La condición de la mujer. Opresión y liberación  

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Marisa Cortazzo

© 1972

Centro Editor de América Latina - Cangallo 1228

Impreso en Argentina

Índice

El movimiento feminista. 1

Para una teoría de las tareas domésticas 5

Mercado de trabajo. 7

Las relaciones de dominación en la familia. 12

Socialización y educación. 14

Sexualidad y liberación. 16

Conclusión. 20

BIBLIOGRAFIA. 21

Reproducción de la fuerza de trabajo. 23

Notas sobre sexualidad femenina. 24

Cuando el 26 de agosto de 1970, miles de mujeres se lanzaron a las calles de Estados Unidos en homenaje a las luchas de las sufragistas, se hizo palpable la importancia del movimiento feminista que en sólo un año había logrado un apoyo masivo. Habían quedado atrás las fogatas alimentadas por corpiños y cosméticos, las caras despintadas, los uniformes militantes, los pequeños grupos, que en el día de la madre invadían supermercados al grito de “bombones, por 364 días de mierda”. Estos eran símbolos superficiales de una rebelión que a despecho de la sociedad (y de algunas mujeres) se perfilaba con hondos contenidos revolucionarios. La masividad de las luchas de las mujeres —en Estados Unidos y en menor escala en Francia, Italia e Inglaterra— plantea interrogantes que acucian al capitalismo y crea inquietud en los partidos revolucionarios: es que el movimiento pretende, con la insolencia de los oprimidos, englobar en la lucha, la necesidad del cambio en la estructura del poder político y la revolución en la vida cotidiana. “Quien habla de la revolución, sin hablar de la vida cotidiana, lo hace con un cadáver en la boca” decían los estudiantes franceses en mayo del 68; “lo personal es político”, dicen las feministas de hoy; ambas consignas expresan la unidad de dos elementos, que se proponen como sospechosamente inconciliables: la política y la vida de la gente. Hablar de revolución significa aquí incluir en su espectro, el cambio económico, social, cultural y sexual.

El movimiento feminista

Herederas de las sufragistas de principio de siglo, solidarias con los grupos de liberación de los negros y el espíritu del mayo francés, las feministas se plantean la creación de una mujer nueva, en una sociedad distinta. Algunas creen que para conseguirlo deben luchar contra los hombres, a quienes consideran el enemigo principal; otras, visualizan su lucha con más realidad. Para ellas, es el sistema patriarcal el que oprime indistintamente varones y mujeres, aunque enfatizan el hecho de que estas últimas sufren una opresión mucho mayor, que asume características particulares y diferenciales con respecto a otros grupos explotados. Luego de la Revolución Francesa, muchas mujeres pudieron comprobar que el tan mentado principio de “igualdad” que sustentaba “La declaración de los derechos del hombre”, era tan fiel a su título que de hecho excluía a las mujeres de los beneficios económicos, sociales y políticos otorgados a éstos. A pesar de que el injusto reparto de derechos era evidente en muchos ámbitos, prefirieron privilegiar una de las tantas reivindicaciones, por considerarla la más importante: el derecho a expresarse como ciudadanas. La lucha para conseguirlo resultó mucho más ardua y larga de lo que al principio se esperaba. El siglo XX, recibe a las mujeres sin votos, excepto en Nueva Zelandia, Australia y cuatro Estados del oeste de Estados Unidos. Surge así la necesidad de construir un movimiento organizado que reclame la igualdad ante la ley y el sufragio femenino. En Estados Unidos e Inglaterra, aparecen las organizaciones más importantes (algunas de ellas fomentadas por el Partido Socialista): sus miembros fueron denominadas “sufragistas”. La memoria oficial las recuerdan como una retahíla de matronas, chillonas, histéricas, que tenían razón en pedir el voto y que lo hubieran conseguido lo mismo sin tanto escándalo. En realidad, el sufragismo fue un movimiento de masas, que en sus momentos de auge realizó movilizaciones multitudinarias de hombres y mujeres que las apoyaban. Sus miembros eran perseguidas, castigadas en las calles y finalmente apresadas. Sus métodos de lucha algunas veces eran pacíficos y otras no tanto: se ataban a las verjas de la casa de algún ministro o del parlamento gritando sus reivindicaciones, hacían huelgas de hambre en prisión, algunas se suicidaron por la causa. Por otra parte, formaban piquetes de sufragistas armadas con piedras para romper vidrieras, ponían bombas en lugares estratégicos, invadían los recintos del Congreso y agredían a los parlamentarios. Pero aquellas que creían haber encontrado el por qué de la opresión de la mujer, las que veían el voto como el “Sésamo ábrete” de su liberación, descubrieron que el avance en la igualdad jurídica era sólo eso y que la esencia de la opresión femenina debía indagarse en otros lados. A pesar de que en varios países existían organizaciones de mujeres nucleadas en ramas feministas de partidos políticos o en instituciones interesadas en problemas específicos de éstas, recién en 1956 surgen grupos que intentan elaborar una política propia y a la vez dar cuenta de la situación de la mujer desde una perspectiva teórica, Ya Simone de Beauvoir, había iniciado la batalla con “El segundo sexo”, un ensayo exhaustivo de la situación de la mujer, y más adelante Betty Friedan, con “Mística femenina”, publicado en 1963.

En 1966, se crea en Inglaterra la “Revolutionary Socialist Student Federation” (Federación de Estudiantes Socialistas Revolucionarios) formada por la unión de distintos grupos de mujeres, en su mayoría americanas, que luchaban contra la guerra de Vietnam apoyando a los desertores, y algunas trabajadoras que en la empresa Ford habían realizado una huelga reclamando salarios iguales. También comienzan a proliferar pequeños grupos y ya en 1969 la mayoría de las ciudades cuentan con uno o más cónclaves feministas. En la actualidad el movimiento se organiza en el NCC (Comité Nacional de Coordinación), formado por representantes de los distintos grupos liberales, socialistas y anarquistas y sus fracciones. El NCC no tiene programa, ni poder de iniciativa y sólo realiza acciones en común cuando todas las participantes están de acuerdo. En Holanda existen dos movimientos importantes: El “Dolle Mina” (Dolle: locas; Mina: diminutivo de una famosa militante feminista de principio de siglo) y MUN (Hombres y mujeres en sociedad). El primero combate la discriminación sexual de las mujeres y se sustenta en postulados marxistas. El MUN es un grupo más conservador; encara los cambios legales y se declara en contra de la discriminación social y económica. En ambos hay varones y mujeres y los primeros son frecuentemente dominantes. En Suecia existen varios grupos pequeños, de orientación marxista que se plantean dos tareas fundamentales: crear equipos de estudio y fomentar organizaciones de trabajo integradas por mujeres que trabajan en fábricas. En Francia, surge en París después de Mayo del 68, el Movimiento de Liberación femenina constituido en núcleos chicos de mujeres marxistas, americanas algunas y otras estudiantes que habían participado del movimiento de mayo. En este momento existen varios cónclaves en París y provincias. Todos ellos coinciden en una posición explícitamente anticapitalista, atacan a la familia y todas las leyes que permiten que se mantenga, y ponen énfasis en la opresión y explotación de la mujer de la clase obrera. Mantienen estrechos contactos con algunos grupos de Inglaterra.

Italia, en este último tiempo ha presenciado un incremento notable de grupos feministas. El más conocido es Rivolta Feminile (Rebelión Femenina) que se organiza en equipos; también existen cuantiosos grupos que se originaron en las universidades.

En Estados Unidos es donde el movimiento ha adquirido un carácter indiscutiblemente masivo.

Hay tantos grupos y tendencias tan diversas entre ellos, que es muy difícil catalogarlos. Esquemáticamente, puede hablarse de tres direcciones dentro del movimiento feminista: reformistas, radicales y socialistas. Las primeras constituyen un núcleo muy importante, sus exigencias nunca rebasan el marco de la sociedad capitalista y no creen que deban hacerlo, combaten dentro de la legalidad del sistema y algunas cooperan con el Partido Republicano y otras con el Demócrata. Sus reivindicaciones centrales son: igualdad de oportunidades dentro del mercado del trabajo y de salarios; en contra de la discriminación en los centros de estudio; contra la utilización de la mujer como objeto sexual, por aborto legal, reimplantación de guarderías públicas y privadas en las empresas con personal femenino. El cónclave más representativo de esta tendencia es el NOW (Organización Nacional de Mujeres; la sigla NOW significa: ahora). Fundado en 1966 por Betty Friedan, es un grupo mixto y tiene una sólida organización jerárquica, lo cual marca una diferencia notable con los otros grupos femenistas norteamericanos y del mundo que rechazan toda clase de liderazgo. En relación con esta postura Barbara Zilber, vicepresidenta del NOW en Boston, señala en un reportaje

“yo creo que es un error que todo el movimiento haya enfatizado la ausencia de liderazgo, porque una de las cosas que todas las mujeres tienen que desear es una dirección suya, y pienso que lo mejor que podemos hacer es entrenar otras personas para posiciones dirigentes, de tal manera que se sientan lo suficientemente fuertes y competentes para poder asumir, quizá, roles políticos, dirigentes, en la gran comunidad”[1].

El NOW lleva a cabo acciones muy diversas; entre otras, inicia juicios a las universidades estatales por tener pocas profesoras, y como a dichas instituciones el estado les suspende los subsidios, cuando se hallan en juicios, éstas prefieren aceptar demandas de la organización, antes de verse perjudicadas. El NOW también es dueño de una cadena de Boutiques —aparentemente con el objetivo de emplear mujeres— que funcionan en varios estados y fabrican telas, botones, prendedores y otros objetos, con sus distintivos.

Los grupos de tendencia radical, sostienen que la mujer, está oprimida porque se la considera clase inferior a causa de su sexo. “Como feministas radicales —dicen— creemos que el agente de nuestra opresión es el hombre”; de allí concluyen que su “pelea” es contra ellos y agregan que

“la liberación de las mujeres, finalmente significará la liberación del hombre de su rol destructivo, como opresor; no nos hacemos la ilusión de que los hombres van a dar la bienvenida a esta liberación sin una lucha”…[2]

Uno de los grupos más conocidos, es el New York Radical Feminists (Feministas Radicales de Nueva York). Las organizaciones de tendencia socialista afirman que es imposible un cambio en la condición de la mujer sin una previa revolución social y política. Consideran que la situación de ésta es cualitativamente distinta a la de cualquier otro grupo oprimido, por eso asumen la lucha por sus reivindicaciones específicas como una forma de beneficiarse y de contribuir a la revolución socialista.

Las autoras del libro “Bread and Roses” (Pan y Rosas) enroladas en esta tendencia analizan cual es la situación de las mujeres de distintas clases:

“Todas las mujeres, aun aquellas de la clase dominante, son oprimidas en tanto mujeres, en la medida en que no pueden realizarse más que en el rol de compañeras, esposas o madres. Esta definición de las mujeres forma parte de la cultura burguesa, toda esa superestructura de ideas que sirven para explicar y reforzar las relaciones sociales dentro de un sistema capitalista.”

Sin embargo, las consecuencias son muy distintas para las mujeres de distintas clases. Si para todas, implica la pérdida de su “independencia, dignidad y libertad sexual”, para la mujer proletaria, además “justifica su sobreexplotación material y la desdicha física de que es víctima, su opresión es total.” En general, los movimientos feministas surgen como movimientos de mujeres de clase media, pero en el último tiempo ha habido un notorio viraje hacia la izquierda por parte de numerosos grupos. Algunos que comenzaron siendo separatistas y sectarios, ahora se plantean acciones en común con grupos socialistas de varones y elaboran programas de contenido marxista; los cónclaves nuevos, en su mayoría, también se definen como socialistas y llevan una política tendiente a reclutar mujeres de la clase obrera para su organización. El movimiento en general —salvo aquellas que se mueven dentro del statu quo y lo aceptan—, está organizado pequeños grupos, y cuando el número de miembros es cuantioso se dividen en subgrupos homogéneos. Estos grupos son autónomos y todos coinciden —excepto el NOW— en no aceptar liderazgos ni elitismos. La prensa oficial se encarga de distorsionar su sentido, acusándolos de anarquistas; sin embargo, tras el aparente desorden surge el germen de un nuevo tipo de organización social, auténticamente democrática y antiburocrática, donde pueden expresarse, en forma integrada, los conflictos personales y políticos de sus miembros. Para lograrlo, los grupos femeninos —además de encarar las tareas de elaboración de programa, propaganda, estudio, publicaciones, acciones en conjunto— forman los llamados “equipos de concientización”. En este ámbito el lema de la politización de lo personal adquiere un carácter concreto, porque al hablar de sus experiencias las mujeres buscan las raíces comunes de su opresión, lo cual les permite sentirse identificados con sus “hermanas”. Se intenta además crear un sentimiento arraigado de solidaridad de las integrantes del grupo entre sí y con el resto de las mujeres. Se pretende así que cada una tome conciencia de que no hay problemas individuales, sino sociales y políticos y que en consecuencia la lucha debe ser encarada en conjunto. (El análisis detallado de estas cuestiones, las discusiones teóricas y políticas dentro del movimiento y la situación actual de la mujer, son temas de otro capítulo de esta serie.)

El ataque oficial se ensaña con las feministas, las ridiculiza e intenta trivializar sus luchas. Las caducas letanías de que son mujeres histéricas, que no tienen otra cosa que hacer, “solteronas” insatisfechas, grupos minoritarios, ya no surten efecto; debido a eso sus métodos para combatirlas son ahora más sutiles y eficaces. Las llaman excéntricas y se ocupan muy bien de propagandizar, mostrándolas como primordiales y únicas, acciones tales como la quemazón de cosméticos y prendas íntimas. Sugieren que la mayoría son lesbianas o aspirantes a serlo, pero la realidad demuestra que en Estados Unidos, existe un solo grupo de feministas lesbianas: el Gay Women’s Liberation de Boston, y que en los demás grupos, el número de mujeres homosexuales es reducido. Otros son más sagaces y al advertir la importancia del movimiento intentan integrarlo al sistema. Reconocen que algunos de sus clamores son justos y hasta se vuelven defensores de aquellas reivindicaciones menos conflictivas. Inclusive los publicitarios no vacilan en incluir condimentos feministas (o anti) en sus propagandas. Pero la brecha abierta por él movimiento de las feministas cala hondo, y a pesar de las ironías su sola existencia crea zozobra en los miembros de la clase dirigente y en algunos hombres que no están dispuestos a aceptar que las mujeres son iguales a ellos.

Es cierto que el movimiento adolece de carencias teóricas y prácticas, que se han cometido y se siguen cometiendo muchos errores, que algunas asumen posturas extremas e irracionales que las perjudican, que muchas veces no tienen en cuenta la realidad en la cual están operando, y que en ciertos casos su resentimiento es tan grande que les impide ver más allá de él. Pero es inevitable que todo esto suceda en un movimiento que está gestándose. Por otra parte, la tarea que inician es inmensa y cuentan con pocos antecedentes para llevarla a cabo: por ejemplo, no hay ninguna historia completa del rol que ocupó la mujer en la humanidad; ninguna teoría social (ni siquiera los análisis que el materialismo histórico hace de la sociedad capitalista) contempla la situación específica de la mujer, ni las particularidades de su explotación; tampoco se sabe como opera la ideología dominante en relación con las mujeres ni las características de su sexualidad. Es difícil mantener la cordura y es fácil caer en el nihilismo cuando se descubre que la humanidad ignora quiénes son las mujeres y que ni ellas mismas lo saben. Sumido es esta ausencia de conocimiento seguro, el feminismo se enfrenta además a interrogantes más inmediatos: ¿Cómo se crea un movimento autónomo? ¿Con qué contenidos? ¿Es posible y efectivo que las feministas encaren su lucha en forma aislada? Y en relación con esto: ¿Cómo insertan su acción con la de otros movimientos sociales revolucionarios? Estas preguntas aún no tienen respuesta, quizás sólo puedan responderse en la dialéctica del movimiento mismo.

Para una teoría de las tareas domésticas

Uno de los líderes estudiantiles franceses, Rudy Deutschke, decía que el movimiento de mayo iniciaba “la larga marcha por las instituciones”, para arrasar con ellas y crear nuevas formas que respondieran a las necesidades reales de los hombres. Dentro de la sociedad civil, el matrimonio y la familia son dos instituciones sobre las cuales se aposenta el poder burgués y patriarcal, que las idealiza y exalta. Las feministas las han transformado en el blanco de sus críticas porque es en el seno de ellas donde se desenvuelve gran parte de la vida de la mayoría de las mujeres. Ya Engels, en relación al matrimonio, afirmaba: “la monogamia… entra en escena bajo la forma del esclavizamiento de un sexo por el otro, como la proclamación de un conflicto entre los sexos”… Y añade:

“el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clase, con la del sexo femenino por el masculino”.

Y junto a Marx coinciden en que “la primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de los hijos”, la cual define la ubicación de la mujer dentro de la familia. Las primeras publicaciones feministas analizan exclusivamente esta situación, en relación con las funciones de reproducción y socialización, en la medida en que determinan el sometimiento sexual femenino. Por su parte, los estudios económico tienen como centro la forma peculiar de explotación de las mujeres en el mercado de trabajo.

Sin embargo trabajos posteriores intentan demostrar que la opresión de la mujer en la sociedad de clases tiene raíces económicas, y se manifiestan también en el tipo de tareas que realiza en el hogar.

En la casa la mujer ejecuta distintas actividades que sintéticamente son: reproducción, cuidado y educación de los hijos y trabajo doméstico. Por trabajo doméstico se entiende las tareas de limpieza en general, cuidado de la ropa, cocina, compras, etc. La familia es la unidad económica de la sociedad, y dentro de ella, las mujeres son las personas encargadas de una producción determinada: la producción de “valores de uso en las actividades ligadas a la casa y a la familia”[3]. Para la teoría marxista la mercancía tiene un doble aspecto, el de valor de uso y el de valor de cambio. El primero se define por su utilidad, son bienes producidos para ser usados por la gente; el segundo expresa una relación entre mercancías que tienen un valor en el mercado. Como valor de uso, una mercancía representa un rasgo universal presente en todas las formas de sociedad, es un rasgo permanente de ésta. En cuanto valor, la mercancía es característica de un tipo histórico de sociedad, cuyas características específicas son: la producción privada y la división del trabajo desarrollada. La sociedad capitalista es “la primera sociedad de la humanidad, en que la mayor parte de la producción está constituida por mercancías”. Esto no significa que toda su producción sea de mercancías. “Dos grupos de productos, conservan todavía un simple valor de uso…”[4]. Los producidos para ser consumidos en la granja y las cosas que se producen en el hogar. En la casa la mujer prepara la comida, lava, cose, plancha y esto constituye una producción en la cual se emplea gran cantidad de trabajo humano. Esta producción empero, no se vende en el mercado sino que es consumida en el propio hogar. Por el contrario, cuando este mismo tipo de trabajo es realizado por empresas comerciales —casas de comida, lavaderos, guarderías, etc.—, se vuelve evidente su carácter productivo. La diferencia entre ambas reside en que la primera es una producción de valores de uso, en tanto la segunda lo es de mercancías. Como la sociedad capitalista se basa en la producción de estas últimas, el trabajo realizado en ambos lados —la casa y la empresa— adquiere características y valoraciones distintas.

El trabajo efectuado en la casa es económicamente invisible, el otro es económicamente visible. La tarea doméstica es considerada una fatalidad sexual más que una categoría económica. La sociedad de clases ha ejercido una real división sexual del trabajo; en ella el varón se define esencialmente como productor de mercancías y su trabajo se torna económicamente visible en tanto produce objetos que crean riqueza. El trabajo doméstico de la mujer, por el contrario, invisible puesto que produce objetos perecederos, carentes de valor. La función económica que se les asigna en la casa es la de reproducir buena parte de la fuerza de trabajo de los seres humanos. Para Engels “el hombre es en la familia el burgués; la mujer representa en ella al proletariado”[5].

Nadie puede negar que el trabajo doméstico es uno de los más embrutecedores y aburridos; las mujeres se convierten en eternas Penélopes que tejen y destejen el mismo monótono e interminable trabajo. Para colmo se les ha inculcado tan bien que ésta es su misión trascendental, que a muchas ni se les ocurre pensar que podrían ser otra cosa. A esta mistificación aportan sus mensajes las revistas femeninas y la televisión; ambas se dedican a reforzar sistemáticamente esta imagen de la mujer, haciéndola pasar como un hecho natural, encubriendo al mismo tiempo su origen cultural. Laboriosos, estos medios se dedican a bombardearlas con recetas de cocina, sugerencias decorativas, lamentables “tests” que indagan el grado de su femineidad, si son buenas amas de casa, caprichosas, seductoras o tímidas, métodos insólitos para adelgazar o ser más bonitas, modas y otras vanalidades. El ama de casa no comprende por qué se siente insatisfecha e infeliz; no importa, su desánimo es paliado a cada instante por un monstruoso aparato ideológico, montado a sus espaldas, que la gratifica canonizándola como madre, convenciéndola de que el hogar es el reposo del hombre, que en el sexo débil encuentra éste su fuerza. Engaño, pura mistificación que le permite retornar a su trabajo, cansador, solitario y cotidiano, como Sísifo a su piedra. ¿Cuál es la solución propuesta? Las feministas ensayan una que tiene sus pro y sus contras. Como uno de los rasgos esenciales de la producción doméstica es el de ser privada, se concluye que ésta debe transformarse en una producción pública. La industrialización de la producción doméstica traería como consecuencia la destrucción de la familia como “unidad económica de la sociedad”. Dentro del régimen capitalista es casi imposible que se genere este cambio debido a que el trabajo invisible de las mujeres es insoslayable para la sociedad y su carácter gratuito beneficia a los propietarios de los medios de producción. Pagarles por él, implicaría una considerable distribución de la riqueza. Además la familia cumple un rol primordial como consumidora; destruirla significaría subvertir todas las pautas actuales de consumo. Por eso, el proyecto de industrialización de las tareas domésticas exige para realizarse una sociedad distinta regida por criterios de beneficio común y no de enriquecimiento de unos pocos. El socialismo se vuelve así el único camino abierto a las expectativas de las feministas, y en esto coinciden con todos los trabajadores explotados del mundo.

Mercado de trabajo

Muchas mujeres realizan a la par de las tareas domésticas, otras fuera de sus casas.

Su ubicación en el mercado está sobredeterminada por su carácter de trabajadoras invisibles y por la idea que tiene la sociedad de la función que cumplen dentro de ella. Como el que realiza en su casa no es considerado trabajo, parece natural que estas mujeres asuman también la responsabilidad de los oficios domésticos. Así, a la jornada que cumplen en las fábricas u oficinas se le suma otra en sus hogares: en lugar de uno están efectuando un doble trabajo.

“Mi trabajo —ironiza en un reportaje una empleada de oficina— consiste en servir café, atender el teléfono, tipear cartas aburridas y aceptar constantemente órdenes de mi «partner» masculino. Al final de mi día de trabajo estoy cansada y deprimida. Todo el día he sido usada como un instrumento. Luego subo a un ómnibus contaminado y voy a casa. Allí encuentro al bebé, los platos en la pileta, la cena por hacer y un marido que quiere que luzca como Twiggy. Y la gente pregunta por qué las mujeres quieren liberarse”.[6]

En Francia el 37,8% de las mujeres casadas —censo 1968— trabajan afuera, y en Estados Unidos son el 62,2% —censo 1966— de la población femenina económicamente activa. El mínimo de trabajo que debe realizar para mantener su hogar —si no tiene hijos y es casada— le insume un tiempo de quince a veinte horas semanales. Si además tiene hijos se eleva a sesenta horas; y si se le agrega la jornada que cumple fuera de la casa se vuelve evidente el carácter doble de su trabajo. También se entiende por qué ciertas mujeres sueñan con dejar su empleo: unas para atender sólo su casa y otras para contraer matrimonio. Es que para ellas el tiempo libre no existe y las condiciones en el mercado de trabajo son poco atractivas.

En una encuesta realizada por dos investigadores franceses a un grupo de obreras, una costurera que había querido estudiar y ser dactilógrafa dice: “Querría tener una familia, fundar un hogar feliz”. Sin embargo, frente a la pregunta, “qué haría usted si pudiera cambiar totalmente según su voluntad?”, responde: ”Yo no me quedaría como soy, no seguiría siendo mujer, pero eso no puede ser”. Otra, obrera bobinadora, responde en forma similar a este interrogante y acota: “Creo que las mujeres son abandonadas por la vida”. Más adelante duda que exista la felicidad en la tierra y afirma no creer en ella; a pesar de ello concluye: “Más tarde, cuando me case con Francois…, fundaré un hogar”.

Las contradicciones saltan a la vista: o el conflicto se expresa en un ilusorio ser o no ser que se sabe imposible o se intenta tener fe en ese hogar, paraíso de los cuentos en el que no creen demasiado. Los motivos por los cuales el sector femenino ingresa en el mercado de trabajo son múltiples: en un principio las exigencias de la industrialización y los cambios que en ella se han producido, vuelve necesaria esta mano de obra y determina la forma de su incorporación. En algunos países el proceso de pauperización de la clase media y en otros las necesidades artificiales que crea la sociedad de consumo, también influyen en este sentido. Por último, algunas mujeres piensan que esta es una forma de lograr mayor independencia. Para el movimiento feminista es fundamental el análisis de la situación de las mujeres en sus empleos ya que el aislamiento de las amas de casa en sus hogares vuelve difícil y lenta su organización. Esta es más factible en los centros de trabajo donde la mujeres se encuentran naturalmente juntas y por consiguiente se ve con mayor claridad que existen una serie de reivindicaciones comunes. El sector femenino constituye una parte considerable de la fuerza de trabajo, por ejemplo: en EE. UU., en 1966 eran el 37% de la población laboral; en Francia en 1968 estaban integradas a la producción 5.990.000 mujeres, de las cuales 5.160.000 eran asalariadas. Que se siga sosteniendo que el lugar de la mujer es su casa, perjudica enormemente a las trabajadoras porque este uso de los argumentos más utilizados por los patrones para justificar la forma particular de explotación que ellas sufren. Realizan los trabajos más ingratos y peor remunerados; por el mismo trabajo reciben salario menor que el de los varones; no intervienen en los cursos de capacitación; los beneficios sociales no contemplan sus necesidades específicas; en situaciones de desocupación son las primeras en perder su empleo.

Los datos coinciden en que el trabajo femenino es el peor pagado: se estima que su salario están un 60% por debajo del masculino en EE. UU. y un 40% en Francia. Esto tiene que ver con el tipo de trabajo que realizan porque la mayoría son empleadas de oficina, obreras en industrias poco tecnificadas, vendedoras, maestras o empleadas domésticas. El caso de las obreras es significativo: en general están empleadas en la industria textil, alimenticia o de manufactura del cuero.

En este tipo de industrias el rubro salario influye mucho más en relación con los costos totales que en otras más tecnificadas. En ellas el trabajo es intenso y el sueldo más bajo, ya que a menor salario de las trabajadoras corresponde mayor ganancia para el capitalista. En un artículo referido a Canadá[7], se establece que en 1969 el promedio de salarios en las fábricas de indumentaria y de tejido de punto era de 78 dólares y de 81 dólares en las de productos de cuero; en comparación con industrias que emplean mano de obra fundamentalmente masculina los salarios suben a 139 en la química y 133 dólares en la producción metalúrgica. Las empleadas de oficina cumplen generalmente tareas auxiliares con salarios mínimos. Otro de los rasgos de la situación de las trabajadoras es que se las excluye de los cursos de capacitación y se les pone trabas para su promoción. Es muy común que en las empresas, aun las que tienen gran cantidad de personal femenino, los puestos ejecutivos y de supervisión estén ocupados por hombres. La ausencia de mujeres en ellos se explica por una supuesta ineptitud de éstas para el mando o porque tienen poca experiencia y adiestamiento. Es bastante arbitrario afirmar que las mujeres, por su naturaleza, no pueden cumplir determinados roles; lo que sí puede ser verdad es que, en algunos casos, no llenan los requisitos de idoneidad. Ellas no son culpables de esto, porque para aprender es necesario que se le brinde la oportunidad de hacerlo. Las fábricas cuyo personal es fundamentalmente femenino no brindan, en general, cursos de aprendizaje; en las otras (metalúrgica, automotriz, química) su trabajo es poco calificado y los cursos de capacitación para tareas calificadas no están abiertos para ellas. En otros lugares, el que se las incluya o no en programas de adiestamiento depende mucho de quién es el encargado de la selección y cuáles son sus bases. En un estudio llevado a cabo en Norteamérica (1950) en relación con universitarios,[8] sobre doce bancos, ninguno de los que realizaba estos cursos aceptaba mujeres en ellos, y los siete que empleaban graduados no admitían mujeres universitarias; en el caso de treinta compañías aseguradoras, sólo ocho admitían alumnas. A pesar de tratarse de datos poco recientes, las feministas estiman que la situación no ha cambiado demasiado. La condición de la trabajadora es agobiante, su trabajo monótono y poco creativo, las largas horas pasadas frente a una máquina bobinadora o de escribir, sus ilusiones destrozadas, no son cosas que tenga en cuenta un sistema social deshumanizado. Tampoco le preocupa contradecirse, porque la misma ideología que sustenta los inmutables mitos femeninos, no tiene reparos en negarlos de hecho cuando se enfrentan a sus beneficios económicos: “la maternidad es el bien más sagrado”, sin embargo deja de serlo cuando las obreras tienen abortos espontáneos como consecuencia de las condiciones de trabajo; “el lugar de la mujer es su hogar”, hasta que las necesidades del desarrollo capitalista no diga lo contrario; “es el sexo débil”, pero no para levantar durante horas paquetes inmensos en los talleres gráficos. Para las feministas, en cierta medida los varones son cómplices —muchas veces involuntarios— de esta hipocresía, porque a pesar de que analizan y luchan contra la explotación de la trabajadora, no entienden hasta qué punto oprime a la mujer la concepción que se tiene de ella en esta sociedad. Les parece natural que sea la que haga las tareas domésticas y cuide a los hijos, aunque trabaje fuera de la casa. A los compañeros de empleo, les indigna que un jefe o el patrón se propase con una mujer, pero no les parece mal que cobre menor salario por un trabajo igual al de él. Cuando acepta que se le pague menos por ser mujer, no percibe que esta excusa le sirve a la empresa para dividirlos como trabajadores y para aumentar los beneficios. Betty Friedan en su libro “Mística Femenina”, reproduce los resultados de una investigación en la que se demuestra que las compañías manufactureras norteamericanas, en 1950, obtuvieron una ganancia de 5.400 millones de dólares (un 23 de todas las ganancias) pagando a las mujeres salarios inferiores al de los hombres por un trabajo semejante. Inclusive aquellas que ocupan cargos directivos sufren ésta diferencia. Una investigación efectuada por la Universidad de San Francisco en 1962 mostró que en esa zona, las empleadas jerárquicas cobraban entre un 10 y un 20% menos que los varones.

Los empresarios intentan ocultar los beneficios y justificar la explotación, argumentando que no les conviene emplear mano de obra femenina porque son inestables en su empleo, faltan mucho, tienen que pagar las licencias por embarazo y mantener guarderías para las trabajadoras con hijos pequeños. En términos generales es real que los cambios de personal son mayores entre las mujeres. En un estudio realizado por el Departamento de la Mujer de los E.E.U.U. se señala que un factor primordial que influye en estos cambios es el nivel de salarios más bajo en las industrias que emplean personal femenino. Las mujeres son más estables en aquellos empleos mejor pagos, y en las empresas donde participan en los cursos de adiestramiento su estabilidad es igual a la de los hombres. El cambio también es menos frecuente entre las empleadas que ocupan cargos directivos o cuando tienen expectativas y posibilidades de ascenso. El empleador exagera las prestaciones que paga por la trabajadora. Su mayor preocupación es la ley que protege a las mujeres embarazadas y que establece la obligatoriedad de la licencia con goce de sueldo unos meses antes y después del parto. En realidad la posibilidad de que queden embarazadas, no supera un 4% entre todas las mujeres empleadas (datos del Departamento de la Mujer). Además, gran parte de la mano de obra femenina está contratada como trabajadora de tiempo parcial o temporal con tiempo completo lo que evita el pago de estas prestaciones. Algunas empresas sólo permiten el ingreso de solteras y cuando estas se casan son inmediatamente despedidas, lo que les soluciona de entrada este problema.

En relación con las guarderías, hay pocos países —la Argentina es uno de ellos— donde leyes y convenios obligan a la empresa a montar salas cuna o guarderías si entre sus empleadas se encuentra un número determinado de mujeres con niños pequeños, pero el resto no reglamenta en absoluto esta situación que queda así librada a la buena voluntad del empresario. Los sindicatos, por su parte, no incluyen este punto en las discusiones de convenios colectivos y cuando lo hacen es el primero que desechan en la negociación. Son ellos mismos los que se quejan luego porque las mujeres son las primeras en volver al trabajo boicoteando las huelgas. Es cierto que son “rompehuelgas” y conservadoras, pero también lo es que hasta ahora sus demandas no se han tenido en cuenta. Las feministas intentan sacar a las mujeres de su ensueño, destruir las ataduras que les impiden liberar su fuerza latente. Su apuesta es audaz porque implica luchar contra una cultura de siglos aceptado no sólo por los hombres sino también por ellas mismas.

¿Cómo empezar a desmontar este complejo mecanismo social que atrapa a los seres humanos? ¿Por dónde iniciar la larga lucha por la liberación de la mujer?

Para Peggy Morton

“las clases dominantes tratan de controlar al pueblo mutilando sus identidades. Nuestra tarea como organizadoras no es decirles a las mujeres que están oprimidas, sino entender primero las formas cómo la gente se rebela todos los días contra su opresión; el mecanismo por el cual esta rebelión nace en forma colectiva pero es reprimida; cómo la gente es separada para que sus opresiones sean vistas como algo individual y no como opresiones de sexo y clase; y proveer teoría y práctica revolucionaria que posibiliten nuevas formas de lucha contra su presión”.[9]

Si el paso imprescindible para la liberación de las mujeres es el cambio de la sociedad capitalista por una socialista, no por eso deben descuidarse sus reivindicaciones específicas como productoras y amas de casa dentro del sistema actual. La organización de las mujeres en sus lugares de trabajo, es un primer paso insoslayable, que no excluye otros también importantes. Pero si el movimiento feminista levanta el lema “Destruya la familia” como consigna inmediata lo más probable es que no consiga apoyo masivo y se transforme en un núcleo reducido de mujeres aisladas. Esta consigna no tiene sentido en el momento actual y sólo lo adquiere como estrategia a largo plazo. La mayoría de las feministas son concientes de esto, por eso insisten en revelar la particular forma de explotación que sufre la mujer como trabajadora visible e invisible y sus demandas prioritarias tienen que ver con esta situación. Un programa de sus reivindicaciones para trabajadoras asalariadas podría sintetizarse en:

a) El mismo derecho al trabajo igual.

b) Salarios iguales.

c) Guarderías gratuitas controladas por las madres.

d) Ingreso a los cursos de adiestramiento.

e) Mejores condiciones de trabajo.

En relación con este último punto es notable como influye que sean mujeres en el trato que reciben en el trabajo. El testimonio de obreras del calzado de una fábrica argentina es significativo, una de ellas cuenta:

“en la fábrica nos tienen como esclavas, no nos podemos reír, ni hablar porque nos suspenden. A mí me suspendieron porque moví un banquito. Claro, yo era un poco contestadora. Pero otra chica que le contestó mal al hijo del patrón, recibió una cachetada.”

A la pregunta de si los hombres reciben el mismo trato responde: “No, se imagina que si alguien le pega a un hombre éste se la va a devolver. Las chicas tenemos más miedo…” Otra obrera dice

“Algunas chicas salen con el patrón; les conviene porque así nadie les dice nada… Las chicas buenas que no lo aceptan, las despiden o les hacen la vida imposible.”

Testimonios de obreras gráficas y textiles y de oficinistas argentinas coinciden en señalar que muchos jefes y patrones tratan de aprovecharse de su jerarquía para tener una “aventura” con sus empleadas. Y éstas no son efusividades exclusivas del espíritu latino. En un estudio de Shulamith Firestone sobre empleadas de cafeterías, restaurantes y bares en Estados Unidos, se demuestra que una de las situaciones que les crea mayor conflicto y angustia son las arremetidas románticas de los dueños y parroquianos. Las humillaciones, las amenazas, inclusive la violencia física son comunes para algunas trabajadoras que cotidianamente ven avasallada su dignidad como personas. Se podría hacer una larga enumeración de las formas sutiles de explotación o los problemas de insalubridad que acarrean las condiciones en que se trabaja, pero para el caso de las mujeres lo importante es señalar en qué medida se especula con sus “supuestas” “debilidades” —que ellas han internalizado— para someterlas a un dominio mayor. Que las mujeres no tomen conciencia de la opresión y luchen, no sólo las perjudica a ellas sino también a los otros sectores oprimidos. El bajo nivel de afiliación femenino quita a los sindicatos una considerable fuerza que podría ser utilizada en su beneficio; las diferencias salariales y de categorías crean una división entre hombres y mujeres, en tanto trabajadores, que beneficia al capitalista; en algunas empresas los hombres son despedidos y reemplazados por mujeres ya que la suya es mano de obra más barata. Un método utilizado por las empresas en conflicto es el de enviar cartas a las esposas de los trabajadores en huelga donde se les explica los perjuicios (despido, descuentos, suspensión) que puede acarrearle a sus maridos esa lucha. Los empresarios saben que la presión que ellas pueden ejercer en su casa es más fuerte que sus propias amenazas. Es difícil que las amas de casa alienadas en su reducido mundo hogareño puedan comprender los conflictos de una sociedad compleja. Ellas creen que han elegido libremente esa situación y aunque viven y sienten una opresión constante piensan que sus problemas son individuales y no sociales. Las feministas intentan demostrarles que la familia tal como se piensa hoy, no es una institución natural y eterna sino más bien un producto cultural e histórico de nuestra sociedad.

Las relaciones de dominación en la familia

Para Engels, la monogamia

“fue la primera forma de familia que no se basaba en condiciones naturales, sino económicas, y concretamente en el triunfo de la propiedad privada sobre la propiedad común primitiva…”[10].

Para él surge de la necesidad de asegurar la paternidad indiscutible de los hijos que heredarán los bienes del padre. El patriarcado es una creación de la sociedad de clases ya que en la comunidad primitiva la herencia era matrilineal. Evelyn Reed coincide con otras feministas en que

“con la evidencia del pasado, nosotras podemos refutar el mito de que la mujer fue el sexo inferior y que su lugar ha estado siempre en la casa”;[11]

de allí se desprende la necesidad de investigar la sociedad primitiva y la situación de la mujer en ella.

Hay pocos estudios antropológicos que la analicen desde el ángulo específico de la mujer y los estudios feministas recién comienzan. Algunas apreciaciones son reveladoras: que se las llame sociedades matriarcales no quiere decir que las mujeres dominen a los varones, sino más bien que son “hermandades” de hombres donde impera la igualdad sexual. Es probable que las mujeres tuvieran a su cargo las tareas sociales y organizativas. Se dedicaban a la agricultura y en esta actividad realizaron grandes descubrimientos técnicos, herramientas de labranza, semillas, abono, procesos de cultivo, uso medicinal de las plantas, etc. Estos datos recogidos por Evelyn Reed, son interesantes en cuanto sirven de base a un estudio más profundo de la historia de la mujer y la familia. Para Engels, la unión de hombre y mujer varía en relación con lo que Lewis Morgan llama los tres estados fundamentales de la evolución humana: al salvajismo corresponde el matrimonio en grupo; a la barbarie el sindiásmico; a la civilización, la monogamia. Esta última “no aparece de ninguna manera en la historia como una reconciliación entre el hombre y la mujer”[12], y en un principio las uniones eran contratos concertados por las familias, a espaldas de los contrayentes. Posteriormente, se sustentó en una elección “libre”, pero para la esposa el “hogar se transformó en un servicio privado; la mujer se convirtió en la criada principal”. Las feministas aceptan, como punto de partida, el análisis socialista del origen de la familia y la monogamia pero le critican el no haber profundizado en las funciones que cumplen ni en la situación de opresión de las mujeres. Para ellas además del económico anteriormente expuesto, la familia está compuesta de tres aspectos diferenciados; la reproducción, la socialización de los hijos y la sexualidad. La maternidad, en sentido biológico, es un hecho inmutable y no histórico. Pero esta realidad fisiológica no tiene que ver con los valores que cada sociedad le atribuye a la función materna. Simone de Beauvoir abunda en ejemplos para concluir que

“no existe ningún ‘instinto maternal’; la palabra no se aplica en ningún caso a la especie humana. La actitud de la madre es definida por el conjunto de su situación y por el modo en que la asume y, (…) es extremadamente variable”[13].

Esta afirmación se contrapone a la idea generalizada en nuestra cultura, de que la función primordial de la mujer es la de procrear ya que su naturaleza así lo indica. Según la feminista inglesa Juliet Mitchell[14], la reproducción es un “remedo” del proceso productivo en el capitalismo. En éste el hombre enajena su trabajo en la elaboración de un producto, que es apropiado por el capitalista. La maternidad es vista como un proceso cuyo producto biológico es el niño. Legal y económicamente el padre asume el control del hijo y la mujer y en este sentido ambos están sujetos a él. La mujer es considerada como productora de hijos y lo que es una capacidad biológica se transforma en una actividad sustitutiva del trabajo. Ella se aliena como ser humano, pierde su autonomía, anula su capacidad creativa y de acción. Cuando la maternidad deja de ser un acto natural de creación y se convierte en un proceso productivo, la mujer pasa a ser definida en función del papel que juega en dicha producción y no por su condición de ser humano. Toda su actividad social resulta complementaria de su rol primordial como madre. Mientras los métodos anticonceptivos no estaban muy difundidos, resultaba difícil poner a la mujer en su justo lugar. Con su proliferación, el acto procreador se vuelve voluntario y deseado y la maternidad, elección libre. El problema persiste, ya que el suministro de anticonceptivos no está universalizado y su eficacia es todavía relativa. El movimiento feminista exige en sus reivindicaciones que se incluya en los programas escolares el estudio de los diversos métodos de control de la natalidad en una materia dedicada a la educación sexual y el suministro gratuito de anticonceptivos por parte del Estado. Esta última demanda puede convertirse en un arma de doble filo si no se tiene en cuenta las condiciones específicas de cada lugar: basta recordar los programas de control de la natalidad del imperialismo en países de Asia, Africa y América Latina. Dada la proliferación de abortos ilegales en condiciones que ponen en peligro la vida de las mujeres, las feministas reclaman la abolición de las leyes contra el aborto y que estos sean efectuados en clínicas y con personal capacitado. Algunas sostienen que el Estado no debe legislar sobre cuestiones privadas y que el aborto es un problema moral que cada persona encara según los dictados de su conciencia. Once estados norteamericanos, entre 1967 y 1970,

“han liberalizado sus leyes sobre aborto. En 1967, Colorado reformó sus leyes conforme a las recomendaciones del Instituto de Leyes Americano. Otros estados, aprobaron una legislación similar que permite a los médicos efectuar abortos en los hospitales si la salud física y mental de las mujeres preñadas estaba amenazada, si su embarazo era el resultado de violación o incesto o si era probable que su hijo naciera con graves defectos. Mississippi estipulaba que el aborto sólo se justificaba en caso de violación. Los otros cincuenta estados mantuvieron sus leyes, otorgando el aborto sólo cuando es necesario para salvar la vida de la mujer preñada”[15].

Otra característica de nuestra sociedad es la de valorar la maternidad sólo cuando se realiza en el matrimonio. Ser madre soltera es un anatema y hasta no hace mucho la legislación civil establecía diferencias entre hijos legítimos y naturales. Aún hoy, a pesar de la creciente liberalidad en las relaciones sexuales, las mujeres solteras y sus hijos tienen que tolerar situaciones ingratas, insinuaciones o rechazo. Si es cierto, tal como se nos propone, que la maternidad es la función esencial, el bien máximo que esta debe alcanzar ¿qué importancia tiene que lo logre estando soltera o casada? La moral dominante no es inocente, tras su apariencia idealista se ocultan las necesidades materiales de un sistema económico basado en la familia, la monogamia y la propiedad privada. El mismo que pretende mantener a la mujer aislada de la sociedad, cumpliendo dócilmente su misión de inventar hijos en su mundo privado. No es que las feministas estén en contra de la procreación: lo que atacan es que una característica biológica marque el destino de la mitad de los seres humanos. Es cierto que algunas pocas fabulan con los adelantos científicos —hijos en probeta— y ven en ellos la posibilidad de su liberación total. Sus delirios de ciencia ficción son inocentes pero a la vez peligrosos: primero por la manipulación que de ellos hacen los medios de comunicación, al presentarlos como “el pensamiento de las feministas”; segundo porque un movimiento social femenino que pretende ser masivo debe partir de las condiciones reales y concretas de las mujeres y brindar sustento teórico a su situación de opresión y explotación.

Socialización y educación

La maternidad, en la actualidad, significa para la mujer asumir la responsabilidad del cuidado y educación de los niños. Esta función socializadora se convierte en su vocación cultural. Se supone que nadie puede mejor que la madre asumir este rol, que ella brinda a sus hijos ternura y protección. Para Simone de Beauvoir, sin embargo, es una mujer sin satisfacciones, sexualmente frígida y que se siente socialmente inferior al hombre en la mayoría de los casos, y como madre intentará compensar todas sus frustraciones a través de su hijo.

“Cuando se comprende hasta qué punto la situación actual de la mujer dificulta su total expansión, y cuantos deseos, rebeliones, pretensiones y reivindicaciones la habitan sordamente, una se espanta de que le abandonen niños sin defensa”.

Y algunas páginas más adelante agrega

“Es una paradoja criminal negar a la mujer toda actividad pública, cerrarles las carreras masculinas y proclamar su incapacidad en toda clase de actividades, al mismo tiempo que se le confía la empresa más grave y delicada que existe: la formación de un ser humano”[16].

Querer ser buena madre no es lo mismo que serlo, y esto lo comprueba la mujer en su práctica cotidiana. En su diario, Sofía Tolstoi, esposa del escritor, hace confesiones reveladoras: “Con mis hijos he perdido el sentimiento de ser joven. Me siento tranquila y dichosa”. Unos años más adelante escribe

“Me dedico enérgicamente y con fervoroso deseo de hacer bien las cosas, a la educación de los niños. Pero, Dios mío, ¡qué impaciente e irascible soy, y cómo grito!… ¡qué triste es esta eterna lucha contra los niños!”

La cultura patriarcal oprime a la mujer y la esclerotiza en determinados roles que ella internaliza y asume como propios, pero ésta vive una contradicción constante entre lo que supone que debe ser y lo que en realidad necesita. Incluso al internalizar su opresión se convierte a su vez en opresora, ya que en la educación de hijos varones y mujeres reintroducirá la división social masculino-femenino. El reducido mundo hogareño se transforma en un espejo donde se reproducen las divisiones sexuales que se dan en la sociedad. El chileno Jorge Gissi[17] en un estudio sobre los mitos femeninos señala la importancia que tiene la socialización de los niños. El modelo que reciben y experimentan es el de hombre-mujer en la relación de padre-madre y consecuentemente la larga lista de características míticas que definen a ambos sexos. Desde que nacen las criaturas se distinguen por la ropa que usan, la forma en que se los trata o los juguetes que se les ofrece. Si a una niña le gusta treparse a los árboles, agarrarse a golpes o jugar con un juguete “masculino” se la llama “machona”; a la inversa si un varón prefiere las muñecas, será un “mariquita”. Desde la infancia se prepara a la mujer para ser esposa o madre; con una sonrisa y en calidad de regalos se le entrega muñecas, cocinas y escobitas. Los padres observan con satisfacción como lava, arregla y acuna a su muñeca, hace coqueterías o inventa comidas inexistentes. Detrás de estos juegos aparentemente inocentes se va labrando el destino de la incipiente “mujercita”. Ella no sabe que cuando acuna ese objeto sonrosado y consistente, cuando simula que plancha y arregla un vestido, en la alegría del juego y la inconciencia se va gestando su historia de opresión. Más tarde descubre la ironía; pero el muñeco es un ser humano frágil y exigente, la cocina está llena de platos sucios, la ropa se amontona y la rueda de la vida gira entre pelusas y llantos infantiles. También percibe que la realidad no es lúdica y que ha pasado el tiempo de decir “este oficio no me agrada”. La feminista Juliet Mitchell, utiliza conceptos de T. Parsons para señalar el rol que desempeñan los padres en el proceso de socialización. La mujer en la familia asume la función “expresiva” y el varón representa la “instrumental”. En una primer etapa preedípica del infante, la mujer cumple ambas funciones y ella es la fuente de aprobación y desaprobación. Posteriormente la división instrumental‑expresiva, es asumida por padre‑madre respectivamente. En la sociedad contemporánea

“la persona que representa la función de integración‑adaptación‑expresión, no puede ocuparse todo el tiempo en labores instrumental‑ocupacionales, por ende hay una inhibición estructurada del trabajo de la mujer lejos del hogar”[18].

El proceso de socialización es necesario en cualquier sociedad, pero no la forma en que se lo realiza en la actualidad, ni siquiera que sea la madre o la escuela los encargados de ejercerla. Las feministas insisten en destacar la extremada importancia de este proceso y la necesidad de contar con educadores aptos y maduros para llevarlo a cabo. Son concientes de que no es posible una revolución en los sistemas educativos dentro de una sociedad regida por la ganancia y la alienación, y que sólo a partir del socialismo la responsabilidad colectiva de la educación de los niños puede significar mayor cuidado y bienestar para éstos. Sin embargo sus propuestas no desdeñan la coyuntura presente y organizan, por ejemplo, lo que denominan “guarderías liberadas”. Se establecen en un barrio y aceptan el ingreso de todos los niños, cobran cuotas muy bajas, su personal es reducido por motivos económicos, pero principalmente porque intentan que padres y madres colaboren en el cuidado de los infantes. Las tareas y juegos son iguales para chicos y chicas, ya que “deseamos promover un espíritu cooperativo y que la guardería refleje nuestros valores”. Pero como ellas mismas reconocen es difícil dar a los niños una imagen realista, honesta y no sexista de la vida, ya que nuestra sociedad refleja los valores sexistas”[19].

El proyecto inicial era el de crear comunidades donde los niños comieran y durmieran juntos, pero los padres se resisten a ello. Las feministas intentan quebrar los lazos parentales y el sentido individualista de propiedad sobre los hijos que se esconden tras éstos, reemplazar las categorías de “mi hijo” o “tu hijo” por la de “nuestros hijos”. Es una empresa inmensa construir una cultura donde todos los adultos se sientan padres o madres y responsables de los niños cualquiera sea su origen. Inimaginable, por ahora.

Sexualidad y liberación

En su libro “Del Amor”, Stendhal afirma: “La fidelidad de las mujeres en el matrimonio cuando no media el amor, es probablemente una cosa contra la Naturaleza”. Pasaron muchos años y todavía resulta más tolerable la infidelidad masculina que la femenina; incluso en la mayoría de las legislaciones penales la tipificación del adulterio mantiene esta diferenciación. Es adúltera la mujer que realiza un acto sexual con un hombre que no sea su cónyuge, el marido sólo cuando tiene manceba dentro o fuera de su hogar. La injusticia penal tiene su correlato en la condena moral porque lo que es en el hombre un signo de virilidad muy apreciado, en la mujer pasa a ser una confirmación de su carácter frívolo. Esto en términos generales, ya que en ciertos sectores sociales y en las sociedades más desarrolladas, en los últimos años se viene dando un fenómeno de liberalización de las costumbres sexuales.

La proliferación de anticonceptivos, las relaciones sexuales pre y extra- matrimoniales, el divorcio, traen como consecuencia este ablandamiento. El cambio resulta un ataque a los valores tradicionales del vínculo exclusivo y permanente que sustenta la institución matrimonial. La reforma en las relaciones personales, entre otras cosas, da origen a una industria de la pornografía, basada en la explotación de las debilidades e insatisfacciones de los individuos. Este mercado se sustenta fundamentalmente en la transformación y utilización de la mujer como objeto sexual. En forma semejante la publicidad hace de esta imagen su tema predilecto y la convierte en símbolo del consumo. Es innecesario dar ejemplos al respecto, lo importante es destacar en qué medida este hecho sume a la mujer en una nueva contradicción. Si el cambio en las costumbres significa un primer paso en el camino de la liberación femenina, éste sentido se tergiversa cuando es utilizado comercialmente. Porque cuando se le atribuye a la mujer el rol de objeto sexual se avasalla el contenido primordial de su liberación que es el de convertirse en sujeto.

Para dos feministas francesas

“no puede existir una verdadera liberación sexual más que si la mujer es realmente igual al hombre, para que el intercambio sexual se produzca entre dos ‘sujetos’ y no entre un ‘sujeto’ y un ‘objeto’(…) la liberación del cuerpo es lo primero que debe ocurrir, ya que no puede haber liberación femenina sin liberación sexual”[20].

Los teóricos marxistas señalaron el carácter económico de la institución familiar en la sociedad de clases, la esclavitud de la mujer en relación con el hombre y el antagonismo de su relación; pero no comprendieron el sentido específico de su opresión sexual. Lenin[21] exclamaba “¡Abajo esta mentira! Abajo los falsarios que hablan de libertad e igualdad para todos, mientras existe un sexo oprimido…” y las reclamaba para las mujeres más adelante dice “La igualdad ante la ley no es la igualdad en la vida. Necesitamos que las trabajadoras consigan la libre igualdad con los trabajadores no sólo ante la ley, sino en la vida”. Sin embargo es muy distinta su actitud frente a un folleto sobre sexualidad de Ines Armand y cuando ésta lo consulta, le responde que el “amor libre” es una “reivindicación burguesa y no proletaria”. En su correspondencia a Clara Zetkin, le reprocha en 1920

“La lista de sus pecados, Clara, no está todavía agotada. Me dicen que durante esas veladas de lectura y discusión se examinan generalmente con las obreras los problemas de los sexos y el matrimonio”

y agrega “es una ocupación a la que son afectos los intelectuales y los medios que están relacionados con ellos”. Si las feministas de izquierda insisten en señalar las carencias de la teoría marxista, no es por un simple afán de crítica, sino porque creen que la liberación sexual es un problema esencialmente político. Es necesario un cambio de sistema económico y político pero esta revolución no garantiza el fin de la opresión sexual de las mujeres. Además haciendo suyo el postulado de W. Reich sostienen que la ausencia de toda teoría provoca la asfixia de la revolución sexual. Para las militantes la mayoría de las investigaciones sobre las características sexuales femeninas están viciadas porque aceptan la categoría freudiana del doble orgasmo en la mujer. La imposición de un modelo de sexualidad clásico significa un acto de violencia impuesto culturalmente que virtualmente las condena a la frigidez. La división entre orgasmo clitoriano (en la etapa infantil) y orgasmo vaginal (en la sexualidad madura) no hace más que refrendar la opresión sexual de la mujer frente al varón. Para Carla Lonzi[22] “El sexo femenino es el clítoris, el sexo masculino es el pene”; la vagina es la cavidad apta para la fecundación y a través de la cual se produce el nacimiento del hijo, y agrega

“El mecanismo del placer en el varón está estrechamente ligado al mecanismo de la reproducción; en la mujer el mecanismo del placer y el de la reproducción no coinciden”.

Existen dos momentos en la relación sexual: el de la reproducción y el erótico sexual. Tanto la mujer como el varón deben complementar libremente ambos momentos ya que la función del placer ligada al primero “garantiza la continuación de la especie”, mientras que el segundo, “expresa una necesidad biológica fundamental del individuo”. La norteamericana Anne Koedt[23] luego de un análisis anatómico del grado de sensibilidad de ambos órganos, concluye que el clítoris es el que cumple la función del placer y que la vagina está poco provista de terminaciones nerviosas lo que le otorga escasa sensibilidad. Sus afirmaciones y las de otras feministas se basan en las investigaciones realizadas por Kinsey y W. H. Master junto con Virginia E. Johnson. Por su parte Carla Lonzi reproduce una cita de W. Reich en la que éste afirma que “entre los centenares de pacientes observados por mi y tratados en el transcurso de algunos años, no había una sola mujer que no sufriera la completa ausencia del orgasmo vaginal”. La cultura patriarcal creó un modelo sexual reproductor al que corresponde la exclusividad del placer vaginal en las mujeres y “el placer clitórico debe su descrédito al hecho de no ser funcional para el modelo genital masculino”[24]. Hay mujeres que aceptan la existencia del orgasmo vaginal: para las feministas esta afirmación es producto de un autoengaño o de la dificultad para reconocerse frígidas. Para ellas, la mayoría de estas últimas son sexualmente sanas, pero les hacen creer que están enfermas. La reivindicación del orgasmo clitoriano no significa la revolución sexual femenina, porque para que ésta se lleve a cabo es necesario destruir el concepto de erotismo y sexualidad que sustenta la sociedad moderna.

Germaine Greer en su libro “The Female Eunuch” (La Mujer Eunuco) señala:

“El continuo e intenso goce sexual de la mujer, que prosigue más allá del orgasmo y que el hombre observa con sorpresa, no está basado sobre el clítoris, que no responde demasiado bien al estímulo permanente, sino sobre una totalizadora respuesta sensual. Si localizamos la respuesta femenina en el clítoris, estamos imponiendo a la mujer la misma limitación sexual que ha frustrado la respuesta masculina”.

En los párrafos siguientes dice

“Muchas mujeres que saludaron las conclusiones de Masters y Johnson exclamando ‘Yo lo había dicho’ y ‘Soy normal’, sentirán que esta crítica es una tradición. Ellas descubrieron el placer sexual después que les fue negado, pero el hecho de que sólo hayan experimentado gratificación mediante el estímulo del clítoris, es una prueba a mi favor, porque éste es un índice de la desexualización del cuerpo, de la sustitución de la sexualidad por la genitalidad”.

La revolución sexual para el movimiento femenino implica la ruptura con todas las inhibiciones y tabúes tradicionalmente sustentados por nuestra cultura; la plena aceptación social de las necesidades sexuales de los individuos; y la destrucción de antinomias tales como homosexual/heterosexual, o dama/prostituta. Aunque proponen una libertad total en las costumbres, una nueva valoración del cuerpo humano y el establecimiento de una igualdad real y no ficticia, es muy difícil preveer los modos particulares que estos cambios asumirán a partir de dicha relación sexual. Lo concreto es que la existencia de una renovación en las tradicionales sexuales da origen a diversos movimientos que reclaman mayor libertad sexual para el momento actual. Para el sector femenino el campo que se abre es amplísimo e impensable, sin embargo no se ha elaborado aún una teoría y ni siquiera se conoce a fondo las peculiaridades sexuales de la mujer. En este sentido el movimiento recién está dando sus primeros pasos. Juliet Mitchell luego de analizar las distintas estructuras que integran a la mujer sostiene: “Es difícil no llegar a la conclusión que la estructura principal que actualmente se encuentra en rápida evolución es la sexualidad”[25]. Las tres restantes —producción, reproducción, socialización— se han anquilosado, en Occidente, y a su vez las mujeres no exigen que haya cambios en su condición en relación con éstas. El eslabón más débil en la cadena es entonces la sexualidad, ya que es la estructura que presenta mayores contradicciones. La amenaza que se cierne sobre el matrimonio con la liberalización de las relaciones antes y después de él, son datos, entre otros, que confirman, para Mitchell, la hipótesis anterior. El afirmar que la estructura sexual es el eslabón más débil no significa que sólo a través de ella se proponga una solución. Una estrategia general debe incluir todas las estructuras y reivindicaciones específicas para cada una de ellas a corto y largo plazo. En relación con la sexualidad, la consigna socialista de la abolición de la familia burguesa ya no es eficaz,

“La preocupación estratégica de los socialistas debiera ser la igualdad de los sexos, no la abolición de la familia. Las consecuencias de esta demanda no son menos radicales, pero son concretas y positivas y pueden ser integradas en el curso real de la historia”.

Además, la igualdad sexual y la familia son incompatibles, lo que significa que la instauración de una trae aparejada la abolición de la otra.

Por otra parte, las feministas francesas Anne y Jacqueline sostienen que “Hay tres clases de contestatarios que corresponden a las tres categorías ‘menores’ de nuestra sociedad: los obreros, las mujeres, los estudiantes”. La lucha proletaria y su expresión el marxismo, es la que cuenta con mayor experiencia teórica y práctica. El feminismo es la “toma de conciencia de las mujeres acerca de su dominación por los hombres”,[26] y en tanto movimiento, adolece de mayores ambigüedades y carencias. Estos rasgos se repiten en el caso del movimiento estudiantil.

De las tres, la condición obrera es la que aparece más claramente como fenómeno social. No se puede llevar a cabo una revolución global si éstas tres fueran sociales no se unen. Pero existen grandes carencias en la tríada y cada una debe integrar en sus reivindicaciones la de los grupos restantes y a su vez cada uno de los contestarios debe sentir como suya la lucha de los otros y apoyarla. Si de todas las teorías la marxista es la más elaborada esto no significa que ella contemple todos los aspectos de la opresión que sufren estos sectores. En este sentido

“ha podido actuar sin un análisis psicológico profundo porque la opresión contra la que luchan es psicológicamente simple. Las relaciones entre hombres y mujeres son mucho más complejas: hay hombres que se suicidan por una mujer, pero no hay patrones que se suiciden por un obrero…”[27].

La sexualidad, prioritaria en mujeres y jóvenes es, para las francesas, el punto de unión de los tres movimientos, y este es un aporte fundamental que realizan ambos al socialismo. A pesar de que los clásicos marxistas, intuyeron su importancia, no estaban dadas las condiciones objetivas para que aquellos despertaran a la lucha. El tiempo ha madurado y feministas y estudiantes atropellan en su intento por inventar una sociedad distinta. Ya profetizaba Engels

“Cuando esas generaciones aparezcan, enviarán al cuerno todo lo que nosotros pensamos que deberían hacer. Se dictarán a sí mismas su propia conducta, y en consonancia, crearán una opinión pública para juzgar la conducta de cada uno. ¡Y todo quedará hecho!”[28].

Conclusión

Exigirle al feminismo la coherencia teórica de un movimiento social maduro implica el riesgo de desvirtuar su significado y no entender los valores concretos de sus contradicciones. Rozando la angustia las feministas intentan desentrañar los motivos de su opresión y las formas de canalizar su indignación social en una lucha productiva. Pero la madeja tiene muchas puntas, y encontrar el principio y el fin son tareas que requieren tiempo y preparación. Están en el comienzo y es fácil caer en infantilismos, pero lo prefieren a permanecer inactivas. Si se piensa en los años de esclavitud, separación e inconciencia, es comprensible su desborde incontenible, pero no por eso es justificable y la mayoría lo sabe. Tienen el apuro de los que quieren cambiar, la rebelión de los que han estado contenidos por siglos, y la desesperación de saber que no son justamente ellas las que van a presenciar el surgimiento de una sociedad libre. No todas las mujeres son concientes de su opresión; ya el filósofo Kierkegaard lo decía: “¡Que desgracia ser mujer! Y cuando se es mujer, la peor desgracia en el fondo, es no comprender que es una desgracia”. Y las estudiantes del Mayo francés lo confirmaban en sus carteles:[29]

“Muchacha estudiante que lo cuestionas todo, las relaciones del obrero con el patrón, las relaciones del alumno con el maestro, ¿has pensado también en cuestionar las relaciones del hombre y la mujer?”

Para sus militantes, el único camino que les queda a las mujeres para su liberación es el feminismo en tanto “es la toma de conciencia por la mujer de la opresión que padece” y el movimiento feminista por ser “la acción colectiva que corresponde a la toma de conciencia de una alienación”[30]. Esta afirmación no significa que las feministas propongan un tipo único de organización o que sean un partido político o que se nieguen a integrar grupos políticos mixtos. La mayoría de los grupos encaran en la actualidad esta discusión, inclusive dentro de aquellos que tienen decisión tomada al respecto.

El movimiento feminista, con sus características actuales, surge en las sociedades más desarrolladas y se ha elaborado en el seno de éstas. A pesar de que este hecho crea dificultades en el pasaje a los países dependientes, el análisis esencial de la opresión social y sexual de las mujeres es común a toda sociedad de clases y sus luchas son válidas siempre que se tenga en cuenta las particularidades de cada país.

Las feministas se han asentado en la historia con fuerza extraña a su supuesta fragilidad.

Las mujeres después de tantos años de ignorancia y olvido, intuyen una esperanza. El movimiento responde con una oferta tentadora que sólo las propias mujeres pueden realizar: reconstruir el pasado de acuerdo a sus ambiciones y crear un futuro acorde a sus necesidades.

BIBLIOGRAFIA

1) Hysteria; a paper by and for women, Nº 4, Boston, 1917.

2) NY Radical Feminist Manifest.

3) Federico Engels, El origen de la propiedad, la familia y el estado, Ediciones Claridad, Argentina.

4) Carlos Marx y Federico Engels, La ideología alemana, Editorial Pueblos Unidos, Uruguay.

5) Margaret Benston, Para una economía política de la liberación de la mujer, en La Liberación de la mujer, Año cero, Gránica editor, Argentina, 1972.

6) Ernest Mandel, Introducción a la teoría económica marxista, Carlos Pérez Editor, Argentina.

7) We usually don’t hire married girls, en On the job oppression of the working class, publicado por New England free press, Boston.

8) André Andrieux y Jean Lignon, L’ouvrier D’aujourd’hui, Editions Gonthier, 1966.

9) Peggy Mortorn, El trabajo de la mujer nunca se termina, en Las mujeres dicen basta, Ediciones Nueva Mujer, Argentina, 1972.

10) Joan Jordan, La situación de las mujeres norteamericanas, en Las mujeres, editorial Siglo XXI, México, 1970.

11) Shulamith Firestone, Be chamed, en On the job oppression of the working class, op. cit.

12) Evelyn Reed, Problems of Women’s liberation, New enlarged editions, EE. UU., 1970.

13) Simone De Beauvoir, El segundo sexo, Ediciones Siglo XX, Argentina, 1970.

14) Juliet Mitchell, Las Mujeres: la revolución más larga, en Las Mujeres, op. cit.

15) State of abortio message, en Women: a joumal of liberation, Summer, 1970.

16) Jorge Gissi, Mitología de la Femineidad, Ediciones Nueva Mujer, Argentina, 1972.

17) Rosalyn Baxandall, Cooperative Nurseries, en Women a journal of liberation, Spring ‘70.

18) Anne y Jacqueline, De un grupo a otro, en La liberación de la mujer: Año cero.

19) Marx, Engels, Lenin y otros. La emancipación de la mujer, Editorial Grijalbo, México, 1970.

20) Carla Lonzi, La donna clitorea e la donna vaginale, Edición de la autora, Italia.

21) Anne Koedt, El mito del orgasmo vaginal, en La liberación de la mujer: Año cero.

22) Trevor Lloyd, Las Sufragistas, Ediciones Nauta, España, 1970.

23) Juliet Mitchell, Woman’s Estate, Penguin Books, Inglaterra, 1971.

24) Revistas feministas:

· Through the looking glass.

· No more fun & Games.

· Off our backs.

· Women.

· Hysteria.

Mitologías de la

Femineidad

Virilidad

Caracterología

Suave, dulce

Duro, rudo

Sentimental

Frío

Afectiva

Intelectual

Intuitiva

Racional

“Atolondrada”, impulsiva, imprevisora

Planificado

Superficial

Profundo

Frágil (“sexo débil”)

Fuerte

Sumisa

Dominante, autoritario

Dependiente

Independiente

(Cobarde). Protegida

Valiente (protector)

Tímida

Agresivo

Recatada, prudente

Audaz

Maternal

¿Paternal?

Coqueta

Sobrio

Voluble, inconstante

Estable

Seductora (conquistada)

Conquistador

Bonita

(¿Feo?)

Puede llorar

Hombres no lloran

Insegura

Seguro

Pasiva

Activo

Sacrificada, abnegada

Cómodo

Moral sexual

“Monógama”

“Polígamo”

Virgen

“Experto”

Fiel

Infiel

Existencial

Social

De la casa

Del mundo

Psiquiatría

Masoquista

Sádico

Histérica

Obsesivo

Tomado de Gissi, Jorge, Mitología de la femineidad, Ediciones Nueva Mujer, Buenos Aires, 1972.

Reproducción de la fuerza de trabajo

“Los economistas entienden corrientemente que para reemplazar los medios de producción y vida (máquinas, sometidos a continuo consumo) los hombres han de producir nuevos bienes materiales. A este proceso de renovación constante de la producción lo llaman producción, la cual tendría lugar lo mismo dentro de cada sociedad en su conjunto. Pero empresa que en cuanto a la lo que se omite es que esta reproducción económica simple se realiza a dos niveles distintos, correspondientes a la división de trabajo —entre hombres y mujeres— que hemos señalado. Uno de éstos es la forma más primitiva de empresa: la casa.

Si bien los hombres y las mujeres obreros, reproducen fuerza de por medio de la creación de mercancías para el intercambio y por lo tanto para su consumo indirecto, las amas de casa reponen diariamente, gran parte de la fuerza de trabajo de toda la clase trabajadora. Sólo la existencia de una enajenante ideología milenaria del sexo, impide percibir con claridad la importancia económica de esta forma de reposición directa y privada de la fuerza de trabajo.

Muy burdamente podría señalarse que si el proletariado no contara con este tipo de trabajo femenino que le proporciona alimentos, vestidos, etcétera, en un mundo donde no existen los servicios necesarios para que esta reposición se colectivice, las horas de plustrabajo serían significativamente menores. Al evaluar la economía de un país y sus posibilidades de desarrollo, es insuficiente comparar el plustrabajo socialmente aprovechable con la parte del trabajo de los obreros cuyo valor se les paga para su sostenimiento y el de su familia.

El obrero y su familia no se sostienen sólo con lo que compran con su salario, sino que el ama de casa y demás familiares deben invertir muchas horas en el trabajo doméstico y otras labores de subsistencia. Para tener una idea del aporte de las amas de casa, supongamos que dediquen sólo una hora diaria al mantenimiento de cada uno de los seres humanos que hay sobre la tierra (cifra absolutamente conservadora): llegaríamos a una cantidad muy superior a tres mil millones de horas de trabajo invisible realizadas diariamente. En las condiciones actuales, sólo contando con estas horas de trabajo invisible puede el proletariado producir plusvalía en la economía social. Por lo tanto puede decirse que el trabajo femenino en el seno del hogar, se expresa transitivamente en la creación de plusvalía, a través de la fuerza de trabajo asalariada.”

En relación con la producción doméstica agrega: “El producto invisible del ama de casa es la fuerza de trabajo. Es sólo en el capitalismo que la fuerza de trabajo adquiere categoría de mercancía al crearse la clase obrera. El capitalismo vincula a la mujer más directamente a la economía monetaria, ya que produce en cierto sentido para el mercado, mercado laboral. Pero no es ella la propietaria de la fuerza de trabajo, sino que ésta pertenece a su esposo e hijos y son ellos quienes la venden.”

Tomado de Isabel Larguía, LA MUJER, en “Las mujeres dicen basta”, Ediciones Nueva Mujer, Argentina, 1972.

Notas sobre sexualidad femenina

“Al gozar de un placer que es mera respuesta al placer del varón, la mujer se pierde a sí misma como ser autónomo, exalta la calidad de complemento del macho y se ve reducida a encontrar en él la motivación de su existencia. La cultura sexual patriarcal, por ser rigurosamente reproductiva ha creado para la mujer el modelo del placer vaginal, pero los anticonceptivos, abortos y esterilizaciones, revelan una incongruencia del mundo patriarcal: ponen en evidencia que reproducción y placer ya no pueden estar identificados. Pero en vez de cuestionar al modelo sexual de la reproducción como modelo ‘natural’, lo ratifican movilizando una serie de medidas que convierten en no-reproductor el acto de la reproducción. Unas páginas más adelante asegura “Para nosotras, afirmar el propio sexo no significa empobrecer el encuentro entre el varón y la mujer, sino más bien deseamos revalorizarlo, ya que no perdemos de vista la problemática de una relación humana con todos sus imprevistos. En esta época en que el mundo de los sentimientos se va arrastrando hasta desembocar en uniones míticas, en relaciones monogámicas de chantaje y de oportunismo, la llamada relación humana está muy publicitada, pero al mismo tiempo aparece escindida del erotismo y se ha transformado en un proceso que se extingue en la formalidad, sin un desahogo vivificante.” y reafirma el concepto “Autonomía para la mujer no significa aislamiento respecto del varón (…) sino disponer para sí de aquella potencia que durante milenios ha cedido a su amo.” En relación con lo que llama “verdadero erotismo” dice que “no es la fusión con el otro, o la pérdida de conciencia ligadas a emociones, relacionadas a la vez con el sueño adolescente de enamoramiento, sino un juego y exaltación en los que las posibilidades de exaltación de sí misma se sienten brotar directamente de las respuestas mutuas del cuerpo de la una y el otro. El erotismo puro, al provenir del estado de conciencia, libera en el ser humano la capacidad de transformarse en individuo, en tanto que a la mujer abandonada a la sensación y al éxtasis del unísono, se le ha sustraído el polo carnal que, junto al ético, le habría dado el sentido de lo absoluto que lleva al impulso creador. Culmina sintetizando el rol que cumple el feminismo: “Tradicionalmente, la mujer ha buscado una autoafirmación en la cultura, y, aún más ambiciosa, en la creatividad masculina. A medida que pierde terreno en la adolescencia y en la juventud, la muchacha, exaltándose o replegándose dentro de sí misma, encuentra a veces espontáneamente una salida en la expresividad y trata de encauzarse en un destino creativo. Hoy el feminismo pone en guardia a las mujeres sobre este punto y las invita a reflexionar sobre lo siguiente: la primera condición para el despegue, en la existencia femenina es reconocer en la colonización sexual la condición básica del debilitamiento y del sometimiento de la mujer. Es de allí de donde toda mujer para liberarse debe partir.”

Tomado de Carla Lonzi, La donna clitorea e la donna vaginale, Edición de la autora, Italia.


[1] Hysteria; a paper by and for women, Nº 4, Boston, 1917.

[2] NY Radical Feminist Manifest.

[3] Margaret Benston, Para una economía política de la liberación de la mujer, en La Liberación de la mujer, Año cero, Gránica editor, Argentina, 1972.

[4] Ernest Mandel, Introducción a la teoría económica marxista, Carlos Pérez Editor, Argentina.

[5] Federico Engels, El origen de la propiedad, la familia y el estado, Ediciones Claridad, Argentina.

[6] We usually don’t hire married girls, en On the job oppression of the working class, publicado por New England free press, Boston.

[7] Peggy Mortorn, El trabajo de la mujer nunca se termina, en Las mujeres dicen basta, Ediciones Nueva Mujer, Argentina, 1972.

[8] Joan Jordan, La situación de las mujeres norteamericanas, en Las mujeres, editorial Siglo XXI, México, 1970.

[9] Peggy Mortorn, El trabajo de la mujer nunca se termina, en Las mujeres dicen basta, Ediciones Nueva Mujer, Argentina, 1972.

[10] Federico Engels, El origen de la propiedad, la familia y el estado, Ediciones Claridad, Argentina.

[11] Evelyn Reed, Problems of Women’s liberation, New enlarged editions, EE. UU., 1970.

[12] Federico Engels, El origen de la propiedad, la familia y el estado, Ediciones Claridad, Argentina.

[13] Simone De Beauvoir, El segundo sexo, Ediciones Siglo XX, Argentina, 1970.

[14] Juliet Mitchell, Las Mujeres: la revolución más larga, en Las Mujeres, op. cit.

[15] State of abortio message, en Women: a joumal of liberation, Summer, 1970.

[16] Simone De Beauvoir, El segundo sexo, Ediciones Siglo XX, Argentina, 1970.

[17] Jorge Gissi, Mitología de la Femineidad, Ediciones Nueva Mujer, Argentina, 1972.

[18] Juliet Mitchell, Las Mujeres: la revolución más larga, en Las Mujeres, op. cit.

[19] Rosalyn Baxandall, Cooperative Nurseries, en Women a journal of liberation, Spring ‘70.

[20] Anne y Jacqueline, De un grupo a otro, en La liberación de la mujer: Año cero.

[21] Marx, Engels, Lenin y otros. La emancipación de la mujer, Editorial Grijalbo, México, 1970.

[22] Carla Lonzi, La donna clitorea e la donna vaginale, Edición de la autora, Italia.

[23] Anne Koedt, El mito del orgasmo vaginal, en La liberación de la mujer: Año cero.

[24] Carla Lonzi, La donna clitorea e la donna vaginale, Edición de la autora, Italia.

[25] Juliet Mitchell, Las Mujeres: la revolución más larga, en Las Mujeres, op. cit.

[26] Anne y Jacqueline, De un grupo a otro, en La liberación de la mujer: Año cero.

[27] Anne y Jacqueline, De un grupo a otro, en La liberación de la mujer: Año cero.

[28] Federico Engels, El origen de la propiedad, la familia y el estado, Ediciones Claridad, Argentina.

[29] Anne y Jacqueline, De un grupo a otro, en La liberación de la mujer: Año cero.

[30] Anne y Jacqueline, De un grupo a otro, en La liberación de la mujer: Año cero.

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1 comments

hola!!! he leido un poco de tu post y me encanta!!! Es una gran información que deberías compartir con el resto del mundo para que se enteren de que las mujeres no somos simples objetos .... ¬¬'

besos!

September 3, 2008 at 3:47 AM

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