La primera etapa del sindicalismo  

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© 1972

Centro Editor de América Latina Sección Ventas: Rincón 87. Bs. Aires

Hecho el depósito de ley

Impreso en la Argentina Printed in Argentina

Se terminó de imprimir en los Talleres Gráficos de Sebastián de Amorrortu e Hijos S. A., Luca 2223. Buenos Aires, en Noviembre 1972.

El texto del presente fascículo ha sido preparado por Fernando Suárez.

El asesoramiento general estuvo a cargo de Alberto J. Pla.

La revisión literaria estuvo a cargo de Aníbal Ford

Fernando Suárez

La primera etapa del sindicalismo. 1

Las formas de producción y la conformación de la clase obrera. 3

La unión de los oficios 3

Las Trade-Unions y el cartismo. 6

Los sindicatos en Francia. 7

Una nueva situación. 10

Los primeros sindicatos en Alemania. 11

Conclusiones 13

Bibliografía. 14

La necesidad de asociarse. 14

Exposición de la clase obrera española a las Cortes 15

Largas jornadas y bajos salarios 16

La gran fiesta nacional, de William Benbow, 1832, pp. 8-13. 17

Una visión de la huelga general de 1842. 18

La mecanización y las nuevas formas de trabajo vistas por un obrero francés en 1841 19

Respuesta del dirigente obrero francés Tolain, ante la proposición del gobierno francés que sugiere a los obreros, en 1861, el envío de una delegación a la exposición a realizarse en la ciudad de Londres 19

La amistad internacional 20

Condiciones de existencia del proletariado alemán en 1848. 20

Legislación del trabajo en Europa antes de 1870. 21

Legislación del trabajo en Inglaterra, 1802-1870. 21

Las primeras luchas reivindicativas no alcanzaron el carácter de acciones obreras, sino de “revueltas de hambre”. Sólo cuando las transformaciones técnicas revolucionen el sistema laboral se podrá hablar de luchas obreras.

En 1720 los sastres de la ciudad de Londres se quejaban al Parlamento:

“Los obreros sastres en el interior y los alrededores de las ciudades, en número de siete mil y más, han formado recientemente una asociación para aumentar sus salarios y abandonar su trabajo una hora antes. A fin de realizar mejor su proyecto han escrito cada uno su nombre sobre registros preparados con este objeto, en las numerosas casas de hospedaje o de reunión donde van habitualmente. Han acumulado sumas considerables para defenderse en caso de persecuciones”.

Uniones análogas se constituyeron, en la misma época, entre operarios cuchilleros y entre obreros de la lana de la zona Oeste del país.

De hecho, las primeras asociaciones de asalariados que adquirieron un carácter relativamente estable precedieron a la revolución industrial en mucho tiempo. Tal es el caso del “compagnonnage”, modo de asociación obrera que aparece entre los compañeros (oficiales asalariados) de un mismo oficio en Francia, a fines de la Edad Media. Es esta una fraternidad destinada al “perfeccionamiento profesional, moral y espiritual de sus miembros” y a la defensa de sus intereses frente a los maestros, en virtud de los abusos en el trabajo y del endurecimiento que se va dando en las posibilidades de acceso a la maestría. Durante todo el siglo XVIII y principios del XIX comienzan a arraigar tanto en Inglaterra como en Francia sociedades profesionales en la forma de círculos o clubes. Sus miembros solían reunirse en tabernas y lugares afines y sus principales actividades eran de carácter mutual, educativo y social: apoyo a compañeros sin trabajo, realización de fiestas, entierros, perfeccionamiento en el oficio, etc. Sin embargo en muchos casos llegaron a actuar como sociedades de resistencia y a encabezar luchas violentas contra las autoridades y los patrones burgueses. En su mayor parte, estos clubes se desarrollaban entre los artesanos y oficiales que ejercían los oficios más calificados, cuyos métodos de trabajo seguían siendo individuales y conservaban las características de los talleres artesanales y manufactureros. Estas sociedades estaban aisladas geográfica y socialmente, pues no se extendían más allá de sus zonas de trabajo. El acceso a ellos era, en general, dificultoso, pues obligaba a quienes querían asociarse a realizar desembolsos bastante importantes. Todo esto limitaba su número y su accionar.

El factor determinante de su organización no es, como muchas veces se ha dicho, la maquinación industrial, la transformación técnica, sino la separación entre el trabajo y la propiedad de los instrumentos de producción. Allí donde se produjo la separación, se formaron las uniones, aun cuando las máquinas no hubiesen todavía aparecido. Allí donde este divorcio no se produjo no hubo asociaciones obreras, aun cuando se hubiese comenzado a utilizar las máquinas. Tampoco nacieron estas primeras uniones de las revueltas llevadas a cabo por las masas miserables contra la explotación capitalista. No son los criados del campo, los mineros o los peones, mal pagados y mal tratados, quienes experimentan la necesidad de asociarse. Las protestas violentas son, entre ellos, efímeras y se manifiestan, inorgánica y espontáneamente, en las “revueltas de hambre”. Sus luchas no estaban determinadas por su carácter de productores sino por el de consumidores. En cambio, la formación de organismos independientes, capaces de resistir —aunque sea en un grado relativo— a la voluntad de los maestros y patronos, exigía un grado de independencia personal y de fuerza que sólo podían tener obreros cuyo nivel de vida había sido protegido durante siglos por reglamentos administrativos y por las costumbres; que organizaban el aprendizaje a través de códigos y limitaban el número de obreros en rada lugar

Fue para proteger privilegios que entraron en crisis que se formaron las primeras uniones.

“El aprendiz y el oficial de los gremios —decía Engels— no trabajaban tanto por el salario y la comida como por llegar a ser algún día maestros.”

Los móviles de estas organizaciones eran conservadores —y no revolucionarios, como se ha pretendido— y sus demandas incluían en muchos casos el mantenimiento de los reglamentos tradicionales del taller, contra aquellos patrones que buscaban poner en práctica las libertades económicas que le permitieran un mayor beneficio basado en una mayor explotación de la mano de obra. Uno de sus métodos de lucha era, por ejemplo, impedir el acceso al trabajo a otros trabajadores que no pertenecían a la asociación. Las uniones, a pesar de estar constituidas por asalariados, consenvaban muchas de las características de las viejas corporaciones de mercaderes y maestros artesanos.

Las formas de producción y la conformación de la clase obrera

Durante los siglos XVII y XVIII el artesanado entra en crisis. A través de un complejo proceso se desarrolla el modo de producción capitalista. Hemos analizado en los capítulos anteriores las características de una forma de transición, el trabajo rural domiciliado, y el salto hacia las nuevas formas económicas producido con el crecimiento de las manufacturas y luego de las fábricas, producto estas ultimas de la Revolución Industrial. También hemos visto los efectos radicales que estos cambios tuvieron en las condiciones de vida y de trabajo de las clases explotadas. Pero es importante remarcar que este cambio se produjo lentamente y que durante mucho tiempo coexistieron diversas formas de producción, hecho que explica la heterogeneidad de la clase obrera durante esta etapa y que influye decisivamente en los modos organizativos y métodos de enfrentamiento que ella va a utilizar en su lucha sindical y política. Coexistieron, en efecto, durante una larga etapa, pequeños artesanos individuales, oficiales y obreros especializados en las manufacturas, obreros con oficio dentro de algunos ramos de las fábricas mecanizadas y un sector en aumento de operarios sin oficio y sin conocimiento especial alguno. Estos últimos conformaron el nuevo proletariado, reclutado generalmente en el campo, emigrante de esas zonas y con una gran proporción de mujeres y niños en su composición. Este era el sector de salarios más bajos y su capacidad organizativa propia era casi nula. Sufrió las consecuencias de su ignorancia absoluta tanto de la vida urbana como de las normas mínimas para contrarrestar la mala alimentación y la falta de higiene, producto de las formas de vida infrahumanas, los bajos salarios percibidos, la desocupación temporaria y el hacinamiento a los que era sometido. Fue el sector más sensible a la mortalidad infantil y su término medio de vida, hacia el año 1840, apenas superaba los veinte años. Con ser en muchos casos el más violento en sus métodos de lucha, fue, durante una extensa primera etapa, el menos proclive a la organización sindical. La unión de los oficiales, con las características señaladas, es, por lo tanto, la forma característica de esta primera etapa de formación sindical.

La unión de los oficios

Se tienen datos escasos sobre las primeras uniones. Ellos provienen, fundamentalmente, de los escritos de sus enemigos, es decir, de las ordenanzas, prohibiciones y comentarios de la burguesía y la aristocracia. A pesar de ello, se sabe que, buscando romper con su aislamiento, las asociaciones obreras llegaron tempranamente a constituir confederaciones de un mismo oficio, como sucedió con los sombrereros de la ciudad de Londres, que en 1771 lograron reunir a sus similares de varias provincias. También en Inglaterra, hacia 1790, los operarios constructores de barcos de la ciudad de Liverpool y los cuchilleros —ya mencionados en 1720— habían constituido asociaciones de un alto nivel organizativo, lo que originó frecuentes quejas de sus patrones ante las autoridades.

En Francia también se desarrollaron uniones similares, en tal grado que el Estado las prohibió en 1749 mediante la siguiente reglamentación:

“Prohibimos a todos los compañeros [miembros del compagnonnage] y obreros que se reúnan con el pretexto de su cofradía que se confabulen para colocarse los unos y los otros junto a un dueño o abandonarle y también que obstaculicen que los dueños escojan por sí mismos a sus operarios”.

En 1790, ya producida la revolución francesa, el gobierno aprobó una resolución por la que concedía a todos los ciudadanos el derecho de reunión y el de formar libremente asociaciones. Pero esta medida se derogó poco después, en 1791, y fue reemplazada por la tristemente famosa Ley Le Chapelier, por la que se prohibían las asociaciones tanto obreras como patronales, pero estableciendo Penas de muy distinto rigor según fueran patronos u obreros los infractores. La ley determinaba también que los jornales del obrero se fijaran “de individuo a individuo”, es decir, en forma personal y no grupal. De esta manera, los obreros tuvieron que enfrentarse individualmente con los patronos. El estado inglés no quedó atrás en este aspecto: en el año 1799 el parlamento promulgó las Combination Acts (Leyes de Asociaciones), mediante las cuales se prohibía toda clase de uniones entre trabajadores.

Pero la legislación represiva no acalló a los trabajadores. Estos respondieron con las huelgas y el avance de sus organizaciones. La huelga de los tejedores de Glasgow (Escocia) realizada en 1804‑1805 llegó a paralizar a 40.000 trabajadores. Las formas organizativas con que respondió el incipiente movimiento obrero a las medidas prohibitivas fueron las sociedades secretas y clandestinas. Uno de los métodos fue la reacción violenta, que en muchos casos se desató contra las máquinas e instalaciones de las fábricas y talleres. Tal el caso del movimiento luddista, que llegó a destruir, en muy pocos años de actividad, alrededor de 100.000 libras esterlinas de capital en máquinas.

Luego de finalizadas las guerras napoleónicas, en 1815, comienza en Inglaterra un período de aguda crisis que incide gravemente en el nivel de vida de los obreros. Las fábricas se encuentran con sobreproducción y muchas de ellas deben cerrar. Los soldados licenciados invaden el mercado de trabajo y la sanción de las Leyes de Granos, destinadas a beneficiar a los terratenientes, perjudica a industriales y obreros al subir el precio del pan. El hambre, la carestía, la desocupación y los bajos salarios dominan estos años. En 1817 se produce la primera Marcha del Hambre, de Manchester a Londres, marcha que finaliza con una violenta represión. La crisis llevará a muchos obreros a apoyar la política de la burguesía radical, que luchaba por el voto y la representación parlamentaria. Son los años de la “matanza de Peterloo”.

Pero, por otro lado y en forma subterránea, la organización sindical prosigue su marcha. Comienza a hacerse habitual el nombre de Unions o Trade-Unions que usan en un principio los carpinteros navales de Londres y otros gremios, nombre con el que son conocidas hasta hoy las organizaciones sindicales inglesas.

La crisis se atenúa en los años siguientes. En junio de 1824 el parlamento vota la abolición de las Leyes de Asociaciones, reconoce el derecho de huelga y permite la formación de sindicatos. Comienza para las TradeUnions un período de expansión y se afirma la solidaridad en el plano nacional y en el interprofesional.

En el otoño de 1829 y bajo la inspiración del obrero irlandés John Doherty, quien desde los veinte Manchester, se organiza la Unión de los Hilanderos de Algodón de Manchester, se organiza la Unión General de Hilanderos y Tejedores a Destajo de Inglaterra, Escocia e Irlanda. Doherty, después del fracaso de la huelga de hilanderos de la ciudad de Ashton‑under‑Lyne, afirma:

“Ha quedado demostrado que ninguna unión de un oficio particular puede resistir los esfuerzos asociados de los patrones de esa industria particular: es preciso tratar de agrupar a todos los oficios”.

Y de allí en adelante se dedicará a esa tarea. En 1830, dadas las circunstancias favorables, se crea la Asociación Nacional para la Protección del Trabajo, que funciona como una federación de todas las Uniones existentes. Rápidamente la Asociación se integra con 150 Uniones, llega a agrupar a 80.000 obreros y a tirar 30.000 ejemplares de su periódico La Voz del Pueblo. Sus objetivos principales son la lucha salarial y el socorro de huelga. Las ciento cincuenta Uniones comprenden a los hilanderos de algodón (gremio que trabaja en forma mecanizada), los tejedores de géneros de punto, los impresores de calico (un tipo de tela ordinaria), los tejedores de seda y también a los mecánicos, los fundidores, los herreros. A todos éstos se van agregando los obreros de las minas de Staffordshire, del Yorkshire, del Cheshire y del país de Gales, es decir, de todas las zonas claves de la minería del país en ese momento en pleno crecimiento.

Pero el esfuerzo organizativo realizado resultó demasiado grande. Si bien se logró un importante triunfo en la huelga minera de Oldham, La Voz del Pueblo dejó de editarse al poco tiempo y la Asociación Nacional desapareció a mediados de 1832. No llegó a durar tres años, pero fue el primer intento de constituir una confederación sindical que agrupara a todos los oficios. Otra organización que se mantuvo varios años, orientada esta vez hacia la formación de Uniones por ramas de industrias a través de la unificación de un grupo de oficios, fue la Unión de la Construcción. Esta comprendía a los ladrilleros, ebanistas, picapedreros, pintores de brocha gorda, plomeros y peones de la construcción. Las tendencias sindicales del movimiento obrero siguieron fortaleciendo luego la participación de los obreros en las luchas políticas de 1832, que culminaron con la Reforma Electoral. Es en esos años en los que pesa la figura del industrial, filántropo Robert Owen, doctrinario también del movimiento socialista. Owen logró constituir la “Gran Unión Consolidada de los Oficios” lo cual pese a haber durado sólo un año, ejerció una gran influencia en los movimientos posteriores.

La Unión determinó en sus estatutos que cada sindicato componente se convirtiera en una sección, agrupándose en Consejos de distritos regionales y en un Consejo Nacional. El número de los adherentes fue extraordinario: se cree que llegó al millón, y el periódico de Owen, The Crisis, llamaba a sus deliberaciones “el Parlamento Obrero”. Las uniones adherentes comprendían no sólo a los oficios tradicionales, sino también a nuevos sectores del proletariado industrial y a obreros agrícolas. A la lucha salarial y al mutualismo se agregan los proyectos del propio Owen sobre la formación de talleres cooperativos con el fin de eliminar a los patrones. Estos reaccionaron obligando a los obreros a firmar “el documento”, mediante el cual se los obligaba a renunciar a la afiliación. De lo contrario eran despedidos. Todo esto señala con claridad un hecho: el nuevo ordenamiento legal que aseguraba el derecho a asociarse no tenía valor pues se dependía del patrón para poder trabajar y lograr el sustento. Por esta razón, muchos obreros debieron desafiliarse. La “Gran Unión” sostuvo importantes huelgas, hasta quedar exangüe en sus recursos. Además, sus miembros fueron amenazados con la deportación. Poco después del congreso constitutivo, realizado el mes de febrero de 1834, seis jornaleros fueron arrestados y deportados por el solo hecho de pertenecer a ella.

Se producen entonces importantes manifestaciones obreras que permiten al movimiento presentar un petitorio de 250.000 firmas a favor de los condenados y que acercan a la Gran Unión a las uniones que hasta ese momento no habían ingresado en ella: la Unión de la Construcción, la Unión de los Pañeros, la Unión de Leeds, la de los Hilanderos de algodón y la Unión de los Alfareros.

Por primera vez, prácticamente todas las asociaciones obreras inglesas actuaron tras un objetivo común, el cual en última instancia, era la defensa de su propio derecho a la existencia. Sin embargo, la nueva confederación no pudo mantenerse a raíz de la escasez permanente de fondos, debida, a su vez, a la constante colaboración con las diferentes huelgas, a la persecución a sus afiliados y a las maniobras de lock‑out que llegaron a aplicar los patrones, y debió disolverse a fines de 1834. Algunos de los sindicatos que la componían siguieron actuando en forma independiente.

Las Trade-Unions y el cartismo

La etapa siguiente del movimiento obrero inglés se caracterizó por las grandes movilizaciones de masas unidas por reivindicaciones tales como las diez horas de labor, la lucha contra la reducción de los salarios —maniobras muy frecuentes entre los industriales— y los derechos políticos populares. Estas movilizaciones se produjeron entre 1834 y 1848.

Se formaron así agrupamientos de agitación política tales como la Asociación de Trabajadores. Esta, fundada en 1836 reunía a artesanos de Londres que habían participado en los anteriores movimientos encabezados por William Lovett y Henry Hetherington. Sus metas eran: derecho al sufragio universal y secreto, idéntica división de los distritos electorales, dietas para los diputados, etc. Es decir, un programa de reformas democráticas.

Junto a esta asociación se formó la Asociación Democrática, encabezada por Feargus O’Connor y Bronterre O’Brien. Su programa comprendía: la promulgación de la jornada de ocho horas la prohibición del trabajo a los menores, la anulación de las leyes de pobres y la legalización de los sindicatos. Estos grupos, que constituyeron la dirección de la Carta del Pueblo, no se diferenciaban sólo por sus programas sino también por el sector de la producción que representaban, así como por su zona geográfica y su ubicación social. Mientras el primero expresaba a los trabajadores que mantenían sus oficios de tipo artesanal y que vivían en Londres y en otras viejas ciudades del sur, los segundos tenían su base de apoyo en los distritos del norte, en las ciudades pobladas recientemente por el avance industrial y por los obreros fabriles. Es en esta época cuando la idea de la huelga general de todos los oficios, planteada por primera vez por el cantinero Benbow, quien la imaginaba como un feriado prolongado durante un mes. Pero la polémica entre los dos grupos dirigentes, el de Lovett —partidario de la “fuerza moral”— y el de O’Connor y O’Brien —que preconizaba la “fuerza física”— paralizó las acciones decisivas. El primer grupo apuntaba a una agitación conjunta y a la coalición con los grupos liberales de la burguesía industrial, mientras que el segundo veía en las huelgas y el enfrentamiento directo el método fundamental de lucha.

En el mes de abril de 1842 el parlamento rechazó un petitorio organizado por el cartismo, que contaba con más de tres millones de firmas, referido a salarios, horarios, salubridad y alimentación de la clase obrera. En él se afirmaba:

“en todo cuerpo constituyente del Imperio, el capital y la propiedad acumulada habrán de ser colocados en absoluto a los pies del trabajo”.

El 5 de agosto de 1842 los obreros de Ashton abandonan sus talleres y, en forma espontánea, comienza a hacerse realidad la huelga general planteada por Benbow. En pocos días la huelga comprende a 50.000 obreros, los huelguistas se desplazan de una zona a otra formando piquete y difundiéndola. Mientras la huelga se extiende, se celebra en Manchester una conferencia de delegados de “las diferentes profesiones elegidos por sus oficios respectivos”. La conferencia señala en una de sus resoluciones:

“… hasta que la delegación de clase no sea abolida enteramente y hasta que los principios de la unión de los trabajadores no sean instaurados, el trabajador no se hallará en condiciones de beneficiarse con el fruto de su trabajo”.

La relación entre las reivindicaciones salariales y la Carta del Pueblo era innegable para la mayoría de los delegados de los oficios y así lo manifestaban en sus declaraciones. Pero, para muchos obreros, la huelga sólo tenía un contenido sindical. Si bien el movimiento huelguístico fracasó, abrió una tendencia de agitación permanente que permitió a la clase obrera inglesa llevar a cabo una importante serie de conquistas. En 1846 se derogan las leyes de granos, reivindicación burguesa que permitió la baja del precio de los alimentos, y en 1847 se sancionó la ley que rebajaba la jornada laboral a diez horas. Esta ley fue el resultado de la última ola de actividad cartista de masas, que se extinguió poco después de las manifestaciones de abril del 1848, y de la malograda revolución de ese año en el continente.

Karl Marx caracterizó este triunfo como “el producto de una larga guerra civil más o menos abierta entre la clase capitalista y la clase obrera” y consideró a esa ley como la primera gran victoria de los obreros sobre la burguesía.

“Los obreros —decía— han forzado una ley estatal que les impide venderse a sí mismos y a sus familiares a la muerte y a la esclavitud mediante un contrato voluntario.”

Los sindicatos en Francia

La ley le Chapeller no eliminó la organización obrera en Francia. Esta singuió realizándose en mutuales que muchas veces actuaban como cobertura de una lucha reivindicatoria más avanzada. Tal es el caso de las mutualidades lyonesas, que participaron activamente en la dirección de la insurrección de Lyon en 1834.

Pero, justamente a raíz de este levantamiento y de la violenta represión que lo siguió, las organizaciones obreras se vieron obligadas a replegarse por varios años. Los obreros más activos se refugiaron en sociedades secretas, de escaso número, como la famosa Sociedad de las Familias que encabezaba el dirigente revolucionario Blanqui, o se unieron a los grupos republicanos.

En 1840, y a raíz de la grave crisis económica, comenzó una ola de agitación huelguística de caracter reivindicativo que tuvo como objetivo el aumento de salarios y la eliminación de la “libreta de trabajo”. Esta última, sin la cual no se podía obtener trabajo, servía a los patrones para controlar la conducta de un operario a través de las anotaciones que había hecho en ella el patrón anterior. Tres mil obreros sastres interrumpieron sus tareas y lograron el apoyo de las provincias y de los tipógrafos de París. Las huelgas se siguieron produciendo durante todo el año y abarcaron a los obreros en papeles pintados, los zapateros, los constructores de carruajes, los ebanistas, los obreros fabricantes de clavos, los picapedreros y muchos otros oficios. Las reivindicaciones que levantan los diversos gremios configuran un primer programa obrero que aun mucho después tomará parte de las luchas sindicales. Además de los puntos ya señalados, otros puntos importantes eran: la eliminación de los subcontratistas —que con su actividad deprimían artificialmente los salarios—, la reducción de las jornadas a doce horas, con diez horas de trabajo real, y el pago doble de las horas extraordinarias. El movimiento huelguístico fue severamente reprimido bajo la acusación gubernamental de formar parte de un complot republicano y muchos de sus integrantes fueron encarcelados. Durante esta época se acentúa una antigua división en el grupo de los “compañeros del deber” —miembros del compagnonnage— a raíz del mal trato dado por los oficiales a los aspirantes, a quienes se les pagaba bastante menos y se los obligaba no solo a cotizar sin derecho a revisar el empleo de los fondos sino también a toda clase de ritos y vejaciones para acceder al oficio. Comienza así a decaer la organización tradicional de los artesanos frente a ese nuevo compagnonnage sin ritos ni misterios que vive a la luz del día y es accesible a todas las profesiones” y que “pone a todos los trabajadores en un pie de igualdad”. A pesar de estos cambios, el movimiento, en el que participaron figuras como las de Flora Tristán y George Sand, se mantuvo dentro de un esquema programático que no fue mucho más allá de los socorros mutuos y la enseñanza del oficio. Con todo el movimiento huelguístico avanzó en sus planteos con respecto a las viejas corporaciones. Entre los años 1840 y 1848 se llevan a cabo importantes trabajos de organización sindical. Las sociedades obreras que habían actuado en las huelgas crecen al mismo tiempo que se crean nuevas organizaciones. Será la masiva participación obrera en los sucesos del 1848 el hecho que garantizará la obtención de la legislación protectora del trabajo a diez horas en París y a once horas en provincias y determina la aplicación de penas de prisión a los patrones que reincidan en su incumplimiento; pero no se avanza en lo que respecta al trabajo de mujeres y niños. También se logran reglamentos de trabajo en algunos oficios. En febrero de 1848 se deroga la legislación que prohíbe las asociaciones de obreros e industriales y aparece un gran número de nuevas asociaciones. Los carpinteros de París forman una Asociación Fraternal y Democrática con la intención, por un lado, de “sostener al gobierno, republicano, popular y democrático” y, por el otro, de ayudar a las familias de los trabajadores y “eliminar el sistema de subcontratos”. La heterogeneidad de los objetivos será la característica de las nuevas uniones. Los obreros albañiles y picapedreros crean una Asociación Fraternal que comienza a romper el estrecho marco de los distintos oficios “para unificar sus intereses y marchar así hacia el objetivo de la humanidad, la fraternidad universal”. La Asociación es a la vez empresa de trabajos y sociedad de socorros mutuos. Puede afirmarse que, en general, los objetivos más comunes de las muchas asociaciones de esta época eran los socorros mutuos, el pleno empleo y algunas reivindicaciones que fijó el movimiento de 1840. Al mismo tiempo, comienzan a darse las primeras uniones de oficios diferentes, que la producción comienza a agrupar en establecimientos comunes. Así sucede con los albañiles y picapedreros y con los curtidores. descarnadores, sobadores de masa y combadores. La manufactura comienza a tener efectos en la organización obrera. Al día siguiente de la revolución se funda la Asociación de los Trabajadores de los Ferrocarriles Franceses.

En agosto de 1849 se realiza una reunión con el fin de constituir una federación de asociaciones obreras: 103 asociaciones se adhieren al nuevo organismo, el primer intento de este tipo en Francia. La unión se formaliza en noviembre de ese año y comienza a funcionar, pero en mayo de 1850 ochenta agentes de la policía invaden la casa y detienen a los asistentes. Se acusa a los delegados de conspirar contra el gobierno. La situación ha cambiado y la Segunda República terminará derogando la legislación laboral y persiguiendo a las organizaciones obreras, que vuelven a dispersarse.

El Segundo Imperio continúa con la misma política: miles de agricultores y obreros serán juzgados por comisiones militares, acusados de pertenecer a sociedades secretas o a sociedades obreras. Pero luego de la derrota de la revolución, y durante los primeros años de Napoleón III, cambia el panorama para la clase obrera francesa. Se produce un rápido crecimiento económico que modifica en importante grado las condiciones de trabajo y aumenta la concentración fabril. Se comienzan a utilizar máquinas en gran escala. De 1849 a 1869 la fuera motriz empleada por las fábricas se quintuplica; aumenta en grandes proporciones el consumo del hierro y el acero; se construyen ferrocarriles; se amplía la producción textil. El imperio se convierte en el “reino de los negocios”. En octubre de 1852 Proudhon escribe: “… en nuestros departamentos, desde hace cuatro meses, la economía de la sociedad se transforma totalmente. ¡He ahí el hecho!” Se forman grandes compañías fabriles, navieras, etc. “Los obreros pierden en el taller y en la fábrica todo contacto con el patrón.” La burguesía se diferencia cada vez más de los obreros y vive ahora en barrios distintos. En sus Memorias de un obrero de París, el economista liberal Armando Audiganne resume la situación:

“Se diría una continua sucesión de cambios evidentes: las fábricas y los talleres fueron verdaderamente transformados. Así, las exigencias económicas impulsaron a la industria hacia la aglomeración de capitales inmensos y la posesión de un material extremadamente poderoso […]. De esa constitución manufacturera y comercial, tan enérgica y tan absorbente, resultaron para el trabajo condiciones nuevas. Frente a esas unidades poderosas, a esas asociaciones colosales donde el anonimato debe aumentar sin cesar, ¿qué es el obrero, aisladamente considerado? Un grano de arena”.

Al mismo tiempo, persiste la derogación de las leyes de protección al trabajo y se impone un control estricto a las asociaciones obreras. El régimen, que en esos aspectos muestra una mano severa, buscará apoyo popular con otros métodos: hará donaciones a las sociedades de socorros mutuos, dedicará fondos a la reparación de viviendas obreras y apoyará la beneficencia. Pero, nuevamente, las sociedades de socorros mutuos ampararán la existencia de verdaderos sindicatos de resistencia: de 1852 a 1858 los expedientes de procesos señalan 584 huelgas, la mayoría de ellas organizadas con ese sistema. En estas huelgas se afirman cada vez más los objetivos que caracterizarán al sindicalismo posterior: aumentos de salarios, reducción de horas de trabajo, protesta por las malas condiciones higiénicas y defensa de despedidos.

Las modificaciones en la estructura industrial inauguraron un período de inseguridad, desempleo y bajo nivel de vida. Pero, el mismo tiempo, el programa de reivindicaciones obreras adquiere un nuevo contenido. Carente del apoyo de un sector burgués, el emperador buscará nuevas formas para lograr el apoyo de una clase obrera cuya actitud había sido hasta entonces indiferente y hostil. Nombra a su primo presidente de la sección francesa de la Exposición Industrial de Londres y la prensa oficial sugiere a los obreros que participen en ella, con el argumento de “conservar sobre los obreros de otras naciones esa superioridad que hasta hoy aseguró nuestra supremacía en todos los mercados”. Se llegó entonces a un acuerdo y los presidentes de las sociedades de socorros constituyeron una comisión obrera, la que eligió doscientos delegados por los distintos oficios en febrero de 1862 para concurrir a la Exposición.

Una nueva situación

El viaje a Londres permitió a los obreros franceses comparar su situación con la de sus compañeros ingleses.

Durante la década del 40 los Trade-Unions habían sufrido importantes modificaciones. La finalización de las luchas cartistas, unida a una mejora de la situación económica general y a un nuevo avance del desarrollo capitalista, produjo un aumento considerable del número de afiliados a las Uniones y la estabilización de éstas. La Unión Consolidada de los Mecánicos, que se constituye en 1850 y se compone especialmente de obreros calificados, tiene en 1861 más de 20.000 miembros y un activo de 73.000 libras. Los albañiles, fundidores de hierro y los fabricantes de máquinas de vapor constituyen sindicatos de un nivel tal que les permite tener secretarios rentados para la contabilidad y la correspondencia. Su alcance es nacional y su organización centralizada.

Las nuevas Uniones tienden a reunir exclusivamente a obreros calificados, y dejan de lado la idea, ya tradicional, de la solidaridad obrera. Pero este principio no será adoptado por todas: las dos tendencias antagónicas se mantendrán durante un largo período.

Se forma también un Consejo Nacional de Sindicatos de Londres, que comienza a funcionar desde 1860.

Tal unificación es la consecuencia directa de uno de los conflictos obreros más importantes de esos años: la huelga de los obreros de la construcción que tuvo lugar en el año 1859, fue motivada por la negativa patronal ante un pedido de reducción de la jornada a nueve horas de trabajo y de descanso el sábado por la tarde. A esta medida los patrones responden con un lock‑out y 43.000 obreros quedan sin trabajo. Sólo se emplea a aquellos que se desafilian. La huelga dura nueve meses, gracias a la solidaridad de todos los otros sindicatos y culmina con el triunfo de los trabajadores. Al mismo tiempo las condiciones se tornan favorables: se realizan una serie de fusiones entre las Uniones menores y se produce la formación del ya mencionado Consejo.

Los delegados franceses pudieron comprobar que el trabajo del obrero inglés era mejor retribuido y que su jornada de trabajo era más corta. Los ebanistas de París decían en su informe al regreso:

“El salario se fija por un reglamento de la sociedad corporativa en un mínimo de 32 chelines, que equivale a 40 francos, de suerte que el obrero inglés gana el doble que el obrero francés”.

Y observaban, junto con esto, que sus gastos eran prácticamente iguales. Las Uniones inglesas habían intentado también obtener protección para la vejez de sus afiliados y establecer seguros por enfermedad y desocupación.

En cuanto a la libertad sindical lograda, nada mejor que escuchar a los tipógrafos franceses:

“… discuten [los obreros ingleses] con plena libertad, no solamente su salario, sino también las condiciones de toda naturaleza que se refieren a su trabajo [y si algo lesiona sus intereses] se reúnen en el taller, discuten el caso en calma y sin coacción toman una decisión que es comunicada al jefe del establecimiento [quien] mientras deliberan los obreros se abstiene cuidadosamente de entrar a su propio taller”.

La reunión de los obreros ingleses y franceses tuvo dos consecuencias importantes. Para los franceses la experiencia sirvió como punto de referencia para tomar conciencia de sus propias limitaciones y, al mismo tiempo, de modelo programático para sus reivindicaciones futuras. Para el resto de los obreros europeos sirvió de base para la construcción de la primera herramienta fraternal que habría de actuar por sobre los límites nacionales: la Primera Internacional de Trabajadores, que comienza a funcionar en 1864.

Los primeros sindicatos en Alemania

En comparación con Inglaterra y Francia, puede decirse que en las primeras décadas del siglo en Alemania se produjeron estallidos caóticos y que el grado de organización obrera era muy inferior. Persistía el tipo de organización artesanal a raíz de que la producción se ajustaba, fundamentalmente, a las pautas del artesanado. Entre los años 1800 y 1810 el porcentaje de población que vive de la agricultura constituye un 80% del total. La máquina de vapor y la libertad de oficios comenzarán a afirmarse en la década de 1830 y en 1834 la burguesía recién logrará unificar el mercado interno mediante la creación de la Unión Aduanera Alemana, lo cual permitió el tránsito de productos de una zona a otra en un país todavía dividido por el esquema feudal. En 1848 hay aún en Prusia alrededor de un 60% de ocupados en las artesanías frente a un 40% de trabajadores fabriles. El porcentaje de asalariados asciende, con respecto a la población total, a un 10%. Las organizaciones obreras de las primeras décadas no pasan de ser simples mutuales, débiles en número, de escaso alcance y muy vinculadas con los grupos religiosos.

Entre los años 1830 y 1840 se produjeron cambios. Aparecieron sociedades secretas, similares a las francesas, la más importante de las cuales fue la Liga de los Justos, fundada por artesanos emigrantes que entraron en contacto con obreros y artesanos franceses. En estas sociedades se discutían las propuestas para resolver la cuestión social realizadas por ideólogos franceses como Louis Blanc y Saint Simon o ingleses como Robert Owen. De la liga dejos Justos surgió, poco antes de 1848, la Liga de los Comunistas, para la cual Marx y Engels escribieron el Manifiesto Comunista.

El régimen dominante buscó frenar la generalización de estas ideas prohibiendo, en 1835, las emigraciones de operarios al extranjero, pero no logró el éxito esperado. Aparecieron también, en esta época, las primeras sociedades culturales de obreros y artesanos, los cuales actuaron, sin embargo, bajo la influencia de la burguesía. El autoritarismo alemán consideró peligrosa esta situación y aplicó la Ordenanza General del Trabajo, mediante lo cual se prohibió la formación de asociaciones obreras, así como los acuerdos entre operarios para “interrumpir o impedir el trabajo con el propósito de inducir a los patronos e incluso a la autoridad a hacer concesiones”. Los acontecimientos revolucionarios de 1848 y 1849, que se extienden también a Alemania, permiten la formación de organismos obreros de más vasto alcance.

En abril de 1848 se organiza en Berlín un grupo en torno a Stefan Born, que funda una sociedad destinada a la discusión de los asuntos obreros. Sus objetivos son: salario mínimo, jornada de trabajo máxima, unión de los obreros para el mantenimiento de salarios fijos, abolición de impuestos indirectos al consumo, implantación de impuestos progresivos sobre la renta, enseñanza gratuita a la juventud, bibliotecas populares, abolición de la restricción a los viajes y libertad de movimientos. Este mismo grupo convoca a un congreso que crea la Hermandad Obrera, primera organización laboral independiente de Alemania, que reúne a treinta y una sociedades obreras y tres comités, la mayoría de Sajonia y Prusia. Sin embargo, su programa definitivo es menos avanzado que el del grupo organizador: ideas mutualistas y cooperativistas y algunas reivindicaciones sindicales, tales como la defensa de la jornada laboral de diez horas.

La Hermandad Obrera desarrolló posteriormente una intensa actividad: llegó a integrarse con ciento setenta sociedades locales y organizaciones de distrito y editó su propio órgano de prensa, La Hermandad. Después del congreso de obreros se constituyó como organización sindical nacional la Asociación de Obreros del Cigarro, entidad precursora en ese aspecto.

Luego del fracaso de la revolución se frenó el avance de las Uniones y la represión estatal aumentó hasta tal punto que una ley de junio de 1854 obligó a los gobiernos de los diferentes estados alemanes a disolver, en el plazo de dos meses, todas las sociedades obreras que tuvieran objetivos socialistas o comunistas.

Durante la década de 1850 se aceleró el proceso de descomposición del viejo régimen artesanal. Se fueron nutriendo las filas del proletariado y, hacia fines de la década, recomenzó la agitación. En ese momento volvieron a fundarse sociedades culturales guiadas por la burguesía, pero en éstas los obreros actuaron con un mayor grado de independencia. El obrero cigarrero Fritzsche afirmaba en esos años que la tarea de las sociedades debía consistir en “introducir a los obreros en la política y la vida pública y no en rellenar las lagunas de la educación escolar”. Al mismo tiempo, entre 1862 y 1863 comienzan a hacerse públicas las ideas de Ferdinand Lassalle, quien realiza una crítica activa contra el régimen. Tal actividad desembocó en la creación de la Asociación General de Trabajadores de Alemania (ADAV), que se fijó el objetivo de trabajar por caminos pacíficos, legales y “especialmente mediante la persuación pública, por la implantación del sufragio general, igual y directo”. A pesar de que el alcance organizativo de la nueva asociación es muy escaso —a la muerte de Lassalle, en 1864, llega sólo a 4.000 afiliados— y que la mayoría de los obreros permanece en las sociedades culturales burguesas, la influencia de la ADAV es de real importancia en el futuro movimiento sindical y político alemán. De su seno salió la fracción socialista encabezada por Bebel y Liebknecht, que formará la sección alemana de la Primera Internacional. Esta, en su congreso de 1868, se pronunció por la unión de los trabajadores en cooperativas gremiales centralizadas, considerando a éstas como la mejor manera de sostener la ayuda mutua. El sector de Bebel hizo también especial hincapié en la formación de sindicatos, que eran considerados “escuela del socialismo”.

Desde 1861, en Sajonia, se deroga la prohibición de asociarse. Nuevamente se sindicalizan los obreros del cigarro en 1865, los tipógrafos en 1866 y los sastres y los obreros de la madera en 1868.

Sin embargo, es al sector “lassalleano” de la ADAV —que no ingresa a la Internacional— a quien corresponde el mérito de abrir camino a los primeros sindicatos centralizados de Alemania. En 1868 llama a un congreso general de obreros alemanes, que se realiza en Berlín en setiembre de ese año y que cuenta con la participación de 200 delegados de 56 ramas profesionales de 105 localidades. Se decide allí la fundación de doce sindicatos centralizados, que se deben unir en la “Federación General Alemana de Sindicatos”. Se formaliza así el primer intento de coordinar los esfuerzos de los nacientes sindicatos alemanes.

Conclusiones

Todo lo señalado con respecto a los países europeos, donde primero se dio el capitalismo y el desarrollo industrial, permite observar evoluciones desiguales, no sólo si comparamos diferentes países entre sí, sino también diferentes regiones de un mismo país y aún diferentes ramas de la producción. La heterogeneidad en las formas de trabajo afectó y determinó las características de las organizaciones obreras que se desarrollaron durante esta etapa y fue el factor que impidió la concreción de fraternidades estables.

Mientras que en Inglaterra los sindicatos avanzaron tal como lo hemos señalado y sobre el final de este período se comenzaba a hablar de un “nuevo tipo de sindicalismo” (organizaciones importantes, funcionarios rentados, logros fundamentales en la legislación laboral), en Francia y en Alemania los sindicatos, en el sentido que hoy tiene este término. apenas habían comenzado a aparecer y sus primeras luchas se llevaban a cabo bajo la cobertura que les brindaban las sociedades de ayuda mutua o de educación obrera.

Pero es importante hacer notar que, durante esta etapa, las Unions inglesas no llegaron a agrupar a todos los trabajadores. Será necesario que se desarrollen las nuevas estructuras Industriales para que entren en crisis definitiva los viejos oficios y se igualen las formas y condiciones de trabajo, y para que, con ello, los sindicatos, registrando el cambio, den cabida a las masas obreras hasta ese momento no sindicalizadas. En muchas ocasiones los dirigentes obreros intentaron superar las barreras que las condiciones económicas imponían al desarrollo de las organizaciones obreras, pero la suerte de las primeras asociaciones muestra que fueron más las derrotas que los triunfos. Esto último no debe llevar el análisis hacia una idealización, en reemplazo de un análisis científico, que exija, en el movimiento obrero de la época, la superación de obstáculos que la base material no había superado. El estudio de los momentos posteriores del proceso demuestra que la unión de los diversos grupos de trabajadores alcanzó permanencia y se organizó en torno a objetivos comunes, no a partir de las coincidencias de momento o de los grandes programas idealistas, sino a partir del análisis de las condiciones y posibilidades, objetivas y concretas, en que cada paso adelante era llevado a cabo.

Bibliografía

Dolléans, Edouard. Historia del Movimiento Obrero. Buenos Aires, Eudeba, 1962.

Marx, Carlos. El Capital. Méjico, F.C.E., 1966.

Engels. Federico. “Del socialismo utópico al socialismo científico”, en Obras escogidas de Marx y Engels. Moscú, Progreso.

Kuczynski, J. Evolución de la clase obrera. Guadarrama. Madrid. 1967.

Dobb, Maurice. Estudios sobre el desarrollo del capitalismo. Eudeba, Siglo XXI - Argentina, 1971.

Mallet, Serge. La nueva condición obrera. Madrid, Tecnos. 1968.

Abendroth, Wolfgang. Historia social del movimiento obrero europeo. Barcelona. Estela. 1970.

Benoist. Luc, Le Compagnonnage et les métiers. París. Presses Universitaires de France, 1966.

La necesidad de asociarse

Los obreros de distintos gremios se quejan de la insuficiencia de sus salarios para satisfacer sus necesidades […]. Los unos discuten la legitimidad de nuestras reclamaciones y aconsejan a nuestros burgueses, con alegría de corazón, que rechacen despiadadamente nuestras exigencias; los otros nos dicen que tengamos paciencia, como si se tuviese tiempo para esperar cuando se tiene hambre. Nosotros, los que sufrimos, no contamos más que con nosotros mismos; sentimos el mal, busquemos un remedio inmediato y eficaz; apliquémoslo. Yo creo que lo encontraremos en la asociación […]. Comprenderéis todos perfectamente que la asociación tiene la doble ventaja de agrupar todas las fuerzas y de dar a ese todo una dirección. Si quedamos aislados, dispersos, somos débiles […]. Es preciso, pues, un lazo que nos una, una inteligencia que nos gobierne; es preciso una asociación. Así, el primer paso es la formación de un cuerpo compuesto de todos los trabajadores del mismo oficio; dar a ese cuerpo una administración que lo gobierne, una comisión que discuta con los patrones los intereses del gremio o que reciba, de manos de los consumidores, la labor por realizar y la distribuya a los asociados […]. A una señal dada por ella, todos los obreros abandonarán sus talleres y suspenderán el trabajo para obtener de los patrones el aumento del precio reclamado […]. Pero no habréis alcanzado el objetivo que os proponéis si no procuráis formar una asociación de todos los gremios.

Es preciso unir las sociedades parciales de trabajadores por un vínculo común, establecer entre ellas relaciones fáciles y prontas […]. Los derechos, los intereses obreros, cualquiera sea el gremio a que pertenezcan, son siempre los mismos; al defender los derechos y los intereses de un gremio se protegen los derechos y los intereses de todos los demás. Todos queréis un salario en armonía con vuestras necesidades, todo queréis ganar con vuestros brazos con qué vivir honestamente todos tenéis las mismas necesidades, todos tenéis hambre; todos quered pan… ¿Por qué dividiros en lugar de unirnos? ¿Por qué debilitaros en lugar de agrupar nuestras fuerzas?

(Folleto escrito por el obrero zapatero Efrahem titulado De l’Assoclatlon des ouvriers de toas les corps d’état, publicado en París en 1833.)

Exposición de la clase obrera española a las Cortes

Señores diputados de las Cortes Constituyentes:

Hace años que nuestra clase va caminando hacia su ruina. Los salarios menguan. El precio de los comestibles y el de las habitaciones es más alto. Las crisis industriales se suceden. Hemos de reducir de día en día el círculo de nuestras necesidades, mandar al taller a nuestras esposas, con perjuicio de la educación de nuestros hijos; sacrificar a estos mismos hijos a un trabajo prematuro. Es ya gravísimo el mal, urge el remedio y lo esperamos de vosotros. No pretendemos que ataquéis la libertad del individuo, porque es sagrada e inviolable; ni que matéis la concurrencia, porque es la vida de las artes; no que carguéis sobre el Estado la obligación de socorrernos, porque conocemos los apuros del Tesoro. Os pedimos únicamente el libre ejercicio de un derecho: el derecho de asociarnos. Hoy se nos concede sólo para favorecernos en los casos de enfermedad o de falta de trabajo: concédasenos en adelante para oponernos a las desmedidas exigencias de los dueños de talleres, establecer de acuerdo con ellos tarifas de salarios, procurarnos los artículos de primera necesidad a bajo precio, organizar la enseñanza profesional y fomentar el desarrollo de nuestra inteligencia y atender a todos nuestros intereses.

Desaparecerá entonces esa ruinosa concurrencia entre nosotros mismos, hija sólo del hambre. El empresario participará de los quebrantos a que nos condenen los sucesos y la fatalidad de las leyes económicas. No se apelará a la baja de los salarios sino después de haber apurado cuantos medios existan para abaratar los productos y vencer en las luchas industriales. Se sostendrá, por una parte, el precio de la mano de obra, y se facilitará, por otra, en los gastos de subsistencia, una considerable economía. La enseñanza vendrá a destruir los efectos subversivos de la división del trabajo. La solidaridad entre los asociados y las asociaciones templará los desastrosos resultados de las crisis. Se evitarán abusos. Cesarán los conflictos.

Se teme que asociados hemos de promover desórdenes, mas infundadamente. Los artesanos franceses lo estuvieron casi todos durante los últimos años del reinado de Luis Felipe, y ni un solo día turbaron la paz del Reino. Tampoco los operarios de Cataluña, mientras la autoridad no se mostró hostil a sus numerosas sociedades. Pero si llegamos a interrumpirla, ¿no están, además, los gobiernos? Destinados a hacer respetar los derechos de todos, extiendan enhorabuena sobre nuestras cabezas la hoja de su espada. Sus fuerzas serán siempre superiores a las nuestras.

Mas ¿a qué hablar de fuerzas? Ante la nueva potencia de las asociaciones jornaleras, el dueño de taller no tarda en renunciar a exageradas pretensiones. Transige y se realiza la armonía entre el capital y el trabajo.

Clama ahora el capital porque se nos niegue la facultad que pedimos, pero sin justicia. Asociándose es como ha precipitado la ruina de la pequeña industria y acelerado la nuestra. ¿Es equitativo que él solo disfrute de este beneficio? Ya que aun a los ojos de la ley hayamos de estar en lucha, debemos disponer de iguales armas. Nuestra libertad no queda, a buen seguro, violada porque otros la ejerzan; no porque nos asociemos le ha de quedar la suya. Ni la suya ni la de nadie. Deseamos la asociación y aspiramos a generalizarla, pero no por la violencia. Libre ha de ser en ella la entrada, libre la salida, obligatorios sus acuerdos sólo para sus individuos; pasiva su resistencia; puramente moral su acción sobre los capitalistas. Que éstos accedan o no a las resoluciones de la Asociación, nos creemos siempre en el deber de respetar su derecho. Nos calumnian los que nos acusan de espíritu de opresión y exclusivismo. Ni la consideración de la servidumbre en que vivimos puede excitar en nosotros tan bastardos sentimientos.

Nuestros dolores son, indudablemente, grandes. No sólo no podemos cubrir nuestras primeras atenciones; trabajamos más de lo que consienten nuestras fuerzas y nuestra salud se altera; somos objeto de groseros insultos y, a pesar de sentir vivamente lastimado nuestro orgullo, hemos de devorarlos en silencio. Otros, con ser menos penosa su carga y menos útiles, piden protección, condecoraciones, privilegios; nosotros sólo (pedimos) la universalización de un derecho o, por mejor decir, la sanción de una libertad que está en nosotros. Véase hasta dónde llegan nuestras exigencias. ¡Ojalá sean, cuando menos, entendidas!…

(Tomado de García Venero, Historia de los movimientos sindicalistas españoles. 1841-1937. Madrid, 1961, pp. 140-41.)

Largas jornadas y bajos salarios

Los que tienen que trabajar duro y más tiempo reciben los jornales más bajos, mientras aquellos cuyo trabajo es más atractivo ganan más por regla general, y muchos que no hacen absolutamente nada ganan aún más. Se puede concluir, pues, que aquellos que trabajan más duro y más tiempo reciben los jornales bajos precisamente porque su trabajo es tan largo y tan duro. Los que trabajan demasiado duramente están tan agotados y exhaustos que no desean más que satisfacer sus necesidades físicas; por otra parte, los que trabajan menos; tienen tiempo para cultivar sus gustos y desean cosas que sobrepasan sus necesidades puramente materiales. Los que trabajan tan duro y durante tanto tiempo no pueden ser inducidos a pedir jornales más altos porque no les quedan fuerzas ni tiempo ni deseos. Pensamos en un hombre que trabaja catorce horas al día. No tiene tiempo para bañarse, escribir cartas, cultivar flores, tener invitados o contemplar obras de arte. Para él su vivienda significa comer y dormir. Por otro lado, un hombre que trabaja ocho horas al día tiene mucho más tiempo a su disposición.

(Panfleto escrito por Ira Stewart, citado por j. Kuczynski, p. 114.)

La gran fiesta nacional, de William Benbow, 1832, pp. 8-13

[…] Nosotros somos el pueblo, nuestros intereses están con el pueblo para realizarlos en forma correcta debemos encargarnos de ellos. El pueblo ha sido convocado para trabajar para sí; presentamos un plan de operativos, no tenemos ni seguridad, ni libertad, ni igualdad, ni tenemos la posibilidad de pensar que la tranquilidad, la alegría, la paz, el placer sean posesiones del pueblo, a menos que nosotros cooperemos para ello; les presentamos un plan, les haremos la guerra, a menos que sigan nuestras indicaciones.

Holy day, o sea día sagrado, es el significado real de holiday* y el nuestro ha de ser de todos los días sagrados el más sagrado. Es el más sagrado porque está destinado a crear la felicidad y liberar a la humanidad; nuestro día sagrado está signado para establecer la abundancia, abolir la carencia, para hacer que todos los hombres sean iguales. En nuestro día sagrado vamos a legislar para toda la humanidad, la constitución escrita durante nuestro día de fiesta ubicará a cada ser humano en el mismo nivel, iguales derechos, iguales goces, igual trabajo, igual respeto, igual parte de la producción: ¡este es el objetivo de nuestro día sagrado, de nuestro festival!!!

Los fundamentos y la necesidad de tener un mes de vacaciones surge de la circunstancia en la cual estamos ubicados. Estamos oprimidos en el sentido más completo de la palabra, hemos sido privados de todo, no tenemos propiedad, riquezas, y nuestro trabajo no nos sirve de nada, desde el momento que lo que producimos va a las manos de los demás. Hemos hablado con los gobernantes una y otra vez acerca de nuestras carencias y miserias; pensamos que ellos eran sabios y buenos, durante años hemos confiado en sus promesas, y nos encontramos hoy en día luego de vivir tantos siglos de tolerancia en la más completa ruina moral y económica. Nuestros señores y patrones no nos han propuesto ningún plan que podamos adoptar; se contradicen aún sobre lo que ellos llaman la fuente de nuestra miseria; unos dicen una cosa, otros dicen otra. Un canalla, un sacrílego, blasfema, dice “que el exceso de producción es la causa de nuestra miseria”. Cuando nosotros que somos los productores, semihambrientos, con todo nuestro esfuerzo apenas obtenemos lo indispensable para no morirnos de hambre. Es la primera vez en toda época y país que la abundancia fue declarada como una causa de la carencia. ¡Mi Dios! ¿Dónde está la abundancia? ¿Abundancia de comida? Pregúntele al trabajador dónde la ha de encontrar; sus rostros enflaquecidos son la mejor respuesta. ¿Abundancia de ropas? La desnudez, el temblor por frío, el agua, los resfrios, los reumatismos del pueblo, son pruebas de la abundancia de ropa. Nuestros señores y patrones nos dicen que producimos demasiado; muy bien, entonces dejaremos de producir durante un mes y pondremos en práctica la teoría de ellos.

Nuestros patrones y señores dicen que el exceso de población es otra causa de nuestra miseria. Lo que quieren decir con esto es que los recursos del país son inadecuados para su población. Debemos probar lo contrario y durante unas vacaciones efectuar un censo de población y una medición de la tierra, y ver mediante el cálculo si es que no se trata de una desigual distribución y una mala administración de la tierra, que hace a nuestros señores y patrones decir que son demasiado para nosotros.

Estos son dos fundamentos muy válidos para nuestro holiday, para un Congreso de la clase trabajadora. Antes de que tenga lugar el mes de vacaciones se deben realizar preparaciones universales para ese fin. No debe tener lugar durante tiempo de sembrado o de cosecha. Todo hombre debe prepararse para él mismo y ayudar a su vecino; las preparaciones deben comenzar antes del tiempo establecido. Comités para la dirección de la clase trabajadora se deben formar en cada ciudad, pueblo, villa o parroquia a través del reino. Estos comités deben familiarizarse con el Plan y usar la máxima actividad y perseverancia para ponerlo en ejecución tan pronto y en forma tan efectiva como sea posible. Deben convocar mitines frecuentes y señalar la necesidad y el objetivo de este holiday. Cuando se pongan en ejecución todos los detalles del Plan mencionado el comité de cada parroquia y distrito seleccionará un grupo de hombres sabios que serán enviados al Congreso Nacional. Cada parroquia o distrito con una población de 8.000 habitantes mandará dos hombres sabios al Congreso; una población de 15.000 habitantes, cuatro hombres; una población de 25.00 habitantes mandará 8 hombres y Londres enviará 50 hombres sabios también al Congreso.

El objetivo del Congreso será Reformar la sociedad. Debemos eliminar lo que está podrido en nosotros para sanarnos. Veamos lo que está podrido. Todo hombre que no trabaja está podrido; se lo debe hacer trabajar para que se cure. No sólo está la sociedad podrida, sino que la tierra, la propiedad y el capital están pudriéndose. No es sólo una cosa, sino que todo lo humano y natural está podrido en esta actual situación y nosotros debemos cambiarla.

(Tomado de Cole y Filson, British Working class mouvements. Selected documents. 1789-1895. Mc Millan, Londres, 1967.)

Una visión de la huelga general de 1842

Richard Pilling, obrero cartista, da su opinión sobre la huelga general de 1842, en el proceso que se le sigue por instigación;

Los trabajadores de Ashton y de los alrededores [ante una nueva reducción de salarios] se indignaron tanto que no sólo se reunieron los que eran cartistas, sino los de todas las opiniones; un local en el que cabrían mil individuos fue llenado hasta la sofocación y no hubo más que una sola voz en la asamblea para declarar que no servía de nada tratar de levantar una suscripción para los otros sino que era preciso hacer huelga; y la huelga estalló en un minuto de un extremo a otro de la sala; whigs, torys, cartistas, radicales vergonzantes y todos los demás. En una reunión en que hubo 15.000 personas y la población total es solamente de 25.000. […] Cualquiera que haya sido para otros la causa de la huelga, para mí fue una cuestión de salarios. Y digo que si el señor O’Connor hizo de ella una cuestión del cartismo, hizo maravillas para extenderla a través de Inglaterra, Irlanda y Escocia. Pero, para mí esa huelga fue siempre una cuestión de salarios y de la reforma de las 10 horas [de trabajo]. Combatí largo tiempo para mantener los salarios y obraré así hasta el fin de mis días; e inclusive encerrado en los muros de un calabozo, sabiendo que, como individuo, cumplí con mi deber; sabiendo que fui uno de les principales obstáculos opuestos a la última reducción de salarios; sabiendo que, gracias a esa huelga, millares y decenas de millares de hombres comieron el pan que no habrían comido si la huelga no hubiese tenido lugar; quedaré satisfecho, cualquiera sea el resultado. Después de estas observaciones, voy a dejaros cumplir con vuestro deber. No dudo de que me dejaréis, con vuestro veredicto, volver con mi mujer, con mis hijos y mi trabajo.

La mecanización y las nuevas formas de trabajo vistas por un obrero francés en 1841

[…] ahora, con la división del trabajo, los nuevos procedimientos y las máquinas, la mayoría de los oficios tienden a volverse puramente mecánicos y los obreros de todas las profesiones serán relegados pronto a la clase de trabajadores no especializados […]. Muy pronto no habrá necesidad de trabajadores más que para hacer girar las manivelas, llevar cargas y hacer diligencias; es verdad que tendrán instrucción primaria, es decir, su inteligencia será bastante desarrollada para comprender que la sociedad los rechaza como parias. Por la simplificación de los medios de fabricación, el hombre no tiene ya necesidad de su fuerza física ni de su aptitud y no es más necesario que un niño.

(Escrito del tipografo Adolphe Boyer, 1841, citado por Dolléans, tomo 1, p. 10.)

Respuesta del dirigente obrero francés Tolain, ante la proposición del gobierno francés que sugiere a los obreros, en 1861, el envío de una delegación a la exposición a realizarse en la ciudad de Londres

Yo creo como Ud. que los obreros de París son inteligentes y por mi parte, le agradezco la opinión que tiene de ellos. Pero ¿cómo conciliar esta inteligencia con esa inercia? ¿Por qué no se ayudan ellos mismos? Es un reproche que se les hace a menudo y al cual no es fácil responder sin acusar. Cuando la iniciativa viene de lo alto, de la autoridad superior o de los patrones, no inspira a los obreros más que una mediana confianza. Se sienten o se creen dirigidos, conducidos, absorbidos, y las mejores tentativas raramente son coronadas por el éxito. Es un hecho que compruebo, sin querer discutir aquí si los obreros tienen razón o no. Cuando la iniciativa viene de abajo es cosa muy distinta: encuentra imposibilidades materiales contra las cuales se estrella. Que se forme un comité exclusivamente compuesto de obreros al margen del patrocinio de la autoridad o de los fabricantes, que trate de formar un centro, de agrupar a su alrededor adherentes, de reunir suscripciones; por inofensivo que sea su objetivo, esté seguro de que, no se le permitirá alcanzarlo. Así, hace falta una fuerte dosis de resolución para ponerse al frente cuando, además, siempre, con razón o sin ella, los promotores se sienten puestos en el index: porque el obrero que se ocupa de cuestiones políticas, en el país del sufragio universal, es considerado un hombre peligroso; es peor si se ocupa de cuestiones sociales […]. Pero ¿por qué, dirá Ud., rehusa los consejos de aquellos cuyas luces y cuya balsa les serán de tanto provecho? Porque no nos sentiremos libres, ni en nuestro objetivo ni en nuestra elección ni en nuestro dinero, y las más hermosas afirmaciones no valdrán nada contra una opinión que quizás está subrayadamente justificada. No hay más que un solo medio, es el de decirnos: “Sois libres, organizaos; tratad vuestras asuntos vosotros mismos, no os pondremos trabas. Nuestra ayuda, si tenéis necesidad de ella, si la juzgáis necesaria, será completamente desinteresada, y en tanto que quedéis en los límites de la cuestión no intervendremos”.

(“Carta” publicada por Tolain, como respuesta al diario L’Opinion Nationale que publico la proposición hecha por el Gobierno Francés el 2 de octubre de 1861.)

La amistad internacional

Hemos comprobado con felicidad que nuestros colegas ingleses no son, con respecto a nosotros, lo que se esfuerzan algunas veces por hacernos creer. En Inglaterra no hemos encontrado más que atenciones, amistad, fraternidad. He aquí lo que hemos encontrado en el corazón del obrero inglés. Estamos más convencidos que nunca de que el espíritu de animosidad entre los pueblos es un prejuicio desastroso que engendraron solamente las antiguas monarquías. Nuestra permanencia en Londres es una negación formal del principio funesto de nacionalidad y, si el porvenir quiere que las exposiciones universales se propaguen, así como las delegaciones, es seguro que se irá de sorpresa en sorpresa. Propaguemos nuestras ideas, hagamos voto por la continuación de las delegaciones, tanto en interés de la industria como para la fraternidad de las clases obreras.

(Informe de los joyeros franceses luego de un viaje a Londres en 1862 con motivo de la Exposición Universal de ese año.)

Condiciones de existencia del proletariado alemán en 1848

El proletariado tiene conciencia de su situación. Esta es la causa de su diferencia fundamental con el pobre, que acepta su suerte como una orden divina y no pide nada más que limosnas y una vida ociosa. El proletariado se da cuenta claramente de que estaba en una situación intolerable e injusta; pensaba en ello y sentía el deseo de tener propiedad; deseaba tomar parte de las alegrías de la existencia; rehusaba creer que había de pasar la vida en la miseria, justamente porque había nacido en ella; además tenía conciencia de su fuerza, como hemos apuntado arriba; veía cómo el mundo temblaba ante él y esta idea le animaba; llegó hasta desafiar la ley y la justicia. Hasta entonces la propiedad había sido un derecho: él la calificó De latrocinio.

Nosotros tenemos un proletariado, pero no tan bien desarrollado. Si uno fuera a preguntar a nuestros artesanos, que han sido arruinados por la competencia y muchas otras causas; a nuestros tejedores parados, a nuestros tejedores de seda, que viven en nuestras casamatas y casas de familia; si uno se atreviera a penetrar en esas chozas y cuevas, si se hablara a las gentes y se conociera su situación, uno se daría cuenta con sorpresa de que tenemos un proletariado. No obstante, no se atreven a proclamar sus demandas. Porque el alemán es generalmente tímido y le gusta ocultar su desgracia. ¡Pero la miseria crece y podemos estar seguros, sin duda alguna, de que la voz de la pobreza será un día terriblemente alta!

(“Anonimo de MagdebuRgo” de 1844, citado por J. Kuczynski, p. 81.)

Legislación del trabajo en Europa antes de 1870

Año

Principales disposiciones de las leyes

En Francia

1813

Prohibe el trabajo de niños menores de 10 años en las minas.

Incumplida.

1841

Prohibe el trabajo de niños menores de 8 años en fábricas que empleen más de 20 trabajadores; jornada de 8 a 12 horas para los jóvenes de hasta 16 años; prohibe el trabajo nocturno de niños menores de 13.

Incumplida.

1848

Jornada de 10 horas para niños menores de 14 años.

Incumplida.

En Prusia

1839

Prohíbe el trabajo de niños menores de 9 años en fábricas y minas; jornada de 10 horas, sin trabajo nocturno ni los domingos para jóvenes menores de 16 años. No establece la inspección gubernativa del trabajo.

1853

Prohibe por lo general el trabajo de niños menores de 12 años en las fábricas; nuevas limitaciones de la jornada para los jóvenes. Inicia la inspección del trabajo.

1869

La Confederación Alemana del Norte adopta la legislación social de Prusia.

En Austria

1854

Reglamentación del trabajo de niños y mujeres en las minas.

Incumplida.

1859

Prohíbe el trabajo en las fábricas de niños menores de 10 años; jornada de 10 a 12 horas para los jóvenes.

Incumplida.

Legislación del trabajo en Inglaterra, 1802-1870

Año

Principales disposiciones de las leyes

1802

Limita el trabajo de los aprendices indigentes a 12 horas diarias, sin trabajo nocturno.

No fue cumplida.

1819

Prohibe emplear niños menores de 9 años en las manufacturas de algodón; jornada de 12 horas para los niños de 9 a 16 años.

No fue cumplida.

1833

Prohibe el trabajo de niños menores de 9 años en la mayor parte de las industrias textiles; semana de 48 a 69 horas para los jóvenes menores de 18 años, sin trabajo nocturno; primera inspección gubernativa de las fábricas, con 4 inspectores autorizados; penas por incumplimiento de la ley: 1 a 20 libras de multa.

1842

Prohibe el trabajo en las minas de niños menores de 10 años; semana de 38 horas para niños de 10 a 13 años; excluye de las minas a las mujeres. Es la primera ley que trata del trabajo de las mujeres adultas.

1847

Jornada de 10 horas para jóvenes y mujeres, ampliadas después a 10 ½

1862

Preferencia al pago de los salarios, dando prioridad a éstos en caso de quiebra.

1867

Se amplía la legislación del trabajo a la mayor parte de las industrias.

(Tomado de Friedlander y Aser, Historia económica de Europa moderna. Fondo C. Económico, México. 1967. pp. 198-199.)


* Holiday equivale a vacaciones, y es el significado que se le daba al cese de tareas.

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