La Primera Internacional  

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Carlos Duche

© 1972

Centro Editor de América Latina Sección Ventas: Rincón 87. Bs. Aires

Hecho el depósito de ley Impreso en la Argentina Printed in Argentina

Se terminó de imprimir en los Talleres Gráficos de Sebastián de Amorrortu e Hijos S. A.. Luca 2223. Buenos Aires. en Noviembre 1972.

El texto del presente fascículo ha sido preparado por Carlos Duche

El asesoramiento general estuvo a cargo de Alberto J. Pla

La revisión literaria estuvo a cargo de Martha Cavilliotti

Nace la Primera Internacional 3

El Manifiesto Inaugural y los Estatutos Provisionales 4

La Conferencia de Londres 5

Primeros pasos de la Internacional 6

El Congreso de Ginebra. 6

El Congreso de Lausana. 7

Primeras batallas de la A.I.T. 8

El auge de la Internacional 9

Congreso de Bruselas 10

Bakunin y la Alianza Internacional 10

La lucha de tendencias en el seno de la Internacional 11

El movimiento obrero hacia 1870. 12

El Congreso de Basilea. 13

Bakunin y las discordias de Ginebra. 14

La guerra franco-prusiana. 15

La Conferencia de Londres 17

El Congreso de La Haya. 18

La quiebra de la Internacional 19

Bibliografía. 20

Manifiesto inaugural de la Internacional de Trabajadores (1864) 21

Preámbulo de los Estatutos de la Asociación Internacional de Trabajadores 22

La acción política de la clase obrera. 22

Defensa de los acusados, realizada por Varlin, en el Tribunal Correccional el 22 de mayo de 1868. (Segundo proceso a la Sección parisiense de la Internacional.) (Fragmentos) 23

“No son los bajos salarios los que constituyen el mal fundamental, sino el sistema asalariado mismo.”

F. Engels.

No se comprendería el nacimiento de la Asociación Internacional de Trabajadores (A.I.T.) si la aislamos de la realidad en la cual se gestó y que nos permite descubrir los impulsos profundos de los que ella se hizo eco. La ola de estallidos revolucionarios que sacude a Europa en 1848 se inicia en París, donde burgueses y proletarios terminan enfrentándose como fuerzas antagónicas.

Se expande por los dominios de los Habsburgo en medio de revueltas separatistas y desórdenes populares. Se extiende a Alemania y a Italia contribuyendo a acelerar los movimientos nacionales de unificación e independencia.

El proletariado participó de estas luchas nacionales, que transitoriamente hicieron pasar a segundo plano la idea internacional. En Italia se organizaron asociaciones de solidaridad obrera banjo la bandera de Mazzini y en Alemania los obreros intervinieron activamente en las luchas libradas en torno al problema nacional.

La situación de Francia e Inglaterra era distinta, pues cuando surge el movimiento obrero ya hacía siglos que la unidad nacional estaba consolidada.

La derrota de las revoluciones en Europa inaugura un lapso de doce años que presencia el debilitamiento de los movimientos obreros en la mayoría de los países.

Sin embargo, mientras decrecía el poder de la aristocracia terrateniente el poder de la burguesía iba en aumento y dominaba en Inglaterra, en Francia y en Bélgica.

En Francia la derrota de la clase obrera paralizó sus energías. Los obreros volvieron a caer en el sectarismo, perfilándose dos corrientes. Una de ellas seguía a Blanqui, que aspiraba a tomar el poder mediante un audaz golpe de mano de una resuelta minoría. La otra, mucho más fuerte, respondía a la influencia de Proudhon, quien, con sus Bancos de Intercambio encaminados a la obtención del crédito gratuito y otros experimentos doctrinales por el estilo, alejaba a las masas de la lucha política. Bajo el segundo Imperio, ninguna organización política de obreros podía existir abiertamente. Aunque los sindicatos eran ilegales subsistían bajo la apariencia de sociedades fraternales. Sin embargo, lentamente, las asociaciones obreras empezaron a crecer, en parte favorecidas por la política de Napoleón III, que concedió ciertas libertades sindicales. En mayo de 1864 Napoleón III derogó los artículos del Código Penal que impedían las coaliciones obreras formadas para conseguir mejoras en las condiciones de trabajo. Amenazado por la creciente oposición burguesa contra su régimen, Bonaparte intentaba con estas medidas conseguir el apoyo de la clase obrera.

En Inglaterra, el cartismo había llegado a su ocaso definitivo. La escuela de Owen se iba convirtiendo en una secta religiosa de libre pensadores. Junto a ella, surgió el socialismo cristiano de Kingsley y Maurice, que nada querían saber de luchas políticas. Poco a poco las trade-uniones se fueron encerrando en una actitud de indiferencia política, limitándose a bregar por reivindicaciones inmediatas. Esta táctica parecía bastarles en una fase de prosperidad económica como la iniciada a partir de los años 50 y se relacionaba con la hegemonía inglesa en el mercado mundial.

Sin embargo, las trade-uniones aún no estaban oficialmente reconocidas; su existencia no era demasiado segura, de hecho ni de derecho, y la masa de sus afiliados carecían del derecho político del sufragio. Por otra parte, el auge del capitalismo en el continente y, por consiguiente, la aparición de una clase obrera muy numerosa amenazaba a los trabajadores británicos con una competencia muy peligrosa.

A esto se sumaron las consecuencias de la guerra de secesión norteamericana, provocando una crisis algodonera que precipitó en la miseria a los obreros textiles. Estos hechos iban a alertar a las trade-uniones. Cuando el movimiento obrero europeo despertó de su letargo y ya recuperado se encontró con las energías necesarias para reanudar la lucha contra el dominio de la burguesía, aparecería la Asociación Internacional de Trabajadores (A.I.T.), cuyo objeto —según Engels— consistía en reunir en un único ejército a todas las fuerzas combativas de la clase obrera de Europa y América, con un programa que no cerrara las puertas a las diversas corrientes del pensamiento obrero.

La A.I.T., una vez creada, tuvo sus apoyos principales en los sindicatos ingleses, el movimiento obrero francés y en los grupos de exiliados alemanes residentes en Londres.

La historia de la Internacional se sitúa en dos planos. Por una parte, el juego de las influencias personales y de los grupos en el seno del Consejo General aparece determinando su evolución. Por otra, es la práctica de las masas obreras, en el complejo marco de las relaciones de fuerza que actúan en cada país, la que decide el destino de la Asociación. De esta suerte, toda la trayectoria de la Internacional está enmarcada por los grandes acontecimientos políticos, y tres de ellos alcanzan una importancia destacada: la insurrección polaca: sus comienzos; hacia el final, la Comuna. Y, como constante, los procesos de unificación nacional de Italia y Alemania. Entonces como ahora existían niveles de desarrollo entre las regiones y los países. La historia de la A.I.T. está inmersa en una fase económica de ascenso de larga duración, pero al mismo tiempo sujeta a fluctuaciones económicas de corto plazo, movimientos de precios y de salarios, transformaciones rápidas de la producción, todos los altibajos de las crisis cíclicas. La época de la Internacional es una época de transición en la que el artesanado, aunque todavía numeroso, retrocede ante el desarrollo de la gran industria; y esto es sumamente importante, pues la mentalidad diferente de artesanos y obreros condiciona la tónica de cada rama o sección de la A.I.T., según el predominio de uno u otro grupo. En Gran Bretaña, en Francia y en Bélgica, la gran industria moderna aparece en los albores del siglo XIX, aunque hacia 1840, sobre todo en los dos últimos países, todavía presenta un desarrollo bastante lento. En Alemania, el proceso de industrialización se inicia hacia la década del 60. Resulta así que los trabajadores alemanes de la A.I.T. pertenecen, en general, a la primera generación de obreros industriales y, excepcionalmente, a la segunda.

Nace la Primera Internacional

“¡Proletarios del mundo, uníos!” El llamado a la lucha lanzado por el Manifiesto Comunista en 1848 iba a obtener respuesta dieciséis años más tarde, al ser fundada en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores.

La tendencia internacionalista había surgido muy pronto en el movimiento obrero. Los proletarios de los diferentes países europeos comprendieron que, si querían oponer una resistencia eficaz al dominio del capital, debían dejar de competir entre sí olvidándose de las fronteras nacionales y unirse para enfrentar los designios de la burguesía internacional.

Una serie de hechos —la crisis comercial de 1857, la guerra civil desatada en Estados Unidos en 1860, la insurrección polaca de 1863—iban a fortalecer, en este período, los sentimientos de solidaridad. Ya en 1862, mientras se realizaba en Londres la Exposición Universal, los delegados franceses habían confraternizado con sus compañeros ingleses. Y cuando al año siguiente, a raíz del problema polaco, se organiza en Londres un mitin de apoyo a Polonia también se invita a los obreros parisienses. En este mitin, George Odger, prestigioso dirigente inglés que sería el primer presidente de la Internacional, en representación de las asociaciones británicas agradece la presencia de los delegados franceses y los exhorta a que junto con los británicos elaboren una estrategia común, en función de los problemas similares que aquejan al movimiento obrero europeo. Señala la actitud de los capitalistas de Gran Bretaña, que contratan obreros extranjeros en reemplazo de los ingleses para aplastar las luchas reívindicadoras de los trabajadores. Y advierte:

“Cada vez que tentamos mejorar nuestra situación por medio de la reducción de la jornada de trabajo o del aumento de los salarios, los capitalistas nos amenazan con contratar obreros franceses, belgas y alemanes, que realizarían nuestro trabajo por un salario menos elevado. Por desgracia, esta amenaza se cumple muchas veces. La culpa, es verdad, no es de los camaradas del continente, sino exclusivamente de la ausencia de toda inteligencia regular entre los asalariados de los distintos países”.

El mensaje tiene gran repercusión en Francia, se agitan los talleres y las fábricas de París. Por fin los obreros franceses deciden contestarlo personalmente enviando a Londres una delegación. Para recibirla los obreros ingleses organizan un gran mitin, que se celebra el 28 de setiembre de 1864 en el Saint Martin Hall de Londres con la presencia de representantes de distintos países.

H. Tolain es el portavoz de la delegación francesa, que así responde:

“Si nosotros no tomamos medidas de defensa seremos despiadadamente aplastados. Nosotros, obreros de todos los países, debemos unirnos y oponer una barrera infranqueable al orden de cosas existente que amenaza dividir a la humanidad en una masa de hombres hambrientos y furiosos de una parte y de la otra en una oligarquía de reyes de la banca y de burgueses cebados. Ayudémonos los unos a los otros para conseguir nuestros propósitos”.

En el transcurso de la reunión se acuerda la creación de la Asociación Internacional de Trabajadores, designándose un Consejo General Provisorio con poderes para incorporar nuevos miembros y para redactar un proyecto de estatuto que estará en vigencia hasta el próximo Congreso, a realizarse en Bélgica en 1865.

El Consejo General Provisorio quedó integrado con representantes ingleses, alemanes, franceses, italianos, polacos y suizos. Forman parte del mismo Odger, Cremer y Weston entre los ingleses; Eccarius y Marx por los alemanes; el mayor Wolff y Fontana por los italianos; Le Lubez y Dupont por los franceses. Había nacido la Primera Internacional, organización destinada a tener un papel decisivo en la historia del movimiento obrero.

El Manifiesto Inaugural y los Estatutos Provisionales

En el mitin de 1864 no se habían fijado ni el carácter ni el sentido de la actividad de la nueva Asociación. El Manifiesto Inaugural y los Estatutos Provisionales —redactados por Marx— van a definir con toda exactitud las tareas y los fines de esta organización. Ambos documentos constituyen el programa de la Asociación Internacional de Trabajadores. Su objetivo, que era el de Marx, fue convocar a las capas más amplias posibles del proletariado de los diversos países para que se adhirieran a la Internacional.

En el Manifiesto Inaugural —al que E. Beesley, presidente del mitin en que se creó la Internacional, calificó como “el alegato más imponente y más irrefutable de la clase obrera”— Marx traza una reseña de la situación de la clase obrera y de su lucha desde 1848 en adelante destacando que la conquista del poder político se ha convertido en su gran deber. Para ello es necesario que surja del proletariado una instancia orgánica revolucionaria. Uno de los elementos para obtener éxito —el número— los obreros ya lo tienen, pero el número sólo tendrá peso si el movimiento se da una organización que lo coordine y si produce una teoría y una metodología revolucionaria que lo oriente en la acción. En el preámbulo del proyecto de estatutos afirmaba que la emancipación de la clase obrera debe ser conquistada por ella misma y que la lucha de la clase obrera por su emancipación no era la lucha por privilegios y monopolios de clase, sino para establecer derechos y deberes iguales, por el aniquilamiento de toda dominación. La abolición de las clases era el gran objetivo de la Asociación. En las normas de organización Marx establecía que el órgano supremo de la Internacional fuera el Consejo General, designado por el Congreso que había de reunirse una vez al año. Sus atribuciones consistirían en servir de enlace entre las organizaciones obreras de los diferentes países; mantener informados a los obreros de cada país acerca de los movimientos de su clase en las demás naciones; someter a la discusión, en todas las asociaciones obreras, cuestiones de interés general; promover y articular en caso de conflictos internacionales una acción uniforme y simultánea por parte de las organizaciones obreras adheridas a la Asociación.

El Consejo estaría compuesto de trabajadores pertenecientes a los diferentes países representados en la Internacional; desde el principio fue concebido como un elemento de cooperación y coordinación de la lucha por las reivindicaciones obreras.

Es de señalar que, tal como surgió, la Internacional no era un organismo constituido por partidos políticos o por organismos obreros; estaba integrada por los individuos que en cada país se afiliaban a sus ramas y secciones respectivas. Esta forma de afiliación individual se debía a las leyes de ciertos países, que prohibían la adhesión de las asociaciones obreras y de los partidos políticos a organizaciones internacionales. Marx fue el gran organizador de esta Asociación. Contribuyó decididamente a que adoptara una teoría extraída del conocimiento científico de la sociedad. Fue el autor de sus documentos programáticos, inspirados por las necesidades y las luchas del movimiento obrero y encaminados a orientar su actividad.

El objetivo de Marx al fundarse la Internacional era asumir el movimiento obrero tal como se debe e ir recuperando de su práctica los contenidos revolucionarios de un programa común para el proletariado internacional.

La Conferencia de Londres

Diversas circunstancias impidieron la reunión del Congreso convocado en Bruselas. Se lo reemplazó por una conferencia celebrada en Londres entre el 25 y el 29 de setiembre de 1865. Acuden representantes de Francia, Suiza y Bélgica, figurando como delegados, entre otros, por el Consejo General: Odger, Cramer, Marx, Eccarius y Jung; de Bélgica asiste C. de Paepe; Dupleix y J. B. Becker por Suiza y, de Francia, Tolain, Frigourg, Limousin —todos ellos terminarán desertando de la Internacional— y Varlin, que será uno de los héroes de la Comuna de París.

En la Conferencia de Londres se acuerda realizar el primer Congreso en Ginebra en 1866 y se aprueba por unanimidad el temario que se tratará en el mismo. Entre los puntos del orden del día figuraban: el trabajo cooperativo, la reducción de la jornada de trabajo, el trabajo de la mujer y del niño, las organizaciones sindicales y su porvenir. Además se incluyeron dos puntos luego de una larga discusión: el problema religioso —presentado por los delegados franceses— y el derecho de las naciones a gobernarse por sí mismas. También se aprueba el proyecto de estatutos —redactado por Marx— que será presentado al Congreso para su ratificación.

Primeros pasos de la Internacional

La ciudad de Ginebra, sede del futuro Congreso, empezaba a destacarse como el centro más importante de la Asociación en el continente. Contaba con dos secciones, la alemana y la latina, que publicaban sus respectivos órganos de prensa. En Francia la Internacional también progresaba, aunque más lentamente. La actitud tolerante de la policía bonapartista hacia el movimiento obrero entibiaba las energías de la clase trabajadora. Además, los proudhonianos franceses —una de las variantes del anarquismo—, que carecían de experiencia organizativa, tampoco tenían una clara visión del papel histórico del proletariado. El centro de gravedad de la Internacional estaba en las trade-uniones (de tradeunions: sindicatos obreros). Los obreros ingleses, que se habían opuesto tenazmente a la política solidaria de su gobierno con los Estados sureños (defensores de la esclavitud) en la guerra de secesión norteamericana, comenzaban a movilizarse en favor de la reforma electoral. Londres era el teatro de grandes manifestaciones obreras y numerosos mitines que se organizaban en torno a este problema y que contaron con los auspicios de la Internacional. Toda esta agitación daría un nuevo impulso al movimiento obrero inglés. Las trade-uniones no dejaron de reconocer la presencia de la A.I.T. en esta campaña de movilización que abarcaba todo el reino y sus esfuerzos por unir a todos los trabajadores de todos los países con un lazo de fraternidad. Por eso en un Congreso que celebraran en Sheffield encomendaron a sus miembros que se afiliasen a la Internacional.

El Congreso de Ginebra

Por fin llegó la hora del primer Congreso. En él se van a revelar con fuerza las diferentes posiciones ideológicas que subyacen en la práctica del movimiento obrero de la época. Sesiona en Ginebra del 3 al 8 de setiembre de 1866 con sesenta delegados que participan de las deliberaciones: en su mayoría son suizos y franceses. No hubo representantes de Bélgica ni de Italia. Preside las deliberaciones el suizo Jung. Dos informes sirven de base a las discusiones, bastante agitadas, por cierto. Uno, presentado por el Consejo General, ha sido redactado por Marx: el otro es la memoria de la delegación francesa. Se aprueban con ligeras enmiendas los estatutos provisionales. La polémica se abre cuando la delegación francesa propone que sólo se acepten a los trabajadores manuales como miembros de la Internacional. Es el eterno recelo que los obreros franceses sienten por los intelectuales. Ahora temen que su incorporación les dé el manejo de la Internacional. La propuesta francesa es rechazada. Al discutirse la duración de la jornada de trabajo se produce una áspera disputa. El informe del Consejo General consideraba que “la jornada de ocho horas debía ser el principio de la organización del trabajo”. Ocho horas de trabajo, ocho horas de recreo, ocho horas para descansar; de ahí la lucha futura por los tres ochos.

Algunos delegados suizos se oponen alegando que la propuesta puede perjudicar a la industria relojera suiza. Por su parte, la delegación francesa rechaza toda reglamentación de la jornada de trabajo porque sostiene que las condiciones de producción varían de país en país. La oposición de suizos y franceses refleja en cierta forma el predominio de los artesanos entre sus delegados. Finalmente, el Congreso se pronuncia por la reducción de la jornada de trabajo proponiendo que su duración sea de ocho horas. También se manifiesta contra el trabajo nocturno, al que concibe como una excepcion. Condena los ejércitos permanentes y emite un voto unánime en favor del principio del armamento para el pueblo. Por otra resolución reconoce a los sindicatos obreros no sólo como un fenómeno legítimo, sino indispensable bajo el sistema capitalista. A ellos se debe la organización de la clase obrera en su lucha cotidiana contra el capital y por la abolición del trabajo asalariado. Pero si hasta entonces las organizaciones sindicales se habían dedicado a combatir el capital, en el futuro es menester que no se mantengan alejadas del movimiento general, social y político, de la clase obrera; y sólo alcanzarán la plenitud de su desarrollo cuando la gran masa del proletariado se convenza de que sus objetivos, lejos de ser limitados, aspiran a la emancipación general de millones de trabajadores. Por último, deciden reelegir al Consejo General, estableciendo su residencia en Londres. Muchos de los problemas tratados por este primer Congreso en lo sucesivo van a figurar entre las reivindicaciones fundamentales de la clase obrera.

El Congreso de Lausana

El segundo Congreso se realiza en Lausana, del 2 al 8 de setiembre de 1867, con la presencia de 71 delegados. Como en el anterior, se observa el predominio de las delegaciones francesa y suiza. Asisten, entre otros, Eccarius, Dupont, —quien presidirá las deliberaciones—, C. Longuet, De Paepe, Guillaume y Kugelman.

Una alocución del Consejo General reseña la labor realizada. Señala el avance del movimiento en Suiza y también en Bélgica, como consecuencia del apoyo prestado por la Internacional a los huelguistas de Marchienne. Fuera de estos países, la Internacional ha hecho pocos progresos. Al pasar revista a las dificultades con que tropieza en la difusión de sus ideas destaca que Alemania —donde se manifestaba un vivo interés por los problemas sociales hasta 1848— está absorbida en esos momentos por el movimiento de unificación nacional. En Inglaterra, los sindicatos —dedicados de lleno a la reforma electoral—apenas se preocupan por las reivindicaciones económicas.

En Francia la Internacional había apoyado los conflictos obreros. Se menciona la huelga de los broncistas de París, para quienes la A.I.T. logró el apoyo económico de las trade-uniones. Su lucha, en defensa del derecho de coalición, había terminado con el triunfo obrero. Sin embargo, tampoco en Francia se había alcanzado el desarrollo previsto. Finalmente se señala que en algunos estados norteamericanos los obreros han logrado imponer la jornada de ocho horas. En cuanto a las repercusiones del Congreso, se confirma el mandato del Consejo General con sede en Londres, se proclama la emancipación social de los trabajadores como inseparable de su emancipación política, se afirma que la conquista de las libertades políticas es una medida de necesidad primordial y se pronuncia en favor de la propiedad colectiva de los medios de transporte y de comunicación.

Desde el punto de vista político, el Congreso mostró un avance apreciable al reconocer la necesidad de la acción política como inseparable de la lucha por la emancipación de la clase obrera. Este sería uno de los puntos clave de la polémica entre marxistas y anarquistas.

Finalmente se discute la actitud que se tomará frente al Congreso de la Paz que auspiciaba la Liga por la Paz y la Libertad. En esta organización de formación reciente, constituida por sectores de la burguesía radical, estaban representadas ciertas tendencias pacifistas que pretendían eliminar las amenazas de guerra mediante argumentos morales sin atacar sus causas. Se decide participar enviando una delegación con un manifiesto adhiriendo al Congreso de la Paz —adhesión condicionada a que éste apruebe el manifiesto— y comprometiéndose a

“sostenerlo enérgicamente y a tomar parte en todo cuanto emprenda para realizar la abolición de los ejércitos permanentes y el mantenimiento de la paz, con el fin de alcanzar lo más pronto posible la emancipación de la clase obrera y para librarse, al mismo tiempo, del poder y la influencia del capital…”.

El Congreso por la Paz no aprueba el manifiesto de la Internacional.

Primeras batallas de la A.I.T.

Al entrar en su tercer año de vida comienza para la Internacional un período de luchas encarnizadas.

En 1867 estalla la insurrección de Irlanda, pero es fácilmente dominada. Marx sentía una gran simpatía por la causa de los irlandeses. Consideraba su liberación como la condición necesaria de la emancipación de la clase obrera inglesa (y de ésta dependía la del proletariado europeo). Llegó a la conclusión de que era imposible derrocar a la oligarquía de los terratenientes ingleses mientras éstos tuviesen en Irlanda su baluarte inexpugnable.

Cuando se discute el problema irlandés en el seno del Consejo Federal Marx y sus partidarios advierten que no solamente está en juego el derecho de un pueblo a disponer de sí mismo; es necesario asegurar el apoyo del proletariado inglés a la lucha emancipadora del pueblo irlandés oprimido; los obreros ingleses deben combatir la política de las clases dominantes de su país. Pero la mayor parte de los líderes trade-unionistas rechazan esta propuesta demostrando su incapacidad para liberarse de la tutela del partido liberal y se niegan a romper con la política de opresión que las clases dominantes inglesas ejercían contra la nación irlandesa. El Consejo General lleva la lucha adelante. Sus campañas en favor de la amnistía de los revolucionarios irlandeses y del levantamiento de la pena capital que se les impuso adquieren resonancia mundial y logran para la Internacional la adhesión de los obreros irlandeses.

En Francia el gobierno se disponía a liquidar a la Internacional. Luis Napoleón Bonaparte, que durante tres años había tolerado las actividades y el avance de la Asociación porque le servían para intimidar a la burguesía, comenzó a inquietarse. La Asociación había hecho enormes progresos en París y sobre todo en las provincias. Además, el movimiento huelguístico empezaba a tomar proporciones alarmantes.

En marzo de 1868 se monta el primer proceso a la sección parisiense de la Internacional. Sus dirigentes, son acusados de participar en una asociación no autorizada que cuenta con más de veinte personas. Los condenan a pagar una multa de veinte francos y se clausuran sus oficinas. Pero los trabajadores no se amilanan; pocos días más tarde abren nuevas oficinas en París y se designa una nueva comisión. Entonces el gobierno pretexta su supuesta intervención en la huelga de Ginebra para procesar a la nueva comisión. Esta vez son condenados a tres meses de cárcel.

Sin embargo, estas dificultades van a fortalecer a la sección francesa. Se observa un notable desarrollo de las organizaciones obreras y, paralelamente, de la Internacional. Cuando se celebró el Congreso de Ginebra en (1866) la Internacional tenía en Francia cerca de 500 adherentes. Hacia 1868 sus afiliados llegaban a 2.000. Después del segundo proceso y hasta los primeros meses de 1870 el número de sus miembros ascenderá a 245.000.

El auge de la Internacional

La serie de huelgas desencadenadas en todos los países industrializados a raíz de las consecuencias de la crisis de 1866 y sobre todo de la recuperación posterior, fue uno de los factores más poderosos del auge de la Internacional. A su vez, esos grandes movimientos colectivos ejercerían una profunda influencia en los dirigentes de la A.I.T. El Consejo General asesoraba a los obreros en huelga y movilizaba la solidaridad internacional del proletariado. Así arrebataron a los capitalistas el manido recurso que tan útil les había sido hasta entonces de romper las huelgas con mano de obra extranjera. Si bien el Consejo General no alcanzó en ninguna parte a fomentar los movimientos huelguísticos, el papel que desempeñó en los mismos le deparó excelentes resultados. Su prestigio sobrepasaba con creces su poder real, aunque los capitalistas no quisieran o no pudieran comprender que las huelgas tenían su verdadero origen en la pobreza, en la inseguridad de una clase obrera que tenía cada vez más conciencia de su explotación antes que en los designios y manejos secretos de una todopoderosa internacional, ese verdadero demonio que había que destruir para que el mundo burgués pudiera conciliar la paz.

Así, cada huelga de trascendencia se convertía en una lucha de vida o muerte para la Internacional, pero ésta salía de la contienda siempre más robustecida.

Por ejemplo, la huelga de la construcción que se declara en Ginebra en la primavera de 1868. Los obreros solicitan un aumento de salarios y la reducción de la jornada de doce a diez horas. Para satisfacer la demanda de los huelguistas la patronal exige a éstos que renuncien a la Internacional. Los huelguistas rechazan la propuesta y consiguen el apoyo del Consejo General y de las secciones de varios países, logrando llevar adelante sus planteos. La huelga de los cinteros de Basilea estalla en otoño de 1868 y se prolonga hasta la primavera siguiente. Su motivo: la negativa de los capitalistas a conceder un par de horas de descanso al llegar los últimos días de la feria de otoño, tal como gozaban tradicionalmente desde hacía mucho tiempo. La huelga se prolonga varios meses hasta el triunfo de los huelguistas.

Las colectas organizadas por el Consejo General en diversos países para sostener las huelgas de Ginebra y Basilea han recaudado importantes sumas que hieren la imaginación de los capitalistas. La eficacia de la solidaridad proletaria sigue siendo un enigma para la prensa burguesa, que recubre su ignorancia con calumnias acerca de los fabulosos fondos de la Internacional, que, según ella, permiten no sólo sostener sino fomentar las huelgas. Engels diría más tarde que, a pesar de los famosos “millones de la Internacional”, el Consejo casi nunca había dispuesto más que de deudas. El Consejo jamás fue llamado para financiar las huelgas; su papel era otro: crear un centro de cooperación entre los proletarios de diferentes países que aspiraban a la misma meta: la completa liberación de la clase obrera.

Por su parte, ésta reacciona favorablemente. Los ecos de las huelgas llegan a todos lados. Se oyen en Alemania, en la que sólo existen algunas ramas aisladas, y aún en los Estados Unidos, donde la Internacional recién comienza a consolidarse como fruto del trabajo de los exiliados políticos europeos.

Congreso de Bruselas

Representantes de siete países participan en el tercer Congreso que se realiza en Bruselas del 6 al 13 de setiembre de 1868. Por primera vez asiste un delegado de las asociaciones obreras de Cataluña. Como representantes del Consejo General concurren, entre otros, Lucraft, Shaw, Jung y Eccarius. El congreso reconoce que la huelga es un arma necesaria y legítima de la clase obrera, aunque por sí misma no podrá lograr la liberación del trabajador. Aprueba también una resolución que exhortaba a todas las secciones y asociaciones obreras a utilizar contra la guerra internacional el arma de la huelga general. Y hace un llamado a las secciones para que en sus respectivos países realicen campañas de agitación a fin de obtener la reducción de la jornada de trabajo.

El belga De Paepe plantea el problema de la propiedad de la tierra, cuya discusión se había aplazado en el congreso anterior. A pesar de la oposición de los proudhonianos se declara que la tierra debe ser propiedad colectiva, así también las canteras y todas las minas, al igual que los ferrocarriles, canales, telégrafos y otros medios de comunicación. Al aprobar esta resolución el Congreso de Bruselas marca una etapa importante en la elaboración del programa de la Asociación Internacional de Trabajadores, que desde ese momento aparece como marcadamente socialista. El congreso rompe definitivamente con la liga de la Paz y de la libertad. Esta organización iba a realizar un nuevo congreso en Berna, y a petición de Bakunin invitó a la Internacional a trabajar en forma conjunta sobre la base de un amplio programa común. La Internacional rechaza la propuesta y a su vez la invita a disolverse indicando que sus miembros pueden transferir su afiliación a la Internacional.

Bakunin y la Alianza Internacional

Uno de los principales miembros de la liga era Miguel Bakunin, viejo revolucionario ruso que ya había participado en el congreso de la Paz de Ginebra y se incorporó a la Internacional en julio de 1868. En el congreso de Berna presentó un programa en defensa de la igualdad de las clases para que la Liga lo adoptase. Pero ésta lo rechazó. El y sus partidarios quedaron en minoría y se separaron de la organización fundando entonces la Alianza Internacional de Democracia Social.

Bakunin redactó el programa de la nueva asociación, en el que entre otras cosas expresaba:

“La Alianza se declara atea. Ella quiere, ante todo, la igualdad política, económica y social de las clases y de los individuos de ambos sexos…”.

La Alianza solicitó su incorporación a la Internacional, pero el Consejo General rechazó su solicitud porque pretendía conservar su propia organización como entidad internacional para actuar dentro, aunque también al margen, de la A.I.T. La Alianza ofreció entonces disolverse como organismo internacional e invitar a sus secciones a ingresar en las federaciones locales de la internacional. En estas condiciones el Consejo General aceptó a la Alianza, que se incorporó a la Federación de Ginebra.

Con fecha 22 de diciembre de 1868 Bakunin escribía a Marx desde Ginebra:

“Mi viejo amigo: nunca he comprendido mejor que ahora cuánta razón tienes al abrazar la gran cruzada de la revolución económica, invitándonos a seguirla y despreciando a cuantos se extravían por senderos nacionales o exclusivamente políticos. Yo hago ahora lo mismo que tú vienes haciendo desde hace más de veinte años. Desde aquella despedida pública y solemne con que me separé de los burgueses del Congreso de Ginebra no conozco más sociedad ni otro mundo circundante que el mundo de los obreros. Mi patria es ahora la Internacional, entre cuyos más destacados fundadores te cuentas tú. Ya ves, pues, querido amigo, que soy discípulo tuyo, y me siento orgulloso de serlo. Y no te digo más de mi posición y de mis ideas personales”.

Marx y Bakunin eran viejos conocidos. En octubre de 1864 se habían encontrado en Londres y Marx le expuso los planes de la Internacional, comprometiéndolo a ingresar en ella. Bakunin quedó entusiasmado, pero por poco tiempo, y en seguida regresó a Italia, donde creía ver las condiciones propicias para la agitación revolucionaria. Una intelectualidad republicana, una masa campesina al borde de la miseria y un proletariado andrajoso eternamente descontento mantenían a Italia en constante tensión. La revuelta aparecía como la única forma factible de resistencia, organizada según los métodos de la conspiración. Fundó entonces una liga secreta de revolucionarios precursora de la Alianza Internacional. Muy pronto Bakunin reconoció su error. Los intelectuales mazzinistas dominaban el movimiento obrero, al que preferían recordarle sus deberes antes que sus derechos, alejando así las perspectivas revolucionarias. Se instaló entonces en Ginebra a partir de 1867 y actuó en la Liga de la Paz y la Libertad, hasta que en 1868 ingresó en la Internacional.

La lucha de tendencias en el seno de la Internacional

La Internacional no era un partido con una ideología definida y unitaria. Por el contrario, en su seno convivían las más diversas tendencias.

Hasta 1868 las disputas internas entre los miembros de la Internacional se habían limitado a las discusiones entre los partidarios de Marx y los proudhonianos, que eran mayoría. Pero a partir de ese año, mientras se observa el repliegue de estos últimos, se produce un nuevo avance de los blanquistas y de los sindicalistas colectivistas, cuyo representante más destacado es Varlin. Al incorporarse Bakunin se inaugura el conflicto entre su grupo y los marxistas, que culminará en el Congreso de la Haya con la derrota de los anarquistas y la exclusión de sus líderes, Bakunin y Guillaume.

¿Alrededor de qué puntos giraba la polémica?

En primer lugar, el problema en torno al Estado, que para Bakunin era el enemigo principal. Veía en el Estado el origen del capital: los burgueses poseen su capital únicamente por obra y gracia del Estado. Si el Estado es el mal fundamental, terminando con él el capitalismo caerá solo. Por consiguiente, consideraba incorrecto todo aquello que directa o indirectamente pudiera sostener la vigencia del Estado. De ahí que predicara la necesidad de abstenerse por completo de toda acción política; la actividad política del proletariado sólo servía para apuntalar el sistema capitalista, paralizando su acción revolucionaria. Para los marxistas, en cambio, el Estado es un producto de la sociedad surgido históricamente como órgano de dominación y opresión de las clases explotadoras sobre las explotadas, para reproducir las relaciones sociales que les permitan mantener sus privilegios. La abolición de la propiedad privada de los medios de producción es el primer paso para la desaparición de las clases sociales. Según Engels,

“las clases desaparecerán de un modo tan inevitable como surgieron en su día. Con la desaparición de las clases desaparecerá inevitablemente el Estado”.

Además,

“sin revolución social previa, la abolición del Estado es un disparate: la abolición del capital es en sí misma la revolución social e implica el cambio de todo método de producción”.

Los marxistas eran fervientes partidarios de la práctica política de la clase obrera, cuya meta es la conquista del poder. En cuanto a la Internacional, Marx la concebía como un movimiento que debía actuar bajo una dirección central y unificada, aunque las secciones nacionales estuviesen en libertad de formular su propia política, acorde con la realidad de cada país. Bakunin insistía en que todos los movimientos —nacionales y locales— debían gozar de absoluta libertad de acción sin recibir instrucción alguna de un núcleo central.

Estas eran las divergencias de fondo que en la Internacional separaban a los centralistas o “comunistas autoritarios”, como los designaban sus adversarios, de los “federalistas” o colectivistas libres”.

El movimiento obrero hacia 1870

El año de 1868 había sido fértil en huelgas, pero en 1869, con el retorno de la prosperidad económica, el movimiento huelguístico se intensifica y en todos los países donde funciona la Internacional aumenta el número de los obreros afiliados a los sindicatos. Las huelgas se suceden unas a otras: en enero, paran los tejedores de algodón en Roven; en marzo, los obreros de la construcción en Ginebra; en abril, los tipógrafos de Seraing, Ginebra y Bélgica; en junio, los mineros de Saint-Etienne; en julio, los tejedores de seda le Lyon; en octubre, los tejedores de algodón de Elbeuf y los mineros de Aubin; en noviembre y diciembre, olas de huelgas en París: son los pinceleros, los tejedores, los hilanderos, los peleteros.

Muchas de estas huelgas son reprimidas violentamente; en Aubin se registran 14 muertos y 20 heridos; en los distritos hulleros del Loira los huelguistas son ametrallados: mueren 20 obreros, entre ellos dos mujeres y un niño. Pero es en Bélgica donde la represión se agudiza.

“La tierra no efectúa su vuelta anual con mayor seguridad que el gobierno belga su matanza anual de obreros […] el Estado modelo del constitucionalismo continental, paraíso placentero y bien cercado de terratenientes, capitalistas y curas”,

así reza el vibrante mensaje del Consejo General, convocando al proletariado para que auxilie a los obreros de Bélgica caídos en Seraing y en Borinage. La reacción se inquieta por el gran auge que va adquiriendo la Internacional. El Times expresa:

“Es preciso remontarse al origen del cristianismo o a la época de la invasión de los bárbaros para encontrar un movimiento análogo al de los obreros de hoy, que parece amenazar la civilización actual de un fin parecido al que los hombres del Norte han infligido al mundo antiguo…”.

¿Cuál es la situación del movimiento obrero? En Francia las persecuciones a los internacionalistas sólo consiguen aumentar el número de los afiliados a la A.I.T. mientras se multiplican las asociaciones obreras.

En mayo de 1869 se realizan elecciones generales. Los obreros franceses, que no presentan candidatos propios, dan su voto a los de la extrema izquierda burguesa, contribuyendo a la ruidosa derrota de Luis Napoleón.

En España, la revolución constitucional de 1868 ha permitido que el movimiento obrero se organice y la Internacional se desarrolle de prisa bajo el influjo de las tendencias anarquistas y sindicalistas.

También en Italia se observa una rápida difusión de las organizaciones obreras, tanto en el norte como en Nápoles y en ciertas regiones de Sicilia. En Inglaterra, durante el congreso que celebran las trade-uniones en Birmingham, se invita a todos los obreros organizados del Reino Unido a incorporarse a la Internacional. En Alemania, la cuestión nacional mantiene dividida a la clase obrera y representa un grave obstáculo para el avance del movimiento sindical. Muchos de sus principales dirigentes son partidarios de Lassalle (muerto en 1863) y apoyan la unificación alemana bajo la hegemonía de Prusia. Otros se oponen a todo lo que refuerce el dominio de Prusia, centro del poder autocrático y militarista. Pero en 1869 se funda en Eisenach el partido social-demócrata cuando grupos escindidos de los lassallenos se unieron con Bebel y Liebknecht sobre la base de un programa de inspiración marxista. El movimiento obrero de Austria‑Hungría, surgido después de la derrota de la guerra austroprusiana de 1866, aunque todavía débil, avanza lentamente y las masas obreras comienzan a afluir bajo las banderas de la Internacional, que en estos momentos se halla en el cenit de su trayectoria.

El Congreso de Basilea

Participan representantes de nueve países, que deliberan del 6 al 11 de setiembre de 1869. El Consejo General envió a Eccarius y a Jung, a los que acompañaban dos de los más prestigiosos trade-unionistas: R. Applegarth y Lucraft. Entre los delegados franceses figuraba Varlin, nuevamente en libertad. Asiste por primera vez un representante de los Estados Unidos: el delegado de la Unión Nacional del Trabajo, A. Cameron, y Bakunin hace su primera aparición en un congreso de la Internacional.

Se vuelve a tratar el problema de la propiedad de la tierra y con la oposición de los proudhonianos se consagra el derecho de la sociedad a convertir el suelo en propiedad colectiva.

El Congreso acuerda ampliar los poderes del Consejo General dándole facultades para admitir o negar el ingreso a la Internacional y para suspender o expulsar a las secciones que contravinieran el espíritu de la Asociación, ambas medidas ad referendum del Congreso. Uno de los temas más debatidos es la cuestión de la herencia. El Consejo General presenta un dictamen, elaborado por Marx, puntualizando que las leyes sobre la herencia, como el conjunto de la legislación burguesa, no son la causa sino el producto de una sociedad fundada en la propiedad privada de los medios de producción. Cuando ésta sea reemplazada por la propiedad colectiva, el derecho a la herencia desaparecerá automáticamente. Mientras tanto, y como medida de transición, el Consejo General propone aumentar los impuestos sobre la herencia. La comisión designada por el congreso para estudiar el problema aconseja declarar la abolición del derecho de herencia como una de las reivindicaciones fundamentales de la clase obrera.

Bakunin apoya el dictamen de la comisión sosteniendo que las instituciones sancionadas por el estado, como el derecho de herencia, llegaban a tener en el desarrollo histórico un poder determinante por sí mismas. Atacarlas era parte de la lucha necesaria contra el Estado. Sus razonamientos convencen a la mayoría, que vota por el despacho de la comisión. Sin embargo, ninguna de las dos propuestas obtiene la mayoría absoluta, necesaria para tomar una decisión definitiva. Aunque el resultado de la votación demuestra que la influencia de Bakunin no es desdeñable.

Las resoluciones del congreso acerca de la propiedad colectiva del suelo levantaron una explosión de alegría en el mundo proletario.

En Ginebra se publicó un manifiesto redactado en Alemania y dirigido a la población campesina, que luego se difundió rápidamente por toda Europa. En Barcelona y en Nápoles se crearon las primeras secciones de obreros del campo. En un gran mitin realizado en Londres se fundó una Liga de Campesinos y Obreros que tenía por consigna: “la tierra para el pueblo”; en su comisión entraron representantes del Consejo General.

Bakunin y las discordias de Ginebra

En las secciones ginebrinas de la Internacional se manifestaban dos tendencias muy dispares. Por una parte, los obreros calificados de la industria joyera y relojera, que eran nativos del país, gozaban de derechos electorales y actuaban políticamente con los burgueses radicales. Por otra, los obreros de la construcción, extranjeros en su mayoría, que no tenían derecho al voto; se oponían a la actividad política y eran partidarios de la acción revolucionaria directa tal como la entendía Bakunin. Este también encontró adeptos entre los relojeros del Jura, que no eran obreros calificados sino pequeños industriales, domiciliados en su mayoría, cuya existencia empezaba a verse amenazada por la competencia.

En abril de 1870 se reúne en La Chaux‑des‑Fonds el Congreso de la Federación Latina y se produce la ruptura violenta entre las dos tendencias. A partir de ese momento sesionan dos congresos. El de la Federación Latina designa un nuevo Consejo Federal, que seguirá residiendo en Ginebra, como el anterior. Los anarquistas también designan su Consejo Federal con sede en la Chaux‑des‑Fonds y solicitan a la Internacional que lo reconozca como el único y legal de la Suiza latina. El Consejo General no accede y resuelve que el Consejo Federal Latino (que representaba a la mayoría de las secciones de Ginebra) conserve su título y que el establecido en La Chaux‑des‑Fonds adopte el título local que estime más conveniente. Pero éste no acepta el fallo y protesta vivamente contra el “autoritarismo” del Consejo General, haciendo pública la división existente en el seno de la Internacional.

La guerra franco-prusiana

En Francia, a comienzos de 1870. Napoleón III aventuró la última tentativa desesperada para salvar al régimen, haciendo concesiones a la burguesía. Había programado un plebiscito con el que esperaba consolidar el Imperio. En vísperas del mismo, la policía descubrió un pretendido complot terrorista —que se decía organizado por la Internacional— para asesinar al emperador. Se ordena la captura de los afiliados a la A.I.T. y muchos dirigentes obreros son detenidos. El Consejo General sale en defensa de los internacionalistas franceses protestando contra los procedimientos policíacos:

“Las medidas sensacionalistas de violencia tomadas contra nuestras secciones francesas no tienen más designio que servir a un fin: la manipulación del plebiscito”.

Así fue. Por siete millones de votos contra un millón y medio las urnas consagraron al “Imperio liberal”.

Se inicia un nuevo proceso contra los internacionalistas franceses, a los que se acusa de haber integrado una sociedad secreta. El 9 de julio son condenados a un año de prisión Varlin, Malon, Murat y otros. Casi simultáneamente se desencadenaba la tormenta que haría trizas al Segundo Imperio. El 15 de julio estalla la guerra entre Francia y Prusia. Sus consecuencias iban a Influir notoriamente en el futuro de la Internacional.

El 23 de julio el Consejo General publica un manifiesto, redactado por Marx y dirigido a los miembros de la A.I.T. de Europa y Norte América, advirtiendo que

“el complot guerrero de 1870 no es más que una edición corregida y aumentada del golpe de estado de 1851”,

pero que “ya sonaban las campanas de muerte del Segundo Imperio”. Destaca que han sido las clases dominantes de Europa las que permitieron a Bonaparte representar aquella comedia cruel del Imperio restaurado, durante dieciocho años.

“Si la clase obrera alemana permite que esta guerra pierda su carácter estrictamente defensivo y degenere en una guerra contra todo el pueblo francés, serán igualmente funestas la victoria y la derrota”.

El manifiesto hacía referencia a las demostraciones antibélicas de los obreros franceses y alemanes y ponía de relieve que en el fondo de esta lucha suicida acechaba la sombra funesta de Rusia. El 2 de setiembre el ejército francés es derrotado en Sedán y el emperador cae prisionero. El Imperio se derrumba y el 4 de setiembre se proclama en París la república burguesa.

Bismarck, que en reiteradas ocasiones había manifestado que la guerra no estaba dirigida contra el pueblo de Francia sino contra su emperador, ahora exige la cesión de territorios y prosigue la guerra empeñado en la conquista de Alsacia y Lorena. En Alemania se publica una proclama invitando a la clase obrera a luchar por una paz honrosa en Francia y contra la anexión de territorios. Los firmantes del documento son detenidos y procesados por alta traición.

El 9 de setiembre el Consejo General de la Internacional lanzó su segundo manifiesto analizando la nueva situación. Hace notar que se ha cumplido su predicción sobre el fin del Segundo Imperio, al igual que su temor de que Alemania trocara la guerra defensiva en guerra de conquista. Admite que la clase obrera alemana apoyó esta guerra, que no estaba en sus manos evitar, mientras fue una guerra por la independencia de Alemania y por librar a este país y a Europa entera del Segundo Imperio. Pero ahora la clase obrera exige una “paz honrosa” para Francia y el “reconocimiento de la República Francesa”.

Acerca de la nueva situación de Francia, afirma que la República no ha volteado el trono; sólo se limitó a ocupar su vacante. El gobierno provisional con sus primeros actos demostraba que había heredado del Segundo Imperio el miedo a la clase obrera. Entretanto el ejército prusiano ocupaba gran parte del territorio francés y mantenía el sitio de París. Los nuevos ejércitos reclutados en Francia son rápidamente derrotados. Ante esta situación el gobierno de la burguesía firma un armisticio con Bismarck. Las condiciones impuestas son: la cesión de Alsacia y Lorena, el pago de una cuantiosa indemnización y la ocupación de París por el ejército prusiano.

Pero a los ojos del pueblo de París el armisticio es una entrega deshonrosa. Se suceden las manifestaciones callejeras de protesta, a duras penas contenidas por los soldados y la policía. El gobierno burgués y reaccionario de Thiers decide trasladar todos los órganos administrativos y políticos a Versalles por miedo a la insurrección popular y el Comité Central de la Guardia Nacional, compuesta por obreros, queda como única autoridad. Dispuestos a que París sea gobernada por sus propios habitantes, convocan a elecciones comunales. De ellas surge el gobierno de la Comuna, que —al decir de Marx y de Engels dos años después— “eleva por primera vez al proletariado, durante dos meses, al poder político”. Su revolución política integral se fue orientando hacia la revolución social. Las fuerzas populares de París la apoyaron decididamente. Los miles de muertos, prisioneros, desterrados y perseguidos que dejará como saldo la brutal represión que ahogó en sangre su intento demuestran ante todo que fue un gran hecho social y la experiencia más significativa del movimiento obrero en el siglo XIX.

Aplastada la Comuna, Marx presenta al Consejo General de la A.I.T. el tercer memorial, “La guerra civil en Francia”, donde explica su génesis y su significado asumiendo su defensa. Este manifiesto provoca la renuncia de los dirigentes trade-unionistas que integraban desde un principio el Consejo General, pero que no estaban dispuestos a solidarizarse con un movimiento tan radical. De este modo la Internacional pierde el apoyo importante —aunque desde hacía un tiempo sólo nominal— de los sindicatos ingleses. Es que las trade-uniones, una vez obtenida la reforma electoral que daba el sufragio a los obreros, limitaron su acción al logro de mejoras en las condiciones de trabajo sin pretender modificar el sistema social existente. El Consejo General se aboca a la ayuda de los fugitivos que se refugian en Londres, Bélgica y Suiza.

Simultáneamente, los gobiernos inician una campaña de persecución contra la Internacional, a quien ven como la instigadora y principal responsable de la insurrección de los obreros de París. Las secciones de la A.I.T. son declaradas fuera de la ley en varios países, entre ellos Francia y España. El gobierno de este país se dirige a las cancillerías europeas reclamando una acción común de los gobiernos contra la Internacional. A estas dificultades se suman los conflictos internos que la van desgastando. La crisis desatada en Suiza antes de la guerra francoprusiana se extiende a Italia y España, donde Bakunin recluta la mayoría de sus partidarios.

La Conferencia de Londres

Para eludir las persecuciones, el Consejo General decide realizar una Conferencia privada en lugar de un congreso público y en un lugar que ofreciese a los militantes obreros europeos más seguridad que el continente. La conferencia se reúne en Londres del 17 al 23 de setiembre con la presencia de 23 delegados. Francia sólo está representada por los refugiados blanquistas. Asisten Marx y Engels.

La decisión más importante de la Conferencia enfoca el problema de la acción política del movimiento obrero, declarando la necesidad de que el proletariado de cada país constituya su propio partido político independiente de todos los partidos burgueses.

En cuanto al conflicto planteado en Suiza, decide reconocer como único órgano al Consejo Federal de Ginebra. Invocando el espíritu de solidaridad, que entonces más que nunca debe guiar a los obreros ante las persecuciones desatadas contra la A.I.T., aconseja a los valientes obreros del Jura que vuelvan a incorporarse al consejo ginebrino. Si esto no resulta factible, resuelve que las secciones del Jura constituyan una nueva federación con el nombre de Federación Jurasiana. Además, se otorga al Consejo General la facultad de desautorizar a los supuestos órganos de la Internacional que expongan ante el público burgués los problemas internos de la Asociación, tal como hacían el Progrés y la Solidarité del Jura. Las secciones del Jura, disconformes con el fallo y muy influidas por Bakunin, organizan un ataque frontal contra el Consejo General. Consideran ilegal la Conferencia de Londres y envían una circular a todas las federaciones de la Internacional instándolas a solicitar la convocatoria de un Congreso a la brevedad posible. La circular —redactada por Guillaume— ataca violentamente al Consejo de Londres y lo acusa de considerar sus propias ideas e Iniciativas como la teoría oficial y única admitida en la organización. Para Guillaume y todos los bakunistas los acuerdos de la conferencia de Londres han convertido a la Internacional en una organización autoritaria y jerárquica en manos del Consejo General.

La circular es acogida con gran entusiasmo por la prensa burguesa de Europa, a la que sirve de apoyo para proseguir sus ataques contra la Internacional.

El Congreso de La Haya

El Consejo General convocó un Congreso en la Haya para setiembre de 1872. En él se libraría la batalla final dentro de la A.I.T. entre marxistas y bakunistas.

Es el más representativo celebrado hasta el momento. Asisten delegaciones numerosas de todos los países donde funcionaba la Internacional, excepto Italia y es el primero que cuenta con la presencia de Marx y Engels. La mayoría es favorable a Marx y la constituyen fundamentalmente los alemanes y los blanquistas franceses. El congreso sesiona del 2 al 7 de setiembre. Marx lee el informe del Consejo señalando todas las violencias y arbitrariedades que se ejercen contra la A.I.T., las persecuciones a que se ven sometidos sus militantes y las campañas de difamación como la que pretende achacar a la Internacional el gran incendio de Chicago. También enumera sus grandes progresos: su penetración en Holanda, Dinamarca, Portugal, Escocia, Irlanda; su difusión en los Estados Unidos, Australia, Nueva Zelandia y Buenos Aires. Cuando se discuten las atribuciones del Consejo General, Lafargue —yerno de Marx y representante de España— y Sorge defienden su necesidad por las exigencias de la lucha de clases: las luchas cotidianas de la clase obrera contra el capital no pueden librarse sin un organismo central directivo. Guillaume sólo admite su existencia como agencia central de correspondencia y estadística, pero despojado de todo poder autoritario. Marx aboga no sólo por que se conserven sino por que se amplíen las atribuciones del Consejo. Su propuesta es aprobada.

Otro de los problemas más debatidos es el de la acción política. Vaillant (blanquista francés) apoya la declaración de la conferencia de Londres, favorable a la actividad política de la clase obrera formando un partido distinto de los partidos burgueses. Guillaume se opone y sintetiza su propuesta contraria: “La mayoría quiere la conquista del poder político, la minoría quiere la destrucción del poder político”. Triunfa la moción de Vaillant por 35 votos contra 6 y 8 abstenciones. Cuando se discute la futura sede del Consejo General Engels propone su traslado a Nueva York, finalmente aprobado, aunque con la oposición de los blanquistas que se retiran del Congreso y lanzan un manifiesto afirmando que “intimada a cumplir con su deber, la Internacional no respondió. Esquivé la revolución y huyó al otro lado del Océano”.

Por último, el Congreso trata oficialmente el dictamen de la comisión encargada de investigar las actividades de Bakunin y su Alianza. En el mismo se afirma que está probado que Bakunin ha intentado fundar una sociedad secreta dentro de la Internacional con estatutos radicalmente distintos; por eso propone su exclusión, la de Guillaume y algunos de sus partidarios. La propuesta es aceptada por la mayoría.

La resolución acerca de la acción política y la expulsión de Bakunin y Guillaume determinan la retirada de los anarquistas. La A.I.T. se escinde. Con el Congreso de La Haya concluye la historia de la Primera Internacional. Trasladado a Nueva York, su Consejo General no consigue echar raíces en el suelo norteamericano. También ahí reina la discordia entre las diversas secciones y son inútiles los esfuerzos de su secretario general, F. A. Sorge, para sacar a la internacional adelante.

En 1873 se convoca un nuevo Congreso en Ginebra; sólo asisten alrededor de 30 delegados, casi todos suizos. Inglaterra, Francia, España, Italia y Bélgica no mandan representantes; tampoco lo hace el Consejo General, que languidece en Estados Unidos durante unos años más hasta que en 1876 se disuelve por decisión de la Conferencia de Filadelfia.

La Internacional creada por los bakunistas corre una suerte parecida. Al principio, además de los anarquistas, cuenta con sectores ingleses y los belgas dirigidos por de Paepe. Se reemplaza al Consejo General por una Oficina de Correspondencia. Pero, planteada nuevamente la controversia entre los partidarios de la acción política y los anarquistas, con el tiempo provocarla su disolución.

La quiebra de la Internacional

Ante todo es necesario tener en cuenta que mientras la A.I.T. está en pleno apogeo en toda Europa, su declinación se inicia en Inglaterra, donde pierde toda influencia. No caben dudas acerca de la importancia de este fenómeno para una Asociación que surgiera de la solidaridad entre los obreros franceses y los sindicatos británicos. Paralelamente a la lenta desintegración de la base inglesa de la A.I.T., la escisión se proyecta sobre la Suiza Latina, aunque con características completamente distintas. En realidad, es la conferencia de Londres de 1871 la que confiere una importancia inesperada a Bakunin y un brillo internacional al pequeño centro anarquista del Jura. El veredicto del Congreso de La Haya contra Bakunin y Guillaume, seguido de la exclusión de la Federación Jurasiana por el Consejo General y la posterior fundación por los anarquistas de la Internacional “anti-autoritaria”, aceleran las tendencias centrífugas, que acaban por imponerse. El grueso de los militantes anarquistas se reclutan preferentemente en España Italia, Bélgica y Suiza latina.

La Federación inglesa disidente, adherida a la Internacional antiautoritaria, tiene ciertas reservas respecto de los anarquistas. En Alemania, los partidarios de Lasalle se acercan igualmente a los Jurasianos, pero el acuerdo sincero entre ambas tendencias se muestra impracticable. Así como el Consejo General conserva algunas posiciones en España, Bélgica, Italia, también la Internacional anarquista tiene partidarios en Francia, Inglaterra, Alemania, Austria y América.

No sería acertado buscar en la situación económica la causa directa de la quiebra de la Internacional. La Asociación se desarrolla y luego declina en una fase de expansión del ciclo económico apenas interrumpida hasta la gran crisis de 1873. La depresión pasajera de 1866, así como los problemas económicos regionales, no crean más que fluctuaciones de grado limitado. El clima favorable de la coyuntura económica es propicio a la expansión del movimiento obrero tanto en el plano organizativo como en el ideológico, pero no al punto de permitirle transformar radicalmente las bases de la sociedad. La fuerza de la burguesía es aún demasiado poderosa.

Después de 1871 la Internacional progresa en aquellos países que presentan un bajo nivel de desarrollo capitalista y, en consecuencia, con un proletariado proclive al anarquismo, por el contrario, tiende al estancamiento y hasta el retroceso donde este nivel es más alto; si bien esta tendencia, nefasta para la Internacional, no coincide con un repliegue general del movimiento obrero en el país respectivo, excepto en Francia, donde después de la Comuna se halla paralizado. Mientras tanto, el trade-unionismo británico prosigue con éxito su marcha hasta la crisis de 1873, que va a sacudir sus bases. Por eso su separación de la Primera Internacional señala un cambio definitivo de orientación, pero no una decadencia.

A partir de la década de 1870 el movimiento obrero europeo experimenta una transformación general. La lucha de la clase obrera europea se va a canalizar por tres corrientes divergentes: a) los partidos social-demócratas, b) las trade-uniones y c) el anarquismo.

Se inicia un nuevo período bajo la apariencia de una paz relativamente durable entre los países de Europa. Lograda la unificación de Italia y Alemania, sobre todo esta última se lanza por el camino de la expansión económica.

Después de la crisis de 1873 los países capitalistas elaboran una nueva respuesta en salvaguarda del sistema: el imperialismo. Las potencias se orientan hacia la explotación de las colonias de ultramar y de los países semicoloniales y dependientes.

Las tensiones que agitaban a Europa, tales como las constantes amenazas de guerra y la suerte de las nacionalidades europeas oprimidas, pierden su agudeza. Junto con la paz aparente, la prosperidad y las nuevas perspectivas de democratización del régimen burgués tienen el efecto de replegar la acción del movimiento obrero hacia dentro de las respectivas fronteras nacionales, disminuyendo el entusiasmo internacionalista que presidiera el nacimiento de la A.I.T.

El nuevo centro de gravedad del movimiento obrero internacional —el partido social‑demócrata alemán— prefiere sacar provecho de las posibilidades que se le ofrecen en la Alemania unificada. En otros países la extensión del derecho del sufragio, la libertad de prensa y el derecho de asociación prometen mejor porvenir a los grupos u organizaciones deseosos de seguir el ejemplo de los social-demócratas alemanes. Si la descarnada opresión reinante en la Europa del Segundo Imperio parecía imponer al movimiento obrero la búsqueda de la unidad, las nuevas condiciones que enmascaran la explotación actúan, al menos provisoriamente, en sentido inverso. La Internacional ha quedado vacía de contenido en muchas partes antes de su crisis definitiva. La escisión de las tendencias no era la única causa de su quiebra. La A.I.T. ya había cumplido su ciclo. Fue la forma transitoria que el proletariado adoptara en la cruzada por su emancipación, cuyo carácter histórico la hacía necesaria a la par que perecedera.

Una nueva etapa se iniciaba para el movimiento obrero.

Bibliografía

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Amaro del Rosal. Los congresos obreros internacionales en el siglo XIX. México, Ed. Grijalbo, 1958.

Varios autores. La Primera Internacional. Historia. Documentos. Polémica. Buenos Aires, Ed. Del Calicanto, 1968.

J. Guillaume. Biografía de M. Bakunin. Madrid. Ed. Halcón, 1968.

F. Mehring. Carlos Marx. Historia de su vida y de la Primera internacional. Buenos Aires, Ed. Claridad, 1965.

C. Marx. F. Engels. Obras escogidas. Buenos Aires. Ed. Cartago, 1957.

C. Marx, F. Engels. Correspondencia. Buenos Aires, Ed. Cartago, 1957.

Varios autores. La Première Internacionale. París. Centro National de la Recherche Scientifique, 1968.

Manifiesto inaugural de la Internacional de Trabajadores (1864)

(Fragmentos)

Deslumbrado por los guarismos de las estadísticas que bailan ante sus ojos en el “Progreso de la nación”, el canciller del Tesoro exclama con acento de verdadero éxtasis:

“Desde 1842 hasta 1852, la renta imponible del país ha aumentado en un 6%; en ocho años, de 1853 a 1861, ha aumentado ¡en un 20%! Este es un hecho sorprendente, que casi es increíble… Tan embriagador aumento de riqueza y de poder —añade Mr. Gladstone— se halla restringido exclusivamente a las clases poseyentes”.

Pero volvamos una vez más la medalla. Por el informe sobre el impuesto de las Rentas y Propiedades presentado a la Cámara de los Comunes el 20 de julio de 1864 vemos que, del 5 de abril de 1862 al 5 de abril de 1863, 13 personas han engrosado las filas de aquellos, cuyas rentas anuales están evaluadas por el cobrador de las contribuciones en 50.000 libras esterlinas y más, pues su número subió en esos años de 67 a 80. El mismo informe descubre el hecho curioso de que unas 3.000 personas se reparten entre sí una renta anual de 25.000.000 de libras esterlinas, es decir, más de la suma total de ingresos distribuida anualmente entre toda la población agrícola de Inglaterra y del país de Gales. Abrid el registro del censo de 1861 y hallaréis que el número de los propietarios territoriales en Inglaterra y en el País de Gales se ha reducido de 16.934, en 1851, a 15.066 en 1861, es decir, la concentración de la propiedad territorial ha crecido en diez años en un 11%. Si la concentración de la propiedad territorial en manos de unos pocos sigue progresando al mismo ritmo, la cuestión territorial se habrá simplificado notablemente, como lo estaba en el Imperio Romano, cuando Nerón se sonrió al saber que la mitad de la provincia de Africa pertenecía a seis personas.

En todos los países de Europa —y esto ha llegado a ser actualmente una verdad incontestable para todo entendimiento no enturbiado por los prejuicios y negada tan sólo por aquellos cuyo interés consiste en adormecer a los demás con falsas esperanzas—, ni el perfeccionamiento de las máquinas ni la aplicación de la ciencia a la producción ni el mejoramiento de los medios de comunicación ni las nuevas colonias ni la emigración ni la creación de nuevos mercados ni el libre cambio ni todas estas cosas juntas están en condiciones de suprimir la miseria de las clases laboriosas; al contrario, mientras exista la base falsa de hoy, cada nuevo desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo ahondará necesariamente los contrastes sociales y agudizará más cada día los antagonismos sociales. Durante esta embriagadora época de progreso económico la muerte por inanición se ha elevado a la categoría de una institución social en la capital del imperio británico. Esta época está marcada en los anales del mundo por la repetición cada vez más frecuente, por la extensión cada vez mayor y por los efectos cada vez más mortíferos de esa plaga de la sociedad que se llama crisis comercial e industrial.

Tomado de C. Marx — F. Engels, Obras escogidas.

Preámbulo de los Estatutos de la Asociación Internacional de Trabajadores

Considerando:

que la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos; que la lucha por la emancipación de la clase obrera no es una lucha por privilegios y monopolios de clase, sino por el establecimiento de derechos y deberes iguales y por la abolición de todo dominio de clase;

que el sometimiento económico del trabajador a los monopolizadores de los medios de trabajo, es decir, de las fuentes de vida, es la base de la servidumbre en todas sus formas, de toda miseria social. degradación intelectual y dependencia política;

que la emancipación económica de la clase obrera es, por lo tanto, el gran fin al que todo movimiento político debe ser subordinado como medio;

que todos los esfuerzos dirigidos a este gran fin han fracasado hasta ahora por falta de solidaridad entre los obreros de las diferentes ramas del trabajo en cada país y de una unión fraternal entre las clases obreras de los diversos países;

que la emancipación económica de la clase obrera no es un problema ni local ni nacional, sino un problema social que comprende a todos los países en los que existe la sociedad moderna y necesita para su solución el concurso teórico y práctico de los países más avanzados; que el movimiento que acaba de renacer entre los obreros de los países más industriales de Europa, a la vez que despierta nuevas esperanzas da una solemne advertencia para no recaer en los viejos errores y combinar inmediatamente los movimientos todavía aislados: Por todas estas razones ha sido fundada la Asociación Internacional de los Trabajadores.

Y declara:

que todas las sociedades y todos los individuos que se adhieran a ella reconocerán la verdad, la justicia y la moral como base de sus relaciones recíprocas y de su conducta hacia todos los hombres, sin distinción de color, de creencias o de nacionalidad.

No más deberes sin derechos, no más derechos sin deberes.

Tomado de C. Marx — F. Engels, Obras escogidas.

La acción política de la clase obrera

Vistos los considerandos de los estatutos originales, donde dicen: “La emancipación económica de los trabajadores es el gran objetivo al cual todo movimiento político cebe ser subordinado, COMO MEDIO”; Visto el llamamiento inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores (1864), que dice: “Los señores de la tierra y los señores del capital se servirán siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos. Bien lejos de impulsar la emancipación, continuarán oponiendo los mayores obstáculos posibles. La conquista del poder político es, en consecuencia, el primer deber de la clase obrera…”;

Vista la resolución del Congreso de Lausana (1867), que a este efecto dice: “La emancipación social de los trabajadores es inseparable de su emancipación política”;

Vista la declaración del Consejo General sobre el pretendido complot de los internacionalistas franceses, en vísperas del plebiscito (1870), donde dice: “Al tenor de nuestros estatutos, ciertamente todas nuestras secciones de Inglaterra, del Continente y de América tienen la misión especial no solamente de servir de centros de organización militante de la clase obrera, sino también de sostener en sus países respectivos todo movimiento político que tienda a cumplir nuestro objetivo final: la emancipación económica de la clase obrera”;

Teniendo en cuenta que transcripciones infieles de los estatutos originales han dado lugar a interpretaciones falsas que han sido perjudiciales para el desenvolvimiento y la acción de la Asociación Internacional de los Trabajadores;

En presencia de una reacción sin freno que ahoga violentamente todo esfuerzo de emancipación de parte de los trabajadores y que pretende mantener por la fuerza bruta la distinción de las clases y la dominación política de las clases poseedoras;

Considerando, de otra parte, que en contra de este poder colectivo de las clases poseedoras, el proletariado no puede reaccionar como clase más que constituyendo su propio partido político, distinto, opuesto a todos los antiguos partidos formados por las clases poseedoras; Que esta constitución del proletariado en partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y de su aspiración suprema: la abolición de las clases;

Que la coalición de fuerzas obreras ya obtenida por las luchas económicas debe también servir de palanca en las manos de esta clase en su lucha contra el poder político de sus explotadores.

La Conferencia recuerda a los miembros de la Internacional: que en la actuación de la clase obrera, su movimiento económico y su acción política están indisolublemente unidas.

Aprobada en la Conferencia de París en 1871.

Tomado de Amaró del Rosal, Los congresos obreros internacionales en el siglo XIX, pp. 215 a 216.

Defensa de los acusados, realizada por Varlin, en el Tribunal Correccional el 22 de mayo de 1868. (Segundo proceso a la Sección parisiense de la Internacional.) (Fragmentos)

La causa que nos trae ante vosotros no es nuestra en forma Individual. No solamente es la de todos los miembros de esta vasta Asociación Internacional de la que somos aquí representantes, sino la de todos los trabajadores franceses, agrupados en sociedades de todo tipo, siempre toleradas, nunca autorizadas. Estamos pues en presencia de una ley que rechaza las costumbres de nuestra época, que la revolución de febrero derogó implícitamente, que la administración misma casi abandonó y que parece no conservarla más que corno un arma de la que se sirve para atacar parcialmente según los hombres y las ideas. Si ante la ley somos, vosotros jueces y nosotros acusados, ante los principios somos dos partidos: vosotros el partido del orden a todo precio, el partido de la estabilidad; nosotros el partido reformador, el partido socialista. Examinemos de buena fe cuál es ese estado social al que nosotros declaramos susceptible de mejorar y por lo cual nos consideráis culpables. La desigualdad, lo carcome, la falta de solidaridad lo mata, los prejuicios antisociales lo oprimen en sus manos de hierro. Los goces no son más que para la minoría que los disfruta en lo que tienen de más refinado; la masa, la gran masa, languidece en la miseria y la ignorancia…

¿No pertenece a los noventa y nueve quien nace en la miseria, provisto de una sangre empobrecida, sufriendo algunas veces hambre, mal vestido, mal alojado, separado de su madre, que debe abandonarlo para ir al trabajo, pudriéndose en la suciedad, expuesto a mil accidentes y adquiriendo a menudo desde la infancia el germen de las enfermedades que le seguirán hasta la tumba? En cuanto tiene algo de fuerza, a los ocho años, por ejemplo, debe ir a trabajar, en una atmósfera malsana, donde, extenuado, rodeado de malos tratos y de malos ejemplos será condenado a la ignorancia e impulsado a todos los vicios. Llega a la edad de su adolescencia sin que su suerte cambie. A los 20 años es forzado a dejar a sus padres, que tienen necesidad de él, para ir a embrutecerse en los cuarteles o a morir en los campos de batalla, sin saber por qué. Si vuelve podrá casarse aunque desagrade al filósofo inglés Malthus y al ministro francés Duchâtel, que pretenden que los obreros no tienen necesidad de casarse y de tener una familia y que nada les obliga a seguir sobre la tierra cuando no pueden encontrar medios de vida. Se casa, por tanto; la miseria entra bajo su techo, con la carestía y el paro forzoso, las enfermedades y los hijos. Entonces, cuando ante la vista de la familia que sufre reclama una más justa remuneración de su trabajo, se le encadena por el hambre como en Preston; se le fusila como en la Fosse Lépine; se le encarcela como en Bolonia; se le entrega al estado de sitio como en Cataluña; se le arrastra ante los tribunales como en París… Ese desdichado cae en su calvario de dolores y de afrentas, su edad madura no tiene recuerdos, ve la vejez con espanto; si no tiene familia, o si su familia no tiene recursos, irá, tratado como un malhechor, a terminar en un depósito de mendicidad. Y sin embargo ese hombre ha producido cuatro veces más de lo que consumió. ¿Qué hizo la sociedad con el excedente? Hizo como la centésima paloma… Consultad la historia y veréis que todo pueblo, toda organización social que se valieron de la injusticia, y no quisieron escuchar la voz de la austera equidad, entraron en descomposición. Poned el dedo en la época actual, veréis allí un odio sordo entre las clases…, el egoísmo desenfrenado y la inmoralidad en todas partes: hay en ella signos de decadencia, el suelo se hunde bajo nuestros pies. ¡Tened cuidado! Una clase que fue oprimida en todas las épocas y en todos los reinos, la clase del trabajo, pretende llevar un elemento de regeneración; sería prudente por vuestra parte saludar su advenimiento racional y dejarla cumplir su obra de equidad… Cuando una clase perdió la superioridad moral que la hizo dominante, debe apresurarse a desaparecer si no quiere ser cruel, porque la crueldad es el destino común de todos los poderes que caen…

Tomado de Edouard Dolléans, Historia del Movimiento obrero, T. I.

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