Las guerrillas  

Posted by Fernando in

G. Acuña

© 1971

Centro Editor de América Latina - Cangallo 1228

Impreso en Argentina

Índice

La política y la guerra. 2

La lucha de clases y la acción política. 2

La política revolucionaria y la violencia. 3

La guerra popular y la política de masas 4

La guerra de guerrillas. 5

Características generales 5

La guerra de guerrillas revolucionaria. 6

La guerrilla como método y la guerrilla como organización. 8

Algunas realidades 9

China. 9

Vietnam. 10

Argelia. 11

Cuba. 12

La guerrilla en América Latina. 13

La guerrilla rural 13

La guerrilla urbana. 15

Bibliografía. 16

La concepción del Che. 17

La teoría Regis Debray. 18

La prensa y todos los medios oficiales de difusión, pintan a los movimientos guerrilleros como a grupos de “bandoleros” que han encontrado en esa forma de existencia su “modus vivendi”. Desde que la guerrilla ha pasado a constituirse en un medio de acción ejercido por numerosos sectores revolucionarios de distintos lugares del continente, ésta es la interpretación y la propaganda ejercida sobre ella. Es que dicho método se ha propagado en todo el mundo y sobre todo en los pueblos sojuzgados, como acción armada contra el imperialismo y los sectores dominantes de las colonias y es por ello que el sistema capitalista necesita propagandizarla como “delincuencia” a fin de separarla así de su raíz esencialmente sociopolítica. Esta calificación de delincuentes no es nueva: lo han empleado siempre los grupos dominantes, cuando son afectados en sus intereses (recuérdese, por ejemplo, las guerrillas que acompañaron la gesta independentista de San Martín y Bolívar así fueron calificadas por los españoles).

Pero es evidente que dicho fenómeno va más allá de la voluntad de los “hombres de bien” y de los individuos aislados. La guerrilla es un fenómeno social y político, íntimamente ligado a todo el acontecer histórico. En nuestra época aparece como expresión armada de diversos sectores; desde movimientos de liberación nacional hasta como acción de clase. Se ha convertido en un fenómeno universal e histórico en la medida que su propia aplicación lleva implícita una concepción y una lucha política en la búsqueda de la transformación económica y social. Conviene aclarar que si bien la guerrilla tiende a ser una forma de lucha usada predominantemente por las clases populares (desprovistas de fuerza militar comparable a la de las clases dominantes) también ha sido practicada por los grupos privilegiados: la resistencia monárquica francesa frente al poder revolucionario y el carlismo español en Navarra son sólo algunos ejemplos. Es imposible separar a la guerrilla —como expresión armada de la política— y a los movimientos guerrilleros —como expresiones organizativas de una concepción de la toma del poder— de la lucha de clases. La guerrilla, desde el mismo momento que pasa a constituirse en una de las formas de acción armada, forma parte de la lucha de clases. Por ello es necesario considerarla desde esta óptica dando así no sólo sus diferencias y características de concepción en la forma en que se presenta en la realidad concreta, sino también para poder ubicarla como fenómeno dentro de la instancia política y social a fin de descubrir su función concreta en relación a la política y a la guerra.

La política y la guerra

Hacia los años 1830 el general Karl von Clausewitz escribía acerca de la guerra definiéndola como un acto de fuerza para obligar al cumplimiento de la voluntad de un sector por otro. Es así que comprendía que toda acción armada en general y en particular emprendía un accionar para modificar la realidad. De tal manera la guerra se manifiesta no como un acto aislado que tiene una manera de aparecer momentánea sino que se convierte en el resultado de las relaciones políticas. La guerra comienza a interpretarse ligándola a “lo político”. Las conclusiones de Clausewitz relacionan permanentemente el objeto de la guerra al objeto político que lleva implícito. Y escribe “Por tanto, el fin político como motivo originario de la guerra nos dará la norma así para el objeto que pretende alcanzarse por medio del acto guerrero, como para los esfuerzos que deben realizarse”.

En el desarrollo de la historia de la humanidad no sólo podemos corroborar la esencia misma de toda acción armada como acto fundamentalmente político, sino que la guerra aparece siempre como un verdadero instrumento político: “una continuación de las relaciones políticas y una gestión de las mismas con otros medios”. Podríamos agregar que la guerra es el instrumento político de máxima expresión de la lucha, es el medio que alcanza el máximo grado de expresión política.

A pesar del carácter diferenciado en que se manifiestan una cierta cantidad de acciones de guerra, y por más que en muchas circunstancias aparezca disipado y oscurecido el objeto político implícito, todas estas acciones deben ser comprendidas igualmente desde el campo de la investigación sociopolítica. De la misma interpretación del carácter de las distintas guerras podemos desprender, también, los momentos en que pasa a ser dominante, en un estado generalizado de guerra declarada, la acción bélica en sí. Esto quiere decir que las relaciones político-sociales, cualquiera sea su naturaleza, determinan el accionar armado a emplear y el papel que este mismo accionar, juega en el conjunto de la lucha. O sea, el objetivo político de toda guerra puede aparecer con clara preponderancia o ésta tiende a diluirse en el acto de guerra en sí mismo. En casos de guerra generalizada, es común encontrarse con los análisis de las batallas y sus resultados, porque generalmente de sus mismos resultados depende la decisiva victoria política. Lo importante a tener en cuenta es que la acción armada, siempre necesariamente implica una victoria o una derrota —según los casos— política. El sistema tiende a oscurecer en sus mismas relaciones sociales y, a través de su propaganda sistemática, no sólo el origen de la guerra sino también el carácter diferenciado de las mismas. O sea que a “nuestra vista” siempre aparece oscurecido tanto el origen socioeconómico como la política particular de cada guerra.

Dado el grado de desarrollo alcanzado hoy por las relaciones sociales en el plano internacional, es casi imposible separar los intereses políticos de los propios intereses de la guerra. Así se hace dificultoso seguir mistificando el origen del accionar armado, como separarlo de su carácter nacional y social, es decir de sus intereses concretos.

La lucha de clases y la acción política

Partiendo de la relación necesaria entre la existencia de clases sociales y los acontecimientos históricos, podemos sintetizar que la historia es el producto de la lucha entre las clases. La sociedad no sólo se divide en clases sociales sino que éstas tienen intereses antagónicos, y es, justamente —según se trate de dominantes o dominados— el querer poner en práctica dichos intereses, lo que lleva al resultado de que esta práctica tome el carácter de una lucha. En esto se basó la conocida frase del marxismo de que la lucha de clases es el motor de la historia. Todas las luchas históricas, cualquiera sea su carácter y en cualquier terreno que se desarrollen —político, ideológico, filosófico, religioso, económico—, son la expresión de la lucha entre clases sociales, para consolidar, para modificar las relaciones de poder o para derrocar un sistema; pero siempre la última y definitoria explicación parte necesariamente de las relaciones de clases y del poder de clases. La toma de conciencia de estos intereses subyacentes en toda formación social y por ende en la práctica de sus clases, determinan el accionar específico de una clase; por ello la lucha misma en determinados períodos o momentos, se manifiesta formalmente y en otros alcanza el máximo grado de su expresión social: la revolución. De esta manera, y centrando nuestro análisis en “lo político”, concluimos que el accionar en este campo como la lucha relacionada con todos sus niveles de manifestación y continuación, es el enfrentamiento que se produce entre las clases en su lucha por el poder político.

Según Lenin “… toda lucha de clases es una lucha política, pero la lucha de clases cobra pleno desarrollo y es «nacional» únicamente cuando no sólo abarca la política, sino que toma de ella lo más esencial: la organización del poder del Estado”.

Consecuentemente, es el sistema en su conjunto y son sus clases, las que dan nacimiento a la comprensión última del fenómeno político. Y es la táctica y estrategia por el desarrollo de esas mismas luchas, la que permitió y permite definir al Estado como nudo fundamental del poder político y como centro donde confluyen el conjunto de las contradicciones del sistema.

La política revolucionaria y la violencia

El Estado, entonces, pasa a convertirse en el centro del poder cuando las contradicciones de clases se tornan irreconciliables, y su existencia, al mismo tiempo, demuestra el carácter de dichas contradicciones. Al convertirse en órgano de dominación de una clase por otra, produce su aparición más allá de esas mismas luchas, porque su misma existencia y la propia práctica racional de la misma, legaliza y afianza su poder de dominación, amortiguando los choques producidos por la lucha.

Desde la óptica revolucionaria se determina que la liberación de una clase oprimida, no sólo se produce con la violencia, sino que ésta deberá estar dirigida en pos de la destrucción del aparato de dominación estatal, ya que la fuerza dominante del poder del Estado la constituyen el ejército y la policía, como instrumentos fundamentales de su fuerza. La violencia revolucionaria aparece como un resultado histórico objetivo y como imprescindible para el cambio. La violencia representa —según quien sea su ejecutor— un papel revolucionario, ya que —de acuerdo a una expresión de Marx— “es la partera de toda vieja sociedad que lleva en sus entrañas otra nueva; es el instrumento con la ayuda del cual el movimiento social se abre camino y rompe las formas políticas muertas y fosilizadas”.

Todas las experiencias de lucha a lo largo de la historia, y sobre todo en la historia del capitalismo, han demostrado el uso de la violencia como necesario instrumento de cambio y de poder.

La violencia y la lucha armada como expresión de ésta, pasa entonces a asumir un rol y a constituirse en herramienta de la lucha política por la toma del poder y por la revolución socialista.

Para disolver al Estado de la burguesía, siempre según la interpretación marxista, no hay otra salida que la lucha y en toda sociedad de clases, las clases que detentan el poder están armadas, sea ésta una sociedad de clases basada en la esclavitud, la servidumbre o en el trabajo asalariado y sea cual fuese el papel que asuman en las relaciones político-económicas las fuerzas que controlan dichas armas. Que el rol particular de esas fuerzas implique el control político o la no-politización, que estén ligadas en la misma apariencia con el poder económico o no, su esencial y último rol es y será mantener y/o afianzar el poder social en su conjunto, porque en última instancia representan al conjunto de intereses —aunque en muchos momentos contradictorios— de todos y cada uno de los sectores de clases que detentan todo el poder social. Por ello la política revolucionaria ve como imprescindible, no sólo armar a la clase que lucha por la revolución, sino conseguirlo desarmando —en todos los niveles— al conjunto de la burguesía. Para Lenin, esto se constituye en la única táctica posible y valedera para el proletariado, táctica que se desprende de todo el desarrollo objetivo del militarismo capitalista.

“Sólo después de haber desarmado a la burguesía, podrá el proletariado, sin traicionar su misión histórica universal, convertir en chatarra toda clase de armas en general, y así lo hará indudablemente el proletariado, pero sólo entonces; de ningún modo antes”.

Históricamente, el origen de toda violencia aparece cuando se afianza el Estado, ya que en el régimen primitivo comunal no hubo clases ni Estado y tampoco existió ninguna forma de violencia orgánica. Sólo con la aparición del régimen de propiedad privada sobre los medios de producción surgen las clases sociales que se encarnan en su expresión más viviente: El Estado y la consiguiente formación de ejércitos regulares. Así la guerra se vuelve una de las funciones del Estado ya sea para controlar su dominación en el propio territorio, ya sea para ampliar su dominación enfrentándose con otros estados. La hostilidad de clases dentro de las mismas fronteras implica, por lo tanto, la hostilidad de Nación a Nación. Las distintas experiencias revolucionarias desde la Comuna de París —como forma de insurrección popular y control obrero— hasta la revolución cubana —como guerra de guerrillas y toma del poder— pasando por las revoluciones de 1905, de 1917 en Rusia, la revolución China, la revolución argelina, la guerra popular en Vietnam y otras tantas insurrecciones parciales e intentos de lucha guerrillera, demuestran que la violencia se constituye en una forma de la lucha política y en la forma decisiva para la toma del poder. La política revolucionaria, por lo tanto, admite todas las formas de la lucha de clases, pero sostiene que a medida que la lucha se profundiza, también se agudizan y tienden a ser más drásticas las formas de la lucha política. Las luchas se elevan a niveles superiores, hasta que estos niveles pasan a constituirse en los instrumentos adecuados para la realización de los intereses de clases.

Es por esto que en la historia de las revoluciones, los niveles de violencia se van transformando y se elevan de formas espontáneas a formas a que dichos instrumentos pueden llegar: organizadas, para realizarse en la máxima meta, la toma del poder político. Las formas de violencia varían en relación al carácter que toma la revolución, a la época de su realización y al conjunto de circunstancias sociales. En la actualidad, y dado el grado de desarrollo alcanzado por las relaciones sociales ínterimperialistas y del imperialismo con el “resto del mundo”, se ha difundido un modelo de violencia organizada a la que frecuentemente llegan los pueblos en su lucha por la liberación: la guerra popular. La estrategia de guerra popular —sea civil o de clases, sea antiimperialista, o la combinación de ambas— se constituye entonces, en el máximo escalón alcanzado por un pueblo en armas, y es el ejército del pueblo la forma organizativa de la lucha armada que expresa esa estrategia.

La guerra popular y la política de masas

Examinando todo lo expuesto, podremos caracterizar a la guerra popular, sea como proyecto o como experiencia concreta, y tomándola en sus múltiples relaciones, como desarrollando un signo progresista en la historia de la lucha de los pueblos. Este signo de “subversión”, es el necesario e imprescindible paso que dan las masas, ya sea para romper la consolidación del poder de los grandes centros dominantes, en el mantenimiento de las colonias y de su dominación mundial, ya sea pasa romper la consolidación del poder de una clase en el mantenimiento de la explotación de una mayoría por una minoría. En suma, la guerra revolucionaria se convierte siempre en una empresa del pueblo.

La guerra popular puede tomar una forma nacional, una forma nítidamente social o la combinación de ambas formas, según el carácter del sector que las dirige y los objetivos más inmediatos que persigue.

Los vietnamitas definen su guerra dándole un triple carácter: radical, popular e integral. Radical porque al mismo tiempo que se desarrolla una guerra antiimperialista, ésta es dirigida con un contenido de clase proletaria, ideológicamente marxista-leninista. Popular, porque para lograr estos objetivos es premisa movilizar, organizar y armar a todo el pueblo. E integral, porque busca aniquilar al enemigo en todos los planos de la lucha, no sólo en lo político-militar, sino también en lo económico-ideológico. Las etapas de la guerra en Vietnam se entrelazan en un objetivo único y fundamental: la construcción del socialismo. Por ello la guerra está dirigida en términos absolutos por el partido, que hace conjugar el interés clasista con el interés nacional.

La guerra popular en China en cambio tuvo otras características. El problema central que afrontó el PCCh consistió en unir en una primera fase a todos los núcleos y clases dispuestos a tomar cartas de resistencia contra el Japón, pero trató de no dejar en manos de sectores imperialistas la dirección de este proceso. Digamos que aseguró de antemano, el proyecto socialista a pesar de transitar una primera etapa de alianzas de clases. Trató así de afianzar el ejército popular convirtiéndolo en un verdadero ejército de masas, a fin de garantizar la dirección: de las masas en la lucha posterior contra el Kuomintang, respaldado por los norteamericanos. Así en una primer etapa, si bien se entrelazan los objetivos nacionales y de clases, ésta culmina con la Guerra de Resistencia contra el Japón, es decir, su eje está dado por los objetivos nacionales. Este programa nacional implicaba, en lo exterior, el derrocamiento del imperialismo a fin de alcanzar la liberación nacional y, en lo interior, un programa democrático que consistió en el derrocamiento de las fuerzas más reaccionarias, la revolución agraria para abolir las formas feudales de explotación en el campo y el derrocamiento del gobierno militarista. En términos absolutos, toda victoria armada, obtenida por las fuerzas populares y progresistas de un país, ha sido posible por objetivos políticos acordes con su realidad histórico-social y por el papel fundamental que las masas imprimieron al proceso. Así toda insurrección victoriosa, se apoya fundamentalmente en el impulso revolucionario de las masas; “sin un profundo movimiento político de las masas revolucionarias” … dice Giap “no se podría lograr una insurrección victoriosa”. Por ello, el trabajo primordial es el trabajo de propaganda entre las masas para conseguir la organización de éstas. Partiendo de las organizaciones de masas, en toda su variedad de formas, se pueden constituir los grupos armados, que deberán tener como basamento estructural-político a aquéllas; sólo así se podrán concretar los niveles superiores de violencia.

Estos son los principios dejados por las distintas experiencias, donde existió siempre y en todos los casos, una interrelación permanente entre el trabajo armado y no armado, según las etapas de la lucha: el grado alcanzado por la violencia fue la expresión integral del grado alcanzado por la conciencia política de las masas. Por ello, la guerra popular, no sólo no está

en contradicción con estas premisas de insurrección armada de masas, sino que, por el contrario, es la expresión cabal del desarrollo político, prolongado y organizativo, donde una insurrección va tomando cuerpo. Este cuerpo está dado por la dirección del proceso de lucha, expresado en muchos casos a través de un partido revolucionario y por el organismo de masas fundamental, donde la violencia alcanza su máxima expresión organizativa: el ejército popular.

Así la movilización de todo el pueblo cobra especial importancia y sobre todo, cuando la guerra pasa de una etapa de guerra de guerrillas a guerra de movimiento. Los vietnamitas dicen

que para realizar el combate de todo el pueblo hay que estimular al espíritu popular, no sólo para que se equipen por sí mismos sino también, para que creen sus propias armas. Por ello. toda tarea militar debe apoyarse en la actividad de las masas, enfrentarse a lo moderno con lo rudimentario, y quitarle las armas al enemigo para combatir. El lema de ellos es construir lo político y lo ideológico para el pueblo, elevando la conciencia popular de la lucha, y utilizando la violencia de masas para avanzar hacia la destrucción del aparato enemigo y la toma del poder para el pueblo, conjugando la lucha política y la militar; realizando el combate y a la vez la construcción. En consecuencia, la premisa teórica de toda guerra popular es el trabajo político entre las masas, en todas sus formas; armadas y no armadas. Asuma la forma organizativa prioritaria de ejército, en cuanto a dirección del proceso, o la forma de partido como dirección del ejército; ambas instancias en sus diferentes niveles político-ideológico, tendrán que desarrollar un trabajo de concientización, de propaganda y de movilización en todos y cada uno de los niveles masivos, así como en los frentes respectivos, a fin de que la guerra en todas sus conformaciones se desarrolle como la expresión integral de un pueblo en armas.

La guerra de guerrillas.

Características generales

“En la guerra de guerrillas utilice la táctica de aparentar un avance desde el este y atacar desde el oeste; evite los puntos fuertes y ataque los débiles; retírese; lance golpes relámpago, buscando deserciones relámpago. Cuando las guerrillas se empeñan contra tropas más fuertes, se retiran si éstas avanzan; las hostigan si se detienen; las atacan cuando se descuidan y las persiguen cuando se retiran”. (Mao Tse-tung).

Es la vieja historia del mosquito y el león, el viejo problema de enfrentar lo débil a lo fuerte. La guerrilla, como método militar, transforma en fuerza la debilidad que le da origen, a partir de encontrar la forma de lucha que neutraliza la superioridad del adversario y la convierte en desventaja, mientras sus propias limitaciones cumplen el proceso inverso, tornándose en ventajas.

Fuerzas numerosas y perfectamente pertrechadas, organizadas en ejércitos regulares, pueden acabar en contados minutos con pequeños grupos mal armados. Pero para hacerlo será previamente necesario que los encuentren. Grupos pequeños no podrán derrotar un ejército, pero podrán hostigarlo constantemente y obtener pequeñas victorias atacando sus patrullas, penetrando en su retaguardia, ya que un ejército regular no puede ocultarse, ni moverse con la facilidad y la rapidez de un grupo de diez o veinte combatientes.

En la guerra de guerrillas el elemento básico es el hombre y su conocimiento del terreno; y su estrategia fundamental, la movilidad constante y secreta.

Dado que no puede aniquilar en bloque al enemigo, el combate guerrillero busca desgastarlo, agotarlo, dispersarlo, minar sus fuerzas y su moral. Sus concepciones tácticas son flexibles y surgen de la situación del enemigo en cada momento, de su propia capacidad ofensiva, de la relación entre ambas potencias y de las condiciones del terreno. Esto determina que sólo ataque cuando está segura de vencer y que no se rija por otra pauta que la de preservar sus propias fuerzas, manteniendo siempre la sorpresa y la iniciativa sobre el adversario, al que golpea cuando y donde menos lo espera. Golpea y huye; distrae, embosca y huye. En la guerra guerrillera, la huida es un instrumento ofensivo, mediante el cual se conduce a trampas, se aparta de otras zonas y se exigen mayores esfuerzos al enemigo. La debilidad inicial que este tipo de guerra procura revertir comprende no sólo la inferioridad numérica, sino también la de parque y armamento. Las unidades guerrilleras hacen del enemigo su principal proveedor logístico, en armas y munición, y del medio social en que actúa y al cual se hallan estrechamente ligadas, obtienen nuevos combatientes, información sobre el enemigo, alimentos y distintos tipos de apoyo.

Esta ligazón con el entorno social es característica fundamental de la guerra de guerrillas. Aun cuando las guerrillas sean utilizadas como método por ejércitos regulares que, en una determinada etapa, ven la conveniencia de abandonar las formas de lucha convencionales, la misma dispersión y movilidad del método guerrillero inutilizarían en gran medida sus líneas propias de abastecimiento y sus servicios de apoyo e información, que deberían rearmar a partir de su entronque en el medio social que los rodea.

Es decir, que el método de guerra guerrillera depende, para subsistir y desarrollarse, del apoyo que le brinde la población entre la cual se mueven y actúan sus unidades, apoyo que sólo puede lograrse en forma constante, cuando existe comunidad de intereses entre esa población y los objetivos de la guerra que se libra. Es así que el carácter popular de una guerra de guerrillas es condición necesaria para su sobrevivencia.

La guerra de guerrillas revolucionaria

En las Guerras Revolucionarias, el método guerrillero asume roles de alta significación política y militar, y su aplicación supera los marcos de la táctica o de una estrategia exclusivamente militar, para jugar un papel estratégico integral, debido a su capacidad de incorporar masivamente al pueblo, o a la mayor parte de él, a la lucha por la conquista del poder político. Si bien presentará particularidades específicas según se trate de una Guerra Civil Revolucionaria o de una Guerra Nacional Antiimperialista, existe una amplia gama de características comunes, de las que nos ocuparemos en primer término.

Como una forma de la Guerra Revolucionaria, la guerra de guerrillas combina su accionar con el de la guerra regular. Por sí mismas, las unidades que desarrollan el método guerrillero, no pueden acceder al aniquilamiento global de las fuerzas enemigas. Será preciso que dos ejércitos se enfrenten en las formas convencionales de posición y movimiento, para que existan un vencedor y un vencido, estratégicamente considerados. Las unidades guerrilleras obtienen pequeñas victorias, pequeños éxitos militares, la suma de los cuales no configura ni una gran victoria, ni la victoria final. Si bien esto es cierto, es peligroso detener en este punto el análisis porque podríamos extraer como conclusión que, dado el avance de la tecnología destructiva y frente al potencial mecánico y humano de los ejércitos modernos, la guerra de guerrillas es un ingenuo recurso, carente de perspectivas y posibilidades.

Que las unidades guerrilleras no sean capaces de decidir, per se, el destino de la lucha, no impide que, como “innumerables mosquitos, picando a un gigante en sus flancos y retaguardia, consigan finalmente agotarlo” (Mao). El remate decisivo no podrá lograrse con picaduras, pero éstas habrán minado en tal forma la capacidad ofensiva y defensiva del gigante, que un golpe de mediana potencia lo echará por tierra. Es que, militarmente, la guerra de guerrillas es continua y constantemente ofensiva y, no presentando frente al enemigo, lo anuda en la contradicción de concentrarse o dispersarse, reduciéndolo así a la pasividad, es decir, a mantenerse a la defensiva.

Cuando un ejército convencional se concentra favorece el desarrollo de los combates guerrilleros, que disponen de amplias líneas laterales y posteriores donde clavar sus dardos. Si se dispersa, sus partes, reducidas en su potencial, pueden ser aniquiladas por tropas regulares o mantenidas aisladas por concentración de grupos guerrilleros en sus alrededores. Baste recordar que en la lucha del pueblo vietnamita contra Francia, la guerra guerrillera fijó, aislándolos, 112 batallones franceses, que ya no pudieron volver a concentrarse para reconstituir las treinta divisiones que originalmente establecían el amplio predominio militar francés.

Asimismo, la guerra de guerrillas tiene su propio desarrollo y cuando alcanza altos niveles puede llegar a asumir características de guerra convencional, si tal pasaje surge como necesario para el desarrollo de la lucha general. De ahí que el método de guerrillas, incluso militarmente, tenga importancia y sea mucho más que una simple técnica auxiliar de las operaciones de la guerra ortodoxa. Y se comprende más claramente, si unimos sus aspectos militares y políticos en el campo de las masas populares, unión y relación que son premisa, requisito definitorio de todo proceso revolucionario auténtico.

Los ejércitos regulares revolucionarios, por su propia estructura organizativa y sus funciones específicas, se encuentran en cierta forma separados, privados de un íntimo contacto con las masas, a las que ciertamente los unen la lucha por los mismos intereses. Y aunque los ejércitos revolucionarios ponen especial énfasis en sus tareas políticas entre la población; aunque el establecimiento del orden revolucionario en las zonas liberadas sea la tarea propagandística más eficaz, los ejércitos regulares no pueden llegar a todo el territorio, ni penetrar y permanecer en cada región con la profundidad y el tiempo que el trabajo político de cada región requiera. Porque para poder desplegar el combate ininterrumpido que lleve a la victoria, el pueblo debe ser el terreno político e ideológico donde se asiente con firmeza la Revolución y lograrlo implica trabajo político, una tarea paciente y sistemática que encuentra en las unidades guerrilleras un óptimo instrumento.

El pueblo vietnamita, que tiene una larga, dolorosa y profunda experiencia en guerra guerrillera, considera que el más alto nivel en este tipo de lucha sólo puede alcanzarse si:

a) se convierte el corazón de las masas en la base guerrillera.

b) si la guerra guerrillera cumple su papel de escuela, donde se educa todo el pueblo y hace de cada ciudadano un combatiente.

El primer principio aparece en los escritos chinos sobre el tema, en la imagen del pez en el agua, pez-guerrilla y agua-masas populares, cuya perfecta complementación permite al pez moverse y crecer en un medio que no le es y al que no es entraño. Es para ello necesario que los objetivos políticos de la guerra de guerrillas coincidan con las aspiraciones de las masas populares, para que puedan ganarse primero su simpatía y luego su cooperación, su ayuda y su participación, sin las cuales la guerra guerrillera no puede sostenerse, ni prosperar. Si tenemos en cuenta que la guerra de guerrillas revolucionaria tiene, por lo general, carácter prolongado, resulta más evidente aún la necesidad enunciada.

En un proceso revolucionario, la guerra de guerrillas, actuando en el seno del pueblo, debe posibilitar el desarrollo de las fuerzas populares, de lo poco a lo mucho, de lo débil a lo fuerte y, conjuntamente, educar al pueblo para que combata con firmeza, a partir de conocer las causas de sus miserias y penalidades. Con lo cual, el desarrollo político de las masas es el resultado de su propia lucha y de la de su vanguardia, por el mejoramiento de sus condiciones de vida y de su condición humana. Es decir que el segundo principio vietnamita establece el carácter eminentemente político del método guerrillero, el papel protagónico de las masas populares en una lucha revolucionaria, la relación entre esas masas y su vanguardia y viceversa.

En tanto que una guerra de guerrillas revolucionaria progrese, irá extendiendo su radio de acción y multiplicando sus unidades, en la medida que concreta una de sus funciones: armar a todo el pueblo, ir transformando, paso a paso, todo un país en un campo de batalla.

Llegada a este punto, la guerra guerrillera podrá desaparecer, transformándose en guerra convencional, o seguir combinándose con esta última, en forma cada vez más elevada y compleja. Esto dependerá de múltiples factores reales y concretos y no existe fórmula abstracta que, a priori, pueda resolver cuál será su destino. Existen sí muchas experiencias realizadas y a algunas de ellas haremos referencia. China, Vietnam, Cuba y Argelia son, posiblemente, los nombres que de preferencia aparecen cuando pensamos en guerra de guerrillas revolucionaria. Sin ser los únicos, son cuatro ejemplos extraordinarios y riquísimos, con especificidades propias, cuyo estudio en profundidad supera las posibilidades de un artículo y de una investigación individual. Por lo tanto, sólo tomaremos los aspectos salientes de cada uno de ellos, apuntando fundamentalmente a destacar las similitudes y las diferencias comparativamente existentes, en los planos político y militar de sus respectivas guerras guerrilleras.

La guerrilla como método y la guerrilla como organización

Una primera distinción nos permite diferenciar dos concepciones acerca de la guerra de guerrillas en los países mencionados:

a) la que concibe la guerra guerrillera principalmente como un método de la guerra popular, supeditando su utilización a las necesidades concretas de un determinado proceso revolucionario, y

b) aquella que, a partir de una determinada realidad, encara la guerrilla como la forma organizativa básica y políticamente prioritaria de las fuerzas populares revolucionarias.

Según la primera, la guerra de guerrillas es la forma de lucha que, en toda su implicancia política y militar, un partido revolucionario o la vanguardia revolucionaria organizada considera como el método y el nivel organizativo más acertados y adecuados para un determinado momento o etapa, frente a determinadas condiciones propias y del enemigo. En la segunda, la guerrilla, el grupo guerrillero es en sí mismo el núcleo básico organizativo de esa vanguardia, embrión de ejército, esencial método de lucha y principal sector político del Frente Revolucionario.

Mientras en la primera la guerra de guerrillas forma parte de la guerra popular, es una modalidad temporal o no de la misma, que puede dominar o no toda una etapa estratégica, en la segunda, la constitución del primer grupo guerrillero marca el cardinal crecimiento político-organizativo de la compleja red revolucionaria, de la cual la guerrilla no es un nudo más, sino su cimiento vital.

Esto no significa que la guerrilla como método, carezca de sus propias leyes y posibilidades de crecimiento y desarrollo, ni que la guerrilla como organización, no se combine con otras formas de lucha y evolucione ella misma.

Ambas siguen un proceso propio que a su vez está inscripto dentro del proceso revolucionario global, por el que son condicionadas y cuyas condiciones contribuyen a crear.

La diferencia entre ambas concepciones estriba en el punto de partida, en el rol, el papel integral que la guerrilla cumple en cada proceso revolucionario, rol que en modo alguno es arbitrario sino que surge de las características particulares de cada proceso.

Papel y rol que aparecen muy claros después, pero descubrirlos antes requiere un concienzudo estudio y no poca sagacidad política. Pero vayamos a los procesos concretos, donde seguramente podremos ver y entender mejor todo lo anterior.

Algunas realidades

China

Cuando en 1927 fracasa la alianza del P. Comunista con los ejércitos nacionalistas burgueses del Kuomintang bajo el mando de Chiang Kai-shek, la policía de Chiang procede a ejecutar en Shangai y otras ciudades a los dirigentes obreros radicalizados y a purgar de comunistas las filas nacionalistas. Quienes pueden escapar a las persecuciones comienzan a reunirse en la montañosa frontera Fukien-Kiangsi. Ha caído el gobierno izquierdista de Wuhan, el Partido Comunista Chino sufrió grandes pérdidas y el Kuomintang domina temporalmente la situación política interna. A medida que los grupos de militantes y el resto de las divisiones comunistas del Kuomintang van llegando a la base de la montaña, comienza a organizarse el Ejército Rojo.

La realidad china presenta estas características: es un inmenso país donde la predominante economía feudal coexiste con una débil economía capitalista.

La naciente burguesía china tiene su ejército, el Kuomintang, y los señores feudales disponen cada uno de sus propias tropas provinciales, unidos ahora para enfrentar en conjunto la amenaza comunista. China soporta asimismo la explotación, en su condición de semicolonia, de varios países imperialistas: Francia, Inglaterra y Alemania han convertido a China en una colonia internacional.

De 1924 a 1927, el país ha vivido una revolución que dejó las bases necesarias para la creación del Ejército Rojo, ya que si bien en Shangai el Kuomintang aplastó la revolución proletaria que se gestaba en los centros urbanos industrializados, el Partido seguía existiendo, contaba con sus propias fuerzas armadas —aunque muy débiles— y, fundamentalmente, con la experiencia de lucha hecha por las masas urbanas y campesinas durante la guerra civil. De esta realidad el Partido Comunista Chino va extrayendo como conclusión que debe encarar una revolución fundamentalmente agraria y antifeudal, haciendo frente a un enemigo fuerte y disponiendo de un Ejército Revolucionario débil.

Comienza entonces la segunda guerra civil que se extenderá hasta 1936 y durante la cual el Ejército Rojo combatió constantemente e, ininterrumpidamente, se aplicó la táctica de guerra de guerrillas.

¿Qué papel jugó aquí la guerrilla? Fue el método de lucha que permitió a las escasas fuerzas revolucionarias iniciales desarrollarse combatiendo hasta convertirse en ejércitos regulares. Estos ejércitos libraron entonces guerra convencional de movimiento contra las fuerzas enemigas, que seguían siendo superiores, y a medida que combatían combinaban su accionar con el de los nuevos regímenes guerrilleros que se iban creando en zonas cada vez más amplias, a partir de las masas campesinas entre las cuales el partido y los destacamentos guerrilleros iniciales desarrollaban su tarea política.

El mismo método es empleado durante la tercera guerra civil —de 1937 a 1945—, la del Frente Unido Antijaponés. El Frente es lanzado por el Partido Comunista Chino cuando la burguesía del Kuomintang, aplastada por el imperialismo japonés que no buscaba establecer su control sobre China integrando a la burguesía nativa en su sistema de dominio a través del desarrollo dependiente de la industria china, imposibilitada de aliarse al invasor se vuelve hacia sus antiguos aliados. Pero la relación de fuerzas ha variado y es el Ejército Rojo quien desarrolla y encabeza la lucha antijaponesa, con claridad política y militar. Así el Partido Comunista Chino hegemoniza el frente y amplía las bases sociales de lucha arrastrando tras su política proletaria a los sectores pequeño-burgueses rurales y urbanos y neutralizando a amplios sectores de la burguesía y del latifundismo.

En estas circunstancias, la guerra guerrillera es secundaria en relación a las operaciones de los ejércitos regulares nacionales y revolucionarios, pero su importancia estratégica se mantiene porque no sólo coordina su accionar con los anteriores, sino que lo coordina de un modo especial, actuando en las líneas exteriores del vasto sector del territorio chino que ocupan y controlan las fuerzas japonesas. El establecimiento en la retaguardia enemiga de zonas de base guerrillera —es decir zonas donde el combate guerrillero aniquiló o derrotó a las fuerzas enemigas, donde fue destruido el gobierno títere del lugar y reemplazado por un poder político antijaponés, sostenido por organizaciones populares antijaponesas que comprenden fuerzas armadas y movilización popular organizada—, era requisito imprescindible para asegurar la permanencia y desarrollo de la guerra guerrillera de hostilización y desgaste durante un largo período. Cada base que se establecía era un pequeño triunfo sobre el enemigo, una elevación político-organizativa del pueblo del lugar y una posibilidad de aumentar el terreno donde el enemigo no podía penetrar, a través de la consolidación y extensión de la misma zona de base.

Así la guerra de guerrillas contribuía estratégicamente a la victoria, se integraba en la guerra popular, sin ser ni la única ni la forma de lucha primordial entre las diversas que se empleaban.

Y por lo mismo, el órgano central de decisión estratégica político-militar no estaba ubicado en el comando guerrillero sino en el Comité Ejecutivo, del Partido Revolucionario en armas.

Vietnam

Un pequeño país, poco poblado, colonial y semifeudal, de atrasada economía agrícola. Un Partido Comunista que se crea en un momento de ascenso del movimiento revolucionario vietnamita y comienza su tarea en las masas, encabezándolas en su lucha política.

Poco después, en 1930, el movimiento revolucionario es duramente reprimido y los cuadros del partido que logran escapar se reúnen en otra región montañosa y fronteriza: el Viet Bac.

Dos son los enemigos a enfrentar en esos momentos: el imperialismo francés y el régimen feudal vietnamita, con su monarquía milenaria y sus terratenientes latifundistas. Pero el movimiento político del pueblo aún es débil y del Viet Bac parten las directivas y los cuadros que recorren clandestinamente el país, reconstituyendo las bases revolucionarias e impulsando las organizaciones de masa. Es éste el primer paso ya que, según define el general Giap,

“sólo partiendo de sólidas organizaciones políticas era posible edificar sólidas organizaciones paramilitares y marchar hacia la creación de pequeños grupos guerrilleros estrechamente ligados a las masas revolucionarias y capaces por ello de operar y desarrollarse”.

Siguiendo este precepto, los grupos guerrilleros que subsiguientemente comienzan a instalarse en las zonas montañosas, se apoyan en las distintas formas organizativas populares crecidas en la región, a las que a su vez impulsan a nivel nacional conforme al planteo emanado del partido que rige el inicio de sus operaciones: “hacer la propaganda armada; dar más atención a la acción política que a la acción militar y a la propaganda que al combate”. La prioridad de la lucha antiimperialista no se define con nitidez hasta que se produce la invasión japonesa. Se crea entonces el Viet Minh —Liga de la Independencia de Vietnam—, amplia estructura orgánica que permite nuclear a todos aquellos que se oponen a la dominación colonial. Se incrementan las organizaciones populares, se multiplican los destacamentos guerrilleros y comienza a conformarse el Ejército Revolucionario, que dada su inferioridad aplica fundamentalmente el método guerrillero y de guerra de movimiento, en pequeña escala. Derrotados los franceses por los ejércitos japoneses, la conferencia militar de Bac Bo decide, en abril de 1945, fusionar los distintos grupos y fuerzas revolucionarias en una organización única, el Ejército de liberación de Vietnam. La derrota de los japoneses en China es la coyuntura política apropiada para preparar la insurrección general que termine con el dominio nipón. El estallido insurreccional se extiende a lo largo de agosto y el 2 de setiembre de 1945 surge la República Democrática de Vietnam, presidida por Ho Chi Min. Veinte días más tarde, Francia reinicia las hostilidades, inaugurando los nueve heroicos años de la Segunda Resistencia Vietnamita. Sólo había una manera de enfrentar a los franceses con posibilidades de éxito y era encarar una guerra de resistencia prolongada popular y total, que pusiera a todo el pueblo en armas. Línea estratégica que comportaba una línea operacional: “guerra de guerrillas que se va transformando gradualmente en guerra regular, pasando gradualmente de la guerrilla a la guerra de movimiento, combinada parcialmente con la guerra de posiciones”. Es así que la guerra guerrillera, único método de lucha posible, dominó toda la primera etapa estratégica. Al comenzar el pasaje a las formas convencionales de combate, la guerrilla, lejos de desaparecer, siguió incrementándose en número de destacamentos y zonas de influencia, ubicada en la retaguardia enemiga que logró convertir en la primera línea de ataque de las fuerzas revolucionarias. En las zonas de base guerrillera, trampolín para las ofensivas del ejército revolucionario, y en las zonas liberadas, los cuerpos guerrilleros

“realizaban con efectividad la resistencia y la lucha contra los espías; servían de firme apoyo al poder y al partido en su región y, al mismo tiempo, eran elementos de choque en la producción, el aprovisionamiento y los transportes”.

Derrotados los franceses, Vietnam conoció un breve período de paz al que puso fin la agresión norteamericana.

El método guerrillero volvió a ser aplicado, amplificado, porque la guerra del pueblo, su preparación y organización, no se había detenido. En el lapso pacífico fueron constituidas las fuerzas de reserva, con base en las formaciones guerrilleras de autodefensa cuya misión era suministrar hombres al ejército activo, mantener la seguridad, proteger la producción, ayudar al frente e integrar la guerrilla en caso de guerra. Por eso, al decir del general Giap, “el norte de nuestro país”, donde día a día se avanza en el camino de construcción del socialismo, “se ha convertido en una inmensa retaguardia para nuestro ejército. Esta es la base revolucionaria de todo el país”.

Argelia

Colonia francesa, como en su momento Vietnam, Argelia soporta no obstante otra modalidad de colonialismo. Ya no se trata del dominio y explotación imperialista de un país sobre otro, sino de la negación del otro como tal, como diferenciado, y su intento de sustitución, en todos los órdenes, por el colonizador. Argelia francesa quiere decir así, no Argelia, no cultura, lengua, tradición, territorio, religión, pueblo argelinos. Lo argelino no existe y Francia tratará de que así sea.

Los argelinos, despojados de sus tierras, empujados al desierto, masacrados en Setif, en Guelma, inician el 1° de noviembre de 1954 su guerra de reconquista. La proclama del Frente de Liberación Argelino señala el carácter de la guerra, de independencia nacional, y va dirigido “a todos los patriotas argelinos, de todas las categorías sociales, de todos los partidos y movimientos sinceramente argelinos”. El FLN será la cabeza policlasista que dirigirá la guerra de guerrillas que libre el ALN —Ejército de Liberación Nacional— y todas las formas de lucha y organización del pueblo argelino. ¿Pero por qué guerra de guerrillas? Consciente del poderío francés, el FLN no se propone aniquilar al enemigo en una prolongada confrontación, sino acelerar el proceso de concientización y organización popular a fin de lograr la movilización nacional y el consenso internacional que derroten políticamente a Francia, a la que forzará a negociar desde las posiciones de fuerza conquistadas por el ejercicio de la lucha armada.

Las guerrillas crecen lentamente al principio y la población campesina comienza a integrarse en ellas cuando guerrilla y tierra se unen. La lucha por la posesión de la tierra será aquí también la bandera fundamental para nuclear a las masas campesinas.

En las ciudades se combate utilizando el terrorismo, las grandes huelgas, las manifestaciones masivas, el sabotaje. Son contadísimas las ocasiones en que se libra combate regular; todas las maniobras responden a la técnica guerrillera, tanto en lo concerniente al ALN interior, es decir las fuerzas guerrilleras que operan en cada una de las willayas del país, como del ALN de frontera, que desde los territorios vecinos emplea sus hombres en tareas de diversificación, obligando a las tropas francesas a dividirse y cuidar constantemente el cerco electrificado tendido en el límite con Túnez y Marruecos. Múltiples problemas deberá enfrentar el pueblo argelino en los siete años de guerra. Y los problemas internos del FLN no serán los menos importantes, ni terminarán con la obtención de la independencia. Su heterogeneidad, punto de partida de sus impresiciones políticas, motivarán frecuentes reacomodamientos internos, acompañando y acompañados de nuevas etapas político-militares. Sin embargo, una constante recorre todos esos años: la presencia y participación masiva del pueblo argelino en el proceso de liberación. El es el artífice de la victoria. El es quien hace naufragar las tácticas de contraguerrilla que los generales franceses derrotados en Vietnam, prueban en Argelia. En medio de los rastrillajes, raspajes, tortura institucionalizada, bombardeos con napalm, campos de concentración, saqueo de aldeas, masacres de “todo lo que respira” que exhibe la civilización capitalista francesa, la barbarie argelina edifica una organización clandestina político-administrativa que rige la vida civil argelina. El responsable político de la organización en cada aldea, en cada barrio, en cada zona, es elegido democráticamente en asambleas populares clandestinas y el doble poder así constituido es el puente de unión, concreto e íntimo, del FLN y del ALN, con el pueblo todo. A diferencia de China y Vietnam, no existió en Argelia un Partido Revolucionario que hegemonizara el Frente de Liberación y debió ser ese mismo frente quien asumiera, con las limitaciones consecuentes, el rol de dirección política. La guerra de guerrillas por lo tanto, si bien fue un método, generó al mismo tiempo centros de poder político en cada comando de willaya y en el comando general del ALN exterior, quienes disputaron en el seno del Frente o en enfrentamiento directo, por imponer líneas y tendencias propias, más o menos revolucionarias.

Cuba

En un capítulo anterior de esta serie de Transformaciones se dice: “el ejército rebelde”, forma desarrollada de los grupos guerrilleros que comenzaron a operar en Sierra Maestra en 1956,

“cumplió el papel de dirección de todo el proceso, siendo a la vez, el aglutinador y el nudo central de todo el movimiento de masas, mientras las condiciones de Cuba posibilitaron que se concretara un frente amplio de clases nucleado alrededor del Movimiento 26 de Julio. La gran lucidez de Fidel radicó en haber comprendido este proceso, garantizando a través del movimiento el desarrollo de todas las formas de lucha política y de todos los frentes posibles contra la dictadura y asegurando la centralización de los mismos en una estructura orgánica: la dirección del ejército rebelde”.

Por coincidir con lo que se expuso, no abundaremos en el detalle de las características particulares de proceso cubano. Sí diremos que en el mismo, la guerrilla fue la forma organizativa básica y el núcleo direccional de la Guerra Popular Revolucionaria, no porque arbitrariamente quisiera serlo sino porque las condiciones políticas de Cuba así lo permitían, encontrándose por consiguiente en ellas y en la capacidad con que fueron interpretadas y modificadas, las causas de una victoria tan rápida y original cuyos efectos se extenderían a toda América Latina.

La guerrilla en América Latina

Es importante destacar el fenómeno de la guerrilla en América, tanto desde el punto de vista del fenómeno social y político, como desde las alternativas estratégico-organizativas que postulan las distintas experiencias realizadas.

La violencia revolucionaria expresada a través de los distintos movimientos guerrilleros, surge en América Latina fundamentalmente a partir de los años 60 y es producto de dos determinantes básicos: la crisis de dependencia y la falta de salida por parte del sistema a partir de sus capas burguesas, cuyo “populismo” de la etapa anterior desembocó en crisis y en una transitoria decadencia, y en la experiencia de la Revolución Cubana que “prendió” en sectores de vanguardia que descubrieron en el modelo cubano, la posibilidad y la viabilidad de aceleración del proceso revolucionario en los distintos países. Podemos decir así que los distintos intentos insurreccionales expresan un momento de ascenso del movimiento popular en general y la incapacidad de los sectores dominantes para canalizar las expectativas de las clases populares. Por otro lado es importante destacar que la estructura socio-económica de América Latina no se asemeja, en términos objetivos, a la de otros países coloniales o semicoloniales, ya que el imperialismo a partir de su ofensiva reiniciada en la década del 40, constituye un factor interno de dominación y no un factor que desde el exterior —a modo de invasor— domina a una colonia, como puede ser el caso de Vietnam. El imperialismo es una instancia interna en la estructura de la casi totalidad del continente, que se convierte en parte constitutiva del mismo. Integración que toma real cuerpo en la década del 50, para afianzarse totalmente en la del 60, a través del auge de las empresas multinacionales. Por lo mismo se vuelve imposible para las burguesías nacionales de los distintos países mostrar una alternativa de independencia desde su propio campo.

En este marco es importante destacar el rol de los sectores militares, que van modificando su función institucional, para convertirse en acompañantes de una política monopólica. Es así que las clases dominante tienden en lo económico, a contener la crisis por medio de la estabilidad monetaria y en lo político, a ser representadas por “la casta militar” y a reprimir duramente los intentos populares de movilización.

La guerrilla rural

Ese es el contexto en que se inscriben los movimientos guerrilleros rurales, cuya fuerza radicó en la superación de ciertos esquemas anteriores expresados, por un lado, desde las ideologías populistas que ya no tenían campo propicio frente a la imposibilidad de un desarrollo autónomo y por el otro, desde los distintos Partidos Comunistas que con el viejo lema de la transición pacífica avalaban, o no, cualquier alternativa de poder, pero sin postular nunca una salida desde la lucha de clases misma. Cada uno de los alzamientos tuvo sus características particulares: las guerrillas colombianas lograrían conformar casi una docena de “repúblicas campesinas”, de existencia fluida pero real; las FALN venezolanas establecieron firmes baluartes guerrilleros en por lo menos cinco estados y libraron esporádicas escaramuzas armadas en los otros quince, prestando atención al trabajo político en las ciudades, que orientaron primordialmente a obtener apoyo a las guerrillas rurales; el Frente Guerrillero “Alejandro de León”, comandado por Yon Sosa en Guatemala, emplearía tácticas que se acercaban a la autodefensa armada, buscando crear zonas liberadas donde surgiera un nuevo poder y con el propósito de educar políticamente al campesinado para que se incorporara a la guerrilla y fuera la base del nuevo ejército popular.

Sin embargo, hay coincidencia general sobre esto, que ninguna de ellas logró generalizar el proceso en armas por la toma del poder político. Las derrotas fueron un hecho. Hecho que debe comprenderse en su motivación multifacética y no sólo atribuyéndolo a una línea política equivocada o deficiente, o al fenómeno de radicalización de sectores “pequeño-burgueses”, como suelen evaluarlo algunos grupos que objetivamente estuvieron aislados de este proceso.

Por eso, más allá de la derrota y de sus duros resultados inmediatos, ésta deberá medirse realizando un exhaustivo análisis de la práctica concreta efectuada y de la situación concreta en que dicha práctica tomó cuerpo.

Por todo esto, la guerrilla rural en América Latina es, ante todo, historia viva y como tal no tiene su origen en el voluntarismo de algunas cabezas pensantes, sino en una realidad social que va más allá de las concepciones equivocadas. Más que el relato pormenorizado de cómo nacieron, crecieron y declinaron; de quiénes las integraron y comandaron; de cuántos combates libraron, interesa destacar el fenómeno global donde las guerrillas rurales latinoamericanas están comprendidas, sin olvidar que en lo global se encuentran sólo las grandes líneas, que se completan y adquieren real significación al concretarse en cada país, conforme a las especificidades socio-políticas de sus respectivas realidades internas.

En la historia, así como aprenden a realizar sus objetivos los movimientos revolucionarios, también aprenden a resguardar su poder las clases dominantes. Después de Cuba fue imposible y lo será, volver a encontrar las múltiples relaciones que facilitaron el desarrollo revolucionario cubano.

Así los cambios no visibles en la realidad y las medidas adoptadas por los sectores dominantes, influyeron en el condicionamiento de los errores de estimación de esa misma realidad y en los errores tácticos y estratégicos, cometidos por las distintas guerrillas del continente. Asimismo, la generalización del campesinado como fuerza motriz de las masas revolucionarias, perdía la perspectiva de la función anticapitalista que debe liderar el proletariado (en aquellos lugares donde las condiciones objetivas exigían una integración de las luchas campesinas con las luchas obreras), tanto en lo ideológico —donde falta un fuerte proletariado—, como en lo político —allí donde las masas son fundamentalmente proletarias—. Es una conclusión bastante generalizada que la integración del campo a la economía urbana capitalista, la subordinación de la agricultura al mercado capitalista, implican que las luchas campesinas se combinen con la lucha anticapitalista.

Las siete mil familias campesinas que, aproximadamente, conformaban la población de las “repúblicas campesinas” de Colombia poco pesaban a escala nacional cuando el jefe guerrillero más conocido del país, Marulanda, declaraba que su programa de lucha “se resume en la consigna de unir a todas las fuerzas democráticas y progresistas para la lucha por el derrocamiento del gobierno actual y la instauración de un gobierno revolucionario, antifeudal y antiimperialista”. Esos objetivos, aislados del movimiento obrero y de la economía capitalista del país, convertían el movimiento campesino en un problema local, parcializado en la cuestión de la tierra.

Así, y dado que el principal centro de operaciones de la guerrilla era el campo, se pusieron en práctica, por parte del sistema, concesiones efectivas hacia los campesinos que, en términos objetivos, limitaron las posibilidades de movilización de las masas campesinas por parte de los núcleos armados, a través de un trabajo político-militar, en las distintas zonas de levantamiento. Un caso que lo ilustra fueron las reformas agrarias emprendidas por el régimen de Betancourt en Venezuela o de Barrientos en Bolivia, que redujeron la influencia de la lucha basada en la posesión de la tierra. Si bien muchos núcleos armados partieron de un proyecto de Guerra Popular y de un trabajo político entre las masas, en los hechos quedaron aislados del movimiento de masas. A pesar de no partir de la inmediatez militar y que previeran la necesidad de la combinación de distintas formas de lucha y de creación de un partido de vanguardia, como es el caso de Luis de la Puente Uceda en Perú, se sumaron derrotas —el EGP y Taco Ralo en la Argentina, el ELN en Perú, la derrota política en Venezuela, la ofensiva contra la guerrilla colombiana, las FAR guatemaltecas—, culminando este período con la masacre de la guerrilla boliviana en 1967 y la muerte del Ché Guevara.

Contribuyeron también a esto las medidas adoptadas a escala continental, donde las fuerzas represivas se abocaron a descabezar las guerrillas, en lo organizativo, y a aislarlas de la masa, en lo político. Las campañas de contrainsurgencia fueron creadas como parte del frente hemisférico de guerra fría, con escuelas especializadas en Panamá y otros países, con los comandos “Boinas Verdes” que el imperialismo envió a las zonas críticas y la creación de organismos de coordinación de las FF. AA. latinamericanas, como el CONDECA (Consejo de Defensa Centro-Americano). Estos cambios de condiciones y las sucesivas derrotas fueron dando cabida a nuevas tesis sobre guerrilla y la posibilidad de su desarrollo en el ámbito urbano. Sus más lúcidos intérpretes fueron los Tupamaros, iniciadores de este proceso; que también hizo pie en el Brasil y, fundamentalmente, en la Argentina.

La guerrilla urbana

Los Tupamaros constituyen, por su nacimiento y posterior desarrollo, un proceso ante todo original, si bien insertado en el marco de lo señalado anteriormente, diferenciado en sus postulaciones y en el proceso político que transitan. Su génesis se ubica en el movimiento de los cañeros y su raíz política en el Partido Socialista, uno de cuyos dirigentes principales, Raúl Sendic, es el cuadro político más importante y arraigado del movimiento cañero. Así el núcleo fundamental del Movimiento de Liberación Nacional —cuando todavía no tenía nombre— aparece como el brazo armado del Partido Socialista. El nombre de Tupamaros, se conocería recién en el año 1965, en un atentado a los depósitos Bayer, cuando ya constituían una organización independiente. El proceso de desarrollo de los Tupamaros es muy complejo y por lo tanto riquísimo, aunque es difícil estimar evaluativamente los golpes asestados por FF. AA. Uruguayas.

El MLN aparece como organización político-militar que ofrece una alternativa armada, frente al vacío estratégico de poder dejado por el conjunto de las organizaciones políticas uruguayas. Su nombre mismo, proveniente de las guerrillas de Artigas, va a configurar un intento de afianzamiento en la realidad histórica del pueblo uruguayo.

El pequeño país, antes denominado la “Suiza de América”, sería convulsionado por el primer accionar armado organizado, cuyo rol se inscribiría en las luchas generales de masas que se venían librando, contribuyendo de esta forma a despejar las contradicciones inmersas en el sistema mismo. De este modo la crisis económica arraigada en 1954, se transformaría además en una crisis política alrededor de 1969. En consecuencia, y con su mismo accionar, los Tupamaros son los primeros que rebaten el determinismo rural de la teoría del foco, afirmando que la lucha armada es un problema de concepción y no un problema geográfico, rescatando así, una serie de antecedentes históricos de guerrilla urbana, tales como la resistencia europea frente a la ocupación nazi, la lucha en la ciudad de los argelinos y la rebelión de los judíos contra los ingleses, relacionando esta metodología con la realidad uruguaya. Sus puntos de partida para desarrollar esta tesis son: el foco puede producirse, desarrollarse y sobrevivir en la ciudad —y siguiendo al Che— sostienen que la acción revolucionaria en sí, que el hecho mismo de armarse y pertrecharse, va generando conciencia, organización y condiciones revolucionarias. En síntesis, retoman una idea de Guevara, que afirma que las acciones revolucionarias son en suma las que crean las mismas situaciones revolucionarias. Aquí aparecerían los principios de la Guerrilla Rural, políticamente encarnados en el contexto urbano. Aunque centran su accionar en su núcleo clandestino armado y pese a desarrollar el accionar armado como método casi único de lucha política, este mismo accionar siempre tuvo en el MLN, una dirección claramente política. Tal vez confirmando su postura de que la lucha armada apresura y precipita el movimiento de masas. Su proyecto organizativo de estructura clandestina no está basado en el arraigo en el seno de las masas, semejante a la organización leninista, sino que en lo central aparece una referencia permanente a la idea “organización armada-aparato” y no a la organización política que emplea un accionar armado. Sin embargo en el reportaje de las “30 preguntas” afirman que “hay que llevar a un gremio a luchas más radicales y a etapas definitorias de la lucha de clases”.

Todas estas definiciones hay que entenderlas en el marco de una búsqueda del camino revolucionario uruguayo y latinoamericano. De allí las posiciones de los Tupamaros, acerca de la falsa contradicción entre el Partido y el Foco, que afirma que uno y otro son cosas distintas: el primero una organización política y el segundo un método de lucha. Así se consideran, en cierta etapa, una organización preparatoria del partido, que dio nacimiento al foco y que crece con su mismo accionar. Dicen que es una falsa concepción oponer partido a foco ya que se confunden los métodos con los distintos modelos organizativos. En los hechos, no han podido superar con igual lucidez ese falso dilema, que a pesar de su falsedad sigue existiendo como tal en la medida que en ningún país de América, se ha podido construir aún aquella instancia organizativa, que pudiera aplicar de conjunto todos y cada uno de los métodos de la lucha. De cualquier manera, es innegable que la todavía corta existencia del MLN señala una poderosa originalidad no sólo respecto a la guerrilla foquista rural sino también en relación a la vinculación entre política y acción armada. En este mismo contexto, se pueden situar los grupos armados de la Argentina. El ejemplo de los Tupamaros influyó en sectores volcados hacia la alternativa rural, como también la lucha de las masas en la Argentina, sobre todo a partir del Cordobazo en 1969, dio pie a la aparición de distintas organizaciones armadas. Cada una de éstas proviene de distintas vertientes, tanto en lo político como en lo ideológico: el peronismo, el marxismo, el cristianismo y el nacionalismo.

Pero por más que podamos hablar del espectro de las organizaciones armadas en la Argentina, lo importante es analizar en qué proceso está la lucha armada, independientemente de las contradicciones políticas e ideológicas que tengan las organizaciones, de sus limitaciones en el mismo accionar, y del esquema político-organizativo que en la teoría mencionen, sea inspirado en el esquema vietnamita, en el cubano, etc. La lucha armada organizada en la Argentina aparece en un momento de auge de las luchas del movimiento de masas, y en ese sentido se insertan en el contexto de las luchas de clase. Los planteos fundamentales de las organizaciones, fueron emprendidos, al igual que en el caso de los Tupamaros, a partir del accionar mismo, donde se tiende a centrar el proceso; la demostración del camino de la toma del poder por la vía armada. En general todos estos grupos se inscribieron en una estrategia de Guerra Popular Prolongada.

Independientemente de las diferencias organizativas y metodológicas de las distintas organizaciones armadas, éstas no han logrado, en su corta existencia, tener real peso en el seno de las masas. Esto puede no deberse a problemas de concepción de dichas organizaciones, ya que ninguna tesis se ha demostrado totalmente viable en la Argentina. Esto último señala la debilidad de todas las estrategias, armadas y no armadas, del campo revolucionario. Es necesario recordar también que la acción represiva de la policía y de las FF. AA. se centra muy especialmente en las organizaciones armadas y esto, que no ha ocurrido por una simple casualidad, da una pista de la importancia y el efecto de las acciones en la lucha política argentina.

En este sentido, observando toda la experiencia latinoamericana acumulada en los últimos años, es difícil negar que la acción de los grupos armados ha marcado la acción política, de izquierdas y derechas, con huellas que difícilmente puedan ser ocultadas.

Bibliografía

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Revista Monthly Review, números 45, 54 y otros, Buenos Aires.

La concepción del Che

La experiencia cubana fue analizada y sintetizada por Ernesto Guevara en su trabajo “La guerra de guerrillas” que tuvo vasta repercusión e influyó grandemente en la praxis de los revolucionarios latinoamericanos.

En ella el Che considera que tres son los aportes fundamentales de la Revolución Cubana, a saber:

1) “las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el ejército;

2) no siempre hay que esperar que se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas;

3) en la América subdesarrollada, el terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente el campo.”

Extraídos de la experiencia concreta de Cuba, los dos primeros puntos refutan las posiciones de quienes desde hace varias decenas de años hablan de revolución sin plantearse las formas prácticas de plasmación del proceso, excusándose en la invencibilidad de los ejércitos burgueses o en la “falta de condiciones”, limitando así su accionar a los marcos de legalidad establecidos por el sistema vigente. En cuanto al tercero, el Che considera que, “sin despreciar las luchas de las masas obreras organizadas”, las ciudades son reductos del enemigo donde es prácticamente imposible accionar en forma armada, lucha que sí puede encararse en el campo, en zonas inaccesibles a las fuerzas de represión.

En la tesis de Guevara la guerrilla aparece como el canal de expresión fundamental de las masas explotadas y carece de sentido contraponer guerrilla y política de masas, porque la guerrilla, es, en sí misma, “una lucha de masas, una lucha de pueblo”.

Asegura sí, que la instauración de un foco guerrillero puede provocar o desencadenar la aparición de las condiciones aún inexistentes para la toma del poder y la revolución subsiguiente, pero no puede crear todas las condiciones, dado que la instalación del foco guerrillero requiere, para concretarse exitosamente, un cierto número de condiciones políticas previamente existentes. Ese foco inicial será la vanguardia combatiente, pero su fuerza estará siempre, según el Che, en la masa de la población. O sea que la guerrilla no sólo es la primera fase de la lucha en una Guerra Popular Revolucionaria, sino que es también el núcleo fundamental de su desarrollo; es decir, una forma de lucha y la organización prioritaria para desarrollar y transformar esa forma de lucha en una Guerra Popular, conservando en ella misma la conducción político-militar estratégica del conjunto del proceso. Proceso que no circunscribe al mero crecimiento del núcleo guerrillero, ya que Guevara considera que el trabajo político debe ser intensivo antes de la instalación del foco y durante su crecimiento, abarcando todos los niveles de la lucha popular.

El basamento del Che fue, fundamentalmente, el propio desarrollo de la Revolución Cubana y la caracterización socio-económica que hace de latinoamérica, donde considera que la primordial fuerza política reside en las masas campesinas. Es así que para él, la lucha por la posesión de la tierra, primera reivindicación campesina, se convertiría en la bandera fundamental para nuclear a esas masas en tomo al foco guerrillero, que no podía ser sino rural, porque ese era el ámbito del sector social dominante en el panorama latinoamericano.

La teoría Regis Debray

A partir del Che, Regís Debray, en su obra “¿Revolución en la Revolución?”, intentaría conceptualizar la experiencia cubana, desarrollando más ampliamente la teoría del foco y concretando en algunos criterios estratégico-tácticos bastante precisos, las enseñanzas que el movimiento revolucionario debía extraer de la guerra de guerrillas en Cuba. Presentó estos criterios como generalidades aplicables a todos y cada uno de los países latinoamericanos —salvo Uruguay y Chile—, a partir de considerar que:

a) América está madura para la Revolución;

b) el sistema existente se mantiene sólo por las fuerzas armadas de las oligarquías en el poder, apoyadas por el imperialismo norteamericano;

c) el establecimiento y desarrollo ininterrumpido de un foco guerrillero resuelve el problema de derrotar esas fuerzas armadas y al mismo tiempo preparar a las masas para que jueguen su parte en la toma del poder y en la construcción de la nueva sociedad socialista.

La elección de la vía revolucionaria, la guerrilla rural, se apoya en la caracterización socio-económica que Debray establece para América: predominancia de economías agrarias de “régimen feudal”. Pero este análisis no concuerda con la realidad, porque si bien en muchos países el peso fundamental productivo descansa en las unidades agrarias y por lo tanto el sustento social básico es la masa campesina, éstas producen para el mercado capitalista y en consecuencia no son “feudales”, sino que su dominio pertenece al sistema capitalista de producción. Con lo cual Debray no interpreta “la dominancia de un modo de producción sobre los otros”, ni el desarrollo desigual y combinado que hace que existan diversas estructuras productivas con distintos grados de desarrollo, en distintos lugares de un mismo país. Es decir que no comprende el fenómeno que se da de colonización interna y de subimperialismo. De esta manera, llega a contraponer la ciudad y el campo, cuando ni en la misma realidad histórica y social se contraponen de hecho. Además Debray olvida la existencia de países como la Argentina, que tiene una clase obrera y un proletariado rural y de servicios, mucho más importante, cuantitativa y cualitativamente, que su masa campesina.

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