El Manifiesto Comunista  

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Martha Cavilliotti

© 1972

Centro Editor de América Latina — Rincón 87

Impreso en Argentina

Índice

Marx y Engels 5

El movimiento obrero alemán. 7

El movimiento obrero en Francia. Las suciedades secretas 8

La Liga de los Justos 8

La batalla contra la “ideología” 9

La Liga Comunista. 11

El Manifiesto Comunista. 11

La lucha de clases 12

El partido revolucionario como partido del proletariado. 15

El internacionalismo proletario. 18

La dictadura del proletariado. 18

La extinción del Estado. 19

De 1848 a la Primera Internacional 19

Bibliografía. 20

El saintsimonismo. 21

El socialismo y el comunismo crítico-utópico. 22

Weitling y Proudhon. 23

La propiedad, según Proudhon. 24

Marx y la economía política. 25

El socialismo conservador o burgués 28

Actitud de los comunistas ante los otros partidos de la oposición. 28

“La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases.”

Del “Manifiesto Comunista”, 1848.

“Los filósofos se han limitado a interpretar al mundo de distintos modos: de lo que se trata es de transformarlo”

Todas las gentes bien informadas —escribía el cónsul norteamericano en Amsterdam durante el hambre de 1847, informado de los sentimientos de los emigrantes alemanes que cruzaban Holanda— expresan la creencia de que la crisis actual está tan profundamente entrelazada con los acontecimientos de esta época que no es sino el comienzo de la gran revolución que consideran habrá de disolver más temprano o más tarde el presente estado de cosas.”

E

l testimonio tiene valor en la medida en que señala un sentimiento general en la Europa de la década de 1840, profundamente conmovida por las transformaciones económicas, técnicas, sociales y políticas. En la nueva sociedad que se está plasmando el confluir, en diferentes épocas según los países, los efectos de la Revolución Francesa y los de la Revolución Industrial, se hace cada vez más evidente el enfrentamiento entre la burguesía, cuyo ascenso al poder marca la época, y el proletariado.

Durante la primera mitad del siglo XIX y principalmente en Inglaterra y Francia, el campo cambió de aspecto y las ciudades crecieron desmesuradamente a raíz de la concentración de las masas obreras requeridas por la actividad industrial. La entrada de las masas en la actividad política, de manera ostensible y permanente, a partir de la Revolución Francesa, ponía en evidencia el importante papel que estaban destinadas a desempeñar en el futuro. Se tomó entonces conciencia de que esas masas no iban a seguir sufriendo mansamente las injusticias habituales. Su facilidad para movilizarse y llegar a la acción colectiva y violenta multiplicaba su fuerza y las hacía temibles.

En 1830 nuevamente habían luchado en las calles de París para que la burguesía se quedara con el poder. La reaparición del movimiento revolucionario y la aceleración del cambio social hacían pronosticar una transformación inminente. Aún más, se palpaba en toda Europa la conciencia de una revolución social, no sólo entre los revolucionarios que la preparaban cuidadosamente o entre las clases dominantes, cuyo temor a las masas se exacerbaba en las épocas de cambio, sino también entre los “pobres”. Sus pésimas condiciones de vida en las grandes ciudades y en los distritos fabriles de Inglaterra y de Europa Occidental y Central los arrastraba hacia la revuelta. La riqueza creciente del mundo que los rodeaba era un reto ante las mismas condiciones de vida que soportaban. A pesar del ahondamiento de las divisiones sociales no habían perdido las esperanzas en la construcción de un mundo mejor, aunque cada vez éste les pareciera más lejano e inalcanzable y aunque sólo algunos pocos —sobre todo en Francia e Inglaterra— comprendieran cabalmente el significado de esta esperanza y se lanzaran orgánicamente a la lucha para convertirla en realidad.

Las duras condiciones de la sociedad industrial habían hecho fracasar las ilusiones humanitarias de la Ilustración elaboradas por la burguesía revolucionaria antes de tomar el poder político.

Pero esta oposición entre esperanza y realidad llevó a los trabajadores a su toma de conciencia como clase y más tarde estaría en las raíces el impulso de la revolución social. Cuando a Augusto Blanqui, en uno de sus reiterados procesos (el de 1832), el presidente del tribunal, siguiendo el ritual acostumbrado, le preguntó cuál era su profesión, Blanqui contestó: “Proletario”. Su respuesta señalaba una nueva conciencia social. Ante la objeción del presidente, que le replicó que proletario no era una profesión, Blanqui repuso;

”¿Cómo no es una profesión? Es la profesión de treinta millones de franceses que viven de su trabajo y que están privados de sus derechos políticos”.

El magistrado aceptó por fin la definición: “Bien -ordenó al secretario-, escriba que el acusado es proletario” Convalidaba así una definición que ya estaba en la calle. En esos momentos culminaba todo un período de las luchas obreras, el que corresponde al proceso mediante el cual los grupos dispersos de asalariados fueron tomando conciencia, a través de duras experiencias, de que eran una clase: el proletariado. Los trabajadores habían comenzado a luchar espontánea y desordenadamente y a lo largo de esa lucha fueron definiendo sus objetivos, organizándose como clase y articulando diversas ideologías que justificaran su rebelión contra la opresión y la miseria.

Así se fue configurando el movimiento obrero, con características diversas en cada país según el grado de desarrollo capitalista. En Inglaterra se orientó hacia las reivindicaciones económicas porque nunca dejó de creer definitivamente en las posibilidades de un régimen parlamentario democrático que reconociera sus derechos. Con el cartismo, al asumir la forma de un movimiento político, logró el nivel más alto de experiencia organizativa. En Francia la estructura social conformada a partir de la Revolución de 1789 (un campesinado mayoritario, una pequeña burguesía consolidada por la política jacobina y en el frente opuesto la burguesía financiera dueña del estado desde 1830) dificultó el avance rápido de la industrialización impidiendo de esta manera que se formara un proletariado importante. Los grupos obreros —en su mayoría todavía artesanos, jornaleros y trabajadores domiciliados— adoptaron distintas doctrinas revolucionarias, que, a pesar de sus diferencias, denotaban como rasgo común una mayor radicalización ideológica y objetivos netamente políticos. Algunas consideraban al estado como simple resorte del poder mediante el cual el proletariado podría imponer sus intereses (Blanqui, por ejemplo); otros contemplaban la necesidad de suprimirlo como única “solución del problema social” (el caso de Proudhon).

En Inglaterra el “socialismo” (palabra acuñada alrededor de 1820) se fue gestando desde la aparición de la obra de Robert Owen Una nueva visión de la sociedad (1813‑1814), mientras que en Francia nació casi simultáneamente con Saint‑Simon y Fourier para seguir siendo profundizado ideológicamente en los años posteriores En la década de 1840 las oscilaciones cíclicas de la economía (crisis, depresión, baja de salarios, desocupación) hicieron dudar sobre las futuras perspectivas de expansión. Todo parecía augurar el descalabro de la sociedad capitalista. En esa época comenzaron a imponerse en el movimiento obrero del continente —todavía perseguido, desorganizado y muy desunido— los ideales del “comunismo”, sostenidos por algunos grupos de obreros revolucionarios y por los continuadores de Babeuf, quien en el Manifiesto de los Iguales había afirmado: “La Revolución Francesa no es más que la precursora de otra más grandiosa y que será la final”. Ahora, en medio del desarrollo del proletariado industrial, las ideas comunistas serían replanteadas a la luz del análisis científico de las bases materiales de la sociedad burguesa y de sus mecanismos de funcionamiento y de cambio. Lo cierto es que en 1847 “el espectro del comunismo” horrorizaba a Europa. El miedo al proletariado “dominaba” a las clases dominantes.

“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.

¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de comunista por sus adversarios en el Poder? ¿Qué partido de oposición, a su vez, no ha lanzado, tanto a los representantes más avanzados de la oposición como a sus enemigos reaccionarios, el epíteto zahiriente de comunista? De este hecho resulta una doble enseñanza:

Que el comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa. Que ha llegado el momento de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio Partido.”

Así se inicia el célebre Manifiesto Comunista de Carlos Marx y Federico Engels, quienes 25 años después escribirían en el prefacio a la edición alemana de 1872:

“La ‘Liga de los Comunistas’. asociación obrera internacional que, naturalmente, dadas las condiciones de la época, no podía existir sino en secreto, encargó a los que suscriben, en el Congreso celebrado en Londres en noviembre de 1847, que redactaran un programa detallado del Partido, a la vez teórico y práctico, destinado a la publicación. Tal es el origen de este ‘Manifiesto’, cuyo manuscrito fue enviado a Londres para ser impreso, algunas semanas antes de la revolución de Febrero…”

La aceptación del Manifiesto por la Liga Comunista marcó un momento fundamental en la historia del movimiento obrero: la clase enfrentada antagónicamente con la burguesía, el proletariado, asumía por primera vez una teoría que expresaba orgánicamente, al mismo tiempo que recuperaba críticamente el sentido de sus luchas, su papel en la historia, sus objetivos revolucionarios.

La ideología implícita en las luchas obreras hasta ese momento es sistematizado por Marx y Engels poniendo al servicio del proletariado todo el arsenal de la ciencia social y la filosofía burguesas.

Diría Engels años después que

“como toda nueva teoría, el socialismo, aunque tuviese sus raíces en los hechos materiales económicos, hubo de empalmar, al nacer, con las ideas existentes”.

Convergen en él diversas líneas de pensamiento: la filosofía alemana y la economía política clásica inglesa, encaradas críticamente por la síntesis teórica de Marx y Engels; la influencia de las teorías socialistas y comunistas, reelaboradas a partir de la comprensión de los antagonismos de clase que imperaban en la sociedad de la época entre poseedores y desposeídos y las experiencias concretas del movimiento obrero. En el ambiente intelectual de Alemania seguía siendo decisiva la influencia de Hegel. Su sistema —el idealismo objetivo— parte de una crítica al clásico idealismo alemán.

Para Hegel (1770-1831) la razón (espíritu, pensamiento) y la realidad (ser) se identifican en el espíritu absoluto. Lo real es movimiento, devenir, y su estructura es dialéctica. Concibe la Historia como el desarrollo de la Idea absoluta a través de un proceso dialéctico. El fin de la historia se alcanza en el estado. Poco antes de la muerte del maestro se notaron las primeras disensiones entre sus discípulos en torno al problema religioso. Hacia 1835 se produjo la escisión entre la derecha o los “viejos hegelianos”, inclinados hacia el teísmo, y la izquierda de los “jóvenes hegelianos”, que al esforzarse por adaptar el pensamiento de Hegel a las exigencias del liberalismo moderno, rechazaban toda “representación” en el dominio religioso y profesaban abiertamente el panteísmo y aun el ateísmo. El desarrollo alemán, promovido por la extensión del tráfico y la fundación de la Unión Aduanera, había reforzado la unidad económica, y tras ella surgieron los deseos de lograr la unidad política. Al fortalecerse la conciencia de clase de la burguesía, el liberalismo fue radicalizándose.

La lucha del liberalismo dirigida contra el estado prusiano se daba a nivel ideológico contra la filosofía hegeliana, ya que era la filosofía oficial del estado prusiano. Los hegelianos de izquierda —jóvenes radicales— atacaban el aspecto reaccionario de las ideas de Hegel, que hacía culminar su sistema en el estado; el futuro no le interesaba. Pero hacia éste se orientaba la reflexión de los jóvenes que llevaron su lucha contra la reacción en sentido verdaderamente hegeliano usando el aspecto revolucionario de esta filosofía: el método dialéctico (que incluso estaba en contradicción con el carácter definitivo de su sistema), al concebir el mundo y los fenómenos no como cosas acabadas sino como procesos ininterrumpidos. Además, como la censura podía reprimir con mayor facilidad el radicalismo político, limitaron la lucha ideológica al campo filosófico y teológico.

Marx y Engels

Marx y Engels se reunieron en París a fines de agosto de 1844. Se habían conocido en Colonia dos años antes cuando Engels, de paso para Inglaterra, fuera a las oficinas de la Gaceta del Rin, que Marx dirigía, para ofrecer su colaboración. Este primer encuentro fue algo frío y hasta hostil.

Ahora Engels regresaba a Alemania. En los diez días que permanecieron juntos en París pudieron comprobar la perfecta coincidencia de sus puntos de vista y arribaron a la conclusión de que si el análisis crítico que venían realizando los había llevado a las mismas conclusiones, de ahí en adelante podían complementar su trabajo. Comprendieron que sólo compartiendo sus conocimientos y sus esfuerzos podían luchar efectivamente para transformar la sociedad y de allí arrancó su estrecha colaboración, cimentada por una profunda amistad que duraría hasta la muerte de Marx. Durante esos días trabajaron juntos en su primera obra crítica —La Sagrada Familia—, dirigida contra los jóvenes hegelianos de izquierda. Marx y Engels habían partido de la filosofía hegeliana, hasta convertirla en una nueva dialéctica revolucionaria que comenzaba a rendir sus primeros frutos teóricos.

Marx, hijo de un notario, funcionario del Estado Prusiano, nació en Treveris en 1818. Estudió derecho, historia y filosofía en las Universidades de Bonn y Berlín y se inició en la vida pública como redactor-jefe de la Gaceta del Rin, órgano teórico y político que exponía las reivindicaciones de la burguesía liberal renana y la oposición radical del grupo de “los Libres”. Cuando llegó a París a fines de 1843, para dirigir junto con Arnold Ruge los Anales franco-alemanes, órgano teórico-político fundado para actuar como vehículo de la alianza intelectual entre alemanes y franceses, profundizó sus estudios sobre la historia de la Revolución Francesa y leyó a los socialistas franceses. Ya se encontraba en camino hacia el comunismo, pero para su problemática de entonces sólo podía justificarse si resultaba de una evolución consecuente de la filosofía. Casi simultáneamente Engels escribía en el periódico de Owen The New Moral World: “El comunismo… ha sido una consecuencia tan necesaria de la nueva filosofía hegeliana que no hay oposición capaz de sofocarlo”.

A través de la crítica de la filosofía hegeliana del derecho, para Hegel el estado era la realización de la Idea. Marx arribó a la conclusión de que las relaciones jurídicas y las formas de estado radicaban

“en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel… bajo el nombre de ‘Sociedad Civil’, y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la Economía política”.

Precisamente Engels había enviado un artículo a los Anales —“Esbozo de una crítica de la economía política”— que Marx consideraría genial y que demostraba la ventaja que Engels le llevaba en esta esfera gracias a su experiencia en Inglaterra. Su padre, fabricante de Barmen, lo había enviado a Manchester para que completara su aprendizaje de la teoría y la práctica económica en los establecimientos fabriles de su socio. En el Esbozo, Engels concebía la economía capitalista como un progreso necesario. Dedujo la aparición de las crisis de superproducción —a las que consideraba como expresión fundamental de las contradicciones del capitalismo— del juego de la ley de la oferta y la demanda, es decir de la competencia. Atacó ferozmente la teoría de la población de Malthus, quien afirmaba que la población crece más rápidamente que las subsistencias, y que tenía como propósito que los hombres aceptaran como ley de la naturaleza las consecuencias de una organización social imperfecta. Unía la crítica de la propiedad privada a la del capitalismo afirmando que la división entre el capital y el trabajo provenía de la existencia de la propiedad privada y que esa división había conducido a la división de la sociedad burguesa en clases antagónicas y a la división de la humanidad en capitalistas y obreros.

En Inglaterra Engels se unió al cartismo, conoció a sus principales líderes y colaboró en la Northern Star. También se interesó por el movimiento socialista dirigido por Robert Owen. Asistía asiduamente a las asambleas dominicales que los owenistas organizaban en Manchester y también escribió en su periódico. De este modo se puso en contacto con el proletariado real, producto de la gran industria, con su miseria y su degradación moral, su poderío colectivo y su capacidad de organización. Vivamente interesado por sus problemas, Engels observó y anotó casi diariamente durante más de dos años el detalle de la vida del proletariado en los distritos fabriles que recorrió, muy impresionado por las consecuencias inmorales e inhumanas del capitalismo. Simultáneamente recogía las opiniones de las dirigentes y los obreros cartistas, los temas de sus artículos y discursos.

Con este material preparó su libro La situación de la clase trabajadora en Inglaterra, que aparecería en 1845 y donde afirmaba que para dar una base sólida a las teorías socialistas era indispensable conocer la situación del proletariado.

Entre tanto Marx se había lanzado con avidez al estudio de la economía política a través de Adam Smith y de David Ricardo y de los economistas pequeñoburgueses preocupados por las crisis del capitalismo: Say y Sismondi. Adam Smith consideraba, contra el parecer de los fisiócratas, que el origen de la riqueza se hallaba en el trabajo y no en la tierra y afirmaba que por medio de la competencia, de la división del trabajo y del libre comercio se alcanzaría la armonía y la justicia social. David Ricardo, por su parte y siguiendo las teorías de Malthus, afirmaba en su teoría del salario que éste tendía a permanecer en el nivel mínimo necesario para subsistir. En los llamados Manuscritos económico-filosóficos de 1844, editados recién en 1932, Marx había llegado a la conclusión de que la sociedad es inhumana porque el trabajo es trabajo enajenado. Afirmaba que

“el obrero está con respecto al producto de su trabajo en la misma relación que está con respecto a un objeto extraño […]. La propiedad privada es, pues, el producto, el resultado, la consecuencia necesaria del trabajo exteriorizado, de la relación externa del trabajador con la naturaleza y consigo mismo”.

Su humanismo completo, dentro de las pautas del naturalismo, se identificaba con el comunismo, que debía concebirse “como abolición positiva de la propiedad privada, en tanto autoenajenación humana”, de la división del trabajo y del trabajo asalariado. A principios de 1845 Marx fue expulsado de Francia a pedido del gobierno prusiano por unos artículos que escribió en 1844 en el Vorwärts (Adelante) de París, órgano de los revolucionarios alemanes expatriados a raíz de la rebelión de los tejedores de Silesia. En uno de ellos afirmaba que “sin revolución no podía realizarse el socialismo” y, dado que toda revolución derriba los viejos poderes, “en este sentido toda revolución es política”. Marx salió de París con su familia para establecerse en Bruselas, donde poco después se le reuniría Engels. Juntos nuevamente, emprendieron la tarea de “liquidar su conciencia filosófica anterior” mediante una “crítica a la filosofía post-hegeliana” que se concretaría en el manuscrito de la Ideología Alemana, terminado en Bruselas en 1846, donde quedó fundada la teoría del materialismo histórico.

Marx y Engels afirmaban que

“los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, etc., pero los hombres reales y actuantes, tal como se hallan condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el intercambio que a él corresponde […]. Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo […]. Se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso en la vida. También las formaciones nebulosas que se condensan en el cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de un proceso material de vida […]”.

“Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época, o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual”.

Pero, como relatara Engels unos años más tarde, no se les pasó por las mentes

“la idea de ir a contar al oído del mundo erudito, en gordos volúmenes, los nuevos resultados científicos de nuestras investigaciones… Nada de eso… Teníamos el deber de fundamentar científicamente nuestras doctrinas; pero, para nosotros, era por lo menos igualmente importante ganar la opinión del proletariado europeo, y sobre todo del proletariado alemán, para nuestras ideas. Y apenas llegamos a conclusiones claras ante nosotros mismos nos pusimos a trabajar”.

Todo los empujaba en esos momentos hacia la práctica. En sus Tesis sobre Feuerbach, ya Marx se había centralizado en ello: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo”. Para asumir la práctica revolucionaria que se les imponía como derivación ineludible de sus propias investigaciones teóricas ante todo debían buscar la conexión con el movimiento obrero alemán, especialmente con los grupos animados por las tendencias comunistas.

El movimiento obrero alemán

En la década de 1840 el concepto de “socialismo” hacía referencia a las distintas ideologías más o menos radicales, aunque siempre expuestas de manera bastante académica y teórica, tendientes a la renovación pacífica de la sociedad mediante una serie de reformas. El “comunismo”, en cambio, designaba a las ideas que pugnaban por su transformación revolucionaria. En la corriente socialista alemana, la misma distinción se expresaba de modo diferente: por un lado el “comunismo filosófico” o “socialismo verdadero”, propagado por los intelectuales (que en lenguaje hegeliano habían absorbido, deficientemente, las utopías de los socialistas franceses); por otro, el comunismo práctico de los trabajadores que soñaban con la distribución igualitaria de los bienes sin hacer hincapié en la propiedad de los medios de producción.

En aquellos años Alemania carecía de un proletariado cuantitativamente importante debido al bajo nivel de su desarrollo capitalista. Sin tener en cuenta a los campesinos, la mayoría de la clase trabajadora estaba integrada por artesanos. Pero el opresivo ambiente político que imperaba en las diferentes regiones alemanas no toleraba ni siquiera la existencia de las débiles organizaciones del artesanado. Sus militantes terminaban, tarde o temprano, uniéndose en el exilio a los contingentes de artesanos alemanes que emigraban cuando carecían de oportunidades de trabajo o porque el perfeccionamiento de sus oficios —eran ebanistas, relojeros, sastres, curtidores, etc.— requería el aprendizaje de nuevas técnicas. A ellos se sumaban los políticos e intelectuales de la izquierda, perseguidos o expresamente desterrados por las autoridades, que buscaban refugio en el exterior, sobre todo en Francia y Suiza, Inglaterra o Bélgica.

Los alemanes no eran las únicas víctimas de la típica represión de los regímenes autocráticos. Obreros e intelectuales polacos e italianos, y hasta aristócratas rusos, ambulaban por Europa reforzando el “internacionalismo” característico de esta época, que, como contrapartida, era testigo también del fortalecimiento de los movimientos nacionalistas impulsados por la burguesía en los países en los cuales no había ascendido al poder.

Engels había conocido en Alemania a Moisés Hess, el primero del grupo de los jóvenes radicales de Berlín que vio en el comunismo el desarrollo lógico de la filosofía hegeliana. Antes de partir para Inglaterra también tuvo oportunidad de acceder a las doctrinas de Wilhelm Weitling, representante del movimiento comunista práctico que surgiera del seno del proletariado alemán.

Por su parte, durante su estada en París Marx había alternado con algunos socialistas franceses que le presentara Moisés Hess, pero sólo con Proudhon llegaría a mantener cierta amistad, aunque por poco tiempo.

El movimiento obrero en Francia. Las suciedades secretas

En Francia las organizaciones proletarias estaban prohibidas. La monarquía de julio las perseguía enconadamente. Estas condiciones estimularon la multiplicación de sociedades secretas, que reducían su actividad política a la conspiración, orientada por dirigentes republicanos. El proletariado, débil y desorganizado, constituido en gran parte por artesanos, sólo era un apéndice de la pequeña burguesía radical.

Después del alzamiento de los tejedores de Lyon, en 1834, el gobierno redobló sus persecuciones contra los obreros y los republicanos, que debieron refugiarse en la clandestinidad. Armando Barbés y Augusto Blanqui, seguidores de la tradición babeuvista, se habían convertido en los líderes de la oposición radical. Ellos fundaron la “Sociedad de las Familias”, que en 1836 fue descubierta y deshecha por la policía. Sus principales animadores fueron a prisión, pero al año siguiente recuperaron la libertad y de inmediato organizaron la “Sociedad de las Estaciones”. En ésta ya prevalecía, casi exclusivamente, la tendencia proletaria. Su programa predicaba la “revolución social y radical”. La república ya no aparecía como un fin en sí misma, a modo de panacea universal: era un simple medio político cara desplazar los bienes de los poseedores y explotadores a los desposeídos y explotados. Su ideología se basaba en las primitivas consignas comunistas de Babeuf. Preconizaba el golpe de mano audaz, a cargo de un grupo de conspiradores decididos, como táctica para derribar al gobierno y tomar el poder.

La Liga de los Justos

En 1834 los exiliados alemanes radicados en París habían creado la “Liga de los Proscriptos”. Fue la primera secta secreta integrada por artesanos de ese origen. Ellos constituían la médula de la organización, pero sus objetivos eran también de carácter democrático-republicano, como los de las restantes sectas que funcionaban en Francia en la misma época. Su finalidad era luchar por la “emancipación de Alemania”, por su “unidad nacional” y por la instauración de la igualdad política y social. Los elementos más decididos y radicales —que eran la mayoría— se separaron en 1836 para crear la “Liga de los Justos” bajo la dirección de Teodoro Schuster. Aunque parecía más preocupada por la actividad propagandística, pronto volvieron a privar en la nueva Liga los métodos y objetivos del grupo de Blanqui: la tradición conspirativa y la vieja idea igualitaria de Babeuf. Entre sus miembros más activos se destacaban Carlos Schapper, Enrique Bauer y el sastre Wilhelm Weltling, que en 1838 publicó su primera obra: La humanidad como es y como debiera ser.

Aliada a la “Sociedad de las Estaciones”, la Liga intervino en 1839 en la fracasada intentona organizada por Blanqui y Barbés. Sus principales afiliados fueron encarcelados y luego expulsados de Francia; el resto se dispersó. Muchos se trasladaron a Inglaterra y otros se refugiaron en Suiza. Desde ambos centros intentaron reorganizar la Liga. Pero fue en Londres donde, amparados por las leyes de reunión y asociación, tuvieron más éxito.

Allí se congregaron los elementos más activos, que, encabezados por Schapper, el zapatero Enrique Bauer y el relojero José Moll, lograron restablecer la “Liga de los Justos”. Engels los conoció en 1843: “eran los primeros revolucionarios que se echaba a la cara” y le causaron una “impresión imponente”. En febrero de 1840 los desterrados alemanes fundaron en Londres una “Asociación de Cultura Obrera”, que, además de funcionar para sus propios fines, lo hizo también como agencia de reclutamiento para la Liga de los Justos, que la había inspirado y la dirigía. Weitling se encargó de restablecer la organización en París, donde la puso bajo la dirección de Ewerbeck. Lo mismo hizo en Suiza, ayudado por uno de sus partidarios más entusiastas, Augusto Becker. De este modo la organización proletaria se extendía a todos los núcleos de la emigración alemana y mantenía relaciones constantes con Alemania. En 1844 la represión terminó por ahogar el movimiento en Suiza. Weitling, después de un año de cárcel, regresó a Londres. Las persecuciones y las consiguientes deportaciones permitieron a la Liga fortalecer sus contactos internacionales.

Tal era el panorama del movimiento obrero alemán cuando Marx y Engels reunidos en Bruselas trabajan en los primeros esbozos del materialismo histórico. Sólo había una forma de verificar el sentido revolucionario de su teoría: discutirlo con el proletariado. De la aceptación de éste dependía que se trasformara en un arma revolucionaria. Para ello antes había que dar la batalla contra la ideología de la “Liga de los Justos”.

La batalla contra la “ideología”

La ideología del proletariado alemán era en aquella época una desordenada mezcla de ideas, prejuicios y utopías que tenían sus principales fuentes en el comunismo elemental, artesano y pequeño burgués de Weitling y en el “socialismo verdadero” de Carlos Grün. Ambos gozaban de gran influencia en París: Weitling entre los sastres y Grün entre los ebanistas y curtidores alemanes. Es decir en un ambiente de artesanos que se habían acercado al comunismo en la medida en que la gran industria amenazaba sus oficios. Pero estos, mientras no fueran privados de sus medios de producción, mientras no se enfrentaran directamente con el gran capital, con la burguesía, mal podían tener la conciencia de formar una clase distinta y explotada. Frente a los maestros explotadores, para los oficiales era vital la posibilidad de convertirse en maestros que actuaran de la misma manera con otros artesanos. Por cierto, las frases literarias de Grün acerca de la felicidad humana y la “armonía universal de intereses” les resultarían más aceptable que las largas explicaciones de Engels, fundadas en hechos económicos irrefutables. Entre agosto y diciembre de 1846 Engels intentó en vano atraerlos a “la senda crítica”. Pero los planes humanitarios, las campañas pacíficas para hacer la felicidad del mundo, todas las quimeras de Grün, influido por las ilusiones reformistas de Proudhon, empañaba la mentalidad preproletaria de aquellos artesanos rebeldes, a quienes tanto costaba asumir un programa realmente crítico y revolucionario.

En Inglaterra la situación era completamente diferente. La gran industria, la producción en gran escala, la acumulación del capital y el consecuente desarrollo de las fuerzas productivas habían alcanzado un nivel bastante alto. El movimiento cartista hizo que, en diversos estallidos, se expresara revolucionariamente el latente antagonismo de clases entre el trabajo y el capital. Desde el momento en que la Liga alejada del ambiente artesano de París se estableció en Londres y se puso en contacto con esta nueva realidad, entró en crisis. Cuando Weitling —expulsado de Suiza— regresó a Londres ya no encontró un medio propicio para sus utopías. A los dirigentes londinenses de la Liga, que buscaban expresar con claridad al proletariado, ya nada les decía su comunismo elemental, con no pocas reminiscencias del cristianismo primitivo. Conforme se acentuaba su decadencia, Weitling se fue convirtiendo en predicador y profeta y, preocupado por crear una lengua universal, se fue separando paulatinamente de lo que le había dado fuerza: la vida de su clase. En 1846 fue a Bruselas, donde rompió definitivamente con Carlos Marx. Poco después abandonaba Europa para dirigirse a los Estados Unidos. Desde ese momento dejó de ejercer toda influencia en los medios comunistas europeos.

También contribuyó a la renovación silenciosa que se gestaba en la liga londinense el hecho de incorporarse a ella dos hombres “que sobrepujaban con mucho a los demás en capacidad de comprensión teórica” (según palabras de Engels): el miniaturista Carlos Pfänder y el sastre Jorge Eccarius, que años después sería el secretario de la Primera Internacional.

En 1845 se había fundado en Londres una nueva agrupación, la “Asociación de los Demócratas Fraternales”, que es probablemente la primera organización internacional de la clase obrera. Su influencia condujo a la Liga a ampliar sus horizontes y a afirmar su propio carácter y en su comité ejecutivo figuraban Moll y Schapper. “Todos los hombres son hermanos” era el lema de la Asociación, que propagaba activamente las ideas de solidaridad proletaria internacional.

Entretanto, Marx y Engels, que residían en Bruselas desde 1845 habían convertido a esa ciudad en el centro de estudio y de propaganda de sus ideas. En torno a ellos se habían ido agrupando un nutrido número de emigrados comunistas —proletarios e intelectuales— como Moses Hess, Ernesto Dronke, Guillermo Wolff (muerto tempranamente y a quien Marx dedicara más tarde el primer libro de El Capital), José Weydemeyer, Jorge Weerth, Esteban Born y varios otros. Ellos constituyeron la ”Asociación de Cultura Obrera” que funcionó como centro cultural y de propaganda comunista teniendo como eje la teoría de Marx y Engels. Con el objeto de difundirla ambos decidieron también crear un “Comité comunista de correspondencia” para mantener un contacto lo más asiduo posible con los demás centros de propaganda comunista y radical de Europa. En Londres contaron como corresponsales a los miembros de la “Liga de los Justos”. En cambio Engels, que viajó a París para preparar el terreno entre los comunistas alemanes, se estrelló allí con la indiferencia o la abierta oposición de los artesanos exiliados, sometidos a la influencia de Grün y Proudhon y desconfiados respecto a los intelectuales. Estos “eternos celos contra nosotros como intelectuales”, como escribía Engels a Bruselas, eran una de las barreras que se oponían a la adopción por el movimiento obrero de la teoría que recuperaba sus experiencias dispersas, sus objetivos concretos, que trazaba sistemáticamente, a partir del análisis histórico del papel del proletariado, el camino a seguir para transformar la Sociedad.

En mayo de 1846 Marx había escrito a Proudhon para solicitarle su ayuda en la organización del “Comité de Correspondencia” en París, pero Proudhon rechazó la propuesta de Marx y asumió la defensa de Grün. En 1847 sobrevino la ruptura definitiva entre ambos a raíz de la dura crítica que Marx hiciera a la obra de Proudhon La filosofía de la miseria en La miseria de la filosofía. En esos momentos también Hess —que había tomado partido por Grün— se hallaba distanciado de Marx y Engels.

La Liga Comunista

Afines de 1846 se había renovado el comité central de la “Liga de los Justos” de Londres.

Casi de inmediato los nuevos dirigentes enviaron proclamas a todos los afiliados destacando la necesidad de redactar “una sencilla profesión de fe comunista” que pudiera servir a todos de norma general. Para decidir acerca de esto se convocaba un congreso en Londres con el objeto de aprobar un manifiesto que la Liga adoptaría como propio. En enero de 1847 el Comité Central dio poderes a Moll para que se trasladaran a Bruselas con el fin de negociar con Marx y Engels el ingreso de ambos en la Liga. Ambos accedieron. Habían ganado la primera batalla: ya eran miembros del único partido organizado de los proletarios alemanes y esto además, estaba dispuesto a aceptar sus teorías.

El Congreso de Londres, que había sido convocado para el 1° de mayo de 1847, se terminó por realizar a partir del 1° de junio. Engels concurrió como delegado de las tres comunas de París y Wolff en representación de la comuna de Bruselas. Se procedió a la reorganización de la Liga en Comunas, círculos directivos, comité central y congreso, y se adoptó para ella el nombre de “Liga Comunista”.

El artículo primero de los estatutos establecía:

“La finalidad de la Liga es el derrocamiento de la burguesía, la instauración del régimen del proletariado, la abolición de la vieja sociedad burguesa, basada en los antagonismos de clase, y la creación de una sociedad nueva, sin clases ni propiedad privada”.

La aprobación de los estatutos y del programa o “profesión de fe” quedó diferida para el segundo congreso. Hubo acuerdo para publicar una Revista comunista mensual, como órgano de la Liga. Encabezando el período, del que sólo apareció un “número de prueba”, en setiembre de 1847, campeaba el lema del futuro Manifiesto Comunista: “Proletarios de todos los países, uníos”.

El Manifiesto Comunista

A fines de noviembre de 1847 se reunió en la sala de sesiones de la “Asociación Comunista de Cultura Obrera” de Londres el segundo congreso de la “Liga Comunista”, al que Marx concurrió representando a la Comuna de Bruselas y Engels a las tres de París.

“Marx —escribiría años después Engels— defendió en grandes debates su nueva teoría. Por fin, vencidas todas las resistencias y todas las dudas, fueron unánimente aprobados todos los principios y se nos encargó a Marx y a mí redactásemos un Manifiesto.”

Recién a principios de 1848, Marx y Engels cumplieron el encargo y el Manifiesto salió para Londres pocos días antes de que estallara en París el movimiento revolucionario que en pocos meses se extendería por Europa.

Las concisas y brillantes frases de Marx reflejaban el momento especial en que fue elaborado, cuando la revolución tan temida por las clases dominantes parecía levantarse desde todos los confines del continente europeo. En cuanto a su contenido, es el resultado de los trabajos anteriores de Marx y Engels, la culminación de lo que, hasta ese momento, eran sus teorías. Las tesis fundamentales se agrupan en torno a:

1) la lucha de clases y la contradicción burguesía-proletariado como motor histórico;

2) el partido revolucionario como partido del proletariado;

3) el internacionalismo proletario.

La lucha de clases

En 1852, Marx dirigió una carta a Joseph Weydemeyer —socialista alemán emigrado a los Estados Unidos— en la que precisaba lo que él consideraba su propia contribución a ¡a teoría de la lucha de clases.

“En lo que concierne, no hay por qué atribuirme el mérito de haber descubierto ni la existencia de clases en la sociedad moderna ni la lucha que estas clases hacen entre sí. Mucho antes que yo, historiadores burgueses han descripto el desarrollo histórico de esta lucha de clases, cuya anatomía económica fue expuesta también por ciertos economistas burgueses. Por mi parte, lo que hice de nuevo fue mostrar:

1) que la existencia de clases sólo está ligada a determinadas fases históricas del desarrollo de la producción;

2) que la lucha de clases lleva necesariamente a la dictadura del proletariado;

3) que esta dictadura constituye sólo una transición hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases”.

La primera tesis se funda en una investigación empírica de fenómenos sociales observados y analizados en sus estructuras materiales. En el Manifiesto presenta las estructuras sociales antiguas, medieval y moderna para poner de relieve el antagonismo de clases en la sociedad burguesa que “lleva necesariamente” al triunfo del proletariado:

“La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos, se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes. En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa división de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos y, además, en casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales. La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas. Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose cada vez más en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado”.

La sociedad burguesa es el fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en el modo de producción y de cambio, ya que, al adquirir nuevas fuerzas productivas, los hombres cambian su modo de producción y con esto cambian las relaciones económicas:

“De los siervos de la Edad Media surgieron los villanos de las primeras ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía. El descubrimiento de América y la circunnavegación de Africa ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.

La antigua organización feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. La clase media industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció ante la división del trabajo en el seno del mismo taller. Pero los mercados crecían sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El vapor y la maquinaria revolucionaron entonces la producción industrial. La gran industria moderna sustituyó entonces a la manufactura; el lugar de la clase media industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios —jefes de verdaderos ejércitos industriales—, los burgueses modernos.

La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América.

[…] La burguesía moderna, como veremos, es por sí misma fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en el modo de producción y de cambio”.

La lucha de clases es una lucha política. En la primera etapa de su historia la burguesía se constituyó como clase bajo el régimen feudal y la monarquía absoluta. Los éxitos políticos que obtuvo fueron modificando a su favor las relaciones de clase hasta que, constituida ella misma en clase, derrocó al feudalismo y a la monarquía conquistando la hegemonía del poder político en el estado moderno, cuyo gobierno representa sus intereses de clase:

“Cada etapa de la revolución recorrida por la burguesía ha sido acompañada del correspondiente éxito político. Estamento oprimido bajo la dominación de los señores feudales; asociación armada y autónoma en la comuna; en unos sitios, república urbana independiente; en otros, “tercer estado” tributario de la monarquía; después, durante el período de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarquías feudales o absolutas y, en general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el estado representativo moderno. El gobierno del estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa. La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario”.

El continuo desarrollo de las fuerzas productivas es la condición necesaria de la existencia de la sociedad burguesa.

“La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ellos todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, un movimiento y una inseguridad constante distinguen la época burguesa de todas las anteriores”.

Las fuerzas productivas son en sí mismas un producto histórico y social. A ellas corresponden determinadas relaciones de producción que se expresan en formas jurídico-políticas, como las relaciones de propiedad. Cuando, al llegar a cierto nivel de desarrollo, las fuerzas productivas chocan con las relaciones de producción expresadas en las relaciones de propiedad, éstas se convierten en trabas y son necesariamente reemplazadas por otras naciones.

‘‘Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuyas bases se ha formado la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de desarrollo estos medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad feudal producía y cambiaba, toda la organización feudal de la agricultura y de la industria manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y se rompieron. En su lugar se estableció la libre competencia, con una constitución social y política adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase burguesa.

Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas contra las actuales relaciones de producción […] Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean en forma cada vez más amenazante la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa”.

Las enormes fuerzas productivas de que dispone la sociedad burguesa ya no sirven para su desarrollo; por el contrario resultan demasiado poderosas para las relaciones de producción, que se han convertido en obstáculos. “Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno”. Para superar las crisis que la sacuden periódicamente en esta etapa de su desarrollo, la sociedad burguesa recurre a la conquista de nuevos mercados y a la explotación intensiva de los antiguos, preparando crisis más extensas y violentas. Las armas que usó contra el feudalismo se vuelven contra ella. Y como escribiera Marx en La miseria de la filosofía, publicada unos meses antes del Manifiesto:

“De todos los instrumentos de producción, la fuerza productiva más grande es la propia clase revolucionaria”.

“Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios”.

El capital no puede crecer sin multiplicar al mismo tiempo el proletariado, ya que el capital sólo aumenta si se cambia por trabajo. Aunque es indudable que Marx no había llegado a desarrollar su propia teoría de la plusvalía. Por eso aún considera que el obrero vende al capitalista su trabajo. Años después llegará a la conclusión que en realidad vende su fuerza de trabajo: la única mercancía capaz de crear valores mayores que los necesarios para mantenerse a sí mima. Sólo la fuerza de trabajo es capaz de crear plusvalía.

“En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarróllase también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acredita el capital. Estos obreros, obligados a venderse al detalle, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio sujeto, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.

El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del proletario todo carácter sustantivo y le hacen perder con ello todo atractivo para el obrero. Este se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para perpetuar su linaje. Pero el precio del trabajo, como el de toda mercancía, es igual a su costo de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelven el maquinismo y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo, mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.”

El partido revolucionario como partido del proletariado

El proletariado antes de constituir el partido político se expresa en varias instancias organizativas: sindicatos, uniones nacionales, etc., que con sus luchas —aún en el plano puramente reivindicativo— logran una unión cada vez más abarcadora de la clase obrera. El Manifiesto hace una breve historia de estas diferentes etapas del desarrollo del proletariado:

“La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, están organizadas en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la vigilancia de una jerarquía completa de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo, del patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante cuanto mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro…

El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza con su surgimiento.

Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados; después por los obreros de una misma fábrica; más tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués aislado que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra las relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción: destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistas por la fuerza la posición perdida del trabajador de la Edad Media”.

Antes que el proletariado alcance el grado de homogeneidad, autoconciencia y organización que necesita para luchar contra la burguesía, ésta, que sí lo ha alcanzado, utiliza a las masas obreras para combatir a sus propios enemigos.

“En esta etapa los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por la competencia. Si los obreros forman en masas compactas, esta acción no es todavía la consecuencia de su propia unidad, sino de la unidad de la burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos debe —y por ahora aún puede— poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los vestigios de la monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra, de esta suerte, en manos de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria de la burguesía”.

La gran industria concentra a los obreros, que primero forman coaliciones para defender sus salarios. Pero a medida que los capitalistas también se asocian, movidos por la idea de la represión, las coaliciones —antes aisladas— forman grupos y la defensa de sus asociaciones se convierte en el principal interés de los obreros.

“Pero la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino que los concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquieren mayor conciencia de la misma. Los intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada vez más a medida que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, a un nivel igualmente bajo. Como resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí, y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca al obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones individuales entre el obrero y el burgués adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar coaliciones contra los burgueses y actúan en común para la defensa de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes para asegurarse los medios necesarios, en previsión de estos choques circunstanciales. Aqui y allá la lucha estalla en sublevación.”

Los ferrocarriles desempeñarían un papel ambivalente en la revolución francesa de 1848. Si bien en todas partes facilitaron la comunicación favoreciendo la unión de los obreros a nivel nacional, también crearon un nuevo tipo de obrero industrial e imprimieron un nuevo sello al movimiento obrero de importantes consecuencias con respecto al futuro. Los obreros ferroviarios de París construyeron las primeras barricadas, formaron la “vanguardia de la insurrección”. Pero a su vez los ferrocarriles desempeñaron un papel importante en el aplastamiento de la insurrección al facilitar el transporte de las tropas y de los voluntarios de las provincias que llegaban a París para engrosar las fuerzas del orden.

“A veces los obreros triunfan: pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros. Esta unión es favorecida por el crecimiento de los medios de comunicación creados por la gran industria y que ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta ese contacto para que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se centralicen en una lucha política. Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos, con los ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años”.

Al organizarse como clase respecto al capital, la coalición de los obreros toma carácter político y su lucha se transforma en lucha política. Marx y Engels rechazan la ideología de aquellos socialistas —como Proudhon— para quienes el movimiento social excluía la lucha política.

“Esta organización del proletariado en clase, y, por tanto, en partido político, es sin cesar socavada por la competencia entre los propios obreros. Pero surge de nuevo, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disenciones intestinas de los burgueses para obligarlos a reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra”.

En la dinámica de la lucha de clases —que primero es una lucha nacional, en tanto se da contra la burguesía de cada país— el proletariado, organizado como clase (y por tanto, como partido político) alcanza su objetivo necesario: la revolución abierta y violenta que derribe a la burguesía implantando su propia dominación, de la que se deriva la abolición de la propiedad privada y la transformación revolucionaria de los niveles político e ideológico de la superestructura.

“Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales sino aboliendo su propio modo de apropiación existente en vigor y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente.

Todos los movimientos han sido hasta ahora por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario es el movimiento independiente de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial”.

Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país deba acabar en primer lugar con su propia burguesía. Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado hemos seguido el curso de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación.

“[…] La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares, la formación y el acrecentamiento del capital.

La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí.El progreso de la industria del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables.”

Las luchas obreras espontáneas, aunque de hecho constituyen una barrera para la tendencia de la burguesía a agudizar la explotación y contribuyan a la toma de conciencia del proletariado, sólo expresan la resistencia al dominio burgués, ya que por sí mismas no pueden articularse con un proyecto político propio. Para lograrlo es necesario que se produzca la teoría científica, ya que sólo ella puede descubrir los mecanismos reales del funcionamiento del sistema. La finalidad de ésta consiste en formar la instancia orgánica de conducción política de la lucha que libra el proletariado, es decir: el partido revolucionario. En el Manifiesto se establece la dialéctica entre el partido revolucionario y el resto de la clase obrera:

“¿Cuál es la posición de los comunistas con respecto a los proletarios en general? Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses algunos que no sean los intereses del conjunto del proletariado. No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario. Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto.

Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario. El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que él de todos los demás partidos proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político por el proletariado.

Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos. La abolición de las relaciones de propiedad antes existentes no es una característica peculiar y exclusiva del comunismo. Todas las relaciones de propiedad han sufrido constantes cambios históricos, continuas transformaciones históricas.

La revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en provecho de la propiedad burguesa.

El rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa.”

El internacionalismo proletario

Una de las premisas fundamentales de la revolución proletaria es su condición de internacional a fin de cimentar la solidaridad y coordinar la acción con el proletariado de los distintos países frente al carácter internacional del enemigo común: el capitalismo.

“Se acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad.

Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Mas, por cuanto el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués. El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial, con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden.

El dominio del proletariado los hará desaparecer más de prisa todavía. La acción común del proletariado, al menos el de los países civilizados, es una de las primeras condiciones de su emancipación.

En la misma medida en que sea abolida la explotación de un individuo por otro será abolida la explotación de una nación por otra.

Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el interior de las naciones desaparecerá la hostilidad de las naciones entre sí.”

La dictadura del proletariado

El proletariado organizado como clase dominante debe dirigir un proceso de transformaciones radicales de la sociedad hasta la completa desaparición de las clases y, por lo tanto, de todo dominio de clase. El Manifiesto propone una serie de medidas de carácter económico, que, a su vez, define como objetivos intermedios transitorios:

“Como ya hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.

Esto, naturalmente, no podrá cumplirse al principio más que por una violación despótica del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción, es decir, por la adopción de medidas que desde el punto de vista económico parecerán insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas y serán indispensables como medio para transformar radicalmente todo el modo de producción.

Estas medidas, naturalmente, serán diferentes en los diversos países. Sin embargo, en los países más avanzados podrán ser puestas en práctica casi en todas partes las siguientes medidas:

1. Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del estado.

2. Fuerte impuesto progresivo.

3. Abolición del derecho de herencia.

4. Confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos.

5. Centralización del crédito en manos del estado por medio de un Banco nacional con capital del estado y monopolio exclusivo.

6. Centralización en manos del estado de todos los medios de transporte.

7. Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al estado y de los instrumentos de producción. Rotulación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, según un plan general.

8. Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente para la agricultura.

9. Combinación de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer gradualmente la oposición entre la ciudad y el campo.

10. Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de éstos en las fábricas tal como se practica hoy; régimen de educación combinado con la producción material, etc., etc.”

La extinción del Estado

El proletariado como clase dominante debe usar su dominio para preparar las condiciones que hagan posible la desaparición de todo dominio de clase —por lo tanto también del propio dominio— y por lo tanto también del estado como expresión de tal dominio.

“Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el poder público perderá su carácter político. El poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convierte en clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime al mismo tiempo que estas relaciones de producción como clase.

En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos.”

De 1848 a la Primera Internacional

En 1848 el movimiento obrero fue derrotado. Aún carecía de la organización y madurez necesarias para convertir su rebelión, casi espontánea, en algo más profundo y radical que un sacudón momentáneo para el orden social.

El inminente derrumbe que pronosticaron Marx y Engels, que temieron los gobernantes y ansiaron los explotados, fue sólo una más de la larga serie de crisis periódicas que conmueven la estructura del sistema capitalista. Ni siquiera tuvo la intensidad de la anterior (1841-1842). Según el historiador Hobsbawn, ambas “no pasaron de un hecho en lo que era visiblemente un desnivel ascendente de prosperidad económica”. A partir de 1850 casi toda Europa entraría en la fase de la abundancia. Cuando estalló la revolución de febrero en París el comité central de la “Liga Comunista” traspasó sus poderes al Círculo Directivo de Bruselas. Casi simultáneamente Marx salía para París, donde se constituiría un nuevo comité central. Las tesis del Manifiesto comenzaban a reinscribirse en la práctica revolucionaria de los militantes del movimiento obrero. En la segunda quincena de marzo triunfaba la revolución en Viena y en Berlín. Los miembros de la Liga, encabezados por Marx y Engels, se lanzaron inmediatamente a la lucha. Marx, con artículos de la Nueva Gaceta del Rhin; Engels, en el alzamiento del Palatinado. Alentados por la opinión de que el régimen burgués de Alemania tendría que ser forzosamente fugaz, aplicaron la táctica sostenida por el Manifiesto: “Por todas partes eran afiliados a la Liga los que acaudillaban el ala extrema del movimiento democrático”, diría Engels más tarde. Las matanzas obreras de junio en París, la derrota de los demócratas alemanes y austríacos en mayo y junio de 1849, pusieron fin a la primera etapa de la revolución. A pesar de que el triunfo de la reacción aún no estaba consolidado, en el transcurso de 1850 nadie dudaba de que las perspectivas revolucionarias habían comenzado a alejarse nuevamente. Se iniciaba el período de prosperidad. La política de retraimiento asumida en la Liga por Marx y Engels originó la escisión de su ala ultraizquierdista, encabezada por Schapper y Willich. En 1852 fueron detenidos y sometidos a un proceso por delitos fraguados por la policía los delegados de la Liga en Alemania. La Liga quedó disuelta en 1852. Doce años después, en la Primera Internacional, volvería a rescatarse el Manifiesto Comunista. Desde entonces su historia se confundió con la del movimiento obrero mundial inspirado por Marx y Engels.

“Actualmente —escribía Engels en el prólogo a la edición inglesa de 1888— es, sin duda, la obra más difundida y más internacional de toda la literatura socialista, un programa común reconocido por millones de trabajadores, desde Siberia hasta California.”

Bibliografía

Biografía del Manifiesto Comunista. México, Ed. México S.A., 1949.

Cole, G. D. H., Historia del pensamiento socialista. México, F.C.E., 1962. T. 1, “Los precursores”.

Dolleáns, Edouard, Historia del movimiento obrero 1830-1871. Madrid, Zero, 1969.

Hobsbawn, Eric J., Las revoluciones burguesas. Madrid, Guadarrama, 1964.

Mandel, Ernest, La formación del pensamiento económico de Marx. México, Siglo XXI, 1967.

Mayer, G., Engels. Buenos Aires, Ed. Intermundo, 1946.

Mehling, Franz, Carlos Marx. Historia de su vida. México, Grijalbo, 1957.

Rubel, Maximilien, Karl Marx. Ensayo de biografía intelectual. Buenos Aires, Paidós, 1970.

Pude George, La multitud en la historia. Buenos Aires, Siglo XXI, 1971.

El saintsimonismo

P. — ¿Qué es un industrial?

R. — Un industrial es un hombre que trabaja en producir o en poner al alcance de la mano de los diferentes miembros de la sociedad uno o varios medios materiales de satisfacer sus necesidades o sus gustos físicos; de esta forma, un cultivador que siembra trigo, que cría aves o animales domésticos, es un industrial; un aperador, un herrero, un cerrajero, un carpintero, son industriales, un fabricante de zapatos, de sombreros, de telas, de paños, de cachemiras es igualmente un industrial; un negociante, un carretero, un marino empleado a bordo de los buques mercantes, son industriales. Todos los industriales reunidos trabajan para producir y poner al alcance de la mano de todos los miembros de la sociedad todos los medios materiales para satisfacer sus necesidades o sus gustos físicos, y forman tres grandes clases que se llaman los agricultores, los fabricantes y los negociantes.

P. — ¿Qué rango deben ocupar los industriales en la sociedad

R. — La clase industrial debe ocupar el primer rango, por ser la más importante de todas, porque puede prescindir de todas las otras, sin que éstas puedan prescindir de aquellas; porque subsiste por sus propias fuerzas por sus trabajos personales. Las otras clases deben trabajar para ella, porque son creación suya y porque les conserva su existencia; en una palabra: realizándose todo por la industria, todo debe hacerse para la industria. […].

P. — Pasemos a la consideración del porvenir. Decidnos claramente: ¿cuál será, en definitiva, el destino político de los industriales?

R. -Los industriales se constituarán en la primera clase de la sociedad; los más importantes de entre los industriales se encargarán, gratuitamente, de dirigir la administración de la riqueza pública: ellos serán quienes hagan la ley quienes marcarán el rango que las otras clases ocuparán entre ellas, concederán a cada una de ellas una importancia proporcional a los servicios que cada una haga a la industria. Tal será, inevitablemente, el resultado final de la actual revolución; y cuando se obtenga este resultado, la tranquilidad quedara completamente asegurada, la prosperidad pública avanzará con toda la rapidez posible y la sociedad disfrutará de toda la felicidad individual y colectiva a la que la naturaleza puede aspirar. Esta es nuestra opinión sobre el porvenir de los industriales y sobre el de la sociedad; y ahora presento las consideraciones sobre las cuales fundo este criterio:

1°) La recapitulación del pasado de la sociedad nos ha probado que la clase industrial había adquirido importancia de forma continua, mientras que las otras la habían perdido continuamente; de ahí podemos sacar la conclusión de que la clase industrial debe acabar por constituirse en la más importante de todas.

2º) El simple sentido común ha depositado en todos los individuos el razonamiento siguiente: los hombres, habiendo trabajado siempre en pro de la mejora de su destino, siempre han tendido hacia una meta: el establecimiento de un orden social en la cual la clase ocupada en las tareas más útiles sea la más considerada, y es precisamente dicha meta la que, necesariamente, acabará por alcanzar la sociedad.

3°) El trabajo es la fuente de todas las virtudes; los trabajos más útiles deben ser los más considerados; por ello, tanto la moral divina como la humana llaman a la clase industrial para desempeñar el primer papel de la sociedad.

4°) La sociedad se compone de individuos, el desarrollo de la inteligencia social no puede ser otro que el de la inteligencia individual elevado a una escala mayor. Si se observa el curso que sigue la educación de los individuos, advertimos que en las escuelas primarias predomina la acción de gobernar; y en las escuelas de categoría superior se advierte que la acción de gobernar a los niños disminuye continuamente en intensidad, mientras que la enseñanza desempeña un papel de creciente importancia: lo mismo ha sido para la educación de la sociedad; la acción militar, es decir, la acción feudal, tuvo que ser la más fuerte en su origen; pero ha decrecido continuamente al tiempo que la acción administrativa ganaba importancia; y el poder administrativo, necesariamente, debe acabar por dominar al poder militar.

Los militares y los legistas deben acabar por estar a las órdenes de los hombres más capacitados para la administración; porque una sociedad ilustrada no necesita ser administrada; porque en una sociedad ilustrada la fuerza de las leyes y la de los militares para hacer obedecer la ley no deben ser empleadas más que contra aquellos que pretendiesen trastornar la administración. Las concepciones directrices de la fuerza social deben ser producidas por los hombres más capacitados en administración. Ahora bien, los más importantes de entre los industriales, habiendo sido quienes han dado pruebas de una mayor capacidad en lo administrativo, ya que merced a su capacidad en ello deben la importancia que han adquirido son los que, en definitiva, serán necesariamente encargados de la dirección de los intereses sociales.

Saint-Simon, Catecismo político di los industriales, 1824.

El socialismo y el comunismo crítico-utópico

No se trata aquí de la literatura que en todas las grandes revoluciones modernas ha formulado las reivindicaciones del proletariado (los escritos de Bafeuf, etc.).

Las primeras tentativas directas del proletariado para hacer prevalecer sus propios intereses de clase, realizadas en tiempos de efervescencia general, en el período del derrumbamiento de la sociedad feudal, fracasaron necesariamente, tanto por el débil desarrollo del mismo proletariado como por la ausencia de las condiciones materiales de su emancipación, condiciones que surgen solo como producto del advenimiento de la época burguesa. La literatura revolucionaria que acompaña a estos primeros movimientos del proletariado era forzosamente, por su contenido, reaccionaria. Preconizaba un ascetismo general y un burdo igualitarismo.

Los sistemas socialistas y comunistas propiamente dichos, los sistemas de Saint‑Simon, de Fourier, de Owen, etc., hacen su aparición en el período inicial y rudimentario de la lucha entre el proletariado y la burguesía… Los inventores de estos sistemas, por cierto, se dan cuenta del antagonismo de las clases, así como de la acción de los elementos destructores dentro de la misma sociedad dominante. Pero no advierten del lado del proletariado ninguna iniciativa histórica, ningún movimiento político que le sea propio. Como el desarrollo del antagonismo de clase va a la par con el desarrollo de la industria, ello tampoco puede encontrar las condiciones materiales de la emancipación del proletariado, y se lanzan en busca de una ciencia social, de unas leyes sociales que permitan crear esas condiciones.

En lugar de la actividad social ponen la actividad de su propio ingenio; en lugar de las condiciones históricas de la emancipación, condiciones fantásticas; en lugar de la organización gradual del proletariado en clase, una organización de la sociedad inventada por ellos. La futura historia del fundo se reduce para ello a la propaganda y ejecución práctica de sus planes sociales.

En la confección de sus planes tienen conciencia, por cierto, de defender ante todo los intereses de la clase obrera, por ser la clase que más sufre. El proletariado no existe para ellos sino bajo el aspecto de la clase que más padece.

Pero la forma rudimentaria de la lucha de clases, así como su propia posición social, les lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clase. Desean mejorar las condiciones materiales de todos los miembros de la sociedad, incluso de los más privilegiados. Por eso, no cesan de apelar a toda la sociedad sin distinción, e incluso se dirigen con preferencia a la clase dominante. Porque basta con comprender su sistema para reconocer que es el mejor de todos los planes posibles de la mejor de todas las sociedades posibles. Repudian, por eso, toda acción política, y en particular toda acción revolucionaria; se proponen alcanzar su objetivo por medios pacíficos, intentando abrir camino al nuevo evangelio social valiéndose de la fuerza del ejemplo, por medio de pequeños experimentos, que, naturalmente, fracasan siempre.

Estas fantásticas descripciones de la sociedad futura, que surgen en una época en que el proletariado, todavía muy poco desarrollado, considera su propia situación de una manera también fantástica, provienen de las primeras aspiraciones de los obreros, llenas de profundo sentimiento, hacia una completa transformación de la sociedad. Mas estas obras socialistas y comunistas encierran también elementos críticos. Atacan todas las bases de la sociedad existente. Y de este modo han proporcionado materiales de un gran valor para instruir a los obreros. Sus tesis positivas referentes a la sociedad futura, tales como la desaparición del contraste entre la ciudad y el campo, la abolición de la familia, de la ganancia privada y del trabajo asalariado, la proclamación de la armonía social y la transformación del estado en una simple administración de la producción: todas estas tesis no hacen sino anunciar la desaparición del antagonismo de las clases, antagonismo que comienza solamente a perfilarse y del que los inventores de sistemas no conocen todavía sino las primeras formas indistintas y confusas. Así, esas tesis tampoco tienen más que un sentido puramente utópico.

Manifiesto Comunista, 1847.

Weitling y Proudhon

“Weitling y Proudhon tuvieron su cuna en las cimas de la clase obrera; eran las suyas personalidades sanas y fuertes, ricamente dotadas, y tan favorecidas por el medio que no les hubiera sido difícil escalar posiciones de excepción, esas raras posiciones de que se nutre el tópico filisteo de que las filas de la clase gobernante están abiertas para todos los talentos de la clase trabajadora. Pero ambos desdeñaron esta carrera, para abrazar voluntariamente la de la pobreza y luchar por sus hermanos de clase y de pasión.

Siendo como eran hombres robustos y fornidos, llenos de fuerza medular, predestinados por naturaleza al goce de la vida, se impusieron las más duras privaciones por consagrarse a sus ideales. Una estrecha cama, compartido no pocas veces por tres personas entre las paredes de un angosto cuarto, una tabla por mesa de trabajo y, de vez en cuando, una taza de café negro: así vivía Weitling cuando su nombre ponía ya espanto en los grandes de la tierra, y lo mismo moraba Proudhon en su cuartucho parisino en momentos en que ya le ceñía la fama europea: metido en un chaleco de punto y calzados los pies en zuecos.

En ambos se mezclaban la cultura alemana y la francesa. Weitling era hijo de un oficial francés, y acudió presuroso a París tan pronto como tuvo edad para ello, a beber en las fuentes del socialismo. Proudhon era oriundo del viejo condado libre de Borgoza, anexionado por Luis XIV a Francia; y no era difícil echar de ver en él la cabeza germana. Lo cierto es que, tan pronto tuvo independencia de juicio, sintióse atraído por la filosofía alemana, en cuyos representantes Weitling no alcanzaba a ver más que espíritus confusos y nebulosos; Proudhon, en cambio, no tenía palabras bastante duras para fustigar a los grandes utopistas, a quienes aquél debía lo mejor de su formación. Estas dos figuras del socialismo compartieron la fama y la mala estrella. Fueron los primeros proletarios modernos que aportaron una prueba histórica de que la moderna clase obrera es lo bastante fuerte e inteligente para emanciparse a sí misma; los primeros que rompieron el círculo vicioso a que estaban adscritos el movimiento obrero y el socialismo. En este sentido, su labor hace época; su obra y su vida fueron ejemplares y contribuyeron fructíferamente a los orígenes del socialismo científico. Nadie volcó mayores elogios que Marx sobre los comienzos de Weitling y Proudhon. En ellos veía confirmado como realidad viviente lo que el análisis crítico de la filosofía hegeliana sólo le había brindado, hasta entonces, como fruto de especulación. Pero, con la fama, aquellos dos hombres compartieron también la mala estrella. A pesar de toda su agudeza y del alcance de su visión, Weitling no llegó a remontar nunca los horizontes del aprendiz artesano alemán, como Proudhon tampoco superó los del pequeño burgués parisino. Y ambos se separaron del hombre que supo consumar gloriosamente lo que ellos habían iniciado de un modo tan brillante. No fue por vanidad personal ni por despecho, aunque ambas cosas apuntasen también, más o menos visibles, conforme la corriente de la historia les iba haciendo sentirse eliminados. Sus polémicas con Marx revelan que no sabían sencillamente hacia dónde navegaba éste. Fueron víctimas de una mezquina conciencia de clase, cuya fuerza era tinto mayor cuanto más inconscientemente actuaba en ellos.”

Franz Mehring, Carlos Marx. Historia de su vida.

La propiedad, según Proudhon

He concluido la obra que me había propuesto; la propiedad está vencida: ya no se levantará jamás. En todas partes donde este libro se lea existirá un germen de muerte para la propiedad; y allí más pronto o más tarde desaparecerán el privilegio y la servidumbre. Al despotismo de la voluntad, sucederá el reinado de la razón. ¿Qué sofistas ni qué prejuicios resistirán ante la sencillez de estas proposiciones?

I. La posesión individual es la condición de la vida social. Cinco mil años de propiedad conservando la posesión y, con esta sola modificación, habréis cambiado por completo las leyes, el gobierno, la economía, las instituciones: habréis eliminado el mal de la tierra.

II. Siendo igual para toros el derecho de ocupación, la posesión variará con el número de poseedores: la propiedad no podrá constituirse.

III. Siendo también igual para todos el efecto del trabajo, es imposible la formación de la propiedad por la explotación ajena y por el alquiler.

IV. Todo trabajo humano es resultado necesario de una fuerza colectiva: la propiedad, por esa razón, tiene que ser colectiva e indivisa. En términos más concretos, el trabajo destruye la propiedad.

V. Siendo toda capacidad de trabajo, así como todo instrumento para el mismo, un capital acumulado, una propiedad colectiva, la desigualdad de remuneración y de fortuna, so pretexto de desigualdad de capacidades, es injusticia y robo.

VI. El comercio tiene por condiciones necesaria la libertad de los contratantes y la equivalencia de los productos cambiados. Ahora bien, teniendo en valor por expresión la suma de tiempo y de gasto que cuesta cada producto y siendo la libertad inviolable, los trabajadores han de ser necesariamente iguales en salarios, como lo son en derechos y deberes.

VII. Los productos sólo se adquieren mediante productos; por tanto, siendo condición de todo cambio la equivalencia de los productos, el lucro es imposible e injusto. Aplicad este principio elemental de economía y desaparecerán el pauperismo, el lujo, la opresión, el vicio, el crimen y el hambre.

VIII. Los hombres están asociados por la ley física y matemática de la producción antes de estarlo por su consentimiento: por consiguiente, la igualdad de condiciones es de justicia, es decir, de derecho social, de derecho estricto; el afecto, la amistad, la gratitud, la admiración, coresponden al derecho equitativo o proporcional.

IX. La asociación libre, la libertad, que se limita a mantener la igualdad en los medios de producción y la equivalencia en los cambios, es la única forma posible de sociedad, la única justa, la única verdadera.

X. La política es la ciencia de la libertad. El gobierno del hombre por el hombre, cualquiera que sea el nombre con que se disfrace es tiranía; el más alto grado de perfección de la sociedad está en la unión del orden y de la anarquía.

La antigua civilización ha llegado a su fin; la faz de la tierra va a renovarse bajo un nuevo sol. Dejemos pasar una generación, dejemos morir en el aislamiento a los antiguos prevaricadores: La tierra santa no cubrirá sus huesos. Si la corrupción del siglo te indigna; si el deseo de justicia te enaltece, si amas la patria, si el interés de la humanidad te afecta, abraza, lector, la causa de la libertad. Abandona tu egoísmo, húndete en la ola popular de la igualdad que nace; en ella su alma purificada hallará energías desconocidas; tu carácter débil se fortalecerá con valor indomable; tu corazón rejuvenecerá. Todo cambiará de aspecto a tus ojos, iluminados por la verdad; nuevos sentimientos despertarán en ti ideas nuevas. Religión, moral, arte, idioma, se te representarán bajo una forma más grande y más bella y, seguro de tu fe, saludarás la aurora de la regeneración universal.

Proudhon, ¿Qué es la propiedad?, 1840.

Marx y la economía política

[…] Mis estudios profesionales eran los de jurisprudencia, de la que, sin embargo, sólo me preocupé como disciplina secundaria, al lado de la filosofía y la historia. En 1842-43, siendo redactor de la Gaceta del Rhin, me vi por vez primera en el trance difícil de tener que opinar acerca de los llamados intereses materiales. Los debates de la Dieta renana sobre la tala furtiva y la parcelación de la propiedad del suelo, la polémica oficial mantenida ente el señor Von Schaper, a la razón de la situación de los campesinos de Mosela, y finalmente, los debates sobre él libre cambio y el proteccionismo, fue lo que me movió a ocuparme por vez primera de cuestiones económicas. Por otra parte, en aquellos tiempos en que el buen deseo de marchar en vanguardia superaba con mucho conocimiento de la materia, la Gaceta del Rhin dejaba traslucir un eco del socialismo y del comunismo francés, teñido de un tenue matiz filosófico. Yo me declaré en contra de aquellas chapucerías, pero confesando al mismo tiempo redondamente en una controversia con la Gaceta General de Augsburgo que mis estudios hasta entonces no me permitían aventurar ningún juicio acerca del contenido propiamente dicho de las tendencias francesas […]

Mi primer trabajo emprendido para resolver las dudas que me asaltaban fue una revisión crítica de la filosofía hegeliana del derecho, trabajo cuya introducción vio luz en 1844 en los Anales franco-alemanes, que se publican en París. Mi investigación desemboca en el resultado de que, tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado, no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada revolución general del espíritu humano, sino radican, por el contrario, en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de “Sociedad Civil”, y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la Economía política. En Bruselas, adonde me trasladé en virtud de una orden de destierro dictada por el señor Guizot, hube de proseguir mis estudios de economía política comenzados en París. El resultado general a que llegué y que, una vez obtenido, sirvió de hilo conductor a mis estudios, puede resumirse así: en la producción social de vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes o, lo que es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas revoluciones, hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse la conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando las condiciones materiales para su realización. A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de antagonismo individual sino de un antagonismo que proviene de las condiciones de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la sociedad humana. Federico Engels, con el que yo mantenía un constante intercambio escrito de ideas desde la publicación de su genial “Bosquejo sobre la crítica de las categorías económicas” (en Anales franco-alemanes), había llegado por distinto camino (véase su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra) al mismo resultado que yo. Y cuando en la primavera de 1845 se estableció también en Bruselas acordamos contrastar conjuntamente nuestro punto de vista con el ideológico de la filosofía alemana, en reaiidad, liquidar con nuestra conciencia filosófica anterior.

El propósito fue realizado bajo la forma de una crítica de la filosofía post-hegeliana. El manuscrito —dos gruesos volúmenes en octava— llevaba ya la mar de tiempo en Westfalia, en el sitio en que había de editarse, cuando nos enteramos de que nuevas circunstancias imprevistas impedían su publicación. En vista de esto, entregamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, muy de buen grado, pues nuestro objetivo principal, esclarecer nuestras propias ideas, estaba ya conseguido. Entre los trabajos dispersos en que por aquel entonces expusimos al público nuestras ideas, bajo unos u otros aspectos, sólo citaré el Manifiesto del Partido Comunista, redactado en colaboración con Engels y por mí, y un discurso sobre el libre cambio, que yo publiqué. Los puntos decisivos de nuestras concepciones fueron expuestos por vez primera, científicamente, aunque sólo en forma de polémica, en la obra Miseria de la filosofía, etc., publicada por mí en 1847 y dirigida contra Proudhon. La publicación es un estudio escrito en alemán sobre el trabajo asalariado, en el que recogía las conferencias explicadas por mí acerca de este tema en la Asociación obrera alemana de Bruselas, fue interrumpida por la revolución dé febrero, que trajo como consecuencia mi alejamiento de Bélgica.

La publicación de la Nueva Gaceta del Rhin (1848-1849) y los acontecimientos posteriores interrumpieron mis estudios económicos, que no pude reanudar hasta 1850, en Londres. Los inmensos materiales para la historia de la economía política acumulados en el British Museum, la posibilidad tan favorable que brinda Londres para la observación de la sociedad burguesa y, finalmente, la nueva fase de desarrollo en que parecía entrar esta con el descubrimiento del oro de California y de Australia, me impulsaron a volver a empezar desde el principio, abriéndome paso de un modo crítico, a través de los mismos materiales. Estos estudios llevaban a veces, por sí mismos, a campos aparentemente alejados y en los que tenía que detenerme durante más o menos tiempo. Pero lo que sobre todo me mermaba el tiempo de que disponía era la necesidad imperiosa de trabajar para vivir. Mi colaboración desde hace ya ocho años en el primer periódico anglo-americano, el New York Tribune, me obligaba a desperdigar extraordinariamente mis estudios, ya que en casos excepcionales me dedico a escribir para la prensa correspondencias propiamente dichas. Los artículos sobre los acontecimientos económicos más salientes de Inglaterra y el continente formaban una parte tan importante de mi colaboración que esto me obligaba a familiarizarme con una serie de detalles de carácter práctico situados fuera de la órbita de la ciencia propiamente dicha.

Este esbozo sobre la trayectoria de mis estudios en el campo de la economía política tiende simplemente a demostrar que mis ideas cualquiera que sea el juicio que merezcan y por mucho que choque con los prejuicios interesados de las clases dominantes, son el fruto de largos años de concienzuda investigación. Y a la puerta de la ciencia, como a la puerta del infierno, debiera estamparse esta consigna.:

Oui si convien laseiare ogni sospetto;

Ogni viltá convien che qui sia morta.

(Abandónese aquí todo recelo

Mátese aquí cualquier vileza.

Dante).

K. Marx, Prólogo de la contribución a la crítica de la Economía Política.

El socialismo conservador o burgués

Una parte de la burguesía desea remediar los males sociales con el fin de consolidar la sociedad burguesa. A esta categoría pertenecen los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que pretenden mejorar la suerte de las clases trabajadoras, las organizaciones de la beneficencia, los protectores de animales, los fundadores de las sociedades de templanza, los reformadores domésticos de toda suerte. Y hasta se ha llegado a elaborar este socialismo burgués en sistemas completos.

Citemos como ejemplo la Filosofía de la miseria de Proudhon.

Los burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna, pero sin las luchas y los peligros que surgen fatalmente de ella. Quieren perpetuar la sociedad actual, pero sin los elementos que la revolucionan y rescomponen. Quieren la burguesía sin el proletariado. La burguesía, como es natural, se representa el mundo en que ella domina como el mejor de los mundos. El socialismo burgués elabora en un sistema más o menos completo esta representación consoladora. Cuando invita al proletariado a realizar su sistema y a entrar en la nueva Jerusalén no hace otra cosa, en el fondo, que inducirle a continuar en la sociedad actual, pero despojándose de la concepción odiosa que se ha forjado de ella. Otra forma de este socialismo, menos sistemática, pero más práctica, intenta apartar a los obreros de todo movimiento revolucionario, demostrándoles, que no es tal o cual cambio político el que podrá beneficiarles, sino solamente una transformación de las condiciones materiales de vida, de las relaciones económicas. Pero, cuando habla de la transformación de las condiciones materiales de vida, este socialismo no entiende, en modo alguno, la abolición de las relaciones de producción burguesa —lo que no es posible más que por vía revolucionaria—, sino únicamente reformas administrativas realizadas sobre la base de las mismas relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo únicamente, en el mejor de los casos, para reducirle a la burguesía los gastos que requiere su domino y para simplificarle la administración de su estado.

El socialismo burgués no alcanza su expresión adecuada sino cuando se convierte en simple figura retórica.

Libre cambio, en interés de la clase obrera.

Aranceles protectores, en interés de la clase obrera.

Prisiones celulares, en interés de la clase obrera.

He aquí la última palabra del socialismo burgués, la única que ha dicho seriamente.

El socialismo burgués se resume precisamente en esta afirmación: los burgueses son burgueses en interés de la clase obrera.

Manifiesto Comunista.

Actitud de los comunistas ante los otros partidos de la oposición

Después de lo dicho en el capítulo II, la posición de los comunistas ante los partidos obreros ya constituidos se explica por sí misma, y por tanto su posición ante los cartistas de Inglaterra y los partidarios de la reforma agraria en América del Norte. Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase obrera; pero, al mismo tiempo, defienden también, dentro del movimiento actual, el porvenir de este movimiento. En Francia, los comunistas se suman al Partido Socialista Democrático[1] contra la burguesía conservadora y radical, sin renunciar, sin embarro, al derecho de criticar las ilusiones y los tópicos legados por la tradición revolucionaria.

En Suiza apoyan a los radicales, sin desconocer que este partido se compone de elementos contradictorios, en parte de socialistas-democráticos, al estilo francés, y en parte de burgueses radicales. Entre los polacos, los comunistas apoyan el partido que ve en una revolución agraria la condición de la liberación nacional; es decir, al partido que provocó en 1846 la insurrección de Cracovia. En Alemania, el Partido Comunista lucha de acuerdo con la burguesía, en tanto que ésta actúa revolucionariamente contra la monarquía absoluta, la propiedad territorial feudal y la pequeña burguesía reaccionaria.

Pero jamás, en ningún momento, se olvida este partido de inculcar a los obreros la más clara conciencia del antagonismo hostil que existe entre la burguesía y el proletariado, a fin de que los obreros alemanes sepan convertir de inmediato las condiciones sociales y políticas que forzosamente ha de traer consigo la dominación burguesa en otras tantas armas contra la burguesía, a fin de que, tan pronto sean derrocadas las clases reaccionarias en Alemania, comience inmediatamente la lucha contra la misma burguesía.

Los comunistas fijan su principal atención en Alemania porque Alemania se halla en vísperas de una revolución burguesa y porque llevará a cabo esta revolución bajo las condiciones más progresistas de la civilización europea en general, y con un proletariado mucho más desarrollado que el de Inglaterra en el siglo XVII y el de Francia en el XVIII, y, por lo tanto, la revolución burguesa alemana no podrá ser sino el preludio inmediato de una revolución proletaria.

En resumen, los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el estado de cosas social y político existente. En todos estos movimientos ponen en primer término, como cuestión fundamental del movimiento, la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos desarrollada que esta revista. En fin, los comunistas trabajan en todas partes por la unión y el acuerdo entre los partidos democráticos de todos los países. Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.

¡Proletarios de todos los países, uníos!

Manifiesto Comunista.


[1] Este partido estaba representado en el parlamento por Ledru Rollin, en la literatura por Luis Blanc y en la prensa diaria por La Reforme. El nombre de Socialista Democrático significaba, en boca de sus inventores, la parte del partido Democrático o Republicano que tenía un matiz más o menos socialista. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888).

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