La primavera de Praga  

Posted by Fernando in

Diana Guerrero y Conrado Ceretti

© 1973

Centro Editor de América Latina - Cangallo 1228

Impreso en Argentina

Índice

Un partido bien templado. 2

Los primeros sobresaltos 3

La propuesta de descentralización. 7

El fin de Novotny. 12

El comienzo de las movilizaciones 13

Contradicciones y “desbordes” 15

Los “Cinco” a la ofensiva. 17

Bibliografía. 19

Checoslovaquia según Sartre. 20

El manifiesto de las 2.000 palabras 21

Habla Fidel Castro. 22

En diciembre de 1967 comenzaron a aparecer, sólo en la prensa extranjera, los primeros síntomas de que algo está ocurriendo en Checoslovaquia. El corresponsal del diario francés Le Monde señala algunos hechos que podrían ser significativos. El más importante: la frialdad con que se festejó en Praga el décimo aniversario del acceso a la presidencia de Antonin Novotny, el duro y dogmático dirigente stalinista, uno de los principales responsables de las sangrientas purgas de los años 50, que acumula las funciones de primer secretario del PC y de jefe del Estado. Novotny pasará muy pronto a ser el objetivo principal contra el que se dirigirán los ataques de quienes buscan reformar y modernizar el sistema checoslovaco. Pero por el momento, la situación es confusa. Es decir, no se publican informaciones sobre lo que realmente está sucediendo. El plenario del Comité Central del Partido Comunista nacional, que se desarrolló del 19 al 21 de diciembre —del que algunos observadores políticos occidentales esperaban que quizás terminara introduciendo algún cambio en la asfixiante vida política checoslovaca— concluyó como tantas otras reuniones de rutina. Sin embargo, se supo más adelante, que en ese mismo momento un grupo de importantes militares preparaba un golpe de Estado para defender a Novotny frente al peligro representado por la actividad creciente de sus adversarios, ubicados como él en la cumbre del Partido. Entre ellos estaba el secretario general del Partido Comunista eslovaco, Alexander Dubcek, un desconocido que muy pronto pasaría a ocupar las primeras planas de la prensa internacional.

Un partido bien templado

Checoslovaquia, el país más adelantado y desarrollado industrialmente de Europa oriental, contaba al finalizar la Segunda Guerra Mundial con un poderoso Partido Comunista que controlaba todos los centros vitales del territorio nacional. Sin embargo, la Unión Soviética, por razones geopolíticas, postergó la toma del poder por parte de los comunistas. Estas razones la urgían entonces al entendimiento y a la cooperación con las potencias occidentales. El 5 de mayo de 1945 el pueblo de Praga se levantó contra los ocupantes nazis, mientras esperaba con impaciencia la llegada de las fuerzas liberadoras. Churchill quería que Praga fuese liberada por los occidentales, pero el general norteamericano Patton, que ya ocupaba Pilsen (importante ciudad industrial cercana a la frontera con Alemania), cumpliendo órdenes de Eisenhower, dejó al Ejército Rojo la tarea de liberar la capital checoslovaca. El 9, los tanques del mariscal Koniev penetraron en el recinto de la ciudad y fueron calurosamente aclamados por la población. Veintitrés años más tarde, otros tanques —también soviéticos— sembrarían la desesperación entre esos habitantes. Tras la liberación se crea la Segunda República, presidida por Eduard Benes, que había encabezado la Primera República entre 1935 y 1938, y era un hombre de Estado profundamente democrático, que durante toda su carrera política se comportó como un caluroso sostenedor de la cooperación con la URSS. Resultó, pues, muy comprensible que después de las elecciones del 26 de mayo de 1946, en las que el PC obtuvo el 38 por ciento de los votos (con lo que se evidenció como el partido más importante de Checoslovaquia), su líder, Klement Gottwald, fuese llamado por Benes para formar el nuevo gobierno.

Hasta 1947 Checoslovaquia fue el país más equilibrado de la Europa desgarrada. El gobierno encabezado por Gottwald incluía una mayoría de ministros marxistas y una minoría de social nacionales (nacionalistas, populistas y demócratas eslovacos). El Frente Popular así constituido funcionaba —caso único— sin grandes tropiezos, al igual que el sistema económico, en buena parte planificado pero armado según las expectativas liberales. Pero ese equilibrio no podía continuar. Al finalizar el reacomodamiento de posguerra, las dos potencias que dominarían el mundo a partir de ese momento comienzan a afianzarse en sus respectivas zonas de influencia. La desarrollada economía checoslovaca estaba orientada hacia Ocidente; entre los cinco Estados que constituyen sus principales proveedores, en el primer trimestre de 1947, no se encuentra ninguno de Europa oriental, y entre sus seis clientes más importantes, la Unión Soviética ocupa el último lugar. Pero el endurecimiento de la política internacional, en especial tras la aplicación del Plan Marshall (lanzado por Estados Unidos para reconstruir la Europa desvastada por la guerra), enfrenta a Checoslovaquia con una drástica decisión. O bien debe reorientar su comercio hacia el Este —tarea por cierto nada fácil ni rentable económicamente— o bien pasar totalmente a la esfera de influencia norteamericana, situación imposible desde un punto de vista político tras los acuerdos de Yalta. El “febrero victorioso” es la respuesta a este estado de cosas. Una lucha sorda se había establecido dentro del Frente Nacional de gobierno entre quienes se inclinaban por la aceptación de la ayuda norteamericana involucrada en el Plan Marshall y los comunistas que, a instancias del Kremlin, la rechazaban. Estas divergencias estallan el 20 de febrero. Los ministros no marxistas presentan sus renuncias al presidente Benes, convencidos de que éste no las aceptaría. El PC organiza manifestaciones de masas y reuniones de obreros y campesinos; desata una huelga general; arma milicias populares y organiza el control revolucionario de la administración pública. Tras cinco días de crisis, el 25 de febrero, Benés acepta las renuncias de los ministros y legaliza así la toma del poder por los comunistas.

En el nuevo gabinete, constituido también por representantes aislados de los otros partidos, éstos forman el grupo hegemónico. El Frente Nacional reorganizado se da como primera tarea la promulgación de una Constitución que establece “la vía checa hacia el socialismo”, calcada sobre el modelo soviético. Asimismo, lanza un programa revolucionario de tres puntos: depuración de los partidos políticos, implementación de medidas económicas tendientes a la reorientación de la economía y refuerzo de la alianza con la URSS y los demás Estados orientales.

Comienza en Checoslovaquia una época sombría. Basándose en la afirmación de Stalin de que tras la toma del poder se intensifica la lucha de clases, los hombres del aparato emprenden una campaña de eliminación de los supuestos enemigos del socialismo. Si bien en Checoslovaquia la atmósfera de “terror” no alcanzó los picos dramáticos de otras democracias populares, el número de víctimas y damnificados por las purgas fue cuantioso: entre 1948 y 1953 los presuntos crímenes políticos y económicos fueron castigados con 166 condenas a muerte, 138 a prisión perpetua y más de cien mil a penas variables de reclusión.

Asimismo, se acentuó el control ideológico y político sobre toda la población. La censura a la prensa y a toda manifestación oral y escrita que desagradara a los jerarcas stalinistas, el amordazamiento de los intelectuales y de los estudiantes, el férreo encuadramiento de los obreros mediante directivas emanadas desde arriba, así como el prolijo cuidado de evitar que éstos y aquellos unieran sus reivindicaciones en un movimiento común —tal cual ocurrió en la Primavera de Praga, produciendo una situación explosiva—, no consiguieron sin embargo vencer la vocación del pueblo checoslovaco por las libertades democráticas acordes con el desarrollo económico y social del país. De este modo, los primeros años del gobierno comunista están marcados por una continua lucha por el poder en las altas esferas del Partido (que recién se resolverá hacia fines de 1952 con la ejecución del secretario general del PC, Rudolf Slansky, y la victoria de la tendencia más dogmática, ciegamente devota a Stalin representada por Antonin Novotny) la crisis económica y el descontento de los trabajadores.

Así se expresa “el drama de un país que no construye el socialismo con sus propias manos”. Desde Moscú, Checoslovaquia tuvo que sufrir la imposición de un modelo importado. El socialismo desarrollado por la Unión Soviética para responder a las condiciones de un país atrasado, agrícola, casi sin proletariado ni burguesía, no tenía sentido en la Checoslovaquia industrializada y con un proletariado numeroso que había adquirido, a través de innumerables luchas, una vigorosa conciencia de clase.

Los primeros sobresaltos

Al morir Stalin, los hombres del aparato acostumbrados a aplicar incondicionalmente las directivas provenientes del Kremlin, quedaron inmersos en la incertidumbre. La política de Moscú no era clara. No obstante, se va delineando paulatinamente una tendencia hacia la liberalización, que se expresará ya claramente en el XXº congreso del PC soviético de febrero de 1956. Durante esos años, los dirigentes checoslovacos conducen moderadamente el proceso de desestalínización. También este período, tan duro en las otras democracias populares, lo fue menos en Checoslovaquia. No faltaron, claro está los sobresaltos.

El más importante ocurrió en junio de 1953. Por primera vez en la historia, se produce una revuelta obrera en un país comunista. La agitación comienza en Pilsen y se extiende rápidamente a otros importantes centros industriales como respuesta de los trabajadores a una devaluación monetaria implantada por el gobierno. Este, tras algunas semanas de duda, decide tomar medidas que enfrenten las dificultades en la producción. Pero, ante las protestas por el carácter marcadamente antisocial de esas medidas, se ve obligado a dar marcha atrás. Se abre así un período de demagogia obrerista que permita a los hombres del aparato llevar adelante una distensión imprescindible del clima social, sin perder el control de la situación.

Esta, sin embargo, amenazaba con desplazarse fuera de sus previsiones. La cúpula partidaria, hasta entonces, había producido como el hecho más significativo de su postura desestalinizadora una revisión bastante sui generis de las sonadas purgas de los años 50, El trámite consistió en que los mismos líderes stalinistas que sanearon el PC local de titoístas, nacionalistas y, en general, “agentes infiltrados de la reacción imperialista”, acomodaron esta vez los hechos para presentar a algunas de las víctimas más descollantes de esos años de “terror” como secuaces del difunto dictador soviético. Se trataba, por ende, de una mera prestidigitación verbal. Para rehabilitar definitivamente a los purgados habría que esperar algunos años todavía.

En abril de 1956 se llevó a cabo en Praga el II Congreso de la Unión de Escritores checoslovacos. Esos intelectuales, que se habían marginado de los reclamos obreros de 1953, formularon en la oportunidad un par de principios fundamentales de orden moral inquietantes para el régimen: en primer lugar, el de la verdad, o sea el de la obligación —para un escritor— de no escamotearla. Después, el de la conciencia; vale decir el de cómo conciliar todo lo ocurrido en la vida nacional, hasta ese momento, con la conciencia individual. “Ello hace suponer que en el curso de los últimos años —declaró el poeta Jaroslav Seifert— los escritores no hemos dicho la verdad. ¿Es cierto o no? ¿Libremente o no? ¿Espontáneamente u obligados?”. Y concluía: “Pienso que hemos fracasado al respecto en todos estos años, en los que no hemos sido ni la conciencia de las masas ni nuestra conciencia”.

”Tenían que reventar o encontrar la verdad”, afirma el filósofo francés Jean-Paul Sartre, al comentar la situación. “No la verdad del sistema: aún no estaban armados para enfrentarla, eso vendría después, sino la verdad de sus vidas, de todas das vidas checas y eslovacas. Nada en las manos, nada en los bolsillos, absteniéndose de toda interpretación: volver a los hechos primeros, a los hechos ocultos, disfrazados”.

1956 marca así el año del primer “deshielo” verdadero en Checoslovaquia y fue sin duda una anticipación directa de la Primavera de Praga. Los interrogantes de los escritores señalan la problemática subyacente al país: la necesidad de hacer una revolución política que permita asumir el control de un sistema ajeno y enajenante. Los estudiantes y la juventud de Praga y Bratislava se movilizan por los mismos objetivos, reclamando medidas democráticas que permitan cambiar el contenido de la vida pública. Pero estos reclamos encuentran un eco muy limitado entre los obreros, sin que se produzca la colusión necesaria que permita librar una batalla eficaz contra el aparato stalinista. Sus medidas demagógicas habían logrado, por el momento, desmovilizar a los trabajadores.

Así, el PC —a cuyo frente se encuentra desde la muerte de Gottwald acaecida una semana después de la muerte de Stalin, un mediocre y tenaz burócrata, Antonin Novotny— consigue desviar la exigencia de que se convoque un Congreso extraordinario del Partido para revisar los “abusos” del período stalinista. Para demostrar que no es ajeno a los reclamos de la base, pero que sigue siendo el dueño de la situación y que, simultáneamente, las revelaciones de Kruschev acerca de los crímenes de Stalin no implicaban un cambio en la política del PC checoslovaco, Novotny se apresura a convocar una Conferencia Nacional, en vez del Congreso extraordinario solicitado, cuyos delegados digitados aprueban la decidida contraofensiva de la dirección del Partido. La Conferencia, en junio de 1956 marca el fin del breve deshielo.

El PC checoslovaco fue de este modo el primero de todos los partidos comunistas del bloque soviético que superó sin demasiados problemas las serias conmociones sucitadas tras el XXº Congreso del PC de la URSS: se acabaron todas las discusiones, y en especial aquella que planteaba la posibilidad de una vía “específicamente checoslovaca” hacia el socialismo.

Por primera vez se habían hecho públicas reivindicaciones políticas coherentes. Pero, a diferencia de lo ocurrido en Polonia y Hungría durante el mismo año, donde éstas se dirimieron con sangre en las calles, los checoslovacos, fieles a lo que se ha dado en llamar su “mentalidad pragmática”, no encararon una lucha frontal. Lo mismo ocurriría en 1968, aunque la madurez de la situación política en ese momento, impediría a los hombres del aparato resolver tan pacífica y fácilmente las cosas como en el 56.

Los acontecimientos de Polonia y Hungría implicaron una lección importante para los dirigentes del PC checoslovaco. Se planteaba una pregunta: cuál era “la preparación teórica de la contrarrevolución”? La respuesta fue rápida: el comunismo nacionalista, cuyo principal exponente era la concepción de Tito sobre las diversas vías hacia el socialismo, basado ideológicamente en el “revisionismo”. Este fue definido como el arma ideológica del enemigo interno, y más ampliamente, del capitalismo. Su daño resultaba mayor dado que aparecía disfrazado de marxismo. Los representantes de los Partidos Comunistas reunidos en noviembre de 1957 en Moscú, lo proclaman “el peligro más grande que amenaza al comunismo”. De hecho, la lucha contra el “revisionismo” en Checoslovaquia tenía un solo objetivo, mantener el puesto dirigente del Partido en todos los ámbitos de la vida, en especial, el poder absoluto del Politburó de Novotny. Para ese entonces éste, muerto el mismo mes el presidente Zapotocky, acumulaba los cargos de secretario general del Partido y de jefe del Estado, y el principal cometido de su gestión autoconservadora —al margen de la lucha contra la “vía yugoslava”— estuvo constituido en los primeros tiempos por una campaña semejante, y no menos intensa, contra la “vía polaca”.

Los sucesos de Hungría no abrieron espacio alguno para reformas o reacomodamientos.

Pero en Polonia se produjeron cambios tan manifiestos como inquietantes, si bien su duración abarcó escasos meses. Entre otros, cabe mencionar la afirmación de la independencia nacional frente a la URSS; la garantía de la propiedad privada a dos agricultores y la introducción de la autogestión obrera en la industria (“pecado” típicamente titoísta), a lo que hay añadir la reconciliación del Estado con la Iglesia, una merma significativa de la represión y mayores libertades en el terreno artístico y cultural. Tales aperturas fueron más mal vistas en Praga que en Moscú. Novotny, temiendo el contagio, ordenó la interferencia de las emisiones de Radio Varsovia, a la vez que desataba una guerra verbal sin cuartel contra el “desvío” de sus vecinos.

Ese ejemplo, criticado en todas sus expresiones, sirvió para que el Politburó del PC checoslovaco se repitiese a sí mismo. En consecuencia, el estalinismo de sus dirigentes repuntó con nuevo vigor, y volvió a reiterarse la fidelidad inquebrantable al Kremlin. En el XI° Congreso del Partido, realizado en junio de 1958, el diseño de la línea económica estuvo caracterizado por la copia acrítica del modelo soviético: se priorizaba el desarrollo de la industria pesada en desmedro de la producción de consumo y de la agricultura y, por añadidura, se introdujeron en Checoslovaquia algunas innovaciones khruschevistas como la del acercamiento del trabajo manual e intelectual, experiencia fallida en la propia URSS.

El problema eslovaco

El colmo de esa actitud más bien servil fue alcanzado en julio de 1960, transformando a la vieja democracia popular en una República Socialista. La nueva Carta Magna, por añadidura acentuaba el papel centralizador de Praga. Con ello, la hostilidad entre checos y eslovacos asumía una tirantez mayor. Eslovaquia siempre fue el talón de Aquiles del comunismo checoslovaco. Región pobre y atrasada, obtuvo pocos beneficios con la creación, en 1918 (tras el desmembramiento del Imperio austro-húngaro), del Estado binacional. El sentimiento de ser colonizados cultural y materialmente por los checos, más ricos que ellos, mantuvo vivo en los eslovacos su rencor hacia la administración praguense. El programa de la segunda República, proclamada en 1945, estatuía la igualdad administrativa entre ambas nacionalidades, pero en los hechos siempre se la ignoró, y todas las decisiones importantes concernientes a los eslovacos se adoptaban en Praga, mientras Bratislava —capital de Eslovaquia— se limitaba a tomar cuenta de ellas. Incluso durante las purgas de los años 50, se inventó un nuevo cargo criminal: el de “nacionalismo burgués”, que se aplicó a algunos dirigentes políticos que pretendían la autonomía o al menos cierta independencia de su región frente a la centralización checa. Bajo tal acusación fueron ejecutados muchos miembros y funcionarios del PC eslovaco, mientras un número mayor de ellos sufrió prisión o persecución. Tal el caso del actual jefe de Estado checoslovaco, Gustav Husak, que pasó largos años encarcelado. Este estado de cosas unió a amplias capas de la población eslovaca —aun a aquellas no comunistas— en torno a su Partido nacional contra la opresión checa, visiblemente encarnada para ellos en Novotny. Se desarrolla así, dentro del mismo Partido, una corriente local que se opone a la camarilla dominante. Hacia la mitad de los años 60, la oposición al duro secretario general no dejó de crecer. Pero para él, el Partido de Bratislava no era más que un “promotor de tesis equivocadas” y de “ataques histéricos” contra la dirección central de Praga. Claro está que de esos “ataques histéricos” y esas “tesis equivocadas” se hacía responsable también la Unión de Escritores checoslovacos, cuyo semanario Literarni Noviny, leído por medio millón de conciudadanos, cumplió un papel destacado en la lucha contra el aparato, sin escatimar artículos que analizaban los vicios de los regímenes totalitarios. Esta lucha interna, generalmente desfavorable a los eslovacos, conoció una victoria decisiva en 1964, cuando a instancias del Partido de Bratislava, fueron exonerados de sus funciones algunos miembros eslovacos del Comité Central del Partido, a quienes sus connacionales consideraban stalinistas, simultáneamente, algunos eslovacos liberales asumían puestos importantes en el Partido y el gobierno. Entre ellos, Alexander Dubcek, primer secretario del PC eslovaco.

De este modo, la “revuelta” eslovaca tuvo un papel muy importante en los acontecimientos que vivió Checoslovaquia a partir de 1963, y señaló para el régimen de Novotny el comienzo del fin. De ahí en más, la burocrática conducción, del partido debía mantenerse a la defensiva.

Una de las principales reivindicaciones de los eslovacos había sido la de pedir que la desestalinización se llevase coherentemente a cabo, y algo de eso ocurrió, en medio de las contradicciones habituales. A título póstumo, se rehabilitó a numerosos purgados, y la vida cultural gozó de una relativa atmósfera de libertad. Intelectuales, periodistas y escritores por un lado, y los hombres duros del aparato por el otro, libraron continuas escaramuzas. La censura y el amordazamiento de toda expresión mantenía el mismo rigor, pero con constantes fisuras; ya no alcanzaba a silenciar las críticas, iban subiendo de tono. Los jerarcas del Partido intentaban manejar la situación mediante un juego combinado de concesiones y restricciones. Así, se atenuaron los impedimentos para que los ciudadanos viajasen a los países “capitalistas” del Oeste; y se permitió dentro de ciertos limites la lectura de la prensa extranjera y de algunos libros hasta entonces prohibidos, mientras se lanzaban simultáneamente violentas campañas contra el “desviacionismo ideológico”, que desembocaban muchas veces en una aplicación rigurosa de la censura.

En definitiva, sin embargo, Novotny no pudo parar la ola de críticas y de reclamos por una mayor liberalización del régimen, que de algún modo podían apoyarse en las conclusiones del XXIIº Congreso del PC de la U.R.S.S. celebrado en 1961, y en cuyo transcurso volvieron a denunciarse con mayor énfasis los crímenes de la época de Stalin. Los intelectuales siguieron siendo la punta de lanza de la lucha antiburocrática, y volvieron en 1963, con ocasión del IIIer. Congreso de los Escritores checoslovacos, a plantear sus críticas generales al régimen. Una vez más, los eslovacos vanguardizaron estas demostraciones. En una reunión posterior al encuentro de los poetas y novelistas nacionales, éstos insistieron en que el aparato de Novotny no sólo no liquidaba las consecuencias del trágico período stalinista, sino que además proseguía utilizando los mismos métodos característicos de esa época. En general, los intelectuales continuaban bregando por desentrañar las causas profundas del malestar que padecía la sociedad checoslovaca. A su coro, por entonces, se agregó otra categoría de intelectuales —los teóricos de la economía— que llevaron a fondo su ataque contra la política del régimen.

Por primera vez en una democracia popular (y con mayor razón en la República Socialista que Checoslovaquia era desde 1957), un joven economista checo, Radoslav Selucky, denunció públicamente el “culto al plan”, al que atribuyó la pésima marcha de la economía.

En efecto, el balance económico de Checoslovaquia resultaba catastrófico. Sus rasgos salientes eran el costo cada vez más alto de la producción, la lentitud con que se aplicaban las medidas adoptadas por la conducción, el subequipamiento del campo y la baja constante de la producción agrícola. La ruptura de las relaciones comerciales con China, por lo demás, llevó al colmo del malestar industrial.

Como ya vimos, todo ello se desprendía de la imitación servil de los modelos soviéticos. A causa de esto, un país que antes de la Segunda Guerra se hallaba a la cabeza de la industria europea, se empantanaba ahora en una situación absurda. Por todo el territorio cundían historias tragicómicas que hacían referencia a ese desfasaje. La prioridad impuesta por la URSS a las inversiones en la industria pesada, la obligación de “producir por producir”, tal como debió hacerlo la Rusia atrasada inmediatamente después de la Revolución del 17, no condecía con las características reales de Checoslovaquia, donde hubiesen sido más fructíferos planes que, partiendo del alto grado de desarrollo alcanzado por este pequeño país, contemplaran las auténticas necesidades de sus habitantes. No tenía sentido hacer de Checoslovaquia, ampliamente abierta al intercambio, un modelo a escala reducida de la autárquica Unión Soviética.

La propuesta de descentralización

Cada vez se fue haciendo más urgente la necesidad de una descentralización y en especial, la reforma de la gestión en las empresas, que aparecía como prioritaria. Estas, carentes de toda iniciativa, tenían que cumplir ciegamente las estipulaciones del plan, a despecho de cualquier idea de calidad o rentabilidad y someterse a los dictados de administradores incompetentes.

Las críticas de Selucky, lanzadas a comienzos de 1963, dieron inicio a un debate de especialistas, en su mayoría comunistas y miembros relevantes de la Universidad y de los institutos económicos, sobre todo de la Universidad del Partido, estrechamente ligada al Comité Central. Entre ellos destacaba Ota Sik, integrante de este último, a quien después cabría una actuación de primera fila tras la caída de Novotny. Sin hesitar, los economistas encararon el problema. Sik enunció la idea fundamental en que se basaba la reforma propuesta: ésta no podía ser realizada a menos que se produjesen cambios en la estructura política y administrativa del país.

Siete puntos resumían las instancias fundamentales de esa posición:

1) Debería permitirse la crítica al “socialismo” (vale decir al régimen) en tanto que orden político.

2) Tal crítica establecería que algunas de las leyes tradicionales de la economía política socialista ya no resultaban válidas.

3) La nacionalización y la colectivización son los medios y no los fines de la economía; en cada caso tendrían que estar al servicio del pueblo, y no el pueblo a su servicio.

4) Habría que descentralizar la planificación. Esta debería ser elástica y tomar en cuenta todas las condiciones que determinan la real economía del país.

5) Las leyes de la demanda y la oferta deberían convertirse en las reglas supremas de la economía, y sobre la base de ellas habría que fijar los precios.

6) Los especialistas en economía política deberían tener acceso a los datos reales de la economía checoslovaca, y poder disponer de las obras sobre economía publicadas en Occidente.

7) Los economistas miembros del Partido ya no deberían limitarse a ser simples propagandistas que trasmiten las directivas económicas del Partido, sino que el Partido debería asumir como base de su política económica el análisis científico y las indicaciones de los economistas.

Se va consolidando de este modo y adquiriendo unificación ideológica una nueva élite administrativa, técnica y científica, que aspiraba a obtener poderes cada vez mayores y en especial la independencia frente a los ignorantes apparatchiki. Tal grupo, mejor capacitado, apuntaba a la modernización de todas las estructuras del país, y fue el núcleo impulsor de la Primavera de Praga.

En oposición a ellos, los teóricos dogmáticos del Partido no hallaban argumentos que contraponerle, tanto por su inaptitud como porque la realidad económica nacional era una acusación la errónea política propiciada por ellos hasta entonces.

Pero si el equipo de Novotny ya había quedado rezagado con respecto a la situación, no había perdido su poder. La descentralización exigida por las nuevas generaciones de economistas podía minar —y de hecho lo hizo cinco años más tarde— la hegemonía del aparato. El proyecto del grupo dirigido por Ota Sik fue sometido a la discusión pública a fines de 1963 y adoptado por el Comité Central un año después. Pero este modelo, llamado oficialmente “Nuevo sistema de gestión de la economía nacional”, tuvo que esperar todavía cinco años y la disolución de la estructura dogmática del poder para ser aplicado por lo menos en parte. De hecho, el “nuevo sistema” tomaba en consideración los principios que en la misma época se discutían en la URSS: la rehabilitación de la ganancia, de la noción de rentabilidad y del mercado. Las primeras tentativas que se hicieron para ponerlo en práctica no sólo chocaron con la hostilidad de los apparatchiki sino también con la resistencia de los trabajadores. La posibilidad de que fuesen cerradas las fábricas no rentables resucitaba el temor a la desocupación. Asimismo, el desnivel previsto de los salarios, aparecía como un atentado al nivel de vida de la mayoría.

Por el contrario, los intelectuales, profesionales y técnicos, apoyaban calurosamente la descentralización de la economía, en la que veían no sólo un orden de cosas más eficaz sino también la garantía de un mayor bienestar para ellos. Así, la crisis económica acercaba peligrosamente el estallido de una crisis social. El año 1967 fue decisivo. Para Novotny debía ser “el año de la disciplina”. Para sus adversarios, la oportunidad de enfrentar definitivamente la política stalinista del Partido. En el primer número anual del semanario “Literarni Noviny”, el audaz órgano de la Unión de Escritores, que desempeñaría un papel primordial en la explosión venidera, se afirmaba: “Nos preguntamos si el espíritu de la libertad no se ha transferido en este momento a otra parte: al intento de formular una alternativa socialista positiva”.

La respuesta a ese interrogante fue dada en el marco del IV° Congreso de Escritores, realizado en Praga en julio. El vapuleado grupo de Novotny había manifestado su deseo de que no se produjesen escándalos durante su desarrollo, pero un puñado de escritores ya había decidido utilizar el Congreso como una tribuna desde la cual denunciar al régimen, y estaba dispuesto a pagar el precio que fuera necesario.

Su vocero fue el joven novelista comunista Ludvik Vaculik, quien pronunció un discurso del que se puede afirmar que inicia la revuelta checoslovaca. En su requisitoria contra el régimen stalinista, Vaculik expone que, si bien la revolución tuvo éxito, continúa planteándose el problema del poder y su tendencia a perpetuarse, a homogeneizarse, a elevarse por encima de la sociedad. Así se acentúa la distancia entre gobernados y gobernantes y el poder se identifica con una casta, lo que Vaculik llama “dinastización”. Repetidas veces señala el discurso que la enfermedad stalinista del comunismo no se origina en Checoslovaquia: nadie dejó de entender que estaba aludiendo a la Unión Soviética. Así, reseña Vaculik,

“ocurrieron algunos hechos que no son explicables si solamente se consideran las condiciones existentes en el país, y que no tienen origen ni en el carácter de la población ni en su historia. Cuando se habla de este período y cuando buscamos causas que expliquen por qué hemos perdido tanto, ya sea moral como materialmente; porque estamos económicamente atrasados, los grupos dirigentes dicen que ‘era necesario’. Quizás era necesario para el desarrollo espiritual de los órganos del régimen, que obligaron a todos los sostenedores del socialismo a realizar la experiencia de ese desarrollo juntamente con ellos. Resulta indispensable comprender que, en los últimos veinte años, no se resolvió ningún problema humano: desde las necesidades elementales como la vivienda, las escuelas y el bienestar económico hasta las más hermosas exigencias de la vida que ningún sistema no democrático puede satisfacer; por ejemplo, el sentirse plenamente realizado dentro de la sociedad; el subordinar las decisiones políticas a criterios éticos; el creer en el valor del trabajo aunque sea subordinado; la necesidad de confianza entre las personas; la educación de todo el pueblo. (…)

Constato que no hemos dado a la humanidad ninguna idea original ni ninguna nueva inspiración;

constato que ni siquiera tenemos, por ejemplo, ideas propias sobre los métodos de producción o sobre cómo evitar ser asfixiados por los resultados de la producción. Imitamos sin rebelarnos la civilización deshumanizante de tipo norteamericano, repetimos los errores del Este y del Oeste…”

Definiéndose a si mismo como un hombre “de exigencias de absoluta moral pero mal informado”, Vaculik finaliza su intervención puntualizando que

“mi crítica al poder en este Estado no es una crítica al socialismo. No pienso que haya sido necesaria la evolución que hemos conocido, y no identifico a tal poder con el socialismo, con el que él mismo busca identificarse. Tampoco es cierto que su destino sea idéntico, y aquellos que ejercitan el poder (…) si viniesen aquí y preguntasen si el socialismo es realizable, deberían aceptar como expresión de nuestra buena voluntad y al mismo tiempo de nuestra más elevada lealtad cívica, esta respuesta: ‘No lo sé’”.

Lo que el joven escritor no dijo, pero impregna todo su discurso, es que para completar la revolución social de 1948 Checoslovaquia necesitaba una revolución política.

Sus declaraciones, de todos modos, le valieron ser expulsado del Partido en setiembre. Asimismo, y tras una violenta réplica de Novotny, decidido a quebrar la acción de los intelectuales, el responsable de los asuntos culturales del Partido, Jiri Hendrych, adoptó medidas contra la Unión de Escritores, recomponiendo los comités de redacción de diferentes publicaciones y sobre todo poniendo fuera de su control el popular “Literarni Noviny”, que pasó a ser editado por el ministerio de la Cultura. Ante esta situación, la población reacciona según el modo peculiar que exteriorizará una vez más durante los dramáticos acontecimientos de agosto de 1968, cuando los tanques soviéticos invaden el país: ejercitando una suerte de resistencia pasiva, no compra la nueva versión del semanario en el cual los escritores se niegan a colaborar.

Los hombres del aparato no hallan manera alguna de modificar esta actitud y su prestigio se resiente.

El poder, por lo demás, debió enfrentar simultáneamente la protesta de otro grupo mucho más turbulento: los estudiantes. Era casi permanente entre éstos un estado de agitación y en especial su intento de crear una organización independiente de la Unión de la Juventud oficial. El 31 de octubre, una pacífica manifestación callejera en la que los universitarios reivindicaban mejoras habitacionales, fue disuelta por la policía con granadas lacrimógenas y bastonazos. De inmediato, los estudiantes comienzan a organizarse a fin de montar un acto de protesta tanto contra la represión como contra el modo en el cual la prensa presentó los hechos referidos. Las sucesivas reuniones realizadas culminan en un mitin en la Universidad Carlos de Praga. Su vicerrector, que gozaba de mucha audiencia entre los universitarios accede a dialogar con la nutrida concurrencia. Tras larga discusión, convence a los manifestantes de que no lleven adelante su decisión de enviar comisiones a las fábricas para informar a los obreros de lo que realmente ocurrió el 31. Finalmente, el mitín vota una moción por la cual se exige la representación de los estudiantes en una comisión investigadora, la redacción —por los mismos universitarios— de dos páginas del diario “Mlada Fronta” a fin de ofrecer la propia versión de aquellos sucesos y la organización de un debate radial sobre el tema, entre representantes de los estudiantes y del gobierno. La situación aparece así como muy peligrosa para el régimen. En efecto, once años atrás, en Polonia y en Hungría, también fueron los escritores quienes, con sus reivindicaciones democráticas iniciaron las revueltas conocidas en ambos países. A su zaga, se alinearon los estudiantes, enarbolando los mismos reclamos pero con mayor fogosidad. Poco después la clase obrera se ponía en movimiento, elegía sus consejos, manifestaba, desataba huelgas. El aparato del Partido se desmoronó. Los jerarcas soviéticos y checos conocían de sobra este modelo y sabían que la agitación de los escritores y de los estudiantes en un contexto de crisis social resultaba una amenaza tremenda. Su reacción en Praga, en consecuencia, será la misma que la de sus homólogos en Polonia y en Hungría: frente al movimiento reivindicatorio, se dividen en liberales (que no ignoran la ineficacia de la represión abierta y prefieren permitir que algo cambie para salvar lo esencial) y conservadores, decididos a cortar las alas a esos protestatarios antes de que su agitación cobrase demasiado vuelo. Como quiera que fuere, el aparato también aquí quedará fisurado. Estalla la lucha. Su eje va a ser la “acumulación de cargos” —primer secretario del Partido y presidente de la república— en la persona de Novotny. Toda una serie de discusiones, la mayor parte de las veces retóricas o escamoteadoras, se irán desarrollando en la cúpula del Partido en los últimos meses del año. La división entre liberales y conservadores se configura como el enfrentamiento de dos fracciones. Unos y otros recuentan febrilmente los efectivos de que disponen. Se producen en la superficie fricciones provocadas muchas veces por problemas secundarios. Así, por ejemplo, en el plenario del Presidium del 30 y 31 de octubre, uno de sus 10 miembros, Alexander Dubcek, hace consideraciones desagradables sobre Novotny a propósito de una cuestión de procedimiento. Este reacciona violentamente e incluso llega a tratarle de “nacionalista burgués eslovaco”, calificativo que unos años antes hubiera significado para quien lo recibía la prisión y la horca.

Estos ocultadores juegos verbales eran el reflejo desfigurado de lo que estaba ocurriendo en el país. Precisamente la noche en que se clausuró el plenario, los estudiantes manifestaban en las calles de Praga. Un alto funcionario del Comité Central, comentando el hecho y la represión subsiguiente, confió desesperado a un periodista francés:

“Por primera vez en la historia de nuestra república, muchachos nacidos y educados en el régimen, que no sufrieron otra influencia que la de la educación socialista, fueron golpeados por la policía, y coreaban consignas hostiles al gobierno y al Partido”.

Durante el mes de noviembre se acentúa el clima conspirativo. Aprovechando la ausencia de Novotny, en visita a Moscú para celebrar allí el 50º aniversario de la Revolución bolchevique, sus opositores en el aparato (tanto los eslovacos como los partidarios de la reforma económica encolumnados tras Ota Sik), aguzan sus armas para emprender la lucha contra la “acumulación”. La respuesta del primer secretario, a su regreso, es bastante insólito pero congruente con su personalidad: invita a toda prisa a Leonid Brezhnev, su par en la conducción del PC soviético. Este acude al llamado y pasa tres días en Checoslovaquia, aparentemente desentendido de lo que consideraba un asunto subalterno.

En diciembre, Ota Sik mociona en favor de la renuncia de Novotny a su cargo partidario. Las fiestas de Navidad, sin embargo, introducen un respiro deseado por todos. En primer lugar, por el cuestionado Novotny, quien comienza a preparar muy prolijamente el plenario próximo, que deberá sesionar en enero, aunque tratando de diferir la fecha de su celebración porque en él habrá de ser oída una comisión preparatoria que se expedirá en torno al problema de la “acumulación”. El primer secretario intentará aprovechar este lapso para establecer contacto con los jefes del ejército y de la policía a fin de montar una acción armada preventiva. Más tarde se hizo público que Miroslav Samula, jefe de la 8° Sección del Comité Central (o sea responsable de la seguridad), había preparado una lista con los nombres de las personas a encarcelar. Eran más de mil, e incluía entre otros al novelista Vaculik y a Dubcek. Las iniciativas putschistas de Novotny chocaron con la resistencia de numerosos oficiales superiores, y finalmente no hallaron eco. Sólo le quedaban las milicias populares, cuyo jefe era por su condición de primer secretario del Partido, y apalabró a esas unidades paramilitares para que se congregaran en Praga a comienzos del nuevo año. Pero en el viceministerio de Defensa, sus opositores se arreglaron de modo de mantener a las milicias, bien alimentadas, en un cuartel capitalino, sin posibilidades de actuar.

El fin de Novotny

Fracasada la maniobra golpista, los novotnystas perdieron definitivamente la partida al iniciarse el plenario del 3 de enero de 1968. Por mayoría, su líder fue separado de la suprema conducción partidaria.

Se abrió entonces el problema de la sucesión. Dos candidatos surgieron: Oldric Cernik, apoyado por Dubcek y los liberales, y Josef Lenart, propuesto por Novotny. Tras un debate que duró toda una noche, Lenart intentó conciliar a ambas fracciones auspiciando el nombre de Dubcek. Caracterizado como un apparatchik blando y sin demasiado relieve personal, educado en la Unión Soviética, el primer secretario del PC eslovaco, por su misma nacionalidad, aparecía ante los novotnystas como un sucesor poco durable. El propio Novotny lo propuso al plenario y Dubcek fue votado por unanimidad. El 5 de enero, los checoslovacos se enteraron de la eliminación de Novotny del puesto de primer secretario del Partido, y la experimentaron como un acontecimiento de primer magnitud. El objetivo esencial del nuevo equipo dirigente es la aplicación de la reforma económica, que como ya vimos suscitó resquemores en la clase obrera y una temerosa repulsa en los hombres del aparato. Así, las primeras semanas del flamante secretariado están pautadas por la prudencia: Dubcek realiza un viaje a Moscú, no se toma ninguna medida importante, se pronuncian muy pocos discursos y se trata de crear una atmósfera de confianza y tranquilidad.

Actúan a manera de elementos de distensión hechos como el estudio de un nuevo Programa de Acción del Partido, cuyos puntos principales son la aplicación de la reforma y la federalización del Estado. Además, y para acentuar el giro tecnocrático de la gestión iniciada, se llama a técnicos y profesionales sin partido a colaborar. Simultáneamente, Dubcek mejora las relaciones del Partido con los intelectuales, y devuelve al control de los escritores el semanario “Literarni Noviny” que aparecerá rebautizado como Literarni Listy.

La oposición de los intelectuales y de los estudiantes había logrado algún éxito, pero no quedaba descartada la posibilidad de una vuelta a los métodos repudiados en el anterior régimen. Para evitarlo, se hacía necesario movilizar a la opinión. Así, las primeras batallas que libraría la “intelligentsia” tendrían como escenario el dominio de la información. Sin demora, intelectuales y periodistas comunistas comienzan con la tarea: critican, interrogan, denuncian, explican, invitan a los lectores a expresarse, escriben un lenguaje claro, en las antípodas del pesado estilo stalinista. Semejante actitud encuentra una inmediata reciprocidad en el público al que se dirigen. Novotny y su grupo, sin embargo, no abandonaron la lucha. La fracción conservadora, sólidamente organizada en el Partido y ubicada en puestos neurálgicos, da la batalla tanto dentro de éste como públicamente, a la vez que intenta ganar el apoyo de Moscú que, en ese mismo momento, ya ha dejado atrás la política antistalinista de la época de Kruschev y comienza el amordazamiento de los intelectuales soviéticos.

La acción de los novotnystas ausenta el empeño de la prensa por denunciarlos. Dubcek mismo debe abandonar su papel de conciliador entre las bambalinas del aparato, y aparecer en la plaza pública para defender abiertamente su política de modernización. De este modo, se oficializa la nueva función de los medios informativos. Poco a poco la prensa, la televisión y la radio van trasmitiendo a la opinión pública una imagen simple, fraternal y humana, y sobre todo sincera, del primer secretario, sentando así las bases de su gran popularidad.

Fue Novotny quien rompió las hostilidades. Sus dos caballitos de batalla serán el obrerismo y el antisemitismo. Con ellos recorre las fábricas exhortando a los trabajadores contra la proyectada reforma económica, y se esfuerza por explotar las inquietudes e incertidumbres que ésta les provoca.

La ofensiva del ex primer secretario no dura mucho. El escándalo levantado por la huida a Estados Unidos del general Jan Sejna (uno de los principales complotados de diciembre), en febrero, precipitó su fracaso. El alto jefe había partido llevando consigo una gran suma de dinero robado e importantes documentos militares y económicos. Protegido de Novotny, Sejna había sido enviado con frecuencia por el gobierno checoslovaco a las conferencias del estado mayor del Pacto de Varsovia. En el plano interno, esa fuga, comentada por los periódicos, permitió dar a conocer la tentativa de “putsch” de diciembre y el papel de la 8ª. Sección del Comité Central. En pocos días, ésta—bajo cuyo control se hallaba el ejército, la seguridad y la justicia—fue desmantelada al igual que los ministerios de Interior y Defensa. De tal modo, quedó bloqueado el sistema represivo y a partir de estos hechos se comienza a pedir la eliminación de Novotny de la presidencia de la República.

El comienzo de las movilizaciones

El bloqueo del aparato represivo y la zozobra en la cúpula partidaria liberan a las fuerzas sociales tan largamente silenciadas. Desde marzo, las protestas de los intelectuales se convierten en un verdadero movimiento de masas que arrastra a la clase obrera, comenzando por sus elementos más jóvenes. De los claustros universitarios a las fábricas, se extiende como una mancha de aceite la agitación. A las reivindicaciones por la democratización del régimen, los trabajadores añaden sus propias reivindicaciones, cuestionando la “deformación del papel dirigente del Partido, que reduce los sindicatos al papel de ejecutores y poleas de trasmisión del Partido y hasta de los decretos y decisiones gubernamentales”, y el “estilo y los métodos de trabajo, que han reemplazado los principios por la coerción”.

La mancha de aceite se convierte en una marejada. No hay sector de la actividad nacional de donde no se reclame la dimisión de Novotny, mientras se produce una avalancha de renuncias de sus adictos.

Sin embargo, la situación no está jugada a la liquidación política de un individuo. Con las palabras de una joven obrera, “sería un error fatal creer que una vez desaparecido Novotny, todo irá mejor. Esto no debe ser más que el comienzo”. Tal convicción, que comparten por igual intelectuales y bases, repercute en las altas instancias partidarias. Se plantea entonces la urgencia de encuadrar ese movimiento. En el Presidium chocan dos posturas: la de los conservadores, novotnystas o no, que en él ven un peligroso brote de “antisocialismo” azuzado por la prensa y piden la represión, y la de los liberales, que prefieren no oponerse frontalmente a las masas.

Más pragmáticos, estos últimos calculan que determinando objetivos bastante aproximados a los del movimiento, el Partido logrará controlarlo y canalizarlo. El Presidium se decide, en consecuencia, por la contemporización. Dubcek define la vía elegida a mediados de marzo, adelantando el contenido del Programa de Acción en estudio: funcionamiento autónomo del Partido, del Estado y del gobierno, prohibición de “acumular” cargos, aplicación de la reforma económica, alianza con la URSS y coexistencia pacífica.

El flamante primer secretario asume así, un papel medianero. Cuidadoso de que el “interés despertado por la prensa en las grandes masas” no condujera al desarrollo de “ideas extremistas”, debió maniobrar considerando que tal acción propagandística beneficiaba su hasta entonces frágil autoridad, en desmedro de la cada vez más agrietada de Novotny y camarilla. No se le ocultaba, sin embargo, que alentar el movimiento de masas equivalía a permitir el cuestionamiento del aparato, del que él era cabal representante.

Tanto ese fermento antinovotnyano como el giro del Presidium hacia la democratización, sembraron el recelo entre los Estado socialistas vecinos. En Polonia y Alemania oriental, sobre todo, se advierte la inquieta expectativa de los dirigentes comunistas, y lo mismo ocurre en Moscú, a donde se dirigen dos enviados de Praga para explicar el “nuevo curso” checoslovaco.

Aparentemente, tales enviados regresan con el visto bueno del Kremlin. El 22 de marzo, Novotny renuncia a la presidencia de la República, en momentos en que se convoca para seis días después al plenario del Comité Central. El 26, debía reunirse el Presidium para resolver el reemplazo del dimitente y la formación de un nuevo gobierno, pero tres días antes Dubcek y una delegación checoslovaca parten a Dresde (Alemania oriental) donde se desarrolla una conferencia de los Partidos Comunistas del bloque europeo. Nuevamente, los dirigentes de Praga aventarán resquemores entre sus pares, a quienes intranquiliza el alcance del movimiento de masas checoslovaco, dando garantías —sobre todo al gobierno huésped— de que la liberalización dubcekiana no significa colusión alguna con Alemania federal.

El 28 sesiona el Comité Central, y se elige para cubrir el cargo de Novotny en el presidium a Josef Smrkovski. Ex resistente, víctima de la stalinización y tribuno popular de machacona franqueza, el ministro de Bosques ha sido un ferviente propulsor del desplazamiento de Novotny en enero. Con su acceso al órgano de conducción suprema, ésta sufre una ampliación de su izquierda, pero al igual que la reorganización de enero —que agregó más miembros al Presidium—, la presente constituye otro esfuerzo por conservar el control del Partido sobre sucesos que amenazan con desbordarlo.

Dentro de él, Smrkovski será visto como portavoz de las tendencias “radicales”, y pondrá sus dotes personales, que le valen amplia audiencia entre los jóvenes, al servicio de un aparato que se empeña por recuperar el control de la situación.

Dos días más tarde, en la sesión postergada del Presidium resulta nominado para la jefatura de Estado el general Ludvik Svoboda, quien goza de la confianza de Moscú, y cuya reputación de honesto no puede dejar de ganarle simpatías entre intelectuales y estudiantes.

El 1° de abril se verifica la reapertura del plenario del Comité Central. Estaba generalizado en la víspera el sentimiento de que éste consagraría la eliminación de Novotny y sus fieles mediante la convocatoria anticipada del XIVº Congreso del Partido, que a su vez permitiría la elección de un nuevo Comité Central adaptado a las circunstancias. Pero el desarrollo de esas sesiones decepcionó a muchos. Volvieron a oírse, de parte de conservadores no novotnystas, críticas a los “desbordes” de obreros y estudiantes; denuncias de “antisocialismo”; alarma por la “debilitación del papel del Partido”.

Al clausurar, cuatro días después, el plenario, Dubcek recogió en su balance un eco —si bien atenuado— de tales voces. Manteniéndose firme en la línea democratizante, el primer secretario advertía, basado en la tesis de los “límites necesarios”, que “el respeto por las normas del Partido es la mejor garantía contra las tendencias anarquistas”, y terminaba puntualizando: “Nuestra política exterior tiene por fundamento nuestra alianza con la URSS y los demás países socialistas”. Una vez más la defensa del aparato y del control de la democratización situaban a Dubcek en el centro prudente: algo de lo que había dado muestras el 1° pronunciándose contra la convocatoria anticipada del XIVº Congreso.

Para asegurarse el control de la situación —cosa que por el momento logran— los “vencedores de enero” mantienen una actitud en la que combinan simultáneamente la búsqueda del cambio y la continuidad. Esto se expresa en la constitución de los organismos directivos como él Presidium, donde el equipo Dubcek tiene las riendas en sus manos, pero que ostenta sin embargo un aire francamente conservador, o el gobierno en cuya composición se codean los partidarios de la reforma: tal el primer ministro Oldric Cernik y el vicepresidente Ota Sik, y los conservadores de más viejo cuño.

Los intelectuales y periodistas más radicalizados perciben claramente la indefinición del plenario de abril, su carácter de compromiso entre las diferentes fracciones, y se expresan decididamente contra esta barrera a la participación efectiva de las masas en la vida del país. “Literarni Listy” no teme cuestionar al mismo Partido, y se pregunta si éste, “al mismo tiempo causa y víctima de la degeneración”, será realmente capaz de renovarse. Una vez más la defensa de las libertades obtenidas hasta el momento aparece como la única garantía de la profundización del proceso; en primer lugar, la de palabra que “por ahora es el resultado más tangible de la democratización”.

Ante este estado de cosas, no pocos se preguntan si Dubcek, cuya persona se identifica con el “socialismo humanizado” al que todos aspiran, es un árbitro o está cercado. El Programa de Acción adoptado por el plenario —en el cual el Partido trabajaba febrilmente desde enero y que debía ser precisamente la expresión más acabada del “nuevo curso” iniciado por Checoslovaquia— muestra el mismo espíritu de compromiso. Mucho más moderno y atractivo en su vocabulario que las viejas letanías de la época de Novotny, el Programa comienza recordando que Checoslovaquia emprendió la transformación socialista de la sociedad implantando un “sistema burocrático” de gobierno, que sin embargo no impidió alcanzar algunos éxitos importantes. Pero, continúa, en la década del 60 el país entró en una nueva etapa, caracterizada por la desaparición de los antagonismos de clases y la necesidad de modernizar los métodos de dirección y administración, especialmente en la economía, a fin de “preparar al país para que integre la revolución científica y técnica mundial”. Es entonces necesario implantar “un nuevo sistema político”, y “dinamizar a la sociedad socialista para que pueda enfrentar la competencia mundial”. El primer paso en este sentido debe ser la lucha contra la nivelación de los salarios, que favorece “la madurez técnica, la rentabilidad del trabajo y su productividad”. Asimismo, habrá que restablecer “las funciones positivas del mercado”. En consecuencia, hay que combatir el “centralismo burocrático” y reconocer el derecho de crítica e incluso el deber de tomar iniciativas. Esta nueva política impone la rehabilitación de todas las víctimas del stalinismo, la apertura del Partido a la juventud y el establecimiento de una real igualdad entre checos y eslovacos.

Contradicciones y “desbordes”

Votado por unanimidad, el Programa no sólo marca el movimiento de masas, sino también con los dirigentes de la Unión Soviética y de los demás países del Este. Ya superado por el desarrollo de los acontecimientos, antes de su adopción, este programa no haría más que agravar las contradicciones. La primera de ellas se expresó en la cuestión de las rehabilitaciones, que respondían a una exigencia a través de la cual se manifestaban todas las aspiraciones de una sociedad oprimida durante largos años por la burocracia. El Programa de abril quería impulsarlas como condición imprescindible para instaurar la democratización en el país, pero pretendía hacerlo mesuradamente. Esto resultaba imposible porque las rehabilitaciones implicarían forzosamente un cuestionamiento total del sistema, y el sistema era el aparato del Partido, a cuya preservación apuntaba la democratización dubcekiana. Un escritor francés señaló al respecto: “A partir del momento en que se nombra, se señala, se revela la actividad de la 8ª Sección, todo el sistema queda cuestionado”.

La otra consecuencia fue que afectarían las buenas relaciones con la URSS. Para todos resultaba claro que los abominables crímenes del pasado habían sido uno de los efectos de la alianza con los soviéticos.

En torno a este problema de las rehabilitaciones, se producirá el primer agrupamiento político no comunista tolerado por el régimen, que dará pábulo a la prensa rusa para que denuncie, que en Checoslovaquia actúan “fuerzas contrarrevolucionarias”. Tras esa experiencia surgen otras de igual signo, que despiertan la preocupación de Brezhnev. El Número 1 del PC soviético afirma: “Dubcek está siendo desbordado. Los acontecimientos de Praga ponen en peligro las conquistas del socialismo no sólo en Checoslovaquia sino en las demás democracias populares”. Ninguno de los nuevos agrupamientos, clubs o partidos que intentaban formarse, tenía la menor posibilidad de “debordar” a Dubcek. Sin embargo, Brezhnev no se equivocaba, sólo que la amenaza venía de las fábricas (donde se sucedían las reivindicaciones obreras por los salarios y la democratización de la gestión), del seno del propio Partido y de las organizaciones de masa, cuyas bases y militantes exigían participar realmente en la elaboración de la política.

Dentro de esa atmósfera se reiteran los amagos de huelga y las huelgas efectivas. “Prace”, el órgano de los sindicatos, revelaque en 250 empresas (incluidas las más importantes del país), las asambleas generales han destituido a sus antiguos dirigentes y designado otros en su reemplazo.

La movilización permanente de los checoslovacos comienza realmente a perturbar al bloque socialista. Tras una breve visita del primer secretario del PC a Moscú, de magros resultados, el 9 de mayo los dirigentes de Polonia, Bulgaria, Hungría y Alemania oriental, se reúnen en la capital soviética para debatir con los dueños de casa el “problema checoslovaco”. De allí surgirá el compromiso de luchar por todos los medios —menos la fuerza— contra los “elementos antisocialistas” que corroen la autoridad del Partido y obstaculizan la vía propia al socialismo.

En el plano interno, la evidente injerencia soviética produce un endurecimiento de los conservadores. Esto, a su vez desencadena una nueva ofensiva de los obreros, dispuestos a luchar contra ellos bajo la consigna de crear “comités de defensa de la libertad de prensa”, que rápidamente proliferan en Praga y todas las ciudades industriales. Tales comités constituyen una forma auténticamente clasista de organización política que escapa al control del aparato.

En medio de estas luchas, Novotny pierde definitivamente sus chances; lo excluyen del Comité Central y lo suspenden del Partido. Pero al mismo tiempo se suceden las denuncias de los conservadores sobre los peligros que está corriendo el país. Dubcek, una vez más, trata de componer, y a fin de poder cortar las alas a los novotnystas, en quienes ve a los responsables del clima de “nerviosidad y desconfianza” del pueblo, decide convocar al XIVº Congreso del Partido para principios de setiembre. De este modo acepta el repetido reclamo de los progresistas, que saben que el evento posibilitará la creación de instituciones adecuadas para llevar adelante la reforma. El 30 de mayo llegan a Checoslovaquia las primeras unidades del ejército soviético, con bastante antelación al comienzo de unos ejercicios conjuntos que debían comenzar el 20 de junio. La cuestión checoslovaca se ha convertido en una cuestión internacional. Apretado entre la agitación doméstica y la aprensión moscovita, el equipo de Dubcek recurre al único expediente capaz de avanzar su vacilante autoridad, y empieza a poner en práctica el Programa. Una serie de medidas en el campo de la legislación social trata de satisfacer, por lo menos parcialmente, las reivindicaciones obreras. Con ello se logrará cierta desmovilización.

Para enfrentarla y evitar que las cercanas vacaciones acentuaran el reflujo, Ludvik Vaculik y otros intelectuales redactan a fines de junio el conocido manifiesto Dos mil palabras. Moderado en su forma y contenido, constituye sin embargo un texto verdaderamente revolucionario. Por primera vez se plantea el problema crucial de todo país dominado por la burocracia el del poder; la necesidad de la organización independiente para luchar contra el aparato y un llamamiento a la iniciativa y al movimiento de las masas.

A éstas se les propone un programa a través de la lucha por la aplicación real del Programa de Acción.

El momento de la aparición de “Dos mil palabras” es sumamente delicado: acaban de finalizar las maniobras de las tropas del Pacto de Varsovia y están por iniciarse las reuniones preparatorias del XIV° Congreso. Todo lo organismos importantes del Estado se ocupan del hecho. Las opiniones se reparten. Los conservadores propician medidas drásticas. En cambio, los liberales no quieren dramatizar el asunto temiendo que la crisis se agudice si aquellas se adoptan. Finalmente, el Presidium emite una resolución condenatoria del manifiesto, que ha conseguido una amplísima adhesión en el pueblo.

En efecto, los principios de la democracia obrera, tal cual los pregonan sus firmantes, están en el centro de las preocupaciones de numerosos militantes. Ello se refleja en la elección de los delegados al Congreso, que se lleva a cabo en todo el país, y de donde surgen muchos hombres nuevos, y en la atenta escucha prestada por los trabajadores a los intelectuales. De este modo se delinea una tendencia que busca conscientemente reasumir las antiguas tradiciones revolucionarias, sobre todo las de Lenin y su partido bolchevique, por encima del aparato. La situación también influye en los estudios preparatorios de los estatutos del Partido, que incluyen vigorosas críticas al “centralismo burocrático” y reivindicaciones como la del derecho de la minoría a formular su punto de vista.

Sumados, el ejercicio de la democracia obrera y “Dos mil palabras” resultaban intolerables para los restantes países del bloque. El ejemplo checoslovaco, que permitiría la destrucción “legal” del aparato, la restauración de la democracia interna, la revalorización del Partido como vanguardia del socialismo, podía volverse un precedente demasiado nefasto. A partir de la primera semana de julio, esto se vio claramente en las reacciones de la prensa de la URSS, Polonia, Alemania oriental, Bulgaria y Hungría. Semejante animadversión se prolongará hasta la entrada de los tanques soviéticos en Praga.

Los “Cinco” a la ofensiva

Entre el 14 y el 15 de ese mes, los “Cinco” se reúnen en Varsovia. Esta vez las advertencias son más directas que en mayo. En una famosa Carta, esos regímenes atacan el “nuevo curso” checoslovaco y se ofrecen a acudir en auxilio del país para “salvar el socialismo”. Dubcek demora su publicación y es el presidente de la Asamblea Nacional, Josef Smorkovski, elegido para ese cargo el 18 de abril, el encargado de darla a conocer a la opinión. La repulsa de la población es unánime. El presidium responde la carta refutando todas sus apreciaciones y reiterando su propuesta de negociar bilateralmente con cada uno de los “Cinco”, en territorio checoslovaco.

Moscú acepta la cita. El 29 prácticamente todo el Politburó soviético acude a Cierna-nad-Tisòu a entrevistarse con los miembros del Presidium. Hasta el 1° de agosto, en un clima “pesado” gracias a los redoblados ataques de prensa de los “Cinco” y al desarrollo de grandes maniobras soviéticas sobre la frontera con Checoslovaquia, ambas partes exponen sus puntos de vista. Los visitantes presionan; sus interlocutores explican, y se habrían comprometido a controlar más de cerca la democratización. En todo caso, unos y otros resuelven ampliar las negociaciones con la presencia de los “Cinco”, el 3, en Bratislava. La conferencia dura apenas unas horas. A su término, se expide un comunicado (la “Declaración de los seis Partidos Comunistas”), muy formal y ambiguo, donde se repiten algunos lugares comunes sobre la “solidaridad inquebrantable”, la “cooperación” y la “fundamental importancia del Pacto de Varsovia”.

Al día siguiente, Dubcek aparece en la televisión praguense para informar al pueblo que la democratización continúa. La prensa internacional habla de “victoria” del primer secretario, pero los hechos indicarán que en Bratislava su suerte ha quedado sellada.

En las semanas sucesivas, los dirigentes checoslovacos reciben la visita del mariscal Tito (el 9) y del rumano Ceausescu (el 15). La simpatía popular hacia esos líderes ariscos a los dictados del Kremlin crea cierto clima de seguridad en el aparato dubcekiano y tal vez permite a sus miembros pensar que una “resistencia” a Moscú en las actuales condiciones pondrá bajo su conducción a la corriente protestataria interna. Sin embargo, hay que computar también las entrevistas de Dubcek con el alemán oriental Ulbricht (el 12) y con el húngaro Janos Kadar (el 17, día de la partida de Ceausescu) para contrapesar ese juego de alianzas o apoyaturas que Praga parece haber comenzado a fin de defender su experimento. El 18, el Comité Central soviético se enfrascará durante dos días en una sesión extraordinaria. El tema único a tratar es la insoportable situación checoslovaca.

El 20 a la noche, las unidades blindadas del Pacto de Varsovia cruzan la frontera en dirección a Praga.

Ese viento del Este que abatirá la Primavera iniciada en enero, pone punto final al arbitraje de Dubcek. Este, a partir de la necesidad de la reforma limitada del sistema burocrático, había luchado contra una política represiva para evitar la revolución política, y contra el movimiento de masas so pretexto de evitarle la represión. El movimiento de masas lo vio como su intercesor ante el Kremlin, y el Kremlin como un instrumento para canalizar a aquél, si era posible. De aquí la ambigüedad del primer secretario, sobre la cual descansaba su gran popularidad. De aquí también su impotencia para seguir siendo el mediador, el conciliador, entre un aparato poco independiente y las capas políticamente activas de la sociedad. Doce años antes, otro apparatchik comunista, propiciador de una reforma que frenase el ascenso de las masas y partidario de un socialismo con cara humana, había pensado como él que cuando las masas están descontentas no hay que cambiar las masas, sino la política o los dirigentes., Se trataba del húngaro Imre Nagy, ejecutado por “contrarrevolucionario”. Seiscientos mil hombres armados por la URSS y los “Cinco” completaron la invasión de Checoslovaquia el 21 de agosto. Si el desplazamiento de esa tropa, fogueada por recientes maniobras, constituyó un éxito, no puede decirse lo mismo de la operación política que le diera lugar. El “Pravda” moscovita del 22 explicaba la “intervención fraternal” aludiendo al “pedido de los responsables del PC checoslovaco y de los hombres de Estado del país”. Asimismo, justificando la prisa del Pacto por acudir en auxilio de esos dirigentes, agregaba que no se debía solamente a la actividad del “grupo minoritario de Dubcek”, sino también a la amenaza del “revanchismo oeste-alemán”. El problema fue que al llegar los tanques al corazón de Praga, no había indicios de la presencia de los alemanes de Bonn… ni rastros de quienes solicitaran el envío de los blindados fraternos.

Dubcek, Smrkovski y Cernik son arrestados por los ocupantes. La misma suerte les cabe a otros miembros del presidium y el Comité Central, pero el presidente Svoboda rechaza las imposiciones de los soviéticos en el sentido de que avalase la formación de un gobierno “obrero y campesino”, y parte a Moscú a negociar. En la capital rusa están detenidos los principales dirigentes de Praga, para quienes los invasores, por imprevisión de aquellos que “solicitaron su auxilio”, no saben hallar reemplazantes dispuestos a colaborar.

Ello no significa que no los hubiese. Pero la movilización masiva con carácter de resistencia, el estrechamiento de las filas populares en torno a su Partido, el apoyo incondicional a la plana mayor de la Primavera de Praga, hace poco rentable políticamente la eventualidad de utilizar a hombres de paja. Para colmo, el 22, ya presos Dubcek y sus amigos, el PC checoslovaco consigue organizar en la clandestinidad el XIVº Congreso, en principio anunciado para setiembre, que cobra por este motivo carácter de extraordinario. Los delegados se las ingenian por todos los medios para asistir a él (se disfrazan, viajan hasta en ambulancias y bicicletas), y en una atmósfera apasionada y silenciosa, declaran que la ocupación extranjera viola la soberanía nacional y que en el país no existe “ni contrarrevolución ni peligro para el socialismo”; renuevan su confianza en los dirigentes arrestados y amenazan con lanzar una huelga general si no se inician inmediatamente tratativas para la partida de las tropas extranjeras.

Ante esta situación explosiva, que puede conducir a resultados revolucionarios, la URSS cambia su juego. Ahora precisa interlocutores libres de movimiento y con representatividad. La extraordinaria resistencia del pueblo checoslovaco; el rechazo de los imprenteros a publicar las proclamas del ocupante; la organización de una red de radios clandestinas, que mantiene constantemente informada a la ciudadanía y le transmite consignas; la propaganda surgida espontáneamente para desmoralizar a las tropas invasoras mediante el uso combinado de demostraciones de fuerza, de argumentaciones políticas y de humor; las manifestaciones callejeras, en la boca misma de los cañones del Pacto de Varsovia; los centenares de artimañas puestos en práctica para confundir a los soviéticos, y sobre todo la organización de la población, evidenciada magistralmente en la reunión del XIVº Congreso, obliga a sacar de su encierro al “gupo minoritario de Dubcek”. Estos hombres, ayer tratados de contrarrevolucionarios, serán trasladados desde sus celdas a los salones del Kremlin. Allí se les pedirá que “hagan lo que sólo ellos pueden hacer: alzar una vez más una barrera mediante sus personas, su prestigio y su autoridad, que proteja al aparato contra las masas e imponer a estas últimas lo que se llamará la ‘normalización’”.

Quizás nunca como en esta oportunidad, se haya empleado mejor el término. La Primavera de Praga, que acababa de expirar, fue, efectivamente, un intento —si bien ambiguo— de instaurar lo anormal.

Con las palabras de Pierre Broué, “el mito de Dubcek, su compromiso con la burocracia bajo el rótulo de ‘socialismo con cara humana’, ya no constituye actualmente en Praga una verdadera pantalla entre los obreros y las perspectivas de la revolución política. Pero aún puede servir a los burócratas, tanto en la Unión Soviética, contra la revolución política, como en los países capitalistas, contra la revolución socialista, manteniendo sobre todo la ilusión, entre los trabajadores del Este y del Oeste, de que la burocracia sería capaz de reformarse a sí misma”.

Bibliografía

Garaudy, Roger: Ya no es posible callar, Caracas, Monteavila, 1972.

Dubcek, Alexander: La vía checoslovaca al socialismo, Barcelona, Ariel, 1968.

Sik, Ota: Sobre la economía checoslovaca, Barcelona, Ariel, 1971.

Varios: Checoslovaquia 68, Bs. As., Replanteo, 1968.

Nagy, Laszlo: Democracias populares, Barcelona, Aymá, 1969.

Fejtö, François: Histoire des democraties populaires, París, Seuil, 1952,

Broué Pierre: Le printemps des peuples commence á Prague, Paris, La Verité. 1969.

Tigrid, Pavel: Praga —1948— agosto ‘68. Milán. Jaca Book, 1968.

Varios: Praga ora zero, Roma, Trapani, 1968.

Checoslovaquia según Sartre

Los checos y los eslovacos tuvieron la impresión de que una mampostería enorme les caía en la cabeza, y se rompía destrozando todos los ídolos. Fue, me imagino, un penoso despertar. ¿Despertar? Quizá la palabra no sea justa porque, como escribe uno de ellos, no hubo demasiada sorpresa: les parecía haber sabido desde siempre lo que ahora les decían de golpe. Por lo demás, lejos de encontrar un mundo de vigilia y de plena luz, todo les parecía irreal; los que asistieron a los procesos de rehabilitación volvieron consternados: se absolvían muertos con los mismos discursos, las mismas palabras que habían servido para condenarlos. Ciertamente: ya no era criminal vivir. Pero eso se sentía y no podía probarse: la mentira institucionalizada permanecía. Inerte, intacta. Testigos de un derrumbe gigantesco y lejano, olían algo podrido en el reino soviético; sin embargo, se enteraban por fuentes autorizadas de que en casa, el modelo importado de la URSS nunca había caminado mejor. La máquina funcionaba perfectamente. Todo había cambiado, nada había cambiado. Khruschev lo hizo notar muy bien cuando el pueblo húngaro quiso sacar inoportunas consecuencias del XX Congreso. Evidentemente, los checoslovacos ya no creían en la mentira institucionalizada, pero tenían mucho miedo de no creer ya en nada. Habían vivido, hasta ese momento, en lo que uno de ellos llama “la niebla socialista; ahora que se disipaba un poco, podían censar los daños: la economía —arrasada— amenazaba arruinarse; las fábricas, envejecidas, vendían —sin preocuparse por las exigencias reales de la coyuntura— productos de mediocre calidad; el nivel de las capacidades técnicas y profesionales bajaba día a día; los “conocimientos humanistas disminuían irresistiblemente” (Kundera); el país se ignoraba a sí mismo, puesto que la mentira oficial y el falseamiento de las estadísticas habían aplastado el antiguo saber y detenido las encuestas y las investigaciones socioeconómicas sobre su realidad. Y no vayamos a creer, sobre todo, que los dirigentes conocían la verdad y la escondían: la verdad no existía, simplemente, y nadie disponía de los medios para establecerla. La juventud, sin ninguna duda, era la peor dotada: “El saber de los jóvenes es parcelado, atomizado, deshilvanado, la escuela media es incapaz de brindar a los alumnos una visión de conjunto de lo que sea, incluyendo a nuestra historia nacional; y ni hablemos de la historia universal: la carencia pedagógica en esta materia es desesperante” (Goldstücker). Nuestros testigos se hallaban en un país desconocido, en un planeta desconocido, entre el Este secreto y el Oeste perdido. Sospechaban que el discurso bufonesco y trágico sobre los “delitos de Stalin” encontraría su verdad si se lo integraba a un análisis marxista de la sociedad soviética. Pero ¿que confianza podían tener en el marxismo cuando la cosa en el poder no dejaba de autoproclamarse su dueño? Si era la mentira oficial ¿cómo podía ser, al mismo tiempo, la verdad? Y si había dos marxismos, uno verdadero y un falso: ¿cómo serían capaces ellos, productos del falso, reconocer al verdadero? Se dieron cuenta entonces de que, en esa tierra ignorada, los indígenas más desconocidos eran ellos mismos. Se dice que el convencional Joseph Le Bon, interrogado por sus jueces, en 1795, sobre las razones de su política represiva en Pas-de-Calais, respondió con una especie de asombro: “No comprendo… todo pasó tan rápido…” Nada iba muy rápido en la Checoslovaquia del 48 al 56, pero había sin duda, —fatiga, costumbre, resignación, falta de imaginación, voluntarismo de la ilusión— una opaca verosilimitud de lo inverosímil, una normalidad de lo anormal, una vida cotidiana de lo invivible y la bruma envolviendo eso. De la bruma, rota, no quedaban sino harapos arrastrándose sobre la llanura y esos hombres desengañados se decían, también ellos: no comprendo. ¿Quiénes eran después de haber vivido lo invivible, tolerado lo intolerable, encarado la destrucción de su economía para la construcción de la economía socialista, abandonado la razón por la fe en nombre del socialismo científico y, para terminar, reconocido errores o confesado crímenes que no habían cometido? No podían recordar su vida pasada, medir el “peso de las cosas hechas y dichas”, evocar el más íntimo de los recuerdos, sin caer en el ligero desvarío que Freud denomina extrañamiento.

El manifiesto de las 2.000 palabras

El 27 de junio de 1968, bajo el título “Dos mil palabras”, sesenta y seis personalidades checoslovacas expresaban sus sentimientos sobre las lentitudes y perspectivas de la democratización. Este artículo fue primero recibido con reservas por los dirigentes de Praga. Luego, los soviéticos y los comunistas “ortodoxos” se desencadenaron contra los autores de este texto, que es, según ellos, el manifiesto de la “contrarrevolución”. El asunto de las “Dos mil Palabras” ha jugado un gran rol en la crisis actual:

“La mayoría de la nación había aceptado el programa del socialismo con un sentimiento de esperanza. Pero los controles del Estado no cayeron en buenas manos. Que los dirigentes carecieran de experiencia como estadistas, de conocimientos prácticos o de cultura filosófica, no hubiera tenido importancia si hubieran sido capaces de escuchar las opiniones de los demás, y si se hubieran dejado reemplazar poco a poco por gente más capaz.

El partido comunista, que luego de la guerra poseía la confianza del pueblo, ha trocado gradualmente esa confianza por puestos, hasta detentar solo todos los cargos, y nada más. La situación en el interior del partido comunista sirvió de modelo y provocó una situación similar en el Estado. El hecho que el partido comunista estuviera ligado al Estado, lo llevó a perder las ventajas del alejamiento del Poder Ejecutivo. No había críticos de las actividades del Estado y de las organizaciones económicas. El Parlamento olvidó los procedimientos parlamentarios, el gobierno olvidó cómo se gobierna y los dirigentes olvidaron cómo se dirige. Las elecciones dejaron de tener significado, y las leyes perdieron su valor. Nosotros no podíamos contar más con nuestros representantes en ninguna organización. Si bien podíamos tenerles confianza, no podíamos pedirles nada, pues ellos nada podían hacer. Peor aún, ya no podíamos tenernos confianza los unos a los otros. El honor personal y colectivo declinaba. El aparato decidía lo que debía o no debía hacerse. Era él quien dirigía las cooperativas en lugar de los miembros de éstas, las fábricas en vez de los obreros y las organizaciones nacionales, en lugar de los ciudadanos. Ninguna organización pertenecía realmente a sus miembros, ni siquiera las organizaciones comunistas.

La falta principal y la mayor mentira que utilizaron estos dirigentes fue la justificación de esta arbitrariedad diciendo que ésa era la voluntad de los obreros.

Si debemos creer en este engaño, sería necesario acusar hoy a los obreros de ser responsables de la declinación de nuestra economía, de crímenes perpetrados contra personas inocentes, de la instauración de la censura que impedía que todo eso fuera publicado. Serían así los trabajadores los responsables de las inversiones erróneas, de las pérdidas comerciales y de la crisis de la vivienda. Naturalmente, ninguna persona sensata cree en esta culpabilidad de los trabajadores. Cada uno sabe que la clase obrera no decidía prácticamente sobre nada; los funcionarios obreros eran propuestos por otros. Muchos obreros creían que tenían el poder, pero éste era ejercido en su nombre por un grupo de funcionarios del partido y del aparato del estado especialmente entrenados para ello. Desde el comienzo de este año, nos encontramos en el renacimiento del proceso de democratización. Eso ha comenzado en el partido comunista. Debemos decirlo, y aquellos de entre nosotros que están fuera del partido, y que hasta hace poco no esperaban de nosotros nada bueno, lo saben también. Debemos añadir que este proceso no hubiera podido comenzar en otra parte. Solo los comunistas han podido vivir durante veinte años una cierta vida política.

Solo la crítica comunista estaba en condiciones de evidenciarse. Solo la oposición dentro del partido comunista tenía el privilegio de estar en contacto con el enemigo. La iniciativa y los esfuerzos de los comunistas democráticos no son sino el pago de la deuda contraída por el conjunto del partido hacia la gente no perteneciente a él, y que éste mantenía en situación de desigualdad. Es por eso que no cabe el agradecimiento hacia el partido comunista, si bien hay que reconocer que éste se esfuerza honestamente por utilizar esta última ocasión de salvar su honor y el de la nación. El pueblo temía, hace un tiempo, que el proceso de democratización se hubiera detenido. Esta impresión era debida en parte a la fatiga de la efervescencia de los acontecimientos y, parte al hecho de que la temporada de las revelaciones sensacionales, de las renuncias de personajes altamente colocados y de los discursos de intoxicación de una brutalidad verbal sin precedentes, había pasado. Sin embargo, la explicación es sencilla: la lucha entre las fuerzas se ha vuelto menos visible. El combate se libra ahora por el contenido y la aplicación de las leyes, por la amplitud de las medidas prácticas que se toman.

De todos modos, solo tendremos con los otro países relaciones de igual a igual, si mejoramos nuestra situación interna y si llevamos el renacimiento hasta llegar un día a realizar elecciones que permitan elegir estadistas dotados de suficiente coraje, honor y madurez política como para establecer y mantener tales relaciones. Dicho sea de paso, este es el problema de todos los pequeños estados del mundo. En esta Primavera, como al finalizar la guerra, se nos ofrece una gran oportunidad: nuevamente tenemos la posibilidad de tomar en nuestras manos nuestra causa común, que nosotros llamamos socialismo, y la posibilidad de darle una forma que corresponda mejor a la buena reputación que teníamos, y a la opinión relativamente buena que teníamos en otros tiempos de nosotros mismos. Esta Primavera recién ha terminado. No volverá jamas. Este invierno sabremos todo.

Con esto, concluimos nuestra declaración a los trabajadores, campesinos, funcionarios, artistas, sabios, técnicos y a todo el mundo. Esta declaración ha sido hecha por sugerencia de científicos.”

(Fragmentos)

Habla Fidel Castro

“Nosotros por nuestra parte, no teníamos ninguna duda que el régimen checoslovaco evolucionaba peligrosamente hacia un cambio sustancial en el sistema. Eh dos palabras: que el régimen checoslovaco marchaba hacia el capitalismo y marchaba inexorablemente hacia el imperialismo. De eso nosotros no teníamos la menor duda.

Yo me pregunto, a la luz de los hechos y a la luz de la amarga realidad que llevó a los países del pacto de Varsovia a enviar sus fuerzas para aplastar la contrarrevolución en Checoslovaquia, y apoyar allí —según declaran— a una minoría frente a una mayoría con posiciones de derecha, si cesarán de apoyar también en la América latina a esas direcciones derechistas, reformistas, entreguistas, conciliatorias, enemigas de la lucha armada revolucionaria, que se oponen a la lucha de liberación de los pueblos.

Y ante este ejemplo, ante esta amarga experiencia, me pregunto si los partidos de esos países, consecuentes con la decisión tomada en Checoslovaquia, dejarán de apoyar a esos grupos derechistas y traidores al movimiento revolucionario en América latina.

Ciertamente, nosotros no creemos en las posibilidades de mejoramiento del campo socialista con el imperialismo en las condiciones actuales. Y realmente bajo ninguna condición mientras exista tal imperialismo. No creemos ni podemos creer en las posibilidades de mejoramiento del campo socialista con el gobierno imperialista de Estados Unidos mientras tal país represente el papel de gendarme internacional, enemigo de la revolución en todo el mundo, agresor de los pueblos y opositor sistemático de las revoluciones en todo el mundo. Y mucho menos creemos en ese mejoramiento en medio de una agresión tan criminal y tan cobarde como la agresión a Vietnam.

Ciertamente nuestra posición sobre esto es bien clara: o se es consecuente con las realidades del mundo o se es realmente internacionalista y se apoya realmente, decididamente, al movimiento revolucionario en el mundo, y las relaciones entonces con el gobierno imperialista de Estados Unidos no podrán ser mejoradas o las relaciones con el gobierno imperialista de Estados Unidos se mejoran, pero sólo a costa de dejar de apoyar de manera consecuente el movimiento revolucionario en el mundo. “En la declaración de Tass, al explicar la decisión de los gobiernos del Pacto de Varsovia, en su último párrafo se declara: “Los países hermanos oponen firme y resueltamente su solidaridad inquebrantable a cualquier amenaza del exterior. Nunca se permitirá a nadie arrancar ni un solo eslabón de la comunidad de Estados socialistas.” Y nosotros nos preguntamos: ¿Esta declaración incluye a Vietnam? ¿Esta declaración incluye a Corea? ¿Esta declaración incluye a Cuba? ¿Se considera a Vietnam, Corea y Cuba como eslabones del campo socialista que no podrán ser arrancados por los imperialistas?

En aras de esta declaración se enviaron las divisiones del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia. Y nosotros: ¡¿Serán enviadas también las divisiones del Pacto de Varsovia a Vietnam si los imperialistas Yanquis acrecientan su agresión contra ese país el pueblo de Vietnam solicita esa ayuda?! ¡¿Se enviarán las divisiones del Pacto de Varsovia a la República Democrática de Corea si los imperialistas yanquis atacan a ese país?! ¡¿Se enviarán las divisiones del Pacto de Varsovia a Cuba si los imperialistas yanquis atacan a nuestro país o incluso ante la amenaza de ataque de los imperialistas yanquis a nuestro país si nuestro país lo solicita?!

Nosotros aceptamos la amarga necesidad que exigió el envío de esas fuerzas a Checoslovaquia, nosotros no condenamos a los Países socialistas que tomaron esa decisión. Pero sí nosotros, como revolucionarios y partiendo de posiciones de principio, tenemos el derecho a exigir que se adopte una posición consecuente en todas las demás cuestiones que afectan al movimiento revolucionario en el mundo.

Sobre nuestro país, para qué ocultar que se habrán de cernir grandes peligros. Casi se frotan las manos de gusto los partidarios de la agresión armada militar a Cuba. Hoy mismo tenemos aquí un cable ya abogando en ese sentido. Nosotros debemos decir cómo vemos las cuestiones. ¿Acaso es el principio de la soberanía? ¿Acaso es la ley lo que ha protegido y protege a nuestro país frente a la invasión yanqui? Nadie cree eso. Si fuera la ley, si fuera el principio de la soberanía lo que protegiera a nuestro país, hace rato que esta revolución habría desaparecido de la faz de la tierra. Lo que ha protegido esta revolución, lo que la hizo posible, fue la sanare de los hijos de este pueblo, la sangre luchando contra los esbirros y los ejércitos de Batista, la sangre luchando contra los mercenarios, la disposición aquí de morirse hasta el último hombre en defensa de la revolución demostrada en la crisis de octubre, la convicción que tienen los imperialistas de que aquí jamás podrán escenificar una maniobra o un paseo militar. Lo que defiende a esta revolución no es un principio abstracto, legal, reconocido internacionalmente.

¡Lo que defiende a esta revolución es la unidad de nuestro pueblo, su conciencia revolucionaria, su espíritu de combate, su decisión de morir hasta el último hombre en defensa de la revolución y de la patria!”

(Fragmentos)

This entry was posted on Tuesday, April 01, 2008 at 8:04 AM and is filed under . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

0 comments

Post a Comment