores privilegiados sobre la base de las diferencias de productividad entre las explotaciones. Estas reservas parecen haberse confirmado en buena parte en la experiencia argelina, donde la autogestión debió enfrentar además serias dificultades. El débil desarrollo de las fuerzas productivas, la hostilidad de muchos funcionarios al crecimiento del sector socialista y la falta de una organización política de las masas que permitiera convertir en realidad su participación en los organismos creados por los decretos de marzo. Diez años después de implantado el régimen, aún son muchos los trabajadores que desconocen los principios básicos de la autogestión y no pueden participar en la administración de las empresas. Pero, más allá de todas sus limitaciones el nuevo sistema que reconocía la ocupación de tierras que espontáneamente habían realizado los campesinos y obreros agrícolas definía una orientación positiva. Su suerte dependía, por una parte de la firmeza con que se encarara el fortalecimiento del sector socialista frente a los sectores de economía privada y de la organización del FLN como partido que permitiera orientar y canalizar la participación de las masas a todos los niveles.

La burguesía nacional argelina era económicamente débil, puesto que los colonos europeos habían monopolizado las principales actividades; sin embargo en momentos de la independencia había 25.000 propietarios de tierras de más de 50 hectáreas y sumaban 50.000 los comerciantes y pequeños industriales. Era importante el peso en el aparato estatal de los grupos de la pequeña burguesía urbana, comerciantes pequeños y artesanos fundamentalmente, que no favorecían el crecimiento del sector socialista; y, fundamentalmente, los sectores más importantes de la industria seguían en manos del capital extranjero, favorecido por las garantías que le otorgaban los acuerdos de cooperación.

Las dificultades para la afirmación de la orientación hacia el socialismo también provenían de la falta de cuadros técnica y políticamente idóneos. En 1964, el 20% de los funcionarios estatales eran franceses que se desempeñaban según los tratados de cooperación; el 30% argelinos salidos de las escuelas coloniales de formación y sólo el 50% restante eran cuadros del FLN, la mayoría ocupando funciones subalternas. Frente a este cuadro, no se comprende el optimismo del entonces ministro de Economía, Boumaza, cuando al informar el presupuesto para 1964 decía: “el importante sector nacionalizado del que hoy disponemos asegura el triunfo de la Argelia socialista”.[12] Las críticas que entonces se hicieron por las garantías que aún se otorgaban a la propiedad privada y a las inversiones extranjeras, fueron contestadas señalando el carácter necesariamente gradual y pausado que debería seguir el proceso de ampliación del sector socialista.

La realización de los congresos de los trabajadores de la autogestión agrícola e industrial, en 1963 y 1964, y la convocatoria del Congreso del Partido fueron avances en el camino de la organización de las masas tras el programa de orientación socialista y marcaron también la tendencia de Ben Bella por darse una base de poder que le permitiera independizarse de los cuadros del Ejército Nacional Popular que controlaban la mitad de los ministerios y seguían constituyendo el apoyo básico del gobierno. El Congreso del FLN sancionó la llamada Carta de Argel que desarrolla las conclusiones del programa de Trípoli define más claramente las tareas del período de transición. En su intervención ante el Congreso, Ben Bella definía los tres principios básicos del “socialismo argelino”, “justo reparto de las riquezas, reparto igual de la cultura, el poder a los productores”.

En el plano internacional, se definió una orientación antiimperialista de apoyo a los movimientos de liberación nacional. Sus frecuentes llamamientos en favor de la resistencia palestina y de lucha contra el colonialismo portugués, le granjearon a Ben Bella una fuerte popularidad entre los pueblos del tercer mundo y los sectores progresistas de la opinión internacional. No fue casual que su derrocamiento en junio de 1965, se produjera días antes de la celebración en Argel de la Conferencia Afroasiática, que le permitiría aumentar su prestigio internacional y fortalecer su posición interna.

Cuando en un rápido golpe de mano, el ejército depone a Ben Bella —que aún en 1973 permanece cautivo— las debilidades de su política aparecerán claramente. Salvo algunas manifestaciones en Argel y Orán, no se producirán grandes reacciones en defensa del líder derrocado. Ben Bella habla afirmado una política avanzada en muchos aspectos, creando el sector social y alentando cierta participación política de las masas, pero no habla podido desarrollar al FLN como una estructura política real y la falta de una orientación más clara y consecuente le impidió cohesionar una tendencia a nivel de los cuadros dirigentes. Las masas argelinas le habían otorgado todo su apoyo en un principio, pero siete de los ocho millones de campesinos no habían visto mejorar en nada sus condiciones de vida. La autogestión era una iniciativa interesante, pero no alcanzaba a los pobladores de las regiones más atrasadas que habían sido protagonistas principales de la guerra de liberación.

El documento dado a conocer por el Consejo

de la Revolución formado a la caída de Ben Bella, acusaba a éste de “falsificación, charlatanería política y apego morboso al poder”, lo calificaba como un dictador que “pretendía la liquidación sistemática de los cuadros … y disponer del poder como de una propiedad personal”, creyendo que sólo él “encarnaba a Argelia, la revolución y el socialismo”.[13] La crítica de personalismo no era la primera vez que se dirigía contra Ben Bella, pero los cargos eran tan infundados como los que se hicieron desde muchos países calificando como fascista al régimen de Boumedienne. El juicio sobre el golpe no puede ser sino negativo, porque implicaba la resolución en términos burocráticos de la lucha por el poder y porque el absoluto control del Ejército debía llevar a debilitar aún más la organización política de las masas y acentuar la subordinación del Partido al aparato de gobierno. Pero, es importante señalar que no cambió la orientación esencial de la política económica y social y que el elenco gobernante, salvo pocas excepciones, era el mismo que había acompañado al presidente derrocado desde 1963.[14]

El ascenso de Boumedienne afirmó aún más los límites de la experiencia “socialista”. El énfasis se puso desde entonces más en el desarrollo y la eficiente planificación económica que en la organización de las masas y su educación política. En materia internacional Argelia no modificó sustancialmente su orientación de apoyo a los movimientos de liberación nacional, tal como lo prueban sus posiciones en los organismos internacionales y su adhesión a la lucha vietnamita, pero la actitud militante de tiempos de Ben Bella fue reemplazada por una mayor sobriedad. Un periodista francés de visita a fines de 1970 podía constatar con sorpresa que “es difícil encontrar otro país donde se mencionen tan poco los problemas internacionales”.[15]

Después de enfrentar con éxito en 1967, el golpe preparado por su jefe de Estado Mayor el coronel Sbiri, antiguo jefe de Willaya al que algunos atribuían una orientación más revolucionaría, el gobierno de Boumedienne consiguió estabilizarse y ello le permitió encarar dos objetivos fundamentales: la recuperación de las riquezas básicas de manos del capital extranjero y la planificación de un desarrollo económico acelerado.

El control por el Estado Argelino de las actividades petroleras, mineras y bancarias y de los principales sectores industriales se fue logrando a través de progresivas nacionalizaciones que modificaron el cuadro resultante de los acuerdos de Evian. El aspecto principal de esta política estuvo referido a la producción de hidrocarburos que representan el 60% de las exportaciones argelinas y el 20% del producto interno. Esta política de nacionalizaciones ha provocado la disminución de la ayuda francesa y redujo lógicamente el peso del capital extranjero en la economía argelina.

Sobre la base de los ingresos provenientes de las exportaciones de petróleo y gas, se han realizado inversiones importantes en el campo de la industria petrolera, la siderurgia, la energía eléctrica y la fabricación de materiales de construcción. El criterio que orienta la industrialización es el de crear un sector moderno, importando las técnicas más avanzadas que permitan producir en condiciones de competencia en el mercado internacional. Los logros en algunos aspectos son importantes y el plan cuadrienal 1969-1973 destina a la industria el 45% de las inversiones. Pero esta política que privilegia el desarrollo de una industria pesada sobre la base de la más moderna tecnología, tiene dos puntos críticos. Por una parte, acentúa la dependencia tecnológica en relación con el sistema capitalista mundial y por la otra, no ha servido para resolver el principal de los problemas sociales que presenta índices tan elevados como en 1962. La falta de trabajo provoca la emigración y la mano de obra en el extranjero es tan numerosa que los ingresos provenientes de los envíos que hacen a sus familias los argelinos que trabajan en Europa, representan la segunda de las fuentes de divisas extranjeras. Más de un millón y medio de personas continúan subsistiendo en Argelia gracias a estos recursos. sacrificada hasta ahora en aras de la prioridad En 1973 debe iniciarse la Revolución Agraria, otorgada a la industrialización. Se deberán expropiar las tierras de los grandes propietarios y se tenderá a formar cooperativas que permitan integrar al medio millón de campesinos sin tierra. En cuanto al sector de autogestión, su desarrollo ha sido reducido ya que sólo emplea hoy a 230.000 trabajadores rurales. Las campañas realizadas para hacer conocer a los interesados el funcionamiento de los comités de gestión no han dado gran resultado y sólo una mínima parte de los trabajadores, quienes desempeñan funciones ejecutivas están en condiciones de participar en la administración de los dominios. Por otra parte, esta tarea en la práctica está a cargo de organismos estatales que son quienes fijan los precios y deciden los gastos e inversiones; en los hechos los beneficiarios de la autogestión perciben un salario, sin que puedan participar en el cálculo de los beneficios.

“Revolución Africana” periódico editado por un grupo de intelectuales de la confianza de Ben Bella, publicaba en 1964 un lúcido análisis de las corrientes en pugna en el gobierno argelino.[16] Se señalaban tres orientaciones. La primera es la que se orienta hacia el capitalismo privado, “débil en el aparato administrativo, pero fuerte en las capas más acomodadas de la población”. Aunque afectada por la política llevada a adelante desde la independencia, mantiene muchas de sus posiciones económicas. La segunda es la corriente que se orienta hacia el capitalismo de Estado, “muy poderosas en parte de la alta administración”. Plantea amplias nacionalizaciones y la creación de grandes empresas públicas, “lo menos sujetas que sea posible al control popular”. “Generalmente no es hostil a las inversiones públicas extranjeras y se vería obligado a buscarlas en amplia escala, puesto que la orientación del capitalismo de Estado no puede tampoco asegurar el rápido y armónico desarrollo de la economía argelina… porque haría al Estado incapaz de movilizar a las masas, degeneraría en una orientación burocrática de la economía. Luego de señalar que algunos sectores del capital extranjero no serían necesariamente hostiles al desarrollo de esta corriente y que los sectores del capitalismo burocrático tenderían a asociarse con los grupos de propietarios privados, señalaba “tanto desde el punto de vista del desarrollo y el subempleo y el aumento del nivel de vida de las masas, el triunfo de una de estas dos corrientes o de su combinación tendría resultados altamente negativos”.

La tercera orientación es la que tiene por objetivo el socialismo. Fuerte entre las capas más modestas de la población urbana y entre los obreros agrícolas de las grandes explotaciones, cuenta también con la simpatía de los campesinos, “pero es verosímil que éstos hoy aspiren como primera medida a obtener un poco más de tierra y mejores condiciones de trabajo personal”. Luego de señalar que esta corriente responde a las exigencias del desarrollo económico y social de Argelia, señala las tres limitaciones que es necesario superar. En primer lugar, la falta de precisión ideológica y de un programa concreto de transición al socialismo; segundo, que sus sostenedores están menos capacitados en el plano técnico y administrativo que los “tecnócratas” que se orientan hacia el capitalismo de Estado y por último, se señala como una debilidad particularmente grave que esta corriente no se apoya en una organización apta para movilizar y orientar a las masas y concluye afirmando que “de la capacidad del FLN para reformar su base de militantes y cuadros, de defender la revolución, del refuerzo de su trabajo en el sector económico, depende, en definitiva, la suerte del socialismo en Argelia”. Nueve años después de publicado, este trabajo sigue siendo un buen punto de partida para analizar la naturaleza del poder revolucionario y la evolución operada en los últimos años.

Dos escritores franceses que han seguido activamente la evolución del proceso argelino, concluyen en términos categóricos el balance de diez años de gobierno independiente. “La estructura del Estado es la del capitalismo de Estado, bastante parecido a la del Egipto nasseriano. Continúa dependiendo de los modelos occidentales tanto como del sistema capitalista mundial”[17]. Estos autores comparan la situación argelina con la del Vietnam del Norte, señalando que en este último país la prioridad otorgada a la industria pesada se acompañó de la modificación de las relaciones de producción en el campo y del progreso de la agricultura, asegurando el pleno empleo por la movilización total de las masas orientadas por el Partido Revolucionario y beneficiando al conjunto de la población con el desarrollo de una infraestructura sanitaria y escolar que llega hasta el último de los villorios vietnamitas. En Argelia, por el contrario, sostienen, la planificación económica ha afirmado la marginación de las masas y una acentuación de las diferencias sociales entre ellas y los sectores de la pequeña burguesía que ocupan funciones en el aparato estatal.

Distinta es la opinión de Ahmed Akkache,[18] quien sostiene que en las actuales condiciones la primer tarea consiste en la liquidación de la dependencia del capital extranjero y que no es justo considerar como expresión de los intereses de la burguesía la actual política orientada a la edificación de una economía independiente. Para apreciar si existe un avance en la vía del socialismo, el autor analiza tres cuestiones. En primer lugar constata que ha existido un mayor desarrollo de las fuerzas productivas, evidenciado en la multiplicación de fábricas, la puesta en marcha de los primeros altos hornos y la multiplicación de industrias de avanzada. Además —agrega— el conjunto de la actividad económica tiende a someterse al imperativo de la planificación. En segundo lugar, es necesario determinar si la distribución del ingreso evoluciona en favor de las masas o en su contra. Si bien señala que ha aumentado la masa total de salarios por la creación de mayor cantidad de empleos permanentes, agrega:

“no teniendo el Estado el dominio de todos los mecanismos económicos, las remuneraciones tienden a fijarse por el libre juego de la aferta y la demanda. Lo que en una economía caracterizada por la desocupación estructural determina la fijación de niveles muy bajos para las categorías no calificadas y muy importantes para el personal superior”.

El último problema a considerar según Akkache es si el desarrollo del sector público es más rápido que el del sector privado. La parte del sector público ha crecido sensiblemente, pero esto se debe más al volumen de inversiones ordenadas por el Estado que a la capacidad de acumulación de las empresas estatales. Por otra parte, la disminución relativa del capital privado se debe a la retracción del capital extranjero, especialmente en el sector petrolero, pero ha existido un importante avance en la formación de capital privado nacional en la industria y el comercio. Sin embargo, este avance es menor que el del capital estatal que controla las industrias claves y juega el rol de motor del desarrollo económico. Para Akkache, la lucha entre ambos sectores es la contradicción principal hoy en Argelia, “la coexistencia no implica más que una transición, la expresión provisoria de un matrimonio forzado que no podría convertirse en estable”. Este autor, que también considera válidos los lineamientos generales del modelo vietnamita, el presidente Boumedienne plantea con claridad el problema; pero los riesgos que acechan al desarrollo del sector público son inmensos, por la oposición directa del capital extranjero (dumping, acción sobre los precios, cierre de mercados) por el sabotaje, la especulación y otras prácticas de la burguesía interna y por el riesgo de degeneración que enfrenta el sector público. “En la medida en que no se apoye en el entusiasmo y el espíritu de sacrificio a los trabajadores, el esfuerzo creador de las masas y la racionalidad de la planificación, se corre el riesgo de llegar a la formación de “una casta burocrática, una neoburguesía que sin tener la posesión personal de los medios de producción nacional no deja de tener por ello su disposición efectiva”.

La creación de un Estado Nacional que asume el control de sus riquezas y encara un desarrollo económico independiente, es un hecho relevante en un continente donde, pese a los disfraces revolucionarios, los regímenes neocoloniales constituyen el fenómeno habitual. Además, las dificultades con las que Argelia se enfrentó al iniciar su vida independiente deben ser tenidas en cuenta, para evaluar los logros obtenidos en materia de desarrollo económico. Pero, no es menos cierto que la simple constatación de las condiciones de vida de la mayoría de la población muestra que no se avanza claramente en el camino socialista proclamado hace diez años, que recogía las aspiraciones desarrolladas por las masas a través de la larga lucha de liberación.

La falta de un claro señalamiento de las diferencias de clase en el seno de la sociedad argelina; el rol subordinado del partido respecto al aparato estatal, la marginación de grandes sectores de masas en todos los niveles de la vida social, constituyen aspectos que deben ser superados para que la orientación socialista pueda convertirse en realidad. “La unidad ideológica, el funcionamiento democrático, la formación de los cuadros, la educación política de las masas, son condiciones necesarias para que el Partido pueda desarrollar su función de guía iluminado del pueblo y encontrar en el pueblo mismo los medios para la realización de su política”, decía hace ya más de diez años el Programa de Trípoli y la experiencia de la construcción socialista en los países atrasados, demuestra que esa es la principal de las fuerzas materiales en las que se apoya el desarrollo económico y la creación de la nueva sociedad.

NOTAS

1) Mohamed Sahli, Decolonizer l’Histoire, introduction a l’histoire du Magreb, Máspero, París 1965.

2) Carlos Aguirre, Argelia año 8, Buenos Aires, 1963, Campana de Palo.

3) Sahli, op. cit., pág. 105.

4) Gian Paolo Calchi Novati, La Revolución Argelina, Bruguera, Madrid, pág. 48.

5) Proclama del Frente de Liberación Nacional, en Calchi Novati, op. cit., pág. 291.

6) Gerard Chaliand, ¿Aigerie est elle socialiste?, París, 1964, pág. 38, Máspero.

7) Plataforma Política de la Soumman, en Calchi Novati, op, cit

8) Chaliand, op. cit, pág.

9) Calchi Novati.

10) Camus Albert, Croniques Algeriennes, París, 1958, Gallimard.

11) Realités Algeriennes et Marxisme, Recopilación, Moscú, 1962.

12) Maxíme Rodinson, Marxisme et Monde Musulman.

13) Fanon, Les damnes de la terne…

14) Programa de Trípoli-Argel, en Calchi Novati.

15) Estier, Claude, Pour L’Algerie, París, 1964, Máspero.

16) Declaración del Consejo de la Revolución, Argel, 1963.

17) Chaliand, Gerard, De Ben Bella a Boumedienne, Partisan, 1965.

18) André Fontaine, Le Monde, diciembre 1970.

19) Chaliand, op. cit.

20) Chaliand, Gerard et Jeannette Minees, Bilan de 10 annés de une revolution nationale, Le Monde Diplomatique, diciembre 1972.

21) Akkache, Ahmed, Capitan etrangers et liberation, Máspero, París, 1971.

La izquierda francesa

En los primeros años de la rebelión, desde las páginas de El Moudjahid, periódico del FLN, se hicieron frecuentes llamamientos a la solidaridad de la izquierda francesa, sin que los resultados fueran demasiados halagadores. Ya hemos visto la actitud de los socialistas que aplicaron en Argelia la misma actitud colonialista que sostuvieron en Medio Oriente e Indochina, en Madagascar y el Camerún. Otros sectores de la llamada “izquierda democrática” reaccionaban contra los excesos de la represión, reconocían la necesidad de incorporar a las mayorías argelinas a la vida política, pero seguían considerando a Argelia como parte de Francia y repudiaban los métodos violentos a que apelaban el FLN. Albert Camus, el más claro ejemplo de esta actitud “humanitaria” que no rompe los marcos del pensamiento colonizador. Argelino de origen —había nacido en Orán— Camus desarrolló una vasta labor periodística en favor de la unión y la igualdad de derechos entre los colonos europeos y la mayoría árabe. Pero nunca supo distinguir entre la violencia clasista de los colonizadores y, la respuesta del pueblo agredido; condenó la tortura y la represión del ejército francés, pero denunció con más fuerza la rebelión del FLN. “Por muy bien dispuestos que estemos hacia la reivindicación árabe —decía en 1958— debemos reconocer que en lo concerniente a Argelia, la independencia nacional es sólo una fórmula pasional. Nunca ha existido hasta ahora una nación argelina”. Por cierto que las masas argelinas ignoraron las opiniones de quien les advertía que el país quedaría sumido en el atraso si se veía privado del concurso francés; los colonos, por su parte, rechazaron siempre a quien siendo “uno de los suyos” se atrevía a predicar la conciliación con el enemigo. Mientras la izquierda liberal caracterizada por su anticomunismo condenaba una rebelión que consideraba una creación de Moscú, distinta debería ser la posición del Partido Comunista Francés y éste era el principal destinatario de los llamamientos del FLN. Al día siguiente del levantamiento del 1 de noviembre, los comunistas argelinos habían difundido una resolución caracterizada por su ambigüedad. Se responsabilizaba a los colonialistas por su política de explotación y negación de las libertades que había provocado los hechos armados del día anterior, pero no se pronunciaba claramente en favor o en contra de la insurrección. Agregaba que “la mejor manera de evitar las efusiones de sangre, instaurar un clima de entendimiento y de paz consiste en reconocer el derecho que asiste a las reivindicaciones argelinas”, pero no hablaba de la independencia que era la reivindicación fundamental.”[19]

Pocos días más tarde, el 8/11/54, un editorial de “L’Humanité” fijaba la posición del partido francés en solidaridad “con la lucha de las masas argelinas en defensa de sus derechos”, lo que no le impedía considerar a las acciones del 1 de noviembre como “actos individuales susceptibles de hacer el juego a los colonialistas”. En 1956, todavía hablaba el P.C.F. de la necesidad de mantener “lazos durables entre Francia y Argelia”, seguía ignorando al FLN y proponía un alto el fuego inmediato que no contemplaba las condiciones fijadas por la dirección revolucionaria. Recién después de julio de ese mismo año, cuando el partido argelino invite a sus militantes a sumarse a la lucha los comunistas francesas —que pocos antes habían votado los poderes especiales reclamas por el gobierno de Mollet— se pronunciará más claramente por la independencia. Ello no les impedirá seguir considerando como sus aliados políticos a los sectores radicales y socialistas directamente comprometidos en la guerra colonial. La prensa nacionalista reprochará en muchas ocasiones al P.C.F. la no realización de acciones de masas en solidaridad con la guerra y la condena como izquierdistas” de quienes predican la deserción de las filas del ejército francés. Los desencuentros entre los comunistas franceses y el movimiento nacionalista norafricano eran, por otra parte, de antigua data. En el Congreso del Partido celebrado en 1937, Maurice Thorez planteaba que el avance del nazifacismo era el principal de los peligros que acechaban a las poblaciones de Argelia, Marruecos y Túnez, “cuyo verdadero interés estaba en la unión con el pueblo de Francia”. Aunque reconocía el derecho a la independencia, parafraseaba a Lenin diciendo que “el derecho al divorcio no implica la obligación de divorciarse”. Pero mientras Lenin, afirmando el derecho a la autodeterminación de las nacionalidades que integraban el imperio zarista, las llamaba a constituir un Estado federado y socialista; Thorez pedía los pueblos norafricanos que, en interés de la lucha antifacista, continuarán aceptando la dominación colonial. 13 Para completar el cuadro de la incomprensión que caracterizó a la izquierda francesa, señalemos que también algunos grupos trotskistas se opusieron en principio a la rebelión y prestaron su apoyo a Messali Hadj. Seducidos por la presencia de algunos activistas obreros alrededor del viejo líder, sólo modificaron su actitud cuando fue evidente el colaboracionismo de aquél con el gobierno francés. Pese a esta defección de las organizaciones de izquierda, fueron muchos los franceses que se sumaron individualmente a la lucha del FLN, incorporándose a sus filas, creando redes de apoyo, promoviendo la deserción del ejército francés. Asimismo, el conocimiento de los numerosos casos de tortura y de las prácticas brutales de represión aplicadas en Argelia fue generando un movimiento de repudio, especialmente en los sectores intelectuales, que se hizo mayor hacia finales de la guerra. Uno de los episodios más importantes por su repercusión internacional, lo constituyó el manifiesto condenando la guerra colonial firmado en julio de 1960 por 121 intelectuales, encabezados por Sartre y Simone de Beauvoir.


[1] Mohamed Sahli, Decolonizer l'Histoire, introduction a l'histoire du Magreb, Máspero, París 1965.

[2] Carlos Aguirre, Argelia año 8, Buenos Aires, 1963, Campana de Palo.

[3] Sahli, op. cit., pág. 105.

[4] Gian Paolo Calchi Novati, La Revolución Argelina, Bruguera, Madrid, pág. 48.

[5] Proclama del Frente de Liberación Nacional, en Calchi Novati, op. cit., pág. 291.

[6] Gerard Chaliand, ¿Aigerie est elle socialiste?, París, 1964, pág. 38, Máspero.

[7] Plataforma Política de la Soumman, en Calchi Novati, op, cit

[8] Chaliand, op. cit, pág.

[9] Plataforma Política de la Soumman, en Calchi Novati, op, cit

[10] Fanon, Les damnes de la terne…

[11] Programa de Trípoli-Argel, en Calchi Novati.

[12] Estier, Claude, Pour L'Algerie, París, 1964, Máspero.

[13] Declaración del Consejo de la Revolución, Argel, 1963.

[14] Camus Albert, Croniques Algeriennes, París, 1958, Gallimard.

[15] André Fontaine, Le Monde, diciembre 1970.

[16] Chaliand, op. cit.

[17] Chaliand, Gerard et Jeannette Minees, Bilan de 10 annés de une revolution nationale, Le Monde Diplomatique, diciembre 1972.

[18] Akkache, Ahmed, Capitan etrangers et liberation, Máspero, París, 1971.

[19] Realités Algeriennes et Marxisme, Recopilación, Moscú, 1962.

This entry was posted on Friday, March 31, 1972 at 11:15 AM and is filed under . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

0 comments

Post a Comment