El problema urbano  

Posted by Fernando in

Juan Carlos López

© 1971

Centro Editor de América Latina — Cangallo 1228

Impreso en Argentina

Índice

Las nuevas relaciones

La ciudad contradictoria

La vida urbana

Historia de la ciudad

Urbanización y dependencia

La forma de las ciudades

Los barrios marginales

El problema de la vivienda

La ciudad y el campo

La ciudad en el verde

La ciudad vertical, la vivienda colectiva

Puntos de vista actuales

BIBLIOGRAFIA

La remodelación de París

El parque del pueblo

El caso soviético

8 horas para trabajar

8 horas para descansar

8 horas para las necesidades biológicas, el esparcimiento, la cultura y el ocio.

Este fraccionamiento abstracto de la jornada cotidiana parecía un ideal dignificante para el hombre de cultura urbana contemporánea visto con los ojos de los humanistas de principios de siglo.

Para quienes suponen haber alcanzado a bordear la conquista de las dos primeras fracciones de la jornada, la resolución de la tercera aparece como la más compleja y crítica al tener que resolver también la relación entre las tres.

Relación que se va dando a lo largo de costosas —en tiempo y dinero— horas que se desgranan cada día para llegar de la vivienda al trabajo o a otras actividades atravesando y viviendo el tejido de calles y edificios de las ciudades.

Las estadísticas nos dirán, por ejemplo, que para permitirse los desplazamientos necesarios en el interior de la ciudad de Los Angeles, un habitante promedio debe gastar 16% de sus disponibilidades presupuestarias y un porcentaje sólo un poco menor del tiempo de una jornada.

A cada tramo de ese trayecto —se realice éste en forma vehicular o peatonal— se encuentra reiteradamente la presencia conflictiva de otras máquinas (automóviles, trenes) u otros peatones que resultan mutuamente amenazados al canalizarse ambos en una misma trama circulatoria indiscriminada a pesar de tener naturalezas muy distintas.

Las máquinas preparadas para alcanzar velocidades de decenas de kilómetros por hora se ven constreñidas a un reducido porcentaje de su potencia o directamente a la impotencia de un congestionamiento en las horas claves. Máquinas que a su vez echan gases contaminando el aire urbano a cada respiro y aturden con sus gritos el descanso, el trabajo y el mismísimo trayecto.

El peatón, ve reducidas sus posibilidades de disfrutar de los contactos y atracciones que se dan en su trayecto. Incluso a encontrar placer en el mismo paisaje natural o artificial que recorre.

La ciudad y la vida urbana contemporánea que representan un triunfo del hombre en el dominio de la naturaleza ha terminado prácticamente por alejarlo de esta última. Disfrutar de un momento de sol, de aire puro, de paisaje natural aparecen como un imposible en la jornada cotidiana y sólo se alcanzan en días feriados compitiendo con muchedumbres y caravanas interminables que se agotan por alcanzar una playa, un río, sol y verde. La descripción de las condiciones físicas de la vida urbana, a las que pueden sumarse las condiciones de higiene y salubridad, siendo válidas, no pueden sino introducirnos por la superficie a la comprensión del problema urbano. “La ciudad que dispone de la velocidad dispone de éxito” (Le Corbusier), propia de los pioneros del urbanismo moderno resulta de un marcado simplismo para caracterizar la complejidad de la vida urbana.

Las nuevas relaciones

La ciudad ha aumentado el número de contactos posibles entre individuos y grupos diferentes. Pero al mismo tiempo que los ha aumentado en cantidad los ha disminuido en profundidad. La vida moderna los ha debilitado incluso en el propio seno de la organización familiar. Ha disminuido la dependencia de los hijos respecto de los padres, de los ancianos respecto de su trabajo, del que trabaja respecto a un empleo determinado. Se ha aumentado la autonomía de unos sobre otros. Y se han perdido objetivos vitales comunes. La impersonalidad de los contactos, de las relaciones, de las cosas tienen una matriz que las ha ido modelando: el dinero y la generalización de las mercancías, por obra de la industrialización y el sistema que la sustenta. Se compra la vivienda, los servicios, la posibilidad de hacer deportes, la protección de la salud, un viaje, un ataúd, una idea, la fuerza de trabajo. El valor de cambio aparece vehiculizando los contactos. Junto a la autosuficiencia que provoca el poder conseguirlo en la ciudad por múltiples vías, se refuerza la idea individualista y la introversión. Las calles de las grandes ciudades se pueblan así de muchedumbres con gentes aisladas unas de otras.

“La brutal indiferencia, el duro aislamiento de cada individuo en sus intereses privados, aparecen tanto más desagradables y chocantes cuanto más juntos están estos individuos en un pequeño espacio y, aun sabiendo que el aislamiento de cada uno, ese sórdido egoísmo es, por todas partes, el principio básico de nuestra sociedad actual, en ningún lugar aparece tan vergonzosamente al descubierto, tan conciente, como aquí, entre la multitud de las grandes ciudades”.

Esta reflexión de Engels al ver desfilar caravanas de personas en las calles de Londres, podría aplicarse con menos virulencia quizás, pero con la misma esencia a muchas de las escenas de la gran ciudad de hoy. En estas condiciones de mayor posibilidad de contactos, paradójicamente, la vivienda de cada uno tenderá a individualizarse de las otras, a separarse de la calle que reune a todos. Un ascensor, un cerco, un corredor servirán de embudo separador. La vivienda será así el reducto de la individualidad donde se repetirán los mismos ambientes del vecino, los mismos artefactos: el lavarropas de uso periódico, la cortadora de césped de uso más periódico aún. Donde se leerán las mismas noticias y se verán los mismos programas de televisión, se padecerán y se vivirán los productos de la sociedad de consumo dirigido. La metrópolis moderna será así un agrupamiento de viviendas aisladas, de pequeños hogares dispersos. De hogares repetidos, alimentados por cañerías y conductos comunes, ligados por una trama de circulaciones, de calles y lugares públicos, en una suerte de relaciones no contemporáneas para lo público y lo privado, lo individual y lo colectivo, lo íntimo y lo social.

La ciudad contradictoria

Si la aparente individualidad —estructurada por la sociedad de consumo dirigida— y el aislamiento son la realidad urbanística dominante, ello no quiere decir que una ciudad es un absoluto para todos. Coexisten varias formas de vida, varias ciudades dentro de una misma ciudad, que la transforman en una entidad eminentemente contradictoria.

La industrialización necesitó concentrar la producción y concentró a los que materializan la producción, confinándolos a un modo de vida y a una ubicación en la configuración urbana, distinta de otras.

La segregación de los habitantes en barrios o zonas de diferente calificación es una constante de nuestra realidad urbana.

No se trata sólo de la segregación racial, típica en las ciudades norteamericanas, o las religiosas en Medio Oriente o Irlanda, sino de otra más permanente, que determina una muy diferente apropiación del espacio urbano. Los suburbios y zonas marginales son habitados en su mayoría por la clase trabajadora que permanece casi desconectada de la urbanidad global. El comercio y los servicios de que disponen son escasos y de baja calidad y equipamiento. Poseen poco o ningún espacio verde. El grado de apropiación del espacio urbano es reducido ya que hay casi una evitación de los contactos con los lugares y símbolos de identidad de la ciudad (oficial). Las formas de vida son de menor ocultamiento.

Las asociaciones —permanentes o transitorias— que se tienden a crear, no están destinadas a la preservación o desarrollo de las instituciones dominantes sino más bien a la defensa de intereses comunes y con gran predisposición al cambio y la ruptura de aquéllas. La realidad latinoamericana ha incorporado al “paisaje urbano” las denominadas, villas miserias, los barrios callampas, los cantegriles, etc. como expresión aún más degradante de los conjuntos de vivienda que crea la industrialización en las condiciones de dependencia económica. Otros sectores de la ciudad, concentran las viviendas de categoría, con centros comerciales sobredimensionados, vías de comunicación rápida que permiten una apropiación del espacio urbano más total. La gran disponibilidad de variadas formas de transporte acercan a los habitantes rápidamente a las distintas partes de la ciudad, a los puertos, a los aeropuertos, o a otras ciudades y países con vivencias de un dominio del espacio urbano que no es más que reflejo de un dominio mayor en el mecanismo social. Están cercanos a los centros de enseñanza superior, a los lugares de esparcimiento y práctica de deporte —no tanto a los lugares del deporte “espectáculo” que sirven más a las clases bajas y medias—. El paisaje urbano de que disfrutan es generalmente más rico, equipado y diseñado. Paradójicamente los servicios están más socializados: son utilizados los restaurantés, las lavanderías, las casas de belleza, etc. donde se han “colectivizado” servicios mediante su transformación en mercancías.

En estos sectores se ponen en práctica las audacias arquitectónicas, los materiales de prestigio, las modas, etc. y se difunden como parte del aparato de búsqueda de consenso social. Las proyecciones de esta segregación alcanzan al espacio geográfico cuando se advierte que lugares turísticos como Mar del Plata en Argentina, Punta del Este en Uruguay, la costa del Pacífico mexicana, no son sino prolongaciones en el espacio de sectores más privilegiados de las ciudades industriales o de intercambios. Otros sectores de vivienda se interpolan entre los mencionados con características intermedias que en muchos casos se traducen en falta de identidad urbana.

En las zonas céntricas de las grandes ciudades es donde probablemente se produzca una mezcla más compleja de sectores sociales, de niveles de equipamiento y de atracciones que pueda acercarse a la simulación de una vida urbana más sintética y global.

A esta altura conviene recalcar la conveniencia de insistir en la idea de la segregación y la diferente “apropiación” del espacio urbano, pues ha sido corriente que en las teorías urbanísticas —y lo que es peor en varias realizaciones concretas— se trabaje para un “hombre” en general, un peatón, un ciudadano promedio (¿o simbólico de los ideales dominantes?). Bastante más explícito y realista fue el Barón Haussmann cuando en su plan de remodelación de París de hace un siglo incorporó una estrategia de clase que reconocía las diferencias y proponía una renovación urbana de fondo para preservarlas.

No lo alimentaba ninguna idea utópica de crear una sociedad integrada por vías del urbanismo. Como intelectual orgánico de la naciente burguesía industrial francesa buscó plasmar sus ideales y aspiraciones en la estructura urbana y defenderlos.

Porque la ciudad siendo “la proyección de la sociedad global sobre el terreno” (Lefebvre) alberga sus luchas y cambios. Las manifestaciones públicas, las ocupaciones de sectores de la ciudad, la represión policial y militar, la violencia de los enfrentamientos muestra claramente el valor de escenario favorable y de albergue catalizador de la lucha social que la ciudad ha tomado en nuestros días.

La vida urbana

Las ciudades siguen creciendo. Se amplían en número. Se multiplican en cantidad de habitantes. El 70% de los ciudadanos norteamericanos viven hoy en enormes centros urbanos. Y se da el caso de que, precisamente el 50% de las mayores ciudades del globo pertenecen al mundo subdesarrollado. Si el proceso de urbanización continúa desarrollándose al ritmo actual, la mayoría de la población mundial estará concentrada, a fines del presente siglo, en ciudades de más de 100.000 habitantes. La nostalgia y la añoranza de la tranquila vida pueblerina o rural podrán inundar por momentos el recuerdo de muchos de los habitantes hoy urbanizados, pero ninguno vuelve atrás.

La ciudad grande brindará miles de incomparables posibilidades de ubicación en la producción, hasta albergará —lógicamente— una fluctuante masa de desocupados. La concentración de servicios nos proporcionará centenares de comercios donde comprar, decenas de cines, teatros, exposiciones, lugares de esparcimiento. Nos acercará a la cultura superior, a las universidades. Brindará los hospitales y servicios de salud más diversos y especializados. Nos pondrá en contacto con los modernos medios de comunicación, con los grandes espectáculos. Instrumentará rápidamente los últimos adelantos de la ciencia y la técnica. Alojará asociaciones de personas que tengan los más variados gustos y aspiraciones. La cotidianeidad verá potenciada su riqueza y sus posibilidades.

Historia de la ciudad

Las ciudades tal cual hoy las conocemos, surgieron a mediados del siglo pasado con la modificación de la organización del trabajo y con los cambios en las técnicas de producción. La manufactura a domicilio, que incorporaba el taller a la vivienda, se ve agotada al no poder competir con las nuevas maquinarias y los nuevos procedimientos técnicos.

Se hace más productivo concentrar las máquinas en un lugar —la fábrica— ubicado cerca de los cursos de agua primero, productores de fuerza motriz y luego cercanas a las minas de carbón. El comienzo de la industrialización generalizada fue a través de la industria textil en Inglaterra, seguida de la siderurgia.

El proceso fue acompañado de modificaciones sustanciales en las relaciones de los habitantes de la ciudad y del campo.

Por un lado se produce un aumento de la población y por el otro el empobrecimiento de la población campesina se ve seguido de su emigración a las ciudades alentada por la concentración en grandes talleres de la industria textil que demandaba cuantiosa mano de obra. Los pobladores de los distritos agrícolas se trasladan de las aisladas viviendas del campo a los compactos barrios construidos en las proximidades de las fábricas.

Cuando está a punto de entrar en juego la industrialización con el predominio burgués, la riqueza ha cesado de ser inmobiliaria para trasladarse al comercio, la usura, la banca.

Al mismo tiempo las exigencias del transporte de los productos elaborados y del comercio de las mercancías impulsan la renovación de la red de vías de comunicación. La riqueza ahora se mueve y proyecta en el espacio una retícula de ciudades intercomunicadas. Sobre ellas se erigirá el Estado y la Capital. Ya no se trata de conjuntos aislados en una geografía rural y feudal, estamos ante el comienzo de una ocupación total del territorio en una trama interconectada que se sustenta en una organización industrial y burguesa. No hay una planificación coordinada del espacio tal cual hoy la entenderíamos. Sí podemos hablar de los efectos de una serie de acciones simultáneas en busca de un mismo fin. Los efectos de la urbanización no se reflejan solamente en las ciudades sino en la red de carreteras, vías ferroviarias, marítimas y fluviales y en las relaciones entre la ciudad y el campo, cuyas tierras han comenzado a trasladarse a los enriquecidos capitalistas urbanos en desmedro de los empobrecidos feudales.

Las concentraciones urbanas han acompañado a las concentraciones de capitales casi sin solución de continuidad hasta la empinadísima y caótica Wall Street de Nueva York.

La industria no sólo tomó al asalto las viejas ciudades sino que fue capaz de crear otras nuevas a su alrededor o a fundir enormes aglomeraciones industriales como la del Rhur en el Norte de Europa, que constituye el verdadero corazón productivo de toda la Europa Moderna. Estamos ante un doble proceso de urbanización e industrialización de características complejísimas qué escaparon incluso a la consideración de los teóricos de la ciencia de las formaciones económico‑sociales que pudieron precisar la decadencia de un modo de producción —el capitalista— y la formación de uno nuevo, impulsado por la fuerza social antagónica del anterior —la clase obrera— pero que no alcanzaron a avizorar la complejidad de ese proceso. Complejidad que se acentúa cuando ideológica y prácticamente la sociedad se orienta a problemas distintos de la producción para acercarse a la consideración central de los problemas del consumo. Muchas de las ciudades posteriores a la época heroica de la industrialización tendrán su acento puesto en los intercambios y el consumo. Especialmente en los países dependientes que sufren el embate de la superproducción de bienes de consumo de los países centrales imperialistas.

Urbanización y dependencia

En América Latina el proceso de urbanización parte del asentamiento de las potencias europeas durante la conquista. Se establecen en las costas y desde allí irradian su influencia al interior en el que buscan la extracción de determinado tipo de riquezas. La extracción de riquezas en función de las necesidades de la potencia colonial primero, en función del mercado externo dominado por las potencias imperialistas después, van configurando una ocupación del espacio, un desarrollo de regiones, de ciudades y una trama circulatoria que no se explica por las necesidades armónicas de las regiones o naciones sino que se explica por la dependencia económica. Se va produciendo una cabeza urbana radicada sobre la costa y una periferia interior que sufre un doble proceso de dependencia. Así Buenos Aires, Montevideo, el eje Río de Janeiro‑San Pablo; La Habana; Caracas; Santiago de Chile, etc. se convertirán en zonas macrocefálicas de la estructura de sus respectivos países. La industrialización, primero a través de los frigoríficos, saladeros, ingenios, etc. sirvió solamente para facilitar la exportación de materias primas. La explotación apresurada redunda en perjuicio de regiones enteras, y provoca una crisis de mano de obra.

La aparición de la inmigración y el traslado de muchos campesinos fundamentalmente hacia las cabezas urbanas constituyen un poderoso estímulo a su crecimiento. Las cabezas urbanas se confunden con el mercado nacional.

La aparición de la industria será para el consumo de ese centro y en menor medida para el interior. La industrialización dependiente será del tipo que industrializa la fase final de un proceso para cubrir el mercado local. Se logra en algunos casos, un cierto grado de modernidad con la difusión de la escolaridad o con la ocupación de la población en tareas más productivas, pero dentro de una economía que está en servidumbre de un mercado mundial controlado por las potencias imperialistas. Se puede verificar así en América Latina un alto grado de urbanización, dentro de un bajo nivel de desarrollo y un escaso y desigual índice de industrialización. Las grandes concentraciones urbanas son esencialmente terciarias, es decir dedicadas al comercio, a los servicios y al asentamiento burocrático. Estructura una red comunicada de ciudades que prestan servicios a las regiones de influencia respectiva. El modo de la dependencia hace que los centros de servicios de la periferia sirvan de vehículo para la extracción de riquezas que van hacia la cabeza urbana capitalina y no vuelven sino en mínima medida y en forma de servicios —en la medida en que el excedente económico queda en manos de los empresarios instalados en la cabeza urbana—.

Por todo este proceso las ciudades son centros de consumo principalmente influenciados por las pautas de consumo de los países centrales difundidas por las modernas técnicas de comunicación.

Ellos han ido creciendo con escasas medidas de control urbano, en medio de una enorme especulación de la tierra, con formas estáticas de propiedad del suelo urbano y donde la inversión de capitales ha realizado múltiples operaciones inmobiliarias en la construcción de viviendas en propiedad horizontal con fines comerciales.

Este conjunto de ciudades tiene una enorme inercia y prácticamente no ha variado en décadas, ni aun bajo la presión de fuertes motivaciones. El caso argentino de la ciudad de San Juan es muy demostrativo. En el año 1946 un terremoto destruye la ciudad prácticamente. Los urbanistas habrían tenido la posibilidad de iniciar una ciudad desde sus bases. Hubo varios planes incluso alguno que proponía el traslado de la ciudad a otro punto más resguardado de movimientos sísmicos. Pero ninguno de ellos pudo llevarse a la práctica. El terremoto destruyó la ciudad, pero quedó en pie la estructura económica del valle y la ciudad de San Juan. Quedaron en pie las hipotecas de las casas destruidas, hipotecas que permitían financiar la vendimia. Quedaron en pie los intereses de las fuerzas vivas que querían hacer evolucionar los capitales controlando la reconstrucción de la ciudad. Y la reconstrucción se hizo sobre el antiguo trazado con el leve ensanchamiento de algunas calles, desplazando el centro cívico pero conservando el irregular y tortuoso loteo anterior. Los intentos de crear ciudades completamente nuevas conservando la estructura económica preexistente reservándoles a aquéllas el papel de transformadoras, de generadoras por sí mismas de nuevos “polos de desarrollo” han mostrado bastante crudamente sus limitaciones. En Venezuela, por ejemplo, existiendo un hipertrofiado centro de desarrollo nacional y una periferia estancada, se intentó establecer un nuevo polo para que produjese un impacto global de avance a nivel regional. En la confluencia de dos grandes ríos, el Orinoco y el Caroni, se decidió erigir la nueva Ciudad Guyana con un gran esfuerzo nacional. La asistencia técnica norteamericana estuvo presente en la realización del proyecto. Pasados diez años de ingentes inversiones y luego de haberse alcanzado la cifra de 120.000 habitantes en la nueva ciudad y sus prolongaciones, puede afirmarse que el antiguo sistema jerarquizado de ciudades sigue manteniendo su inercia, Ciudad Bolívar, antiguo centro regional cercano a la nueva ciudad, aunque alberga sólo 60.000 habitantes, es la que sigue predominando como centro metropolitano —de servicios, de intercambios— para la región. En realidad con Ciudad Guyana se creó una isla artificial sin el ansiado impacto global a nivel regional. Incluso gran parte de los trabajadores de la nueva ciudad no viven en la misma sino que se alojan en promiscuas y precarias viviendas que constituyen caseríos apiñados en el cercano pueblo de San Félix.

Probablemente el caso más significativo sea el de Brasilia. A través de su concepción y realización se pretendió alcanzar “el reencuentro de la nacionalidad brasileña”. La nueva capital se alejaría del eje San Pablo Rio de Janeiro y de la costa Atlántica, sinónimo de la dependencia, para abrir un mojón urbano en la integración y desarrollo del inferior postergado y salvaje. En este esfuerzo se invirtieron, durante un largo período, grandes recursos que significaron distorsiones agudas en la economía brasileña. Sin embargo, Brasilia hoy resulta ser, al margen de otras consideraciones funcionales, un gran símbolo —monumental— de la estructura del poder burocrático. El centro de inversiones económicas sigue siendo la región paulista. En Brasilia, en la que naturalmente se mantiene la propiedad privada de la tierra, tiene auge la especulación inmobiliaria, y cuenta casi lógicamente con las correspondientes favelas de los trabajadores marginados de la “nacionalidad” brasileña reencontrada. Es que las ciudades y los hechos urbanos, la ocupación del territorio, se sustentan en una determinada estructura socio‑económica y aunque la modelan y pueden darle particularidades en una micro escala, reproducen, en mayor o menor medidas las contradicciones e irracionalidades estructurales que condicionan la apropiación del espacio. El razonamiento inverso ha llevado a los reformadores sociales y a los técnicos mesiánicos a ilusionarse e ilusionar sobre el valor del diseño urbano —es decir de la conformación física del espacio de la ciudad— como remedio inefable para los malestares sociales.

La forma de las ciudades

La conformación física de las ciudades latinoamericanas se ha hecho sobre la base del esquema colonial de las leyes de Indias. Estas establecieron el damero amanzanado, módulo rígido y dúctil a la vez que fue extendiéndose como una mancha de aceite a lo largo de las vías de acceso, levemente detenido por algún accidente geográfico.

La propiedad privada sobre el terreno urbano y toda la legislación y las instituciones que se montaron sobre aquélla para hacerla valer, lo hicieron y hacen con tanta eficacia que han desalentado o frutrado los intentos de renovación urbana. En Buenos Aires, la disposición del presidente Bernardino Rivadavia, hecha hace más de un siglo y medio, de ensanche de avenidas cada cuatro cuadras, aún está por consumarse íntegramente.

Las exigencias “liberales” de los capitales inversores tanto nacionales como extranjeros, cebados en los pingües beneficios de las inversiones inmobiliarias, localizaciones industriales cerca de los centros de consumo, etc., obtuvieron de las instituciones municipales y nacionales las concesiones necesarias para sus buenos negocios y por ende un mínimo de control sobre el destino del suelo urbano que considerase su valor de uso en primer término. Los planes reguladores, elaborados por los técnicos y especialistas urbanos, no pasaron ni pasan de ser meras graficaciones de laboratorio para entender las inclinaciones del mercado y establecer indicadores que hagan que las deformaciones resulten menos “deformadas”. Aún sin cambiar de principios económicos la legislación urbanística de los países desarrollados (de Inglaterra, de Suecia, de Holanda) establecieron desde hace más de medio siglo limitaciones y restricciones en beneficio de la utilidad pública que con paciente selección les han permitido a los entes municipales y estatales disponer de grandes parcelas para la renovación urbana. De otra forma no podrían realizarse las “gigantescas” operaciones actuales de renovación de París, ni las ciudades satélites de Estocolmo.

Naturalmente que estas renovaciones permanecen bastante circunscriptas a los hechos físicos y no alcanzan para determinar las variaciones demográficas, la superación de las segregaciones sociales, etc. cosa que aparece lograda en los países de economía planificada donde la planificación física aloja racionalmente en el espacio las decisiones socioeconómicas, aunque la experiencia muestre hasta ahora que en los países socialistas las soluciones urbanas específicas no han resuelto en términos congruentes con la estructura social que sustentan los problemas de la vida urbana y las contradicciones entre la ciudad y el campo.

Los barrios marginales

Las grandes ciudades latinoamericanas, muestran sus contradicciones más abruptas en los marcados contrastes entre la suntuosidad de algunos barrios y el generalizado fenómeno de las llamadas “villas de emergencia”. La misma denominación les confiere carácter transitorio pero su persistencia y crecimiento no logra esconder que sólo se trata de reconocerlas oficialmente como un hecho permanente de la ciudad debido a causas estructurales. Con distintos nombres según los países constituyen viviendas asentadas en condiciones de precariedad sobre terrenos de terceros, generalmente del Estado, que carecen de servicios públicos. Las viviendas están construidas con materiales de deshecho o recuperación y no cuentan, en general, con instalaciones sanitarias. Su crecimiento ha sido muy superior al crecimiento demográfico en los últimos años. Argentina cuenta con más de 1.000.000 de habitantes alojados en estas condiciones en poblaciones marginales a las grandes ciudades. En la ciudad de Buenos Aires, entre los años 1956 al 63 se pasó de 19.507 habitantes a 42.462 y en el período de 1963 al 67 alcanzaron los 102.143 habitantes. Mientras que en 10 de los 19 partidos del Gran Buenos Aires en 1956 había 78.430 habitantes y en 1965 ascendían a 423.824.

Las condiciones de marginalidad de estas poblaciones respecto al resto de la ciudad nos impiden hablar de ellas en términos de vida urbana. La segregación que opera aquí el mecanismo social vigente es tajante. Los habitantes permanecen casi ajenos a la “otra ciudad” a pesar de vivir muchos ellos a pocas cuadras del mismo corazón de esa ciudad. La vida urbana como tal no les pertenece, sólo acceden a algunos signos de ella, algunos artefactos del hogar los medios de comunicación, especialmente la televisión, y fundamentalmente la forma en que participan de la producción: como asalariados industriales. Fuera de estos signos, la vida cotidiana se caracteriza más por sus semejanzas con la vida rural que con la urbana.

La magnitud y ritmo de crecimiento que alcanzan estas agrupaciones marginales han motivado en las autoridades oficiales y en sus técnicos la necesidad de buscar vías de integración de estas poblaciones al consenso dominante. Desde ángulos antropológicos y sociológicos y con plataforma política populista se ha intentado revalorizar la vida de estas poblaciones con la intención de generar líderes sociales y políticos y encontrar formas de organización comunitarias que atenúen la marginalidad. En realidad lo que se lograría es la permanencia en una subcultura separada de la vida urbana y social. Para estos planteos se han llegado a proponer formas físicas de alojamiento. Resulta claro que la marginalidad no está en estas poblaciones sino en los mecanismos socioeconómicos que regulan la ciudad oficial, del cual la segregación es uno de sus ingredientes inevitables. La peligrosidad del fermento de disconformidad social que puede anidar en los medios de las villas de emergencia, de las favelas, etc. queda evidenciada por los métodos “menos ideologizados” que han intentado utilizarse para la eliminación de estas llamadas lacras sociales. Fuerzas paramilitares se encargan de la eliminación del vicio, mediante el crimen directo en unos casos, y en otros se utilizan las fuerzas armadas y represivas para el desalojo de los habitantes de las villas que serán trasladados a viviendas de transición, ubicadas en circunscripciones militares. El alojamiento definitivo se realizará progresivamente: las últimas cifras computan a favor de este método 6.000 viviendas definitivas levantadas en seis años.

El problema de la vivienda

Los ideales urbanísticos contemporáneos estuvieron estrechamente vinculados a resolver las cuestiones que plantea la relación de la vivienda con el medio ambiente y en tiempos más recientes a resolver predominantemente las relaciones de las viviendas con sus servicios y las relaciones de las viviendas entre sí. Es por ello que resulte indispensable para una visión realista e integral del problema urbano, el manejo en términos no sólo teóricos de la cuestión de la vivienda, sino en las dimensiones y calidades con que se presenta en América Latina.

La magnitud del problema excede a los habitantes de los barrios marginales. Incluye a los hacinamientos en viviendas del centro, y en barrios suburbanos especialmente obreros, a las viviendas obsoletas, a la absorción de las poblaciones que migran del campo y a suplir las necesidades del crecimiento vegetativo de la población. Este último para América Latina alcanza los valores más altos del mundo (2,9% anual) de manera tal que si en 1940 la población de Estados Unidos o de la URSS sobrepasaban a la de toda América Latina, veinte años más veinte años más tarde, ésta superaba a la de aquéllos en 3 millones de habitantes y 60 millones respectivamente. Si esto es significativo, acotemos que el crecimiento urbano por migración rural supera al vegetativo en casi un 30% con máximos notables en países como Venezuela y Colombia. Por el otro lado digamos que para eliminar el déficit de vivienda —si pudiéramos hablar de él en abstracto— habría que construir a un ritmo de 3.000.000 de viviendas anuales durante 30 años. Cifra que es similar a lo que la Unión Soviética construye anualmente. En América Latina sin embargo se construyen sólo 300.000 unidades por año con lo que el déficit puede alcanzar magnitudes realmente alarmantes en dos décadas.

La alarma llega a las plataformas de los partidos políticos, a las mesas redondas, a las reuniones técnicas internacionales, pero los mecanismos del sistema económico no pueden prever más que paliativos. Es que la vivienda sometida a las leyes del mercado es una mercancía más y está sometida a las leyes de la oferta y la demanda. Y no en forma clásica sino en un mercado crecientemente dominado por la concentración monopólica, lo cual reduce los márgenes de acción. Ya pasa a ser un concepto común que a la vivienda individual no puede accederse por los ingresos regulares de una familia de clase media promedio. La vivienda más económica que los planes municipales de la ciudad de Buenos Aires ponen a la venta con el asesoramiento y control del Banco Interamericano de Desarrollo toman como base mínima de pago mensual el salario de un peón según las estadísticas oficiales. Y esto durante 30 años. Con lo que queda tácitamente aceptado que ni siquiera un organismo municipal incluye en sus planes financieros a la vivienda obrera. Poco queda entonces para la actividad privada que en la misma ciudad alcanza al 80% del total de inversión anual en la industria de la construcción: queda la vivienda de la clase media alta para arriba. Los profusamente enunciados planes de vivienda que contaron con el respaldo de organizaciones financieras internacionales y con los programas de la Alianza para el Progreso, son incuestionablemente ineficientes por su carácter sectorial, es decir que intentan remediar un mal atacando sus efectos y no sus causas. La manera de intentar abordarlo ya denuncia el contenido de la empresa: es un capital que presta y se invierte para dar beneficios e intereses por una parte. Por otra ataca el problema con un plan sectorial y no echando las bases de una industria pesada de la construcción, que, bajando los costos, pueda seguir produciendo una vez cesados los préstamos. Hacerlo de esta forma estaría en contra mismo de la dependencia económica. La consideración global del problema nos lleva al planteamiento de un plan basado no en el beneficio de un capital sino en la inversión regular del excedente económico que la sociedad produce, sin apropiaciones privadas de ese excedente sino en beneficio social. El tema no es sólo cuantitativo en términos generales o cualitativo en términos económicos. En la consideración de un problema global de vivienda estaremos nuevamente ante un problema de calidad: ¿qué tipo de viviendas construir, ¿qué formas de vida alojarán?, ¿qué medio urbano contribuirán a crear?; y allí surge la ciudad nuevamente como problema teórico‑práctico.

La ciudad y el campo

Las relaciones de producción rural establecidas actualmente con América Latina, con matices diversos y con la excepción de Cuba que ha hecho dos reformas agrarias en los últimos 10 años, impulsan la migración de campesinos a las ciudades.

Las formas de propiedad de la tierra concentrada en pocas manos, la baja productividad del campo por la tecnología atrasadísima que conservan los dueños actuales de la tierra rural, la competencia en un mercado mundial controlado por los monopolios de los países desarrollados que tienden a reducir los precios de los productos agrarios que ellos mismos producen a bajo costo y a vender sus exportaciones a más altos valores, hacen que la población campesina se empobrezca y emigre a las ciudades en los países de economías predominantemente agrícologanaderas o de extracción de materias primas. ¿El cambio de las relaciones de producción en el campo modificará, a su vez, el signo de la inmigración rural? ¿Volvería el campesino a la tierra, en la misma cantidad que antes?

Los utopistas y reformistas dirán que sí, en un anacrónico romanticismo antiindustrial y antiurbano.

Puede afirmarse, en términos generales que la reforma agraria necesaria en América Latina tenderá al aumento vertiginoso de la producción a través de la industrialización y la quimificación del agro. Ello significará menor cantidad de horas‑hombre en la producción rural para la obtención de muchísimos más bienes. Ello en períodos relativamente breves cambiará la vida agraria pero no hará que simétricamente decrezcan las ciudades. Más bien al contrario: la población será predominantemente urbana; (para el norte de Europa se calcula que la población urbana alcanzará al 95% hacia fin de siglo). Casi podríamos decir que, en perspectiva, la contradicción entre la ciudad y el campo será superada por la anulación del último término. Si esta afirmación tiene carácter universal, no lo tiene igualmente el sentido de los caminos por los cuales se llegará a la urbanización global. (La situación de los países asiáticos superpoblados, con abundantísima mano de obra, en su trayecto hacia la industrialización no puede ser esquematizada desde la afirmación anterior.) El problema agrario y el problema urbano aparecen como dos facetas de un mismo problema motorizado socialmente, instrumentado a través de la industrialización hacia la “sociedad urbana”. Planteados hasta aquí los problemas que hacen a las ciudades, y especialmente las latinoamericanas, es más fácil caminar firme entre las teorías y las prácticas urbanas, entre las opciones y las realizaciones, aunque este recorrido sea a saltos y con manejo simplista.

La ciudad en el verde

Sustraer a la vivienda unifamiliar del caos, la impureza, y la promiscuidad, alojándola en el orden y el verde negados por la ciudad industrial, aparecen aún como un ideal burgués rescatable. Sus antecedentes más acabados se remontan a fines del siglo pasado con la ciudad‑jardín. Sus animadores estaban imbuidos del ideario del socialismo utópico. Una sociedad anónima sería dueña del terreno pero no de las viviendas. La ciudad deberá ser autosuficiente, fundada en un sabio equilibrio entre la agricultura y la industria. Sólo un sexto del terreno sería ocupado por las industrias y las viviendas quedando el resto libre para la agricultura. Con estas bases Howard funda su primer experimento: la ciudad jardín de Lechworth a 50 km. de Londres. Su contenido antiindustrial y romántico en medio de la revolución industrial la caracterizan como una empresa antihistórica. Treinta años después de su comienzo aún no alojaba la mitad de los habitantes programados originalmente. Pero pocos años más tarde de su primer intento Howard funda una nueva ciudad jardín para 35.000 habitantes a solo 25 km, de Londres que rápidamente se puebla precisamente porque se puede trabajar en Londres y vivir en la ciudad jardín, aunque ello cueste decenas de kilómetros de transporte diario. Es la idea de vivir en la ciudad y en el campo al mismo tiempo, que en realidad se reduce a no vivir en ninguno de los, ya que se vive en relaciones de producción con la ciudad grande pero no se disfruta de vida urbana ni de la rural pues para ello no queda tiempo. Howard no consiguió su propósito globalmente pero dotó a la cultura urbanística de este siglo de una imagen bucólica que se difundió en centenares de barrios periféricos y en los “greenbelts” americanos que desde 1930 se unen a las ciudades mediante el mundo del automóvil. A través de imágenes similares pero degradadas y ya casi sin verde se fueron construyendo suburbios obreros por capitalistas y empresarios bien intencionados, moralistas que aspiraban a integrar a la clase obrera a través de una vida cotidiana que contase básicamente con relaciones de propiedad privada de las viviendas. Construyeron la base de los suburbios dependientes de la gran ciudad que materializaron el apartamiento de sus habitantes del hecho urbano global. Aún hoy alrededor de las grandes ciudades latinoamericanas se especula con los infinitos loteos que pulverizan la periferia de las ciudades e ilusionan con los sueños burgueses de la casita propia. La publicidad, la escuela, la ideología oficial, en fin, no han dejado de lado lo que constituye toda una estrategia de clase para dar sentido a vidas enteras que se entregan en pos de un ideal ya anacrónico e inalcanzable masivamente, pero que conserva su cuota ideológica de captación y consenso.

La ciudad vertical, la vivienda colectiva

Sus teóricos y animadores se encuentran en las raíces mismas del movimiento arquitectónico moderno.

Las intenciones eran las de racionalizar el uso del suelo terminando con las parcelaciones confusas y antihigiénicas que fabricaría en serie edificios y muebles. Las técnicas industriales empleadas para la fabricación de automóviles, de barcos y de máquinas en general, apasionaban a muchos de sus autores.

Pensaron en pabellones, torres, blocks, esparcidos sobre un suelo verde librado de los automóviles, apto para el deporte, el sol y el tiempo libre.

Le Corbusier —uno de los animadores inagotables de este movimiento que tuvo su expresión más orgánica en el movimiento de los CIAM (Congresos Internacionales de la Arquitectura Moderna)— pasó de proponer simples viviendas burguesas miniaturizadas en altura que facilitaran la concentración urbana a proponer una entidad formalmente unitaria donde cada célula de habitación con su equipamiento mínimo no era sino espacio parcial donde se desarrolaba una parte de la vida cotidiana. En el mismo edificio podrían encontrarse las calles en altura con comercios, con servicios. Los techos jardín alojarían gimnasios y guarderías; las plantas bajas, libres ya de edificación pues los edificios se levantarían sobre pilotes dejando el espacio ansiado para las actividades sociales y deportivas, para el club de jóvenes, para las asociaciones de mayores.

Toda una ciudad ya podía empezar a pensarse dentro de esta visión como un hecho unitario. Le Corbusier puede proponer así un modelo teórico para una ciudad de 3 millones de habitantes.

El racionalismo cartesiano llevado a analizar las ciudades desde una óptica funcionalista que busca la creación de un nuevo orden, llevará a definir en la ciudad actividades separadas: Trabajar, Habitar, Circular y Cultivar el Cuerpo y el Espíritu; a analizar las circulaciones según el tipo de tránsito que desarrollen; a definir un agrupamiento mínimo de la ciudad —el sector— con un determinado número de habitantes con sus servicios diarios alojados en un espacio caracterizado por una trama vehicular que no lo interferirá. Cada actividad higiénicamente concebida encontrará su lugar en la ciudad e incluso en el territorio. Sus formulaciones, muchas de ellas pioneras en la visión urbanística contemporánea, se desarrollan en un mundo de abstracciones sociales. Son ciudades hechas a escala humanizada, para una Humanidad abstracta, para un Hombre biológico pero no social. Sus propuestas resultan mesiánicas al proponer una reorganización terminada del espacio urbano y arquitectural como medio para la eliminación de las irracionalidades y contradicciones sociales. Dos realizaciones urbanísticas realizadas bajo esta concepción pueden citarse acabadamente: Brasilia y Chandigarh en la India realizada directamente por Le Corbusier a pedido de Nehru.

Pero las influencias son más vastas y han llegado a esparcirse en la realización de operaciones de renovación urbana, de nuevos barrios de edificios aislados por todas partes del mundo. Brasil ostenta varios edificios directamente emparentados con la visión corbusierana de la arquitectura y el urbanismo. (El Ministerio de Educación de Río de Janeiro, el Conjunto habitacional de Pedregulho, etc.) Las potentes imágenes propuestas por Le Corbusier han alimentado y mantienen una renovación del gusto que ha transformado en meros signos y formalismos su aporte. Pero fundamentalmente han servido para alimentar gran parte del proceso de reconstrucción europea de postguerra.

Naturalmente muchas de las propuestas de Le Corbusier aparentemente asépticas dotaban de impulso a las nuevas estrategias coincidentes con el proceso de centralización monopólica de la economía y con la sociedad burocrática de consumo dirigida que se desarrolla en la Europa de postguerra. El urbanismo mismo entra en el consumo, se convierte en valor de cambio. Las proposiciones acabadas, los términos de vida casi autoritariamente digitados y conformados por el arquitecto y las computadoras podrán ser buen instrumental para los sectores dominantes que buscan restablecer la centralidad del poder aunque no la esencia de la vida urbana. Esencia a las que coincidentemente, tampoco las propuestas funcionalistas pueden arribar. La separación de funciones de la ciudad donde ha sido puesta en práctica ha llevado a la destrucción de la vida urbana. En una zona de la ciudad se trabaja, en otra se duerme, en otra se compra en otra se divierte y de una a otra se circula infatigablemente por lugares abiertos llenos de verde pero sin animación ni sentido. La multiplicidad de funciones que se realizaba en un mismo espacio en la antigua ciudad, la polivalencia de las calles por todos conocidas han desaparecido expulsadas por un deseo de orden y claridad abstractos. Una ideología de racionalismo operacional ha servido para castrar la riqueza de la vida urbana y generar estructuras cotidianas ordenadas para la felicidad de la sociedad de consumo regida desde centros de decisiones, de represión, de captación.

Puntos de vista actuales

Las dos últimas décadas han sido de exploración y práctica verificatoria sobre las propuestas funcionalistas. Probablemente el país que haya hecho una experiencia más completa en observar críticamente cada nueva ciudad para revertir al plano teórico sus experiencias sea Inglaterra. Desde la reconstrucción de Londres hasta el proyecto de las nuevas ciudades del norte los diseñadores y planificadores ingleses han ido, dentro de su coyuntura, incorporando conclusiones e investigando nuevos problemas como lo refleja el conocido Informe Buchanan encargado por el Ministerio de Transportes a un grupo de especialistas para el estudio del desarrollo del automóvil en la sociedad moderna.

Es por ello que rápidamente pudieron concluir en que el viejo ideario higienista de poner al alcance de una familia una vivienda, sol y verde no eran suficiente para darle la felicidad. Pudo advertirse entonces una vuelta a reflexionar sobre cómo eran las ciudades que se conocían antes que a postular como debieran ser las próximas. La revalorización se centra en el papel de la calle y los medios de circulación. La calle polifuncional que había desechado el racionalismo ortodoxo aparecía como “el microcosmos de la modernidad. Con su apariencia móvil la calle muestra públicamente lo que en otros lugares está escondido poniéndolo en práctica sobre la escena de un teatro casi contemporáneo”. Ya no se tratará de pensar edificios aislados que quedan rodeados por espacio residual por el que se circula, sino que se pensarán las vías de circulación peatonales y vehiculares como directrices de la ciudad. Ya sea en forma de líneas circulatorias, de tramas o semitramas espaciales se busca una “arquitectura de la circulación”. Coincidentemente aparecen los edificios polifuncionales que se arman como un todo con las circulaciones: Sobre el terreno irán los transportes de alta velocidad, más arriba los automóviles lentos y los estacionamientos, un nivel más arriba estará el plano libre para los peatones que les permitirá ir a las compras, a los espectáculos, a las oficinas y después subir a las viviendas, todo o casi todo en una entidad arquitectónica única. Naturalmente no han cambiado los valores ideológicos del de la sociedad de consumo dirigida.

Se han hecho más realistas sus mecanismos y se ha enfatizado la centralidad. Una ciudad podrá aparecer como un organismo rígidamente centralizado con una forma única, con un microclima, con una imagen de monumento informal y hasta de ciencia ficción listo para ser consumido.

A esta idea de la captación del movimiento de la calle dentro de una envolvente arquitectónica sistemática, se busca añadir la presencia del tiempo y las exigencias de cambio: flexibilidad y crecimiento.

Otras exploraciones esteticistas sustenta la revalorización del monumento en la búsqueda de factores expresivos como el que Louis Kahn propone para el Centro Administrativo de Dacca (Pakistán).

El uso indiscriminado y fantasioso de la tecnología cibernetizada da pie para que otros pensadores sobre el problema urbano proyecten sus imágenes premonitorias (Yona Friedman, Paul Maymont, etc.).

Todo esto dentro de las contradicciones del mundo desarrollado.

Pero no cabe duda que nuevos modelos para el problema urbano están en germen en los países en vías de desarrollo que han roto con sus estructuras de poder colonial. Y lo están porque la problemática y la dinámica que aportan está cargada de elementos que acelerarán el camino hacia lo que hemos llamado sociedad urbanizada. La sistematización física de Cuba, las transformaciones habidas en la ciudad de La Habana con la participación de los habitantes en la recuperación de espacios verdes, en la eliminación de las segregaciones con la “popularización” de los antiguos barrios “vedados” que hoy han sido invadidos por nuevas funciones ciudadanas, muestran, aunque embrionariamente, otra dinámica en el enfoque de los hechos urbanos. El problema urbano se encuentra en el corazón mismo de los problemas sociales de nuestro tiempo. Su vinculación con las estructuras socioeconómicas por una parte y con las ideologías por otra, hacen que el mismo no pueda abordarse más con el ánimo autosuficiente de los pioneros del urbanismo intuitivo. Actitud que llega a ser determinista y relega a los usuarios a una actitud meramente receptora y pasiva, a una participación despersonalizada a través del valor de cambio y del consumo del urbanismo. Precisamente la superación de los “ismos” urbanísticos —tecnocratismo, formalismo, funcionalismo, etc.— aparece hoy vinculada a la posibilidad de que los usuarios del hecho urbano puedan asumir un carácter protagónico en la definición de los objetivos sociales y políticos que condicionaran la perspectiva urbana. Las técnicas y las disciplinas científicas confluentes con los problemas urbanos serán instrumental catalizador de las decisiones sociales. Esta asunción y el ejercicio de ese protagonismo es lo único que puede instaurar la vida urbana como reino del uso donde una vivienda valga porque sirve de alojamiento a alguien que necesita de ella y no fundamentalmente porque se la puede vender o alquilar. Ello mismo destruirá el sentido de la ideología del consumo dominante renovando las actividades productoras y creadoras. La realización de la sociedad urbana en la que la industrialización, la reforma agraria y la urbana hayan sido sólo medios y no fines podrá garantizar la presencia del reino de la libertad entre los hombres.

Tales postulaciones que representaran un nuevo avance del hombre sobre el dominio de la naturaleza implican, en muchos casos, cambios en las actuales relaciones de poder en los órganos de decisión, y también implica una completa transformación de los métodos utilizados hasta ahora en las decisiones urbanísticas. El urbanismo clásico deberá transformarse en una ciencia de la ciudad que será una ciencia política apoyada en las ciencias económicas y sociales. Las nuevas propuestas no podrán ser estructuras acabadas, monumentales esculturas urbanas congeladas. La participación conciente en la cultura urbana hará que los propios usuarios las apropien, las completen, las modifiquen, decidan sobre ellas sin limitaciones.

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La remodelación de París

Entre 1853 y 1869 Eugenio Haussman, prefecto del Sena bajo Napoleón III, un eficiente empresario del Tercer Imperio, rodeado de un equipo de técnicos, transformó la ciudad de París de medioeval en otra apta para recibir y adecuarse a los cambios que la industrialización habían introducido en la ciudad y la región Haussman como representante de la entonces emprendedora burguesía industrial terrateniente había visto en la insurrección de 1848 (que paradójicamente había terminado con la monarquía) los peligros contradictorios que el nuevo régimen debía enfrentar. El París de 1840 había sido escenario de la lucha militar abierta en la que se construyeron 2.000 barricadas, y un millón de adoquines se levantaron de las calles en la que parte de la guardia nacional había confraternizado con los obreros, donde la acción militar y represiva se había vuelto difícil para las tropas regulares que debían entrar en los congestionados barrios obreros del centro de París estructurados alrededor de calles angostas y tortuosas. Su respuesta urbanística estaba destinada a adaptar la ciudad a los nuevos cambios pero también a prevenir su destruccion como capital del nuevo régimen. “Aislar los grandes edifiicos, palacios y cuarteles de manera que resultaran más agradables… y simplificaran la defensa en los momentos de revuelta.” “Asegurar la paz pública por medio de la creación de amplios boulevares que no sólo permitieran la circulación del aire y de la luz, sino también el fácil acceso y movimiento de tropas. Con esta ingeniosa combinación el destino del pueblo se verá mejorado, y su continua disposición a la revuelta disminuirá.”

Trazó así los grandes ejes y arterias circulatorias del París actual. A su paso fueron demoliendo barrios obreros enteros que gradualmente fueron desalojados hacia los suburbios que esas mismas arterias conectarían constituyendo conglomerados de gente humilde absolutamente privados de toda clase de servicios sanitarios. Creó dos áreas verdes de notable importancia en los extremos del gran eje de la ciudad destinados uno —el de Bolonia— a la distracción del mundo elegante junto al Hipódromo de Longchamps y el otro —el de Vincennes— destinado a la gente humilde. Sus principios urbanísticos fueron esparcidos por las grandes ciudades (las metrópolis de Occidente) e incluso nuevas ciudades (La Plata en Argentina) incorporaron los principios haussmanianos. Los grandes ejes ceremoniales, los edificios públicos aislados, las avenidas superanchísimas, etc. Años más tarde (1871) los obreros y las gentes desplazadas del centro de París lo retomarían por la fuerza de una nueva insurreccion popular para instaurar el primer estado obrero de la historia: La Comuna.

El parque del pueblo

El 20 de abril de 1969 varios centenares de personas de la ciudad de Berkeley (EE. UU.) decidieron enfrentar la desidia de las autoridades municipales y transformar un lote abandonado de la ciudad en un nuevo hecho urbano: un “parque del pueblo”. “En un país de ciudades de cemento y acero, mejor preparado para sus máquinas que para su gente, hicimos un lugar para el pueblo. En un tiempo en que sólo a los expertos y los comités, calificados y certificados, les está permitido hacer cosas, hicimos algo por nosotros mismos, y lo hicimos bien”, proclamaron.

Un mes más tarde centenares de policías, tres batallones de Infantería de la Guardia Nacional convocados por el gobernador Reagan cercan el parque y prácticamente lo destruyen como símbolo de la rebeldía urbana. Miles de estudiantes ese día, treinta mil personas en los días siguientes se movilizan y enfrentan en sangrientas refriegas a las fuerzas policiales y militares para reconstruir el parque y abrirlo al pueblo. La iniciativa y la realización social de cada hecho urbano, debiera ser una experiencia cotidiana en una nueva visión de la sociedad urbana. En la sociedad de consumo dirigida es un hecho delictivo y reprimible.

El caso soviético

La fecundidad teórica europea de la década del 20 al 30 tuvo en el país en que había triunfado la revolución de octubre, un lugar de vanguardia y de desarrollo.

Las nuevas condiciones sociales establecidas, la supresión de la propiedad de la tierra y el nuevo estado como promotor y realizador único, fueron dando surgimiento a nuevos requerimientos físicos para alojar “el modo de vida socialista”. La vivienda como mercancía dejaba de tener marco histórico y se imponía el valor de uso como principio de los nuevos hechos arquitectónicos y urbanos.

Se trataba de la creación de un nuevo habitat donde las relaciones entre las células de vivienda y los servicios colectivos dieran forma y alojaran la vida cotidiana de la nueva sociedad. Las nuevas células de vivienda, la calle interior, la socialización de actividades culturales, políticas y de esparcimiento en los “condensadores sociales” postulan una trama continua que es el embrión de una nueva ciudad. El club obrero cuyo papel era “liberar al hombre suprimiendo la antigua opresión de la Iglesia y el Estado” constituyó un nuevo programa arquitectónico dotado de jardín de invierno para actividades botánicas, sala de conferencias, biblioteca, laboratorios para trabajos científicos profundizados, terrenos al aire libre para reuniones y competencias, gimnasio y anexos, terrenos para deportes, pabellones de niños y parques.

Las propuestas suponen el rápido advenimiento de la sociedad sin clases y la eliminación de las contradicciones entre la ciudad y el campo y por tanto se alejan de las verdaderas, proceso específico de lucha de clases intestino de la sociedad soviética en transición.

El Comité Central del Partido Comunista en su resolución del año 1930 condena por “tentativas extremistas” que intentaban

“franquear de un solo salto los obstáculos encontrados en el camino de la transformación socialista del modo de vida, obstáculos que tienen sus raíces por una parte, en el atraso económico y cultural del país, y por la otra en la necesidad en la etapa actual, de consagrar lo esencial de los recursos a la industrialización acelerada del país, que es lo único que creará las bases necesarias para la transformación radical del modo de vida”. “La puesta en práctica de estas concepciones dañinas y utópicas (realización inmediata y la transformación en servicios públicos de todo lo que constituye el modo de vida de los trabajadores: alimentación, vivienda, educación de los niños separándolos de sus padres, supresión de los hábitos y del modo de vida familiar, prohibición autoritaria de la preparación familiar de las comidas, etc.) que no tienen en cuenta ni los recursos materiales del país, ni el grado de preparación de la población, llevarían a gastos extraordinarios y al descrédito profundo de la idea misma de una transformación socialista del modo de producción”.

Un rígido esquema de prioridades económicas haría que el profundo proceso de transformación del territorio, de la urbanización de la población campesina, de la reconstrucción de ciudades después de la Guerra y de la solución del problema de la vivienda se hiciera sobre bases cuantitativas y tecnológicas que desembocan al final de dos décadas en la “transposición” de valores surgidos de la antítesis competitiva con la sociedad de consumo, cuyos enunciados son asumidos como válidos.

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