Del Manifiesto Comunista a la Revolución Rusa  

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© 1972

Centro Editor de América Latina Sección Ventas: Rincón 87. Bs. Aires

Hecho el deposito de ley Impreso en la Argentina Printed in Argentina

Se terminó de imprimir en los Talleres Gráficos de Sebastián de Amorrortu e Hijos S. A.. Luca 2223, Buenos Aires, en Noviembre 1972.

El texto del presente fasciculo, ha sido preparado por Alberto J. Pla

El asesoramiento general estuvo a cargo de Alberto J. Pla La revisión literaria estuvo a cargo de Aníbal Ford

Del Manifiesto Comunista a la Revolución Rusa. 1

Introducción. 2

La situación europea. 2

Inglaterra. 2

Francia. 3

Alemania. 5

Rusia. 6

Turquía. 7

Nuevas condiciones de vida y de trabajo. 8

La Primera Internacional 8

La Comuna de París 9

Imperialismo: inversiones y colonias 10

El impacto en el mundo dependiente. 12

El movimiento obrero en Estados Unidos 13

La clase obrera en América Latina. 14

La Revolución Rusa. 16

De la Segunda a la Tercera Internacional 17

Bibliografía. 18

Tradeunionismo inglés 19

Importancia del nuevo sindicalismo inglés 19

El papel de la Primera Internacional 19

Resolución sobre táctica socialista de la Segunda Internacional 20

La enmienda Plejánov. 20

Chamberlain define la política colonial británica en la conferencia colonial de 1897. 21

Del alegato de Louise Michel, miembro de la comuna. 22

Asesinato de los comuneros de París 22

Introducción

Alberto J. Pla

La concentración de capitales, la segunda revolución industrial, y el reparto del mando entre las grandes potencias serán los signos distintivos del período comprendido entre 1848 y 1917. Sin embargo, el movimiento obrero responde con energía: en ese mismo período se alza la Comuna de París, se desarrolla la acción de las Internacionales, asumen su lugar en la lucha anarquistas y socialistas.

Este capítulo es la introducción a la segunda parte de la Historia del Movimiento Obrero: de 1848 a 1917. Una época conflictual y de transformaciones decisivas para la historia de la humanidad.

Bajo el signo del liberalismo el sistema capitalista cumple otra etapa de su desarrollo, caracterizada por la segunda revolución industrial, la concentración de capitales, la urbanización y el crecimiento del proletariado. Las grandes potencias se reparten el mundo y se inicia la era del capitalismo financiero, el cual agudiza la crisis de los países dependientes, que son frenados totalmente en sus posibilidades de desarrollo. Pero con la expansión imperialista comienza la crisis interna del sistema, que desembocará en la guerra de 1914. En este marco una nueva potencia entra en escena: los Estados Unidos.

Al mismo tiempo el movimiento obrero da importantes pasos.

Aparecen los sindicatos de masas y los primeros partidos políticos de la clase obrera. Las propuestas del proletariado se profundizan a través de diversas experiencias: la Primera Internacional, la insurrección y el posterior fracaso de la Comuna de París, los conflictos entre anarquistas y socialistas; luego la Segunda Internacional, la aparición del revisionismo, la división entre pacifistas y beligerantes.

A partir de este proceso y como culminación de él, se producirá el primer triunfo político a nivel nacional de la clase obrera: la revolución de octubre de 1917.

Mientras esto sucede en Europa, en los países dependientes el proletariado, que recién comienza a constituirse, concreta sus primeras organizaciones, con las que enfrenta los intereses de la alianza entre las oligarquías nativas y el imperialismo.

La situación europea

Inglaterra

Después de la Reforma Electoral de 1832 los liberales comienzan a dominar el panorama político: salvo pequeñas interrupciones, gobernarán hasta 1866. La composición de las Cámaras, que en 1829 admiten el ingreso de los católicos y en 1858 el de los judíos, cambia fundamentalmente. En medio de este proceso se derogan las Leyes de Granos y las Leyes de Navegación (1849). En el primer caso, el de las leyes que protegían a los terratenientes productores de cereales, la derogación se hace a costa de un duro precio: los años de “hambre” (cuyo punto crítico es 1845. La población irlandesa, sometida a una subalimentación crónica que no admitía el más mínimo descenso en su nivel de vida, es la que experimenta de manera más cruel esta situación: sus habitantes, que llegaban a casi ocho millones, disminuyen a causa de la mortandad provocada por el hambre a algo más de seis millones. Una crisis social que enmarca y nutre al movimiento cartista. En el segundo caso, el de las Leyes de Navegación, su derogación señala la generalización del liberalismo, su extensión a la economía. Por otra parte, para Inglaterra, que protegía el comercio marítimo de sus flotas desde el siglo XIV, este tipo de proteccionismo es ya innecesario. Detrás del triunfo del industrialismo se desarrolla la necesidad de eliminar todos los frenos a la política de expansión que ahora comienza.

Si hacemos un corte en 1865 observamos la siguiente situación con respecto a Inglaterra: se ha consolidado el liberalismo en todos los planos; se han reestructurado los grandes partidos políticos; el país se halla a la cabeza del desarrollo económico e industrial y ejerce una hegemonía indiscutida en los mares; la política de expansión se ha concretado en Asia, especialmente en la India. La población inglesa, que en 1800 era de 16 millones, pasa a los 26 millones en 1871 y a los 41 millones en 1901.

La ley del voto secreto, que a pesar de todos estos procesos recién se aprueba en 1872, consolida a los sectores liberales, que dominarán en las elecciones posteriores.

Los conservadores vuelven al poder en 1895, después de un gran triunfo electoral. Es la época en que el poder del Imperio Británico alcanza su punto culminante. La época en que Chamberlain pone en práctica su política de expansión colonial; en que la guerra de los boers (1899—1902) termina con el triunfo de los ingleses en Africa del Sur; en que el imperio, que domina la India, extiende su influencia a China, Persia y Egipto; en que se realiza la mayor inversión de capitales británicos en América Latina.

El predominio conservador, paralelo a esta “época de oro”, se mantiene hasta 1906, año en que vuelven a triunfar los liberales. Comienza una etapa de reformas democráticas en la cual los liberales deben depender parcialmente de sus aliados en el Parlamento, los diputados laboristas, que poco antes han comenzado a incorporarse al mismo. Junto con esto el poder del Imperio Británico, indiscutido prácticamente durante todo el siglo XIX, comienza a sentir los efectos de las disputas entre las grandes potencias. A pesar del triunfo en la Primera Guerra Mundial, su hegemonía ya no será indiscutida en los años posteriores al conflicto.

Desde 1833 existía en Inglaterra la Sociedad Fabiana, la cual abogaba por un socialismo reformador, y, desde 1893, el Partido Laborista Independiente. La unión de estas dos entidades, junto con la Federación Socialdemócrata y los dirigentes de los sindicatos (trade unions), dio nacimiento, en 1901, al Partido Laborista. A éste se afiliaría, en 1908, uno de los sindicatos más importantes de Inglaterra: la Federación de Mineros.

Durante la nueva etapa liberal el gobierno más importante es el de Lloyd George, quien ejerce el poder con el apoyo del laborismo, partido que en 1906 había obtenido 29 bancas en la Cámara de los Comunes. Lloyd George intentó llevar a la práctica ciertas propuestas radicales, como el impuesto progresivo a la renta, para el cual no consiguió mayoría en las Cámaras, pues los liberales le retiraron su apoyo. La inminencia de la guerra cerró la etapa de reformas llevada adelante por los liberales con el apoyo de los laboristas. La nueva situación, el paso a un segundo plano de las diferencias entre liberales y conservadores en pro de la unión nacional para enfrentar a Alemania, el dominio de los últimos durante el período que se iniciaba, puso al descubierto las debilidades de la política reformista de los años anteriores.

Francia

La época histórica que estamos tratando cubre en Francia dos momentos fundamentales: el Segundo Imperio (1852—1870) y la Tercera República (1871). El primer momento lo domina la figura de Luis Napoleón, sobrino de Napoleón Bonaparte, quien una vez aplastada la insurrección obrera de 1848 se convierte en centro del proceso político. Su enfrentamiento con la Asamblea Legislativa, enfrentamiento que podemos sintetizar refiriéndonos a la cuestión del voto, ejemplifica la política que Luis Napoleón habría de llevar a cabo. En 1851 la Asamblea intentó aprobar una ley que limitaba el derecho al voto y que desplazaba a tres millones de habitantes de los nueve que figuraban en los padrones. Luis Napoleón, apoyándose en el descontento social, se opuso a los deseos de la Asamblea y en noviembre de 1851 le envió un verdadero ultimátum exigiéndole el mantenimiento del sufragio universal. El conflicto continúa y por fin Luis Napoleón lo resuelve disolviendo la Asamblea el 2 de diciembre de ese año y asumiendo poderes dictatoriales. En un proceso por cierto paradojal, Luis Napoleón consigue, a partir de la defensa del sufragio universal, hacer que se le otorguen poderes discrecionales mediante un plebiscito, realizado en 1852, que lo favorecerá en forma aplastante siete millones y medio de votos a favor y sólo 640.000 en contra. Más tarde otro plebiscito lo erige emperador.

Luis Napoleón alternó medidas dictatoriales con concesiones que le permitieron mantener un amplio apoyo popular. Se presentó por encima de las luchas entre los diversos sectores y llevó adelante una política industrial y financiera que, bajo el signo del liberalismo, intensificó el desarrollo de la economía francesa. Puso también en práctica, en discreta competencia con Inglaterra, una política imperialista, especialmente en las Antillas, Africa Occidental y Asia, y consolidó el dominio francés en Argelia. Esa política se intentó también en México, donde quiso coronar a Maximiliano como emperador. El fin trágico de esta aventura, que acabaría en 1867, después de una lucha sangrienta, con la derrota de los franceses frente a las fuerzas acaudilladas por Benito Juárez, marcó el comienzo de la decadencia del emperador francés. Pronto lo abandonarán sus aliados conservadores y más tarde la guerra con Prusia pondrá fin a su reinado.

El 15 de julio de 1870, ante una provocación que orquesta Bismarck, en medio de un conflicto diplomático que involucra a varios países, el parlamento francés, casi por unanimidad, declara la guerra a Prusia. Francia, carcomida ya por la crisis, entra en el juego del Canciller de Hierro. La guerra es rápida. El 2 de setiembre los franceses son diezmados en la batalla de Sedan, donde caen 25.000 franceses y son tomados prisioneros 85.000. Entre estos últimos están el emperador y su general más importante, Mac Mahon, quien había regresado de Argelia para hacerse cargo de la defensa. Dos días después un grupo de republicanos pone fin al Imperio y proclama la Tercera República.

En la nueva etapa de la guerra que se inicia las fuerzas republicanas y socialistas tienen que enfrentar no sólo al ejército prusiano sino también a las tropas imperiales de su propio país.

A partir de ahí el proceso se acelera. París se rinde a los alemanes en enero de 1871 y la nueva Asamblea elige a Thiers como jefe del poder ejecutivo.

Pero en marzo se produce la insurrección de la Comuna de París, que luego se extiende a Marsella y Lyon, y el gobierno de Thiers debe huir a Versalles. Bismarck, ante el peligro socialista, llega a un acuerdo con Thiers y libera a los prisioneros de guerra franceses para que luchen contra la Comuna. Las tropas al mando, de Mac Mahon, atacan entonces el París socialista y comunero, que sólo puede resistir hasta el mes de mayo, en que es derrotado. Se produce entonces una violenta represión, la de la “Semana Sangrienta”, en la que son ejecutados aproximadamente 20.000 franceses. Como contrapartida, en manos de Thiers, cabeza de las represiones de 1848 y de 1871, la monarquía sucumbe definitivamente.

A partir de ese momento la nueva república se estabiliza y comienza a aumentar, tras cada elección, el número de los republicanos en las Cámaras. En 1879 tienen la mayoría de los diputados y senadores. Un año después la Asamblea se traslada de Versalles a París. Bajo la Tercera República las tendencias políticas burguesas se escinden en dos grupos: los moderados, dirigidos por Jules Ferry, abanderado de la política imperialista, figura comparable a las de Theodore Roosevelt o Chamberlain, y los radicales, dirigidos por Georges Clemenceau. El reñido juego entre ambas fuerzas en el parlamento trae como consecuencia la inestabilidad política. Sin embargo, durante este período Francia acelera su crecimiento económico: se multiplica la producción de hierro y carbón y se generaliza la utilización de la energía eléctrica y de los motores a explosión.

En 1876 Jules Guesde funda el Partido Obrero. En 1893 los grupos socialistas disponen de 50 bancas en la Cámara de Diputados. Son los años en que diversos escándalos políticos conmueven a Francia, especialmente el caso Dreyfus. Este, acusado de espionaje en favor de Alemania, es enviado a la Isla del Diablo, después de una campaña en la que desempeña un papel preponderante su origen judío. Radicales y socialistas emprenden su defensa y cuando se comprueba su inocencia los primeros capitalizan el triunfo políticamente. En las elecciones de 1902 ganan los radicales y nuevamente lo hacen en 1906. Con su ascenso al poder comienza un proceso que llevará al rompimiento con Roma y a la separación de la Iglesia y el Estado. Durante estos años el socialismo realiza importantes progresos.

En 1905, Guesde y Jean Jaurés obtienen, con el Partido Socialista Unificado, 54 asientos en la Cámara de Diputados; en 1910, 76, y en 1914, 101. Los obreros adheridos a los sindicatos alcanzan el medio millón. El progreso de las organizaciones obreras es evidente. Esto hace que Clemenceau enfrente a los socialistas y a los sindicalistas. Su gabinete realiza ciertas concesiones, pero también recurre al ejército para acabar con las huelgas.

A partir del ministerio de Raymond Poincaré, presidente a partir de 1913, comienza la etapa de la preparación para la guerra. Poincaré prolonga a tres años el servicio militar e inicia una campaña patriótica. Lo enfrenta el socialista Jaurés, quien encabeza un movimiento pacifista que se opone a la guerra con Alemania. Los socialistas revolucionarios enfrentan a su vez, desde la perspectiva de la lucha de clases, la posibilidad de una guerra preparada y al servicio de los intereses de las burguesías de los diversos países en conflicto. Pero a pesar del asesinato de Jaurés y del repudio obrero y popular que exige justicia, el Partido Socialista termina siendo arrastrado por el nacionalismo chauvinista y antialemán y abandona la política de clase para someterse a la política de la burguesía francesa.

Alemania

En Alemania, tras la derrota de los movimientos de 1848—1849, el rey de Prusia promulgó una Constitución en la que fundamentaba la monarquía en el derecho divino. Según ella, el monarca tenía poder para designar a los ministros y la Dieta se limitaba al decorativo papel de aceptar o no sus medidas. No obstante, en las sucesivas elecciones para la Dieta fueron obteniendo mayor cantidad de bancas los liberales, quienes resistieron muchas medidas de la corona. En 1861 el rey disolvió la Dieta y convocó a nuevas elecciones, que volvieron a dar el triunfo a los liberales, esta vez bajo el rótulo de “progresistas”. La salida política de este enfrentamiento fue la designación de Otto von Bismarck como Primer Ministro, en 1862. Bismarck se mantendrá en el poder hasta 1890 y bajo su gobierno se realizará, bajo la hegemonía de Prusia, la unidad alemana.

Dada la oposición parlamentaria, Bismarck gobernó como dictador, sin presupuesto legal y sin parlamento. Preparó militarmente a Prusia y pasó a dominar, sucesivamente, a Dinamarca, Austria y Bohemia. En tales condiciones la hegemonía prusiana ya era un hecho. Sólo los estados del sur de Alemania se mantuvieron independientes, pero al final accedieron a integrar la Confederación de los Estados del Norte. Así se dieron las condiciones para el establecimiento del Reich, en 1871.

Bajo la conducción de Bismarck, Prusia fue dirigida firmemente en esta política expansiva, que culmina en 1870—1871 con la guerra franco‑prusiana. El triunfo sobre Francia consolidó el poder de Prusia, que se constituyó en 1871 en el Imperio Alemán, con Guillermo I como emperador y Bismarck como canciller.

Este último llevó a cabo una persecución constante contra los socialistas, tanto antes como después de la guerra de 1870. Los dirigentes socialistas Carlos Liebknecht y Augusto Bebel fueron encarcelados varias veces y en diciembre de 1870, en plena euforia, a raíz del triunfo sobre Francia, fueron acusados de alta traición y condenados nuevamente a la cárcel.

No obstante, la socialdemocracia era un partido legal y en 1874 obtuvo más de 350.000 votos en las elecciones para la Dieta. En 1877 aumentó sus votos a casi medio millón y obtuvo 12 diputados. Todo esto llevó a Bismarck a proponer la “Ley de excepción”, mediante la cual se proscribía a los socialistas. Ante la resistencia del parlamento, Bismarck lo disolvió y llamó a nuevas elecciones. El nuevo parlamento aprobó la ley y los socialistas pasaron a la clandestinidad hasta 1890.

Bajo la hegemonía de Bismarck se produjo un acelerado desarrollo económico y Alemania acortó las distancias que desde la revolución industrial le llevaban países como Inglaterra. En esta época se produjo un nuevo avance tecnológico debido a la incorporación del motor a explosión, la química, la electricidad, etc. Ello fue rápidamente capitalizado por Alemania, que no tuvo que transformar la industria sino crearla. Inglaterra, en cambio, debió adaptar su aparato productivo y ello le ocasionó inconvenientes en su desarrollo, que fueron bien aprovechados por Bismarck para dar un paso adelante. Por otra parte, es importante señalar que Prusia, frente a lo que sucedía en los demás estados importantes de Europa, como Inglaterra y Francia, adoptó una política proteccionista cuyo objetivo era la autosuficiencia. Es decir, no puso en práctica los principios liberales tal cual lo hacían las otras potencias.

En 1889 asumió un nuevo emperador, Guillermo II, y un año después Bismarck, el viejo Canciller de Hierro, se retiró del gabinete. Guillermo II pasó a ser el centro del gobierno imperial y su reinado se extendió hasta 1918. Bajo su gobierno la industrialización cobró ritmo febril: los 20 millones de obreros de 1882 se transforman en 35 millones en 1914.

En 1890 se dejó también sin efecto la “Ley de excepción” dictada contra los socialistas. Estos, en las siguientes elecciones, obtuvieron 35 bancas. De la clandestinidad volvieron más fuertes que antes. El ascenso socialista fue espectacular y sostenido.

En 1912 obtuvieron 4.250.000 votos y elevaron su representación parlamentaria a 110 diputados. Pero con esto también comenzó a producirse la domesticación de la socialdemocracia. En el curso de la preparación de la guerra mundial claudicó. En 1913, cuando el gobierno pidió autorización al Parlamento para aumentar el ejército en 220.000 hombres, la socialdemocracia apoyó la requisitoria y aprobó la “contribución especial de guerra”.

Rusia

En el imperio de los zares, Alejandro II (1855—1881) debió realizar, a raíz de la derrota en la guerra de Crimea (1854—1856), algunas reformas internas para contener la creciente oposición y el descontento. En 1861 se decretó la liberación de los siervos. Pero esta ley no se puso en práctica como correspondía y la servidumbre continuó manteniéndose de hecho.

Se produjeron entonces muchos levantamientos, especialmente entre los grupos campesinos, y se crearon diversas organizaciones revolucionarias. Una de ellas fue la responsable del asesinato del zar en 1881. Este fue sucedido en el trono por Alejandro III, hasta 1894, y luego por Nicolás II, quien reinó hasta 1917, año en el cual el proceso revolucionario barrió con toda la estructura imperial.

La agitación revolucionaria desembocaría en la revolución de 1905. Es durante ésta que se instaura el primer sóviet en Rusia. Su corta duración, a raíz de la derrota de la insurrección, no impidió que quedara como una experiencia sumamente importante en la medida en que era un organismo que se presentaba como una alternativa frente al poder de la autocracia. Este primer sóviet de Petrogrado (Leningrado) fue presidido por Trotski y se inspiró como organización en la Comuna de París de 1871.

Turquía

En Turquía se produjeron hechos importantes. La decadencia del imperio otomano era ya evidente cuando el Sultán, en 1881, puso el tesoro público del estado bajo la administración y control de una comisión de banqueros extranjeros. Inglaterra, Alemania y Francia se repartieron los beneficios a costa del pueblo turco.

La débil política del Sultán sufrió otro revés cuando Inglaterra ocupó Egipto, en 1882, instalando allí un protectorado. Egipto, aunque estaba gobernado por un rey independiente, era nominalmente parte del imperio otomano. Los turcos poco pudieron hacer. Inglaterra se aseguró, por su parte, el abastecimiento para su industria, al mismo tiempo que ponía en práctica el nuevo imperialismo financiero.

Todos estos hechos provocaron reacciones nacionalistas, que desembocaron en el movimiento conocido como el de los Jóvenes Turcos. Kiamil, gran visir hasta 1896, había abogado por reformas constitucionales y liberales, pero sus propuestas no fueron aprobadas y fue relevado de su cargo ese mismo año. Luego se producen conspiraciones liberales. En 1908 un grupo dio un golpe de estado. Se impuso al Sultán el respeto de la Constitución, pero de hecho los Jóvenes Turcos, organizados en el Comité de Unión y Progreso, gobernaron como una dictadura militar entre 1909 y 1911. Su choque con los intereses imperialistas en la zona oriental del Mediterráneo nutrió un movimiento nacionalista que se constituiría en una de las claves de la historia moderna de Turquía. A pesar de los progresos, el mundo capitalista enfila hacia la crisis. La composición del capital varía radicalmente en la segunda mitad del siglo XIX, a causa de las nuevas transformaciones tecnológicas. La crisis de 1873 y la depresión posterior empezarán a ser superadas sólo en 1880. El proceso de recuperación se completa en la década del 90. La caída de precios y las crisis financieras y bancarias de esos años ayudan a la incorporación de las nuevas técnicas ya que se trata de aumentar la productividad a costa de una menor ocupación de mano de obra. La crisis económica es también crisis social. De ahí el auge de las organizaciones obreras, que entablan, autónomamente, la lucha reivindicativa. La política imperialista de inversión de capitales en los países dependientes trae como consecuencia el enfrentamiento entre las grandes potencias. Una nueva crisis, que se produce cuando el reparto colonial ha sido realizado y delimitadas las áreas de influencia de las grandes potencias, lleva a estas a dirimir la hegemonía mediante la guerra, que estalla en 1914.

Nuevas condiciones de vida y de trabajo

El primer impacto del industrialismo, a comienzos del siglo XIX, había sido el aumento demográfico. A partir de 1860 se produce un proceso similar. Junto con el crecimiento demográfico se acelera el proceso de concentración urbana y la ciudad se convierte definitivamente en el centro neurálgico de la vida nacional. En el curso de un siglo la población se triplica en Inglaterra y se duplica en Alemania y en Francia. Y esta población que crece se concentra en las ciudades: en 1840 sólo dos ciudades europeas superan los 100.000 habitantes; en 1910 son 48 las ciudades que superan esa cifra. En Inglaterra, a mediados del siglo XIX ya la población urbana es mayor que su población rural y, en 1901, sólo el 20% de la población se dedica a tareas rurales.

En París, entre 1860 y 1880, se duplica la cantidad de obreros y disminuye la cantidad de fábricas. Esto muestra la concentración que se va produciendo con el nacimiento de los trusts. En esos años ya se han organizado en Francia unos 135 sindicatos. Más tarde aparecen las Federaciones de sindicatos como organizaciones nacionales, y el proceso culmina, en 1902, con la creación de la Confederación General del Trabajo (CGT). En Inglaterra, las trade unions se organizan a partir de la década del 1850. Representan lo que se denomina “el viejo sindicalismo”, el cual agremiaba a obreros especializados y por ramas de oficio. Pero a su lado, y a partir de 1890, comienzan a aparecer sindicatos nuevos, que agrupan, sin discriminación, a todos los obreros de una fábrica. Al sindicalismo por oficio se une el sindicalismo por industria. Una de las reivindicaciones que apareceran como consecuencia de este último es la necesidad de imponer a las patronales convenios colectivos de trabajo.

En 1903 el Congreso de las trade unions reúne 165 uniones (o sindicatos) y decide intervenir en la lucha política. En 1906 se funda el Partido laborista, en el que las trade unions desempeñan un papel preponderante, situación que en la actualidad aún se mantiene.

Durante esta etapa se produce en el campo una cierta democratización de la propiedad, especialmente en Francia, donde aumentaban los pequeños propietarios. Junto con esto aparece el obrero rural, el cual trabaja la tierra por cuenta de un empresario que le abona un salario, como sucede con sus compañeros de la ciudad. En Estados Unidos la nueva situación producirá la nueva mecanización de sus tareas agrarias: arados, tractores, electricidad transforman el campo.

Las transformaciones de la industria, la necesidad de obreros especializados, las nuevas condiciones sociales e históricas tienen como consecuencia el aumento de los salarios y el mejoramiento de las condiciones de vida de los obreros. Estos, por su parte, al desarrollar sus organizaciones realizan en mejores condiciones sus luchas reivindicativas. La actividad económica crece. La competencia entre las grandes potencias hace que ninguna de estas pueda quedarse atrás, con lo que se emprende el camino que conducirá a la Primera Guerra Mundial. Es una etapa en que la producción deja definitivamente de realizarse para un mercado restringido. Se desarrolla un nuevo fenómeno: una producción masiva (que debe por sus propias características sacrificar la calidad) para un mercado masivo.

La Primera Internacional

En 1862, con motivo de la Exposición Universal realizada en Londres y a la cual concurre una delegación oficial de obreros franceses, se restablecen los contactos entre los obreros de diversos países europeos. Es entonces cuando surge la idea de crear una organización internacional, idea en la que se ponen a trabajar tanto los viejos como los nuevos representantes del proletariado. En 1863 los obreros ingleses y franceses se ponen de acuerdo para apoyar a los revolucionarios polacos que luchan contra el absolutismo. Un año después, el 28 de setiembre de 1864, se realiza una reunión en Londres en la que se constituye la Asociación Internacional de Trabajadores (A.I.T.).

Los obreros no tienen todavía partidos políticos constituidos orgánicamente. En la Internacional confluyen tanto los dirigentes sindicales como las personalidades políticas que se definen por el socialismo en cualquiera de sus variantes, de la línea de Marx al anarquismo de Proudhon o Bakunin. Marx será el encargado de redactar el Manifiesto Inaugural, dirigido a la clase obrera. El intento de sintetizar el pensamiento socialista de la época es encabezado por un enunciado que se transformaría en consigna fundamental en las luchas obreras posteriores: “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los mismos trabajadores”. Pronto se definen dos líneas dentro de la organización: la marxista, que defiende la concepción de la lucha de clases y la participación del proletariado en la política, y la anarquista, la de los seguidores de Proudhon y Bakunin, que rechaza la lucha política. Esta última línea tiene mayor peso entre los delegados franceses y españoles. En el caso de España, su influencia es tan grande que el rompimiento con la Internacional de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) y de su organización sindical, la C.N.T., provoca la disolución de aquélla en 1876. Pero, en realidad, lo que produjo la quiebra de la Internacional fue la derrota de la Comuna de París, en 1871, insurrección en la cual los internacionalistas habían tenido papel fundamental. La disolución de la Primera Internacional no significó sin embargo un retroceso del movimiento obrero. Por el contrario, comienzan a aparecer las organizaciones de masas, nuevos sindicatos, nuevos partidos políticos obreros. En ellos encontrará su razón de ser la nueva Internacional, la Segunda, que se concreta en el Congreso realizado en 1889. En este caso son delegaciones formalmente constituidas por organizaciones las que apoyan la Internacional. Su carácter socialista define una posición clara respecto de los anarquistas, que quedan entonces al margen de la misma y que actuarían, a partir de allí, como grupos más o menos aislados. La concepción internacionalista queda en manos de los marxistas. Pero pronto se produce un nuevo conflicto ideológico entre los que apoyan los métodos pacíficos y reformistas y los que creen en la vía revolucionaria como único medio para cambiar las estructuras de !a sociedad capitalista.

La Comuna de París

La derrota de Francia en la guerra iniciada en 1870 con Prusia lleva a la capitulación de París el 28 de enero de 1871. El pueblo se arma. La Guardia Nacional dirigida por un Comité Central funciona de hecho como poder. El 18 de marzo declara:

“Los proletarios de París ante el fracaso y la traición de las clases gobernantes comprenden que ha llegado para ellos la hora de salvar la situación, haciéndose cargo de la dirección del poder público”.

Ocho días después se proclama la Comuna. Al gobierno, que es electo por sufragio universal, se envían representantes de cada distrito que ejercen funciones ejecutivas y legislativas. Inmediatamente la Comuna comienza a actuar como gobierno, y lo hace afectando puntos neurálgicos del poder de la burguesía. Se suprime el ejército permanente y la Guardia Nacional se transforma en milicia popular. Todos los ciudadanos deben integrarse a ella. El armamento del pueblo es la garantía del poder. Los empleados de la Comuna, sus funcionarios y todos sus miembros no solo son electos por sus representantes, sino que pueden ser removidos en cualquier momento por sus electores. Sus sueldos no pueden ser mayores que los que gana un obrero de París.

Así como la acción de la Comuna en el plano político‑social es dinámica, profunda y revolucionaria, en el nivel económico sus limitaciones se ponen de manifiesto. Sus hombres no están preparados para romper a fondo con las estructuras del régimen burgués. Se registran las fábricas y se elaboran planes de producción. Se proclama el apoyo a la organización cooperativa de los obreros. Se propone la formación de Comunas en toda Francia para luego formar una Federación de Comunas que planifique nacionalmente la actividad que por el momento se realiza a nivel local. Se suprime el Banco de Empeños y se legisla sobre las condiciones de trabajo de diversos rubros. Se nacionalizan los bienes eclesiásticos y se concreta la separación de la Iglesia y el poder político. No obstante, se avanza en forma moderada. El Banco de Francia, que tenía una fortuna en reservas, no fue tocado, a pesar de la escasez de metálico que padecían los comuneros. En eso les iba su propia existencia, pero hasta ultimo momento, paradójicamente, negociaron y pidieron dinero a los mismos banqueros que conspiraban con Thiers, quien desde Versalles organizaba la represión.

En abril Thiers lanzó sus ejércitos, engrosados por los prisioneros que Prusia liberó para que lucharan contra la Comuna. El 4 de mayo comenzaron a ceder las defensas de los comuneros.

A medida que entra en París el ejército los vencidos comienzan a ser fusilados por centenares.

“La bien llamada ‘Semana Sangrienta’ —dice Georges Bourgin—, del 21 al 28 de mayo, constituye el último episodio de la guerra civil. Pueden distinguirse en ella, más o menos, una batalla callejera librada por algunos millares de federados, que combatían en puntos poco alejados entre sí de la capital y que luego fueron aglutinados, a partir del 25, contra las fuerzas del orden, que contaban con más de ciento veinte mil hombres; luego, el aplastamiento, por estas fuerzas, de los rebeldes, quienes se atrincheraron detrás de las barricadas y fueron muertos en ellas o perecieron bajo las balas de los pelotones de ejecución de represores espontáneos.”

El ejército del orden burgués perdió 877 hombres en la lucha.

Los muertos de la Comuna sumaron millares y durante la “Semana Sangrienta” se efectuaron 26.000 arrestos. Los prisioneros fueron fusilados o deportados a las colonias, donde la mayoría murió.

Reprimida la insurrección, Thiers afirmaba: “Ahora el socialismo se ha acabado por mucho tiempo”. Sin embargo, a pesar de los cien mil muertos, en su gran mayoría pertenecientes al proletariado francés; a pesar de la muerte o la prisión de dirigentes obreros como Varlin, Delescluze y la admirable Louise Michel, todos dirigentes de la Internacional qué lucharon a la cabeza de la insurrección de la Comuna, el movimiento obrero volvería a estructurarse y a seguir avanzando en un proceso cuya próxima etapa sería la que culmina con la revolución de octubre de 1917.

“La causa de la Comuna —afirmó Lenin— es la de la revolución social, la de la emancipación integral, política y económica de los trabajadores, la del proletariado universal.”

Imperialismo: inversiones y colonias

“Iglesia libre, tierra libre, escuela libre y trabajo libre.” La síntesis de Joseph Chamberlain, el adalid de la expansión imperialista inglesa, para quien la fuerza motora de la sociedad era la lucha de razas, señala una etapa del desarrollo capitalista en que el liberalismo alcanza su punto culminante.

Epoca de optimismo burgués en que la propia dinámica del sistema hace surgir nuevas contradicciones históricas. La competencia entre los países capitalistas alcanza niveles inéditos a medida que la expansión se acentúa, se agota el reparto y se desarrolla el imperialismo financiero. La maduración misma del capitalismo europeo hace surgir diferencias internas en el propio contenido del capital. No es lo mismo el capital producto de la renta del suelo que el capital industrial. (En nuestra sociedad esto es evidente, pero no lo era así a fines del XIX.)

Tampoco es lo mismo el capital industrial que el bancario. El capital financiero, como combinación del capital bancario e industrial origina a su vez las grandes concentraciones de empresas. Su resultado: el surgimiento de los monopolios o de las corporaciones, como se las designa en los Estados Unidos.

Este capital financiero se expresa en acciones, valores, empréstitos y, en última instancia, en giros de capital. Con estas características va a buscar beneficios al exterior, debido a que se estrecha su margen de beneficio en las propias metrópolis imperialistas como consecuencia de la competencia capitalista y del ascenso del nivel de vida de las masas trabajadoras. Este fenómeno imperialista de inversión de capitales coincide, a fines del siglo XIX, con la nueva revolución industrial. Ambos procesos se unen. La consolidación de los monopolios produce una división del mercado y la reacción normal ante la crisis (especialmente a partir de 1873), que produce una tendencia hacia la disminución en la tasa de beneficio del capital, hace que esta nueva forma de imperialismo se caracterice por la exportación de capitales y no de mercaderías. En las colonias y países semicoloniales, es decir, los países con independencia política formal pero dependientes desde el punto de vista económico, las condiciones son óptimas para este imperialismo: la baja composición del capital hace que una inversión mínima produzca grandes beneficios; hay una superpoblación susceptible de una máxima explotación, con lo que se pueden mantener bajos los salarios y con ello aumentar la cuota de plusvalía; existe una abundante materia prima que ya no hay que transportar desde la colonia a la metrópoli, sino que se manufactura en el mismo lugar, con lo cual se eliminan innumerables gastos de transporte e intermediación. Esta exportación de capitales realiza una verdadera unificación mundial del mercado: “el mundo se achica”. No se acortan las distancias, pero sí el tiempo para recorrerlas. El mundo se interrelaciona. Este proceso se hace a expensas de los países coloniales o semicoloniales, cuyo desarrollo es frenado o distorsionado por la situación dependiente.

A comienzos del siglo XX ya se había realizado el reparto del mundo entre las grandes potencias imperialistas. En 1870 Inglaterra es la potencia predominante; hacia 1900 ya han ingresado nuevos participantes. Los Estados Unidos, que han consolidado su unidad nacional luego de la guerra de secesión que terminó en 1865 y que dos años más tarde compran Alaska, anexan en 1898 Hawai y en 1899 Puerto Rico y las Filipinas, luego de la guerra con España, e intervienen en Cuba ese mismo año estableciendo en la isla una gobernación militar. Alemania, después de realizar su unificación nacional bajo la hegemonía de Bismarck, se proyecta hacia Africa y Oceanía, donde establece colonias. En 1883 se realiza una Conferencia Africana en Berlín para establecer las pautas de la organización imperial. Francia, que domina Argelia desde principios del siglo, ocupa Túnez en 1881, Marruecos en 1912, Madagascar en 1895 y la después llamada Africa Occidental Francesa en 1900, también consolida su dominio en Asia, donde realiza la unificación de Cochinchina con Annan y Tokio. En Africa el rey Leopoldo de Bélgica ocupa el Congo, que en 1908 pasa a ser propiedad personal de la corona. Con todo, Inglaterra no queda rezagada. En el último cuarto del siglo XIX triplica en Asia los territorios bajo su dominio y en Africa los multiplica nueve veces. Allí llega a tener bajo su dominio a 53 millones de africanos.

En 1853 la expedición del comodoro norteamericano Perry había “abierto” a cañonazos los puertos de Japón. Quince años después estalla en ese país una revolución, la revolución Meiji, que tiene como objeto dar paso a la influencia occidental. Importantes transformaciones se producen entonces en Japón, que obtiene dos importantes triunfos militares, sobre China y sobre Rusia, que consolidan su posición en el sudeste asiático. El estado fuerte Meiji, aunque actúe sobre un marco restringido y se apoye, en cierta medida, en formas precapitalistas de producción, es un equivalente del estado imperialista. A partir de ahí el Japón se desarrolla. En 1868 sólo el 1% de sus exportaciones estaba constituido por artículos terminados; en 1900 esa cantidad se eleva al 30% y el país tiene cerca de medio millón de obreros.

El impacto en el mundo dependiente

La nueva política imperialista pondrá en crisis el mundo colonial. Se disuelven países, se estructuran nuevas unidades politicas, se llevan a cabo guerras de conquistas y exterminios de población, se destruyen estructuras sociales tradicionales a cambio de formas sociales que no significan ningún adelanto. El dominio imperialista se articula sobre un único centro: aumentar la tasa de beneficio del capital que ahora se invierte y domesticar la mano de obra necesaria para los nuevos talleres. Se produce un desarrollo combinado que será característica fundamental en estos países: al lado de formas socioeconómicas atrasadas y arcaicas aparecen formas ultramodernas. En los países dependientes se va formando una nueva oligarquía, aliada a los inversores extranjeros, a veces como representante directa del poder colonial; en otras ocasiones, como supuesta representante de una realidad social que sólo tiene la apariencia de una vida política independiente.

En Asia, China es derrotada después de la “guerra del opio”, en 1842. Debe entonces ceder a los ingleses el puerto de Hong‑Kong, con lo que éstos aseguran la entrada de opio a China a pesar de que el opio había sido prohibido en este país. Los diversos conflictos producidos en el territorio chino a causa de las disputas entre las potencias extranjeras por el dominio en él, provocan, ante la posibilidad de desmembramiento del imperio, diversas reacciones: la independencia formal, la insurrección de los boxers y, en 1912, la proclamación de la República por Sun Yat-sen.

En la India la reacción nacional comienza a partir de la insurrección de los cipayos (1857‑1859), insurrección que sin embargo terminará consolidando el poder inglés.

Estados Unidos, por su parte, utiliza como base para su expansión imperialista a América Latina. Para ello recurrirá frecuentemente a las intervenciones militares, como sucede en Cuba, Panamá, Haití, Honduras, Nicaragua, etc.

El capital inglés y la técnica especializada de sus talleres inundaron el mundo. Si en 1850 los ingleses habían invertido en total unos 230 millones de libras esterlinas en el exterior, hacia 1876 el monto había ascendido a más de 1.200 millones de libras y para 1914 el total invertido en el exterior se estimaba en más de 4.000 millones.

La guerra del año 1914 hizo cambiar la fisonomía del mundo colonial al producir un nuevo ordenamiento. Las potencias triunfantes desplazarán a las vencidas. El poder se polariza al mismo tiempo que aumentaba, a partir de la guerra misma, la influencia de los Estados Unidos. En los países coloniales el costo social de la expansión imperialista alcanzó niveles catastróficos. Cada empresa fue levantada sobre la sangre de los oprimidos. En Brazzaville (Congo francés), en la construcción de 140 kilómetros de vías férreas murieron 17.000 trabajadores africanos. En el otro Congo, el belga, murieron, entre 1900 y 1910, las dos terceras partes de la población autóctona. En el Ecuador la construcción del ferrocarril Guayaquil‑Quito, en los Andes, cobró miles de víctimas. En Africa el ingreso por cabeza difería según el habitante fuera nativo o europeo: el africano percibía aproximadamente 6 libras esterlinas; el blanco, de 200 a 300 libras. A pesar de la inflación que se registró en la India, a partir del dominio británico, entre 1860 y 1900 los salarios no se modificaron. Por otra parte, las metrópolis impusieron a las colonias un proteccionismo que favorecía los productos metropolitanos. En la India las telas inglesas sólo podían ser gravadas en la aduana en un 3,5%, mientras que las telas indias sufrían en Inglaterra un gravamen del 20%.

Bajo los dictados del imperialismo los países dominados debieron ajustarse a la especialización de una zona de la producción. Se generaliza entonces el monocultivo. Este a veces respondió a las características de la producción local, como en el acaso de la minería extractiva (estaño de Bolivia o salitre chileno, petróleo de Venezuela o de Medio Oriente, etc.), pero, en otros casos, fue introducido a la fuerza: el café en Java, Brasil y Ceylán; el algodón en Egipto y Sudán; el azúcar en Cuba; el caucho en el sudeste asiático, etcétera.

Junto con esta división internacional de la producción el imperialismo desplazó masas de trabajadores para proveerse de mano de obra: africanos a las Antillas, tamiles a Ceylán, chinos a la Malasia e Indonesia, hindúes a Africa Oriental, etc. Con el desarrollo del monocultivo se produjo la liquidación de la actividad artesanal preexistente en las colonias sin que ella fuera sustituida por manufacturas, pues los productos terminados se traían de la metrópoli. En Argelia en 1850 existían 100.000 artesanos; en 1950, sólo 3.500.

El movimiento obrero en Estados Unidos

A partir de los primeros sindicatos que se organizan en el país surge en 1869 la primera central de trabajadores, los Caballeros del Trabajo. Sus objetivos declarados son los de dar a la clase obrera a través de la educación, la cooperación y la organización. Pero a medida que va creciendo en número de afiliados sus declaraciones humanistas de tipo genérico son superadas en la práctica. Así, se pronuncia formalmente contra las huelgas, a las que califican de deplorables, pero sus afiliados hacen huelgas y la organización los apoya. Su crecimiento fue veloz como lo fue su derrumbe. Su momento culminante es el año 1886.

La organización reunía para entonces 700.000 afiliados y luchaba por la jornada de 8 horas. Su fuerza estaba construida por las bases de obreros no calificados. Además, Los Caballeros era una entidad en parte sindical y en parte política pues aceptaba la afiliación de quien quisiera hacerlo. Intelectuales, sectores de clase media, figuran en sus filas. En 1886 reunía 1.088 sindicatos y 1.279 asambleas mixtas.

En la lucha por las ocho horas de trabajo, que pasaría a ser una reivindicación internacional del proletariado, tuvo fundamental importancia una huelga realizada en Chicago en 1886. Se produjo entonces un atentado terrorista del que fue acusado un grupo de anarquistas. La represión fue brutal: siete dirigentes fueron condenados a muerte sin haberse comprobado nunca su participación en el atentado. El drama de “los mártires de Chicago” conmovió a la clase obrera en todo el mundo y se transformó en uno de los momentos claves de su larga lucha.

A partir de entonces se generalizó la lucha por las ocho horas y se aprueban movilizaciones que se concretan el 1° de mayo de ese año. Esa fecha, la del primer intento de los trabajadores norteamericanos de llevar a cabo una huelga general, es también una fecha clave en sus luchas. Su conmemoración se extenderá a casi todos los países del mundo, salvo los Estados Unidos, donde la burguesía no la reconoce y fija como Día del Trabajo un día arbitrario del mes de setiembre. Aún hoy la clase dominante norteamericana trata de acallar la impugnación de los mártires de Chicago.

En 1890 se intentará por primera vez una celebración internacional del 1° de mayo, con características de jornada de lucha. Las ocho horas seguían siendo el centro reivindicativo.

En Argentina ese 1º de mayo produjo la primera concentración importante en Buenos Aires. La burguesía comienza entonces a preocuparse ante el incipiente movimiento obrero, constituido en ese entonces por unos pocos miles de operarios, muchos de los cuales eran inmigrantes socialistas o anarquistas provenientes de Europa.

En el mismo año, 1886, se funda la Federación Norteamericana del Trabajo (AFL), que hacia fin de siglo reúne unos 500.000 afiliados. La AFL era una organización que reunía sindicatos de oficio. Este tipo de sindicalismo “viejo” pronto se verá en competencia con el nuevo sindicalismo industrial que proponen los Industrial Workers of the World (Trabajadores Industriales del Mundo), a los cuales la afiliación de los no calificados les daba una poderosa fuerza social. Esta organización surgió en 1905 y su vida fue importante y corta, pues desapareció con la Primera Guerra Mundial. En cambio, la burocratizada AFL siguió existiendo y en el curso de la guerra mundial firmó con la burguesía de los monopolios de Wall Street un pacto de “unión sagrada” que puso a la clase obrera norteamericana en condiciones de dependencia con respecto a los intereses de los capitalistas de ese país.

Bill Haywood, uno de los más destacados sindicalistas de los IWW, dijo en la AFL:

“Recordad que hay 35 millones de obreros en los Estados Unidos que no pueden unirse a la AFL. Esta no es una organización de la clase obrera. Es simplemente una combinación de monopolios de empleo.”

La afirmación alude al hecho de que, al mantenerse la AFL como sindicatos de oficio, la burguesía llegó a ácuerdos por los cuales los contratos de obreros en las fábricas se hacían a través de los mismos sindicatos. Así, éstos se transformaron en el aparato que reglamentaba la mano de obra al servicio del capital. La AFL saboteó las huelgas de diversos sectores obreros, como sucedió con los ferroviarios en 1894, organizados y dirigidos en la lucha nacional por Eugenio Debs, y también los mineros y los textiles.

Paralelamente al surgimiento del sindicalismo revolucionario de los IWW surgió un Partido Socialista. Su candidato para la presidencia fue el dirigente sindical Eugenio Debs. En 1900 los socialistas obtuvieron cerca de cien mil votos; en 1904, 400.000, y en 1912, 900.000. Este fue el momento de mayor auge de los IWW. Pero la crisis social en los Estados Unidos habría de resolverse con la participación en la guerra mundial y, a partir de allí, se produjo un cambio fundamental en las relaciones entre el capital y el trabajo en el marco de un nuevo panorama político.

La clase obrera en América Latina

La tradición artesanal, anterior a la Independencia, se mantiene vigente en América Latina durante la primera mitad del siglo XIX. Esto hará que las primeras organizaciones gremiales surjan como sociedades de apoyo mutuo. Por otra parte, es importante destacar que, en todo el continente, predominan las actividades primarias.

En 1850, en Chile, un grupo de obreros intelectuales organiza una sociedad, La Igualdad. Sus inspiradores son Francisco Bilbao y Santiago Arcos. La Sociedad Tipográfica, de tipo mutualista, le sigue poco después.

A ella pertenecen algunos patrones, pero tiene la importancia de ser la precursora del tipo de organizaciones que en Chile se denominarán “mancomunales”. En una década se duplican. Después de 1880 se desarrolla en el norte de Chile la economía del salitre, que será, por varias décadas, la principal actividad económica del país. Ello produce importantes concentraciones de obreros. En 1890, a partir de la acción de los rancheros que transportaban el salitre a Iquique, se lleva a cabo la primera huelga general. El éxito corona el movimiento. Las empresas deben acceder a los reclamos, modestos por cierto, de que se pagaran los jornales en plata.

Con todo, no faltó la represión y los signos de una situación realmente explosiva en el norte del país. Esta situación culminó con un movimiento que marcó una etapa de la historia del proletariado chileno. En 1907 se produjo la huelga de los obreros salitreros de Iquique, que culminó con la Comuna de Iquique. Los obreros se habían movilizado contra la desocupación y por reivindicaciones específicas de tipo sindical, como los aumentos de salarios, la reforma de las pulperías, la protección en el trabajo, etc. El movimiento terminó con la masacre de los obreros en la Plaza Santa María, donde se habían congregado con sus familias. Dos mil fue el número de muertos.

Esta derrota formará parte del avance cada vez más fuerte de los grupos obreros. Los pasos siguientes serán la fundación del Partido Socialista en 1912 y la formación de la Federación Obrera de Chile (FOCH), en 1919. Esta, junto a las reivindicaciones sindicales de la época, hace suyos los protocolos del Manifiesto Comunista. En todo este proceso tendrá gran valor la acción de Luis Emilio Recabarren, uno de los precursores más importantes de la organización obrera y del pensamiento socialista en el continente.

En la Argentina aparecen también, a partir de mediados del siglo XIX, organizaciones del mismo tipo que agrupan a tipógrafos, ferroviarios, sastres, zapateros, etc. En 1890 se crea la Federación Obrera, que publica un periódico, El Obrero. En ese mismo año se forma un Comité Internacional Obrero y se resuelve festejar el 1º de mayo como fecha de lucha del proletariado mundial. Un año antes, un delegado de la Argentina había concurrido a la fundación de la Segunda Internacional. Este hecho no es extraño si tenemos en cuenta las características del proletariado en la Argentina, constituido por los miles de inmigrantes europeos llegados en esos años. Esos inmigrantes, formados en medio del ambiente socialista y anarquista de la Europa del fin de siglo, trajeron con ellos las ideas sociales. A principios de siglo hay en la Argentina dos centrales obreras: la Federación Obrera, en manos de los anarquistas, y la Unión General de Trabajadores, que nuclea a los trabajadores socialistas. En 1890 se funda el Partido Socialista. La diferencia entre estos dos grupos es clara en la medida que se definen por su rechazo o aceptación de la lucha política. Entre los socialistas las ideas del marxismo sólo se manifiestan de manera muy genérica. Su elaboración sólo se producirá después de la guerra mundial y de la Revolución Rusa. Las luchas del movimiento obrero fueron importantes durante este período. Tanto es así que la burguesía debió elaborar y aprobar la Ley de Residencia, con el fin de expulsar del país a los extranjeros “indeseables”.

En 1909 la FORA y la UGT organizaron actos para el Primero de Mayo. La represión fue violenta: doce obreros muertos y más de cien heridos. Poco más tarde un joven anarquista, Radowitzky, mató al jefe de policía responsable de la masacre, el coronel Ramón Falcón. El gobierno decretó entonces el estado de sitio y fomentó la formación de grupos de civiles armados, parapoliciales, que llevaron adelante todo tipo de ataques contra los locales y dirigentes gremiales. El movimiento obrero en la argentina tuvo características marcadamente diferentes con respecto a los demás países, tanto por su estructura como por el origen inmigrante de sus componentes. Así lo verifican las publicaciones más importantes de la época: La Vanguardia (socialista) y La Protesta (anarquista).

En México aparecen desde época temprana diversos periódicos socializantes, El Socialista, La Comuna, La Huelga, todos en la década de 1870. También en esos años se da el intento más serio de formar un grupo obrero, El Gran Círculo de Obreros, el cual será el antecedente de la Casa del Obrero Mundial fundada ya en el siglo XX. Las luchas del proletariado mexicano cumplen una etapa importante con las huelgas de 1905 y 1906. Son las huelgas de Cananea y del Río Piedras. La primera la realizan los mineros y la segunda los obreros textiles, pero ambas son parte importante de la lucha contra el régimen dictatorial de Porfirio Díaz. La represión fue violenta. En el caso de la huelga de Cananea, en el norte, las tropas norteamericanas penetraron en el territorio de México en defensa de la empresa afectada, empresa cuyo capital era también norteamericano.

Los orígenes del movimiento obrero son más o menos semejantes en los demás países. De las modestas mutualidades se pasa a las reivindicaciones colectivas. Esto trae como consecuencia resistencias y luego huelgas. Represión y maduración. Formación ideológica y nuevas organizaciones. Se puede decir que el período que llega hasta la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa es el período de estructuración como clase del proletariado de América Latina y el de la aparición de sus primeras organizaciones sindicales y políticas.

La Revolución Rusa

La descomposición del imperio zarista se expresó en diferentes niveles, pero desde un punto de vista social se verificó en dos acontecimientos importantes: la liberación de los siervos, que, aunque parcial, era un síntoma de la crisis de la sociedad autocrática, basada en la servidumbre, y la revolución de 1905, que puso en crisis el poder político mismo. La revolución de 1905 vio nacer al Sóviet, órgano de poder constituido por obreros, campesinos y soldados, que surgió espontáneamente de la lucha de las masas explotadas. Esta experiencia será recogida a nivel organizativo por Lenin y madurará con la revolución de 1917.

La revolución rusa de 1917 se produce, fundamentalmente, en dos etapas. La primera, a partir de febrero, está constituida por la caída del zarismo y el gobierno provisional de un reformista moderado, Kerenski. La segunda, la de octubre, corresponde al momento en que los bolcheviques obtienen mayoría en el Sóviet y conquistan el poder para la revolución socialista.

De febrero a octubre se da una dualidad de poderes. Esa dualidad no es estable. En diversos momentos busca definirse. En julio, por ejemplo, sobre la base de una prueba de fuerza, la derecha quiere que el Sóviet salga a la calle para reprimir violentamente en las condiciones elegidas por ella. Los bolcheviques, conscientes de esto, retroceden tácticamente. El razonamiento de Lenin es muy simple: minoría en el Sóviet y la garantía del triunfo pasaba por la conquista de la mayoría de la representación como expresión de la aceptación mayoritaria por parte de las masas de la política revolucionaria socialista.

Por fin, en setiembre, los bolcheviques consiguen obtener la mayoría en el Sóviet y a partir de allí el objetivo cambia; se pasa a organizar las condiciones para la insurrección y la toma del poder. El camino va de la dualidad de poderes al poder soviético. En 1917 Lenin y los bolcheviques aplicaron las concepciones estratégicas y tácticas del marxismo. La unión que se produjo entonces entre la teoría y la práctica revolucionaria quedó como una lección histórica.

La Revolución Rusa rompe las estructuras del absolutismo y liquida simultáneamente las bases precapitalistas y capitalistas del país. Sus primeras medidas son significativas: se aprueba la paz (Rusia sale de la guerra mundial, guerra imperialista que llevaba los pueblos a la masacre en beneficio de los dueños del capital); ordena la abolición de los latifundios y la nacionalización de la tierra (a partir de allí se promoverá la planificación total de la economía y el colectivismo); se establece el control obrero de la producción, se forman comités de fábricas y se elimina la anarquía de la producción ajustando la producción fabril a la planificación nacional (el objetivo de la producción pasa a ser social y no función de los intereses del capital invertido); se disuelve la Asamblea Constituyente y se aprueban los principios de la Comuna de París (jornal no mayor que el de un obrero para todo funcionario y revocabilidad del mandato por parte de los representados en cualquier momento); se forma el Ejército Rojo sobre la concepción del “pueblo en armas”, que substituye al ejército burgués profesional.

La Revolución socialista en Rusia y sus realizaciones posteriores se proyectarán en el mundo contemporáneo como un hecho irreversible y de influencia capital. A partir de ella ya no se dividirá el mundo sólo en un sistema capitalista y sistemas precapitalistas. La clase obrera comienza a disputar a la burguesía, y el socialismo al capitalismo, la conducción da la humanidad.

De la Segunda a la Tercera Internacional

En 1888 diversas organizaciones obreras confluyen en una iniciativa cuyo objetivo es recordar el centenario de la toma de la Bastilla. Con tal motivo se reúnen en París, entre los días 14 y 21 de julio, dos Congresos que se postulan como representativos de la clase obrera. Uno de ellos, el convocado por el Partido Obrero de Guesde en la sala Pétrelle, es el que da origen a la Segunda Internacional. Después de dieciséis años se reúnen delegados de veintitrés países. La euforia y la resolución de forjar la nueva internacional están presentes en las palabras de Lafargue:

“Todos nosotros somos hermanos y no tenemos más que un único enemigo, el capital privado, sea éste prusiano, inglés o chino”.

Dada la reticencia de los obreros alemanes, se demora la puesta en marcha de la Internacional, pero poco después, bajo la guía de Engels, se consiguen superar las diferencias. En agosto de 1891 se reúne en Bruselas un Congreso que sella la unidad, incluso con los grupos que no habían participado en el Congreso de la sala Pétrelle, y con ello triunfa la concepción estratégica y táctica del marxismo.

Recordemos que en esa época ya existen partidos obreros de masas en los principales países europeos. La Internacional surge ahora no sólo como arma de la lucha ideológica, sino en función práctica, política, es decir, como herramienta para cambiar al mundo y no sólo interpretarlo, tal como lo quería Marx, muerto en 1883.

Pero faltaba todavía precisar la táctica y la estrategia. Surgen entonces dentro de la Segunda Internacional dos alas: la reformista y la revolucionaria. Al mismo tiempo que queda atrás la lucha contra los anarquistas y su supuesto apoliticismo, aparece dentro del marxismo la tendencia denominada “revisionista”. Ella “revisa” el planteo ideológico en la medida que reniega de lucha de las clases. En un momento difícil para la Internacional, la línea marxista es fortalecida y ratificada cuando el Partido Socialdemócrata de Alemania resuelve, en un Congreso en 1903, condenar

“de la manera más enérgica las tendencias revisionistas que tienden a cambiar nuestra táctica, probada y victoriosa, basada en la lucha de clases”.

Dos años después, la revolución rusa de 1905 crea, a pesar de la derrota, un clima de euforia en los círculos obreros y bajo su influencia se posterga el enfrentamiento entre los revisionistas y los revolucionarios.

El conflicto se vuelve a plantear ante la inminencia de la guerra de 1914. Es entonces cuando los revisionistas se pronuncian por el apoyo a la burguesía de sus respectivos países. Lo socialistas alemanes son más alemanes que socialistas, o por lo menos lo son sus direcciones revisionistas, y lo mismo sucede con los demás partidos. Sólo la nacionaldemocracia rusa, bajo la dirección de Lenin, enfrenta, desde la dirección del partido, la claudicación ideológica.

El resultado es la escisión entre una mayoría (bolchevique) que mantiene la concepción de la lucha de clases y del internacionalismo proletario y una minoría (menchevique) que se pliega a los proyectos bélicos de cada burguesía nacional: sus diputados votan los créditos de guerra en los respectivos Parlamentos. En pocos meses la guerra misma decide a las direcciones indecisas. Los intereses objetivos del proletariado alemán son defendidos por pequeños grupos internacionalistas y lo mismo pasa en Francia, Inglaterra y los demás países. La Revolución Rusa dará al final del período la razón a la concepción leninista. El marxismo‑leninismo se afianza. La crisis de la Segunda Internacional, que formalmente condenó al revisionismo pero que claudicó de hecho y masivamente se hizo revisionista, va a estar en la base del planteo de Lenin, quien en 1919, una vez terminada la guerra y con la garantía del triunfo revolucionario soviético, promovió la creación de la Tercera internacional con el objeto de reconstituir la internacional revolucionaria. Con la guerra quedó sepultada la posición reformista, pero el proletariado europeo y mundial debió pagar por ello un duro precio: ser carne de cañón en la masacre interimperialista de 1914‑1918.

La nueva ola de ascenso revolucionario que comienza en 1917 estará marcada profundamente por Lenin y por la estrategia y la táctica empleadas en la Revolución Rusa. De ahí su vigencia y su importancia en la historia de la clase obrera mundial.

Bibliografía

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Tradeunionismo inglés

A medida que se consolida el funcionamiento sindical reformista, surge en Inglaterra un descontento en las bases que se expresa en este documento, escrito “por un obrero consciente” (1890), y que refleja el proceso de la formación de una burocracia sindical:

“El antiguo sentido de las privaciones y de sujeción de la vida de un obrero se borra progresivamente de su espíritu y empieza a considerar cada vez más toda reivindicación como perversa e irrazonable. Es posible que a ese cambio intelectual se agregue una transformación todavía más nefasta. En nuestros días el responsable asalariado de un sindicato es objeto de la adulación y el halago de los burgueses. Es invitado a cenar en casa de éstos, admira sus buenos muebles, sus bellos tapices, la comodidad y el lujo de su existencia… Progresivamente su propio modo de vida cambia, y se encuentra en conflicto can los miembros de su sindicato… Atribuye entonces la ruptura a la influencia de una fracción de descontentos o quizá a las opiniones no razonables de la joven generación. Esta le encuentra orgulloso y pedante, demasiado prudente e incluso apático en sus actividades sindicales.”

Citado por B. S. Webb, History o f Tradeunionism, Londres, 1920, y reproducido por Morton y Tate, op. cit.

Importancia del nuevo sindicalismo inglés

Los nuevos sindicatos han sido creados en una época en que la fe en la eternidad del sistema asalariado está fuertemente quebrantada; sus fundadores y promotores son socialistas, sea de forma consciente o sentimentalmente; las masas cuya adhesión les dio fuerza eran groseras, subestimadas y despreciadas por la aristocracia obrera; pero tienen la enorme ventaja de que su mentalidad es un terreno virgen, totalmente libre de la herencia de los prejuicios burgueses convencionales que embarazaban la conciencia de los “viejos” sindicalistas mejor situados. Por eso vemos a esos sindicatos tomar la dirección del conjunto de la clase obrera y llevar cada vez más a remolque a los “viejos” sindicatos ricos y orgullosos… Los sindicalistas colaboran ahora con todas sus fuerzas de una forma completamente diferente, arrastran a la lucha a masas mudo más grandes, sacuden la sociedad mucho más profundamente y presentan reivindicaciones mucho más radicales: la jornada de ocho horas, una federación general de todas las organizaciones y una solidaridad total… Consideran sus reivindicaciones inmediatas como provisionales, aunque ellos mismos no tengan todavía conciencia plena de cuál es su objetivo final. Pero esta vaga idea se ha implantado en ellos con profundidad suficiente para que los sindicalistas elijan como dirigentes únicamente a socialistas conocidos.

Conceptos de una carta de F. Engels a Sorge, del 7 de diciembre de 1889.

El papel de la Primera Internacional

La policía burguesa se figura que la Asociación Internacional de los Trabajadores es una especie de conspiración secreta cuyo cuerpo central ordena, de tiempo en tiempo, explosiones en diferentes países. Nuestra Asociación no es en realidad más que la unión internacional de los trabajadores más adelantados de las diferentes comarcas del mundo civilizado. Como en todas partes, en cualquier forma y bajo cualquier condición, la lucha de clases va tomando cada día más y más incremento; es muy natural que los miembros de nuestra Asociación se encuentren en primera línea. El terreno en que esta lucha se desarrolla es la misma sociedad moderna, y no puede ser sofocada por una carnicería. Para sofocarla sería preciso que los gobiernos sofocaran el despotismo del capital sobre el trabajo, condición esencial de su vida parásita.

Los trabajadores de París, con su Comuna, serán siempre considerados como los gloriosos precursores de una nueva sociedad. La memoria de sus mártires será cuidadosamente conservada en el gran corazón de la clase trabajadora. La Historia ha clavado ya a sus exterminadores en esta eterna picota, de la que no conseguirán arrancarlos todas las oraciones de sus sacerdotes.

C. Marx, La Comuna de París (La guerra civil en Francia), fragmento del Manifiesto de la Primera Internacional del 30 de mayo de 1871.

Resolución sobre táctica socialista de la Segunda Internacional

“En un estado democrático moderno la conquista del poder político por el proletariado no puede ser el resultado de un golpe de mano sino de un largo y penoso trabajo de organización proletaria en el terreno económico y político, de la regeneración física y moral de la clase obrera y de la conquistó gradual de las municipalidades y de las asambleas legislativas.

Pero en los países en los que el poder gubernamental es centralizado, el poder no puede ser conquistado fragmentariamente.

La entrada de un socialista aislado en un gobierno burgués no puede ser considerada como el comienzo normal de la conquista política, sino solamente como un expediente forzado, transitorio y excepcional. Si, en un caso particular, la situación política hace necesaria esta experiencia peligrosa, se trataría de una cuestión de táctica y no de principio. El congreso internacional no está forzado a pronunciarse sobre este punto; pero, en todo caso, la entrada de un socialista en un gobierno burgués no permite que se esperen buenos resultados para el proletariado militante, a no ser que el Partido Socialista, en su gran mayoría apruebe un acto semejante y que el ministro socialista siga siendo el mandatario de su partido.

Por el contrario, en caso de que ese ministro se tome independiente de ese partido, o no represente más que una porción del mismo, su intervención en un ministerio burgués amenaza con conducir a la desorganización y a la confusión al proletariado militante; amenaza con debilitarlo en lugar de fortificarlo, y con obstaculizar la conquista proletaria de los poderes públicos en lugar de favorecerla.”

La enmienda Plejánov

“En todo caso, el congreso es de opinión que, aún en esos casos extremos, un socialista debe abandonar el ministerio cuando el partido organizado reconoce que este último da pruebas evidentes de parcialidad en la lucha entre el capital y el trabajo.”

Tomado de Patricia van der Esch, Le Deuxième Internationale (1889-1923).

Chamberlain define la política colonial británica en la conferencia colonial de 1897

Observen las condiciones de las Colonias. Imaginen —a pesar de que estoy casi avergonzado de imaginarlo aún para el propósito de un argumento—, Imaginen que estas colonias fueran separadas de la madre patria. ¿Cuál sería la posición del Gran Dominio del Canadá, El Dominio del Canadá está bordeado a lo largo de 3.000 millas por un poderoso vecino cuyas potencialidades son infinitamente más grandes que sus recursos actuales. Entra en conflicto con respecto a los más importantes intereses con el creciente poder del Japón, y aún en lo que respecta a algunos de sus intereses con el gran Imperio de Rusia. Ahora bien, que no se suponga por un momento que yo sugiero como probable —difícilmente me gustaría pensar que fuera incluso posible— que hubiera una guerra entre Canadá, o en nombre de Canadá, ya sea con los Estados Unidos o con algunas de las otras potencias con las cuales puede entrar en contacto; pero lo que pienso es que si Canadá no tiene detrás de ella hoy, y no sigue teniendo detrás de ella este gran poder militar y naval de Gran Bretaña, deberá hacer concesiones a sus vecinos y aceptar condiciones que podrían serle extremadamente desagradables en lo que respecta a estar en buenos términos con ellos en forma permanente. No podría, sería imposible para ella, controlar todos los detalles de su propio destino. Sería en mayor o menor grado, a pesar del valor de sus habitantes y del patriotismo de su pueblo, un país dependiente.

Observen otra vez a Australia. No necesito detenerme en el asunto por más tiempo, pero encontramos la misma situación. Los intereses de Australia ya han amenazado en más de una ocasión entrar en conflicto con una de las dos grandes naciones militares del continente y naciones militares, permítaseme agregar, que también poseen una de ellas en especial, una enorme flota. Pueden también surgir dificultades con las naciones orientales, con Japón, o aún con China, y en esas circunstancias las colonias de Australasia están exactamente en la misma posición que el Dominio del Canadá.

En Sud Africa, además de las ambiciones de los países extranjeros, a las que no necesito aludir, nuestras Colonias tienen rivales domésticos que están fuertemente armados, preparados tanto para la ofensiva como para la defensa; y digo otra vez, nada puede ser más suicida o más fatal para alguno de estos grandes grupos de colonias que separarse en este momento de las fuerzas protectoras de la madre patria o descuidarse de participar en estos recursos protectores.

Entonces lo que deseo es urgirles a ver, y pienso que estoy hablando a los que opinan como yo, que tenemos un interés común en este asunto y ha sido un orgullo que Australia en primera instancia, ofreciera voluntariamente una contribución a beneficio de la Marina Británica, además de su participación en sus propias defensas militares. Debemos reconocer también que la Colonia del Cabo ha seguido en este rumbo patriótico. No sé en qué condiciones pueden ofrecerse o continuarse estos donativos, pero, en todo caso, el espíritu con el cual han sido hechos es muy cordialmente correspondido en este país. El monto, claro está, es en este momento absolutamente insignificante, pero este no es el caso. Estamos mirando a las Colonias aún como a niños, pero que se aproximan rápidamente a la madurez. Probablemente en el curso de la vida, de alguno de nosotros, veremos duplicada la población y ciertamente en el curso de la vida de nuestros descendientes habrá grandes naciones donde ahora hay comparativamente escasa población; y el establecer desde el comienzo este principio de mutuo apoyo y de un verdadero patriotismo imperial es algo de lo que nuestros hombres de estado coloniales pueden estar bien orgullosos.

Tomado de Joseph Chamberlain, Selected speeches and documents on colonial policy (1763-1917).

Del alegato de Louise Michel, miembro de la comuna

Apóstrofe final del alegato que dirige al coronel Delaporte, presidente del VI consejo de guerra, que juzga a los miembros de la Comuna.

“Pertenezco por completo a la revolución social […]. Lo que exijo de vosotros que os afirmais Consejo de guerra, que os erigís en mis jueces, que no os ocultais como, la Comisión de las Gracias […] es el campo de Satory, donde ya han caído nuestros hermanos”.

“Es preciso apartarme de la sociedad; se os dice que lo hagais; ¡y bien! el comisario de la República tiene razón… ¡Ya que parece que todo corazón que late por la libertad no tiene derecho más que a un poco de plomo, yo reclamo mi parte también! Si me dejais vivir, no cesaré de exigir venganza a gritos y denunciaré, incitando a la venganza de mis hermanos, a los asesinos de la Comisión de las Gracias.”

Gazette des Tribunaux (Gaceta de los Tribunales), 17 de diciembre de 1871. Tomado de Louise Michel, La Commune. Histoire et souvenirs.

Asesinato de los comuneros de París

Los días pasaron. La Comuna había muerto hacía tiempo. Habíamos oído el último cañonazo de su agonía el domingo 28. Habíamos visto llegar un convoy de mujeres y de niños que se mandó de vuelta a Versalles, puesto que Satory estaba demasiado lleno, salvo a algunas de las mujeres, las más culpables, a las que dejaron con nosotros. Eran las cantineras de la Comuna.

Es imposible imaginar nada más horrible que las noches de Satory. Se podían entrever, por una ventana a través de la cual estaba prohibido mirar, bajo pena de muerte (pero no era cuestión de preocuparse) cosas como no se vieron jamás.

Bajo la lluvia intensa donde aparecían de tanto en tanto, a la luz de una linterna que se elevaba, los cuerpos acostados en el barro bajo formas de surcos o de olas inmóviles y se producía un movimiento en la espantosa extensión sobre la cual fluía el agua. Se oía el ruidito seco de los fusiles, se veían los fogonazos y las balas se desgranaban en el montón, mataban al azar.

Otras veces se llamaba por nombres, algunos hombres se levantaban y seguían una linterna que los precedía, los prisioneros llevando sobre la espalda la pala y la pica para hacer sus fosas, que ellos mismos cavaban, seguían luego a los soldados, al pelotón de ejecución.

El cortejo fúnebre pasaba, se oían las detonaciones, se había terminado por esa noche.

Testimonio de Louise Michel, detenida en la prisión hasta la sustanciación de su juicio.

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