La investigación espacial  

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Rolando García

© 1971

Centro Editor de América Latina - Cangallo 1228

Impreso en Argentina

Índice

La sorpresa del Sputnik I

Por qué la Unión Soviética tomó la delantera.

Una falsa definición de la carrera espacial

Las primeras etapas de la carrera espacial

Las estrategias espaciales

La conquista pacífica de la Tierra desde el espacio.

Cuanto cuesta la investigación científica desde el espacio.

Un poderoso instrumento de dominación económica.

Los métodos de observación desde el espacio.

Fotografía espacial

Algunas técnicas más refinadas

La agricultura seguida desde el espacio.

Determinación de minerales

Detección de cardúmenes

El programa ERS.

Satélites meteorológicos

El satélite inmóvil

El éxito espectacular del NIMBUS-III

Algunos interrogantes de los “subdesarrollados”

Epílogo.

BIBLIOGRAFIA.

Las aplicaciones pacíficas

Geología y recursos minerales:

Suelos:

Agronomía y forestación:

Hidrología y recursos hídricos:

Oceanografía y recursos del mar:

El monopolio de las comunicaciones

La sorpresa del Sputnik I

Por primera vez, después de Pearl Harbour, los Estados Unidos de Norteamérica tuvieron la sensación de enfrentar una verdadera catástrofe de consecuencias incalculables. No había esta vez, sin embargo, ni barcos hundidos, ni bases destruidas. Para el hombre de la calle se trataba tan solo de una hazaña científica y tecnológica. Pero los observadores avezados no dudaron en darle su nombre adecuado que era mucho más que un simple paralelismo entre dos campos distantes: “un Pearl Harbour científico”. Era el 4 de octubre de 1957. La Unión Soviética había puesto en órbita el Sputnik I, primer satélite artificial de nuestro planeta.

El lanzamiento de un satélite artificial no fue una sorpresa para el mundo científico. No significó tampoco, por sí mismo, un avance en el campo de la ciencia pura. Fue, sí, una gran proeza tecnológica y evidenció un enorme adelanto en diversas ramas de la ingeniería. La sorpresa fue el país que protagonizó la hazaña y la fecha en que tuvo lugar. Ambas cosas tenían, sin embargo, su explicación. ¿Cómo era posible que la URSS hubiera sacado tanta ventaja a la potencia mundial que aparecía como teniendo la supremacía indiscutida de los medios técnico-científicos y de la capacidad industrial? Son muchos los factores que deben coordinarse para llegar al éxito que tuvieron los soviéticos. No es el propósito de este trabajo analizar dichos factores. Pero hubo un hecho que determinó la ventaja que los Estados Unidos no pudieron descontar por varios años: el descubrimiento y la aplicación de carburantes que dieran la enorme fuerza de propulsión necesaria para imprimir a una masa considerable —la de un vehículo capaz de transportar equipos y personas— la velocidad requerida para ser puesta en órbita. El desarrollo de una técnica superior en materia de carburantes fue el factor decisivo del éxito inicial de los soviéticos. Y aquí sí puede indicarse una cierta lógica de los acontecimientos.

Por qué la Unión Soviética tomó la delantera

Hasta el momento de lanzarse el primer Sputnik, el dominio militar norteamericano era evidente. Para la opinión corriente, fundada en una eficaz propaganda de la prensa “internacional”, se trataba simplemente de la muestra clara de una tecnología más avanzada y de una organización superior. Para quienes analizaban atentamente la situación político militar de ambas potencias había, sin embargo, factores mucho más poderosos que determinaban esa supremacía. Bastaba con echar una mirada a un mapa del hemisferio norte, en el cual se encontraran representadas las bases militares en poder de uno y otro país, para advertir de inmediato la asimetría de la situación. La Unión Soviética y los países socialistas de la Europa Oriental, se encuentra virtualmente rodeada de bases que están ocupadas por los Estados Unidos —o que están a su disposición—. Desde allí la URSS es fácilmente vulnerable a las incursiones aéreas y a los cohetes de corto y mediano alcance provistos de cabezas atómicas miniaturizadas. De haber contado solamente con un armamento similar, la URSS hubiera tenido fuera de su alcance a los centros vitales del territorio norteamericano.

Frente a esta desventaja geográfica —bases norteamericanas próximas a sus fronteras, pero las fronteras norteamericanas lejos de sus bases— la URSS se vio obligada a desarrollar medios más poderosos que los que poseía su rival, para poder equilibrar la balanza. Ello explica que haya concentrado todo su esfuerzo científico y tecnológico en el desarrollo de cohetes de muy largo alcance. Desde un primer momento, el problema consistió en transportar pesadas cargas a grandes distancias, y en poder dirigir, con el máximo de precisión y por control remoto, a los vehículos transportadores de esas cargas. La solución de este problema abría también las puertas a la conquista del espacio.

Paradójicamente, pues, fue su debilidad geopolítica y su consiguiente vulnerabilidad militar el factor más importante que exigió a la URSS el esfuerzo necesario para poder tomar la delantera en la carrera espacial. La fecha elegida para este primer lanzamiento público tiene también su explicación. Ella está íntimamente ligada a la organización de uno de los mayores esfuerzos de cooperación científica que ha tenido lugar en el orden mundial: el Año Geofísico Internacional.

Una falsa definición de la carrera espacial

La espectacularidad ha jugado siempre, en la carrera espacial, un papel dominante para moldear la opinión pública y determinar el grado de atención que le presta la prensa internacional. El posible efecto psicológico se ha convertido, por consiguiente, en un factor altamente prioritario en la elección de las estrategias a seguir. Ciertas hazañas captan la imaginación popular más que otras, aunque la admiración que producen no siempre tiene relación directa con la dificultad del problema que se ha logrado superar o con el valor real de la conquista realizada.

La situación de inferioridad en que fue colocada Norteamérica cuando se lanzó el primer Sputnik, le llevó a estudiar seriamente una estrategia que diera el tiempo suficiente para poder recuperar el terreno perdido. Necesitaban algunos años de concentrados esfuerzos. Confiaban, con razón, en su enorme poderío industrial y en la posibilidad de derivar hacia este esfuerzo sus inmensos recursos materiales, así como un alto porcentaje del talento científico y técnico obtenible en el llamado “mundo occidental”. Pero también derivaron hacia él su poderosa maquinaria propagandística. Se trata de encarar el problema planteado por el severo golpe que representaba, para el prestigio internacional, la imposibilidad de responder de inmediato con una hazaña comparable a la de la URSS. La “carrera del espacio” había comenzado con el rival inesperadamente a la vanguardia, y a una distancia considerable. Pero no era cuestión de darla por perdida. La base de la estrategia consistió en definir en qué consistía esa carrera, y definirla de manera tal que cumpliera dos condiciones esenciales: en primer término, poner la meta suficientemente distante como para permitir el tiempo necesario de recuperación del camino perdido; en segundo lugar, establecer la meta en forma tal que impusiera al rival el terreno en el cual la lucha tendría que decidirse. Con estas condiciones, el primer desembarco en la luna fue, sin duda, la más hábil definición de la meta. La carrera espacial sería ganada por la potencia que consiguiera poner el primer hombre sobre la superficie lunar, y recuperarlo sano y salvo. La opinión mundial aceptó, sin advertirlo, esta definición de la carrera espacial. Los soviéticos entraron en el juego. ¿Fue porque no lo advirtieron? ¿Confiaron quizás, excesivamente, en sus propias fuerzas? ¿O hubo otras razones? El hombre caminando sobre la Luna, la conquista del territorio lunar, superaba, en fascinación, a las más osadas aventuras de la conquista del Far West y respondía a una mitología popular ya expresada en las historietas y en los cuentos de ciencia-ficción. Muy pocos fueron los que se preguntaron por qué ese objetivo era más importante que otros, por qué la carrera espacial debía definirse en esos términos. El 21 de julio de 1969, cuando Neil Armstrong dio los primeros pasos sobre el suelo Lunar, transmitidos a todo el orbe por las cámaras de televisión, se dio por aceptado que los Estados Unidos habían ganado la carrera. Esa convicción quedó fortalecida por una increíble “gaffe” cometida por la Unión Soviética. Poco antes del alunizaje, un satélite soviético gira en torno de la Luna creando una expectativa mundial sobre la posibilidad de otra “sorpresa” que podría dar la URSS. La nave espacial se estrelló en el suelo lunar en un espectacular fracaso de una misión mantenida en secreto. Noticias que se filtraron posteriormente, a pesar del hermetismo soviético, indicaban que los “altos mandos” políticos habían dado orden de adelantar la misión posteriormente cumplida por el Luna 17, la nave espacial que transportó al Lunakhod, vehículo automatizado que explora la superficie lunar desde el 10 de noviembre de 1970. Esta orden había hecho caso omiso de la resistencia de los científicos y técnicos responsables del proyecto, quienes señalaron la insuficiencia de los “tests” a que habían sido sometidos los equipos.

Pero la batalla por la conquista del espacio sólo estaba en sus comienzos. Es un aspecto más de la carrera armamentista. Como tal, es una carrera que no se gana ni se pierde de una vez por todas, sino que prosigue, indefinidamente, en una escalada escalofriante. Hay en ella, sin embargo, algunos jalones importantes. El descenso del primer hombre en la Luna no es, por cierto, uno de ellos.

Las primeras etapas de la carrera espacial

La delantera inicial tomada por la Unión Soviética continuó, durante varios años, en una serie de impresionantes éxitos. El 2 de enero de 1959 el primer cohete cósmico, lanzado hacia la Luna, parte de territorio soviético. Treinta horas más tarde, la última etapa del cohete pasa cerca de la superficie lunar y prosigue su viaje convirtiéndose en un planeta artificial girando en torno al sol. El 12 de setiembre del mismo año, el Luna-II hace impacto en el suelo lunar. Un mes más tarde, el Luna-III toma fotografías de la mitad de la luna que es permanentemente invisible desde la Tierra. Entretanto se intensifican los esfuerzos para lanzar un satélite habitado. En 1960 la Unión Soviética pone en órbita cabinas de un tamaño adecuado (más de cuatro toneladas de peso), con animales a bordo. Pone a punto los sistemas de orientación y estabilidad, y prueba las técnicas de regreso y de aterrizaje. En marzo de 1961 concluyen los ensayos. El 12 de abril, el mundo se conmueve con la noticia: Yuri Gagarin está en órbita dentro del Vostok-I. Un norteamericano, Alan Sheppard, habría de seguirle, en una cápsula Mercurio, pocas semanas más tarde (5 de mayo). La prensa soviética se encargaría de señalar las diferencias: el peso del Vostok-I era de 4.725 kg y su velocidad de desplazamiento llegó a los 8 km por segundo; el Mercurio pesaba 1.350 kg y tenía una velocidad de 2 km por segundo. La duración del vuelo de Sheppard fue solo de 15 minutos sobre la trayectoria balística.

El 6 de agosto del mismo año, el Vostok-II pone en órbita a German Titov en un vuelo que duró 25 horas y que aterrizó después de efectuar 17 revoluciones. Titov había efectuado diversos trabajos; había desayunado, almorzado, cenado y dormido en su cabina espacial. La posibilidad de permanecer y trabajar en el espacio quedaba demostrada.

La carrera a la Luna prosiguió por un tiempo con ventaja soviética. Los norteamericanos llegaron a obtener varios impactos con su serie de Rangers, antes de lanzarse, con los Surveyors, a buscar un alunizaje suave. Tardará varios años en lograrse, y será nuevamente un éxito de la URSS. El Luna IX se posa suavemente en suelo lunar el 3 de febrero de 1966 y transmite fotografías del terreno circundante con gran nitidez. El primer Surveyor repetirá idéntica hazaña cuatro meses más tarde. A partir de allí, la carrera a la Luna se hizo pareja hasta inclinarse finalmente a favor de los norteamericanos con los sucesivos desembarcos del programa Apolo.

Durante los años transcurridos desde 1957, los terráqueos se fueron acostumbrando a este nuevo género de actividad. El lanzamiento de satélites dejó de ser noticia. Diez años después del Sputnik-l se habían lanzado al espacio 708 satélites y vehículos espaciales de todo tipo, de los cuales 484 eran norteamericanos, 220 de la Unión Soviética y 5 franceses. La exploración de la superficie terrestre desde el espacio comenzó con los satélites tripulados de la serie Mercurio (1963), Géminis (1965-1966) y Apolo (a partir de 1967). Las dos primeras series llevaban cámaras fotográficas en colores.

Con la serie Apolo comienzan a aplicarse técnicas fotográficas más refinadas y otros tipos de mediciones sobre los que volveremos más adelante.

Dentro del programa soviético, los Soyuz cumplen misiones similares a la de los primeros Apolo. El más espectacular de esos vuelos, el del Soyuz IX, lanzado el 1° de junio de 1970, mantuvo en el espacio durante 18 días a los cosmonautas Nicolayev y Sevastyanov. El informe oficial provisto por la Academia de Ciencias de la URSS señala numerosos estudios técnicos y científicos llevados a cabo por la tripulación. Además de las experiencias de tipo médico, particularmente importantes en tan prolongado vuelo, “se determinaron las posibilidades de usar vehículos espaciales, en órbita, para varias ramas de la economía nacional”. La cantidad de vehículos lanzados al espacio ha seguido aumentando. La última lista publicada por COSPAR (Comité Internacional de Investigaciones Espaciales) cubre el período del 22 de abril al 16 de julio de 1971. Incluye los 35 lanzamientos oficialmente comunicados (27 de la URSS, 7 de los Estados Unidos y un pequeño satélite italiano en colaboración con la NASA). En un solo día, el 7 de mayo, la Unión Soviética puso en órbita 8 satélites de la serie Cosmos. Ningún detalle se conoce acerca de esta serie. Como los 410 Cosmos que les precedieron fueron anunciados en lacónicos mensajes que indicaban que llevaban a bordo instrumental científico y un sistema de radiotelemetría.

Las estrategias espaciales

La estrategia de cada país para la batalla de fondo que está entablada —la real carrera espacial—, así como los programas a través de los cuales se desarrolla dicha estrategia, deben de formar parte de los secretos mejor guardados en los más altos niveles de planificación y decisión político militar de las grandes potencias. El camino recorrido hasta la fecha permite, sin embargo, apreciar las diferencias de enfoque entre uno y otro país, y establecer, en primera aproximación, las tendencias actuales.

La diferencia más apreciable entre los programas de ambos países reside en el dominio de la automatización, dentro de los planes soviéticos, y en el papel central del astronauta como individuo, en el programa norteamericano.

Esto último podría explicarse dentro del esquema de lograr efectos psicológicos en la opinión pública: un héroe de carne y hueso es una figura de identificación, en tanto que una máquina haciendo las mismas cosas no lo es (aunque detrás del cerebro electrónico haya también un individuo de carne y hueso, que recibe condecoraciones en calidad de “héroe”). Varias veces se ha indicado, en esta misma línea, que el programa norteamericano responde a ciertas características sociales de ese país, como por ejemplo su énfasis sobre los logros individuales y su inclinación por las “prima donnas”. Pero pueden conjeturarse, igualmente, causas más profundas. El programa norteamericano parecía apuntar, inicialmente, a “quemar etapas” y alcanzar a los soviéticos. Estos, en cambio, parecerían preocuparse por hacer frente a las condiciones geopolíticas adversas, que ya hemos señalado. Veamos algunos ejemplos.

Para los Estados Unidos, el dominio de los mares les permitía planificar el regreso de los astronautas de una manera más simple que su rival, saltando por encima de las muchas dificultades que habían encontrado los técnicos de la URSS para lograr —en todos los casos— un descenso en tierra firme, dentro del territorio soviético.

Los norteamericanos hacen, como los soviéticos, acoplamiento de vehículos espaciales en órbita, pero utilizan a los tripulantes para lograr el ajuste. Los soviéticos no tripulados se unen y se separan automáticamente, gobernados desde las bases terrestres. Los soviéticos no han enviado ningún hombre a la Luna, pero un vehículo transportado, desembarcado y accionado por control remoto, explora la superficie lunar desde hace muchos meses, cubriendo un intervalo de tiempo que es, en el momento actual, mucho más prolongado que el período durante el cual puede mantenerse una tripulación sobre la Luna.

Los norteamericanos han establecido fechas, con cierta precisión, para el establecimiento de una plataforma espacial. Hasta ahora las fechas anunciadas en los anteriores programas fueron cumplidas, y en muchos casos adelantadas.

El preanuncio de lo que van a hacer ha sido exhibido como un ejemplo del tipo de “sociedad abierta” y como un “juego limpio” de quienes se lanzan a una competencia y se arriesgan públicamente. Los soviéticos, por su parte, nunca han anunciado sus programas por adelantado. Informan al resto del mundo sólo aquello —sólo una parte de aquello— que ya está ejecutado. Por lo tanto, no hay fechas conocidas para la primera plataforma espacial operada por la URSS. Pero todo indica que ya han sido ensayadas las partes más importantes, y superadas las dificultades más serias. Los observadores se inclinan hacia la predicción de otro “primer puesto” para la Unión Soviética en un problema tan vital, para el dominio de la Tierra desde el espacio, como lo es el de la plataforma espacial.

Pero la misteriosa misión del laboratorio espacial Salyut 1 y su dramático final hacen sumir en conjeturas a muchos de ellos. Después de la puesta en órbita del Salyut, fue lanzado el Soyuz 10 con tres cosmonutas a bordo. Partieron el 23 de abril. El 24 se anunció el acoplamiento del Soyuz 10 con el laboratorio espacial. El mismo día estaban de regreso en Tierra, abreviando su misión por razones no explicadas. El 6 de junio parte el Soyuz 11 con otros tres astronautas que unen ese vehículo con el Salyut y trabajan en él durante 22 días. El 29 de junio regresa el Soyuz, luego de un viaje que parecía perfecto, pero sólo había tres cadáveres a bordo.

La conquista pacífica de la Tierra desde el espacio

La investigación espacial no tiene por única meta la dominación militar de nuestro planeta desde el espacio, o la neutralización recíproca del posible predominio de una u otra de las grandes potencias. Admitido ese aspecto de la carrera espacial, minimizada hasta donde ha sido posible la información acerca de la real significación bélica de esos programas, los protagonistas de esa carrera han puesto todo el énfasis de la propaganda sobre la capacidad —potencial o ya demostrada— de los vehículos espaciales para abrir rumbos nuevos e inesperados a la investigación científica. “La utilización pacífica de la investigación espacial” ha constituido el tema predilecto de numerosas conferencias, seminarios, acuerdos y resoluciones de organismos internacionales. “Los satélites artificiales expanden las fronteras de la ciencia”, ha sido el título de numerosos artículos de revistas científicas, obras de divulgación y notas periodísticas.

La información que ha trascendido al público ha logrado crear la imagen de un aspecto de la investigación espacial realmente orientado hacia la ciencia pura o hacia aplicaciones que tienden a solucionar problemas de vital importancia, hacia soluciones que estarían a disposición de todos los países. El concepto de la ciencia al servicio de la humanidad parecería estar aquí representado en su forma más pura. De tal modo que el hombre de la calle solo llega a plantearse preguntas acerca de la relación entre el costo de la operación y los resultados posibles, pero sin poner en duda los nobles fines que impulsan el programa. Periódicamente se publican cifras sobre los presupuestos fantásticos que invierte la NASA. Se manejan sumas difíciles de imaginar: 50 mil millones de dólares. La gente se pregunta entonces si no sería posible aplicar mejor esos fondos, orientándolos hacia otros problemas más apremiantes: la lucha contra el cáncer y la erradicación del hambre, por ejemplo.

Estos interrogantes serían legítimos si se estuviera en presencia de un programa de investigaciones inspirado tan solo por el afán de progreso en el campo de la ciencia pura y por la búsqueda de los caminos más directos para aliviar los males que afligen a la humanidad. En el contexto de los programas espaciales, pensar que eso es así revela una gran ingenuidad. Ni la inquietud científica como valor intelectual, ni el bien de la humanidad como valor moral han conseguido nunca movilizar una fuerza equivalente a los recursos económicos y al gigantesco esfuerzo que aparece concentrado en las llamadas aplicaciones pacíficas de la investigación espacial.

Hay aquí varias falacias que es necesario aclarar antes de abocarnos a una descripción sintética de algunos aspectos salientes de la labor científica que realmente se lleva a cabo en las naves espaciales.

Cuanto cuesta la investigación científica desde el espacio

La primera falacia consiste en atribuir a la investigación científica incluida en los programas espaciales, el costo que se anuncia en los presupuestos oficiales. El precio mayor que debe pagarse por la investigación espacial no reside en el costo de construcción y puesta en órbita de un vehículo espacial y de los instrumentos que transporta. La más alta proporción del presupuesto que debe invertirse está destinada a la investigación y desarrollo de los diversos equipos e instrumentos (es decir, el proceso que va desde la investigación de los métodos hasta la construcción de los prototipos), a los ensayos y a su puesta a punto. Dicha parte del presupuesto debe considerarse, en realidad, como parte del presupuesto militar, en la medida en que la aplicación científica es solo un subproducto obtenido a un precio relativamente reducido. Un ejemplo puede bastar para aclarar el concepto. Los satélites geoestacionarios (que permanecen fijos respecto de un punto de la tierra a gran altura) utilizados en las investigaciones meteorológicas sobre las regiones tropicales, tienen equipos fotográficos de gran poder de resolución y aparatos de fotografía infrarroja que han sido desarrollados con fines de reconocimiento militar. También dan información valiosísima para los meteorólogos, pero el costo de su desarrollo no puede incluirse, sin una excesiva dosis de ingenuidad, en los presupuestos del desarrollo de la ciencia con fines pacíficos. El primer satélite geoestacionario que se lanzó (el ATS 1) cumplió —y cumple— un claro objetivo militar sobre el sudeste del Asia y ha sido, sin duda, de gran eficacia en la planificación y ejecución de los bombardeos sobre Vietnam.

El desarrollo, la puesta a punto y la ejecución del programa de satélites geoestacionarios debe de haber costado ingentes sumas. Pero una vez concluido ese programa de desarrollo, la construcción y lanzamiento de un satélite similar, con el mismo equipo, tiene un precio que es insignificante dentro de las cifras que maneja la NASA: cuesta sólo 20 millones de dólares, suma muy inferior al costo diario de la guerra en Vietnam.

Un poderoso instrumento de dominación económica

La segunda falacia consiste en ignorar, como factores decisivos en los planes de investigación espacial “con fines pacíficos”, los elementos que convierten a la exploración de la Tierra desde el espacio en el arma de dominación económica y cultural más poderosa que haya sido concebida. Este aspecto de la investigación espacial requiere un serio esfuerzo de análisis y una clara conciencia de las implicaciones políticas y socioeconómicas de cada uno de los nuevos métodos utilizados. No es fácil deslindar los distintos campos en los que debe centrarse el análisis, ni establecer un límite entre las genuinas ventajas que ofrecen las aplicaciones de los nuevos métodos de observación global del planeta, y los problemas de subordinación y dependencia que crea su utilización.

Es difícil, por consiguiente, no quedarse oscilando entre la admiración y el temor, entre la esperanza y la desesperación. La perspectiva que se nos ofrece es la de un mundo en el cual una o dos potencias —posiblemente tres pero China quizás arribe demasiado tarde— puedan acumular más información sobre el resto del mundo que la totalidad de todos los demás países reunidos. Es quizá el más peligroso de todos los monopolios: el monopolio de la información sobre los recursos naturales y su utilización. La dominación tecnológica y cultural adquiere aquí una nueva dimensión. Ya no se trata tan sólo de poseer el conocimiento necesario para producir ciertos bienes materiales; o bien el “saber como” incrementar la producción o mejorar la calidad de ciertos productos. Se está más bien en presencia de cierto tipo de conocimiento y ciertos medios técnicos que escapan, por el momento, a la capacidad tecnológica, económica, financiera y científica de las potencias menores y del Tercer Mundo. Si se intenta trazar un paralelismo con la situación de dependencia en la industria, se ve que el problema es aún más grave. En el campo industrial, los países avanzados entregan productos terminados, pero necesitan de la materia prima de los países dependientes. En el campo que nos ocupa la situación es distinta. Los vehículos espaciales obtienen su información y transmiten los datos a las metrópolis, sin necesidad de intervención, ni de anuencia, de los países subordinados. La entrega —o no entrega— de la información queda completamente en manos del país “productor”. La información que se entrega ya está procesada con el grado de elaboración que el país productor decide. El recipíentario se limita a interpretar la información que recibe y aplicarla, pero no interviene ni en la selección, ni en el procesamiento. Ya no hará falta, en el futuro, que las compañías petroleras o mineras obtengan permisos especiales para explorar el territorio de otros países, en busca de nuevas fuentes de los productos que ellas comercializan. Ya no será necesario comprar información o enviar aviones espías. La información estará disponible, en todo momento, centralizada en poderosos centros de procesamiento de datos, a disposición de quienes dominen la Tierra desde el espacio. Ellos sabrán, sin moverse de la metrópoli, dónde están los recursos actuales y potenciales de todo el mundo. Podrán evaluar la producción, predecir rendimientos. ¿Quién podrá competir, por ejemplo, con una flota pesquera que recibe información sobre la ubicación y el desplazamiento de las poblaciones marinas, que conoce la evolución de los cardúmenes, seguidos desde la metrópoli gracias a un satélite que explora el mar a intervalos regulares?

Paradójicamente, los mismos países que se ven así disminuidos, han contribuido a perfeccionar el instrumento que estreche aún más los lazos de dependencia. La identificación y evaluación de los recursos naturales desde el espacio ha requerido un intenso trabajo preparatorio. Ha sido necesario realizar la comparación de miles de fotografías o imágenes espectrales tomadas desde satélites, con otras tomadas simultáneamente desde aviones, sobre la misma zona, y con los datos de observación directa del terreno. Como se verá más adelante sólo después de largas investigaciones de este tipo se pueden llegar a obtener patrones de identificación aplicables automáticamente a los datos obtenidos desde el espacio.

Países de todo el mundo han contribuido a esta tarea. En 1969, aviones y técnicos de la NASA trabajaron activamente sobre zonas elegidas de Brasil y de México, para proveer material para dichas comparaciones, en conjunción con los satélites de la serie Apolo. Técnicos brasileños y mejicanos, entrenados en la Universidad de Michigan (USA), colaboraron en dichas tareas. Los trabajos fueron hechos de acuerdo con los convenios bilaterales celebrados por los países participantes. Convenios similares existen con Australia y la India. El informe norteamericano presentado a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Usos Pacíficos del Espacio Exterior dice lo siguiente:

“El objetivo básico de los proyectos cooperativos con Brasil y México es el desarrollo de técnicas y sistemas para adquirir, interpretar y utilizar los datos obtenidos desde aviones sobre recursos terrestres; proveer datos de investigación adicionales necesarios de recursos terrestres; familiarizar al personal para el desarrollo de las técnicas de inventario brasileño y mejicano con los métodos de adquisición, procesamiento, reducción y análisis de datos obtenidos por instrumentos de medición transportados en avión; identificar aplicaciones promisoras así como fuentes de datos obtenibles por detección remota en Brasil y México; y desarrollar sistemas de manejo de datos que sean compatibles y que permitan el intercambio entre los países participantes”.

Aun cuando se acepte que la buena fe y el deseo de cooperación internacional hayan inspirado esos acuerdos, dabe preguntarse quien será, en definitiva, el país que obtenga el máximo provecho de ese “esfuerzo cooperativo”. Los brasileños y los mejicanos habrán aprendido nuevas técnicas. El informe citado, publicado en abril de 1970, afirmaba, además: “se anticipa que la fase final del programa, incluyendo operaciones con aviones brasileños y mejicanos, comenzará en 1970”. Sin duda ya ha comenz ado... un año después que los aviones de la NASA, tremendamente superiores, obtuvieron la información que buscaban en lo que aparecía como las etapas preliminares del programa. ¿Cuál será la relación de fuerzas al término del programa? Brasileños y mejicanos se habrán capacitado para explorar sus territorios con sus propios aviones. Pero ya estarán puestas a punto, con la ayuda de esos dos países, las técnicas necesarias que permitirán a los EE.UU., en un futuro próximo, conocer esos recursos mucho mejor de lo que ellos serán capaces de hacerlo.

Los métodos de observación desde el espacio

Todos los métodos de investigación de la Tierra desde el espacio se basan en el registro del campo de radiación electromagnética que emiten tanto el suelo como la atmósfera. Hasta el presente, la mayor parte de la información ha sido obtenida en la región visible del espectro. Se utilizan para ello cámaras fotográficas de tipo convencional, aunque con algunas características especiales. Pero se ha desarrollado, además, otro tipo de instrumentos, que suelen recibir el nombre genérico de “sensores”, y que operan en otras regiones del espectro formados por los distintos tipos de radiación: infrarroja, ultravioleta, micro—ondas y rayos gama. Muchos de ellos reciben imágenes que tienen la apariencia de una fotografía. Estrictamente hablando no corresponde llamarlas fotografías, ya que “foto” significa luz y debe aplicarse, por consiguiente, a imágenes recibidas en la parte visible del espectro. Sin embargo, seguiremos el uso corriente y hablaremos también de “fotografía infrarroja”, pese a reconocer lo impropio del término.

Una breve síntesis del tipo de información que se puede obtener a través de las imágenes recibidas en cada región del espectro permitirá apreciar las enormes posibilidades de las observaciones tomadas con satélites artificiales en la evaluación de los recursos naturales en una escala planetaria. El uso simultáneo de diversos métodos sobre una misma región permitirá el estudio integrado de ciertas áreas —particularmente en el caso de regiones subdesarrolladas— desde el punto de vista geológico, hidrológico, agronómico. Pero, quizás más importante aún que la evaluación estática de los recursos, el satélite permite además un análisis de la dinámica de esos recursos, de incalculable valor para su explotación eficaz.

Fotografía espacial

La fotografía espacial (tomada desde satélites), tiene ciertas características que la distinguen de la fotografía aérea (tomada desde aviones).

Una ventaja importante proviene de la posibilidad de utilizar lentes de ángulo reducido (menos de 20°). Cámaras con lentes de ángulos tan pequeños no son prácticas para la fotografía aérea. Desde la altura de vuelo de un avión, una fotografía tomada con dicha cámara cubriría, sobre el suelo, un área insignificante. En cambio, desde un punto de la órbita de un satélite, que esté situada a unos 900 km. de altura, una cámara con un campo visual de 18° puede producir imágenes que abarquen una superficie de unos 180 km de lado. La utilización de lentes de ángulo pequeño permite obtener fotografías del terreno en las cuales la distorsión producida por el desplazamiento del relieve se reduzca a un mínimo. Cuando se toman fotografías sobre el mar, lagos o ríos, un ángulo pequeño permite, además, una mayor penetración del agua, con la posibilidad de percibir o deducir características del fondo o de los fenómenos que ocurren en la capa superior. En lagos de aguas muy transparentes se ha llegado a tener imágenes del fondo hasta 50 m. de profundidad.

La característica más importante de la fotografía espacial proviene de la posibilidad de cubrir una gran superficie con un número reducido de tomas, y la cubertura repetida de la misma área a intervalos frecuentes de tiempo. El “seguimiento” de algunos fenómenos, la detección de los cambios en ciertas características, durante períodos breves, puede obtenerse por un procesamiento automático de imágenes sucesivas tomadas sobre el mismo lugar. En el caso de un satélite que gira en torno de la Tierra, los intervalos de tiempo entre dos tomas sucesivas están dados por el período de revolución del satélite y por las características de la órbita. Un satélite geoestacionario puede, en cambio, tomar fotografías, sobre el mismo lugar, con tanta frecuencia como se desee. Las características y, por consiguiente, la eficacia de la fotografía espacial depende de un conjunto de factores que no pueden analizarse dentro de los límites de este trabajo. El tipo de película que se utiliza tiene una importancia muy grande. La selección de una película adecuada, para un propósito determinado, exige un balance entre propiedades que suelen contraponerse entre sí. Analizaremos sólo dos de ellas: la resolución espacial y la velocidad. La resolución espacial es la habilidad del sistema fotográfico para proveer una imagen nítida y bien definida. Se expresa en términos del máximo número de pares de líneas por milímetro que pueden ser “resueltas”, es decir, vistas como líneas separadas en la imagen obtenida. La resolución común de las películas comerciales es de 1 a 20 líneas por milímetro. La película utilizada en fotografía aérea generalmente resuelve 40 a 50 líneas por mm. En algunos proyectos especiales se han utilizado películas que llegan a 100 líneas por mm. Pero hay películas que tienen una capacidad de resolución de más de 500 líneas por mm. Para obtener estas películas es necesario usar una emulsión que contenga gránulos muy finos que permitan mostrar los detalles con nitidez cuando las imágenes son muy ampliadas. Sin embargo, este poder de resolución no puede ser usado sin tener en cuenta otros factores. El primero de ellos es la velocidad de la película. Cuando se toman fotografías desde una plataforma (avión, satélite) que se mueve muy rápidamente, es necesario utilizar películas de alta velocidad, es decir, películas que permitan obtener fotografías con exposiciones muy rápidas. Para ellos es necesario utilizar películas que contengan gránulos de plata de tamaño relativamente grande, de modo que puedan ser impresionados por la luz aún en intervalos de tiempo muy breves. Una película muy rápida va a permitir, por consiguiente, menor resolución de la imagen. Pero no se trata de una simple correlación expresable por una proporción. La producción de películas que tengan una relación óptima entre velocidad y resolución es un problema que ha sido profundamente estudiado y que fue fundamentalmente promovido por los vuelos de reconocimiento militar.

Pero la aerofotografía con fines militares ha permitido desarrollar otras técnicas que encuentran aplicación en el tipo de análisis “con fines pacíficos” que estamos considerando. La diversidad de tipos de fotografía en color que se han desarrollado provee numerosos ejemplos. Aquí mencionaremos sólo algunos. Durante la guerra mundial se logró producir un tipo de película conocida con el nombre de “Camouflage Detection Film” (película para detectar “camouflage”) que permitía diferenciar el color verde del follaje bien desarrollado, del verde de la pintura usada para camouflage, o del verde del follaje recién cortado. Desde un avión estos tres tipos de verde no son distinguibles a simple vista, ni tampoco lo son en una fotografía tomada con película común en colores o aún con película pancromática. La técnica que entonces se introdujo ha sido posteriormente muy desarrollada y se conoce con el nombre de “películas de colores falsos”. A partir de 1962 el procedimiento se hizo público y se han fabricado distintos tipos de película, basados en el mismo principio. La idea básica consiste en obtener imágenes de objetos en colores diferentes de los que naturalmente tienen, pero obtener, al mismo tiempo, imágenes en la parte infrarroja del espectro (no visible), la cual se hace visible por medio de un determinado color. En la película detectora de camouflage los objetos que reflejan fuertemente en el infrarrojo aparecen rojos; pero los objetos que reflejan débilmente el infrarrojo cambian de color: si son verdes, aparecen azules; si son rojos, aparecen verdes. En una “fotografía” tomada con esta película, la vegetación bien desarrollada aparece de un rojo intenso; la vegetación recién cortada es de un rojo suave; la pintura verde aparece azul. El uso de falsos colores en fotografía tiene numerosas aplicaciones en las técnicas de reconocimiento aéreo o espacial. La figura 3 (p. 19) es una fotografía de un banco de arena sobre las Bahamas, tomada por los astronautas Cooper y Conrad desde el Géminis V, el 22 de agosto de 1965. Una separación espectral de los distintos tonos de azul ha permitido construir dos fotografías diferentes, usando distintas combinaciones de colores arbitrariamente elegidos, cada uno de los cuales corresponde a una región del espectro de radiación. El resultado aparece en las fotos 4 y 5 de la pág. 19.

Las diferencias de tono de un mismo color, difícilmente apreciables por debajo de un cierto límite, se han tornado en diferencias de color claramente visibles. Un método más avanzado de reconocimiento consiste en tomar fotografías simultáneas en blanco y negro, cada una de las cuales es particularmente sensible a una estrecha banda de la región visible e infrarroja del espectro.

Las imágenes así obtenidas son luego proyectadas simultáneamente sobre una pantalla, utilizando varios proyectores enfocados sobre el mismo punto. Cada proyector tiene un filtro de un tinte determinado. La imagen única, multicolor, que fotografiada por una cámara común situada detrás. De esta manera cada característica del terreno es identificada por simple inspección visual del color que le corresponde en la imagen compuesta. Naturalmente que para que este método de “reconocimiento” sea aplicable, será necesario previamente haber realizado numerosos análisis de dichas fotografías tomadas sobre terreno perfectamente conocido. Sólo así se puede arribar a “patrones de identificación” que permitan la investigación fotográfica de regiones desconocidas.

Algunas técnicas más refinadas

Un método efectivo de identificar características del terreno desde el espacio se basa en las diferencias del poder reflectivo de distintos tipos de superficie. La reflectividad (también llamada albedo) es la relación entre la energía radiante recibida por una superficie de cualquier objeto, y la energía reflejada o difundida por el mismo. Las investigaciones sobre reflectividad de los objetos naturales han permitido establecer una gran diversidad de albedos y mostrar diferencias específicas para cada región del espectro. Una vez que se conocen las características espectrales del albedo de una determinada superficie (por ejemplo, el suelo formado por un determinado material o cubierto por ciertos tipos de vegetación) se puede resolver el problema inverso: la identificación de la superficie a partir de los datos obtenidos en la observación de la distribución espectral de la reflectividad.

Además del análisis directo del espectro obtenido a través de mediciones radiométricas, se pueden emplear otros métodos de mayor efectividad para determinados propósitos. Bastará con mencionar uno de ellos. Si se eligen convenientemente dos longitudes de onda y se determina la relación entre las reflectividades de una misma superficie, para dichas longitudes, el número que se obtiene es un indicador sumamente cómodo. Dicho número tiene valores que varían entre límites bien definidos para cada tipo de superficie. Mediciones radiométricas tomadas desde un avión o desde un satélite permiten determinar si se trata de un suelo cubierto con vegetación, un suelo desnudo o una superficie de agua o de nieve. Para obtener mayores detalles, debe recurrirse a otros índices o al estudio de la emisión en otras regiones del espectro.

La agricultura seguida desde el espacio

La misión de Apolo IX (marzo de 1969) fue un paso importante en la evaluación de la capacidad potencial de los satélites para explorar la superficie terrestre. Cuatro cámaras montadas sobre una escotilla del módulo de comando cubrían sendas bandas del espectro en las regiones visible e infrarroja. Las imágenes tomadas sobre zonas elegidas como tests fueron comparadas con fotografías tomadas con aviones y con las observaciones hechas directamente en el lugar. En la parte visible del espectro la fotografía espacial no permitió distinguir detalles. Pero en el infrarrojo fue posible diferenciar un campo de trigo de uno de remolachas e identificar, en series de fotografías tomadas a intervalos regulares de tiempo, los cambios de tonalidad producidos en el momento de la cosecha.

Hoy es perfectamente posible lograr, desde el espacio, la identificación de los distintos tipos de cereales. También es posible determinar las “condiciones de salud” de la vegetación. La vegetación de hojas grandes tiene una gran reflectividad en el infrarrojo. Las imágenes que produce el este tipo de películas son de tonos muy claros. Cuando la vegetación se enferma (por insectos, sustancias tóxicas, falta de minerales o sequía) pierde su capacidad de reflejar la radiación infrarroja, aún antes de que haya variaciones en el espectro que emite. Esta propiedad de la fotografía infrarroja permite utilizarla para detectar los primeros síntomas de enfermedades o decaimiento de la vegetación.

Determinación de minerales

El espectro de reflexión y auto-emisión (radiación térmica) son específicos para superficies del suelo que tienen determinada composición mineral. Se puede pues identificar minerales a partir de su espectro de radiación térmica.

La figura 4 ilustra la distribución espectral de la radiación térmica tomada a partir de superficies pulidas de dos materiales distintos: cuarzo y feldespato. La diferencia entre uno y otro espectro es notable a simple vista. Cada mineral puede caracterizarse por el valor de la longitud de onda a la cual la intensidad de radiación es mínima.

Pero hay, además, otra caracteríctica del suelo que el análisis espectral puede detectar: para una misma sustancia, las intensidades de la energía emitida dependen también de la rugosidad de la superficie.

Detección de cardúmenes

La fotografía aérea permite localizar bancos de peces y determinar algunas de sus características. El tamaño de esos bancos está dentro de los límites de resolución de la fotografía espacial. Pero los sensores que utilicen otras regiones del espectro tienen posibilidad de proveer una información más detallada. En la zona en que se desplaza un cardumen, el agua está cubierta con una delgadísima película de aceite que segregan los peces que lo forman. La fotografía infrarroja es capaz de detectar la diferencia entre dicho aceite y las películas de aceites minerales que cubren con frecuencia los océanos. Por otra parte, se han hecho experiencias en laboratorio con películas de diversos aceites, con un espesor no mayor de 25 milésimas de milímetro. Los espectros de los aceites de cada tipo de pescado, en la región del ultravioleta, muestran características propias. Con espectrómetros que trabajen en esa región del espectro puede identificarse la presencia sobre el mar de aceite de pejerrey, merluza, bacalao u otros tipos previamente estudiados en el laboratorio.

A estos métodos directos pueden agregarse formas indirectas de determinación de actividad biológica. Las algas, por ejemplo, son fácilmente detectables con fotografía infrarroja. Por otra parte, las variaciones en la temperatura del mar, medibles desde un satélite, están altamente correlacionadas con la presencia y aún la abundancia de poblaciones marinas.

La combinación de todos los factores mencionados permitirá efectuar previsiones adecuadas sobre los mejores lugares de pesca y su rendimiento probable.

Es claro que ninguna flota pesquera, que explora el mar al azar, podrá competir con quienes hagan uso de estas técnicas.

El programa ERS

En la primera mitad del año 1972, los Estados Unidos lanzarán el ERTS-A, primer satélite especialmente diseñado para explorar e inventariar, desde el espacio, los recursos naturales de nuestro planeta. Su nombre es la sigla que corresponde a la serie “Earth Resources Technology Satellites” (Satélites para la Tecnología de los Recursos de Tierra). Es parte del Programa ERS (Earth Resources Survey = Inventario de Recursos Terrestres). Girará en torno a la Tierra a 900 km. de altura, en una órbita circular, casi polar, sincrónica con respecto al sol. Transportará un sistema de cámaras fotográficas de alta resolución, capaces de obtener imágenes en las bandas del espectro que corresponden al verde, al rojo y al infrarrojo cercano. Llevará, además, un espectrómetro de cuatro canales que cubrirá regiones del infrarrojo de mayores longitudes de onda.

Las imágenes que tomen las cámaras serán transmitidas por televisión. Las mediciones de los espectrómetros serán recibidas en centros de procesamiento de datos, provistos de computadoras de alta velocidad. Tendrá una permanencia en el espacio de por lo menos un año. Cada 17 días pasará exactamente por la misma zona. Las imágenes tomadas barrerán una franja de 180 km. de ancho con suficiente superposición entre imágenes contiguas.

Hacia fines de 1972 una estación espacial, el “Skylab Workshop” (Taller y laboratorio Espacial) transportará una unidad para exploración de los recursos terrestres (Earth Resources Experiment Package) que responde a la sigla EREP. La plataforma permanecerá en el espacio durante un periodo de ocho meses, a unos 780 km. de altura. Estará habitada durante un período total de cinco meses, por tripulaciones de tres hombres que se renovarán por períodos de uno o dos meses. Dotado de un instrumental mucho más completo que el ERTS-A, y contando, además, con la ventaja de ser un laboratorio operado por técnicos con capacidad para experimentar el vuelo, el Skylab constituirá un paso importante en la investigación y puesta a punto de nuevas

técnicas.

Satélites meteorológicos

Los satélites meteorológicos comenzaron a ser utilizados en forma experimental a partir del lanzamiento del TIROS 1 en 1960, Las observaciones estaban restringidas a la parte visible del espectro de radiación solar reflejado por la superficie terrestre y por las nubes. Mediante cámaras de televisión se obtienen fotografías en las cuales las nubes aparecen en claro contraste con la superficie. El reconocimiento de las nubes es inmediato sobre el agua (océanos, ríos, lagos) que aparece como un fondo oscuro en las imágenes obtenidas. El suelo, desnudo o cubierto de vegetación, es más claro, pero el contraste con las nubes es siempre neto. Solamente en el caso de capas nubosas delgadas sobre campos de nieve o hielo, o sobre arena muy brillante, el reconocimiento de las nubes aparecía más dificultoso.

Durante cinco años se lanzaron nueve satélites de la serie TIROS, con instrumentos perfeccionados. Radiómetros infrarrojos permitieron hacer observaciones de las nubes también durante la noche. Se aumentó el poder de resolución de las cámaras, hasta permitir distinguir los pequeños elementos nubosos de dimensiones del orden de 1 km. En febrero de 1966 se efectuó el lanzamiento del ESSA-1 y el servicio meteorológico norteamericano comenzó a recibir diariamente, en forma rutinaria, fotografías de nubes tomadas sobre todo el globo terrestre.

El desarrollo de un sistema de transmisión de imágenes (APT), particularmente simple y barato, puso las fotografías de nubes a disposición de todos los países. Centenares de equipos APT distribuidos por todo el mundo proveyeron a los meteorólogos con una información de gran valor, particularmente en zonas geográficas carentes de observaciones meteorológicas, como las extensas áreas oceánicas del hemisferio sur. Experiencias análogas llevadas a cabo en la Unión Soviética permitieron poner a punto su propio sistema de satélites meteorológicos, denominado Meteor.

El satélite inmóvil

Un satélite que gira sobre el ecuador a una altura de 35,800 km es sincrónico con respecto de la Tierra; es decir, el satélite da una vuelta en el mismo tiempo que el planeta gira sobre sí mismo. El satélite aparece como inmóvil con respecto de la superficie terrestre (de aquí el nombre de “geoestacionario”). Los Estados Unidos tienen en operación dos de estos satélites: el ATS-1, lanzado en diciembre de 1966, sobre el Pacífico; y el ATS-III, lanzado en noviembre de 1967, sobre el Atlántico. Ambos transmiten fotografías del disco terrestre cada veinte minutos. Empleando pares de fotografías sucesivas, es posible identificar elementos nubosos cuyos desplazamientos permiten determinar la dirección y velocidad del viento en el nivel de las nubes. Estos satélites son de inestimable valor sobre los trópicos. Permiten seguir la evolución de los sistemas nubosos, detectar la formación de ciclones tropicales (huracanes), determinar sus trayectorias y establecer sistemas de alertas. Permiten también, claro está, dirigir los bombardeos con gran precisión.

El éxito espectacular del NIMBUS-III

La serie de los Nimbus inaugura una segunda generación de satélites meteorológicos. Las determinaciones realizadas con los dos primeros de ellos permitieron poner a punto el NIMBUS III, que ha producido la más importante revolución en toda la historia de las observaciones meteorológicas. Luego de un primer ensayo fracasado (el 18 de mayo de 1968, debido a fallas del cohete de lanzamiento), el 14 de abril de 1969 se pone en órbita el NIMBUS III B que inicia una nueva era en la Meteorología. Un espectrómetro infrarrojo con siete canales (el SIRS) permitió efectuar mediciones de radiación a partir, de las cuales se pudo calcular con gran precisión la estructura térmica de la atmósfera, es decir, las variaciones de temperatura, capa por capa, a toda altura.

La posibilidad teórica del método había sido señalada diez años antes por los investigadores. Pero la extraordinaria precisión de los resultados obtenidos sorprendió a los propios realizadores. La obtención de sondeos de la atmósfera, realizada por medio de radiosondas, es tan vital para el meteorólogo como las radiografías para el médico. Las redes de estaciones meteorológicas capaces de efectuar radiosondeos sólo son adecuadas sobre los Estados Unidos, Europa, parte de Siberia, China y Japón.

Extensas regiones del Africa y de América Latina carecen de esas observaciones o las tienen en número insuficiente. Lo mismo ocurre con la mayor parte de las áreas oceánicas. La posibilidad de contar con un sistema mínimamente aceptable en el hemisferio sur parecía totalmente irrealizable hasta el advenimiento del NIMBUS III.

Algunos interrogantes de los “subdesarrollados”

Gracias a la investigación espacial será posible, en los próximos años, poner a punto un sistema de observaciones que cubra todo el globo. Ya no habrá más regiones inaccesibles o con escasos datos. Los organismos internacionales la Organización Meteorológica Mundial y el Consejo Internacional de Uniones Científicas han establecido programas especiales para que el sueño de los meteorólogos tenga realidad a corto plazo.

Pero hay inquietud acerca de algunas consecuencias posibles. Un delegado de la República Arabe Unida lo expresó dramáticamente en una reunión que tuvo lugar en Ginebra hace poco más de un año. El dilema que tenemos por delante no es de fácil solución. La instalación y el mantenimiento de estaciones de radiosondeo constituye una operación costosa. Parecería insensato seguir expandiendo esa red de estaciones terrestres cuando los datos de los satélites estarán pronto al alcance de la mano. ¿Quién se atreverá a expandir, o aún a mantener, un sistema cuando sea evidente que es obsoleto? ¿Pero qué ocurriría si se suprimieran las estaciones existentes y dependiéramos exclusivamente de la información que nos provean un par de “potencias espaciales”? ¿No podría ocurrir que en caso de conflicto nos priven de la información?

Epílogo

Los satélites, los vehículos espaciales, los viajes interplanetarios han pasado, en menos de 15 años, a formar parte de los objetos del mundo. El asombro inicial se ha diluido. Hablar del lanzamiento de un satélite no es enunciar un hecho insólito sino dar cuenta de un hecho previsible, casi “normal” (aunque no se conozcan las series de determinaciones de ese hecho). A los niños norteamericanos o soviéticos se les proponen las figuras de los astronautas como los héroes contemporáneos que vale la pena imitar: jóvenes y sonrientes, aparecen como una extraña mezcla de deportistas, artistas, militares y científicos. Y aunque no se entienda demasiado ni su funcionamiento ni su función, la gente se ha habituado a hablar de satélite como se habla de computadoras o de transmisión de imágenes por televisión. Hemos tratado de indicar en este texto cómo algunas de las funciones que la investigación espacial puede cumplir son mucho más importantes y apreciablemente diferentes de lo que se supone generalmente. La investigación espacial es, efectivamente, investigación científica. Pero ha sido primordialmente desarrollada en función de objetivos militares.

El conocimiento de los recursos naturales del planeta que puede lograrse gracias a los satélites nos ayudará a conocer mejor la tierra en que vivimos. Pero también permitirá a un número ínfimo de países (quizás no más de dos, en un futuro próximo) poseer el monopolio de la totalidad de la información relevante para la economía de todos los otros países de la tierra. La noción misma de espionaje adquiere así otra dimensión. El mejoramiento de las comunicaciones es consecuencia directa de la investigación espacial. Pero ha acarreado, en el área geográfica que nos concierne, una consecuencia de repercusiones políticas evidentes: todas las comunicaciones internacionales están controladas por una única empresa, que es privada y norteamericana. Es inútil desear que el desarrollo de la investigación espacial se detenga, tome otro rumbo, sea controlado por Naciones Unidas; tanto como hacer votos para que los adelantos científicos no se utilicen sino hacia “fines nobles”. En lugar de lamentarnos o enunciar vanas expresiones de deseos, tomemos conciencia de la magnitud del hecho: ciertos adelantos técnicos (precedidos por desarrollos científicos, y haciendo posibles otros nuevos) constituyen hechos de tal envergadura que obligan a redefinir, no solamente las relaciones de fuerza entre los países, sino ciertas nociones que creíamos definidas de una vez por todas. A los monopolios conocidos (comerciales, financieros, de la producción, etc.) se agrega ahora el monopolio de la información (de la obtención, del procesamiento y de la circulación de la información). Una información necesaria para tomar decisiones vitales para un país. Cuando se discutió por primera vez en el Senado norteamericano la posibilidad de un acercamiento con la República Popular de China, uno de los senadores propuso que, como prueba de buena voluntad, los Estados Unidos ofrecieran entregar los mapas con el relevamiento del territorio chino que habían sido confeccionados con los datos obtenidos por los aviones de reconocimiento del tipo U.2. Se trataba, por supuesto, de aviones espías. Los satélites destinados a la “aplicación pacífica” de la investigación espacial permitirán a los Estados Unidos ofrecer mapas mucho más completos. ¿Tendremos que hablar también de “satélites espías”?

BIBLIOGRAFIA

National Aeronautics and Space Administration (NASA) Exploring space with a camera, Washington, 1968.

COSPAR (Comité Internacional de Investigaciones Espaciales: Boletines Informativos trimestrales editados en Londres.

United States Activities in Spacecraft Oceanography, Washington, 1967.

ESSA (Administración de los Servicios de Ciencias del Medio Ambiente), informes Técnicos, Washington. Scientific American, enero de 1968 y otros números de esta revista.

Las aplicaciones pacíficas

A partir de los laboratorios espaciales la exploración total del planeta está al alcance de la mano. Las inmensas posibilidades de estos programas quedan evidenciadas en la larga lista de temas actualmente en estudio y acerca de los cuales se han publicado ya resultados positivos. La lista que sigue no es exhaustiva, pero constituye una muestra suficientemente elocuente:

Geología y recursos minerales:

• Conocimiento de la génesis y distribución mundial de características geomórficas, estructuras geológicas y elementos topográficos.

• Ubicación de depósitos importantes de minerales y de petróleo.

• Estudio de los intercambios de energía asociados con erupciones volcánicas y otras perturbaciones del manto superior.

• Localizaciones de sismos y establecimientos de sistemas de alerta.

Suelos:

• Inventario de las características físicas y químicas de los suelos, área por área. En particular, determinación de la salinidad del suelo y de la erosión.

• Asociación de tales características con factores geológicos, geomórficos, climáticos y de vegetación.

Agronomía y forestación:

• Distribución de pasturas, territorios áridos y forestas en todo el globo.

• Distribución, por especies, de la vegetación de cada área estudiada.

• Tipos de sembrados.

• Estados de los sembrados.

• Rendimiento de cosechas.

• Detección inmediata de enfermedades de plantas y árboles.

• Determinación de requerimientos de irrigación.

• Detección rápida de incendios de bosques.

Hidrología y recursos hídricos:

• Identificación de terreno cubierto por hielo o por nieve.

• Seguimiento de los procesos de formación de hielo sobre ríos y lagos, en otoño e invierno, y de deshielo en primavera. Previsión de inundaciones.

• Reconocimiento de glaciares y de sus desplazamientos, así como diferencias de tipos de glaciares.

• Reconocimiento de lagos y determinación de niveles.

• Inspección del estado de cuencas fluviales.

• Ubicación de fuentes de agua.

• Estimación del volumen de flujos en la superficie y el subsuelo.

• Determinación de cantidades de precipitación y de la humedad del suelo.

• Detección rápida de la contaminación del agua.

Oceanografía y recursos del mar:

• Determinación de la temperatura de los mares y océanos.

• Ubicación y desplazamientos de corrientes marinas.

• Determinación y predicciones de la formación de campos de hielo y de ubicación y trayectoria de “icebergs”.

• Mapas de regiones costeras con ubicación de bancos y sus desplazamientos.

• Determinación del estado del mar, tipos de ondas, olas y mareas.

• Ubicación y seguimiento de poblaciones marinas.

• Identificación de cardúmenes, incluyendo tipos de peces.

El monopolio de las comunicaciones

Millones de lejanos espectadores presenciaron los partidos del último campeonato mundial de fútbol, cómodamente sentados frente a la pantalla del televisor. Millones de televidentes, en todo el globo terráqueo, tienen diariamente, frente a sus ojos, acontecimientos que ocurren a miles, o decenas de miles, de kilómetros de distancia. Nuevamente, es la investigación espacial el artífice de esa maravilla.

Las comunicaciones vía satélite se han impuesto tan rotundamente que muy pocos son los que se inquietaron cuando se anunció la gradual desaparición de las vías tradicionales de telecomunicación, aún entre países vecinos, para ser sustituidas por el modernísimo medio, omnipresente en todo el globo terráqueo. Algunos observadores del desarrollo de las comunicaciones internacionales se alarmaron, sin embargo, cuando comenzaron las negociaciones entre los países del mundo occidental para adoptar un sistema común de comunicaciones vía satélite. Inexplicablemente, su alarma nunca trascendió al público. Los acuerdos comenzaron a discutirse, poco después del lanzamiento del primer ECO, hecho por los norteamericanos, en el seno mismo de las Naciones Unidas. Lo “inexplicable” del apoyo logrado con rapidez inusitada reside en que por primera vez una empresa privada aparecía ejerciendo públicamente un monopolio mundial, con acuerdo casi unánime. No eran va los Estados Unidos, como nación, quienes asumían el control absoluto de las comunicaciones internacionales. Era la ITT (Internacional Telephone and Telegraph), acaso la empresa más poderosa del mundo, dueña de los satélites norteamericanos de comunicaciones para uso público, quien cumpliría con ese papel. Desaparecidas las vías tradicionales —puesto que la “vía satélite” es más segura, económica y eficiente— ¿cuáles son las perspectivas que tienen los demás países? La Unión Soviética desarrolló su propio sistema. Una compleja red, servida por varios satélites Molniya, asegura el servicio para todo su extenso territorio, hasta los confines de Siberia, y con los países vecinos. El Japón también desarrolló su pequeño satélite geoestacionario para tal fin. Francia y Alemania Occidental firmaron un acuerdo, el 15 de enero de 1971, para construir en común satélites de comunicaciones que están previstos para ser lanzados entre 1973 y 1974.

En América Latina, son pocos los que han tomado conciencia que se haya establecido tan silenciosamente y con tal general beneplácito uno de los más inquietantes monopolios: el monopolio de las telecomunicaciones entre los propios países de la región.

This entry was posted on Friday, March 26, 1971 at 2:11 PM and is filed under . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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