EL TERCER MUNDO Historia, problemas y perspectivas  

Posted by Fernando in

Alcira Argumedo

© 1972

Centro Editor de América Latina - Cangallo 1228

Impreso en Argentina

Índice

EL TERCER MUNDO Historia, problemas y perspectivas 1

LA DOMINACION COLONIAL 2

LA EXPANSION IMPERIALISTA. 3

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL 4

LA SEGUNDA GUERRA Y EL SURGIMIENTO DEL TERCER MUNDO. 6

LOS PROCESOS DE LIBERACION. 7

LAS NUEVAS FORMAS DE DOMINACION: EL NEOCOLONIALISMO. 9

TERCER MUNDO Y POLITICA CONTINENTAL 10

AMERICA LATINA. 10

ASIA Y AFRICA. 11

EL SOCIALISMO DESDE EL TERCER MUNDO. 12

BIBLIOGRAFIA Y NOTAS. 12

La herencia colonial 13

Nacionalismo y socialismo. 13

EL TERCER MUNDO Historia, problemas y perspectivas

“La toma de posición de algunos países recientemente independizados, decididos a mantenerse fuera de la política de bloques, ha introducido una dimensión original en el equilibrio de las fuerzas mundiales. Política denominada de neutralismo positivo, de no dependencia, no comprometida, de tercera fuerza; los países que despiertan de un largo sueño de esclavitud y de opresión, han estimado su deber en consagrarse a levantar la economía, a erradicar el hambre, a la promoción del hombre…”

FRANTZ FANON[1]

Ante la polarización del poder internacional en dos grandes bloques —hegemonizados por los Estados Unidos y la Unión Soviética— los pueblos de Asia, Africa y América Latina conforman una tercera fuerza internacional, gestada a partir de la profundización de sus luchas de liberación que, luego de la Segunda Guerra Mundial, han tomado un carácter marcadamente ofensivo.

En formas abiertas o subterráneas, con métodos violentos o de resistencia pasiva, la negativa de los pueblos ante la dominación extranjera fue una constante en la historia de los países dependientes y colonizados. Son estas luchas por su afirmación como pueblos libres las que constituyen el contenido esencial de la nacionalidad de los países dominados.

La oposición a toda forma de dominación y, por lo tanto, la reivindicación de una nacionalidad arrasada durante más de cuatro siglos, es la base común de unidad de los pueblos del Tercer Mundo, al margen de las específicas características socio-políticas y culturales que cada uno de ellos ha desarrollado en su historia. La historia de los pueblos que actualmente constituyen el Tercer Mundo es, por lo tanto, la historia de sus luchas contra la opresión nacional y social.

La grandeza euroamericana fue construida a lo largo de siglos sobre la base de la miseria, el hambre, la desesperación y la muerte de las tres cuartas partes restantes de la humanidad. Esa historia de explotación había sido relatada hasta ahora por los colonizadores: desde la literatura “académica” hasta los filmes y las historietas tenía como protagonista “bueno” al hombre blanco: la masa “subhumana” dominada estaba compuesta por los “salvajes” negros africanos, por los amarillos “serviles y traicioneros”, por los indios y mestizos americanos que si no eran “domesticables” debían ser exterminados.

La dominación política y la explotación económica que Occidente ejerce sobre ellos tendrá como bandera la “civilización” europea, su religión y su cultura. Europa se proponía como la culminación del desarrollo humano: era la “civilización” que justificaba su dominación sobre la “barbarie”. La negativa a incorporar la cultura colonizadora, la lucha por conservar las propias formas culturales como una defensa de su identidad como pueblos, aparecían para el colonizador como la comprobación de esa barbarie innata que debían transformar.

LA DOMINACION COLONIAL

Con la expansión colonial española y portuguesa de los siglos XV y XVI -génesis real del sistema capitalista europeo- se inicia la historia del desarrollo euroamericano realizado sobre la base de la explotación de los tres continentes sometidos.

La búsqueda de metales preciosos y de especias de Oriente signa esta primera etapa de expansión europea. Las corrientes comerciales con esa región, que se habían desarrollado a partir de las Cruzadas, incorporan en Occidente nuevos productos cuya demanda crece considerablemente. Paralelamente al desarrollo del comercio y a la ampliación de los mercados, se va gestando en Occidente una demanda creciente de oro y plata -como moneda y elemento de acumulación de riquezas- para las transacciones comerciales. Dicha demanda también podría ser cubierta por Oriente. Marco Polo había llegado a la China: sus relatos mencionaban minas de oro, construcciones realizadas con piedras preciosas, esmeraldas, diamantes, etc. Las noticias sobre Japón no eran menos tentadoras. Introducirse en las civilizaciones orientales para obtener sus riquezas y sus productos fue el objetivo de las expediciones comerciales que se desarrollaron a partir del siglo XV. El cierre del comercio con Oriente por el Mediterráneo -producido por la invasión turca en el Asia Menor- obliga a ¡al corrientes comerciales a buscar nuevas rutas de acceso. Portugal descubre la ruta hacia la India y monopoliza el comercio con el Este estableciendo factorías fortificadas a lo largo de las costas de Africa y Asia; a principios del siglo XVI domina, además, las costas de China y Japón. El descubrimiento de América brinda a España la posibilidad de explotar las ricas minas de oro y plata, luego de la dominación de los imperios Incaico y Azteca.

Los pueblos orientales y americanos poseían, en esta etapa histórica, civilizaciones que habían alcanzado un importante desarrollo. Pero la utilización de la pólvora y las armas de fuego, junto con la posibilidad de explotar las luchas internas existentes en estas sociedades, brindarán a Europa una neta superioridad en el ejercicio de la violencia, la cual será utilizada hasta sus últimas consecuencias para imponer la dominación sobre los pueblos autóctonos. La colonización irá gestando diferencias en el papel que se le asigna, en esta primera etapa, a cada uno de los continentes. Entre los siglos XV y XVIII, América y Africa fueron los más expoliados. América cumple el papel de productora de oro y plata y de materias primas tales como algodón y azúcar. Para esta producción los portugueses y españoles utilizan dos fuentes principales de mano de obra: los indios del altiplano para la extracción minera y la producción agrícola de las zonas serranas y los esclavos traídos de Africa para las grandes plantaciones de algodón y azúcar. Así, el sistema de trabajo forzado a través del régimen de encomienda con los indios y la esclavitud de los negros africanos constituyen las dos formas principales de desarrollo de la economía colonial americana. Este régimen, intrínsecamente violento, cobró cuantiosas víctimas. Como refiere Fray Bartolomé de las Casas “… A estos corderos tan dulces (los indígenas) los españoles los trataron como lobos, leones y tigres famélicos, y no han hecho desde hace cuarenta años más que ponerlos a la defensiva, matarlos, angustiarlos, afligirlos, atormentarlos y destruirlos por medio de crueldades nunca vistas ni leídas ni oídas antes, al punto que de tres millones que habitaban la isla Española (Haití) que hemos conocido, sólo han quedado doscientos. La causa por la cual mataron tanta gente ha sido que su último fin y objetivo fue enriquecerse en poco tiempo…”

Este mismo panorama se presentaba en el resto de los países de América: en México y en Perú la conquista cobró millones de víctimas, diezmados por las guerras, las enfermedades y la explotación.

Por otra parte, en este mismo período el continente africano es explotado fundamentalmente como fuente de mano de obra esclava: Europa realiza en Africa una verdadera “caza del hombre”. Se calcula que por cada esclavo que llegaba a las costas americanas aproximadamente cinco morían en Africa resistiéndose al blanco o en alta mar, como consecuencia de las condiciones de higiene y alimentación a las que se los sometía. Según Du Bois, esta verdadera sangría humana costó al continente una pérdida aproximada de sesenta millones de personas. Hasta fines del siglo XVIII Asia se verá menos afectada. Los europeos sólo llegan hasta las costas asiáticas para realizar un intercambio comercial de manufacturas autóctonas y especies, mientras en el continente continúan desarrollándose formas de vida propias, no afectadas fundamentalmente por esa presencia. La penetración continental sólo se iniciará hacia fines del XVIII y comienzos del XIX conservando, sin embargo, las mismas características de violencia y destrucción empleadas en las otras dos regiones.

Este hecho se da coincidentemente con un cambio en las relaciones de poder entre las potencias occidentales. Hasta fines del siglo XVII, España y Portugal constituían los mayores imperios coloniales, habiendo sometido en su casi totalidad a los continentes americano y africano. A partir de entonces Holanda, Inglaterra y Francia comienzan a desarrollar una política colonial que terminará, finalmente, por desplazar a los españoles y portugueses, que se encontraban en paulatina decadencia.

Mientras los holandeses desalojan a los portugueses de Oriente a través de nuevas formas de colonización -las “compañías”-, los ingleses y franceses adoptan estas mismas formas en América del Norte y las Antillas. Entre estas dos últimas potencias se desarrolló una lucha por las colonias y el control de la política europea, de la cual saldría triunfante Inglaterra, en detrimento de Francia, los Países Bajos, Portugal y España.

Hacia 1750 Gran Bretaña comienza a consolidar su posición como potencia colonial conquistando la India. Hasta entonces había sido imposible —tanto para Inglaterra como para Francia, Holanda y Portugal— penetrar en el continente asiático.

A comienzos del siglo XIX Inglaterra inicia una nueva ofensiva contra Asia, centrándola en la conquista del imperio chino. Los métodos empleados para dominar China irán desde la introducción masiva del consumo del opio —droga cuya comercialización estaba prohibida en el Imperio por las consecuencias perniciosas que suponía su consumo para la población— hasta la utilización de la escuadra y el ejército británicos.

Desde 1842 —fecha en que se le otorga por la fuerza el control de la producción y venta de opio— ocupa militarmente Shangai y Nankin, se anexa Hong-Kong, se le otorgan cinco puertos interiores más y se reclama un porcentaje de pago a las zonas que no habían sido ocupadas “en compensación del pillaje que sus propias tropas hubieran podido hacer. La explotación de China por Inglaterra, a la cual se agregarán más tarde otras potencias, se profundiza cada vez más. En esa misma época Francia ocupa Argelia y consolida su dominio sobre Camboya y Vietnam. También reclama participación en el “negocio chino” y establece una alianza con Inglaterra para imponer la libre navegación de los ríos interiores, la apertura de nuevos puertos bajo control europeo y el establecimiento de una legislación que garantice el pleno ejercicio del poder sobre las jurisdicciones controladas por ambas potencias.

Este proceso no se realiza pacíficamente. Los pueblos colonizados nunca aceptaron la dominación; los períodos de “paz” sólo fueron un reposo en la resistencia a la ocupación. Llamarlos bandidos, piratas, rebeldes, terroristas o asesinos fanáticos, aunque tranquilice la conciencia de la metrópolis, no se corresponde en absoluto con la realidad. La perduración de la opresión no implica la adhesión del oprimido: la ocupación inglesa del territorio de la India, por ejemplo, necesitó más de cien años de lucha (1750 a 1850); y Argelia del Norte sólo pudo ser conquistada tras cuarenta años de guerra, con la intervención de 100.000 hombres. Paralelamente a este proceso, los Estados Unidos habían logrado su independencia luego de una larga guerra contra Inglaterra. Por su parte, la mayoría de los pueblos de América Latina vencen la dominación colonial española, debilitada por un largo período de decadencia. La pérdida de las colonias de la “Nueva Inglaterra”, con su producción agrícola de clima cálido, determinan el intento inglés de dominar una zona con características productivas y climáticas semejantes: el Río de la Plata. Sin embargo, el fracaso de las invasiones inglesas en 1806 y 1807, impulsa a Inglaterra a buscar nuevas formas de penetración en este contiennte. A partir de mediados del siglo XIX Inglaterra encontrará valiosos aliados para su política de explotación del continente en las clases dominantes locales. La consolidación de esta alianza a través del libre comercio permite a Gran Bretaña ejercer un dominio de hecho, sin necesidad de recurrir a la violencia. Por el contrario, serán los propios ejércitos nacionales los que se encargarán de reprimir los movimientos de resistencia popular ante esta nueva forma de dominación.

La independencia lograda respecto del dominio español se transforma en fina independencia formal: los países latinoamericanos quedan a merced de las decisiones del Imperio Británico.

LA EXPANSION IMPERIALISTA

Hasta la década de 1860/1870 la ocupación colonial directa abarcaba todavía una parte menor del conjunto de las tierras de ultramar. Pero en los diez años siguientes comienzan a madurar las condiciones que el desarrollo de la industria y la explotación colonial habían ido gestando en los países europeos. El fin del siglo XIX contempla el desarrollo de la industria en gran escala en la mayoría de los países del occidente europeo —desarrollo de la metalurgia, de los transportes, utilización de nuevos tipos de motores y de energía eléctrica para la industria, etc.— acompañado por un proceso acelerado de concentración económico-financiera que lleva a la constitución de grandes monopolios. Estas condiciones, que definen internamente una nueva etapa del desarrollo económico capitalista de las grandes potencias, reformulan el papel que en este sistema deberán desempeñar los países dominados. Mientras en toda una primera etapa cumplieron la función de proveedores de oro y plata y de materias primas o productos exóticos, en la nueva etapa van a cubrir, además, las necesidades europeas de ampliación de sus mercados y se convertirán en centros de absorción de los capitales disponibles, que buscan nuevas y más rentables fuentes de ganancias.

Los países de Asia, Africa y América Latina, con un bajísimo costo de mano de obra —dadas las misérrimas condiciones de vida a que estaba sometida la mayoría de la población—, con tierras susceptibles de ser explotadas y materias primas baratas, presentaban excelentes condiciones para obtener pingües ganancias de las inversiones allí realizadas. Pero para esto era necesario establecer un estricto control sobre las zonas aún no dominadas. La década de 1880 marca el comienzo de una carrera por el reparto del mundo entre las grandes potencias occidentales. A Francia, Inglaterra y Holanda se agregan otros países que habían logrado un desarrollo más tardío: Estados Unidos, Japón, Alemania, Rusia y Bélgica.

“En 1881 Francia se apoderó de Túnez. En el año 1882, la lucha franco-inglesa por Egipto terminó con la victoria de Inglaterra, que ocupó luego de haberse apoderado (1875) del 44% de las acciones del Canal de Suez. En 1884 Alemania hizo su entrada en la escena con la conquista de Togo, Camerón, Sudeste africano y Tanganika. De 1892 a 1902 Inglaterra se apropió de las Repúblicas Boer del Transvaal y de Orange; al mismo tiempo ocupaba el Sudán, Chipre, la Somalía, Kenia, Uganda, La Costa de Oro y Nigeria. Francia por su parte, se aseguró una buena parte de Africa: el Congo, el Chad, la mayor parte de Africa Occidental, la Somalia y Madagascar. Portugal chocó con Inglaterra para ocupar Angola. Aprovechando las rivalidades entre ingleses y franceses el rey de los belgas se hizo confiar por ellos la administración del Congo… Las potencias occidentales se precipitaron sobre China. En las fronteras de China, Francia, en 1885, se apoderó de Anam y de Tonkin e Inglaterra de Birmania; en 1895 Japón se anexó las posesiones chinas de los Pescadores y de Formosa. Luego las “grandes potencias” se apoderaron de las arterias vitales de China: en 1897, Alemania tomó el puerto de Kiao-Cheu; en 1898 Inglaterra el de Wei-Kai-Wei y Francia la bahía de Kuang-Cheu-Wan; las cañoneras remontaron los ríos…”

…El imperialismo americano tuvo que ser por necesidad “liberador”: desprender las colonias de las otras potencias afirmando su apoyo a los pueblos colonizados era el único procedimiento para los hombres de negocios yanquis a fin de introducirse en el sistema colonial de las otras potencias.

…Para defender “la libertad y la independencia” de los Estados de América contra las ingerencias extranjeras, los Estados Unidos intervinieron entonces en Colombia, en Venezuela y en Santo Domingo. Para “responder al llamado angustiado” de los pueblos rebelados contra la dominación española, se introdujeron en las Filipinas, en Puerto Rico y en Cuba. Mientras las potencias europeas y el Japón habían ya delimitado sus zonas de influencia y se aseguraban sus posesiones, los Estados Unidos se vieron atraídos hacia China, pero fue en nombre de la “libertad de China” que esgrimieron la doctrina de “puertas abiertas” para colocarse en el primer lugar y luego ir suplantando a las otras potencias…[2]

Al finalizar el siglo XIX y comienzos del XX, prácticamente la totalidad del mundo estaba sometido al dominio de las grandes potencias.

El siglo actual presencia la unificación del mundo en un solo sistema integrado pero, al mismo tiempo, radicalmente escindido entre un polo dominante —logrado y perpetuado por la violencia— y un polo sometido y explotado. Esta etapa de apogeo euro-norteamericano duraría poco tiempo. Como contrapartida, se abría una marea de resistencia: el nacionalismo y la revolución social signarían el siglo con las luchas de liberación que, desde un lado y otro del globo, iniciaban los pueblos. En este período comienzan a surgir —en los tres continentes— movimientos insurreccionales con un claro contenido de reivindicación nacional y democrático. Cabe mencionar entre ellos, como los más importantes, el movimiento de la “Joven China” de Sun Yat-sen; el surgimiento del Partido “Joven Turco” de Kemal Ataturk en 1908; el movimiento nacional de Zaglul Pachá en Egipto; los movimientos, persas de insurrección armada entre 1905 y 1911 y la Revolución Mexicana, que se inicia en 1910.

Si hasta fines del siglo XIX las luchas de los pueblos tenían un carácter defensivo y parcial, a partir del presente siglo comienza la paulatina ofensiva de los dominados. Ofensiva que se va intensificando a lo largo de la primera mitad del siglo para llegar, desde la Segunda Guerra, a consolidar las bases de este Tercer Mundo que actualmente está dando la batalla final contra la dominación.

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

La Primera Guerra Mundial —verdadera “guerra civil” europea— tiene como causa fundamental la determinación de un nuevo reparto del mundo entre las potencias imperialistas. El acelerado desarrollo industrial de Alemania había logrado incorporar el desarrollo tecnológico creado por las naciones europeas más viejas, pero su capacidad industrial requería un desarrollo paralelo de mercados para sus productos y materias primas baratas para la industria.

Por las circunstancias políticas de la etapa inmediatamente anterior, su dominio colonial era insuficiente para estas nuevas y crecientes necesidades. Paralelamente, Inglaterra y Francia veían descender la demanda de sus productos como consecuencia del desarrollo industrial de Alemania y Estados Unidos. El elemento desencadenante de la guerra —precedida por un largo período de “paz armada” entre las potencias— tiene un papel anecdótico: lo fundamental es la lucha por el control político y económico de las colonias. El Tratado de Versalles —que fija las condiciones del armisticio— es el símbolo del reordenamiento de las fuerzas políticas entre los países de Occidente.

Destruido el poder de Alemania, los ingleses y franceses se reparten los beneficios obtenidos por el triunfo. Pero el verdadero vencedor de esta guerra es Estados Unidos que, habiendo entrado tardíamente en ella, logra capitalizar las necesidades europeas. Apartados de las actividades normales del período de paz por la confrontación armada, dejan abierto un vacío que es rápidamente llenado por la producción norteamericana.

Estados Unidos se convierte en principal exportador de minerales, productos semielaborados y elaborados, municiones, materias primas y alimentos. Por otra parte, reemplaza con su propia industria los productos europeos que antes importaba, lo que determina un amplio desarrollo, en especial de las industrias químicas.

De esta forma, la hegemonía financiera-industrial en el nivel internacional se desplaza desde Londres hacia Nueva York: Wall Street comienza a ser el centro financiero por excelencia. Pero la primera guerra tiene, por otra parte, consecuencias no previstas por las potencias que la habían desencadenado. El gobierno de la Rusia zarista, conmovido por profundas contradicciones internas que la guerra termina por hacer estallar, se derrumba ante la ofensiva de los soviets de obreros y campesinos encabezados por Lenin, y el Partido Bolchevique toma el poder para instaurar el primer estado socialista mundial.

La implantación del poder comunista en Rusia va a crear un nuevo tipo de contradicciones en el nivel internacional.

Las potencias occidentales reconocen el peligro que genera la existencia de un poder que cuestione el sistema capitalista y se consolide internamente en el plano político-económico. En esta medida, inmediatamente después de la finalización de la Primera Guerra, se organiza el acuerdo de las potencias imperiales —Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Japón— que, apoyadas en los sectores zaristas contrarrevolucionarios de Rusia, llevan adelante, tres intentos de invasión entre los años 1919 y 1921; todos terminan con la más absoluta derrota. Luego de estos fracasos, los países imperiales elaborarán una política de aislamiento de la URSS —política que los Estados Unidos reproducen en Cuba a partir de 1962—, pero los intentos de nuevas invasiones son definitivamente descartados.

Mientras tanto, el poder soviético logra consolidarse internamente y, al comenzar la Segunda Guerra Mundial, la URSS —a través del desarrollo autónomo de su industria pesada implantado por el régimen stalinista— se ha transformado en una potencia económica y militar.

Pero este desarrollo se generó a cambio de un alto costo político y social. En los años de entreguerras y luego de la muerte de Lenin, la “dictadura del proletariado”, como concepción de un poder popular ha sido desplazada por la dictadura de Stalin, como poder de una burocracia.

Al mismo tiempo, el desarrollo de movimientos nacionales en los países coloniales y dependientes comienza a consolidarse con un contenido social y de masas gestando, en el período que media entre las dos guerras, las condiciones que van a madurar a partir de la Segunda Guerra Mundial. El fenómeno del nacionalismo es tal vez una de las más ricas expresiones que presenta el desarrollo político del Tercer Mundo. Con características propias en cada región, el nacionalismo de los países dominados no puede ser equiparado al nacionalismo de las grandes potencias.

Al encontrarse los sectores privilegiados comprometidos con la dominación, la liberación nacional pasa a ser una bandera de las masas populares. La afirmación nacional y la liberación social se convierten así en partes inseparables configurando una de las características definitorias del Tercer Mundo. Lo que va a signar globalmente este período es, precisamente, el desarrollo de movimientos políticos que hacen sus primeras experiencias masivas en una perspectiva nacional y antiimperialista. El nacionalismo colonial de “élite” es reemplazado, en esta etapa, por un nuevo nacionalismo que intenta nuclear a los distintos sectores de la sociedad capaces de oponerse a las metrópolis dominantes. Expresión de este fenómeno es el movimiento “4 de mayo” que se desarrolla en China en 1919. Iniciado por los estudiantes de la Universidad de Pekín como reclamo frente a las resoluciones de la Conferencia de Versalles, pide la devolución del control de los puertos que, anteriormente ocupados por Alemania, quedarían en poder del Japón; la soberanía frente a las demandas e imposiciones que ese mismo país y las potencias occidentales ejercen sobre China. El movimiento llama al pueblo de la nación a defender la soberanía y castigar a los traidores que habían pactado, en nombre de China, con las potencias imperiales.

Este movimiento es rápidamente incorporado por el conjunto de los sectores y llevará al desarrollo de huelgas masivas de estudiantes, obreros, empleados, comerciantes, etc., que logran paralizar virtualmente al país durante aproximadamente veinte días hasta obligar a la delegación china en la Conferencia de la Paz a negarse a firmar el Tratado de Versalles. Este movimiento será la base de un desarrollo progresivo de la política de liberación nacional de China, que profundizará los Tres Principios Populares establecidos por Sun Yat-sen. Años más tarde, el continente chino se verá sometido a una guerra que enfrentará, entre 1924 y 1927, a los sectores populares nacionalistas y comunistas —unificados en el Kuomitang— con los jefes militares representantes de los intereses terratenientes y de las potencias imperiales.

La derrota de los sectores populares y la deserción de una parte del Kuomitang —encabezada por Chiang Kai-shek— culminará con una sangrienta represión. Pero en China se habían sentado las bases de un proceso revolucionario que —posteriormente liderado por Mao Tse-tung— llevará una larga lucha contra el poder imperial y sus agentes internos. En la India, el movimiento nacional cobrará la forma de “Resistencia Civil”. Encabezado por Mahatma Ghandi, se desarrolla un movimiento masivo que, bajo la bandera de la no violencia, se transforma en elemento de presión popular frente al poder colonial inglés. Desde 1920 hasta 1947 —en que se declara la independencia— el movimiento nacionalista de masas hindú tiene en Ghandi a su líder indiscutido:

“Las ideas de Mahatma Ghandi eran simples. Sostenía que la dominación británica en la India se basaba en la cooperación de todas las clases del pueblo indio y que la negativa a dar esta cooperación habría de poner fin a la misma. Ghandi comprendió que, en un país de 400 millones de personas, para realizar ese programa de no-cooperación sería necesario, primero, despertar al pueblo; segundo, que debía sentir una compulsión moral a actuar y, tercero, que era necesario mantener una disciplina y un control rígido del movimiento y basarlo en un principio que fuera comprendido por todos. Ghandi sostenía haber descubierto este principio en su “satyágraha” no violento…”[3]

En este mismo período, nuevos movimientos se gestan en Asia, Africa y América Latina. En Corea se produce un levantamiento armado contra el dominio japonés; en Turquía, entre 1917 y 1922, el pueblo se levanta en armas contra las potencias imperiales que intentan desmembrar el país; Afghanistán inicia una guerra de liberación contra Inglaterra; en Egipto, Irán e Irak se producen insurrecciones populares que marcarán el comienzo de las luchas por la liberación nacional. Procesos semejantes se desarrollan en Marruecos, Siria, Indonesia e Indochina.

En América Latina, la revolución mexicana triunfante intenta consolidar una política nacional antiimperialista; en Perú cobra una fuerza importante el Movimiento Aprista Peruano, que, antes de la Segunda Guerra, tiene definiciones antiimperialistas (posteriormente abandonadas por su propio líder, Haya de la Torre). En Nicaragua, el general campesino Sandino encabeza un movimiento guerrillero que, en absoluta inferioridad de condiciones técnicas, logra resistir durante varios años la ofensiva norteamericana desatada a fines de la década de 1920. En Brasil se sublevan las guarniciones del sur del país dirigidas por Luis Carlos Prestes: entre 1924 y 1927 recorrerán el país logrando el apoyo de poblaciones campesinas enteras con banderas antiimperialistas y populares.

Así, con distintas características y métodos de lucha, se van profundizando en el período de entreguerras experiencias revolucionarias de liberación. La mayoría de estos movimientos serán, sin embargo, dominados y derrotados coyunturalmente; pero la chispa de la libertad se ha encendido en Asia, Africa y América Latina.

LA SEGUNDA GUERRA Y EL SURGIMIENTO DEL TERCER MUNDO

“… La Segunda Guerra Mundial alzó el telón de la fase final de la desintegración del imperialismo. Mientras que las naciones más viejas luchaban entre sí, las naciones deseosas de llegar a serlo utilizaron la oportunidad, combinando sagazmente los métodos legales y subrepticios, la “colaboración ostensible y la violencia armada real. Hacia 1945, el restablecimiento del viejo orden era imposible a todas luces.”[4]

De la misma forma que el Tratado de Versalles había determinado un reordenamiento del poder de las potencias occidentales, el Tratado de Yalta —posterior a la Segunda Guerra— consolida la división del mundo en dos grandes bloques, con intereses contradictorios pero que, de hecho, definen “áreas de influencia” de las potencias hegemónicas dentro de cada uno de ellos.

La llamada “Cortina de Hierro” deja hacia Occidente el bloque hegemonizado por los Estados Unidos, que desarrollará formas neocoloniales de dominación. Hacia Oriente, la URSS consolida una política de “seguridad” que responde a sus propios intereses como potencia. Los países limítrofes de la Europa Oriental son sometidos al poder soviético con el fundamento de que habían sido tradicionalmente utilizados como trampolín para atacarla. Esta política negará radicalmente los principios establecidos en 1971. Esta nueva forma de dominación anula la concepción sobre el problema nacional que se gestara en el “Decreto sobre la Paz”, firmado por Lenin al finalizar la Primera Guerra: “El gobierno obrero-campesino considera (como tal) una paz sin anexiones…” “…Si una nación cualquiera es mantenida dentro de los límites de un estado, si contra su deseo declarado, poco importa que sea por medio de la promesa, de las asambleas populares o por las revueltas o insurrecciones contra la dominación colonial y no le es acordado el derecho de libre voto luego del completo retiro de las tropas de la nación conquistadora… y si no puede decidir sin la menor violencia la cuestión de las formas políticas de su existencia, entonces la incorporación de esa nación al Estado constituye una anexión, es decir, una conquista y un acto de violencia…”

A partir de Yalta, Alemania Oriental, Checoslovaquia, Polonia, Hungría, Bulgaria y otros países de la Europa Oriental son parte de la política general orientada por la Unión Soviética. Frente a esta polaridad del poder internacional, en la postguerra los pueblos dominados comienzan a generar una nueva opción, ya que sus intereses de liberación no coinciden con los intereses de cada uno de los bloques. En los años siguientes a la finalización de la guerra se produce en el nivel internacional una profunda ofensiva en las luchas que los pueblos sometidos llevan adelante por su liberación. En Asia, Africa y América Latina se producen movimientos nacionales y sociales triunfantes: el Tercer Mundo comienza a tomar forma.

En este proceso, tan complejo y diversificado como países los constituyen, los tres continentes enfrentan una problemática común: cómo lograr una verdadera independencia nacional, rompiendo los lazos económicos y políticos que los subordinan a las potencias dominantes; cómo establecer una verdadera justicia social erradicando definitivamente la miseria y el atraso, consecuencias directas de siglos de explotación. Hoy existe entre los pueblos del Tercer Mundo una conciencia clara de que el “subdesarrollo”, el estancamiento de sus economías, la miseria que sufren las mayorías populares no son sino resultado de la dominación político-económica a que fueron sometidos.

El despertar de la conciencia de los pueblos del Tercer Mundo acerca de la posibilidad y la necesidad de superar tales problemas ha cambiado esencialmente la historia de los últimos veinticinco años.

Los problemas que deben enfrentar los pueblos del Tercer Mundo son numerosos y complejos. Siglos de explotación económica, política y cultural crean una situación de la cual sólo es posible desprenderse a través de cambios profundos. No se trata solamente de superar el atraso económico, la monoproducción, de enfrentar la industrialización o redistribuir las riquezas. Esto es sólo un aspecto de la tarea de conformar un nuevo tipo de sociedad, un verdadero “hombre nuevo” capaz de desarrollar toda su potencialidad y recuperar aquello que le había sido negado: su condición humana. Esta problemática se sintetiza en el concepto de liberación nacional y social. Es necesario diferenciar este proceso en dos momentos: la lucha por la liberación —la toma del poder popular— y el proceso de consolidación de la liberación. Ambos momentos, inmediatamente vinculados, resumen la situación actual del Tercer Mundo.

LOS PROCESOS DE LIBERACION

Las características que cobran los procesos de liberación varían, en los tres continentes, de acuerdo con las formas que la dominación había cobrado en cada uno de ellos. Al mismo tiempo, este proceso responde a las específicas y particulares realidades nacionales dentro de cada continente.

Los pueblos latinoamericanos, tras obtener en el siglo XIX la independencia respecto de España, cayeron bajo la hegemonía inglesa o norteamericana a través de formas indirectas de dominación. Lo característico en este continente fue el establecimiento de un pacto, implícito o explícito, con las clases dominantes locales, que suponía el control de hecho del Estado y la economía de cada uno de ellos. El “neocolonialismo” tuvo su primer desarrollo en América Latina.

En este continente, los movimientos nacionales de masas se desarrollarán en la inmediata postguerra a través de caminos incruentos. Efectivamente, en esos años, se va a dar el fenómeno del acceso al poder de los movimientos nacionales mediante elecciones libres. El triunfo de Arévalo en Guatemala en 1946, del Frente Democrático Peruano en 1945, del movimiento Peronista en Argentina en 1946 y de la Acción Democrática en Venezuela en 1947 marcan —al margen de sus características específicas— un nuevo período en la política latinoamericana. La revolución boliviana del Movimiento Nacionalista Revolucionario —en 1952— será la única experiencia en esta etapa de toma del poder por la violencia. Pero esta situación no durará mucho tiempo. Apenas consolidado su poder en Europa, los Estados Unidos inician una ofensiva contra los gobiernos latinoamericanos independientes, para lo cual traman alianzas con sectores locales.

En 1948, golpes militares de derecha derrocan a Bustamante y Rivero en Perú y a Rómulo Gallegos en Venezuela. En 1954, Estados Unidos derroca a Arbenz e invade Guatemala en apoyo de los sectores tradicionales. Ese mismo año, Vargas se suicida denunciando las presiones imperialistas para derrocar su gobierno. Meses después, en 1955, un levantamiento militar promovido por los sectores oligárquicos y sus aliados externos e internos derrocan al movimiento peronista.

A partir de entonces, se alternan en América Latina —con un poder cada vez más debilitado— gobiernos fraudulentos o dictaduras militares apoyados por los intereses monopólicos internacionales.

El desarrollo de movimientos nacionales en los países de Asia y Africa —que continuaban en su mayoría bajo una dependencia colonial directa— obliga a las potencias imperiales a transformar su política de dominación.

Ante la inminencia de un conflicto violento y para evitar consecuencias, Inglaterra concede la independencia a la India por medios pacíficos. La sublevación de los oficiales del Ejército Nacional Indio, decididos a encabezar el alzamiento de un país de 400 millones de habitantes, y la presión del movimiento ghandista, obligan a Inglaterra a retroceder. Pero la independencia no fue acompañada por un cambio radical en las estructuras de poder social y éste queda en manos de sectores capitalistas hindúes que se habían desarrollado al amparo de los negocios británicos. Dichos sectores se transforman en los principales aliados para el desarrollo de una política neocolonial, y la India será uno de los países asiáticos que quedan más ligados al sistema imperialista occidental.

Siria, el Líbano, Birmania y Ceilán también reciben su independencia por medios pacíficos. En 1949, Mao Tse-tung, al frente de su ejército popular campesino derrota a Chiang Kai-shek —pese al apoyo que le brindan los Estados Unidos— y el país más populoso del mundo inicia su propio camino hacia el socialismo. El 1° de octubre de ese año se proclama formalmente, en la Plaza de Pekín, la República Popular China. Su líder dirá:

“… Nuestra tarea quedará escrita en la historia de la humanidad. Mostrará que el pueblo chino, que constituye la cuarta parte de la humanidad, desde este momento se ha puesto en pie… Nuestra patria desde hoy en adelante será un miembro más de la familia de los amantes de la paz y de la libertad, trabajando denodada y diligentemente para crear su propia civilización y bienestar al mismo tiempo que para impulsar la paz mundial y la libertad. Nuestra nación no volverá a ser vejada, porque nos hemos puesto de pie. Nuestra Revolución ha conquistado la simpatía y el júbilo de las masas populares de todo el mundo…”

Por su peso geopolítico, la liberación de China —luego de un siglo de luchas sangrientas— constituye un duro golpe para las potencias colonialistas y un paso decisivo en la ofensiva de los pueblos dominados. En la Indochina Francesa se constituye —en el desarrollo de la lucha contra la invasión japonesa durante la Segunda Guerra— un ejército popular que será el eje del movimiento contra la dominación imperialista. Las fuerzas populares de Vietnam deponen al emperador y declaran la independencia. Pero Francia se resiste a perder sus posesiones en Indochina: reorganiza sus fuerzas y, apoyada por Estados Unidos, inicia una guerra que durará varios años. En Dien-Bien-Phu (en mayo de 1959) el Frente de Liberación Nacional vietnamita obtiene una arrolladora victoria sobre las tropas francesas invasoras.

Pocos años después de finalizada la guerra de Indochina, los franceses se enfrentan con una nueva guerra colonial: el movimiento nacional argelino por la independencia que, a partir de la Segunda Guerra, cobra una aceleración irreversible. Circunstancias “fortuitas” van a desatar aquí las fuerzas populares que durante más de cien años habían sido sometidas. Los países dominantes habían hecho grandes promesas a los países coloniales durante la guerra para lograr su participación en defensa del “mundo libre”. En mayo de 1945 el Partido Popular Argelino convoca a una movilización y el pueblo la encabeza con banderas de la Independencia. Pero pedir la independencia es demasiado… En todo el territorio se desata una ola de represión y detenciones que cobra dimensiones inesperadas. El movimiento nacionalista —mal organizado y espontáneo— paga un precio de cerca de 40.000 víctimas. Este será, sin embargo, el punto clave en la iniciación de la guerra de la independencia.

“…Cuando pregunté a los dirigentes revolucionarios argelinos durante el año 1961: ¿en qué momento y dónde decidieron ustedes la lucha armada?, obtuve una respuesta única: mayo de 1945 en Constantina…”[5]

En noviembre de 1954 se desata la guerra popular contra el dominio colonial francés, que culminará en 1962 con el triunfo de las fuerzas argelinas.

Quedaban atrás ciento treinta y dos años de dominio colonial; ocho años de guerra feroz y sangrienta; más de un millón de muertos —mujeres, niños, civiles y combatientes—; muchos más lisiados y con secuelas de torturas: la “electricidad”, el “agua”, el “fuego”, el “hierro”.

En Indonesia, el movimiento independientista había cobrado gran impulso a partir de 1927, fecha de fundación del Partido Nacional de Indonesia. Su líder, Sukarno, será el dirigente de una lucha por la liberación que durará veinte años. El imperio colonial holandés desatará una guerra sangrienta. Como Francia en Indochina, será apoyado con armas por Estados Unidos; también como Francia en Indochina, será derrotado por las fuerzas populares y deberá evacuar el territorio de Indonesia en 1949. El “Bung Karno” (hermano Karno), como lo llamaba su pueblo, asume ese año como Primer Ministro de la Nueva República de Indonesia.

El nacionalismo indonesio es una síntesis de distintas corrientes del pensamiento occidental y asiático: junto con elementos del marxismo y el humanismo liberal de occidente, concentra elementos del hinduismo, el islamismo, el misticismo javanés y el budismo. Dicha síntesis expresa la realidad de una nación que abarca diferentes poblaciones, razas, religiones y costumbres en un archipiélago constituido por más de 3.000 islas.

La liberación nacional ha sido hecha por ese pueblo a quien su líder llamó “Marhaen”, nombre de un campesino pobre:

“… Y los pobres indonesios no son un millón ni dos ni tres, sino que casi la totalidad del pueblo de Indonesia es indigente. ¡Casi todo el pueblo de Indonesia es Marhaen! Es el pueblo pobre, el pobre campesino, el pobre pescador, el pobre oficinista, el pobre vendedor callejero, el pobre carretero, el pobre chofer, todos ellos abrazados por un solo término, “Marhaen”.5

La revolución de Sukarno no destruyó las bases de poder de las fuerzas reaccionarias que existían en distintos sectores de la sociedad y en el ejército. Estos sectores, dirigidos por Nasutión, jefe de las Fuerzas Armadas, y por Suharto, como representante de los intereses angloamericanos, lograrán años más tarde imponer la contrarrevolución. Las fuerzas aliadas del Partido Nacionalista Indonesio y del Partido Comunista Indonesio son derrotadas; Sukarno es apresado y cerca de 750.000 militantes comunistas y nacionalistas, masacrados. También en el Africa Negra comienzan a consolidarse los movimientos nacionales por la independencia luego de la Segunda Guerra. Este nacionalismo va a presentar, desde sus comienzos, características propias, dadas por el intento de gestar la unidad africana. En 1945 se celebra en Manchester (Inglaterra) el primer Congreso Panafricano, que tiene como objetivo esencial discutir el problema de la independencia. A partir de entonces, el movimiento panafricanista va consolidando paulatinamente sus objetivos. Líderes y militantes africanos como N’Krumah, Kenyatta, Du Bois, Julius Nyerere, Patrice Lumumba y otros se incorporan y profundizan este proceso.

Frente a la presión desarrollada por los pueblos africanos y ante los resultados de las guerras populares de liberación de Indochina, Indonesia, Argelia, etc., los imperios occidentales prefieren ceder una independencia formal a la mayoría de los países africanos.

Pero la relación entre movimientos de independencia violentos y no violentos asume formas complejas.

Los movimientos africanos pagaron su precio por este proceso no violento:

“…Después de la aparición de Ghana libre, se puede decir que cada año ha visto aparecer en nuestro continente uno o dos estados independientes (es decir, con nombre, bandera, himno nacional y embajadas propias). Nos es legítimo formular las siguientes preguntas: ¿Se trata de una soberanía real, o simplemente de un decorado para guardar las apariencias? ¿Se trata de una independencia verdadera o de una independencia ficticia, puramente formal, al abrigo de la cual el régimen colonial, que súbitamente se hace más político, más inteligente y hasta sutil, puede seguir haciendo su propio juego con plena libertad y a veces, incluso, con la bendición de los autóctonos, por lo menos de los dirigentes?”[6]

En el Africa Negra, la independencia no siempre estuvo acompañada por un real proceso de descolonización. Aun cuando habían dejado de ser “colonias” en el sentido estricto del término —es decir directamente controlados por una potencia extranjera— los países africanos se encontraron con una situación semejante a la existente en América Latina desde un siglo antes: el poder quedó en manos de sectores internos que actuaron como agentes de los intereses externos.

LAS NUEVAS FORMAS DE DOMINACION: EL NEOCOLONIALISMO

En el sistema neocolonial las antiguas potencias imperiales, tras la independencia formal de los países colonizados, ejercen su poder de diversas maneras. Una, la económica, mediante la inversión en los sectores claves de la producción y el control de los precios en el mercado internacional de materias primas. La dominación política se ejerce a través de una alianza con los sectores dominantes del país, los que desempeñan así un papel secundario en el reparto de los beneficios. Finalmente, la dominación militar se ejerce a través de las fuerzas armadas nativas, que están imbricadas con los otros dos sectores y presentan —sobre el ejército de ocupación abiertamente colonial— la ventaja de llevar el uniforme nacional, hablar el mismo lenguaje y ser mucho más económicas. La monoproducción que caracteriza a la mayoría de los países neocolonizados y el control ejercido sobre los sectores fundamentales de sus economías se desarrollan como una continuidad casi “natural” del colonialismo que los ha insertado en un sistema de división internacional del trabajo. Al margen de las particularidades de población, desarrollo y diversificación de las economías, el problema es de fondo y similar en todos ellos. En esta medida, toda independencia real debe ser acompañada por una verdadera independencia económica.

Como indica Gunder Frank, la dominación imperial crea un proceso de reproducción de las condiciones que han gestado el subdesarrollo y, de esta forma, no hay salida para los países dependientes en el marco del sistema imperialista. El neocolonialismo está presente como rémora de ese pasado colonial, y en tanto siga la explotación a través de nuevas formas la brecha que separa a los países pobres de los ricos se ensancha cada día más.

Los planes de ayuda favorecen a las grandes potencias antes que a los países del Tercer Mundo. En este sentido, se ha demostrado que las condiciones impuestas por los países que brindan la “ayuda” mantienen la distorsión de las economías dependientes. Los precios de las materias primas —principales productos de exportación de estos países— bajan constantemente en relación con los precios de los bienes manufacturados y, en esta medida, la ayuda que entra por el lado de inversiones o préstamos manteniendo la monoproducción sale con creces por el lado del deterioro de los términos del intercambio. Esta misma afirmación se hace más elocuente cuando tomamos las cifras de inversiones y beneficios de los Estados Unidos en las distintas regiones del globo (Ver cuadro 1). “De las zonas subdesarrolladas se extrae casi tres veces lo que se invirtió. Esto parece indicar en qué medida el creciente flujo de inversiones norteamericanas en los países desarrollados se financia con la exacción a que los monopolios someten a los países dependientes…”[7]

Allí donde no se ha profundizado el proceso de independencia política los lazos de dependencia impiden un real desarrollo de nuevas formas sociales. En el aspecto económico esta dominación se expresa en la conservación del papel que las grandes potencias otorgaron a los distintos países dentro de la división internacional del trabajo.

“… En las ventas del Tercer Mundo subindustrializado a los países imperialistas, los artículos manufacturados no intervienen sino en razón de aproximadamente un 10%, y el conjunto de los productos primarios en cerca de un 90%, de los cuales cerca del 32 son combustibles (petróleo) y lubricantes, el 30% materias primas y productos semibrutos (metales de primera fusión sobre todo) y el 28% productos alimenticios…”[8]

Es suficientemente conocido el problema de la desvalorización progresiva de estos productos en el mercado internacional, lo cual significa un constante drenaje de divisas, con la consiguiente crisis y estancamiento estructural de las economías dependientes. Dentro de este proceso, los países imperialistas compiten por transformarse en proveedores del Tercer Mundo, pero el papel central de los Estados Unidos se profundiza cada día más. Así, una eliminación radical de las formas de dominación externa (que se halla entrelazada con sectores internos) aparece como el único camino posible para gestar el verdadero desarrollo de estos países.

TERCER MUNDO Y POLITICA CONTINENTAL

Con economías distorsionadas y con poblaciones en estado de absoluta miseria, los países que intentan consolidar su proceso de liberación parecerían encontrarse ante un dilema de hierro: caer en manos de las potencias occidentales a través de controles directos e indirectos o entrar en el ámbito de la ayuda soviética. En uno y otro caso, existe la posibilidad de verse envueltos en el proceso de guerra fría y jugar como elementos dependientes de la política de uno u otro de los bloques. La experiencia china aparece ante los ojos del Tercer Mundo como una experiencia enriquecedora: con un territorio de 800 millones de habitantes, los chinos desarrollan una política socialista independiente respecto de la Unión Soviética, a quien denuncian ahora como social-imperialista. El retiro de la colaboración soviética en la década de 1960 deja múltiples problemas en la China de Mao. Pero la política de “confiar en las propias fuerzas” —en las fuerzas del pueblo— desarrolla cambios realmente cualitativos en la mayor experiencia de profundización de un “socialismo nacional”. Los países con una menor potencialidad de recursos y población —tal es el caso de la mayoría de los países de Africa y América Latina— deben encontrar formas de complementación continental de sus economías para cimentar, a través de una solidaria cooperación económica, tecnológica, comercial, etc., las formas que les permitan, consolidar una política independiente.

Cada país que se libera de la hegemonía imperial necesita de la liberación de los demás, no sólo para consolidar esta área de construcción común sino para que esos países vecinos no sirvan como bases o plataformas de agresión. Cuba es un ejemplo de la política de ofensiva y aislamiento que Estados Unidos intenta implantar en los países que se liberan de su dominación.

El desarrollo de una política continental —aun en una etapa incipiente— ha tenido diversos aspectos y matices, pero es vislumbrada como la única salida con perspectiva de independencia real para los países del Tercer Mundo. Parte de las dificultades están dadas por el hecho de que un amplio sector de movimientos nacionales se encuentran aún en una etapa de lucha por obtener el poder en sus respectivos países. Así, este fenómeno complejo de solidaridad entre pueblos recientemente liberados y pueblos que luchan por su liberación se desarrolla en medio de profundas dificultades, pero con una potencia y una conciencia de su necesidad cada vez más profunda. Bajo esta conciencia de un destino común, los pueblos del Tercer Mundo inician una política de solidaridad, donde la lucha particular que cada uno de ellos libra cobra necesariamente un carácter universal.

En 1955, la Conferencia de Bandung de los pueblos afroasiáticos marca el comienzo de la consolidación de esta tercera fuerza independiente. Si bien los principios de la necesidad de generar una opción distinta por parte de los pueblos dominados existe desde los años inmediatamente posteriores a la guerra —recordar la “tercera posición” enunciada en la Argentina en 1945— todavía no se habían dado las condiciones políticas y sociales que posibilitaran su consolidación.

Pero este proceso cobra una significativa aceleración a fines de la década de 1950. En 1957, la revolución nacionalista de Nasser en Egipto y la independencia de Ghana al sur del Sahara comienzan a incorporar nuevos países en este bloque internacional. La década de 1960 se inicia con la independencia de la mayoría de los países africanos y el triunfo de las revoluciones argelina y cubana.

Si Bandung había tenido un significado “defensivo”, dado que era la primera alianza para consolidar una política “neutralista” frente a los bloques y una clara negativa a la “intervención” de potencias extranjeras en los problemas internos de los países afroasiáticos, de mutua defensa frente a la ingerencia de las potencias, etc., en la década de 1970 se puede prever la profundización de este tipo de acuerdos.

AMERICA LATINA

En América Latina, con características específicas en cada país se produce una nueva ofensiva nacional y social. Luego de diez años de “Alianza para el Progreso” —plan que favoreció más a los Estados Unidos que a los destinatarios de la ayuda— los gobiernos respaldados por los Estados Unidos se encuentran en situaciones nada fáciles.

En el cono sur las experiencias son variadas: el gobierno de la Unidad Popular (formado por una coalición de partidos marxistas y no marxistas) ha nacionalizado la mayor parte del sistema bancario, ha expropiado a las grandes empresas norteamericanas dedicadas a la explotación minera y ha comenzado el proceso de reforma agraria a costa de los grandes latifundios.

En Perú, un gobierno militar con respaldo civil conduce un proceso de nacionalización y desarrollo de la economía, a pesar de las grandes presiones ejercidas por las empresas expropiadas. También aquí se vieron afectados sectores de la minería, la agricultura y las finanzas. En Argentina, luego de años de proscripción y persecuciones, el movimiento popular se muestra más poderoso y consolidado que nunca y encara una ofensiva en todos los frentes contra un régimen que no siempre puede dar respuestas. En Uruguay, el desarrollo de la guerra revolucionaria a través de guerrillas urbanas y de agrupamientos políticos no tradicionales, obtiene un apoyo creciente por parte de los sectores populares.

Bolivia tiene frente a sí un proceso abierto. Luego de la reciente derrota del gobierno de Torres —que había sido apoyado por la mayoría de los sectores populares— el pueblo boliviano se plantea la necesidad de profundizar sus formas organizativas para enfrentar una nueva etapa en su proceso de liberación.

En Brasil, una dictadura militar[9], modelo de represión y tortura[10] es el único camino que queda a los sectores dominantes internos y los Estados Unidos para seguir manteniendo su poder.

América Latina se transforma de este modo en un continente militarizado. Los ejércitos que responden a los monopolios y las oligarquías locales —transformados en ejércitos “de ocupación”— se encuentran enfrentados con nuevos ejércitos y movimientos que se colocan ante el pueblo como alternativa frente a la dominación secular a que han estado sometidos. Estas nuevas opciones reivindican las luchas por la primera independencia: los levantamientos de Túpac-Amaru, las guerras montoneras, el ejército popular artiguista y todas aquellas formas que los sectores populares fueron creando como resistencia a la dominación.

ASIA Y AFRICA

En Asia, mientras China y Corea consolidan su revolución social los pueblos de Indochina —Vietnam, Laos, Camboya— soportan una guerra sangrienta pero cuyo final ya se vislumbra frente a la quiebra moral y militar del ejército más poderoso del mundo.

El mundo árabe enfrenta una guerra de hecho que, tras la cuña de Israel, llevan adelante los Estados Unidos para mantener el control de las ricas reservas petroleras de la región.

“Nicolás Sarkis… señala también la voluntad de los países árabes de “descolonizar” su petróleo, para que pueda desempeñar el papel primordial que le corresponde en su propio desarrollo económico. Recuerda las conferencias petroleras árabes, la creación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), el desarrollo rápido de sociedades nacionales en los países productores, manifestaciones todas que dan testimonio de la voluntad legítima de los países árabes de liquidar las secuelas de su pasado colonial. Los recientes avatares de Irán dan testimonio de que esta voluntad tropieza con la hostilidad feroz de las sociedades petroleras y son ejemplo impresionante de la manera en que el imperialismo pretende seguir dominando el Tercer Mundo.”[11]

En un desarrollo contradictorio, que responde a las características propias del proceso político de los pueblos árabes, se va gestando con marchas y contramarchas, una creciente conciencia de la necesidad de establecer alianzas populares para llevar adelante una verdadera liberación.

Africa Negra, por su parte, se encuentra ante el desafío de curar las profundas heridas que la trata de esclavos y la explotación colonial introdujeron en su seno.

Es tal vez aquí donde con más fuerzas se ha buscado una política continental. El panafricanismo ha tenido diversas formas de consolidación, que responden a verdaderas necesidades económicas y políticas de los países de la región.

La mayoría de estos países mantienen fronteras trazadas arbitrariamente por las potencias coloniales. Esto los transforma —en su mayoría— en países “artificiales”, en cuanto a sus posibilidades de consolidar un desarrollo interno armónico al margen de un marco más amplio.

Las sucesivas conferencias de estados africanos que se realizan a partir de la década de 1960 llevan paulatinamente a un proceso de estructuración del panafricanismo. Estas conferencias —cuyo primer objetivo fue lograr la independencia de los países del continente— analizan en profundidad distintas medidas tales como la unificación de programas de alfabetización y educación media y superior; programas de salud; acuerdos aduaneros; desarrollo de las comunicaciones; etc.

Tal como indica Jack Woodis: “… La forma de esta lucha, ciertamente, es la lucha por la independencia nacional; pero la abolición del control extranjero sobre las energías humanas, los recursos naturales y la tierra, constituyen la clave sobre la que ha de construirse dicha independencia…”[12]

Por lo tanto, Africa tiene como tarea primordial la expulsión del dominio económico de las potencias dominantes y la erradicación de los resabios coloniales que signan su existencia actual.

EL SOCIALISMO DESDE EL TERCER MUNDO

En el complejo mosaico de los movimientos nacionales del Tercer Mundo se van definiendo los distintos caminos hacia la creación de una nueva sociedad. Muchos líderes nacionales, desde el poder o desde el llano, al tiempo que coinciden en la necesidad de consolidar esta tercera fuerza independiente, definen al socialismo como la única salida viable para sus países.

Pero la concepción del socialismo que adoptan esos dirigentes no sólo se desprende de la experiencia internacional e histórica sino que se relaciona con las experiencias nacionales propias de cada país. Por eso resulta interesante transcribir algunos testimonios directos de esta opción por el socialismo. En este sentido Julius Nyerere, líder africano, opina que

“…ningún país subdesarrollado puede ser otra cosa que socialista… Pero los propios países socialistas, considerados como individuos en la gran sociedad de naciones, cometen ahora él mismo crimen que cometieron antes los capitalistas… En el nivel internacional comienzan a utilizar la riqueza con el propósito de adquirir poder y prestigio… Los países pobres harán bien en tener cuidado de no dejarse utilizar como herramientas por cualquiera de los países ricos, y no olvidéis que a los países ricos… puede hallárselos en cualquier lado de la división entre países capitalistas y socialistas.”[13]

Con referencia a los mismos problemas internacionales, tras afirmar que el socialismo nacional se integra en la doctrina peronista como la forma capaz de materializar las consignas de independencia económica, soberanía política y política social, Perón entiende que

“… la negativa de Mao Tse-tung de hacer causa común con el despojo y el colonialismo en nombre del socialismo internacional, echa las nuevas bases del ‘Tercer Mundo’, en el que pueden congeniar perfectamente las distintas democracias socialistas que, indudablemente, serán las formas impuestas por la evolución para las futuras instituciones universales… Este ‘Tercer Mundo’ naciente busca integrarse porque comprende ya que la liberación frente al imperialismo necesita convertirse en una acción de conjunto: este, como hemos dicho, es el destino de los pueblos…”[14]

Por otra parte, el sistema colonial y neocolonial creó en los tres continentes dominados una nación escindida en dos sectores. La “nación administrativa”, que no es sino el estado político-militar que responde a los intereses de la dominación, y la “nación real”, que comprende a los sectores populares explotados y negados política, social y económicamente. Este sector se apoya en quienes quieren construir una nueva nación, y el socialismo se define entonces como un poder ejercido por el pueblo. El entonces delegado cubano al Segundo Seminario de Solidaridad Afroasiática, Ernesto Guevara, define la opción socialista

“…no puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual en la sociedad en que se construye o está construido el socialismo como de índole mundial en relación con todos los pueblos que sufren la opresión imperialista. No hay otra definición del socialismo, válida para nosotros, que la abolición de la explotación del hombre por el hombre…”

En un futuro no demasiado lejano se comprobarán los resultados de las políticas propuestas en el presente, Pero no es arbitrario afirmar ahora que los cambios que se avecinan para eliminar la explotación, materializar una verdadera nacionalidad y crear un nuevo concepto de hombre tendrán como protagonista al pueblo.

BIBLIOGRAFIA Y NOTAS

1) Frantz Fanon: Por la Revolución Argelina, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1965.

2) Jacques Arnault: Historia del Colonialismo, Ed. Futuro, Buenos Aires, 1960.

3) K. M. Panikkar: Asia y la dominación occidental, Ed. EUDEBA, Buenos Aires, 1966.

4) Carlos Aguirre: Argelia Año 8, Ed. Campana de Palo, Buenos Aires, 1963.

5) Peter Worsley: El Tercer mundo: una nueva fuerza vital en los asuntos internacionales, Ed. Siglo XXI, México, 1966.

6) Seidú Badian: Vías del Socialismo Africano, Ed. “Ediciones de Cultura Popular”, Barcelona, 1967.

7) André Gunder Frank: Desarrollo del Subdesarrollo.

8) Vivían Trías: Imperialismo y Geopolítica en América Latina, Ed. Ediciones El Sol, Montevideo, 1967.

9) Pierre Jalce: El imperialismo en 1970, Ed. Siglo XXI, México, 1970.

10) Jack Woodis: Africa; los orígenes de -la revolución, Ed. Ciencia Nueva, Madrid, 1960.

11) Pensamiento de los Líderes del Tercer Mundo, Ed. “Patria, si…”, Buenos Aires, 1968.

12) Juan D. Perón: La Hora de los Pueblos, Ed. Norte, Buenos Aires, 1968.

13) Chou-Ku-Cheng: Breve historia de China, Ed. Capricornio, Buenos Aires, 1966.

La herencia colonial

El Tercer Mundo existe y se desarrolla como potencialidad. Pero erradicar la monoproducción, la miseria de la mayoría de su población, establecer los caminos para el desarrollo y la diversificación de sus economías; consolidar las formas de participación popular en el proceso liberador; desterrar la burocratización de los sectores gobernantes luego del proceso de lucha de liberación, etc., no son problemas que puedan ser resueltos en el curso de unos pocos años.

No es fácil, muchas veces, evaluar las consecuencias de la dominación colonial: “Hay que ver en ciertas aldeas el 95% de sus habitantes amargados por la ceguera: oncocercosis. Y no hablemos del analfabetismo. Ni tampoco del hambre, de las epidemias que matan o mutilan detrás del mudo telón de la selva, de las chozas húmedas, oscuras, insalubres, en las que se amontonan como en una zahurda padres e hijos. Jamás podrá una descripcion literaria ofrecer a un extraño al Africa la imagen exacta de las condiciones en que viven las poblaciones africanas… Pero dejemos de lado los problemas del nivel de vida y de cifras. Diezmado por la desnutrición o por la mosca tsé-tsé, arañando un suelo ingrato con la ‘daba’ de sus abuelos, rodeado de su familia, angustiado por los períodos de inactividad, viendo morir un hijo de cada dos, ante la sanguijuela de los impuestos, viendo pasar al enfermero sólo una vez cada seis semanas, viviendo al menos a cuarenta kilómetros de la escuela, el campesino africano vive en otro mundo… Imaginemos también los brotes de viruela, de meningitis cerebro-espinal; hay que ver a estas poblaciones llevando como un estigma étnico el vientre hinchado de la desnutrición. Ninguna estadística, ningún estudio, ninguna tabla comparativa puede realmente despertar en la conciencia de quien no conoce Africa una idea concreta sobre la miseria del africano…”[15]

Luego de casi cinco siglos de dominación, esta es la “civilización” que Europa gestó en Africa. Y este cuadro, con escasas variaciones, se repite también en la mayoría de los países de Asia y América Latina.

Nacionalismo y socialismo

Transcribimos el testimonio personal del entonces líder indonesio Sukarno que sintetiza los problemas del desarrollo independiente de un país recién descolonizado, las herencias dejadas por la dominación y las opciones políticas que se le presentaban. “Sí, y si ustedes me oyen decir que soy un nacionalista, un socialista, un musulmán; para entender esta compleja manera de ser mía, deben recurrir al materialismo histórico: yo soy el resultado de la historia. Soy un nacionalista ¡y cómo no podría serlo!, soy un patriota, ¡y cómo no podría serlo! Porque mi nación ha sido colonizada por centenares de años; porque mi nación perdió su independencia por siglos y siglos, porque mi nación fue uncida a un yugo, insultada, oprimida, y ni siquiera se le permitía decir su propio nombre. Tal nación no podía dar a luz sino sentimientos de patriotismo y nacionalismo… ¿Y a qué se parece mi socialismo? Sí, yo soy el hijo de una nación que antes que nada ha sido económicamente explotada y oprimida por el imperialismo… que vivía en la más absoluta pobreza.

Tal Nación no podía sino estar inspirada por el socialismo… Ella no podía ser sino una nación con ideales socialistas y además de Indonesia, hay muchas naciones como estas… Los obreros y los campesinos tienen que ser el motor para impulsar una sociedad justa y próspera. Ellos son el pilar de esta sociedad porque constituyen más del 90% del pueblo indonesio y son la base de una sociedad socialista de estilo indonesio…”[16]

CUADRO 1

INVERSIONES Y BENEFICIOS DE LOS ESTADOS UNIDOS (1950-1965)

Europa

Canadá

A. Latina

Resto del mundo

Flujo de inversiones directas desde USA

8.1

6.8

3.8

5.2

Ingreso sobre este capital transferido a USA...

5.5

5.9

11.3

14.3

NETO

2.6

0.9

-7.5

-9.1

(cifras en miles de millones de dólares)

FUENTE: Vivian Trías, "Imperialismo y Geopolítica en América Latina".


[1] Frantz Fanon: Por la Revolución Argelina, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1965.

[2] Jacques Arnault: Historia del Colonialismo, Ed. Futuro, Buenos Aires, 1960.

[3] K. M. Panikkar: Asia y la dominación occidental, Ed. EUDEBA, Buenos Aires, 1966.

[4] Peter Worsley: El Tercer mundo: una nueva fuerza vital en los asuntos internacionales, Ed. Siglo XXI, México, 1966.

[5] Carlos Aguirre: Argelia Año 8, Ed. Campana de Palo, Buenos Aires, 1963.

[6] Seidú Badian: Vías del Socialismo Africano, Ed. "Ediciones de Cultura Popular", Barcelona, 1967.

[7] Vivían Trías: Imperialismo y Geopolítica en América Latina, Ed. Ediciones El Sol, Montevideo, 1967.

[8] Pierre Jalce: El imperialismo en 1970, Ed. Siglo XXI, México, 1970.

[9] Peter Worsley: El Tercer mundo: una nueva fuerza vital en los asuntos internacionales, Ed. Siglo XXI, México, 1966.

[10] Seidú Badian: Vías del Socialismo Africano, Ed. "Ediciones de Cultura Popular", Barcelona, 1967.

[11] Pierre Jalce: El imperialismo en 1970, Ed. Siglo XXI, México, 1970.

[12] Jack Woodis: Africa; los orígenes de -la revolución, Ed. Ciencia Nueva, Madrid, 1960.

[13] Pensamiento de los Líderes del Tercer Mundo, Ed. "Patria, si… ", Buenos Aires, 1968.

[14] Juan D. Perón: La Hora de los Pueblos, Ed. Norte, Buenos Aires, 1968.

[15] Seidú Badian: Vías del Socialismo Africano, Ed. "Ediciones de Cultura Popular", Barcelona, 1967.

[16] Pensamiento de los Líderes del Tercer Mundo, Ed. "Patria, si…", Buenos Aires, 1968.

This entry was posted on Tuesday, April 01, 2008 at 8:41 AM and is filed under . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

0 comments

Post a Comment