001 - De los origenes a las revoluciones de 1848  

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Alberto J. Pla

© 1972

Centro Editor de América Latina — Rincón 87

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Índice

Introducción

Del artesanado a la manufactura

De la herramienta a la máquina

Clase obrera y movimiento obrero

La revolución industrial

Las condiciones de trabajo

El trabajo de los niños

La organización obrera. Las primeras huelgas

Sindicatos y cartismo en Inglaterra

De la Revolución Francesa a las insurrecciones de Lyon (1831)

El socialismo y el Manifiesto Comunista

Las revoluciones de 1848

Bibliografía

Motines de hambre (1776) *

La matanza de Peterloo (1819) *

Los seis puntos de la Carta del Pueblo (1838) *

Manifiesto Comunista (fragmentos, 1847) *

Introducción

La incorporación de América, Asia y Africa como productores de materia prima amplía y desarrolla los mercados europeos. A partir de ese momento se refuerza el proceso que termina con la economía feudal para dar paso al trabajo asalariado.

Después de dos siglos difíciles y críticos, el XIV y el XV, sacudidos por guerras políticas y religiosas, por la crisis de los cereales, la crisis financiera y económica, las pestes y las hambrunas, se da una nueva coyuntura mundial que va a modificar profundamente la economía europea. A fines del XV, y como resultado de las actividades que viene desarrollando desde los siglos anteriores una incipiente burguesía comercial, comienza la etapa de los descubrimientos, de las exploraciones de los españoles y portugueses. La expansión europea hace que en poco más de medio siglo América, Africa y Asia se incorporen fundamentalmente como productores de materias primas, al circuito de la economía europea, que, a consecuencia de esto, amplía y desarrolla sus mercados.

Surge entonces la necesidad de una mayor productividad. De la simple producción dirigida a cubrir las necesidades de un circuito restringido se pasa a la producción de excedentes para colocar en esos nuevos mercados. Todo esto produce hondas modificaciones en la economía. Se acelera el proceso de disolución de las estructuras sociales y económicas del mundo feudal, cambia la organización de la producción: en dos siglos se disuelve el taller artesanal característico de ese momento y se afirma y generaliza el trabajo manufacturero. Con éste se generaliza el régimen del trabajo asalariado, el rasgo básico que va a definir a una clase obrera en crecimiento y que aparecerá como sector diferenciado y determinante en los años de la revolución industrial. Es en este proceso y en medio de condiciones de trabajo cada vez más duras, que esa clase comienza a elaborar sus protestas, a realizar sus primeras huelgas, a ensayar sus formas organizativas.

Todo esto y hasta los momentos en que se definen con claridad los objetivos de esa clase en el contexto de las revoluciones del año 1848 constituyen la materia de la primera parte de esta Historia del movimiento obrero, a la cual este capítulo sirve de síntesis e introducción.

Del artesanado a la manufactura

Hemos señalado ya las razones por las cuales cambia la organización de la producción. El salto cualitativo que va del artesanado a la manufactura no es simple y reconoce una etapa intermedia: la del trabajo domiciliado. Pero el proceso es lento y en realidad se desarrolla en etapas sucesivas. Durante espacios de tiempo muy prolongados coexisten viejas y nuevas formas de producción.

Durante el artesanado trabajaban en el taller un maestro artesano, oficiales y aprendices. Aun cuando alguno de éstos contrate obreros, éstos sólo actúan como complementarios del maestro. El trabajo no suponía división de tareas y se fabricaban piezas únicas completas, una por una. La obra de arte o de maestría caracteriza a esta forma de trabajo. En la totalidad de los casos se produce para un mercado restringido, calificado y casi siempre por encargo. Esto hace que se impidan ampliaciones y que se cierren talleres con el fin de limitar y privilegiar la producción.

En contraposición con todo esto, en el trabajo manufacturero se produce la división de la actividad productiva dentro del taller, lo cual lleva a una fragmentación de la responsabilidad con respecto a la pieza que sale del mismo. Los trabajadores en la manufactura pasan a ser, cada vez más, anónimos. La división del trabajo y la no posesión de los medios de producción por parte del productor verdadero son características absolutamente diferenciables con respecto al taller artesanal. En tales condiciones se generaliza el trabajo asalariado, y el obrero comienza a definirse a partir de características del trabajo que van a seguir vigentes hasta la época actual.

No obstante, entre ambas formas de organización del trabajo es necesario reconocer una forma intermedia, que en cierta medida señala una transición, aunque no se trata de un proceso donde se den con claridad etapas sucesivas. En su largo camino coexisten diversas formas. Nos referimos a lo que se denomina el trabajo que se realiza en el domicilio, el llamado trabajo domiciliado. Este se origina a partir de la necesidad que la sociedad tiene de producir para un mercado más grande. Entonces, cuando el taller medieval se disgrega aparece una forma de organización de la actividad en la cual diversos ex talleres artesanales complementan su actividad. Es decir, los talleres se especializan y entre todos terminan los productos. Se empieza a elaborar la materia prima hasta cierto punto, en un taller, luego pasa a otro taller para que se continúe su tratamiento, y así sucesivamente hasta el último taller donde se termina la pieza.

Este sistema de organización incorpora ya la división del trabajo, aunque no en la forma en que la veremos siglos después y durante la revolución industrial. Pero, de cualquier manera se da una división que señala diferencias con el taller medieval típico. Sin embargo, se siguen manteniendo en cada taller formas de actividad en las cuales persisten pautas del artesanado. Esta contradicción del trabajo domiciliado sólo se resuelve con la manufactura. Pero ésta es una resolución teórica, ya que en la realidad histórica, subsiste ese sistema con la manufactura. Ambos métodos son los que liquidan al artesanado y dan paso al sistema constituido por empresario y asalariado, sistema qué es claramente definible en la manufactura. Cuando se desarrolle ésta será necesario un empresario que sea dueño de un gran taller, que posea capital para comprar la materia prima y que pueda concentrar en el taller manufacturero gran número de operarios. El trabajo asalariado entonces se generaliza: el trabajador ha dejado de ser dueño de los medios de producción y el empresario manufacturero le paga un jornal por su actividad. En el caso del sistema de trabajo domiciliado también surge un empresario que organiza la actividad de los distintos talleres, pero, en la medida en que esos talleres no necesitan romper con la organización de artesanado tradicional, no se generaliza en ellos el régimen del asalariado. No obstante se disuelve el viejo taller y el artesano pasa a depender del empresario. Con todos estos cambios se crean entonces las condiciones para que aparezca una nueva clase social: la clase obrera.

De la herramienta a la máquina

Si la herramienta es el instrumento por excelencia del taller artesanal, la máquina, a medida que se va perfeccionando, lo será de la manufactura. Es lo que podemos denominar la máquino-factura. La revolución industrial será la culminación de este proceso: su triunfo es el triunfo de la máquina.

Ya hemos señalado las causas que llevan a aumentar la productividad para proveer a los nuevos mercados. La necesidad de aumentar esa productividad impondrá la manufactura, hará que se desarrollen nuevas técnicas, que comience una etapa de inventos y descubrimientos que revolucionan la tecnología. Por otra parte, el nuevo objetivo, la producción de excedentes, hace que se multipliquen los beneficios para los nuevos empresarios, que buscarán los métodos para hacer crecer aún más esos beneficios. Una vez puesto en movimiento, el capitalismo sólo subsiste creciendo. Las transformaciones técnicas, algunas bastante anteriores, modifican la organización del trabajo. En el siglo XVI, por ejemplo, se incorpora a la industria textil el batán para paños, que permite que el batanado (la operación que desengrasa y da a los paños y otros tejidos de lana el cuerpo correspondiente) se realice en la mitad del tiempo que se utilizaba anteriormente (ahora harán falta sólo cuatro días), y el huso de rueda movido por pedal que va a permitir una multiplicación de la producción del hilado, ya que el obrero puede utilizar las dos manos al accionar con el pie el pedal y poner así en movimiento al huso. Esto va a traer como consecuencia un aumento de la productividad que impulsará el proceso de la división del trabajo y que hará que desaparezca la posibilidad de que cada producto terminado sea obra personal de cada artesano u operario. Aparecen entonces los operarios que se dedican sólo a una actividad (batanado, hilado, etc.). Después que el producto pasa por sucesivas manos, cada una de las cuales aporta algo al terminado de la pieza, recién se llega a la etapa final de la producción. Nadie puede reconocerse cabalmente como el autor del producto. Para la mentalidad y las costumbres de la época esto significaba un cambio revolucionario, semejante a los que se le pueden plantear al trabajador en la era atómica y cibernética. La adecuación a ese cambio será parte y causa de un largo proceso social. La división del trabajo gana su derecho a partir de su eficacia, demostrada en la multiplicación de la producción neta, y se irá haciendo cada vez más compleja, en la medida que las máquinas y la técnica se perfeccionen, se inventen nuevos procedimientos, etc. El proceso, como consecuencia inmediata, hace que la labor del operario se simplifique en grado sumo. Una acción única y rutinaria, repetida hasta el cansancio, será su última consecuencia a partir de los años de la revolución industrial. El trabajo en serie o en cadena es la característica de esa revolución en la que culmina el método de la división del trabajo aparecido en el siglo XIV, en los orígenes del capitalismo.

Un ejemplo clásico nos demuestra el grado a que llega la división del trabajo en el momento de la revolución industrial en Inglaterra, hacia 1800: el de la fabricación de una aguja. Elemento tan simple, la aguja requiere para su fabricación, en ese momento, operaciones diferentes, realizadas por diferentes obreros. Junto a este proceso de división del trabajo la técnica se especializa y se desarrolla el maquinismo. Paralelamente a ese aspecto de producción en sí mismo la manufactura transforma a la empresa. A partir de aquí, y en un cuadro cada vez más complejo, todos estos cambios afectarán desde el comercio y el trabajo agrícola a la superestructura político-religiosa.

Clase obrera y movimiento obrero

Cuando se afirma la clase obrera como tal, como grupo social diferenciado, producto de la disolución de las formas de trabajo medievales anteriores, su existencia histórica pasa a ser de la máxima importancia. Pero una cosa es que exista como clase social y otra que exista como movimiento social. Como clase social surge objetivamente del proceso de acumulación originaria capitalista que hace que para que exista capitalismo deba existir previamente clase obrera. No hay régimen capitalista sin el predominio del régimen de asalariado como sistema de trabajo. Pero si la clase obrera, que se viene formando lentamente, para llegar a ser identificada como tal debe ser vista como producto de este proceso, su existencia histórica es anterior al sistema capitalista mismo. Cuando su existencia se generaliza sólo puede deberse a que ya existe el capitalismo como régimen social-económico. Habiendo identificado a la clase obrera, sujeto de nuestro análisis, en su período de nacimiento, debemos dejar bien aclarado que el movimiento obrero como tal, sólo aparecerá en época más tardía. Las primeras organizaciones en las cuales participan obreros aparecen en el siglo XVIII y las primeras verdaderas organizaciones obreras lo harán en medio del proceso de la revolución industrial, en Inglaterra y a principios del siglo XIX. Por lo tanto, una cosa es la existencia de la clase obrera y otra la aparición de los movimientos obreros, sean éstos de carácter mutual, sindical o político. A medida que la clase obrera se organiza y se desarrollan los movimientos sindicales y políticos, comienza a ser necesaria la definición de la ideología que la clase obrera en sus primeros momentos va articulando inorgánicamente. La definición de esa ideología, de importancia fundamental en las luchas obreras, comenzará a ser sistematizado recién a mediados del siglo XIX en el Manifiesto Comunista que redacta Marx en 1847.

La revolución industrial

Afines del siglo XVIII comienza en Inglaterra la transformación económica conocida como revolución industrial. Ella fue el resultado de la adopción de una serie de innovaciones tecnológicas que se aplicaron a la organización del taller, al trabajo productivo del obrero. Hasta ese momento el grueso de la actividad productiva se desarrollaba en los talleres manufactureros o en los domicilios de los mismos trabajadores, quienes debían entregar a un empresario la materia prima elaborada. De esta forma el trabajador domiciliario se imponía su propia disciplina y gozaba de cierta libertad de movimientos. Ese lugar, donde él y su familia vivían y trabajaban, era incómodo como vivienda y como taller. La precariedad y el hacinamiento eran sus características normales. Pero, con todo, el obrero trabajaba aún en su máquina, con sus propios instrumentos y, además, aunque su jornada fuera larga, se trataba de sus horas, de las cuales disponía más o menos libremente. Ese trabajador que no era sólo un obrero que trabajaba para un cierto empresario, sino que además conservaba pautas provenientes de su origen campesino (en realidad era un semicampesino), tenía en su casa, ubicada al margen del hacinamiento urbano en desenvolvimiento, un pequeño huerto. De tal forma, la desocupación periódica sólo lo afectaba parcialmente pues en su huerto se mantenía siempre una producción básica de legumbres que le permitía subsistir durante las malas épocas. En relación con esto conviene recordar que en la Inglaterra de esta época (fines del siglo XVIII y comienzos del XIX) se vivía un proceso intenso de transformación agraria que había hecho que la mayoría de los pequeños propietarios campesinos, expulsados de su tierra por la formación de haciendas rurales cada vez más grandes, desapareciera y tuviese que emigrar a la periferia de las grandes ciudades. Muchos de ellos ingresarán y harán crecer constantemente a este sector obrero al que nos hemos referido.

En la transformación industrial que hará de Inglaterra, en el siglo XIX el principal país industrializado, juega un papel de primer orden la industria textil, y dentro de ella la industria del algodón. Esta industria crecía y proveía a un mercado en expansión debido a que sus productos eran más baratos que los de la lana y también más manuables e higiénicos en lo que se refiere a su uso cotidiano. En el taller que hemos descrito, taller y hogar al mismo tiempo, los medios técnicos más avanzados utilizados en la producción eran para el hilado, el torno de hilar (inventado en 1764), y para el tejido, el telar equipado con la lanzadera volante que Kay había inventado en 1733. Ambos eran, en su momento, un avance considerable con respecto a los telares y ruecas primitivas anteriormente utilizados. Pero hacia fines del siglo XVIII, más precisamente en la década de 1780, se producen otras innovaciones técnicas que aumentan la productividad de la mano de obra y producen una verdadera revolución en las formas de organización del trabajo. Nos referimos al telar mecánico de Cartwright y a la hiladora mecánica, la llamada mula de Crompton. Esta última, de la cual descienden las máquinas modernas utilizadas en las fábricas de hiladora, combinaba los rodillos del telar con el tren móvil de la "Jenny", la primera máquina de hilar práctica desarrollada por Hargreaves en 1768 y que estaba constituida por una armadura de madera dotada de una manivela y una rueca, que hacían que la hilandera pudiera girar varios husos simultáneamente, y por un par de carriles movibles para estirar los hilos y moverlos al mismo tiempo. Si a la mula mecánica de Crompton y al telar de Cartwright le sumamos el hallazgo de la manera de aplicar al proceso de producción industrial la energía proveniente del vapor de agua tenemos el cuadro completo de las transformaciones tecnológicas que producen la revolución industrial.

Bajo el signo de tales advenimientos es que se empiezan a organizar lo que a partir de allí se pueden denominar fábricas. Las hilanderas que usaban la jenny en sus casas, con la mula deben ir a las fábricas. Los tejedores que hasta entonces usaban la lanzadera volante en su domicilio, deben marchar a las fábricas donde se instalan los flamantes telares mecánicos. Y ello es inevitable ya que en cada uno de los dos rubros principales de la producción textil, tejido e hilado, las nuevas máquinas multiplican la productividad de la mano de obra, con lo cual, por otra parte, eliminan de un solo golpe y dramáticamente la competencia del trabajador domiciliado. Este proceso lleva directamente a acelerar la concentración industrial y a aumentar la producción. Los saltos serán prodigiosos, pero la contra partida cruel e inmediata de este crecimiento de la producción será una desocupación que creará, a principios del siglo XIX, serios problemas sociales en Inglaterra.

Esta organización del trabajo moderno produce una serie de transformaciones. Por un lado el obrero ya no puede ser un semicampesipo, sus horas son absorbidas por la fábrica. Es cierto que tal vez no trabaja, por ahora, más horas que antes, pero ya no puede alterar el ritmo de ese trabajo fabril alternándolo como lo hacía antes con el cuidado de su huerto, el cual por otra parte desaparece, y con él el margen de seguridad que le proporcionaba, en la medida que el obrero va radicándose, cada vez más cerca de las fábricas. De esta manera la sociedad urbana rompe en forma drástica con la vieja sociedad rural, y nacen los problemas típicos del maquinismo moderno. La migración campo-ciudad proveerá de nueva mano de obra fabril al proceso de industrialización en Inglaterra y en otros países, como Estados Unidos. En el continente europeo la situación es diferente, sobre todo en Francia y Alemania donde el número de campesinos que emigran es menor y la clase obrera se constituye con gente proveniente de los viejos talleres y de la población urbana en general.

Las condiciones de trabajo

Todo este proceso se produce en medio de una situación internacional especial: desde fines del siglo XVIII Inglaterra está en guerra con Europa. La Europa, y la Francia, de Napoleón. La guerra termina en 1815. El triunfo de Inglaterra será, en definitiva, el triunfo más significativo de la revolución industrial inglesa. A partir de allí la nueva tecnología se introducirá en el continente europeo, y no por obra de la acción inglesa sino a pesar de ella, ya que Inglaterra protegió hasta con la pena de muerte la exportación de sus descubrimientos técnicos aplicados al aumento de la productividad fabril.

No obstante ello, en un lapso de unos treinta años comenzará el proceso fabril en Francia, Alemania, Bélgica y otros países. Nosotros centralizaremos nuestra visión en el país donde triunfa por primera vez el maquinismo y la revolución industrial: Inglaterra. Y también lo haremos al analizar las condiciones de trabajo que regían para esa creciente clase obrera. Pero en la medida que todo el proceso se generaliza los problemas que se plantean en Inglaterra son también los del continente. Un historiador inglés, Hobsbawn, describe esas condiciones de trabajo con claridad:

"En primer lugar los obreros tenían que aprender a trabajar de modo adecuado a la industria, esto es, a un ritmo de trabajo diario regular ininterrumpido que es completamente diferente de los altos y bajos estacionales de la granja o del artesano independiente que puede interrumpir su trabajo cuando le place. También tenían que aprender a ser más responsables del incentivo del dinero. Los empresarios británicos de aquella época se quejaban entonces, como ahora los de Africa del Sur, constantemente, de la ‘pereza’ del obrero o de su tendencia a trabajar hasta que había ganado su jornal para vivir una semana y después parar. Esta dificultad fue solucionada por la introducción de una disciplina laboral draconiana (multas, un código de ‘amo y criado’ que utilizaba la ley en favor del empresario, etc.), pero sobre todo la práctica, donde era posible, de pagar el trabajo tan poco que era preciso trabajar toda la semana para conseguir un mínimo de ingresos. En las fábricas, donde era más urgente el problema de la disciplina laboral, con frecuencia se vio que lo más conveniente era emplear mujeres y niños, tratables y más baratos."

El tipo de vida que debían llevar los obreros quedó documentado en muchos informes oficiales y privados, descripciones de personas insospechadas de simpatías hacia los obreros e incluso; en el caso inglés, por comisiones oficiales del parlamento. La miseria se enseñorea, surgen los barrios obreros y estos barrios, consecuencias del nuevo sistema, son la clara muestra de las contradicciones inherentes al mismo. A la acumulación de superbeneficios llevada a cabo por los nuevos patrones industriales se contrapone una miseria que llega al límite de lo soportable para la masa de trabajadores. A su costa y a costa de los bajos salarios se produce el proceso de acumulación capitalista que nutrirá las teorías y las realizaciones del liberalismo inglés del siglo XIX, cuya culminación se da en el período victoriano e imperial.

Hacia 1935. Guepin, un médico francés, sintetiza con contundencia: para el obrero "vivir es no morir"… "más allá del trozo de pan… no espera nada". Ya Engels, por otra parte, en forma temprana describe la situación de la clase obrera en Inglaterra y muestra cómo el sistema lleva a que la vivienda sea un tugurio infame donde al obrero, si la fábrica no lo ha matado de hambre, el frío termina por hacerlo de tuberculosis, señala que la alimentación es sólo la de peor calidad y que en los barrios obreros se vende lo que es imposible vender en otros barrios, aunque con precios que no sólo son iguales sino que a veces son más elevados que los de buena calidad, y agrega que la vestimenta del obrero no muestra por cierto las ventajas de esa nueva industria textil que día a día crece y se perfecciona en medio de la revolución industrial. La jornada de trabajo normal es de 15 horas y aún más. En Francia, de los 300 francos anuales que puede ganar un obrero, le quedan para gastar en alimento, en 1835, unos 196 francos. El consumo de pan se lleva 150 de ellos.

El régimen de trabajo en las fábricas se caracterizaba por la aplicación de multas y los castigos. En Francia, en el Creusot, las reglamentaciones permitían al patrón imponer multas de cincuenta francos a los obreros que no denunciaran a un compañero de trabajo que hubiera incurrido en una falta. En Inglaterra, en las fábricas de algodón de Manchester, trabajando en ambientes totalmente cerrados y a más de treinta grados centígrados para favorecer el tratamiento de la tela, no se les autoriza a los obreros a usar agua para refrescarse o beber, excepto durante los treinta minutos de descanso que cortan la larga jornada de más de 14 horas de trabajo. Las multas que los obreros debían pagar cuando hacían algo prohibido por los reglamentos no funcionaban sólo como represión. Se iban sumando y así debilitaban el salario. Un buen ejemplo de este tipo de recurso utilizado por los patrones industriales lo encontramos en el Annual Register de 1823 que da los siguientes datos:

Al obrero que abra una ventana: 1 chelín.

Al que se lave mientras trabaja: 1 chelín.

Al que no ponga la aceitera en su sitio: 1 chelín.

Al que abandone su telar y deje el gas encendido: 2 chelines.

Al que encienda el gas demasiado temprano: 1 chelín.

Al que hile a la luz de gas demasiado tarde en la mañana: 2 chelines.

Al que silbe en el trabajo: 1 chelín.

Al que llegue cinco minutos tarde: 1 chelín.

Al obrero enfermo que no pueda proporcionar un reemplazante que dé satisfacción, pagará por día, por la pérdida de energía mecánica: 6 chelines.

Resultado general: si el promedio de vida en zonas industriales era en 1812 de 25 años y 9 meses en 1827 descendió a 21 años y 9 meses. Pero peor en el caso de los niños: si para los hijos de comerciantes y sectores acomodados el promedio de vida llegaba, en 1827, a la edad de 29 años, para los hijos de obreros de la industria algodonera no superaba, en ese mismo momento, los dos años. Y esto nos lleva a ver con más detalle la cuestión del trabajo de los niños durante la revolución industrial.

El trabajo de los niños

Si las condiciones de vida del obrero son un retrato de la miseria que acarreó la revolución industrial a todo un sector social para garantizar la acumulación capitalista en manos de otro, la situación adquiere contornos más dramáticos cuando observamos los métodos aplicados al trabajo de las mujeres y los niños: discriminación en el salario, superexplotación. El obrero perdió su independencia al ir a la fábrica. Allí, en la medida en que la máquina lo reemplaza cada vez es menos necesaria su fuerza física. Por eso en las fábricas de algodón de Inglaterra nos encontramos con que sólo la cuarta parte de sus trabajadores son hombres adultos. El resto está constituido por mujeres y niños. Los testimonios de la época nos dejaron cuadros contundentes de la situación en que éstos trabajaban. Es el caso de Villermé, un miembro de la Academia de Medicina de Francia, quien constataba:

"Entre ellos (los obreros) hay gran número de mujeres pálidas, hambrientas, que van descalzas por el fango… y niños pequeños, en mayor número que las mujeres, tan sucios y tan harapientos como ellas, cubiertos de harapos, que son gruesos por el aceite que les cae encima cuando manipulan cerca de los telares".

Victor Hugo, por otra parte, hablará de esos niños "en los que no hay una sonrisa" y Dickens en su Oliverio Twist elaborará la misma protesta contra estas injusticias. Para los empresarios era más ventajoso el empleo de mujeres y niños porque a éstos se les pagaban menores salarios. En los Estados Unidos la situación no es diferente. La industria algodonera de la costa del este emplea a mujeres, en 1831, en una proporción de tres quintos. En los diarios son frecuentes avisos como éste: "Se desea familia con cinco a ocho hijos que pueda trabajar en una fábrica de algodón". En Inglaterra, en 1835, la cantidad de obreros varones mayores empleados era de 50.675; mujeres, 53.410; jóvenes de 13 a 18 años, 53.843 y niños, 24.164.

La emigración campesina y el crecimiento demográfico garantizaron la existencia de un ejército industrial de reserva. Esto permitió bajar los salarios y así aumentar la tasa de beneficio del capital. Posteriormente se vio que se podía multiplicar este beneficio bajando aún más el salario a niveles de mera subsistencia, lo que llevó a que los niños y las mujeres fueran preferidos por los patrones. A la injusticia del régimen capitalista en el plano económico se unió su insensibilidad ante la destrucción de la familia, el fomento del alcoholismo, la desocupación crónica, la degradación personal.

Entonces los obreros comienzan a tomar conciencia de su situación, como producto de la nueva realidad que deben enfrentar, y a actuar en consecuencia; con los primeros brotes de protesta y de violencia comienzan a recorrer un largo y duro camino en el cual, a pesar del aumento constante de la represión, concretan sus organizaciones, definen sus métodos de lucha, profundizan su ideología.

La organización obrera. Las primeras huelgas

Los primeros movimientos obreros de resistencia aparecen como protesta por los bajos salarios que se pagan en los talleres manufactureros. Las reivindicaciones, al principio precarias, parciales y aun contradictorias, irán con el tiempo abarcando otros planos y adquiriendo coherencia. De una actitud mutualista, cuyo objetivo es la defensa del salario, se pasará a una ofensiva irracional contra la máquina, y de ésta a la organización obrera moderna que se concreta con la aparición de los primeros sindicatos en 1829 en Inglaterra, y también de los primeros grupos políticos, donde pronto se perfilan las posiciones reformistas o revolucionarias que habrían de articular la ideología del movimiento obrero. Ya en 1539 los tipógrafos de la ciudad de Lyon habían hecho una huelga reclamando mejores salarios, pero pidiendo al mismo tiempo que se diera más libertad en el trabajo y se limitara el número de aprendices. Casi dos siglos después, en 1724, los obreros boneteros de París se declararon en huelga a causa de la reducción injustificada de sus salarios. Crean entonces, para sostener esa acción, una "caja de huelga". Más tarde, hacia fines del XVIII, y con un objetivo que se limita a la defensa del salario, diversos gremios llevan a cabo verdaderos motines, en muchos de los cuales la lucha es sangrienta.

En Inglaterra, donde tempranamente se desarrolla el maquinismo, las reacciones se dirigen contra la desocupación y las nuevas máquinas que la originan. El primer gran movimiento contra estas máquinas, que dejan la calle a los obreros, es el los luddistas, movimiento espontáneo qué lleva a los obreros ingleses a destruirlas. La agitación tiene su momento culminante en 1811. Y provoca una intervención en defensa de los "destructores de máquinas" del poeta Lord Byron, en la Cámara Alta, de la cual era miembro.

El movimiento luddista se prolonga por varios años y sólo dejará lugar a otro tipo de resistencia obrera, cuando se pase de la acción espontánea contra la máquina simbolizadora de opresión a la conciencia de la necesidad de una organización social propia. Por otra parte, y en la medida en que este tipo de acción no es superado por otra forma de protesta, se propaga a los demás países que se van incorporando a la organización fabril. Alemania, Francia, Bélgica e Italia también conocieron estas olas de destructores de máquinas, en cuya acción subyacía tempranamente la rebelión social contra las injusticias del régimen capitalista, que era el que usaba la máquina de manera tal que su uso producía la desocupación y la miseria.

En Inglaterra la acción de los luddistas influyó en muchos niveles. Así sucede con las ideas de Malthus, quien expresa el pesimismo de la sociedad inglesa y destaca que es imposible un crecimiento económico indefinido. No es de extrañar que, entonces, desarrolle sus teorías sobre la población, en donde señala que es necesario reducir la misma para poder subsistir. Los recursos son limitados y la sociedad crece. Por lo tanto es saludable la alta tasa de mortalidad, son saludables las guerras porque equilibran el desmesurado crecimiento de población. Esto por cierto, servirá de justificación moral para los manufactureros responsables de la miseria y desocupación obrera. En última instancia con su política de superexplotación, ayudaban científicamente al equilibrio demográfico de la humanidad. Sin embargo, la población obrera inglesa sigue aumentando. Sobre todo después de 1815, año en que termina la guerra con Napoleón, y en que se vuelca al mercado de mano de obra de Inglaterra una masa de soldados que contribuye a hacer aún más crítica la situación. Crecen entonces las reacciones y las protestas. En 1817 se produce la primera "marcha del hambre" sobre Londres. Esta marcha deja atónita a la sociedad londinense y muestra que la situación va llegando a niveles que escapan al control. Poco después, en 1819, se organiza un tremendo mitin que en Saint Perter’s Field reúne a más de 80.000 personas. Para la época una asamblea monstruo. Se produce allí un ataque del ejército. El campo de Perterloo queda cubierto de cadáveres y heridos. El régimen conservador británico recurre, desbordado, al terror. El general en jefe del ejército masacrados es Wellington, vencedor de Napoleón en Waterloo, a quien luego se lo conocerá en la historia inglesa como el general de Waterloo y Peterloo.

En 1819, con motivo de que la agitación sigue creciendo a pesar de la brutal represión, se aprueba la legislación represiva más coherente hasta ese momento, conocida como las Seis Leyes (Six Acts), en la cual se prohíben las reuniones, las organizaciones obreras y las actividades de todo tipo que puedan ser perjudiciales a la "paz social". Esta legislación es la culminación de una etapa histórica formativa del movimiento obrero. En Inglaterra se llega ya no sólo a prohibir las "corporaciones", como se las designaba comúnmente, sino que se incursiona, a través de las leyes de 1819, en el terreno político. Signo de la etapa en que se entra y de las nuevas relaciones sociales. Al señalar esto es importante recordar que la legislación contra las huelgas o contra la asociación obrera es algo que viene de tiempo atrás. Ya en 1749 la reglamentación sostiene:

"Prohibimos a todos los compañeros y obreros que se reunan con el pretexto de su cofradía a que se confabulen para colocarse los unos y los otros junto a un dueño o abandonarle, y también que obstaculicen que los dueños escojan por sí mismos a sus operarios".

Es evidente que la libertad del dueño es garantizada claramente, no así la de los obreros.

Producida la revolución francesa, se aprueba en 1790 una resolución por la que se concede a todos los ciudadanos el derecho a reunirse y a formar entre ellos asociaciones libres. Pero esta resolución fue derogada en forma inmediata y en seguida se aprobó la famosa Ley Le Chapelier, de 1791. Por ella se prohíbe toda organización obrera o patronal y se desaprueba tanto la huelga como el lockout, pero las penas difieren mucho según los infractores sean obreros o patrones. Por fin se establece "que pertenece a los convenios libres de individuo a individuo al fijar el jornal de cada obrero. Es de incumbencia del obrero mantener el acuerdo que ha hecho con quien le ocupa". Así es el obrero, individualmente, el que debe enfrentar al patrón. La injusticia de la aparente igualdad es obvia en nuestra época. Agreguemos que para llegar a la formulación de los primeros convenios colectivos de trabajo habrá que pasar la etapa de la agitación socialista que culmina en la redacción del Manifiesto comunista en 1847, y con las revoluciones que en el 1848 conmueven a toda Europa. No obstante ello, la huelga, condenada al ser condenadas las asociaciones obreras, la huelga, que produjo la matanza de Peterloo y las leyes represivas del 1819, seguirá siendo el arma más importante que utilizará la clase obrera en sus luchas.

Pasado el primer momento de ajuste en lo que refiere a las condiciones generales de funcionamiento del maquinismo y del sistema fabril de la revolución industrial, se irá decantando una actitud proletaria que será la que permitirá el paso a una etapa posterior, de organización sindical y política del movimiento obrero. La clase obrera deja entonces de ser mero factor de explotación y desarrolla la conciencia de sus propios intereses. Esa conciencia irá apartando cada vez cuestiones más importantes. Lo cierto es que a pesar de marchas y contramarchas, los éxitos momentáneos y las derrotas, a veces sangrientas, poco a poco aparecerá, objetivamente, aún para sus peores enemigos, como el sector socialmente determinante del curso de la historia contemporánea.

Sindicatos y cartismo en Inglaterra

Hasta 1830, en que después de una larga serie de choques, violencias y represiones, las organizaciones obreras adquieren fuerza y clarifican su ideología, las luchas de los obreros se articulan en torno al objetivo de formar los sindicatos y de convertirlos en instrumentos efectivos.

En un primer momento, hacia fines del siglo XVIII, el movimiento obrero se confunde, en las luchas contra la opresión, con las organizaciones de la burguesía radicalizada, el sector que pasa a ser denominado en Inglaterra los "radicals", y en el que se mezclan un cierto jacobinismo típico de la revolución francesa en marcha, con reivindicaciones de tipo democrático para su propio país.

En esa época se organizan una serie de clubes y asociaciones, de las cuales la más importante fue, hacia fines del XVIII, la Corresponding Society, cuyo nombre puede ser traducido tanto como Sociedad por Correspondencia como Sociedad Correspondiente. Los mejores representantes del movimiento radical burgués estuvieron allí junto con los primeros grupos organizados de obreros. Exigían garantías democráticas y, especialmente, que el parlamento se reuniera anualmente; que se eliminaran los "burgos podridos", así llamados porque permitían, mediante el uso del voto clasificado, la elección de electores no representativos. Las exigencias democráticas de que se eliminaran estos "burgos podridos" y de que se reuniera anualmente el parlamento eran rechazados violentamente por los grupos gobernantes que dominaban por completo la Cámara de los Lores. Pronto la Corresponding Society se desarrolló con fuerza, y entonces empezó la represión. La misma consistió, en lo jurídico, en la adopción de nuevas leyes que prohibían toda clase de asociaciones. Las leyes de 1799 y 1800, llamadas Combination Acts declararon ilegales a las mismas, pero introdujeron un elemento nuevo con respecto a la legislación represiva anterior, que consistió en la autorización para realizar procesos sumarísimos, mediante los cuales la justicia podía enviar a la cárcel a quieres fueran acusados de pertenecer a una asociación. Hay que tener en cuenta que en esos años Inglaterra está en guerra con Francia. La burguesía, en general asustada por las ideas más avanzadas de Francia, deja en gran medida de participar en estas asociaciones. Por el contrario, los obreros apoyan a las mismas, como única forma de defender ciertos derechos democráticos. Los historiadores Morton y Tate relatan:

"En 1796, un árbol de la libertad fue plantado por la fuerza en la plaza del mercado de Nottingham y hasta 1802 se celebró allí el aniversario de la toma de la Bastilla, con una fiesta durante la cual el miembro radical del Parlamento era llevado en triunfo a través de la ciudad a los acordes de la Marsellesa".

Hechos como éstos eran muy irritantes en una Inglaterra dominada por los conservadores y en guerra con Francia, sobre todo si tenemos en cuenta que desde 1794 el primer ministro Pitt había suspendido el habeas corpus por ocho años. Inglaterra vivió bajo este régimen prácticamente hasta 1832, en que por fin se aprobó la reforma electoral que permitió el ingreso en las Cámaras de la nueva burguesía manufacturera. La derivación lógica de la represión fue la respuesta violenta. Si primero hubo intentos de huelgas obreras, que fueron reprimidas, luego vinieron los asesinatos. El movimiento luddista fue una manera de responder a la represión; al mismo tiempo se desarrollaba una ola de atentados y acciones directas de los obreros. Cuando realizan una huelga empiezan por atacar a los rompehuelgas. Violencia más violencia. A poco andar se llega a la marcha del hambre de 1817, las leyes de represión de 1819 y la matanza de Peterloo, hechos que ya hemos relatado. La legislación represiva sigue ajustando su funcionamiento. Ahora ya no se trata simplemente de prohibir las asociaciones, sino de plasmar una legislación contra las violencias y las intimidaciones. Entonces "molestar" a quien quiera trabajar durante una huelga será motivo de condena. Uno de los primeros y más importantes dirigentes obreros fue el irlandés John Doherty. En 1829, y luego del fracaso de una huelga, decide tomar la iniciativa en la organización de una entidad que reúna a todos los oficios. El movimiento culmina poco después, cuando en Manchester se realiza un congreso que decide fundar la Asociación Nacional para la Protección del Trabajo (NAPL). Pronto la organización se expande. A fines de 1830 una huelga en Lancashire la pone a prueba. Entonces su debilidad organizativa la hace fracasar. Su actividad llega hasta 1832. Con todo, es el primer intento serio de formar una Unión o Sindicato. En 1830 ya se había organizado un sindicato de obreros de la construcción denominado Operative Builders Union y en 1834 se va a formar la primer central de trabajadores: la Grand National Consolidated Trade Unions, la cual reconoce como antecedente a la National Equitable Labour Exchange. Esta tenía como objetivo el asegurar la venta de los productos fabricados por las cooperativas de producción. Es evidente que en esto último se entrecruzan dos cuestiones, una relación que nos remite a las teorías de Robert Owen, ideólogo del cooperativismo y de la humanización del capital. Por un lado una organización cooperativa para la venta de los productos y por otro una asociación obrera nacional. Por el momento era normal que ambas tendencias coincidieran y al mismo tiempo aparecieran diferenciándose de las tendencias que seguían reclamando sólo reformas parlamentarias. No obstante, a poco andar, quedará demostrado que ambas actitudes llevan por caminos diferentes.

Mientras tanto, si la burguesía manufacturera en su búsqueda de reivindicaciones democráticas consigue que el Parlamento apruebe las leyes de Reforma en 1832, los obreros sólo consiguen que aumente la represión. Entonces los viejos aliados se separan. La burguesía llega a la antesala del poder político global. Los obreros enfrentan no sólo y cómo siempre a terratenientes y aristocratás sino también a la burguesía manufacturera. En el año 1834 la inquietud rural se generaliza, hay rompimientos de máquinas, incendios de propiedades. El gobierno detiene a seis dirigentes sindicales y aplica con todo rigor las leyes contra las asociaciones. Estos dirigentes, a los que se conoce como "los mártires de Tolpuddle", son condenados a siete años de deportación y se los embarca rumbo a Australia. Este severo castigo a los obreros de Dorchester provoca violentas manifestaciones en todo el país e incluso el Times se levanta contra tal injusticia afirmando que "los crímenes que han provocado tal castigo no han sido probados, y además el crimen de que se los acusa no justifica la sentencia". En 1836 los obreros condenados comenzaron a ser indultados uno por uno y regresaron a Inglaterra, pero la agitación ya estaba producida. El descrédito del gobierno era general. La reforma electoral de 1832, si bien importante, era insuficiente para dar satisfacción al pueblo. No se eliminaba el voto calificado. Con la modificación del tope de la renta anual necesario para ser elector, sólo se había conseguido que la cantidad de electores pasara de unos 400 mil a unos 800 mil. Una vez integrada la Cámara con los flamantes diputados de la burguesía manufacturera se aprueba una Factory Act (Ley Fabril), en 1833, que permite el empleo de niños en las fábricas, siempre y cuando tengan más de 9 años y su horario sea sólo de 48 horas por semana. Esto, en realidad, era una burla de las reivindicaciones obreras: lo que se hacía era legalizar el trabajo de los niños, manteniendo las condiciones de miseria y explotación. En tales condiciones, la contradicción expresada en las ideas de Robert Owen tenderá a definirse o por lo menos a clarificarse. Owen, dice W. Abendroth,

"no pensaba por cierto en términos de lucha de clases: esperaba poder ganar a los mismos empresarios a la idea de su sistema de economía cooperativa. Como Saint-Simon, creía en la comunidad de intereses de las clases productivas e industriales frente a los propietarios terratenientes y los poderes del estado. Su Nuevo Mundo Moral (su obra más importante) debía edificarse dentro de la más bella armonía de las clases".

Lo que sucede en Inglaterra señalará las debilidades y las contradicciones de estas teorías. Los empresarios fabriles rechazarán todo tipo de experiencia cooperativista y los obreros recibirán el peso de la represión. Es entonces cuando surge un nuevo movimiento, el cartista, llamado así por defender lo que se denominó Carta del Pueblo. Con él y sobre la base de un movimiento sindical, aparece el primer movimiento político de la clase obrera como tal, independiente de la burguesía. En el cartismo, que habría de realizar una gran agitación en Inglaterra, se reconocen tres olas: la primera va de 1837 a 1839; la segunda de 1840 a 1842 y la tercera es la de 1848. En la primera se proclama la Carta con los puntos que se reivindican. Son los mismos de las sociedades radicales de fin de siglo, sólo que ahora se dirigen contra un parlamento en el cual está la burguesía. Se hace la petición al Parlamento y se recogen firmas. El petitorio es un documento político de primera importancia, pero el parlamento se niega a considerarlo. Ese programa será la base de todo el movimiento cartista, pero será la segunda ola del cartismo la que tendrá especial importancia. En ese momento también se firma un petitorio, pero al movimiento se le plantea una disyuntiva. Deberá optar entre dos posiciones: la que se define ya como de lucha de clases o la de alianza con la burguesía radical. Si hace la alianza con la burguesía radical, sus métodos serán determinados por este sector, pero la legalidad de los mismos pasará a ser incuestionable. Si, por lo contrario, adopta la concepción de la lucha de clases, el enfrentamiento se producirá con cualquier alternativa burguesa. El cartismo no consigue definir sus métodos y su política y se producirá una escisión clara. Un sector se pronunciará por lo que se denomina la fuerza moral, es decir, por lo que luego se conocerá, en la política de la clase obrera, como reformismo. Confían en una alianza con sectores de la burguesía y piensan que la presión moral ejercida por la justeza de sus reclamos terminará por llevarlos al triunfo. Su base de acción y reclutamiento está en el sur de Inglaterra, donde predominan los viejos trabajos artesanales. El otro sector del cartismo se pronunciará por lo que se denominó en su época la fuerza física: plantean que sólo la acción obrera llevará al triunfo sus posiciones. Sus métodos son clasistas y rechazan la alianza formal con sectores de la burguesía. En ese momento se nuclean bajo sus banderas los obreros de las ciudades del norte, cuyo centro es Manchester, el corazón del proceso llamado "revolución industrial". Los métodos que se reivindican son los de la huelga nacional por un mes, que llamarán las "Vacaciones" o "Gran Fiesta Nacional". Si los obreros no trabajan los patrones no ganan. Por lo tanto una huelga prolongada (un mes) hará entrar en razón al más testarudo de los patrones. Esta huelga nacional fracasa, y con ella fracasa el sector de la fuerza física. Pero ya está planteada la cuestión: O una política de clase o una política de alianza con la burguesía. O métodos violentos o métodos morales. Poco más tarde la cuestión se racionalizará y las tendencias ideológicas en el movimiento obrero irán dando más contenido y precisión a cada posición. Muchos de los sindicatos ingleses actuales reconocen su fecha de fundación en este momento de las luchas sindicales.

De la Revolución Francesa a las insurrecciones de Lyon (1831)

Francia, país con una fuerte tradición artesanal, conoció, durante varios siglos el funcionamiento de cierto tipo de mutualismo que entró en crisis cuando el país comenzó a transitar por el camino de la manufactura y de la organización fabril.

La Revolución Francesa había sido un proceso social que envolvió a todas las clases, a todos los sectores. Como revolución burguesa cuyo objetivo era echar abajo definitivamente los privilegios medievales aún subsistentes debió plantear esos objetivos de modo tal que se nuclearan en torno a ella la pequeña burguesía y la clase obrera, es decir los grupos que dentro del proceso revolucionario eran denominados genéricamente, como "el pueblo" o "los plebeyos". Es evidente que la Revolución de 1789 fue posible gracias a que los plebeyos salieron a la calle. Ellos, de hecho, fueron los que derrocaron a la monarquía. En Francia es común que se produzcan revoluciones con fuerte contenido social en las cuales, a pesar de que son los sectores explotados, obreros y plebeyos en general, los que salen a definir la situación, a ganar la calle y a exponer sus vidas, el movimiento es capitalizado por otras tendencias. En el caso de la Revolución Francesa de 1789 es la burguesía la beneficiaria directa, pero ella no habría triunfado en la forma total, rápida y completa en que lo hizo si no hubiera sido por la movilización popular. Son las masas en la calle las que garantizan el triunfo, las que entregan el poder a los grupos revolucionarios republicanos. Al principio el término de republicano señala tanto burgueses como proletarios, (pero poco a poco se estableceran las diferencias: en la historia de Francia los republicanos serán identificados como la tendencia burguesa y los obreros pasarán a llamarse socialistas. En la Revolución Francesa el poder lo ejercieron dos grandes sectores: la derecha y la izquierda, es decir, los grupos conocidos, por el lugar que ocupaban en la Convención como la Gironda y la Montaña, respectivamente. A poco andar en esta última aparecerán diversas tendencias, entre las cuales dominará el grupo (de los jacobinos, el cual a su vez también estaba fragmentado internamente. Este grupo, a pesar de que era el que más buscaba en los momentos decisivos, aliarse con las masas populares, realizó una política de élite. En él Dantón refleja la posición más conciliadora con la derecha y Robespierre, figura destacada durante el período del "terror", sólo era centrista. El sector que realmente representaba a la izquierda se había nucleado en torno a otros dirigentes como, por ejemplo, Hébert o Chaumette.

Este último afirmaba que "el indigente no había conseguido de la Revolución más que el derecho a quejarse de su pobreza". Propuso un impuesto progresivo a la renta y quiso hacer de cada trabajador un propietario. Junto con eso proponía expropiar las empresas de los ricos y entregárselas al Estado, hacer requisas de víveres, etc. Por otro lado los hebertistas constituyen una especie de anarquismo rudimentario pues, junto a la exaltación de un cierto tipo de terrorismo, defendían la propiedad privada, pero generalizando su posición basta el punto de afirmar que "con la desaparición del estado advendrá una era de paz y felicidad".

La Revolución Francesa activó intensamente las discusiones ideológicas y políticas. Cuando cayó el gobierno jacobino de Robespierre y la derecha triunfó, desfigurando la revolución misma, la radicalización de algunos grupos llevó a la formación de la Sociedad de los Iguales, fundada por Babeuf y Dartés. La clase obrera, pequeña aún y sin tradición de lucha, no pesaba mayormente en el proceso. Hay que recordar que la revolución industrial recién estaba apareciendo en Inglaterra y que en Francia lo que se expresa, corresponde a su situación durante el siglo XVIII. Los iguales planearon una conspiración que fracasó y sus principales dirigentes, Babeuf y Dartés, fueron ejecutados en 1797. Pero, a pesar de esto, el movimiento será considerado como el punto de partida de las luchas sociales de la clase trabajadora francesa. El Manifiesto de los Igualitarios, llamados así porque postulaban la igualdad absoluta entre los hombres y la eliminación de la riqueza y de los privilegios, sostenía: "La Revolución Francesa no es más que la predecesora de otra más grandiosa y que será la final". Los socialistas franceses encontraron ahí el punto de partida para preparar esta otra revolución. Con todo, pasó bastante tiempo basta que, con la incorporación de Francia a la revolución industrial, apareciera un proletariado que permitiera replantear las ideas de Babeuf.

En 1830 recomenzará el ciclo, pero a un nivel mucho más elevado. En este año se produce, en el mes de julio, una revolución que derroca al monarca Carlos X y entrega el trono a Luis Felipe de Orleáns. El derrocado representaba, después de las aventuras napoleónicas, la reacción tradicional de los grandes señores contra los principios de la revolución francesa. Luis Felipe, en cambio, representaba a una nueva burguesía financiera.

Para que ésta pueda triunfar, nuevamente es el pueblo el que sale a la calle. Sólo que ahora ese pueblo está constituido principalmente por obreros. Ya no es el sector, un tanto indiferenciado, al que se denominaba "los plebeyos". Se han definido sus características sociales: ahora son obreros. Para triunfar son necesarias tres sangrientas jornadas de lucha. Cuando las fuerzas de represión son derrotadas una ola de euforia recorre los barrios populares. Es que han puesto en el trono a un representante político del cual esperan como retribución que satisfaga sus demandas. Pero nada de ello ocurre. Los obreros son usados para la insurrección, pero debido a que carecen de organizaciones propias y de política propia se los desconoce después del triunfo. La burguesía no mostrará, por cierto, su agradecimiento, y su insensibilidad lleva el conflicto a una situación de permanente crisis, que estallará definitivamente en 1848. Mientras tanto, entre 1830 y 1848, se suceden las insurrecciones obreras, las manifestaciones, los petitorios. Se organizan y desorganizan cantidad de clubes y sociedades secretas. Durante el período se producen dos grandes movimientos obreros, en 1831 y 1834, que tienen por centro la ciudad de Lyon, eje de la industria textil, y que servirán para poner sobre la mesa la discusión tanto de la táctica a seguir como de los programas a defender.

La superexplotación se había ¡afirmado en manos de esa burguesía, más racional en sus métodos que los viejos terratenientes de ideas feudales. En 1830 un informe indica que, sobre 10.000 niños, 9.930 son declarados ineptos por sus deficiencias físicas. Un dato que señala cómo el nuevo régimen carcome el cuerpo social de la nación. Si en la época de Carlos X un tejedor de Lyon ganaba entre 4 y 6 francos por día cumpliendo 13 horas de trabajo, bajo Luis Felipe, luego de la revolución de julio, ganará sólo 1,25 francos por 18 horas de trabajo.

La respuesta fue la insurrección de Lyon de 1831. Los obreros exigieron que se aprobaran nuevas tarifas para el pago de su trabajo. El gobierno se negó. La insurrección llevó a los obreros a apoderarse de la ciudad durante diez días. No era éste su objetivo, pero las autoridades burguesas huyen aterrorizadas y de hecho el poder pasó a manos de los obreros. La insurrección de los Canuts, de los tejedores de Lyon, pasará a constituir otro jalón fundamental en la historia del movimiento obrero francés. Sus métodos son todavía espontaneístas, individualistas e incluso terroristas. Pero ubiquémonos en la época, en los años que van de 1831 a 1834. Augusto Blanqui, uno de los más abnegados dirigentes de este período, sostenía que la revolución social la podía realizar un grupo pequeño y decidido. No confiaba en la acción de masas; y por ello intentó varios golpes de estado. No obstante, en ausencia de organizaciones obreras de masas, su importancia crece. Afirmaba Blanqui:

"Armamento y organización: he ahí las armas decisivas del progreso, he ahí el medio más eficaz para poner fin a la miseria y a la opresión. Quien tiene hierro tiene pan. Ante la bayoneta no hay quien se doblegue, masas muchedumbres desarmadas se conducen como rebaños. Una Francia henchida de obreros armados significa el triunfo del socialismo. Ante proletarios apoyados en sus fusiles se evaporan y reducen a la nada todas las dificultades, todas las imposibilidades, todas las resistencias. Pero si los proletarios no saben más que divertirse en manifestaciones callejeras, plantando árboles de la libertad, escuchando discursos de abogados, ya se sabe la suerte que les espera: primero, agua bendita; luego, insultos; y por último un plato de judías verdes. Y siempre la miseria. ¡Que el pueblo elija!"

Frente a todo esto, la insurrección de Lyon, cuya consigna era "O subsistir trabajando o morir COMBATIENDO", la represión del movimiento obrero se intensificó. El encargado de dirigirla, el entonces ministro Thiers, ordenaba a sus jefes militares que "no tuvieran ninguna misericordia para nadie".

El socialismo y el Manifiesto Comunista

En la primera mitad del siglo XIX se interrelacionan en Europa dos procesos de gran importancia. Por un lado la revolución industrial, con sus consecuencias en el plano social y en el de la producción: por el otro una renovación en las ideas que lleva al replanteo de la llamada cuestión social. Podríamos decir, simplificando al máximo procesos que son muy complejos, que si en Inglaterra se da el más alto grado de desarrollo fabril e industrial, es en Francia donde se profundizan con más fuerza las ideas sociales. La corriente racionalista, que en el siglo XVIII había ya evolucionado hacia una concepción materialista en el plano filosófico, implicaba el abandono de la metafísica y de las concepciones religiosas, las últimas consecuencias del racionalismo burgués reciben un impulso notable con la Revolución Francesa. Se cumple así, en Francia, un proceso político e ideológico que se suma al proceso económico que se desarrolla en Inglaterra. En los medios obreros y en los grupos de intelectuales ligados a ese proceso comienzan a delinearse importantes corrientes de pensamiento. Sin embargo, aún no plasman en verdaderas organizaciones sindicales o políticas. En todo este medio siglo, que llega a las revoluciones de 1848, es en Inglaterra donde se da la experiencia organizativa más elevada, con el movimiento obrero cartista.

En Francia los grupos ideológicos, a pesar de que son pequeños y no establecen un contacto efectivo con las bases, tendrán una importancia decisiva en la medida en que permiten o ayudan a definir el programa, la política, los métodos, etc., de la clase obrera. Es en Francia donde las corrientes socialistas habrían de expresarse con mayor fuerza.

Ya hemos mencionado a Augusto Blanqui, quien vivió hasta los 76 años, 37 de ellos en la cárcel. Figura comprometida en las insurrecciones populares de 1831 y 1834, pasó luego a los intentos golpistas en 1837 y 1839, siendo por fin arrestado hasta 1848, en que fue liberado después del triunfo de la revolución de febrero que derrocó a la monarquía de Luis Felipe. Sus grupos de acción llegaron a tener en 1837 unos mil militantes, organizados clandestinamente. Su método de pasar por encima del movimiento de masas lo llevó a realizar acciones individuales que la clase obrera miró con simpatía aunque sin seguirlo, pues no estaba preparada, ni social ni ideológicamente para ello y además no era su objetivo el movimiento de masas. En las corrientes socialistas Luis Blanc representa el otro extremo del período que se inicia en 1830. En su obra La organización del trabajo, criticaba la economía individual, pero sostenía que la economía colectiva terminaría imponiéndose al demostrar en la competencia que era mejor que la individual. Un planteo cercano a las ideas cooperativistas que como hemos visto, Robert Owen había desarrollado en Inglaterra. Blanc decía "El pueblo debe posesionarse del poder, que es la fuerza organizadora. Tal debe ser el Estado popular, regulador de la producción…" Postulaba asimismo la creación de Talleres Nacionales mixtos con el fin de que todos tuvieran trabajo. "La competencia llevará a la transformación social pacífica", sostenía, contrario a todo acto de violencia revolucionaria. Y afirmaba: "La revolución social puede lograrse, y quizá con mayor facilidad, por el camino de la colaboración entre los obreros y la burguesía" El método que para ello postulaba era el del sufragio universal. Como se ve, un planteo reformista semejante al que se delineaba claramente en el grupo de la fuerza moral del cartismo inglés.

En 1847 se funda la Liga de los Comunistas, entre cuyos miembros más destacados están Marx y Engels. Y es a ellos a quienes a fines de ese año se encomienda la redacción del Manifiesto, que a partir de allí será conocido como Manifiesto Comunista. En el Manifiesto, se critica a las tendencias socialistas preexistentes, a las cuales, en el mejor de los casos, se las designa como utópicas. Ese socialismo utópico fue un antecedente importante para la Liga, pero no había llegado a sistematizar ni un programa ni una metodología revolucionaria, y el socialismo debía ser definido como un arma concreta no sólo para interpretar al mundo sino para cambiarlo.

A pesar de que el Manifiesto es uno de los primeros trabajos de Marx, éste parte ya de una concepción clara del materialismo histórico y hace uso de la dialéctica que luego aparecerá en sus obras más importantes.

Hay dos ideas básicas que son los motores revolucionarios en el texto de Marx. En primer lugar, la idea de que la liberación social de los trabajadores será obra de éstos, o sea que no se puede confiar en las alianzas con la burguesía. En el caso de que éstas se realicen sólo pueden ser consideradas como un método táctico, que no hace dejar de lado sino que por lo contrario, obliga a mantener la claridad sobre los objetivos propios del proletariado. Todo esto se sustenta en la concepción de que la sociedad está dividida en clases sociales antagónicas y en que este antagonismo, al ser dialéctico, es contradictorio; en que la clase obrera, como clase explotada, debe desarrollar su actividad dentro de las reglas de juego que impone la clase dominante y en que el carácter de clase de la sociedad determina también el carácter de clase de las ideas que en ella prevalecen. Dice Marx:

"Nuestros sentimientos, nuestras ilusiones, nuestras ideas, nuestros pensamientos, no son más que la fachada que se levanta sobre diferentes regímenes de propiedad, sobre distintas condiciones sociales. Cada clase construye esta fachada para sí misma, sobre la base de sus condiciones materiales específicas y de sus relaciones sociales peculiares. Sin embargo, el individuo que adquiere sus ideas y sus sentimientos por medio de la educación y la tradición se figura que estas ideas y sentimientos son el móvil fundamental, el verdadero punto de partida de sus actividades".

Por ello lo que se propone es emprender la lucha no sólo en el plano de las ideas sino de manera tal que se modifiquen las condiciones económicas y sociales. Una vez cambiada esa relación de base la clase obrera podrá pasar a dirigir la sociedad y a elaborar los esquemas que permitan construir una sociedad mejor, sin la explotación del hombre por el hombre.

El Manifiesto cierra una época y comienza otra. Su importancia, su influencia directa e indirecta sobre el movimiento obrero, tanto en los que lo aceptan como en los que lo rechazan, se ve claramente al leer algunos de los fragmentos que transcribimos entre los documentos. Pero con todo, para comprender mejor el lugar del Manifiesto en el proceso de la historia del movimiento obrero, hay que ubicarlo en el momento histórico en que se produce, y ese momento es el correspondiente a las revoluciones de 1848.

Las revoluciones de 1848

La crisis económica y la crisis social que vive Europa provocan tensiones que estallan en 1848. A partir de algunos movimientos esporádicos de sectores populares con los que se confunde la burguesía en ascenso, la situación se generaliza en ese año y se expande por todo el continente: Sicilia, Francia, Alemania, Bélgica, Austria… Sólo Inglaterra queda en cierta medida al margen. En esos años los cartistas hacen su última presentación al parlamento. De todos los países, es en Francia donde la situación se hace más compleja e influye sobre los procesos posteriores con más fuerzas.

En febrero de 1848 los grupos burgueses republicanos y los grupos obreros socialistas provocan la caída de la monarquía. Luis Felipe huye y el poder queda en mano de estos sectores. La burguesía venía reclamando los derechos democráticos y electorales que la monarquía le rehusaba manteniendo la calificación del voto. Para el 22 de febrero de 1848 se había programado un banquete que luego debía ser seguido por una manifestación, pues dada la prohibición de la actividad política, los banquetes eran el pretexto que utilizaban para reunirse los opositores. El gobierno, a través de su ministro Guizot, lo prohíbe. Los moderados, entre ellos Luis Blanc, aconsejan entonces no hacer manifestaciones y los burgueses deciden no asistir al banquete. No obstante, la concentración popular se realiza y se producen choques. Pero la madurez de la situación prerrevolucionaria lleva a que la crisis se generalice. La Guardia Nacional, llamada para reprimir a los obreros, se niega a intervenir. Luis Felipe despide entonces a su ministro Guizot y momentáneamente cesa la lucha.Las manifestaciones corean en las calles la Marsellesa, el himno republicano de la revolución de 1789. Pero hay nuevos choques y las tropas tiran sobre el pueblo. Nuevas manifestaciones populares ganan las calles y el rey debe huir. El pueblo ocupa el Palacio. En esas condiciones se establece el Gobierno Provisional. Surge entonces una nueva situación. Se plantea desde ese momento, febrero de 1848, una dualidad en el poder. Los burgueses republicanos proponen una política moderada y se oponen a las reivindicaciones obreras. Los obreros socialistas quieren medidas sociales que van en contra de los intereses de esa misma burguesía. La actitud moderada de la burguesía se muestra desde el primer momento, cuando se resiste a declarar la constitución de la República. Los socialistas presionan. Uno de ellos exclama: "¡Si dentro de dos horas no se lleva eso a cabo, regresaré a la cabeza de 200.000 hombres!" La dualidad entre los dos sectores sociales se manifestaba en cosas grandes y pequeñas: los obreros querían que la nueva bandera de la República fuera roja; los burgueses, la tricolor de 1789; el resultado fue adoptar una bandera tricolor con un moño rojo. Los obreros exigen medidas socialistas. Para conformarlos Luis Blanc y Albert son designados secretarios del gobierno provisional y pasan a formar parte lo que se denomina la Comisión de Luxemburgo, cuyo objetivo es organizar los Talleres Nacionales que postula Luis Blanc. La medida conformó los espíritus moderados de estos socialistas, que entraron así en el juego del gobierno provisional. Mientras tanto la burguesía se preparaba para decidir en la arena nacional la ambigüedad producto de esta dualidad en el poder. Los obreros no tenían direcciones. Hasta un Proudhom, ideólogo del anarquismo confiaba en la Asamblea Nacional, de la cual era miembro. De febrero a junio la dualidad se hizo presente en una gran cantidad de problemas. A un avance de la burguesía los obreros respondían con medidas de defensa o avanzando en sus movimientos. Pero la tendencia no podía llevar a otra cosa que no fuera el triunfo final de la burguesía. La competencia pacífica por el poder sólo era un remanso dentro del proceso revolucionario. En Francia, como en ningún otro país, la presencia obrera saca a luz su discrepancia con los otros sectores sociales. En junio de ese mismo año los obreros son provocados. Ya en mayo había sido nuevamente arrestado Augusto Blanqui y alojado en la prisión de Vincennes. Otros dirigentes obreros lo siguen. El 24 de junio el gobierno decreta el estado de sitio en París. Se designa al general Cavaignac como virtual dictador y éste lanza al ejército y a la guardia móvil contra los obreros. Las barricadas no alcanzan para contenerlos. La clase obrera, sin dirigentes, sin dirección de ningún tipo, bajo la presión de una situación en retroceso, libra una lucha heroica contra la represión de Cavaignac. Las barricadas caen de una en una hasta que el día 26 de junio es derrotado el último bastión de la insurrección obrera: el barrio de Saint-Antoine. A partir de allí la masacre se generaliza:

"ejecuciones, cautiverios, la muerte por asfixia en las horripilantes cloacas de París. Las fuerzas de Cavaignac se lanzaron por última vez, enloquecidas, matando a los obreros y en general a toda la gente indefensa. Es difícil precisar el número de caídos, pero se calcula que no ascendieron a menos de cien mil. Cerca de 15.000 fueron condenados a trabajos forzados en las colonias de Sudamérica".

Al decir de Luis Blanc, "hasta el llanto les estaba prohibido a los allegados de las víctimas". El famoso terror jacobino de 1794, que se dio durante el proceso de la Revolución Francesa, parece un juego de niños frente a tamaña masacre.

Dijo Lenin sobre este proceso:

"En 1789 se trataba en Francia del derrocamiento de la nobleza y del absolutismo. En el estado del desenvolvimiento económico y político de entonces, la burguesía creyó en una armonía de intereses; no estaba inquieta por la duración de su predominio, y consintió en una alianza con el campesinado. En 1848 se trataba del derrocamiento de la burguesía por el proletariado. Este no logró atraerse a la pequeña burguesía y la traición de los pequeños burgueses provocó la derrota de la revolución".

Y Marx afirma dramáticamente:

"Unicamente empapada en la sangre de los insurrectos de junio la bandera tricolor ha llegado a ser la bandera de la revolución europea, la bandera roja. Y nosotros gritamos: ¡La revolución ha muerto! ¡Viva la revolución!".

De la derrota del momento habría de surgir el nuevo movimiento, sobre la base de cambios en la organización, de clarificación ideológica, de mayor precisión en los métodos revolucionarios. Pero cada cosa necesita su tiempo de maduración. 1848 es el anticipo, el preanuncio y la experiencia clave de toda una etapa histórica del movimiento obrero. Nuevamente habían sido puestas en juego las concepciones reformistas. Los sectores revolucionarios eran una minoría.

Bibliografía

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Cole, G. D. H., Historia del pensamiento socialista. Fondo de Cultura Económica, México, año 1957. Tomo 1: Los precursores (1789-1850).

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Hobsbawn, Eric J., Las revoluciones busguesas. Guadarrama, Madrid, 1971.

Motines de hambre (1776)

    1. Del Annual Register, 1776, Cronicle, págs. 124-5.
    2. Tenemos noticias de que en Newbury, el último jueves un gran número de gente pobre se reunió en el mercado durante las horas de actividad, por el aumento del trigo, y cortajearon las bolsas desparramando todos los granos. Se apoderaron de manteca, carne, queso y tocino de los negocios tirándolos a las calles; de este modo intimidaron a los panaderos; quienes inmediatamente vendieron el pan a 2 peniques y prometieron que la semana próxima estaría aún más bajo. De Newbury fueron a Shaw-mill y tiraron la harina en el río, rompieron las ventanas de la casa e hicieron otros destrozos allí y en otros molinos de la zona por un valor de 1.000 libras. Cartas de Devonshire informan, que además de los motines que tuvieron lugar en Exeter, debido al actual precio exorbitante de las provisiones, han ocurrido disturbios semejantes en distintas partes del mismo condado, particularmente en Uffeolm y Lemnion, donde los molinos harineros han sido completamente destrozados por los amotinados, quienes luego tomaron posesión de todo el trigo que encontraron en los graneros de los granjeros llevándolo inmediatamente al mercado y vendiéndolo a 4 ó 5 chelines el bushel. Luego entregaron el dinero al dueño del cereal, así como también devolvieron las bolsas.

    3. Del Annual Register, 1776, Chronicle, págs. 137-40.

Debido a que han ocurrido muchos motines y es mucho el daño que se ha hecho en distintas partes de Inglaterra como consecuencia del alzamiento de los pobres, que han sido llevados por la desesperación y la locura debido a los precios exorbitantes de las provisiones, daremos un breve resumen de estos disturbios sin entrar en pequeños detalles ni seguir una secuencia temporal estricta. En Bath, la gente hizo muchos destrozos en los mercados antes de dispersarse. Estuvieron muy escandalosos en Barwick upon Tweed debido a las grandes cantidades de cereal que habían sido compradas para exportar. En Malmesbury tomaron el trigo y lo vendieron a 5 chelines el bushel y entregaron el dinero a los propietarios. En Hampton, en Gloucestershire, encontraron oposición, se perdieron algunas vidas y algunas casas fueron destruidas. Se pidió ayuda militar para reprimirlas. En Setbury, cerca de Trowbridge, destruyeron el molino y repartieron el trigo entre ellos.

En Leicester y los alrededores asaltaron tres depósitos de queso y lo repartieron. En Lechdale asaltaron un depósito de queso destinado a Londres y se lo llevaron; no contentos con ello, asaltaron los almacenes y robaron 5 ó 6 toneladas más.

En Oxford la turba alcanzó los molinos adyacentes, se apoderó de toda la harina que encontró y la dividió en el mercado.

En Exeter la turba se levantó, asaltó un almacén de queso, vendió el mismo a un precio más bajo de su valor, pero fue intimada por el ejército, lo mismo ocurrió en Lyme, en Dorsetshire y en Bewdley. Los propietarios de siete molinos en Newbury, luego que declararon que molerían gratis a los pobres, pacificaron a los amotinados. En Redruth y St. Austle los hojalateros se levantaron y obligaron a los granjeros y carniceros a bajar los precios.

En Gloucester, los granjeros más importantes de las colinas aceptaron voluntariamente proveer al mercado de trigo a 5 chelines el bushel y ya han vendido considerables cantidades a este precio. En Salissbury los levantamientos fueron muy serios y se temieron grandes destrozos, pero el peligro fue felizmente superado gracias al prudente manejo de los magistrados y el humanitarismo de los granjeros, quienes bajaron el precio del trigo ante el primer disturbio. Algunos de los líderes, sin embargo, fueron tomados prisioneros. En Beckington, cerca de Bath, un molinero y su hijo tomaron armas de fuego para repeler a la turba, dispararon y mataron a un hombre y un niño e hirieron a otros, lo cual exasperó tanto al resto que prendieron fuego al molino y lo destruyeron totalmente. En Wincanton y Dorsetshire los amotinados junto con los mineros hicieron grandes destrozos. En Broomsgroce, en Worcestershire, la turba se levantó y obligó a los granjeros a vender el trigo a 5 chelines el bushel y a los carniceros la carne a 2 peniques y medio la libra. En Coventry se alzaron; luego se les unieron, los mineros y comenzaron a asaltar los almacenes de queso vendiéndolo a bajos precios y terminaron tomando todas las provisiones que podían por la fuerza. En Norwich comenzó una insurrección general cuando fue leída una proclama en el mercado. Provisiones de todo tipo fueron desparramadas por los insurrectos; atacaron el molino nuevo y tiraron 150 bolsas de harina al río, los libros de contabilidad del propietario y sus muebles fueron destruidos; las panaderías fueron objeto de pillaje y destrucción; como se ve, toda la ciudad quedó sumida en un estado de total destrucción. Durante esta situación de confusión, los magistrados alentaban a los dueños de casa para que se congregaran con palos a fin de oponerse a los amotinados. El conflicto fue largo y sangriento, pero finalmente los amotinados fueron sometidos y treinta de sus líderes hechos prisioneros, siendo prontamente juzgados por una comisión especial.

En Wallingford se levantaron y regularon los precios del pan, queso, manteca y tocino. En Tahe sucedió lo mismo. En Leicester se unieron y tomaron vagones de queso, rompiendo luego las ventanas de la cárcel del condado con la idea de liberar a los amotinados que allí se encontraban. En Derby la turba fue enfrentada por una fuerza oficial montada; los apedrearon con violencia e hirieron al oficial principal; asaltaron un almacén de queso, pero 34 de ellos fueron tomados prisioneros. Los restantes se unieron nuevamente y atacaron un bote sobre el río Darwet, del cual tomaron queso por un valor de 300 libras. No temen a los magistrados civiles, sino solamente a la fuerza militar. En Dunnington la turba se levantó, asaltó un almacén de queso que estaba defendido por 18 hombres, pero fue en vano. Atacaron un bote sobre el río Darwent, del cual tomaron grandes cantidades de queso. El propietario les ofreció 50 libras para salvar su queso y además prometió comprar una balanza y vender toda la carga a 2 peniques la libra. Los líderes respondieron con gritos e insultos. "Maldita sea su caridad; tendremos el queso por nada". En la feria de Nottingham la turba tomó todo el queso que pertenecía a los agentes comisionados y lo distribuyó entre ellos; en cambio no tocó el queso de los granjeros. Los magistrados civiles pidieron el auxilio de los militares, de los granjeros, pero afortunadamente sólo un hombre resultó muerto, y éste resultó ser un granjero de paso.

La matanza de Peterloo (1819)

"… Alrededor de las 11 la gente comenzó a reunirse en torno de la casa de J. Johnson, en Smedley Cottage, donde H. Hunt había fijado residencia. Alrededor de las 12 Hunt y sus amigos subieron al carruaje. Ellos no habían avanzado mucho cuando fueron abordados por el comité de Mujeres Reformistas Sociales, una de las cuales, mujer de aspecto interesante, levantó un estandarte en el que había impreso una mujer portando una bandera, coronada con el gorro de la libertad, mientras pisoteaba un emblema con la inscripción "corrupción". Se le solicitó que tomara asiento en el pescante del carruaje (el lugar más apropiado), lo que aceptó audaz e inmediatamente y continuó flameando su bandera y su pañuelo hasta que llegó a las tribunas donde tomó lugar al frente en el sector derecho. El resto del comité siguió al carruaje en procesión y subieron a las tribunas cuando llegaron. Al dejar Smedley Cottage, grupos conjuntos de hombres se veían a distancia, marchando en orden militar, con música y estandartes que llevaban distintas leyendas, como "Fuera las leyes de cereales", "Libertad o muerte", "Impuestos sin representación es tiranía", "Tendremos libertad", la bandera usada por los amigos del doctor Hunt en la elección general de Westminster y varias otras, muchas de las cuales estaban coronadas con gorros de la libertad. El espectáculo, rebosante de plena alegría, nunca se ha visto antes. Mujeres de 12 a 80 años se veían vitoreando con sus gorras en las manos y sus cabellos desgreñados. Al pasar por las calles hacia el lugar del mitin era tan grande la multitud que el carruaje apenas se podía mover. Se le informó a Hunt que St. Peter’s Field ya estaba rebosante de público; no menos de 300.000 personas estaban reunidas allí. La procesión llegó al lugar de destino a las 13, Mr. Hunt expresó su desacuerdo por las tribunas ya que temía que ocurriera un accidente. Después de algunas dudas, subió e inmediatamente Johnson propuso que H. Hunt fuera designado presidente, lo que fue aprobado por aclamación. Hunt comenzó su discurso agradeciendo a todos el favor que le habían conferido e hizo algunas consideraciones irónicas sobre la conducta de algunos magistrados cuando un carro, que evidentemente provenía de aquella parte del campo donde se hallaban la policía y los magistrados reunidos en una casa, se adelantó por el medio del campo con gran fastidio y peligro para la gente reunida, que con gran tranquilidad se esforzó para darle paso. Apenas el carro había pasado cuando la caballería hizo su aparición desde el lugar por donde había salido el carro; galoparon en forma furiosa alrededor del campo, abalanzándose sobre cada persona que no había podido huir a tiempo, y llegaron hasta donde se hallaba la policía apostada, luego de un momento de pausa, recibieron indicaciones de la policía en términos de señal para el ataque. El mitin desde el comienzo hasta el instante en que irrumpió la policía y caballería fue uno de los más tranquilos y ordenados que presenciaron en toda Inglaterra. Se veía alegría en las caras de todos y las reformadoras femeninas coronaban la reunión con gracia y estimulaban un sentimiento particularmente interesante. La caballería hizo una carga con furia desenfrenada; cortaban en dos o herían hombres, mujeres y niños en forma indiscriminada, comenzando un ataque premeditado con una sed de sangre y destrucción insaciable. Deberían haber llevado un medallón que en un lado tuviera la inscripción "Los carniceros de Manchester" y que en el dorso describiera cómo habían masacrado a hombres, mujeres y niños indefensos que no los habían provocado ni tampoco habían dado señales que justificaran el ataque. Y como prueba de que ese ataque fue premeditado por parte de los magistrados, habían sido recogidas las piedras que estaban en el camino, el viernes y el sábado anterior al mitin, por gente que había sido expresamente enviada allí por los magistrados, de modo tal que el pueblo no tuviera ninguna posibilidad de defensa.

"Peterloo, 1819" de R. Carlile. Carta abierta dirigida a Lord Sidmouth. Sherwin’s Weekly Political Regíster, 18 de agosto de 1819.)

Los seis puntos de la Carta del Pueblo (1838)

  1. Voto para cada hombre mayor de 21 años, cuerdo y sin antecedentes penales.
  2. Papeleta electoral para proteger el elector en el ejercicio de su voto.
  3. Que no existan calificaciones por propiedad para miembros del Parlamento; de este modo se permite que los distritos electorales ejerzan democráticamente su derecho de elegir un hombre que los represente, ya sea pobre o rico.
  4. Pago de los miembros: de esta manera se permite a los honestos comerciantes, trabajadores o cualquier otra persona servir a su distrito electoral en forma intensiva, desentendiéndose de sus problemas personales.
  5. Nivelación de los distritos electorales para asegurar una representación igualitaria con el mismo número de electores, en lugar de permitir que distritos electorales pequeños tengan una representación mayor que otras regiones más extensas.
  6. Parlamentos anuales: de esta manera se logra un control más efectivo sobre los representantes, que al ser renovados anualmente se cuidarán mucho más que ahora de no defraudar al pueblo que los ha elegido, y si es posible sobornar o comprar un cargo en un período parlamentario de seis años, es de imaginar que bajo el imperio del sufragio universal y siendo el periodo de un año no hay riqueza que alcance para poner en práctica lo que ahora se hace impunemente.

Manifiesto Comunista (fragmentos, 1847)

Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.

No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no motejen de comunista ni un solo partido de oposición que no lance al rostro de las oposiciones más avanzadas, lo mismo que a los enemigos reaccionarios, la acusación estigmatizante de comunismo. De este hecho se desprenden dos consecuencias: La primera es que el comunismo se halla ya reconocido como una potencia por todas las potencias europeas. La segunda, que es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su partido.

Con este fin se han congregado en Londres los representantes comunistas de diferentes países y redactado el siguiente Manifiesto, que aparecerá en lengua inglesa, francesa, alemana, italiana, flamenca y danesa.

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La industria moderna ha convertido el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del magnate capitalista. Las masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares. Los obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes. No son sólo siervos de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo del industrial burgués dueño de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, más execrable, más indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.

Cuanto menores son la habilidad y la fuerza que reclama el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo adquirido por la moderna industria, también es mayor la proporción en que el trabajo de la mujer y el niño desplaza al del hombre. Socialmente ya no rigen para la clase obrera esas diferencias do edad y de sexo. Son todos, hombres, mujeres y niños, meros instrumentos de trabajo, entre los cuales no hay más diferencia que la del costo. Y cuando ya la explotación del obrero por el fabricante ha dado su fruto y aquél recibe el salario, caen sobre él los otros representantes de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etcétera. Toda una serie de elementos modestos que venían perteneciendo a la clase media, pequeños industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, son absorbidos por el proletariado; unos, porque su pequeño caudal no basta para alimentar las exigencias de la gran industria y sucumben arrollados por la competencia de los capitalistas más fuertes, y otros porque sus aptitudes quedan sepultadas bajo los nuevos progresos de la producción. Todas las clases sociales contribuyen, pues, a nutrir las filas del proletariado. El proletariado recorre diversas etapas antes de fortificarse y consolidarse. Pero su lucha contra la burguesía data del instante mismo de su existencia.

Al principio son obreros aislados; luego, los de una fábrica; luego, los de toda una rama de trabajo, los que enfrentan, en una localidad, con el burgués que personalmente los explota. Sus ataques no van sólo contra el régimen burgués de producción, van también contra los propios instrumentos de la producción; los obreros, sublevados, destruyen las mercancías ajenas que les hacen la competencia, destrozan las máquinas, pegan fuego a las fábricas, pugnan por volver a la situación, ya enterrada, del obrero medieval. En esta primera etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y desunida por la concurrencia. Las concentraciones de masas de. obreros no son todavía fruto de su propia unión, sino fruto de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus fines políticos propios tiene que poner en movimiento —cosa que todavía logra— a todo el proletariado. En esta etapa, los proletarios no combaten contra sus enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, contra los vestigios de la monarquía absoluta, los grandes señores de la tierra, los burgueses no industriales, los pequeños burgueses. La marcha de la historia está toda concentrada en manos de la burguesía, y cada triunfo así alcanzado es un triunfo de la clase burguesa. Sin embargo, el desarrollo de la industria no sólo nutre las filas del proletariado, sino que las aprieta y concentra; sus fuerzas crecen, y crece también la conciencia de ellas. Y al paso que la maquinaria va borrando las diferencias y categorías en el trabajo y reduciendo los salarios casi en todas partes a un nivel bajísimo y uniforme, van nivelándose también los intereses y las condiciones de vida dentro del proletariado. La competencia, cada vez más aguda, desatada entre la burguesía, y las crisis comerciales que desencadena, hacen cada vez más inseguro el salario del obrero; los progresos incesantes y cada día más veloces del maquinismo aumentan gradualmente la inseguridad de su existencia; las colisiones entre obreros y burgueses aislados van tomando el carácter, cada vez más señalado, de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a coligarse contra los burgueses, se asocian y unen para la defensa de sus salarios. Crean organizaciones permanentes para pertrecharse en previsión de posibles batallas. De vez en cuando estallan revueltas y sublevaciones. Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera. Coadyuvan a ello los medios cada vez más fáciles de comunicación, creados por la gran industria y que sirven para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y localidades. Gracias a este contacto, las múltiples acciones locales, que en todas partes presentan idéntico carácter se convierten en un movimiento nacional, en lucha de clases. Y toda lucha de clases es una acción política. Las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, necesitaron siglos enteros para unirse con las demás; el proletariado moderno, gracias a los ferrocarriles, ha creado su unión en unos cuantos años. Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios obreros. Pero avanza y triunfa siempre, a pesar de todo, cada vez más fuerte, más firme, más pujante. Y aprovechándose de las discordias que surgen en el seno de la burguesía, impone la sanción legal de sus intereses propios. Así nace en Inglaterra la ley de la jornada de diez horas. Las colisiones producidas entre las fuerzas de la antigua sociedad imprimen nuevos impulsos al proletariado. La burguesía lucha incesantemente: primero contra la aristocracia; luego, contra aquellos vectores de la propia burguesía cuyos intereses chocan con los progresos de la industria, y siempre contra la burguesía de los demás países. Para librar estos combates no tiene más remedio que apelar al proletariado, reclamar su auxilio, arrastrándolo así a la palestra política. Y de este modo le suministra elementos de fuerza, es decir, armas contra sí misma.

Además, como hemos visto, los progresos de la industria traen a las filas proletarias a toda una serie de elementos de la clase gobernante, o a lo menos los colocan en las mismas condiciones de vida. Y estos elementos suministran al proletariado nuevas fuerzas.

Finalmente, en aquellos períodos en que la lucha de clases está a punto de decidirse, es tan violento y tan claro el proceso de desintegración de la clase gobernante latente en el seno de la sociedad antigua, que una pequeña parte de esa clase se desprende de ella y abraza la causa revolucionaria, pasándose a la clase que tiene en sus manos el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasaba a la burguesía, ahora una parte de la burguesía se pasa al campo del proletariado; en este tránsito rompen la marcha los intelectuales burgueses, que, analizando teóricamente el curso de la historia, han logrado ver claro en sus derroteros.

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De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado. Las demás perecen y desaparecen con la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto genuino y peculiar. Los elementos de las clases medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el labriego, todos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales clases. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, reaccionarios, pues pretenden volver atrás la rueda de la historia. Todo lo que tienen de revolucionario es lo que mira a su tránsito inminente al proletariado; con esa actitud no defienden sus intereses actuales, sino los futuros; se despojan de su posición propia para abrazar la del proletariado. El proletariado andrajoso, esa putrefacción pasiva de las capas más bajas de la vieja sociedad, se verá arrastrado en parte al movimiento por una revolución proletaria, si bien las condiciones todas de su vida lo hacen más propicio a dejarse comprar como instrumento de manejos reaccionarios.

Las condiciones de vida de la vieja sociedad aparecen ya destruidas en las condiciones de vida del proletariado. El proletariado carece de bienes. Sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen ya riada de común con las relaciones familiares burguesas; la producción industrial moderna, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Alemania que en Norteamérica, borra en él todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión, son para él otros tantos prejuicios burgueses tras los que anidan otros tantos intereses de la burguesía. Todas las clases que le precedieron y conquistaron el Poder procuraron consolidar las posiciones adquiridas sometiendo a la sociedad entera a su régimen de adquisición. Los proletarios sólo pueden conquistar para sí las fuerzas sociales de la producción aboliendo el régimen adquisitivo a que se hallan sujetos, y con él todo el régimen de apropiación de la sociedad. Los proletarios no tienen nada propio que asegurar, sino destruir todos los aseguramientos y seguridades privadas de los demás. Hasta hoy, toda sociedad descansó, como hemos visto, en el antagonismo entre las clases oprimidas y las opresoras. Mas para poder oprimir a una clase es menester asegurarle, por lo menos, las condiciones indispensables de vida, pues de otro modo se extinguiría, y con ella su esclavizamiento. El siervo de la gleba se vio exaltado a miembro del municipio sin salir de la servidumbre, como el villano convertido en burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. La situación del obrero moderno es muy distinta, pues lejos de mejorar conforme progresa la industria, decae y empeora por debajo del nivel de su propia clase. El obrero se depaupera, y el pauperismo se desarrolla en proporciones mucho mayores que la población y la riqueza. He ahí una prueba palmaria de la incapacidad de la burguesía para seguir gobernando la sociedad e imponiendo a ésta por norma las condiciones de su vida como clase. Es incapaz de gobernar porque es incapaz de garantizar a sus esclavos la existencia ni aun dentro de su esclavitud, porque se ve forzada a dejarlos llegar hasta una situación de desamparo en que no tiene más remedio que mantenerles, cuando son ellos quienes debieran mantenerla a ella. La sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con la sociedad. La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos Individuos, la formación e incrementación constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado. El trabajo asalariado presupone, inevitablemente, la competencia de los obreros entre sí. Los progresos de la industria, que tienen por cauce automático y espontáneo a la burguesía, imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la competencia, su unión revolucionaria por la organización. Y así, al desarrollarse la gran industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y cría a sus propios enterradores. Su muerte y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables.

This entry was posted on Saturday, March 25, 1972 at 10:07 AM and is filed under . You can follow any responses to this entry through the .

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